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Historia Crítica

versión impresa ISSN 0121-1617

hist.crit.  n.41 Bogotá mayo/ago. 2010

 

"HAMBRIENTO UN PUEBLO LUCHA".
LA ALIMENTACIÓN EN LOS EJÉRCITOS DEL REY Y DEL LIBERTADOR
DURANTE LA INDEPENDENCIA DE COLOMBIA (1815-1819)[*]

Abel Fernando Martínez Martín y Andrés Ricardo Otálora Cascante
Doctor en Medicina de la Universidad Nacional de Colombia y Magister en Historia de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (uptc), Tunja, Colombia. Profesor Asociado de la Escuela de Medicina uptc y Director del Grupo de Investigación Historia de la Salud en Boyacá-uptc. Entre sus publicaciones recientes se encuentran: con Juan Manuel Ospina Díaz, Fred Gustavo Manrique-Abril y Bernardo Meléndez Álvarez, "Antes, durante y después de la visita de la 'Dama Española': Mortalidad por Gripa en Boyacá, Colombia 1912-1927", Varia Historia 25: 42 (2009): 499-517; con Juan Manuel Ospina, y Oscar Fernando Herrán, "Impacto de la pandemia de gripa de 1918-1919 sobre el perfil de mortalidad general en Boyacá, Colombia", Brasil Historia, Ciencias, Saúde-Manguinhos 14 (2009) 53-81. abelfmartinez@gmail.com


Odontólogo, especialista en Antropología Forense y Magíster en Antropología de la Universidad Nacional de Colombia sede Bogotá. Profesor de cátedra de la Facultad de Odontología de la misma universidad. Pertenece al Grupo de Investigación en Antropología Biológica de la Universidad Nacional. Algunas de sus publicaciones recientes son: con Diana Ramírez y Ricardo Parra, "Identificación de fitolitos en el cálculo dental de individuos prehispánicos del valle del rio Cauca, Colombia", en Matices Interdisciplinarios en Estudios Fitolíticosy de Otros Microfósiles, eds. M. A. Korstanje y M. del P. Babot (Oxford: British Archaeological Reports-BAR International Series S1870, 2008), 209-217; con Abel Martinez Martin, "Institucionalización de la Medicina Legal en Colombia en las primeras décadas del siglo XX", Salud, Historia y Sanidad 2: 3 (2007): 4-17. arotalorac@unal.edu.co.


RESUMEN

Dentro del análisis de las condiciones de salud de los ejércitos de la independencia, es importante determinar, además de las enfermedades y el aparato sanitario, la alimentación de los ejércitos. Este artículo da una perspectiva de la alimentación a través de las fuentes primarias, en especial descripciones y diarios militares, en tres ambientes geográficos, ecológicos y temporales diferentes: los llanos de Venezuela, el sitio de Cartagena y la marcha a través de la Cordillera de los Andes en la campaña de Boyacá de 1819. Estos ambientes determinaron la provisión, el acceso y el consumo de alimentos de los beligerantes.

PALABRAS CLAVE
Alimentación, guerra de independencia, ejército expedicionario de Costa Firme, ejército libertador de Nueva Granada.


"A HUNGRY PEOPLE FIGHT": FOOD IN THE ARMIES OF THE KING AND LIBERATOR DURING THE INDEPENDENCE OF COLOMBIA (1815-1819)

ABSTRACT

To analyze the state of health within the armies fighting the Wars of Independence, it is important to examine food they consumed rather than just diseases and sanitary conditions. This article examines the issue of sustenance by exploring primary sources, especially military descriptions and diaries, in three different geographic and ecological regions and moments: the llanos of Venezuela, the Siege of Cartagena, and the march across the Andean cordillera during the Campaign of Boyacá in 1819. These different environments determined the provision, access and consumption of food by the warring factions.

KEY WORDS
Food, Wars of Independence, the Expeditionary Army of Costa Firme, the Liberating Army of New Granada.

Artículo recibido: 15 de enero de 2010; aprobado: 12 de marzo de 2010; modificado: 19 de abril de 2010.


INTRODUCCIÓN

Las condiciones de salud de los ejércitos del Rey y Libertador en el periodo que comprende de 1815 a 1819 son parte de los imaginarios de la Nación, pero pocos estudios han partido de una perspectiva diferente a la historia académico-militar. En el espacio geográfico donde combatieron las tropas de los ejércitos regulares defensores de la Monarquía y de la República, en aquella tramoya compleja de diversos climas, paisajes, faunas, vegetaciones y ambientes rápidamente variables, desde el sol de Costa Firme hasta las intensas lluvias y el frío de los páramos, están los recursos, especialmente los alimentarios, con los que deben contar los ejércitos en contienda y aquellos quienes los proveen. Su subsistencia depende de los sembrados, del ganado, del dinero, de los vestidos y del abrigo que les proporcionan las voces anónimas de los convulsos territorios americanos.

A través de la alimentación, factor determinante para el mantenimiento de la salud, que le permite al individuo responder a situaciones de estrés físico, a las enfermedades infecciosas y a la recuperación de las heridas, se procura dar una perspectiva en tres ambientes geográficos, ecológicos y temporales diferentes: los llanos de Venezuela, el sitio de Cartagena de Indias en la costa Caribe y la marcha de los ejércitos a través de la Cordillera Oriental de los Andes en la campaña de Boyacá de 1819. Las descripciones del ambiente, del clima y de la alimentación son variadas, y esta diversidad y profusión en su descripción son una herramienta invaluable en las explicaciones sobre las condiciones de la salud de los ejércitos de la independencia.


1.
Volviendo sobre la independencia

Los relatos sobre la guerra durante la independencia de la América hispánica se inician con las memorias de sus participantes, que hacen las primeras descripciones de los sucesos. Entre éstas vale la pena mencionar las de Vawell, O'Leary y Santander, por el lado de la tradicional historia del ejército libertador, y los menos conocidos Sevilla, Arambarri y el propio Morillo, por los soldados del Rey. Además existe una valiosa serie de crónicas de los miembros de la Legión Británica, que se centran en describir los aspectos cotidianos del país, entre los que se cuentan las anónimas de un oficial de la Legión titulada "¡Guerra a Muerte!", y las del médico James Robinson, ambas publicadas en Londres en los años veinte del siglo XIX.

Desde los inicios de las conmemoraciones y rememoración de las batallas de este imaginario independentista bañado en sangre de héroes, ha existido abundante historiografía académica[1]. Sobresalen también algunas obras de historia militar que copan gran parte de la historiografía del sesquicentenario, tales como la de Camilo Riaño y las recopilaciones documentales de Horacio Rodríguez Plata.

En los años setenta y ochenta del siglo XX aparecen una serie de trabajos norteamericanos que analizan otros aspectos de la independencia en Latinoamérica, enfocados en el derrumbe de la Monarquía absoluta: Woodward (1968), Woodham (1970), Anna (1978), Archer (1983), Reid Andrews (1985) y finalmente Glick (1991)[2], quien explora la relación entre los estudios científicos ilustrados en los reinos de Indias y la independencia, línea histórica ampliamente desarrollada en el país. En Colombia vale la pena mencionar el trabajo de Colmenares (1986) sobre la obra fundadora de estudios históricos e imaginarios de José Manuel Restrepo, titulada Historia de la Revolución de la República de Colombia[3].

