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Historia Crítica

versión impresa ISSN 0121-1617

hist.crit.  n.39 supl.1 Bogotá nov. 2009

 

LA NOCIÓN DE HISTORICISMO AMERICANO Y EL ESTUDIO DE LAS CULTURAS ESCRITAS AMERICANAS*

Sergio Mejía Macía
Biólogo de la Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia. Maestría en Historia de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, y Doctor en Historia de la Universidad de Warwick, Reino Unido. Profesor Asistente del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia. Actualmente tramita en Colciencias el reconocimiento de su grupo de investigación, llamado Escritura e historicismo en Colombia y América. Su trabajo investigativo se concentra en la historia de la historia y en la historia de la cultura escrita en Colombia y en América en general. Ha escrito dos libros sobre historias republicanas colombianas del siglo XIX: La Revolución en Letras. La Historia de la Revolución de José Manuel Restrepo (1781-1863) (Bogotá: Universidad de los Andes, Universidad EAFIT, 2007) y El Pasado como Refugio y Esperanza. La Historia Eclesiástica y Civil de José Manuel Groot (1800-1878) (Bogotá: Instituto Caro y Cuervo - Universidad de los Andes, CESO, [2009?]). smejia@uniandes.edu.co.


RESUMEN

Presento la noción de historicismo americano como útil para el estudio de la cultura escrita en las cuatro principales tradiciones escritas americanas: la hispanoamericana, la brasilera, la haitiana y la norteamericana. Llamo la atención hacia la riqueza escrita sobre las repúblicas americanas. La historia fue el género preponderante en las bibliotecas republicanas y el logro máximo de representación escrita en las primeras décadas de existencia independiente. Argumento a favor de la colección de estas obras y de su consideración en la historia de la cultura escrita americana. Esta colección de historias republicanas aún no ha sido estudiada en lo que tiene de común: la necesidad compartida en todo el continente de narrar, describir, comentar y legitimar las nuevas repúblicas americanas. Únicamente el estudio crítico de las bibliotecas republicanas hará posible que nos apropiemos de las ricas tradiciones escritas americanas. Y sólo entonces habremos llegado a ese estado de una cultura escrita en que ella tiene la seguridad suficiente para citarse a sí misma.

PALABRAS CLAVE
Historias republicanas americanas, historiografías norteamericanas, brasilera, haitiana e hispanoamericanas, cultura escrita, tradiciones republicanas, historicismo americano.


THE NOTION OF AMERICAN HISTORICISM AND THE STUDY OF AMERICAN WRITTEN CULTURES

ABSTRACT

I introduce the notion of American historicism as a tool to study written culture in the four principal American traditions of letters: Hispanic American, Brazilian, Haitian, and North American. I call attention to the rich collection of writing on the American republics. History was the predominant genre in republican libraries and the apogee of written representation in the first century following independence. I discuss the need to carry out research-oriented collections of American histories and argue for their critical study today. These republican histories still have not been studied in terms of their communalities: the shared need throughout the continent to narrate, describe, comment, and legitimate the new American republics. Only by critically studying republican libraries will we be able to appropriate the rich traditions of American writing. And only then will we have achieved a state of culture that has enough confidence to cite itself.

KEY WORDS
Republican-American Histories, Historiography, North America, Brazil, Haiti, Hispanic America, Written Culture, Republican Traditions, American Historicism.


1. Historias republicanas

En este breve artículo quiero presentar una noción útil para el estudio de la cultura escrita americana, desde la Argentina hasta Canadá, y que además reviste interés en sí misma. Me refiero a la noción de historicismo americano que, en estos términos, no ha sido utilizada en los estudios históricos ni en la crítica literaria de las cuatro principales tradiciones escritas del continente: la hispanoamericana, la brasilera, la haitiana y la norteamericana, a las que debe agregarse la pluralidad de las literaturas y las historiografías antillanas. Todos estos ámbitos americanos de escritura -con la excepción de los que hoy permanecen como territorios franceses de ultramar y Puerto Rico- tienen en común el haber alcanzado la autonomía política luego de haber hecho parte, durante siglos, de imperios coloniales europeos y el haber sido ordenados políticamente, más temprano o más tarde, como repúblicas. Desde 1776, en todas ellas, han madurado tradiciones escritas en las que se narra, describe y defiende la república, por regla general en la forma de historias monumentales.

Antes de proseguir, es necesario sostener por qué este tema, a primera vista de puro interés erudito, es relevante hoy. Dos pasos toma esta explicación. El primero se resume en el hecho de que en la mayor parte de las repúblicas americanas la historia ha sido y sigue siendo el género matriz de representación. Es decir, de comunicación masiva de todo aquello que se quiere decir con las voces "Colombia", "Haití", "Estados Unidos" o "Trinidad". Aún hoy, las definiciones más sistemáticas de estas palabras ocupan volúmenes enteros y se encuentran en las historias republicanas que conforman la colección que llamo historicismo americano. No existe hoy explicación comparablemente divulgada y compartida de lo que se quiere decir con la voz "Colombia" que aquello que, en cerca de 3.000 páginas, expuso, muy a su manera, José Manuel Restrepo en su Historia de la revolución de Colombia. En segundo lugar, es un hecho que estos países, incluidos los norteamericanos, adolecen aún hoy de inseguridad en las definiciones de sí mismos, lo que resulta evidente cuando escritores y estudiosos deben recurrir a tradiciones escritas europeas a la hora de citar a sus predecesores más significativos. Ambas afirmaciones requieren de una breve explicación.

Las historias republicanas logradas luego de las sucesivas independencias de los países americanos adquirieron lo que ninguna otra obra o escuela ha logrado desde entonces: el estatus canónico de autoridades. En ello radica justamente el hecho de que hayan sido erigidas como las representaciones idóneas de las repúblicas americanas, y se hayan erigido luego en textos matrices de una pluralidad de tradiciones, géneros y prácticas cívicas, desde la literatura hasta la escuela. En tanto que discursos narrativos sobre las repúblicas, todas estas obras han sido superadas a medida que maduran las ciencias sociales analíticas, y sin embargo no han sido reemplazadas como textos fuente que informan indirectamente los contenidos escolares y la difusión de la memoria en los medios masivos de comunicación.

