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Historia Crítica

versão impressa ISSN 0121-1617

hist.crit.  no.55 Bogotá jan./mar. 2015

https://doi.org/10.7440/histcrit55.2015.08 

El mutualismo católico en Argentina: el Círculo de Obreros de Rosario en la primera mitad del siglo XX*

Diego Mauro**

** Docente de la Universidad Nacional de Rosario (Argentina) e investigador asistente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (CONICET). Magíster en Historia Comparada por la Universidad de Huelva (España) y Doctor en Humanidades y Artes por la Universidad de Rosario. Entre sus principales publicaciones se encuentran dos compilaciones: una realizada con Leandro Lichtmajer, Los costos de la política. Del Centenario al primer peronismo (Buenos Aires: Imago Mundi, 2014), y otra con Miranda Lida, Catolicismo y sociedad de masas en Argentina: 1900-1950 (Rosario: Prohistoria, 2009), así como los libros Reformismo liberal y política de masas. Demócratas progresistas y radicales en Santa Fe, 1921-1937 (Rosario: Prohistoria, 2013) y De los templos a las calles. Catolicismo, sociedad y política, Santa Fe, 1900-1937 (Santa Fe: Universidad Nacional del Litoral, 2010). diegomauro@conicet.gov.ar

DOI: dx.doi.org/10.7440/histcrit55.2015.08


RESUMEN:

Las dificultades atravesadas por los Círculos Católicos de Obreros en Argentina han tendido a verse como una consecuencia de la implantación de los modelos centralizadores propiciados por Roma durante el período de entreguerras, entre ellos, la Unión Popular Católica Argentina y la Acción Católica. En el presente artículo se revisa este argumento a partir de un estudio de caso: el del Círculo de Obreros de la ciudad de Rosario. Se analizan las prestaciones de la entidad a la luz de las condiciones generales del mutualismo de entreguerras, las tendencias cambiantes en el rol del Estado y los sindicatos, y el impacto de las élites demócratas cristianas al frente de la entidad desde mediados de la década de 1910.

PALABRAS CLAVE:

Instituciones religiosas, Argentina, círculos de obreros, mutualismo católico.


Catholic Mutualism in Argentina: The Catholic Worker Circle of Rosario in the First Half of the 20th Century

ABSTRACT:

The difficulties experienced by Catholic Worker Circles in Argentina have tended to be seen as a consequence of the implantation of the centralizing models promoted by the Vatican during the interwar period, among them, the Unión Popular Católica Argentina and Catholic Action. The article examines this argument through a specific case study: that of the Worker Circle of the city of Rosario. The benefits provided by the entity are analyzed in the light of the general conditions of interwar mutualism, the changing tendencies in the role of the State and trade unions, and the impact of the Christian Democrat elites that headed the entity since the middle of the second decade of the 20th century.

KEYWORDS:

Religious institutions, Argentina, worker circles, Catholic mutualism.


O mutualismo católico na Argentina: o Círculo de Obreiros de Rosário na primeira metade do século XX

RESUMO:

As dificuldades pelas quais os Círculos Católicos de Obreiros na Argentina atravessaram vêm sendo vistas como uma consequência da implantação dos modelos centralizadores propiciados por Roma durante o período de entreguerras, entre eles, a União Popular Católica Argentina e a Ação Católica. No presente artigo, revisa-se esse argumento a partir de um estudo de caso: o do Círculo de Obreiros da cidade de Rosário. Analisam-se as prestações da entidade à luz das condições gerais do mutualismo de entreguerras, as tendências mutáveis no papel do Estado e dos sindicatos, e o impacto das elites democráticas cristãs à frente da entidade desde meados da década de 1910.

PALAVRAS-CHAVE:

Instituições religiosas, Argentina, círculos de obreiros, mutualismo católico.

Artículo recibido: 17 de febrero de 2014 Aprobado: 14 de julio de 2014 Modificado: 23 de julio de 2014


Introducción

La encíclica Rerum novarum, promulgada en 1891, contribuyó a profundizar la revisión de los postulados del liberalismo clásico, al situar el conflicto social y el debate sobre el rol del Estado y de las organizaciones obreras en el centro de la agenda del catolicismo europeo. León XIII bajaba de esta forma a media asta la bandera intransigente de Pío IX y delineaba un programa de reformas orientadas a propiciar la "armonía de clases" y el desarrollo de las asociaciones católicas1.