A partir de la aparición de una obra clave para estos estudios, Modernidad e Independencias, de François-Xavier Guerra, surge una cantidad apreciable de estudios centrados en España y México y un renovado interés por entender el proceso. Estas nuevas corrientes intentan explicar el derrumbe del imperio colonial y emplean el estudio de los actores sociales, abordando un proceso que parece muchas veces vedado tras el mito fundador de la república.

La unificación, la reconstrucción de la memoria política y la legitimación de la Nación fue una tarea a la que se avocaron los distintos grupos en conflicto. A través de sus voceros, el nacionalismo hizo uso de una serie de metáforas y símbolos que harían parte de la propaganda de guerra empleada por los beligerantes, la cual fue descrita en trabajos como los de Archer (1983), Guerra (1992), Lommé (1993), König (1994) y Chust (2008)[4]; seguidos por aquellos en los cuales se analiza el ejército de América, las milicias y los cuerpos armados, así como una serie de trabajos recientes sobre los liberales enviados a América en las expediciones para el restablecimiento de los derechos del Rey: Cuño (2008), Marchena y Chust (2007), Earle (2000), Kuethe (1993) y Marchena (1992)[5]. Para el área de las actuales Colombia y Venezuela se han realizado trabajos principalmente para la costa Caribe, y existen algunos dedicados a los ejércitos de la República, como el de Thibaud en 2003[6].

Éste, aparte de ser un periodo revolucionario, es un periodo complejo, confuso, que bien valdría la multiplicación de trabajos en campos diferentes con el fin de matizarlo, para lo cual es necesario hacer una etnografía de las fuentes, con el fin de rescatar los testimonios de sus protagonistas. Christon Archer, al hablar sobre la historia militar en la Nueva España, intenta demostrar cómo, a pesar de que la historiografía de la guerra se considere abundante y hasta excesiva para el periodo de la independencia, necesita de nuevos métodos que incorporen las ideas y los planes de otras disciplinas[7].


2.
¡Viva el Rey!

Tras la derrota de Napoleón y una vez reinstalado en el trono, Fernando VII declara nula la Constitución liberal de Cádiz de 1812 y disuelve cualquier forma de monarquía constitucional, retomando la monarquía absoluta. Asentado en el poder, su siguiente objetivo será la recuperación de sus derechos en América. Así, lanza un ejército mal provisto y engañado en una aventura militar desafortunada, fruto de una política militar e imperial en la que la Monarquía comprometía su prestigio, pues intentaba someter los reinos indianos por la fuerza de las armas. Tal política es analizada por los nuevos estudios, que consideran la existencia de un claro desfase entre la extensión territorial de tan vasta Monarquía y las fuerzas efectivas para su defensa[8].

Esta expedición, la más grande de las treinta enviadas a América entre 1811 y 1819[9], es también la más grande de las que cruzaron el Atlántico desde 1492[10], y fue comandada por el mariscal Pablo Morillo, al mando de 12.254 soldados[11] y 1.547 marinos de guerra[12].

En noviembre de 1814, instrucciones secretas fueron dadas a Morillo por el ministro universal de Indias para dirigir su expedición a Costa Firme en lugar de a Montevideo. El nuevo destino no fue revelado a las tropas hasta finales de febrero, cuando estaban en altamar. En ellas se especificaba que la expedición debería hacerse con el menor derramamiento de sangre posible, siendo el objetivo primario la pacificación de Caracas, la ocupación de Cartagena de Indias y prestar ayuda al Nuevo Reino de Granada[13].

El oficial expedicionario García Camba deja consignado en sus Memorias que una de las razones para que la Expedición cambiara de rumbo al Oeste y no a Montevideo fue que la navegación sería más corta[14], evitando así los estragos de una carencia nutricional por falta de vitamina C, conocida como escorbuto, que ya había producido bajas en otras expediciones con destino a Buenos Aires[15]. Sin embargo, Sevilla contradice la argumentación de García sobre el destino de la Expedición, consignando los temores que producían en la tropa expedicionaria las noticias sobre el ambiente y la guerra a muerte en la capitanía general[16].

El balance sanitario del viaje del ejército expedicionario que dio Morillo a sus superiores describe mejor el transcurso de la travesía en altamar, llegando incluso a informar que la Expedición llego a Margarita sin enfermos[17].

Una vez desembarcó la Expedición en la Costa Firme de Venezuela[18], las memorias de los oficiales realistas dejan consignadas las enfermedades que padecieron. Tal el caso de la sufrida por Sevilla, tratada localmente con una mezcla a base de limones y conocida como 'bicho'[19]; por su parte, García Camba, enfermó de unas fiebres conocidas como 'quebrantahuesos'[20].

Desde su llegada, el ejército expedicionario —y luego pacificador— de Costa Firme se va americanizando, lo que no es gratuito ni voluntario. Ante todo responde a una dinámica importante, en la cual las enfermedades, el ambiente diverso, la deficiente atención sanitaria y la mala alimentación juegan un papel fundamental. Este ejército, por su tamaño y la necesidad de cubrir grandes distancias, se convierte en presa fácil de los enemigos naturales, muriendo más a causa de éstos que por las heridas de guerra.

Entre tanto, las guerrillas patriotas, su enemigo principal, se van agrupando, formando los ejércitos regulares de la República, mientras que para los expedicionarios la situación se hace insostenible. En 1819 Morillo hace uno de sus últimos llamados al Rey para salvar de la extinción a los ejércitos que combatían en nombre de la monarquía española: "Los soldados de Vuestra Majestad que arrastran tantos peligros, fatigas y trabajos en estos climas mortíferos, perecen de miseria, mueren sin recursos en los hospitales y sobrellevan su amarga y penosa existencia con el horror que inspira la dificultad o casi imposibilidad de cambiar de suerte"[21].


3. D
el orinoco el cauce se colma de despojos

Para 1814 Venezuela era un gran campo arrasado por la intensidad de la guerra a muerte; el país estaba agotado y los ejércitos en contienda se disputaban el control del ganado, principal fuente de sustento de las fuerzas armadas. En junio de 1814, la ración de la guarnición de Caracas consistía en pescado seco, debido a que el ganado de los valles aledaños ya se había consumido, o había sido tomado por alguno de los bandos. El control del ganado fue una preocupación permanente de los expedicionarios, que los obligó a planear múltiples incursiones en los Llanos en busca de estos animales[22]. Desde que se iniciaron las operaciones, las tropas comieron la ración de campaña, provista obligatoriamente por los ayuntamientos ocupados, encargados de recoger y exigir al vecindario la contribución para su sostenimiento[23], apoyando así a los defensores del Rey.

Ya en Caracas, Morillo, quien mostraba siempre preocupación por tener los bastimentos suficientes en los movimientos de los expedicionarios, dispuso el aprovisionamiento de la tropa que partía a Santa Marta y Cartagena, reuniendo cerca de ocho mil reses[24]. El Pacificador ordenó el 30 de junio de 1815 que se acopiaran con destino al ejército treinta mil quintales[25] de tasajo y las raciones correspondientes de galleta[26], menestra[27], tocino y aguardiente. Esta orden no pudo llevarse a cabo por no existir ya rentas suficientes para la compra ni la cantidad de reses necesarias para hacer las raciones. El intendente del ejército Arámbarri, agrio contradictor de Morillo, se quejaba del cambio en la estrategia militar, al pasar de la guerra irregular, llevada a cabo por las tropas de Boves hasta 1815, a la organización y estructuración de un ejército regular como el llegado de la Península Ibérica, que necesitaba muchos más recursos de intendencia, hospitales, vestuarios, alimentos y una creciente burocracia militar, impagables con las exhaustas arcas[28]. Tal situación contrasta con la riqueza con que la Nueva España, sin lugar a dudas, la joya de la Monarquía, mantenía varios destacamentos de su ejército distribuidos por su inmenso territorio en persecución de los insurgentes.

