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Historia Crítica

versão impressa ISSN 0121-1617

hist.crit.  no.50 Bogotá maio/ago. 2013

 

Gruzinski, Serge. L'Aigle et le Dragon. Démesure sation au XVIe siècle. París: Fayard, 2012, 435 pp.

Renán Silva*

*Profesor del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes (Colombia). Doctor en Historia por la Universidad de París I, Panthéon-Sorbonne (Francia). rj.silva33@uniandes.edu.co

DOI: http://dx.doi.org/10.7440/histcrit50.2013.10


No hay nada más estimulante para la imaginación histórica que una gran obra de análisis histórico concreto -lo que le impide adoptar la fórmula de un simple programa de trabajo hacia el futuro-. El nuevo libro de Serge Gruzinski que se reseña vuelve a recordar, además, lo relativo de la idea de "crisis del saber histórico", que con cierta frecuencia vuelve a la escena de discusión, y pone de presente cuánta exageración hay en la declaración de una "crisis" general, que más bien parece comprometer ante todo a una forma particular de análisis, dependiente de un compromiso impensado y poco reflexivo con las aparentes novedades de la ciencia social "post/moderna", novedades que poco después de enunciadas mostraron sus debilidades.

L'Aigle et le Dragon es una obra al tiempo erudita, sabia y sintética, escrita bajo una forma clara que no esconde sus argumentos detrás de ninguna jerga. Es una obra que condensa, pero que también extiende y reformula, todo el conocimiento que Serge Gruzinski ha venido acumulando a lo largo de una larga jornada de investigación, jornada de la que él mismo identifica como sus eslabones más recientes: Las cuatro partes del mundo (su enciclopédico examen de la monarquía católica que unificó en la época de Felipe n buena parte del mundo), y luego el pequeño pero sorprendente volumen Quelle heure est-il là-bas (sobre las relaciones entre el Islam y el México descubierto por los españoles). Ahora se trata de extender aun más la mirada y vincular China y el Nuevo Mundo en ese proceso de globalización que se concreta en el siglo XVI, por la existencia de nuevas conexiones a escala planetaria, y que Gruzinski diferencia, por una parte, de la vieja noción de "expansión europea", tocada aún por un eurocentrismo mal disimulado, y, por otra parte, de la "Historia mundial", un enfoque comprometido con una visión de Occidente como creador e impulsor supremo del progreso y la civilización.

La nueva obra de Gruzinski, tiene tanto de síntesis -un pasado americano muy estudiado con anterioridad, aunque solamente en sus vertientes más visibles: México y Perú- como de nueva exploración. Antes que un trabajo directo de archivo (trabajo en parte ya hecho en el pasado), el libro somete a análisis una amplia bibliografía secundaria, complementada con un examen detallado de un número grande de crónicas contemporáneas a los sucesos, sin jamás caer en la tentación de examinarlas como textos, entendiéndolas como documentos históricos que se inscribían en la descripción y reflexión de los eventos en curso, documentos que han sido muy poco explorados en la dirección del análisis histórico de esta naturaleza, sobre todo en el caso de las crónicas chinas y portuguesas.

Se trata de una obra extensa de más de cuatrocientas páginas, organizada en una estructura de diecisiete capítulos, más una introducción y conclusión, todo ello al servicio de un argumento principal: la "globalización" no comenzó ayer, tiene una larga historia y es efecto de un conjunto de situaciones que no dependen, tan simplemente como se piensa, de los grandes descubrimientos de los siglos XV y XVI, y que encontraron en la unificación temporal del "Imperio ibérico" una de sus grandes palancas de impulso y de ampliación, para producir enseguida una situación inédita de contactos y de interacciones que se encuentran en el principio de lo que se designa como modernidad. Gruzinski definirá ese proceso de "mundialización" como "la proliferación de toda clase de lazos entre partes del mundo que hasta ese momento se ignoraban o que se trataban a distancia" (p. 10). Lazos que, con diferencias en los efectos sobre las variadas historias ahora conectadas, no dejarán de tener consecuencias mayores sobre toda la evolución posterior de las sociedades puestas en relación, como en el caso, conocido bajo ese ángulo de manera suficiente, de los "pueblos nativos americanos" y de los africanos traídos como esclavos a lo que se llamará el Nuevo Mundo, pero mucho menos conocido en relación con las circunstancias interiores de la propia África, sobre todo en las zonas en donde europeos de por lo menos dos imperios desplegaron sin clemencia su poderío técnico y militar, para cazar grupos humanos enteros y transportarlos a geografías de las que todo lo desconocían; e igualmente desconocido en el caso de China, sobre cuyos intentos de "colonización" por parte de los españoles poco se sabe, limitándose los autores a mencionar, como si se tratara de un exotismo, el intento de evangelización por parte de los jesuitas, encabezados por el padre Mateo Ricci.