En este contexto, en la Argentina de comienzos del siglo XX, como en otros países latinoamericanos y europeos, los católicos sociales daban sus primeros pasos. Por entonces, el que llegaría a ser uno de los Círculos de Obreros (CCOO) más importante del país luchaba por su supervivencia. Fuertemente aquejado por las deudas y la caída de las cuotas societarias, como otras entidades de su tipo, el Círculo de Obreros de Rosario (COR) estuvo muy cerca de cerrar sus puertas. El periódico El Obrero, por ejemplo, dejó de editarse en 1906 y se canceló buena parte de las actividades y prestaciones: la agencia de colocaciones cesó su labor, al igual que la escuela que se sostenía en la sede de la entidad. Los servicios mutuales que se mantenían más bien precariamente se redujeron al mínimo. De hecho, por entonces, la única función visiblemente desempeñada por esta institución fue la eventual provisión de "rompehuelgas", tal como se había hecho durante los conflictos portuarios de 1901 y 19022.

No obstante, tras la llegada de los demócratas cristianos en la primera mitad de la década siguiente, la situación comenzó a cambiar. Se pusieron en marcha diferentes proyectos, y el número de socios pasó con rapidez de novecientos a dos mil. Entre 1914 y 1919, los nuevos matriculados crecieron notablemente: 175 en 1915, 873 en 1917 y 535 en 1919. Pronto, el Círculo de Rosario superó incluso al Círculo Central en Buenos Aires y, hacia mediados de los años veinte, se convirtió en la entidad más importante de su tipo en el país, con unos siete mil socios. Es decir, una cuarta parte del total de los cerca de ochenta círculos efectivamente en funcionamiento. Esto le permitió consolidar un mutualismo católico pujante y emprender obras de envergadura como una sede social y, en la década siguiente, un sanatorio propio. La curva de socios y prestaciones se mantuvo en ascenso, aunque más amesetada, al menos hasta fines de la década de 1930, cuando finalmente, tras la inauguración del edificio del sanatorio social en 1939, las tendencias empezaron a invertirse. El número de socios -que por entonces superaba los nueve mil- dejó de crecer definitivamente y comenzó a declinar. Primero con lentitud, y luego, durante la segunda mitad de la década de 1940, de manera mucho más veloz. Hacia 1950, los números de la entidad en socios y prestaciones se habían derrumbado, a pesar de los esfuerzos de las comisiones directivas y de los cada vez más desesperados llamados a la solidaridad y la "conciencia mutualista". A mediados de 1950, los números del COR -consumido por las deudas- se parecían mucho más a los de la década de 1910 que a los de sus años dorados.

Aunque el tema en sí no ha sido objetivo de investigaciones específicas, la historiografía sobre el catolicismo argentino ha tendido a privilegiar, como en otras temáticas, el prisma político e ideológico a la hora de construir las principales hipótesis. Néstor Auza, en primer lugar, en sintonía con las posiciones de los demócratas cristianos, y más recientemente José María Ghio y Loris Zanatta, entre otros, han tendido a relacionar la decadencia relativa de los círculos con los conflictos suscitados por las políticas de centralización impulsadas por el papado y la Iglesia argentina de entreguerras. Las crisis -y, en un sentido amplio, las dificultades de las instituciones del catolicismo social- se explicarían en esta línea como una consecuencia del abandono de los proyectos basados en la formación de una Volkverein, según la experiencia del catolicismo alemán, en beneficio de la consolidación de modelos centralizadores como el de la Unión Popular Católica Argentina (UPCA) y la Acción Católica Argentina (ACA)3. Desde este punto de vista, que coincide por cierto con el de quienes defendían la autonomía de los círculos y miraban con recelo a la UPCA y a monseñor De Andrea, se arguye que la centralización y, en definitiva, la apuesta de las jerarquías por el modelo de la Acción Católica Italiana habrían ahogado el dinamismo de estas experiencias, debido tanto a los conflictos y las disputas generados como a los efectos de la centralización misma4.