Las tropas que quedaron en Venezuela se alimentaban ya en 1817 de chipi chipi en las costas, mariscos que se conseguían fácilmente por la cercanía al mar, y de carne de burro[29]. La miseria de los pueblos de la Capitanía era lo único que había dejado la guerra sin cuartel y la táctica de la tierra arrasada que destruye al paso de los ejércitos todo lo que pueda serle útil al enemigo. Urdaneta relata cómo en 1816 sus tropas en los llanos venezolanos estaban casi desnudas, y hasta el escaso vestido provenía del ganado, confeccionando ruanas y sombreros de cuero de ganado, para protegerse de las lluvias[30].

Páez afirma en sus memorias que hasta la llegada de los legionarios ingleses a los Llanos, se comía con la mano y era desconocido el uso del cuchillo y del tenedor por parte de las tropas patriotas[31]. Entre los jefes, la situación no era mejor; otro británico, Mr. Hackett, describe una de las comidas de los jefes patriotas en la isla de Margarita:

    "La cena consiste siempre en pan, pescado, un ron execrable y agua (no había una botella de vino en la isla). La mesa fue colocada bajo un cobertizo en la parte posterior de los restos de una casa, y en general, no se consigue reunir más de dos platos, por lo que se emplean cazuelas al efecto. Como hay pérdida de cuchillos y tenedores y no tenemos ninguno, se utilizan generalmente y de preferencia los dedos"[32].

Las campañas de 1817 y 1818 en los Llanos fueron de penalidades y sufrimientos por el hambre, las plagas, las cambiantes condiciones climáticas y la fauna tropical. El miedo de que las plagas, las lluvias que anegaban las sabanas, la falta de agua para beber y el hambre diezmaran las tropas expedicionarias, condicionaba los movimientos y la supervivencia[33]: "No se pude menos que confesar que vivían de milagro. Las plagas, los caimanes, las rayas, los caribes, los tembladores, las culebras y los alacranes, que tanto abundan en aquellos terrenos, eran otros tantos enemigos vivientes de existencia, a cuyas acometidas sucumbieron no pocos"[34].

La Legión Británica[35], que había llegado para reforzar a los patriotas, también sufrió por el clima, la fatiga y la falta de alimento, y en sus primeras operaciones en los Llanos venezolanos murieron cerca de cuatrocientos ingleses en 1817. Una de estas primeras operaciones fue la marcha a Maturín, en donde tras días de hambre y sólo comiendo caballos que quedaban abandonados en los combates, los legionarios encontraron una manada de cabras, cuya carne ingirieron cruda y sin condimentos. Muchos ingleses y nativos amanecieron muertos por el "excesivo atracón por la dieta extrema"[36]. Desde el comienzo, las tropas legionarias tuvieron problemas con la alimentación; en Margarita sólo encontraron caña de azúcar, que consideraban poco apropiada para estómagos europeos, y empezaron a sucederse motines producidos por el hambre[37]. La desnutrición produjo en las tropas británicas la aparición de úlceras y pérdidas dentales[38].

En diciembre de 1818, el Dr. James Robinson, obligado a ser director general de hospitales de las provincias libres de Venezuela, fue delegado por Bolívar para acompañar una expedición hasta San Fernando del Apure. Allí hizo una detallada relación de los alimentos que se consumían en los llanos del Orinoco y describió las preparaciones dadas a la tropa por los indígenas y la elaboración del principal alimento de los ejércitos, el tasajo:

    "Teniendo una gran variedad de artículos, no se toman la molestia de cocinarlos por separado, sino que los golpean todos en una sola masa, que siempre comen con los dedos. Estas masas suelen estar formadas por arroz, cebada, plátanos o casabe, o algunas otras harinas, que cuando las hacen, las hierven con el Tasago. Este se prepara de la siguiente manera: cuando la gente mata una res, le cortan los músculos y sus accesorios [...]. Una vez separadas las partes, se sala la carne (cuando se tiene sal, y cuando no, deben colgarla fresca) y ponerla al sol para secarla. Cuando estas partes se ponen tan duras como un cordón, se constituyen en el alimento nacional de América del Sur y también de algunas de las islas de las Antillas" [ 39].

Tan dura fue la campaña de 1818 que volviendo a Angostura, ya en 1819, James H. Robinson narra que tuvo que vender un par de pantalones y dos camisas para obtener un pan en la población de Urbana. Sin embargo, al final no pudo consumirlo por su mal olor, debido a la harina rancia y descompuesta por los hongos[40].

El ejército libertador de Nueva Granada, fuerza armada creada en los Llanos para atacar desde allí a las tropas que defendían la capital del Nuevo Reino, empezó a reunirse en Arauca en febrero de 1819. Su alimentación estaba reducida, la mayoría de las veces, a un trozo de carne seca sin sal, y no todos los días, plátano y yuca. Richard Vawell[41], oficial del Primer Regimiento de Lanceros Venezolanos en la Legión Británica, detalla los padecimientos de las tropas en los llanos de Venezuela y Colombia. Durante aquella campaña,

    "La falta de agua en verano en estas incultas llanuras obliga a menudo a los jinetes a dejar sus cabalgaduras y a llevar las sillas hasta encontrar otra montura. Un ejército que se acerca al agua luego de haber sufrido mucho tiempo de sed, se parece grandemente a un ejército derrotado. Es por extremo difícil en tal ocasión que se observe la disciplina militar, porque todos se salen de filas y se precipitan adelante, con esa mirada salvaje que es uno de los signos característicos de la sed, sin embargo, el agua que en general bebíamos entonces era de color verdoso, llena de insectos y a veces conteniendo cuerpos de caballos y otros animales. Añádase a esto que los toros y los mulos que acompañan al ejército, se echan al estanque al mismo tiempo que los soldados y, se tumban y se revuelcan allí. Compréndase por lo tanto, que importa no llegar de últimos"[42].

Tales eran los alimentos de los combatientes que habían quedado en la Capitanía General de Venezuela tras la guerra a muerte, mucha carne en tasajo, muchas veces sin salar, ausencia del consumo de vegetales; yuca y plátano, ron y galleta ordinaria, que era consumida por los expedicionarios desde que partieron de Cádiz.

A pesar de estar mejor aprovisionado en las ciudades de la rica región minera del Bajío mexicano, al norte de la ciudad de México, el Ejército Real de la Nueva España desplegó contra los primeros insurgentes una represión que llevó a su casi total desaparición. Para 1819, las tropas virreinales de México habían ganado la guerra y dispersado hacia las fronteras del sur y los desiertos del norte a los pocos insurgentes. Entre tanto, en el mismo año, las tropas de Morillo luchaban por sobrevivir en los llanos del Orinoco y el Arauca dentro de la guerra a muerte en la Capitanía, que por las cotas de violencia alcanzadas, se podría comparar con la represión contra los insurgentes en la Nueva España. Los mandos de ambos ejércitos, sin embargo, siempre mantuvieron el constante temor a que las zonas bajas terminaran por acabar a las tropas europeas no aclimatadas[43].