Por otra parte, la persistencia de las historias republicanas en la cultura escrita americana ha ocurrido de manera soterrada. En Colombia, por ejemplo, escuelas y editoriales repiten visiones esquemáticas del grito de independencia, las luchas entre federalistas y centralistas, la reconquista española, las campañas bolivarianas, la Batalla de Boyacá, el Congreso de Cúcuta y la disolución de Colombia sin mencionar a José Manuel Restrepo, quien por primera vez y de la manera más sistemática insertó estos hitos históricos en una narración monumental. El resultado de estos argumentos sin autor es que sus versiones canónicas adquieren una cierta resonancia metafísica. La Batalla de Boyacá no es un tema de debate sino una verdad anónima. En tales condiciones se hace imposible un debate racional y tolerante sobre la república, sus épocas y sus temas. Lo sorprendente de esto, a la luz de debates como el promovido por Germán Colmenares en 1987 -en Las convenciones contra la cultura1-, es que no es la intervención de José Manuel Restrepo con su Historia de la revolución la que actúa como una prisión historiográfica, sino la falta de su apropiación crítica por parte de los colombianos de generaciones sucesivas. En último término, fue sobre esta necesidad que Colmenares llamó la atención.

La versión de Restrepo debería ser citable, debatible y superada, pero esto no es posible si ella persiste de manera fantasmal, aparentemente anónima y, por lo tanto, toma visos de "natural". Las historias republicanas deben ser puestas al descubierto, denunciadas si es el caso, pero sobre todo utilizadas y citadas como hitos interpretativos republicanos propios de su tiempo. Hoy ellas conforman un precedente de interpretación, frecuentemente más pertinente que algunas referencias "teóricas" inconexas. Llama mucho la atención, por ejemplo, que en un artículo titulado "Balance de la historia cultural en Centroamérica", presentado en el VII Congreso Centroamericano de Historia celebrado en Tegucigalpa, en julio del 2004, la organizadora de la mesa sobre Historia Cultural sostenga que "la discusión recién se inicia" y proceda a explicar sumariamente las contribuciones generales a la disciplina realizadas por Jacques LeGof, Roger Chartier y Peter Burke2 Se entiende que la ponente no restringe la historia cultural a la historia de la cultura escrita, pero aun así está fuera de lugar la ignorancia de las tradiciones locales de interpretación.

Esto sólo puede ser defendible si se está convencido -como lo estaba Germán Colmenares- de que las historias republicanas no eran más que "convenciones contra la cultura", idea a la que me opuse en otro artículo3 Colmenares se preguntó si era posible que hoy, como ciudadanos, nos identificáramos con los contenidos de las historias republicanas del siglo XIX4 Su respuesta fue que hacerlo condenaría "todo análisis histórico fundado en las ciencias sociales a la ineficacia". Esto ciertamente sucedería si permitiéramos que las historias republicanas permanecieran intactas como formas de interpretación, y que ellas impidieran la elaboración de nuevas5 Pero existe una manera menos agónica de proceder que consiste en la superación de formas anteriores de interpretación por la vía de su comprensión y debate, no de su rechazo. En último término, sólo hablo de una cosa: nuestra capacidad, a la que frecuentemente hemos renunciado, de citarnos a nosotros mismos. Nuestras tradiciones escritas de interpretación son ricas y complejas. En ellas jugaron un papel central las historias republicanas, en tiempos en que no existían las herramientas de las ciencias sociales. Lo que está en juego es el gran provecho que se obtiene de la seguridad en sí mismo, y en la posibilidad de ser un referente de sí mismo. El historicismo americano no nos provee con interpretaciones vigentes, sino con referentes propios de citación.


2. Colección de historias

En el estado actual de la discusión sobre las historias republicanas americanas y su importancia en la cultura escrita de los diferentes países del continente, es recomendable empezar desde lo concreto y no desde lo más general o abstracto. La razón es simple: es posible que en un país como México el nivel de la discusión historiográfica haya sido llevado a un nivel de sofisticación elevado y que se cuente ya con los análisis de Enrique Florescano, de los autores reunidos por Juan A. Ortega y Medina y Rosa Camelo en los dos volúmenes de Historiografía Mexicana, publicados entre 1996 y 1997, o de las monografías de Roberto Castelán Rueda sobre el Cuadro histórico de Carlos María Bustamante y Evelia Trejo sobre el Ensayo histórico de Lorenzo Zavala6 Sin embargo, una cosa es el historicismo mexicano y otra el historicismo americano: son bien diferentes sus términos y relevancia, pues la sofisticación de la discusión historiográfica mexicana es totalmente ciega al hecho de que con sus escritos sobre la república costarricense, Ricardo Fernández Guardia (Alajuela, 1867 - San José, 1950) aspiró a lo mismo que Servando Teresa de Mier, Carlos Bustamante o Lucas Alamán, esto es, a describir y narrar el advenimiento de su propia república y a proveer a sus conciudadanos de un relato común y aceptable. No existe hoy una idea general e interesante que denote y abstraiga lo que tienen en común las historias republicanas americanas. Es necesario empezar por disponerlas para la observación y ulterior comentario. Es decir, es necesario empezar por coleccionarlas.

