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Historia Crítica

versão impressa ISSN 0121-1617

hist.crit.  no.53 Bogotá maio/ago. 2014

 

Chicangana-Bayona, Yobenj Aucardo. Imágenes de caníbales y salvajes del Nuevo Mundo. De lo maravilloso medieval a lo exótico colonial. Siglos XV-XVII. Bogotá: Universidad del Rosario, 2013, 260 pp.

Jaime Humberto Borja Gómez*

* Profesor asociado al Departamento de Historia de la Universidad de los Andes (Colombia). Magister y doctor en Historia por la Universidad Iberoamericana (México). Es director del grupo de investigación Prácticas culturales, imaginarios y representaciones (Categoría A1 en Colciencias). jborja@uniandes.edu.co

DOI: dx.doi.org/10.7440/histcrit53.2014.10


El canibalismo es uno de los grandes mitos narrativos de la cultura occidental. Sus antecedentes se pueden rastrear desde las escrituras de la otredad de la Antigüedad clásica, donde la acusación de antropofagia se empleó para describir a aquellos pueblos indómitos a la civilización que los definía. Griegos y romanos emplearon este artificio para mostrar el carácter bárbaro de los otros que no eran iguales a ellos, por ejemplo, los escitas de Herodoto1. En las narraciones de la Antigüedad, que la cristiandad medieval absorbió sin esfuerzo, la acusación de canibalismo por lo general estaba asociada a una manera de desprestigiar al otro para mostrar su inferioridad cultural. Incluso, los escritores romanos acusaron a los cristianos primitivos de tal acción, al interpretar el ritual de la Fracción del Pan —comer el cuerpo y beber la sangre de Cristo— como un acto de antropofagia. Esta tradición de acusar al otro de antropófago se perpetuó en la Edad Media, especialmente con los viajes de exploración del mundo que se iniciaron a partir del siglo XII, y, por supuesto, esta tradición pasó a la escritura de América.

Aunque en la actualidad sigue constituyéndose en materia de debate entre antropólogos e historiadores la autenticidad de esta práctica, lo cierto es que tras el descubrimiento y posterior colonización de América, la escritura de los cronistas enfatizó el discurso sobre el canibalismo en función de mostrar la barbarie de los indígenas. Como bien lo recuerda Álvaro Félix Bolaños, a propósito de la crónica de Pedro Simón, "el canibalismo conforma la esencia de la condición bárbara [...] el mejor argumento para proponer y justificar su exterminio y representar el rasgo más conspicuo de la diferenciación entre el 'nosotros', los hombres europeos, y el 'ellos', los bárbaros de las indias"2. El discurso que se generó tenía claras intenciones apologéticas de la labor cristiana civilizadora, y fue tan fuerte y convincente el debate que las generaciones posteriores, y hasta el presente, aceptaron con credulidad las bárbaras costumbres indígenas. A mediados del siglo XX, tanto desde la historiografía como desde la antropología y la crítica literaria, se sometió a juicio analítico tratando de "descubrir" los patrones, la veracidad y las intenciones de las narraciones sobre la antropofagia desde la cultura clásica hasta las crónicas de Indias. Pero lo que se había descuidado, el poder de las imágenes, es lo que cubre este libro de Yobenj Aucardo Chicangana-Bayona.

Una de las diferencias significativas de la narración de la antropofagia que se inaugura con el descubrimiento de América, con respecto a las antecedentes clásicas y medievales, es la formidable aparición de imágenes visuales que representan al hombre salvaje en sus acciones caníbales. Esta estrecha relación entre el discurso narrado y el discurso visual es consistente con las condiciones de la época. Para Paolo Vignolo, "A partir del siglo XVI la figura del caníbal aparece en todas partes: se le encuentra en los grabados y en las crónicas de viaje, en los libros de caballerías y en los mapamundis; en las fiestas de corte y en los carnavales populares"3. Para este autor, ese crecimiento de la importancia del canibalismo se explica desde el "imaginario colectivo del Renacimiento". En este punto coincide la investigación de Chicangana-Bayona, quien en su recorrido pretende mostrar la crisis de la imagen renacentista al analizar las imágenes visuales producidas por los europeos sobre salvajes y caníbales entre los siglos XVI y XVII. Para el efecto, el libro tiene dos direcciones: destacar las permanencias y mostrar las transformaciones de los cánones de representación visual.

En este sentido, una de las novedades del libro es el recurso a un tipo de fuente en la que la historiografía tradicional ha depositado su desconfianza: el uso de la imagen para hacer historia. Pinturas, dibujos y grabados se constituyen en la fuente primordial de esta investigación, cuyas procedencias —alemanas, francesas, ibéricas, flamencas e italianas— aportan una amplia riqueza para conseguir el objetivo: analizar la mirada europea sobre la representación del canibalismo, auspiciado en buena medida por las narraciones escritas que circulaban de los habitantes de América. El trabajo de recolección de imágenes para ensamblar el corpus visual de este libro es exhaustivo, porque además de aportar una completa imagen sobre el salvaje y el caníbal, aboca el problema metodológico de cómo analizar imágenes con una función histórica.

Pero el problema no se queda sólo en un análisis iconográfico al estilo de Erwin Panofsky, sino que integra éste a un estudio complejo del contexto particular de la producción de imágenes en el período y su relación con el texto narrativo que les da origen —las crónicas, principalmente—. De esta manera, se intenta restituir la imagen visual al contexto que la produce, es decir, hacer una genealogía de la imagen del canibalismo. Este aspecto es importante, porque muchos de estos dibujos y grabados han sido utilizados de forma indiscriminada y sin tener presente el contexto de su producción, lo que ha llevado a una descontextualización, o si se quiere, a una "manipulación" del artefacto visual para cubrir necesidades historiográficas, a veces con fuerte contenido político. Para ilustrar esta afirmación, bastaría con mencionar el uso intensivo de los grabados de Teodoro de Bry, que tanto fueron empleados por la historiografía protestante para alimentar "la leyenda negra" de la conquista de América.