4.
!Oh, sí¡ de cartagena la abnegación es mucha

En mayo de 1815 el grueso del ejército expedicionario parte a Costa Firme, y allí la ciudad de Cartagena de Indias se prepara para el sitio que luego iniciaron los ejércitos del Rey. Las autoridades independentistas de Cartagena tomaron la decisión de implantar la política de tierra arrasada. Ordenaron abandonar los pueblos vecinos en caso de invasión y llevar todo cuanto pudiera ser útil. Muchas poblaciones cercanas fueron entonces incendiadas por sus habitantes[44]. Esta práctica dejó sin provisiones al ejército del Rey, por lo cual se debieron ordenar partidas que recorrían las extensas sabanas en busca de víveres.

Los sitiados iniciaron el cerco con una gran escasez de provisiones. En una carta capturada por los soldados del Rey se da un cuadro del crítico estado en que los cartageneros empezaban su encierro en la plaza:

    "Si en rigor las tropas pueden pasarse sin sueldo, es imposible que subsistan sin su ración. No tenemos almacenes generales ni ningún depósito de víveres, no contamos más que con algunos barriles de Marina pertenecientes a particulares. No se encuentra un grano de maíz, el número de ganados encerrados en esta ciudad se eleva apenas a 500, de suerte que aun contando algunos caballos, mulas, asnos y perros, apenas podríamos prometernos vivir 40 días [.] con una población inmensa, pobre, faltando todo medio de resistir a un enemigo poderoso"[45].

En Cartagena se contaba con más armas que manos para empuñarlas y fueron varios los factores que desencadenaron el horror vivido por algo más de dos meses. Por un lado, la escasez de provisiones por parte de sitiadores y sitiados, debido a la guerra contra Santa Marta, que destruyó cualquier aprovisionamiento de alimentos vía terrestre, la misma falta de fondos de los cartageneros que no alcanzaron a llegar de Tunja y de Santafé para la compra de víveres en las Antillas, la decisión de la ciudad de aceptar a todos los inmigrantes de los pueblos vecinos y, por último, la falta de los instrumentos, máquinas y útiles necesarios para realizar el asedio de la plaza fuerte, es decir, el Tren de Sitio, hundido con el buque insignia de la expedición, el San Pedro Alcántara unos meses atrás, sin el cual no existía otra manera de rendir a Cartagena de Indias, que no fuera por hambre.

En octubre de 1815 en Santafé, Tomás Montilla le advierte al presidente de las Provincias Unidas de la Nueva Granada que Cartagena no podrá defenderse mucho tiempo y que por fuerte e inexpugnable que parezca, puede ser rendida por el arte del hambre, advirtiendo que la plaza sólo podía contener víveres para subsistir seis meses, pero que no se había hecho su acopio por no tener con qué comprarlos. Advierte además: "No esperemos del clima, de la estación, ni del acaso ventajas precarias: los mosquitos, las aguas y el destino pueden destruir al enemigo [...]. El calor que fatiga al sitiador, impide al sitiado la conservación de víveres, que luego se corrompen, motivo poderoso por qué no puede contar Cartagena con grandes depósitos, aun cuando le fuere fácil adquirirlos"[46].

Lino de Pombo, uno de los sitiados, luego ministro de estado de Colombia, afirma que las dieciocho mil a diecinueve mil personas concentradas en Cartagena tuvieron "que matar, salar, y embarrilar caballos y burros en calidad de reserva, para último recurso alimenticio"[47]. Finalmente, los expedicionarios atacaron y tomaron el fuerte y la isla de Tierra bomba, cortando el abastecimiento de pescado, único alimento que les quedaba a los sitiados[48]. Durante el sitio, el abastecimiento por mar fue casi imposible debido al riguroso bloqueo; sólo tres pequeñas goletas que traían carne y harina y dos corsarios con pocos víveres habían cruzado el cerco de la marina real. En octubre, dos bongos armados fueron capturados por los soldados del Rey, en los que se conducían diez arrobas de carne salada, setecientos plátanos, seis canastos grandes con cacao, treinta y un calderos de fierro, dos cajones de metal con platina y cinco cerdos[49].

Cartagena de Indias estaba diseñada como una plaza fuerte y sus defensas eran círculos concéntricos que pretendían retrasar el avance de los sitiadores para que el clima, el hambre, la sed y las enfermedades fueran diezmando a los sitiadores: "[.] el clima de Cartagena es cálido en extremo; llueve mucho, y el vómito prieto [fiebre amarilla] hace grandes estragos en los forasteros"[50]. Las difíciles condiciones climáticas tropicales se sumaban a la carencia de alimentos, la destrucción de los sembrados, la falta de ganado, y los mosquitos y animales, que se convirtieron en los otros enemigos de los expedicionarios:

    "En un país conocido como el más tirano del mundo para la salud europea [...] las tropas no tenían abrigo en los campamentos y puestos avanzados con inevitable perjuicio de su salud [...]. Se carecía de comestibles, sin haber medio de conducirlos desde el convoy que se hallaba fondeado a larga distancia [.]. No había agua que beber en muchos de los puntos que ocupaba la tropa, y era igualmente preciso traerla del convoy con sumo trabajo, mientras se desgajaba el cielo en lluvias de que ni una gota se podía aprovechar por caer en lagos salobres, sucios y hediondos. En todos los parajes en que se hallaba establecida la tropa era atormentada de una insufrible plaga de mosquitos, de culebras y otros animales ponzoñosos de una fetidez que trastornaba los sentidos"[51].

Un hecho curioso es la prohibición estricta del consumo de bananas en el Hospital Militar Expedicionario de Sabanalarga, que hacía parte de la red de hospitales provisionales construidos por los del Rey durante el sitio. Esta prohibición establecía que el personal que las introdujera sería fuertemente sancionado[52], lo que recuerda la teoría aerista y circulacionista del siglo XVIII[53], defendida por Mutis, quien se manifiesta en contra de los platanales, debido a la humedad presente en ellos, cuya putrefacción y proliferación infectaban y corrompían el aire de las poblaciones [ 54].

Mientras que afuera la situación de insalubridad debido al clima y las enfermedades era difícil, dentro de la plaza la situación y la alimentación de los sitiados era desesperada:

    "El progreso de los estragos del hambre era sumo por falta de alimentos o postración de fuerzas, otros por las enfermedades consiguientes a la mala calidad de la triste ración que se proporcionaba, y prolongando otros su miserable existencia escuálidos, hebetados[55] y con hinchazón progresiva en las piernas: carnes y harinas podridas, bacalao rancio, caballos, burros en detestable salmuera, perros, ratas, cueros eran el recurso de la generalidad desvalida; y escasas dosis de arroz con camarones secos y chocolate era el de las familias acomodadas que habían salvado algo de las pesquisas domiciliarias"[56].

El coronel Rieux, sitiado, afirma: "En la plaza no quedó un solo cuadrúpedo que no se empleara para la subsistencia, las ratas, las hierbas, que jamás persona humana había mirado como útiles para alimento [...] los cueros al pelo, las sabandijas, todo es consumido para sustento de aquella desgraciada población"[57].

En julio de 1819, el gobernador de la provincia de Cartagena, Gabriel de Torres, en memorial enviado a Fernando VII le recuerda el estado en que Cartagena quedó después del sitio:

    "La mayor parte de las familias pudientes se fugaron de ella, llevándose consigo no solo sus bienes sino también los de muchos infelices [...]. Se hallaron cerca de tres mil cadáveres en las calles y en los cementerios de las iglesias a medio enterrar, víctimas de la miseria [.]. Un plátano, un puñado de arroz se pagaba a peso de oro, de suerte que a los que sobrevivieron no les quedo otra cosa que los ojos para llorar sus desventuras. Ni un comerciante, ni un labrador, ni un artesano o menestral; todos: o habían emigrado, o perecido [.]. A pesar de esto, tuvieron que sufrir los habitantes de esta provincia una contribución de $84.000 y las raciones y gastos del ejército pacificador que acabó por destruir cuanto el torrente de desgracias posteriores había perdonado"[58].