Las historias republicanas panameñas, costarricenses, nicaragüenses, salvadoreñas y hondureñas son obras menores de la talla de los Apuntamientos históricos (1801-1840), de Mariano Arosemena, inédita en su totalidad hasta 19497; La Independencia. Historia de Costa Rica, de Ricardo Fernández Guardia, publicada en 19288; la Revista política sobre la historia de la revolución de Nicaragua – Defensa de la administración del ex-director don José León Sandoval, de Pedro Francisco de la Rocha, de 18479; los Apuntes para la historia de Honduras, de Robustiano Vera, de 189910; y los Apuntamientos sobre la topografía física de la República de El Salvador, de David J. Guzmán, publicado en 188311 Ninguna de ellas es una obra monumental. Por su parte, en Guatemala se escribieron, publicaron y circularon desde fecha temprana obras monumentales que engañan por su título: las Memorias para la Historia de la Revolución de Centroamérica, de Manuel Montúfar y Coronado, publicada en dos volúmenes en 1832; el Bosquejo Histórico de las Revoluciones de Centro América, de Alejandro Marure, en tres volúmenes, uno de ellos inédito, publicada en Guatemala en 1837; y la Reseña Histórica de Centro América, de Lorenzo Montúfar, publicada en siete volúmenes en Guatemala entre 1878 y 1887. Vale decir que el horizonte de los apuntamientos sobre El Salvador o Panamá, la revista de Nicaragua o los apuntes sobre Honduras tienen como horizonte de representación aquello que dicen sus títulos: El Salvador, Panamá, Honduras o Nicaragua.

En las obras sobre Guatemala los historiadores republicanos tienen en mente todo el horizonte de la antigua Capitanía General de Guatemala, que incluye a todos los países centroamericanos con la excepción de Panamá.

En el caso de Panamá los Apuntamientos históricos de Mariano Arosemena fueron concebidos como una obra provincial circunscrita a la órbita de Colombia o, más precisamente, de Nueva Granada. Esto es, circunscrita a la tradición historiográfica transmitida como legado ineludible en la Historia de la revolución de Colombia de José Manuel Restrepo, cuyo horizonte de representación incluye las actuales Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá. La obra de Restrepo es estudiada hoy como la historia republicana colombiana (en sentido estricto) por excelencia, si bien buena parte de su contenido (batallas libradas en territorio venezolano), resultan ininteligibles e imposibles de ubicar para los actuales colombianos. En Venezuela se la considera importante obra de referencia mas no propia, toda vez que en época temprana Rafael María Baralt logró escribir, publicar y hacer aceptar su Resumen histórico de Venezuela12, y en Ecuador las historias de Pedro Fermín Cevallos y Federico González Suárez proveyeron a ese país con las certidumbres propias de escritores nacidos en lo que hoy es Ecuador13 Cabe anotar que no existen historias de la Federación de los Andes, sueño de Bolívar que se reveló mayor a la fuerza de sus ejércitos, y que las historias de América Latina hasta la década de 1970 - por no hablar de toda América- no son más que agregados de resúmenes de las historiografías nacionales consolidadas en la segunda mitad del siglo XIX14

Si el caso colombiano es ilustrativo por exceso, el argentino lo es por defecto, tal y como lo ilustra Fabio Wasserman15 Si bien fue un país relativamente rico a lo largo del siglo XIX y al que no le faltaron universidades ni hombres de letras desde las últimas décadas del siglo XVIII, su primera historia republicana aceptable es bastante tardía. Me refiero a la Historia de Belgrano y de la Independencia argentina, cuya primera edición aceptada como historia de la república es de 187616 Wasserman explica en su tesis doctoral que la dificultad que enfrentaron intelectuales platenses anteriores a Mitre fue la imposibilidad de predecir los contornos de una república viable a partir de las antiguas provincias del Plata, a las que una cédula real había sumado en 1776 la totalidad del Alto Perú. A ningún republicano del siglo XIX ni posterior se le ha ocurrido escribir una historia que incluya las gestas, tribulaciones y fracasos del conjunto de países que hoy llamamos Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia, aquellos que fueron reunidos por orden de Carlos III en 1776 bajo la jurisdicción del Virreinato de las Provincias del Plata. Perplejos, los escritores del Sur, desde Juan María Gutiérrez hasta Juan Bautista Alberdi, no supieron cómo escribir una historia coherente de este complejo administrativo hasta que los gobiernos sucesivos de Rivadavia, Rosas y el mismo Mitre definieron sus contornos posibles, con exclusión de Bolivia, Paraguay y Uruguay. En la Historia de Belgrano, una cierta Argentina tomaba forma, y su autor la describía atento al proceso que efectivamente condujo a un orden político federal.

La producción de historias republicanas satisfactorias supuso en cada país la sucesión y progresión de diversas obras, autores y géneros de escritura dedicados a la descripción y narración de los nuevos órdenes políticos. Este proceso permitió acumular en cada país bibliotecas republicanas. En la juventud de estas tradiciones republicanas americanas el logro más satisfactorio y el más persistente fue la historia monumental. Así fue desde Canadá hasta la Argentina, pasando por Haití y el Brasil. Lo común es que cada república cuente con una o varias historias republicanas aceptadas como obras que gozan de autoridad. Con la noción de historicismo americano me refiero, pues, a una biblioteca de historias republicanas que comandan autoridad en su país. La mayor parte de las obras en esta colección lleva pie de imprenta del siglo XIX; otras, las de las "repúblicas tardías", han logrado sus propias historias en el siglo XX; unas más no lo han hecho aún, sea porque siguen siendo territorios de ultramar o porque sus intelectuales aún no finiquitan el proceso de escribir, publicar y convencer con historias republicanas de sus países. Limitaciones de número en los contingentes de escritores en ciudades periféricas -algunas de las cuales carecieron de universidades y colegios hasta ya entrado el siglo XX- y el hecho de que algunas repúblicas actuales se conformaron a partir de provincias de repúblicas mayores, explican que no todas cuenten con historias monumentales, sino apenas con apuntamientos, bosquejos o resúmenes. En algunos países estas obras han sido estudiadas y comentadas hasta la sofisticación; en otros, ellas han sido poco discutidas; en todos, ellas son poco conocidas de manera directa por el público en general, si bien sus contenidos simplificados han tenido una difusión generalizada en el sistema educativo básico. En lo que queda de esta sección hago una descripción general de estas obras, las distribuyo en cuatro tipos generales y presento su estudio como el de una colección bibliográfica. Es decir, discuto las historias republicanas americanas como una biblioteca que continúa en mora de ser reunida.