Hay que decir desde ahora que L'Aigle et le Dragon no pertenece al género ensayístico, que recurre a generalidades históricas sobre el "ascenso imparable" de la "globalización" y la llegada de la "historia mundo" -lo que el propio Gruzinski ha designado como "falsa retórica de la globalización"-. No puede ser, por tanto, una obra confundida con cualquiera de los frecuentes ensayos que se producen bajo el rótulo de "Historia mundial" -Gruzinski utiliza la expresión "historia global", sobre la que en algunos momentos había tenido reservas en el pasado, mientras que la idea de "historias conectadas" parece reservarse de manera más precisa para definir el enfoque y la forma de tratamiento de los problemas-. En tal sentido, L'Aigle et le Dragon es una rigurosa obra de análisis histórico que comienza por recordar que para la comprensión de los problemas de ayer y de hoy el marco nacional (los Estados nacionales) resulta insuficiente, y que hay que ir aún más allá de donde incluso los espíritus más abiertos habían ido en el pasado1. Gruzinski muestra que esta amplitud de mirada que reclama y que exhibe en su trabajo tiene desde luego algunos antecedentes, y realiza una justa y abierta reivindicación de la obra olvidada de Pierre Chaunu, señalado como un pionero de este tipo de enfoques "planetarios".

Todo esto -amplitud de miras, localización de los objetos de investigación en escalas mayores, nuevas formas de contextualización de los fenómenos locales, atención prestada a las conexiones, a los desplazamientos, a las trashumancias- podría ser ya suficiente para comprender la importancia de la obra2. En este punto hay mucho más. Rompiendo con la idea simple de "expansión europea", la obra y el enfoque se lanzan a la conquista de nuevas formas de interpretación de esos contactos de los que habla. En primer lugar, por la importancia que otorga a cada una de las civilizaciones que en adelante van a entrar en contacto, cada una de las cuales representa una forma cultural con su propia legitimidad, su historia, sus sin salidas, una entidad pues posible de analizar, sin que para ello resulte necesario hundirse en valoraciones parcializadas de ésta o aquella sociedad, ya que para hacer justicia a la riqueza cultural de la sociedad universal no hay necesidad ni de idealizar las culturas, que por mucho tiempo han sido negadas, ni de declarar una especie de "guerra imaginaria" contra la llamada "tradición occidental"3.

En segundo lugar, el enfoque propuesto tiene el mérito de romper las oposiciones simplistas a las que el análisis posmoderno de estos años ha acostumbrado a los estudiosos: centro versus periferia, "nosotros y los otros", el terrible Occidente frente al débil colonizado y explotado. En tanto, se trata de hacer justicia a un escenario de encuentro que se caracteriza por la presencia de actores multiplicados y de relaciones de fuerza diversas que no pueden ser captadas a través de simplificaciones como las que se construyen cuando se trabaja con lógicas polares, y ello tanto en el caso de China -en donde los ibéricos perdieron- como en el caso de "América" -en donde triunfaron, devastaron, saquearon y finalmente se integraron en una nueva sociedad mestiza-, pero no menos en el caso de las propias potencias europeas coloniales, que constituían un complejo tinglado de intereses, que se desafiaban entre ellos en su carrera de dominio y saqueo, todo lo cual recuerda que la idea de "historia global" aquí propuesta nada tiene que ver con la visión (efectivamente hegeliana) de un gran centro europeo que recorre el mundo en pos de la fundación de una "historia universal"4.