Con el inicio de diciembre vino el fin del sitio de Cartagena. El día 4 de ese mes, más de trescientas personas habían fallecido en las malsanas calles[59]. En palabras concluyentes de Manuel Ezequiel Corrales: "Toda la ciudad estaba dividida por mitad en un miserable hospital y en un horrendo cementerio"[60]. Para ese mismo día, las dos terceras partes de los defensores habían muerto y los sobrevivientes estaban "Descarnados y cadavéricos, los centinelas se apoyaban en los muros o rodaban por los suelos y agitándose en convulsiones de calenturiento, deliraban con manjares y comilonas [.] no había soldado u oficial que no estuviese hinchado, lleno de gangrena o postrado con el abatimiento extremo que precede a la muerte"[61].

En la tarde del 5 de diciembre más de dos mil personas se dirigieron hacia los cuarteles del ejército expedicionario[62]. Ya casi terminado el sitio, Morillo ordenó a sus oficiales prevenir a todos los soldados de no maltratar ni hacer daño a ningún sitiado que no opusiera resistencia:

    "No eran hombres sino esqueletos: hombres y mujeres vivos retratos de la muerte se agarraban a las paredes para andar sin caerse; tal era el hambre horrible que habían sufrido. Veintidós días hacia que no comían otra cosa que cueros remojados en tanques de tenería [...] todos los que podían moverse, se precipitaban, empujándose y atropellándose sobre nuestros soldados, no para combatirlos, sino para registrarles las mochilas, en busca de algún mendrugo de pan o de algunas galletas"[63].

Esa misma noche algunos cartageneros emigraron rumbo a las Antillas, como cuenta De Pombo: "Esqueleto yo y casi moribundo por efecto de la Disentería i las fiebres, con las piernas hinchadas i pesadas de la rodilla al pie, fui a zambullirme en un camarotito de la goleta que me tocó llevando al cinto algunas onzas de oro i en un bolsillo una libra de chocolate para roer"[64].

Finalmente, y rendida por hambre, los soldados del Rey recuperaron Cartagena de Indias en nombre de Fernando VII. Los expedicionarios tuvieron entonces que ayudar a los sitiados que habían quedado vivos, compadecidos de su lamentable situación:

    "Les dieron cuantos artículos de comer llevaban sobre si, los que devoraban con ansiedad aquellos desgraciados, cayendo muchos de ellos muertos así que habían tragado unas cuantas galletas, sino que se improvisó un rancho para todos y sopas para los que no podían venir a buscarlas. Indescriptible es el estado en que encontramos a la rica Cartagena de Indias. El mal olor era insoportable; como que había muchas casas llenas de cadáveres en putrefacción"[65].

El testigo inglés de la entrada de los del Rey a Cartagena, Michael Scott, que llegó como prisionero de Morillo, escribió en sus memorias otro cuadro, igualmente deprimente del sitio, asombrándose de lo que vio en la plaza rendida:

    "Desfilamos al través de lúgubres escombros [...] llegamos a la puerta principal, que hayamos también abierta y con el puente levadizo tendido; bajo el arco abovedado vimos a una mujer de aspecto al parecer distinguido, casi en los huesos, y débil como una criatura, recogiendo algunas basuras asquerosas, cuya posesión le había querido disputar un gallinazo. Un poco más adelante, los cadáveres de un viejo y dos niños se descomponían bajo el sol, mientras que atrás de ellos, un desdichado negro ya agonizando, procuraba espantar con una hoja de palmera un grupo de gallinazos [.] mas en vano, que ya los repugnantes pájaros habían devorado, hasta dejar en esqueleto, el cadáver de uno de los niños. Antes de dos horas el fiel esclavo y los cuerpos que piadosamente defendía eran pasto de los asquerosos gallinazos"[66].

Aunque Veracruz, el puerto principal del virreinato novohispano, nunca pudo ser sometida al riguroso sitio al que fue sometida Cartagena de Indias. Las guarniciones europeas estacionadas en su fuerte eran atacadas constantemente por la endémica fiebre amarilla, razón por la que Veracruz era conocida y temida en todo el mundo: "El puerto de Veracruz se considera como el sitio principal de la fiebre amarilla, vómito prieto ó negro. Millares de europeos de los que tocan las costas de Mégico en las épocas de los grandes calores, perecen víctimas de esta cruel epidemia"[67]. Las cifras de muertos de los hospitales veracruzanos[68] sobrepasaron por mucho a los casi 3500 muertos reportados en el ejército expedicionario que sitió Cartagena.

Cumplida la segunda tarea, los expedicionarios marcharon contra Santafé de Bogotá. Sólo hasta el 3 de mayo de 1816 llegó a la capital la avanzada de la tropa. Fue tal el miedo que inspiró la pacificación en la capital del virreinato, que con la sola voz de la llegada del ejército del Rey se desbandó en pleno el mercado de la Plaza Mayor:

    "Fue digno de ver como corrían todos del mercado [...]. Los perros corrían con la carne, porque todos abandonaron sus mercados [.]. Los pulperos cerraban sus tiendas; [.] los litigantes se desaparecieron, los gatos volaron, los pollos andaban sueltos por la plaza, los huevos apachurrados [.] gritaban, corrían, hubo males de corazón, malparidas, lastimadas y trescientas cosas más. Y en suma lo que vino a ser fue que eran 20 hombres de caballería, que venían del Ejercito nuestro"[69].


5.
De Boyacá en los campos

Nada más alejado del ejército expedicionario de 1815 que el ejército del Rey de 1819, al que la guerra a muerte en Venezuela, así como las grandes distancias que debía recorrer en persecución de las guerrillas de esta guerra irregular, había desgastado. Las enfermedades, el clima, los asedios, los combates sin cuartel, las deserciones, el hambre y el largo tiempo pasado en lo que se creía una guerra fácil y corta, habían diezmado la tropa y los oficiales. Todo esto fue causa de los rápidos ascensos y el reemplazo por tropas criollas en la mayoría de cuerpos. En 1818, Bolívar lanzó una proclama dirigida al pueblo de la Nueva Granada, y afirmó: "Ya no existe el ejército de Morillo. Más de 20.000 españoles han empapado la tierra de Venezuela con su sangre"[70].

La diferencia entre los dos ejércitos enfrentados en la provincia de Tunja en 1819 fue de apenas trescientos hombres. Los dos están conformados en su mayoría por soldados venezolanos y neogranadinos, siendo minoría los españoles expedicionarios y los ingleses. En mayo de 1819, Morillo refiere:

    "La suerte del Nuevo Reino de Granada es la que preocupa mi atención y me llena de sobresaltos. No hay más batallones de la Península que el de León en Cartagena y los restos del Aragón Expedicionario en Santafé, no hay ningún cuerpo europeo respetable en el interior, y todo él se halla guarnecido hasta Quito por tropas americanas. Por pronto que yo pueda marchar en su socorro, Bolívar y Santander habrán hecho grandes estragos, y una vez ocupada por ellos la Capital, serán precisamente reforzados por los mismos batallones que ahora sostienen la causa de S.M."[71].