Por lo general impresas en cuarto o en octavo, los contenidos de estas historias monumentales no caben en un volumen. Carlos María de Bustamante requirió de diez, Diego Barros Arana de diez y seis, Gustavo Adolpho de Varnhagen de cinco, José Manuel Restrepo de cuatro y Bartolomé Mitre de tres. Estas historias ocupan miles de páginas y millones de palabras. En su tiempo (la mayor parte fueron escritas y circularon en el siglo XIX), estas obras eran comúnmente vendidas sin sus pastas, y cada comprador debía pagar la encuadernación a su gusto. Hoy en día sobreviven los ejemplares encuadernados en pasta dura, con papel de mármol en la cubierta y con sus múltiples lomos llamativos en mejor o peor estado de conservación. Los ejemplares sin encuadernar son raros, pues aquellas resmas de papel difícilmente habrían sobrevivido sin la protección de pastas duras y el puesto que sus lomos les abrían en bibliotecas prestigiosas que han podido ser conservadas durante generaciones. Los cuatro volúmenes de la Historia de la revolución de Colombia de José Manuel Restrepo (Besanzón, 1858) contienen 3.000 páginas y cerca de un millón de palabras.

Las historias republicanas que han recibido mayor atención son aquellas cuyo tema es el de las revoluciones y guerras de independencia. Llevan la palabra revolución en el título, y el nombre de la república de que tratan. Ejemplos de este tipo de obras son la History of the Rise, Progress and Termination of the American Revolution [de los Estados Unidos] de Mercy Otis Warren (Boston, 1805), el Cuadro histórico de la revolución mexicana de Carlos María Bustamante (Londres, 1828), la Historia de la revolución de Colombia de José Manuel Restrepo (primera edición en París, 1827; edición definitiva en Besanzón, 1858), y el Resumen de la historia de Venezuela desde al año de 1797 hasta el de 1830, de Rafael María Baralt y Ramón Díaz (París, 1841)17 Éste es el primer fondo en mi colección de historicismo americano, y su principal característica es que en él se reúnen las narraciones, discursos y legitimaciones más explícitos sobre las nuevas repúblicas con énfasis en las revoluciones y guerras de independencia.

El segundo tipo de obras monumentales republicanas son las historias generales, aquellas que incorporan el periodo colonial y la revolución de independencia, y en algunos casos se aventuran en la descripción del pasado prehispánico. Ejemplos de ellas son las historias ecuatorianas, sucesión de dos títulos basados en un notable precedente colonial: en 1870 Pedro Fermín Cevallos publicó su Resumen de la historia del Ecuador, en diez volúmenes. Cevallos se basó en la Historia del Reino de Quito, del ex-jesuita Juan de Velasco (1727 - 1792) para sustentar una defensa de largo aliento del reprimido movimiento revolucionario de 1809. En respuesta a Cevallos, el obispo de Ibarra, Federico González Suárez, publicó entre 1890 y 1903 su Historia general de la República del Ecuador18 También es una historia general, y no únicamente de la independencia, la Histoire d'Haiti de Thomas Madiou, que cubre el periodo 1492-1827. En cuanto al Brasil, Francisco Adolfo de Varnhagen publicó su História Geral do Brasil entre 1854 y 1857 y su História da independância do Brasil salió a la luz póstumamente en 191719 La primera cubre el periodo colonial, desde 1500 hasta 1821, y la segunda trata la independencia. La historiografía chilena del siglo XIX, rica en intentos preliminares, también desembocó en una historia general monumental, publicada por Diego Barros Arana entre 1884 y 1902, que empieza con un discurso sobre los indígenas de Chile y termina con la sanción de la constitución de 1833. Barros Arana había publicado entre 1854 y 1858 una Historia general de la independencia de Chile en cuatro tomos20 En estas historiografías se logra la incorporación del pasado colonial -y en el caso excepcional de México, incluso del pasado prehispánico- al patrimonio histórico de la república21

El tercer fondo de mi biblioteca de historicismo americano está compuesto por obras menores escritas antes y después de las historias republicanas monumentales y canónicas. En la colección serial de estas obras puede estudiarse la progresión de géneros, autores y títulos que conforman tradiciones republicanas de escritura. Son frecuentes los casos en que a una historia republicana satisfactoria la anteceden volúmenes en que se editan papeles originales de archivo, como es la Colección de documentos para la historia de Costa Rica de León Fernández Bonilla22 Aún más frecuentes son los compendios o manuales derivados de historias republicanas canónicas, como es el caso del Compendio de la Historia de la Revolución de Colombia para el uso de las escuelas oficiales, del bogotano Constancio Franco Vargas23 En estos dos tipos de obras se aprecia claramente la intención de contribuir a la elaboración de una historia republicana satisfactoria cuando aún no se cuenta con ella o, cuando ya existe, de divulgarla para un público más amplio, por lo general reunido en la escuela. En este tercer fondo de mi biblioteca del historicismo americano la progresión serial resulta evidente, desde la recuperación erudita hasta la divulgación de ideas canónicas entre los ciudadanos más jóvenes de las repúblicas.

El cuarto fondo de esta biblioteca consta de un abanico de obras temáticas que resultan posibles una vez que un historiador ha logrado escribir, publicar y hacer aceptar su versión del nacimiento republicano. Satisfechos con esa obra, los escritores posteriores pueden embarcarse en la escritura de historias de la literatura, la iglesia, las constituciones, el arte, las ciencias, etc. Recomiendo como idea rectora en la colección de este cuarto fondo la noción de bibliotecas republicanas. Los casos de México y Colombia son paradigmáticos, pues en ambos países se escribieron en fecha temprana obras históricas monumentales y satisfactorias, y se acumularon ricas bibliotecas republicanas cuyos autores, satisfechos con el trabajo de un predecesor, pudieron concentrarse en la documentación de instituciones, aspectos o temas de la vida republicana.