En tercer lugar, hay que recordar -y esto es una gran novedad frente a la tradicional "Historia mundial"- la manera precisa como el libro describe lo que se puede llamar "conciencia de la globalidad" -una idea ya en curso en Las cuatro partes del mundo-, es decir, la forma como los contemporáneos -en este caso, de manera particular, los portugueses y españoles- percibieron en su imaginación a China. Lo que se observa es una conciencia aguda de la importancia y los poderes de esa sociedad, que era captada efectivamente como una civilización y una cultura, así estuviera por fuera del marco del cristianismo (marco al que había que tratar de arrastrarla). Se trata de visiones contrastadas, divergentes muchas veces en sus apreciaciones, pero todas penetradas por la visión de un hecho nuevo en la historia de la humanidad. El libro mostrará cómo esa conciencia de la globalidad y sus efectos será al mismo tiempo una de las principales condiciones de emergencia del nuevo humanismo europeo, que se fragua, quién lo creyera, en el propio marco de las llamadas "guerras de religión".

Este examen de la "conciencia de la globalidad" por los propios contemporáneos en esta fase del proceso de mundialización recuerda, además, un poco el espejismo padecido a raíz de ciertas obras, pioneras, pero en extremo limitadas, como las de Edward Said y su escuela, cuando con fuentes históricas tan reducidas -en gran parte concentradas en los siglos XVIII y XIX-, y proyectando una percepción muy reciente y restringida -la de un tramo del siglo XX-, quisieron deducir una especie de "modelo de análisis" de todas las formas como el "cruel Occidente" había "inventado" al resto del mundo.

La idea básica de la obra de Gruzinski sobre este punto, y una de las más fecundas del libro, es la de que el asunto es cuando menos más complejo, y que habría que decir otras cosas, antes de pensar que el problema se encuentra explicado. Así, por ejemplo, Gruzinski subraya la idea de que la "América" descubierta -el Nuevo Mundo- y China fueron condiciones esenciales para la "invención de Occidente", y que de modo particular la creación de buena parte del saber de las sociedades occidentales y de su manera dominante de representarse a sí mismo ha encontrado sus pilares esenciales en sus formas de encuentro con esas sociedades a las que admiraba, odiaba, despreciaba, envidiaba y quería asimilar y dominar.

La idea es vieja en Gruzinski y había aparecido con toda claridad en uno de sus libros fundamentales -posiblemente el menos leído de ellos en Hispanoamérica, escrito en compañía de Carmen Bernard, De la idolatría, con toda exactitud subtitulado "Una arqueología de las ciencias religiosas"-; la idea vuelve ahora, extendiéndose a nuevos espacios -China- y precisando algunos de sus contornos, todo en función de un conocimiento complejo de procesos que hasta el presente se han analizado mucho más en la lógica de "lo políticamente correcto", que en un esfuerzo sincero por analizar las relaciones culturales entre las sociedades, sin el recurso a una idea simplificadora de dominación.

Como ya lo ha hecho notar Serge Gruzinski en varias oportunidades, esta visión no impide, sino que exige, una idea clara de las complejidades de los procesos de dominación, y reclama una crítica de las más conservadoras nociones de "centro y periferia", una crítica como la propuesta por Peter Sloterdijk -de manera particular, Gruzinski se ha referido en este libro a Essai d'intoxication y L'Heure du crime et le temps de l'oeuvre d'art, pero parece más justo en el caso de una consideración general citar Esferas II. Globos. Macroesferología5-.