En vísperas del inicio de la campaña de Boyacá, los vecinos del pueblo de Soatá, parroquia ubicada en un cruce de caminos que movilizaba a los ejércitos del altiplano a los Llanos, se quejaban de la grave situación y ruina total en que se encontraba el pueblo, que debía servir de parada obligatoria de los ejércitos reales, a quienes tenían que racionar, además de sostener el Hospital Militar del Rey. La respuesta del gobernador de Tunja no pudo sino aumentar el descontento de los pueblos del partido de Soatá, al solicitar la ampliación de las contribuciones entre los particulares destinadas al sostenimiento y ración del hospital y de la tropa[72]. Entre tanto, el coronel José María Barreiro, comandante general de la III División del Expedicionario, ordenó en febrero de 1819, una suscripción "voluntaria" en las provincias de Pamplona, El Socorro y Tunja para el sostenimiento de la tropa[73]. Adicional a esta voluntaria contribución, en los pueblos cercanos a Sogamoso el Ejército Real estableció una contribución semanal de galletas y pan: "Consistía en el envió semanal de algunas cargas de galletas y pan de media libra amasado con harina sin cernir, que los alcaldes debían remitir al Comisario General [...]. Tenían que fijar una contribución de leche a los dueños de las vacas"[74].

Igualmente Barreiro advierte al Virrey que el dinero enviado no alcanza ante la situación de la III División: "Cantidad que no alcanza para condimentar los ranchos, y así en esta época, los oficiales carecen absolutamente de todo socorro y a la tropa no se le ha podido suministrar ni un solo cuartillo [.]. Ha sido preciso para que no falten del todo las subsistencias, poner a la tropa, incluso a los oficiales a solo media ración"[75].

Para llegar al corazón del Reino había que atravesar la Cordillera Oriental de los Andes, lo que implicaba un ascenso rápido de tres mil metros a través del frío paso del páramo de Pisba. En Morcote, Bolívar escribe a Santander sobre la falta de alimentos: "Hoy no comerá esta división y quién sabe si sucederá mañana lo mismo; así he determinado hacer alto aquí donde siquiera se encuentran plátanos hasta que tengamos ganados necesarios para la marcha. Usía esperara también en Paya, no es prudente emprender el camino que nos falta sin tener los viveres necesarios"[76]. Santander afirma que la caballería pasó el páramo de Pisba y llegó a Socha "[...] sin un caballo, sin monturas y hasta sin armas, porque todo estorbaba al soldado para volar y salir del páramo [.]. El ejército era un cuerpo moribundo"[77].

La división inglesa Albión, que salió de Mantecal, contaba con ciento cincuenta hombres a las órdenes del coronel Rook, y cuando llegó a la entrada del páramo ya estaba maltratada y enferma y había sufrido bastantes bajas. Carlos Soublette, le escribió al Libertador el 11 de julio desde Pueblo Viejo: "Los ingleses están medio muertos, pero allá irán; pasado mañana pasarán el Páramo, y en las Quebradas contaremos los que salgan"[78]. El 22 de julio llegó Rook a Bonza con su división para incorporarse al ejército. La columna había quedado reducida a menos de cien hombres. El padre Gallo narra cómo volvió con el Libertador a los aposentos de Tasco, donde en una pieza acondicionada como hospital recibían alimentos y atención los legionarios[79].

Richard Vawell relata el paso de Pisba de los Británicos: "El cansancio y el frío, añadidos al estado de debilidad en que se encontraban los soldados faltos de suficiente alimento, empezaron a dar resultados. Era casi imposible impedir que se tumbasen a causa del excesivo sopor que experimentaban"[80]. Un anónimo oficial inglés describió cómo los nativos aconsejaban el beber abundantemente agua de manantial antes de que empezaran los síntomas producidos por las bajas temperaturas, utilizando la flagelación, es decir, dar latigazos a aquellos que se encontraban próximos a la hipotermia. El beber de los manantiales del páramo y el brandy que llevaban consigo los ingleses se emplearon con éxito en la reanimación de los emparamados, así como una abrigadora ruana, describiendo el empleo de la chicha en los pueblos del páramo: "Esta chicha es la bebida predilecta de los arrieros. La hacen de maíz molido en proporción de una parte de maíz por cinco de agua; la dejan fermentar, la endulzan con miel y la conservan en tinajas de barro"[81]. O'Leary relata la aparición de disentería en los llaneros, que atribuye al consumo del agua fría del paramo[82].

O'Leary cuenta igualmente cómo el ejército en Socha recibió la hospitalidad y provisiones de los habitantes del lugar y de los campos circunvecinos: "Pan, Tabaco y Chicha, bebida hecha con maíz y melado, recompensaron las penalidades sufridas por las tropas"[83]. Santander dice sobre el ejército patriota antes de llegar a Bonza: "Con una escasa ración y solo con esto, este Ejército todavía desnudo y pobre, había sufrido muchas bajas por las enfermedades, por los muertos y heridos de los combates pasados. Era ya un esqueleto en el campo de Bonza"[84].

El cura Andrés María Gallo narra cómo en los primeros días de julio recibió la noticia de la llegada de Bolívar y las necesidades del ejército y le envió ropa, cobijas, caballos y a sus hermanos. Asimismo, cuenta Gallo: "El Libertador vivía satisfecho y entusiasmado recibiendo al sinnúmero de mujeres que desde los pueblos vecinos venían a traerle víveres y ropa para los soldados; siendo de notar el que todas las mujeres se deshacían de su ropa interior, para hacer camisas para los soldados"[85].

Después de que las tropas libertadoras pasaron tales rigores en el páramo, la llegada a los fértiles valles que riega el Chicamocha, en donde recibieron alimentos y abrigo, produjo la recuperación de la mayoría de la tropa que se hallaba en los hospitales. A pesar del clima frío (13 a 15 °C), no tenían ya que sufrir las heladas temperaturas que hablan dejado atrás y, sobre todo, tenían abrigo, vestido, techo y comida, que los habitantes de la provincia de Tunja se apresuraron a ofrecerles, proveyendo en la convalecencia a las tropas medio muertas. La contribución de los habitantes de la provincia de Tunja fue decisiva para la recuperación del ejército y el buen éxito final. No sólo víveres abundantes, caballos, cobijas, vestidos y hospitalidad les brindaron los pueblos a las tropas libertadoras, sino que muchos hombres ingresaron al ejército.

Entre tanto, en el cuartel general de la III División en Tunja, Barreiro escribía al virrey en Santafé, sobre la desesperada situación alimentaria de la III División: "[...] los movimientos en que se hallan todas las tropas y el carecer de fondos con que alimentarlos"[86]. Desde los Molinos de Tópaga, el 12 de julio, informa Barreiro el éxito de las tropas del Rey en el combate sobre el puente de Gámeza:

    "Gracias por los 10. 000 pesos que remite para la tropa pues todos están miserables y los oficiales hace tiempo que no tienen otro sustento que la sola ración estando la mayor parte desnudos [.]. Los indios de estos pueblos se portan perfectamente, están haciendo rogativas por la felicidad de nuestras Armas, acuden a nuestros campos con regalos de huevos, carneros, aguardiente y otras cosas para los soldados y persiguen a los dispersos, no así los vecinos que todos a porfía se han alistado con los rebeldes"[87].

El 25 de julio se libró en medio de una fuerte lluvia la batalla del Pantano de Vargas; al anochecer de ese día, en el campo de Vargas, los señores Ignacio y Javier Villate llegaron con tres cargas de papas y mazorcas cocinadas y con ocho salones de oveja, en auxilio de los oficiales de la tropa e hicieron candeladas para asar la carne. Al amanecer del lunes 26, mandó el señor Mariño tres reses grandes que fueron sacrificadas y repartidas inmediatamente entre la tropa[88].