Este argumento, aunque consistente para explicar -por ejemplo- el derrotero de la democracia cristiana en Argentina, presenta evidentes dificultades a la hora de abordar la crisis del mutualismo de los CCOO y, en términos más generales, la de las instituciones del catolicismo social5. En el caso del COR, además, no se ajusta al ciclo de alzas y bajas en el número de socios y en el volumen de las prestaciones, cuyo momento de mayor esplendor coincide precisamente con el avance del proceso de centralización en el laicado al nivel diocesano. En este caso, es preciso ahondar también en las causas del éxito relativo de la entidad, en comparación con otros círculos, incluido el Central, durante las décadas de 1920 y 19306. Causas que, como se verá más adelante, remiten tanto a fenómenos de coyuntura y a variables estructurales como a los procesos de cambio religioso que atravesó el catolicismo de entreguerras7.

El propósito de este artículo es, entonces, ahondar con mayor profundidad en el conocimiento del mutualismo católico del COR, bajo el supuesto de que para avanzar en una historia de los círculos de obreros en Argentina es preciso tener en cuenta las propias características y tendencias del mutualismo de entreguerras, afectado por recurrentes crisis y problemáticos cuellos de botella, que iban más allá de las disputas y rivalidades dentro del campo católico: el prisma más transitado a la hora de intentar comprender estos procesos. Como señala Susana Belmartino, la actividad mutualista, en el marco de la cual cabe incluirse al COR, estuvo siempre amenazada por las dificultades para formar un adecuado pool de riesgo, ante crecientes problemas de escala y el aumento de los gastos de las prestaciones, sobre todo a partir de la década de 19308. Asimismo, su suerte no puede disociarse de los procesos más generales de transformación del rol del Estado en el mundo occidental, manifiestos primero tímidamente en el marco de las políticas sanitarias de los gobiernos "conservadores" de los años treinta, y, luego con mayor intensidad, de la mano de la denominada "democratización del bienestar", durante la década peronista9.

Así, pues, en las páginas que siguen, partiendo de estos interrogantes e hipótesis, se intentará explorar los emprendimientos del COR, así como su crisis a partir de la década de 1940. Para ello, el análisis se centrará en la viabilidad de la empresa a la luz de las transformaciones de la institución y de los contextos sociales y políticos cambiantes que debió enfrentar entre la primera posguerra y el peronismo.

1.La edad de oro: la llegada de los demócratas cristianos (1915-1931)

Los demócratas cristianos asumieron el control del COR a mediados de la década de 1910. Ataviados con ideas renovadas, basadas en parte en la democracia cristiana de Buenos Aires y en las experiencias de los catolicismos europeos, pusieron en marcha una militancia más acorde con las lógicas de la política de masas: realizaron conferencias callejeras, volanteadas, cursos de formación, y propagaron sus ideas través de centros barriales -denominados luego "comités"-, tal como los llevaba a cabo el radicalismo, con notable éxito10. Asimismo, la coyuntura de crisis económica generada por la Gran Guerra abonó el terreno para muchas de las iniciativas mutualistas del COR, que, en el marco de un creciente desempleo y altas tasas de inflación, constituían paliativos más o menos inmediatos11.

La apuesta dio sus frutos y, tras una década de relativo estancamiento en el número de asociados y agudas crisis, la entidad comenzó a dar muestras claras de revitalización. Se ampliaron las actividades culturales y recreativas, se logró poner en marcha dos sindicatos católicos -el de Tranviarios y el de Empleados y Dependientes de Comercio- y se ampliaron de manera significativa las prestaciones médicas12. Hacia fines de la década, en una prueba del éxito de la nueva dirección, el Círculo superó por primera vez la barrera de los dos mil socios. Las veladas literarias y las esporádicas reuniones sociales que habían caracterizado sus primeros años -circunstancialmente interrumpidas por el reclutamiento de rompehuelgas- dieron paso a una abultada agenda que incluyó frecuentes obras de teatro, almuerzos campestres, proyecciones cinematográficas, y la práctica cada vez más generalizada de deportes: una dimensión que la Junta Central de los Círculos consideraba de particular relevancia.