También es importante llamar la atención sobre otro aspecto que le da un valor interesante a esta investigación: aquí se pone en un contexto medieval y clásico la producción de estas imágenes sobre América. El conocimiento sistemático de la idolatría o el canibalismo no puede fundamentarse sólo en los textos de la época, principalmente en las llamadas Crónicas de Indias, como si fueran textos autónomos, sin relación narrativa con su pasado inmediato (lo medieval) y el fundamento de la cristiandad (la Antigüedad). Chicangana-Bayona, en su propuesta, enlaza de manera interesante los aspectos de la cultura medieval y renacentista con la colonia americana al cuestionarse respecto a cómo se trata el problema del caníbal en numerosas imágenes. En este sentido, cumple con lo que se mencionaba anteriormente: deja entrever las continuidades y rupturas que existen entre la imagen europea y el texto indiano. El libro aborda, así, la complejidad de la representación visual, por cuanto muestra "indios renacentistas" o "caníbales medievales", a su vez establecidos en muchas ocasiones desde los patrones narrativos que impuso el mundo clásico a la tradición medieval y a los inicios del mundo moderno.

Esta perspectiva es novedosa porque por lo general el tratamiento del canibalismo, como muchos otros problemas históricos de la conquista europea de América, se aborda desde una perspectiva local, es decir, sin observar el complejo mundo de relaciones textuales que invaden la producción narrativa y visual de aquellos siglos. Chicangana-Bayona muestra cómo la construcción histórica del indígena como bárbaro, con el matiz del salvaje, es un discurso que hace carrera en Occidente y que triunfa en el imaginario de esta sociedad. La imagen visual ocupa un lugar destacado en este proceso. Sin embargo, se debe tener en cuenta que el bárbaro posee otro elemento: el "buen salvaje", cuyo origen se remonta al Román de la rose en el siglo XIII, en quien se representaba la bondad que reinaba en el mundo en el tiempo "de los primeros padres". A partir de entonces, se matizó en el pensamiento occidental y alcanzó su mayor grado de desarrollo con el homo selvaticus, el hombre que vive en la selva y que adquiere todos los rasgos del medio en el cual vive: el "salvajismo", la desnudez y la animalidad4. Comprender este proceso es posible cuando se enlaza la producción de imágenes del siglo XVI con ese tipo de experiencias que vienen de tiempo atrás.

Es así que el subtítulo del libro, "De lo maravilloso medieval a lo exótico colonial", recoge esta tensión entre lo clásico y lo medieval, y la manera como se aboca lo moderno del siglo XVI. Las descripciones fantásticas de la realidad o de la naturaleza, como los hombres salvajes y los caníbales, tenían una función: compensar lo trivial. Los mirabilia —lo maravilloso y lo milagroso— del occidente medieval "tienden a organizarse en una especie de universo al revés. Los principales temas son: la abundancia de comida, la desnudez, la libertad sexual, el ocio"5. Elementos que sin dificultad se encuentran en las imágenes de caníbales que trabaja este libro, y que estaban vinculados con la idea de la idolatría y el homo selvaticus. Son precisamente la desnudez, el canibalismo y la sexualidad, los rasgos indígenas que más destacan las imágenes y los cronistas, como si en ellos se reflejaran las culpas de la cristiandad y marcaran fronteras casi intransitables entre los dos grupos en encuentro. Para ello hay una explicación: el singular papel que tuvo lo monstruoso dentro de las narraciones visuales y narradas. Sin duda, el sacrificio, la sodomía, el canibalismo, el salvajismo, caracterizan la monstruosidad.

Detrás de esta compleja genealogía de la imagen que muestra Yobenj Aucardo Chicangana-Bayona, no sólo se rastrean diálogos entre las diferentes fuentes y tradiciones textuales y visuales, como él lo menciona (p. 224). También hay un complejo entramado moral: la lucha entre vicios y virtudes. Para representar al caníbal, se recurre a todas las imágenes conocidas de vituperio que tenían un largo recorrido en la cristiandad: el canibalismo, las exacerbadas costumbres, la desnudez, la traición y el engaño. Es así como en el indígena caníbal recae la descripción de los vicios físicos y morales en toda la extensión, cuyas imágenes están dirigidas a crear una reacción de rechazo en el lector. Estos problemas visuales, su intertextualidad y su genealogía, ponen de presente el largo camino de la conformación de la alteridad.


Comentarios

1 François Hartog, El espejo de Heródoto. Ensayo sobre la representación del otro (México: FCE, 2003), 186.

2 Álvaro Félix Bolaños, Barbarie y canibalismo en la retórica colonial. Los indios pijaos de fray Pedro Simón (Bogotá: CEREC, 1995), 151.

3 Paolo Vignolo, "Hic Sunt caníbales: el canibalismo del Nuevo Mundo en el imaginario europeo", Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura 32 (2005): 152.

4 Roger Bartra, El salvaje en el espejo (México: UNAM-Coordinación de Difusión Cultural/Era, 1993), 60-80.

5 Jacques Le Goff, Lo maravilloso y lo cotidiano en el occidente medieval, trad. Alberto Bixio (Barcelona: Gedisa, 1994), 14.