L'Aigle et le Dragon se propone a sus lectores como una nueva consideración de lo que los historiadores designan de manera habitual -de acuerdo con sus conservadoras concepciones y acudiendo a la mención de ciertos autores y obras canónicas- como el Renacimiento. Si uno quisiera tomar la medida de la distancia que ha estado desde hace tiempo tratando de tomar Serge Gruzinski respecto de la historiografía tradicional, habría que decir que esa idea de una reformulación de la visión convencional de Renacimiento puede ser una buena atalaya. El Renacimiento no debería ser ya considerado en adelante como un fenómeno "italiano" y "europeo", a partir del cual la "sociedad universal" habría tenido la irradiación de una "cultura nueva" centrada en el "hombre" -como especie- y la promoción de una serie de valores antes desconocidos, que finalmente nos habrían hecho a todos más civilizados y nos habrían incluido en la ruta del progreso. El Renacimiento resultaría siendo mucho más una de las consecuencias mayores de ese "desenclavamiento" del mundo -según la expresión de Jean-Michel Sallmann-, ocurrido entre los siglos XII y XV, y la mayor parte de los problemas que los humanistas y el racionalismo enfrentarán en adelante y hasta el presente, se encontrarían vinculados a los inicios de ese gran fenómeno de contenido universal que, como en la obra de Paul Claudel, recordada por Gruzinski en la "Introducción" de su libro, se resume en que "Nos hemos encontrado y no existe medio alguno de que nos libremos de ese lazo" (p. 11).


Comentarios

1 Así, por ejemplo, ir más allá de Earl Hamilton, con su idea del "tesoro americano" secando las fuentes de la prosperidad española, y observar cómo, al mismo tiempo que España se empobrecía, se enriquecía Europa, pero la plata y el oro americano llegaban hasta Japón y China.

2 El trabajo de Serge Gruzinski en estos años recientes se asocia de manera directa con el enfoque de las "historias conectadas" -enfoque que cuenta ya por lo menos con una decena de obras muy representativas y de alta calidad. Esperemos que la cosecha aumente y que la calidad se mantenga-. Véase al respecto la reseña, escrita por Gruzinski, del libro dirigido por Patrick Boucheron, Histoire du monde au xve siècle (París: Fayard, 2010), publicada bajo el título "Faire de l'histoire dans un monde globalisé", Annales, Histoire, Sciences Sociales 66: 4 (2011): 1081-1091.

3 Gottfried Leibniz, en su Discurso sobre la teología natural de los chinos -1716-, daría una prueba magnífica de consideración respetuosa de la tradición religiosa china, a la que no desvirtúa, a pesar de incluirla en la categoría de "teología natural", categoría ajena al pensamiento chino; y mostrará al mismo tiempo que la alta valoración de ese pensamiento chino no exige como contrapartida ningún tipo de consideración despreciativa de su propia tradición occidental.

4 El carácter no homogéneo -pero no sencillamente desigual y organizado sobre la base del esquema dominante/dominados- de las partes que entran en relación en los encuentros que fundan el mundo globalizado de hoy es puesto de presente de manera explícita, desde su título, en Romain Bertrand, L'Histoire àparts égales (París: Seuil, 2011), que estudia el caso de las relaciones entre los holandeses, los portugueses y las "élites" de la isla de Java. Habría desde luego que extender una reflexión de esa naturaleza al Nuevo Mundo americano y volver a pensar, sin supuestos, el problema del "encuentro de la civilizaciones".

5 La permanencia en la cultura occidental desde Grecia de las metáforas del "globo", de la "red" y del "tejido", señaladas por Sloterdijk, ha sido varias veces mencionada por Gruzinski; en L'Aigle et le Dragon se recordará otra de las fecundas ideas del filósofo alemán, quien recuerda que Magallanes es tan importante como Copérnico -y puede que más, desde ciertos puntos de vista-: "Una historia global del Renacimiento no puede ignorarlo. Con y desde Copérnico, la Tierra gira alrededor del Sol. Con Magallanes, son el hombre europeo y sus recursos los que se ponen a dar la vuelta a la Tierra. La 'revolución de Magallanes' concierne a los marinos, a los comerciantes, a los financieros, a los príncipes y a los cronistas. Hace del mar, de la movilidad de los hombres y de los capitales, el motor de todas las circulaciones y de todos los 'desenclavamientos'". Serge Gruzinski, L'Aigle et le Dragon, 410.