En términos mutualistas, los cambios también fueron destacados: además de una más diversificada oferta médica y farmacéutica -sostenida en el mayor número de cotizantes, en parte vinculados a los nuevos sindicatos católicos-, se comenzó a ampliar el panteón social de la entidad, que contaba con sólo unos cincuenta nichos en 1919. Al mismo tiempo, se consolidó el servicio de asesoría jurídica -a cargo de varios de los abogados que integraban la comisión directiva- y se reorganizó la denominada Agencia de Trabajo, renombrada Agencia de Colocaciones, escasamente activa desde la crisis de 190613. A comienzos de la década de 1920 se implementó también un seguro de vida financiado colectivamente y se aumentaron de manera sostenida tanto las becas para los colegios confesionales de la ciudad como las de perfeccionamiento o formación que el COR tramitaba en diferentes institutos y centros de capacitación. Estas últimas, sorteadas entre los solicitantes, incluyeron áreas tales como inglés, telegrafía, taquigrafía, aritmética, escritura, dibujo industrial, cortador sastre, violín y piano. También, la oferta de cursos nocturnos se amplió abarcando áreas como contabilidad, electricidad o dactilografía14.

Entre tanto, el alza en el número de socios, que por entonces superaba los cinco mil, y la diversificación de las prestaciones volvieron a plantear el problema acuciante de la construcción de una sede social. El local de la calle Maipú quedaba cada vez más chico, y los gastos de alquiler, que incluían tanto el local fijo como eventualmente otros salones y dependencias, preocupaban a las comisiones directivas, que veían allí un pesado lastre. La cuestión de la sede se convirtió en uno de los asuntos más discutidos hasta que finalmente, en 1922, se decidió avanzar en una convocatoria de anteproyectos para construir un edificio propio15. Se creó una comisión pro-edificio y se lanzó una suscripción de acciones, similar a la empleada con éxito pocos años antes por los católicos de la ciudad de Santa Fe para levantar la Casa del Pueblo "Obispo Boneo", rebautizada Casa Social Católica16. Se emitieron dos tipos de acciones con sistemas de amortización diferentes y se congeló alrededor de un diez por ciento de las cuotas societarias, para respaldar el pago de las acciones17. Aunque las publicaciones de la entidad exageraron en cuanto al "rotundo éxito" de la suscripción, la recepción, tanto de la primera parte, en 1922, como de la segunda, en 1923, fue razonablemente buena. El propio presidente Marcelo T. de Alvear, que se encontraba en la ciudad, suscribió una acción, que desde entonces el Círculo exhibió como un gran trofeo18. Los 120.000 pesos obtenidos por esa vía no fueron sin embargo suficientes para financiar la obra y, tras varios debates y análisis, se decidió pedir un crédito por 250.000 pesos al Banco Hipotecario Nacional19.

La liquidez que aseguraron los créditos y las suscripciones facilitó la ejecución del plan de obras, y el edificio se inauguró sin contratiempos en 1925, con la presencia de diversas personalidades, entre ellas el obispo de Santa Fe, Juan Agustín Boneo, quien había apoyado a los dirigentes del Círculo desde sus primeros años20. Rápidamente, los beneficios de la nueva sede se hicieron sentir, y, al no tener que pagar alquiler, la oferta recreativa se acrecentó de un modo significativo. Las funciones teatrales se multiplicaron, y los torneos de ajedrez, casin, truco o pelota vasca, que hasta entonces se habían llevado a cabo sólo excepcionalmente, devinieron una de las actividades más frecuentes y populares entre los asociados. Las funciones de cine, por su parte, comenzaron a celebrarse todos los días en varios horarios, con importante éxito. El número de cotizantes siguió creciendo -se llegó a los ocho mil en 1926-, y el volumen de dinero de las cuotas se elevó en una proporción semejante. A pesar de este acentuado crecimiento, devolver los préstamos no fue una tarea sencilla.