En resumen, la colección de una biblioteca de historicismo americano puede empezar por la obra principal (monumental o no) de cada uno de los actuales países de América, desde Canadá hasta Chile. Esto es, la colección de todos los títulos comparables con la History of Canada de William Kingsford (Toronto, 1887-1898, diez volúmenes) y la Historia General de Chile de Diego Barros Arana (Santiago, 1884-1902, diez y seis volúmenes), sin excluir modestos logros periféricos como la Revista política sobre la historia de la revolución de Nicaragua de Pedro Francisco de la Rocha. Puede continuarse con la colección de obras menores en las que pueda estudiarse la intención de contribuir a una historia republicana imaginada y la convicción personal de no poder lograrla, tales como el Bosquejo de la República de Costa Rica seguido de Apuntes para su Historia, de Felipe Molina24 Es posible cerrar este ciclo con la consideración de los mejores manuales, compendios y resúmenes dedicados a la difusión de ideas contenidas en las grandes historias republicanas; me refiero a libros de pequeño formato y frecuentemente en forma de catecismos, como la Historia de Colombia Contada a los Niños, de José Joaquín Borda25 Hace falta diseñar un cuestionario que permita reunir las mejores obras clásicas americanas sobre diversos temas, desde las civilizaciones prehispánicas hasta las historias literarias, eclesiásticas, del arte y de la ciencia. A este respecto ninguna biblioteca del historicismo americano puede ignorar obras como la Descripción Histórica y Cronológica de las Dos Piedras, de Antonio de León y Gama (México, 1792), la Historia de la literatura de la Nueva Granada, de José María Vergara y Vergara (Bogotá, 1867), el Cuadro descriptivo y comparativo de las lenguas indígenas de México de Francisco Pimentel (segunda y definitiva edición en México, Tipografía de Isidoro Epstein, 1874) ni The Canadian Canals del ingeniero e historiador William Kingsford (Toronto, 1865).

No está de más afirmar que todas estas son obras citables, discutibles y provechosas, y que prescindir de ellas resulta demasiado costoso si queremos comprender hoy la importancia política que tuvo y sigue teniendo la ingeniería en la integración política del Canadá (piénsese por ejemplo en el megaproyecto energético Hydroquébec), la diversidad de las lenguas mexicanas, la historia de la literatura colombiana o, de manera más general, debatir las prioridades morales en los órdenes políticos de las republicas americanas hoy. Si ignoramos la historia de nuestra propia interpretación corremos riesgos de diversos tipos. Unos menores, como asentir bocabiertos ante nociones espurias sobre la cultura escrita americana que circulan, por ejemplo, en la prensa dominical francesa y son del tipo "Fernando Vallejo es un Céline suramericano"26 Otros mayores, como delegar la voz en la discusión de nuestros debates nacionales y regionales más acuciantes. Podríamos posponer nuestra propia voz ante temas tan serios como la originalidad de nuestros poetas o la administración de justicia a ejércitos enteros de narcotraficantes descuartizadores.


3. Bibliotecas, archivos y viajes

Excelentes colecciones de historias americanas pueden encontrarse en no menos de media docena de grandes bibliotecas del mundo. La búsqueda de los Apuntes para la historia de Honduras de Robustiano Vera en catálogos en línea arroja los siguientes resultados: el libro existe en las bibliotecas nacional de México, nacional de Chile, nacional de la República Argentina, de la Universidad de Texas en Austin, en la del Congreso de los Estados Unidos, en la British Library, en la Bodleian Library de Oxford, en la nacional de Francia (BNF) y en la nacional de España (BNE), si bien en esta última no existen copias disponibles actualmente. El libro no se encuentra en la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá, en la University Library de Cambridge, en la Ambrosiana de Milán, en la Biblioteca Nacional de Brasil ni en los Library and Archives de Canadá. En principio, pues, es posible acceder a lo que propuse como los primeros dos fondos de mi biblioteca de historicismo americano (historias de las revoluciones y guerras de independencia e historias generales) en Santiago de Chile, México, Buenos Aires, Washington, Londres, Oxford, París y Madrid. En cuanto a las principales obras monumentales hispanoamericanas, no ya los Apuntes de Robustiano Vera sino aquellas que estudió Germán Colmenares en Las convenciones contra la cultura, ellas pueden leerse, si bien con limitaciones, en Bogotá, La Paz y Nueva York. En bibliotecas públicas de Bogotá no existen libros canadienses anteriores a 1911, y en ninguna biblioteca latinoamericana se encuentran los diez volúmenes de la History of Canada de William Kingsford (en la Biblioteca Nacional de Chile puede consultarse History, statistics and geography of upper and lower Canada, de R. Montgomery Martin - Londres, 1838, un volumen de 356 páginas- y en la Biblioteca Nacional en Buenos Aires puede leerse The constitutional history of Canada de Samuel James Watson, publicado en Toronto en 1874).

Cuando en 1986 Germán Colmenares se mudó a Cambridge, Inglaterra, lo hizo para poder disponer de la colección de historias republicanas latinoamericanas reunidas en la University Library. Allí, Colmenares pudo leer ejemplares de las primeras ediciones de las obras de Diego Barros Arana, Gabriel René Moreno, José Manuel Restrepo, Bartolomé Mitre, Rafael Baralt y Mariano Felipe Paz Soldán, entre otros historiadores suramericanos del siglo XIX. Fue gracias a esa colección dispuesta en Cambridge que Colmenares pudo escribir Las convenciones contra la cultura. Luego de pasar días o tardes enteras leyendo la Historia General de Chile de Barros Arana, por ejemplo, el historiador colombiano podía salir a dar un paseo por The Backs, tomarse unas cervezas en un pub de Benet's Street o aceptar una invitación a la casa de David Brading. La colección discutida en Convenciones fue reunida por sucesivos empleados de Cambridge, probablemente desde el siglo XIX, y el corolario de las lecturas vespertinas de Colmenares en la biblioteca fue, cotidianamente, el salir a comprender la vida de los ingleses, de la que el colombiano fue testigo y parte durante un año. Así, mientras vivía y comprendía una cultura diferente, Colmenares comentó una colección de historias reunida según criterios ajenos a los suyos propios, y sin el soporte de colecciones de documentos inéditos ni el beneficio del viaje a los países cuya historia leía.