En un rápido movimiento, los patriotas ocuparon Tunja y dejaron a Barreiro a la retaguardia. Esta ocupación puso al ejército libertador en posesión de seiscientos fusiles, un almacén de vestuarios, paño para otros, los hospitales, botiquines y los talleres de artillería[89].

Entre tanto la III División marchaba a retaguardia del ejército libertador, y no pudiendo impedir la toma de Tunja, la rodeó y marchó en la noche y madrugada bajo la fuerte lluvia y el frío del páramo, queriendo dejar atrás a los patriotas y unirse con las tropas del Virrey en Santafé. Esta rápida marcha hizo que la tropa padeciera de gran hambre. Así, a las dos de la tarde del fatídico —para los del Rey— 7 de agosto de 1819, la cansada división se sentó al lado del puente a orillas del río Boyacá a comer, y no bien se estaba racionando la tropa, tras noches y madrugadas de marcha por los páramos en medio de la lluvia, fatigados, cansados y con ganas de saciar el hambre, cuando cayeron las tropas libertadoras y aprovechando el momento, aniquilaron al ejército del Rey[90].

Conclusiones

La alimentación se convierte en factor decisivo para la salud de las tropas involucradas en las guerras de independencia en la América meridional. Este espacio temporal está marcado por el arribo a la Capitanía general de la expedición de Costa Firme, tropas europeas que pronto se vieron enfrentadas a los factores ambientales, entre ellos el cambio de alimentación e incluso el hambre, lo que decidió el curso que tomó la guerra, en algunos casos, como el sitio impuesto a Cartagena de Indias.

Las luchas libradas en los Llanos, dieron una gran ventaja táctica a las tropas patriotas.

El conocimiento del ambiente, la geografía y los alimentos proporcionó a los llaneros la superioridad sobre unas tropas expedicionarias que tuvieron que empezar a lidiar con todos estos factores, en especial con el cambio de alimentación, del cual los europeos no salen muchas veces bien librados. Desde la llegada del ejército expedicionario se observa una constante preocupación por conservar la mayor cantidad de reses posibles y la línea de recursos abierta en las tierras altas del Nuevo Reino. Por otro lado, la organización como fuerza armada regular de las tropas del Rey produjo un viraje en el curso de la guerra y en los elementos necesarios para el sostenimiento de los ejércitos, múltiples aspectos que aún deben ser explorados en las distintas regiones americanas en el marco de su independencia.

En Cartagena las tropas expedicionarias y los habitantes de la plaza sometida al bloqueo tendrán que acudir a toda clase de elementos, que en circunstancias normales no hubieran consumido. En especial para los sitiados, la falta de alimentos empezará a causar enfermedades y desnutrición. Finalmente, esperando algún tipo de alimento abrirán la puerta de la ciudad al ejército expedicionario, que mientras duró el bloqueo, sufrió también la escasez de comida y provisiones, producto de la guerra en tierra arrasada, en medio de este cuadro desolador, la disentería hará estragos en uno y otro bando y la inadecuada alimentación producirá la mayor parte de las bajas.

En 1819, el ascenso al páramo de Pisba —en donde no se podía conseguir nada para comer— y la muerte de los animales de transporte e incluso las ocasiones en las que la tropa se deshizo de sus raciones para protegerse del frío— contrasta con la abundancia que encontraron los patriotas en los valles más templados y abastecidos del altiplano. Las poblaciones de la provincia de Tunja, quienes desde 1816 cargaban con el sostenimiento de los soldados del Rey, recibieron, alimentaron y aprovisionaron al ejército libertador, mientras que un cansado y hambriento ejército real será derrotado en el campo de Boyacá.

Los ejércitos reales en Costa Firme y el virreinato de la Nueva España, aunque diametralmente diferentes en la cantidad de recursos y en número, sufren los mismos padecimientos en las zonas bajas debido a las enfermedades tropicales y la falta de alimentos, y luchan por el control de las tierras altas y los fértiles valles, que se convierten en factor clave para la alimentación de la tropa. El ejército expedicionario de Costa Firme se extingue irremediablemente en la guerra a muerte, el triunfante ejército virreinal novohispano, acogido al Plan de Iguala, se transforma de un día para otro en el Ejército Trigarante de la Independencia del Imperio Mexicano.

Factores como las enfermedades, el vestido, el ambiente, el aparato sanitario y claro, la alimentación, sostienen la tramoya en la que se representa el teatro de la guerra. Los hechos de armas de la Independencia son llevados a cabo por tropas beligerantes sometidas a un sinnúmero de condiciones que afectan su salud y su vida y que causó un mayor número de bajas en los ejércitos que las heridas de guerra.

A pesar de la existencia de varias corrientes historiográficas encargadas de la historia de la guerra, el problema de la alimentación y de la intendencia de las fuerzas armadas regulares —e incluso de las irregulares— que combatieron en América, resulta aún hoy un terreno poco estudiado, lo que contrasta con la abundancia de fuentes en el campo de la historia militar y las memorias de los beligerantes, testigos y actores del hambre, las enfermedades, las epidemias y la muerte que jugaron un papel primordial en el derrumbe de la monarquía absoluta.


Comentarios

[*] Este artículo es resultado del proyecto de investigación dib 8005039, "La Campaña de Boyacá de la Guerra de Independencia en la Nueva Granada: Perspectiva Bioarqueológica" del Grupo de Investigación en Antropología Biológica de la Universidad Nacional de Colombia, en alianza con el Grupo de Historia de la Salud en Boyacá de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (üptc). Fue financiado a través de una Beca de Investigación por parte del Programa de Apoyo a Grupos de Excelencia 2008 de la Universidad Nacional de Colombia, otorgada al grupo de Investigación en Antropología Biológica a través de la Facultad de Ciencias Humanas de la Sede Bogotá, durante los años 2008 y 2009.

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[6]. Clément Thibaud, Repúblicas en Armas. Los Ejércitos Bolivarianos en la Guerra de Independencia en Colombia y Venezuela (Bogotá: Planeta, ifea, 2003).

[7]. Christon Archer, "Historia de la Guerra: Las trayectorias de la Historia Militar en la época de la Independencia de Nueva España", en La Independencia de México temas e interpretaciones recientes. Coordinado por Alfredo Ávila y Virginia Guedea (México Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 2007), 145-161.

[8]. Manuel Chust, 1808, 20.

[9]. Margaret L. Woodward, "The Spanish Army", 589.

[10]. Rafael Sevilla, Memorias de un Oficial del Ejército Español. Campañas contra Bolívar y los Separatistas de América (Madrid: Editorial América, Sociedad Española de la Librería, 1916), 23.

[11]. Julio Albi, Banderas Olvidadas. El Ejército Realista en América (Madrid: Ediciones de Cultura Hispánica, 1990), 147.

[12]. Gonzalo M. Quintero Saravia, Pablo Morillo, 247.

[13]. Demetrio Ramos. España en la Independencia, 438.

[14]. Andrés García Camba, Memorias para la historia de las Armas españolas en el Perú (Madrid: Editorial América, 1916), 234.

[15]. Julio Albi, Banderas Olvidadas, 141.

[16]. Rafael Sevilla, Memorias, 24.

[17]. Jorge Mercado, Campaña de Invasión, 79.

[18]. El termino Costa Firme o Tierra Firme, se utiliza para denominar al territorio continental no insular, de la América meridional, que comprendía desde las costas de la Capitanía General de Venezuela hasta el río Darién.