El patrimonio de la entidad creció de manera sostenida pero las deudas no se quedaron atrás: en 1928 duplicaban el patrimonio neto de la institución. Los activos disponibles, además, eran difícilmente vendibles si -llegado el caso- no se lograba atender los compromisos contraídos y tenían que liquidarse. Se buscó entonces aumentar a toda costa el número de socios, ya que, según las estimaciones de la comisión directiva, se necesitaban algo más de diez mil. Entre 1926 y 1928, las campañas se repitieron e intensificaron -encabezadas por el propio presidente, Elías Luque- pero, a pesar de los esfuerzos realizados, las nuevas incorporaciones apenas superaron el número de bajas. Por entonces, a estas dificultades de crecimiento se les sumaron también las relativas al aumento en los gastos de las prestaciones médicas y farmacéuticas, desde hacía más de una década, el principal rubro de erogaciones de la entidad. El alza de socios obligó a contratar más médicos, y el gasto hospitalario se elevó notablemente entre 1917 y 1927. Además, hacia fines de la década de 1920 comenzaron a sentirse también las presiones del seguro de vida que se había lanzado en 1924 y que creció vertiginosamente: 2800 pesos en 1925, 9000 en 1927 y 12.000 en 1928. Si bien estas erogaciones se cubrían con las cuotas societarias, los excedentes que quedaban para pagar las abultadas deudas con los bancos y accionistas eran cada vez más chicos.

Hacia 1930, sin embargo, más allá de los problemas financieros, no cabían dudas de los éxitos de la gestión iniciada a mediados de la década anterior. Aun cuando las deudas gravitaban con peso, la capitalización de la entidad y, sobre todo, el desarrollo del mutualismo habían sido formidables. Más aún si se los comparaba con los escasos avances del período previo o con las realidades de los otros círculos. El de Córdoba, por ejemplo, seguía teniendo casi el mismo número de socios que a principios de siglo: entre doscientos y quinientos, mientras que el COR rondaba los nueve mil, cifra que equivalía a la mitad de los socios de los Círculos del interior del país y a casi una tercera parte del total de los 82 círculos censados por la Federación de Círculos21. La comparación, sin duda, acrecentaba los logros de la entidad, algo que reconocía la propia Junta Central, a pesar de las diferencias que mantenía con el COR a raíz de sus estatutos autónomos22.

En 1928 destacó incluso la "dignísima" labor de la Comisión Directiva que había llevado a "ese círculo a un grado de prosperidad y de pujanza no igualado por ningún otro de la República". A pesar del reconocimiento, empero, dejaba en claro que la clave de dichos logros no pasaba por la labor de la "comisión directiva" ni, mucho menos, por la autonomía de la entidad, como argumentaban Federico Grote y los defensores de una organización menos centralizada, sino precisamente por el grado de centralización alcanzado23. Tal como también se discutía en el seno de las asociaciones mutuales, en la Memoria de 1928, la Junta se refirió a la importancia de formar un adecuado pool de riesgo y de vencer el "espíritu localista" que impedía optimizar y modernizar las prestaciones24. La clave del éxito de los rosarinos no residía entonces, según la Junta Central, en sus dirigentes -aunque se les reconocían méritos-, sino en la cantidad de cotizantes, que les aseguraba el hecho de no tener que competir con otros círculos o entidades católicos en la ciudad. La escala con la que contaban les permitía emprender obras de envergadura impensadas en otras instituciones y ofrecer un mutualismo "técnicamente aceptable". Algo que, insistían desde la Federación, requería cada vez más una única dirección, dotada de una "caja fuerte" que centralizara las prestaciones más costosas.

Todo esto, que para los partidarios de Federico Grote, apartado desde 1912 de la dirección de los Círculos, significaba reducirlos a su dimensión mutualista y someterlos al proyecto del Episcopado, era -según el informe de 1928- la única posibilidad de competir con éxito frente a otras mutuales. Sin una apropiada relación socios/cuotas/prestaciones era imposible sostener un servicio de calidad, algo que ponía en evidencia el caso del Círculo Central en Buenos Aires, obligado a lidiar con otros veinte círculos, o el de Córdoba, cuyo accionar encontraba un freno en la labor de los Josefinos y en la de la Asociación Obrera de la Sagrada Familia. Estos análisis, por cierto, no eran privativos de la Junta Central o de la Federación de CCOO. También, los estudios técnicos de diversas asociaciones mutuales -tal el caso de la Asociación Española de Socorros Mutuos de Rosario25- y, por ejemplo, los proyectos de ley de uno de los principales economistas del período, Alejandro Bunge, arribaban por entonces a conclusiones semejantes. La posibilidad de competir radicaba en avanzar hacia un mayor grado de centralización e integración que redujera el impacto de los grupos de riesgo y permitiera bajar el costo per cápita de las prestaciones de alta complejidad, el talón de Aquiles del mutualismo de entreguerras.