El estudio de los múltiples temas relacionados con el historicismo americano no tiene por qué reducirse a la lectura y comentario de una o varias historias republicanas impresas. Si se quiere emprender de manera provechosa, por ejemplo, una monografía sobre una historia republicana particular -digamos la Histoire d'Haiti de Thomas Madiou- dos horizontes de información pueden ser bastante provechosos, más allá de la obra misma. En primer lugar, el horizonte bibliográfico y archivístico, y en segundo lugar, el viaje a Haití. Ambos horizontes permitirán acceder a información valiosa que puede correlacionarse con la obra en cuestión e iluminarla. En archivos y bibliotecas haitianos es posible documentar, por ejemplo, el profesorado de Thomas Madiou en el sistema escolar republicano; el encargo de escribir la historia de su país hecho por su jefe en el Ministerio de Educación, Beaubrun Ardouin, él mismo historiador; la colaboración de ambos en el periódico Le Moniteur; en fin, las relaciones de Madiou con el poder público durante el gobierno de Boyer, con el mundo de las letras haitianas de su tiempo y con sus lectores. El viaje a Haití permite comprender el lugar que ocupa la obra hoy en las bibliotecas, el mundo de la edición y de la enseñanza. Más aún, permite contrastar las ideas históricas de Madiou con los diagnósticos de los científicos sociales e historiadores activos hoy, como Michel-Rolph Trouillot, y con las políticas de estado vigentes y el poder que tienen hoy las opiniones cultas en la sociedad nacional haitiana. El viaje permite sondear aspectos más sutiles aún, como el significado actual del negrismo, la crítica de la tradición mulata de interpretación, las expectativas de los nuevos lectores y el nivel de persistencia de una historia republicana escrita hace más de ciento sesenta años.

Sólo el viaje permite hacerse a ideas -fragmentarias, por supuesto- de lo que significan las voces "Haití", "Canadá" o "Costa Rica". Tales ideas pueden contrastarse con las definiciones de esas mismas voces acuñadas por escritores republicanos que han sido leídos y divulgados durante más de un siglo y que siguen teniendo influencia innegable en la imaginación republicana. El viaje también permite la colección de un muestrario de la biblioteca republicana que efectivamente circula o se conserva. En Costa Rica hoy, por ejemplo, se reeditan, se venden en la Librería Universitaria y se compran las obras de Ricardo Fernández Guardia; en Panamá se regalan en la Biblioteca Nacional los Apuntamientos de Mariano Arosemena porque nadie más los consulta; en Nicaragua sólo se puede consultar una fotocopia de la Revista política de Pedro Francisco de la Rocha en el Instituto de Estudios Históricos de Nicaragua y Centroamérica de la Universidad Centroamericana, el repositorio mejor manejado del país. En la Librería Cultural en Panamá, al final de la Vía España, se consiguen ediciones recientes de El Estado Federal de Justo Arosemena, pero no los Apuntamientos de su padre, Mariano, que sólo fueron impresos en 1949 y nunca han sido reeditados. En la cadena de librerías nicaragüenses Hispamer se puede comprar una rica bibliografía sobre Rubén Darío y, si alguien quisiera hacerlo, una colección de diatribas antisandinistas, pero ni el catálogo digital ni los empleados dan razón del historiador republicano Pedro Francisco de la Rocha. En México son raras y carísimas las primeras ediciones de las obras de los cinco grandes historiadores de la república en el siglo XIX (Mier, Bustamante, Zavala, Alamán y Mora), y no se las consigue en librerías de cadena, donde están, como se dice en Estados Unidos e Inglaterra, out of print. Con esfuerzo se les puede conseguir en librerías de viejo en Coyoacán, en ediciones universitarias de mediados del siglo XX y a precios altos. En Colombia una copia de la primera edición de la Historia de la revolución de Colombia de José Manuel Restrepo, junto con el Atlas de Colombia, se consigue por 1.500 dólares (también existen ediciones populares), mientras que desde Estados Unidos envían por menos de 50 los dos tomos de la History of the Rise, Progress and Termination of the American Revolution de Mercy Otis Warren en una de las tres ediciones recientes.

Existe otro aspecto en el que los repositorios de documentos inéditos, tanto archivos públicos como privados, están llamados a enriquecer una buena colección de historicismo americano. Lo cierto es que no todas las historias o comentarios de otro tipo sobre las repúblicas americanas han sido publicados y todas las bibliotecas republicanas son cuerpos en crecimiento. Corresponde al investigador del historicismo americano enriquecer esta colección. Dos ejemplos bastarán para ilustrar este punto, uno relacionado con la existencia de historias inéditas y otro con la mejor comprensión de las que sí fueron impresas. El 3 de abril de 1823, el escritor payanés Manuel Pombo respondía una carta de José Manuel Restrepo en la que el Secretario del Interior de Colombia, por entonces enfrascado en la escritura de su Historia de la Revolución, solicitaba de su antiguo conocido documentos para su obra. Pombo escribía:

    "Con vista de muchos documentos originales e impresos y de las recientes ideas que conservaba de los sucesos de nuestra transformación política en la Nueva Granada y en Venezuela, trabajé sus memorias desde la llegada de San Llorente hasta muy cerca de la invasión de Morillo [...] Remití [los cuadernos] a Cartagena a Juan de Dios Amador para su impresión. Morillo parece que cogió algunos [y] a la entrada de Sámano, cuando me echaron el guante, hice que mi yerno Rafal guardara las copias en paraje seguro, y fueron a dar a una pared de la casa de unas beatas, en donde por la casualidad de haberlas visto una negra realista, tuvieron la suerte de las brujas y perdí un trabajo bastante prolijo en obsequio de la patria [...] Los documentos perecieron en la quema general de mis papeles patrióticos, de modo que no me dejaron más que algunas pocas especies que conservo en la memoria, desde luego ya imperfectas con el transcurso del tiempo y de los muchos mareos que ha sufrido mi cabeza atravesando dos veces el Atlántico de ida y vuelta"27