[19]. Rafael Sevilla, Memorias, 45.

[20]. Andrés García Camba, Memorias para la historia, 244. La "Break-Bone Fever", descrita así por el Dr. Benjamin Rush en Filadelfia en 1789, corresponde al Dengue; José G. Rigau-Pérez, "The early use of Break-bone fever (Quebrantahuesos, 1771) and Dengue (1801) in Spanish". Am. J. Trop. Med. Hyg. 59: 2 (1998): 272.

[21]. "Carta del General Morillo al Rey. Valencia, 25 de enero de 1819", en La Batalla de Boyacá, 7 de agosto de 1819, a través de los archivos españoles, comp. Juan Friede (Bogotá: Banco de la República, 1969), 6.

[22]. Germán Carrera Damas, Boves: Aspectos socioeconómicos de la Guerra de Independencia (Caracas: Universidad Central de Venezuela, 1972), 143.

[23]. Antonio Rodríguez Villa, El Teniente General Don Pablo Morillo. Primer Conde de Cartagena, Marqués de la Puerta (1778-1837), Tomo II (Madrid: Editorial América, 1920), 235.

[24]. Jorge Mercado, Campaña de Invasión, 83.

[25]. Esta cantidad equivaldría a una tonelada y media de tasajo.

[26]. La galleta ordinaria era un pan doblemente cocido consumido por los marineros y de ración en los ejércitos. En el Tratado de las Enfermedades de la Gente de Mar, se agrega que el bizcocho o galleta es un pan medio fermentado, en forma de pequeñas tortas, cocido dos veces para quitarle la humedad y evitar la fermentación ácida, reduciéndose a corteza dura, los españoles le agregan salvado a la harina de trigo y levadura. Pedro María González, Tratado de las Enfermedades de la Gente de Mar, en el que se exponen sus causas y los medios de precaverlas por el Dr. D. Pedro María González, Catedrático del Real Colegio de Cirugía Médica de Cádiz. Madrid en la Imprenta Real. Año de 1805 (Madrid: Imprenta Real, 1805), 456.

[27]. La menestra estaba compuesta por fríjoles, guisantes, habas y lentejas. En el Tratado de las enfermedades, se describe así: "Son las otras legumbres secas que componen la ración de nuestra gente de mar y por lo mismo se conocen en la Armada con el nombre de menestras ordinarias". Pedro María González, Tratado de las Enfermedades.

[28]. Francisco Xavier Arambarri, Hechos del General Pablo Morillo en América. Documentos de la Conquista, colonización e Independencia de Venezuela, vol. i (Murcia: Publicaciones de la Embajada de Venezuela en España, 1971), 220-222.

[29]. Germán Carrera Damas. Boves, 144.

[30]. Rafael Urdaneta, Memorias (Madrid: Ed. América, Biblioteca Ayacucho, 1916), 104-105.

[31]. José Antonio Páez, Autobiografía (Medellín: Bedout, 1973), 144.

[ 32]. James H. Robinson - Late Surgeon in the Patriotic Army, Journal of an Expedition 1400 miles up the Orinoco and 300 up the Arauca: with an account of the country, the manners of the people, military operations, &c (London: Printed for Black, Young and Young. Covent Garden, 1822), 324-325.

[33]. "Enrile a La Torre. Cuartel General de Santafé" (s.f.), en Santander y los Ejércitos Patriotas. 1811-1819, tomo I, comp. Andrés Montaña (Bogotá: Biblioteca de la Presidencia de la República, 1989), 163-164.

[34]. Antonio Rodríguez Villa, El Teniente, tomo ii, 54-55.

[35]. De las expediciones de extranjeros que llegaron a Venezuela entre 1817 y 1819, a una en particular se le conoce con el nombre de Legión Británica, la organizada por James T. English, que llegó en 1817 con mil doscientos hombres. Aunque se le ha denominado británica, incluía también irlandeses y algunos alemanes. Alfred Hasbrouck, Foreing Legionaries in the liberation of Spanish South America (New York: Columbia University Press, 1928), 321.

[36]. Anónimo, ¡Guerra a Muerte! Recollection of a service of three years during the War of Extermination by an officer of the Colombian Navy. Unt and Clarke-York Street-Covent Garden. London. 1828. (Buenos Aires: Ed. Colombia, 1945), 94, 100-105.

[37]. Anónimo, ¡Guerra a Muerte!, 51-52.

[38]. Anónimo, ¡Guerra a Muerte!, 102.

[39]. James H. Robinson, Journal, 165-166.

[40]. James H. Robinson, Journal, 248-249.

[41]. El apellido de este oficial del Primer Regimiento de Lanceros Venezolanos en la Legión Británica aparece indistintamente como Vawell o Vowell en las diferentes fuentes consultadas. En este articulo se usa Vawell, ya que la fuente utilizada fue la reedición de las Memorias de un oficial de la Legión Británica - Campañas y Cruceros durante la Guerra de Emancipación Hispanoamericana, hecha para la Biblioteca del Banco Popular en 1974, tomado de la primera edición de las memorias recolectadas por el historiador venezolano Rufino Blanco-Fombona en Madrid en 1916, valiosa colección de relatos de realistas y patriotas de la independencia en Latinoamérica. Blanco asegura que el autor nunca firmó la edición original en inglés. Sin embargo, en la lista de legionarios británicos bajo el mando de Rook, citada en el trabajo clásico sobre los legionarios extranjeros por Hasbrouck en 1928, aparece con el cargo de capitán como "Robto Vowell" en la guarnición de Angostura el 30 de septiembre de 1818.

[42]. Richard Vawell, Memorias de un Oficial de la Legión Británica. Campañas y Cruceros durante la Guerra de Emancipación Hispanoamericana (Bogotá: Biblioteca Banco Popular, 1974), 145-147.

[43]. Christon Archer, El Ejército, 45.

[44]. Adelaida Sourdis, Cartagena de Indias, 129.

[45]. Pablo Morillo, Las memorias del General Pablo Morillo (Bogotá: Gráficas Margall, 1985), 32.

[46]. "Tomás Montilla al Presidente de las Provincias Unidas de Nueva Granada. Santafé, 13 de octubre de 1815", en Santander y los Ejércitos Patriotas. 1811-1819, Tomo I, comp. Andrés Montaña (Bogotá: Biblioteca de la Presidencia de la República, 1989), 112-113.

[47]. Lino de Pombo, "El Sitio de Cartagena", en Cartagena Colonial, 145.

[48]. Daniel Florencio O'Leary, Memorias, tomo ii (Bogotá: Biblioteca de Autores Colombianos, 1952-1953), 165.

[49]. Adelaida Sourdis, Cartagena de Indias, 144.

[50]. Juan García del Rio, "Página de Oro del sitio de Cartagena de 1815", en Cómo nació la República de Colombia Segundo Título, comp. Guillermo Hernández de Alba (Bogotá: Banco de la República, 1981), 54.

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[53]. De acuerdo con la teoría aerista o circulacionista de raíz hipocrática, sostenida por los médicos ilustrados, el aire debía circular y permanecer limpio y libre de miasmas que emanaban de los basureros, los cementerios, los hospitales, los pantanos y los platanales. Esta teoría fue sustituida en la segunda mitad del siglo XIX por la teoría microbiológica. América Molina del Villar, "Las practicas sanitarias y medicas en la ciudad de México 1736-1739. La influencia de los tratados de peste europeo", Estudios del Hombre 20 (2005): 42.

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