Los demócratas cristianos tomaron conciencia de estos desafíos y, a diferencia de sus antecesores, lo hicieron -tal como dejan entrever sus iniciativas- empleando categorías e instrumentos conceptuales que cabría definir, siguiendo a Charles Taylor, como "seculares", es decir, basados en un marco de causalidad inmanente que auspiciaba un dominio técnico sobre la realidad26. Ésa era, más allá de la importancia de la centralización misma -sobre la que insistía la Federación de CCOO-, la otra cara de los avances del mutualismo del COR: un subterráneo proceso de cambio religioso, en los términos de Karel Dobbelaere, que permitió a los demócratas "mundanizar" las razones de posibilidad de los emprendimientos de la entidad, dejando de atribuir las dificultades y los obstáculos a variables "externas" e incontrolables: en el marco de la cosmovisión intransigente, una sociedad totalmente impenetrable, impía y descristianizada. Un cuadro que, por cierto, se acoplaba bien con los estereotipos que circulaban habitualmente sobre la ciudad de Rosario: la "ciudad fenicia y sin alma", la "Barcelona argentina", "la ciudad puerto", entre otros.

El ciclo de crecimiento del mutualismo del COR en su época dorada se basó, en consecuencia, tanto en las condiciones estructurales favorables que ofrecía Rosario -alta centralización, apoyo de las jerarquías eclesiásticas y escasa competencia intracatólica- como en la existencia de unas élites demócratas cristianas que tomaron conciencia de dichas circunstancias y enfrentaron los desafíos mutualistas en una clave esencialmente técnica que, si bien no abandonó la retórica intransigente o la denuncia del proceso de descristianización, las colocó en un segundo plano a la hora de planificar el desarrollo de la entidad.

2.Del amesetamiento al "salto adelante" (1931-1941)

La élite dirigente del COR, afirmada a esta altura a través de sucesivas alianzas matrimoniales, encaró la década de 1930 con optimismo. Aunque no se logró superar el umbral de los diez mil socios, el número se mantuvo arriba de los ocho mil, y, gracias a las campañas realizadas, alcanzó por momentos los nueve mil27. Además, tras algunos momentos de crisis financiera, la entidad logró atender sus deudas apelando a refinanciaciones y al desarrollo de otras fuentes de recursos. A fines de la década de 1920, se intensificó la organización de todo tipo de actividades con fines recaudatorios: kermeses, obras de teatro, funciones especiales de cine, campeonatos de truco, billar, casin y ajedrez. Se montó también, aunque sus ingresos fueron modestos, un "kiosco" que vendía libros, diplomas y almanaques de la entidad.

Mucho más éxito tuvo el cuerpo de teatro infantil, integrado por casi doscientos niños, que atrajo la atención de los padres y, junto a ellos, buenas ganancias28. Además, tanto durante las funciones infantiles como durante las de cine o los campeonatos de truco, billar y casin, el consumo de aperitivos, tragos y diversas bebidas en el buffet del círculo comenzó a generar un flujo nada desdeñable de dinero29. En julio de 1931, por ejemplo, se realizó un torneo de ajedrez con treinta y cinco tableros simultáneos que atrajo considerable público30. Por entonces, además, el buffet se había ampliado incorporando todo tipo de bebidas alcohólicas: vino, cerveza, sidra, los vermut Cinzano y francés, el fernet Branca, el Jerez Quina Ruis, varias marcas de coñacs, ginebra y anís. Paralelamente, también el deporte comenzó a generar algunos saldos positivos. En 1929, por ejemplo, se inauguró una nueva cancha de básquet con la realización de un partido de beneficencia, cuyas ganancias permitieron cubrir parte de los gastos ocasionados por las obras que se estaban inaugurando. Por su parte, los partidos de fútbol y las liguillas, que se jugaban a veces en el predio que la entidad había adquirido recientemente en "Barrio Saladillo", igualmente comenzaron a generar ingresos, destinados tanto a cubrir déficits como a financiar algunas obras concretas, entre ellas, la instalación de la calefacción en el auditorio.