El manuscrito que Pombo dice haber escrito sobre la historia de las revoluciones de Nueva Granada y Venezuela entre 1809 y 1816 correspondería a una historia inédita de la que no se tenía noticia hasta hoy, y que probablemente se conserve en uno de los archivos españoles que guardan papeles de Pablo Morillo. Su interés, de encontrarse, sería el de ser la única historia sobre ese periodo y tema escrita por un federalista de la Primera República neogranadina, y un antecedente significativo de la historia de Restrepo. Investigaciones de archivo también permiten documentar las historias publicadas y sus contextos de escritura. Es el caso, por ejemplo, de la Historia eclesiástica y civil de José Manuel Groot, publicada en Bogotá entre 1869 y 1871. La obra impresa se compone de tres volúmenes que cubren el periodo 1500-1831. La consulta del Archivo y Biblioteca José Manuel Rivas Sacconi (descendiente directo de Groot), permite establecer que el plan del historiador era llegar hasta 1860 y, con sus papeles, documentar la existencia de un cuarto tomo de la obra, concebido e investigado, si bien no escrito28 La consulta de archivos también permite comprender cómo la Historia de la revolución de Colombia de José Manuel Restrepo fue impresa en París en los años en que el país perdía su crédito internacional a raíz de la quiebra en Londres de la Casa Goldschmidt. La burbuja de especulación financiera que originó Colombia puede correlacionarse significativamente con la especulación historiográfica que hizo que la Historia de la Revolución de Restrepo incluyera, junto con la Nueva Granada, a Venezuela y Ecuador, órdenes políticos en los que al menos desde 1826 se preparaba la autonomía y, con ella, historias republicanas propias.

Para concluir cabe insistir en lo siguiente: la biblioteca del historicismo americano es un cuerpo vivo y en crecimiento. Cuerpo de cultura escrita que vive porque guarda una constante relación con la continuidad y el presente de las repúblicas que ayudó a definir, y con sus lectores, a quienes por primera vez hizo conscientes de sí mismos como republicanos. En crecimiento porque tanto su inventario como su colección y comentario son tareas incesantes. La biblioteca del historicismo americano debe coleccionarse viajando, y enriquecerse en los archivos. Luego nos cabe el provecho de citarla y comentarla como lo que es: el primer acervo rico y sistemático para la interpretación y discusión de todo aquello que es propio, específico y único de las repúblicas americanas.


Comentarios

* Este artículo es un avance de la investigación que el autor está adelantando sobre la noción de historicismo americano.

1 Germán Colmenares, Las convenciones contra la cultura – Ensayos de historiografía hispanoamericana del siglo XIX (Bogotá: Tercer Mundo Editores, 1987).

2 Patricia Vega Jiménez, "Balance de la Historia Cultural en Centro América", en Diálogos – Revista Electrónica de Historia 6:2 (agosto 2005 - Febrero 2006): 40-51.

3 Sergio Mejía, "¿Qué Hacer con las Historias Latinoamericanas del siglo XIX? A la memoria del historiador Germán Colmenares", en Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura 34 (2007): 425-458.

4 Germán Colmenares, Las convenciones contra la cultura, 202.

5 Esto fue justamente lo que Colmenares temió y denunció en un artículo de 1986, precedente de Las convenciones contra la cultura; ver: Germán Colmenares, "La Historia de la Revolución de José Manuel Restrepo: Una Prisión Historiográfica", en La Independencia: Ensayos de Historia Social (Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, Subdirección de Comunicaciones Culturales, 1986).

6 Enrique Florescano, Memoria mexicana (México: Joaquín Moritz, 1987); e Historia de las historias de la nación mexicana (México: Taurus, 2002); Juan A. Ortega Medina y Rosa Carmelo, coordinadores, Historiografía Mexicana, cuatro volúmenes, dos de ellos pertinentes para el estudio de las historias republicanas: volumen III, Virginia Guedea, coordinadora, El surgimiento de la historiografía nacional (México: UNAM, 1986), y volumen I V, Antonia Pi-Suñer Llorens, En busca de un discurso integrador de la nación, 1848-1884 (México: UNAM, 1987); Roberto Castelán Rueda, La fuerza de la palabra impresa – Carlos María Bustamante y el discurso de la modernidad (México: FCE, 1997); Evelia Trejo, Los límites del discurso – Lorenzo de Zavala, su "Ensayo histórico" y la cuestión religiosa en México (México: FCE, 2001).

7 Mariano Arosemena, Apuntamientos históricos (1801-1840) (Panamá: Biblioteca de Autores Panameños, Publicaciones del Ministerio de Educación, 1949); la obra fue publicada parcialmente como folleto en 1868, versión en la que la narración llegaba a 1821. El manuscrito completo llegó a manos de Ernesto J. Castillero, quien lo editó y publicó completo por primera vez en 1949.

8 Ricardo Fernández Guardia, La Independencia y otros episodios (San José: Imprenta Trejos, 1928, 419 páginas).

9 Pedro Francisco de la Rocha, Revista política sobre la historia de la Revolución de Nicaragua y defensa de la administración del ex-director Don José León Sandoval (Granada: Imprenta de la Concepción, 1847, 72 páginas).

10 Robustiano Vera, Apuntes para la historia de Honduras (Santiago de Chile: Imprenta de El Correo, 1899, 316 páginas).

11 David J. Guzmán, Apuntamientos sobre la topografía física de la República de El Salvador (San Salvador: Tipografía El Cometa, 1883, 525 páginas).

12 Rafael María Baralt y Ramón Díaz, Resumen de la Historia de Venezuela (París: H.Fournier, 1841, dos volúmenes).

13 Ver la nota 18.

14 Ricardo Levene, director, Historia de América (Buenos Aires: Editorial Jackson, 1940, 14 volúmenes).

15 Fabio Wasserman, Entre Clio y la Polis – Conocimiento histórico y representaciones del pasado en el Río de La Plata, 1830-1860 (Buenos Aires: Teseo, 2008).

16 Bartolomé Mitre, Historia de Belgrano y de la Independencia Argentin (tercera edición definitiva en Buenos Aires: Félix Lajouane editor, 1876, tres tomos; ediciones parciales de 1857 y 1858); e Historia de San Martín y de la Emancipación Sudamericana (segunda edición definitiva en Buenos Aires: Félix Lajouane editor, 1890, cuatro tomos; primera edición parcial en 1887). Vicente Fidel López, Historia de la República Argentina – Su Origen, su Revolución y su Desarrollo Político hasta 1852 (edición definitiva en Buenos Aires: Roldán, 1916, 10 volúmenes); existe una edición anterior, parcial, titulada La Revolución Argentina – Su Origen, sus Guerras y su Desarrollo Político hasta 1830 (Buenos Aires: Imprenta de Mayo, 1881, cuatro volúmenes).

17 Mercy Otis Warren, History of the Rise Progress and Termination of the American Revolution, interspersed with Biographical Political and Moral Observations (Boston: Manning and Loring, 1805, tres volúmenes; el manuscrito fue terminado en 1788 y permaneció inédito 17 años). José Manuel Restrepo, Historia de la Revolución de la República de Colombia (primera edición parcial, correspondiente a la tercera parte de la obra defnitiva en París: Dramard Baudry, 1827, 10 volúmenes en dieciseisavo, 16 X 10.5 cm.); segunda edición y defnitiva con el título Historia de la revolución de Colombia en la América Meridional (Besanzón, Francia: Imprenta de José Jacquin, 1858, cuatro volúmenes en octavo, 19.5 X 12.5 cm.). Carlos María Bustamante, Cuadro Histórico de la Revolución Mejicana (Londres: R. Ackermann, 1828, diez volúmenes). Rafael María Baralt y Ramón Díaz, Resumen de la historia de Venezuela desde el año de 1797 hasta el de 1830 (París: H. Fournier, 1841, dos volúmenes).

18 Juan de Velasco (ex-jesuita), Historia del Reino de Quito en la América Meridional, primera edición póstuma en Quito, 1841-1844, tres volúmenes; el manuscrito fue dedicado por el autor en 1789; Pedro Fermín Cevallos, Resumen de la historia del Ecuador (Lima: Imprenta del Estado, 1870, diez volúmenes); Federico González Suárez (obispo de Ibarra), Historia general de la República del Ecuador (Quito, Imprenta del Clero, 1890-1903, siete volúmenes).

19 Thomas Madiou, Histoire d'Haiti (Port au Prince: Imprimérie de Jh. Courtois, 1847, tres volúmenes); Francisco Adolfo de Varnhagen, Historia geral do Brazil, isto é do descobrimento, colonisação, legislação e desenvolvimento deste estado, hoje imperio independente (Rio de Janeiro: E. e H. Laemmert, 1854-1857, dos volúmenes); del mismo autor, Historia da independância do Brasil até ao reconhecimento pela antiga metropole (Rio de Janeiro: Imprensa Nacional, 1917, 598 páginas).

20 Diego Barros Arana, Historia general de la independencia de Chile (Santiago: Imprenta del Ferrocarril, 1854-1858, cuatro volúmenes); Historia General de Chile (Santiago: Rafael Jover Editor, 1884-1902, 16 volúmenes).

21 De la rica biblioteca republicana mexicana sobre temas prehispánicos, cabe mencionar el Cuadro descriptivo y comparativo de las lenguas indígenas de México de Francisco Pimentel, segunda y definitiva edición (México: Tipografía de Isidoro Epstein, 1874), y de Manuel Orozco y Berra su Historia Antigua y de la Conquista de México (México: Tipografía de G. A. Esteava, 1880, cuatro volúmenes).

22 León Fernández Bonilla, compilador, Documentos para la historia de Costa Rica, volúmenes I-III (San José: Imprenta Nacional, 1883); volúmenes IV-V, titulados Documentos especiales sobre los límites de Costa Rica y Colombia (París: Imprenta P. DuPont, 1886); volúmenes VI-X (Barcelona: Imprenta Viuda de L. Tasso, 1907), colección editada por Ricardo Fernández Guardia, hijo del autor.

23 Constancio Franco Vargas, Compendio de la Historia de la Revolución de Colombia para el uso de las escuelas oficiales, publicado por entregas en el periódico El Maestro de Escuela, Bogotá, 1880-1881.

24 Felipe Molina, Bosquejo de la República de Costa Rica seguido de Apuntes para su Historia, con varios mapas, revistas y retratos (Nueva Cork: Imprenta de S. W. Benedict, 1851).

25 José Joaquín Borda, Historia de Colombia Contada a los Niños (Bogotá: Imprenta de El Mosaico, 1872).

26 Jacques Fressard, en la carátula de: Fernando Vallejo, Los caminos de Roma (Bogotá: Alfaguara, 2004), segunda edición.

27 Carta de Manuel Pombo a José Manuel Restrepo, fechada en Popayán el 3 de abril de 1823. En: Archivo Histórico Restrepo, Fondo IX, Correspondencia, volumen 6 (Cartas recibidas), f. 107.

28 Sergio Mejía, "Capítulo Quinto – Un Cuarto Tomo de la Historia Eclesiástica y Civil de Nueva Granada", en El Pasado como Refugio y Esperanza – La Historia Eclesiástica y Civil de José Manuel Groot, 1800-1878 (Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, Universidad de los Andes, [2009?]).

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