Hacia 1931 y 1932, a pesar del contexto de depresión económica, los balances se equilibraron, en parte gracias al dinamismo de la actividad social. De momento, la curva de prestaciones e ingresos se mantuvo más o menos favorable, aunque las proyecciones siguieron siendo poco alentadoras. Sobre todo porque, como ocurría en otras entidades, el porcentaje de los socios mayores de cuarenta años aumentaba, y con ello, la prima de riesgo, deteriorándose la relación entre cotizantes e ingresos. El COR tenía muy en cuenta el problema y cobraba, de hecho, dos cuotas diferentes según la edad, pero de todos modos, el futuro era incierto porque no se sabía con precisión cómo evolucionarían los gastos en un contexto en el que la medicina se transformaba constantemente31. Las prestaciones cambiaban, se hacían más sofisticadas, y los médicos tendían a recetar cada vez más "específicos" -medicinas elaboradas por laboratorios-, en vez de los preparados realizados por los farmacéuticos, y esto encarecía considerablemente el rubro. Se sumaban, además, los crecientes gastos en radiología y en internaciones, que las comisiones del COR no tenían en claro cómo enfrentar. A mediados de la década, mientras el número de socios no había aumentado, los gastos lo habían hecho un cuarenta por ciento.

El periódico La Verdad, en consonancia con los debates que animaban al movimiento mutualista, cuestionó duramente "la manía de los específicos" y advirtió sobre el peso que estaban adquiriendo los grandes laboratorios, en desmedro de las farmacias locales32. Se comenzó a denunciar también el supuesto uso irresponsable de la entidad y se trataron de ajustar los controles: el primero y principal, el cobro de la cuota. Sin la cuota al día, no podrían retirarse órdenes ni pedirse ningún tipo de atención, incluso en casos de emergencia. El mayor control, sin embargo, trajo pocos beneficios. No solucionó los problemas y, por el contrario, dio pie a tensiones y conflictos que alcanzaron incluso dominio público y envolvieron a los dirigentes de la entidad en varios escándalos, animados en buena medida por una delicada situación política. Los demócratas progresistas en el gobierno provincial santafesino, decididos a avanzar en la laicización del Estado, aprovecharon los incidentes ocasionados por los nuevos controles para cuestionar la razón de ser del Círculo, una de las usinas generadoras de militantes para la Acción Católica y uno de los principales focos de oposición a la democracia progresista33.

Fue entonces cuando, ante los desafíos que se cernían sobre el horizonte, comenzó a ganar peso la idea de superar las dificultades y el estancamiento del número de socios a través de un salto adelante, construyendo un sanatorio propio34. Una iniciativa recomendada por la Junta Central de los Círculos y que también ganaba peso en el Círculo Central, así como en diversas asociaciones mutuales que enfrentaban problemas similares. Los dirigentes de la entidad esperaban que un sanatorio propio bajara los gastos -las internaciones, en primer lugar- y permitiera avanzar hacia un sistema más eficiente, integrado y centralizado, capaz de atraer un mayor número de cotizantes y de proyectar el área de influencia del COR más allá de Rosario, al menos a todo el sur provincial y, en lo posible, a la ciudad de Santa Fe. De hecho, para avanzar en esa línea se ideó una nueva categoría de socio que sólo accedería al sanatorio y a las prestaciones de salud35. En este sentido, el diagnóstico de los dirigentes de la entidad se asemejaba al de otras asociaciones mutuales y al que había trazado la Federación de Círculos de Obreros casi una década antes, cuando en 1928 vaticinó que las mutuales católicas sólo podrían sobrevivir aumentando la escala y limitando la competencia entre ellas.

El proyecto del sanatorio puso en frenética ebullición a la entidad. Volvieron a lanzarse con intensidad las campañas de socios y, como en las décadas anteriores, se ensayó con eslóganes y afiches. Siguiendo diferentes modelos de publicidad, se insistió tanto en las ventajas, la tranquilidad y la seguridad de asociarse al COR como en los riesgos que suponía no hacerlo. En uno de los diversos avisos publicados se veía, por ejemplo, a dos camilleros llevando a un enfermo agonizante en una camilla con la inscripción "imprevisión"36. En otro, siguiendo la misma tónica, se ponían en primer plano diferentes garras, cada una con el nombre de una amenaza -gripe, desamparo, enfermedad, muerte-, que intentaban dar alcance a un hombre que se alejaba de ellos con la solicitud de ingreso al Círculo de Obreros37. Como en la década anterior, se ensayó también con avisos menos innovadores que insistían simplemente en los beneficios de estar asociado, y en los que se enumeraban de un modo directo las prestaciones y los servicios38. Se creó, asimismo, una Comisión Pro-Sanatorio que organizó la suscripción de acciones, como se había hecho para la sede, y se lanzaron, a su vez, comisiones barriales para difundir la obra. Una vez adquirido el terreno y comenzada la construcción, la propaganda se centró en las fotos de las maquetas y los croquis39. Las suscripciones se llevaron relativamente a buen puerto y se consiguió el dinero restante a través de nuevos créditos con los bancos Hipotecario, Municipal y de Santa Fe. Las obras fueron avanzando a buen ritmo y, entre 1937 y 1939, la propaganda apeló precisamente a la difusión de los avances del plan de obras.

Los esfuerzos, sin embargo, estuvieron muy lejos de dar los resultados esperados. El número de socios se mantuvo relativamente estable, mientras que el promedio de edad aumentó. La estrategia de socios-sanatorio obtuvo al principio buenos resultados -entre 1700 y 1800 incorporaciones el primer año- y entusiasmó a los dirigentes de la entidad, pero pronto se hizo evidente que las expectativas eran desmedidas, y la tendencia se invirtió: dos años después había sólo 1300 socios con esta modalidad. Aunque contaban con el apoyo del obispo Antonio Caggiano, no tuvieron la misma suerte con el arzobispo de Santa Fe, Nicolás Fasolino, de modo que la proyección de la obra más allá de la ciudad de Rosario y su área de influencia se vio seriamente comprometida40. Por otra parte, por entonces fue preciso reconocer el relativo fracaso de la categoría de socio-deportista, creada en 1937 para tratar de financiar obras concretas -como la remodelación de la cancha de pelota vasca- y contribuir a disminuir los saldos negativos de los balances. En 1939, tras dos años de campañas y con apenas ciento cuarenta y tres socios deportistas, se abandonó toda esperanza de que dicho rubro deviniera una salida posible a la crisis41.

La inauguración del sanatorio -denominado Policlínico San José- dio pie, sin embargo, a grandes festejos y contribuyó por el momento a mantener el optimismo42. Después de todo, el Círculo había logrado despertar admiración, incluso entre las mutuales más grandes del país, con un edificio modelo, dotado de ocho pisos, dos subsuelos, un local anexo, equipos de alta complejidad para cirugía y radiología, una farmacia propia, consultorios y numerosas salas de internación. Se preveía, asimismo, continuar las obras y, si todo iba bien, construir un segundo edificio que, como el que se había inaugurado, contaría, según La Verdad, con lo "más avanzado". En esa dirección, en consonancia con los proyectos impulsados tanto por los demócratas progresistas como por los gobiernos antipersonalistas desde el Estado provincial, el COR apeló a la austeridad de las líneas arquitectónicas modernistas para afirmar precisamente un discurso de propaganda centrado en el valor tecnológico y científico del policlínico. Sólo en segundo plano, se hizo mención de la "caridad cristiana", que, supuestamente, agregaba un plus en el cuidado de los enfermos, haciendo del sanatorio el "mejor" de la ciudad.

La inauguración fue, como había sido la de la sede social una década y media antes, un evento de envergadura. El propio gobernador, Manuel María de Iriondo -de fuertes vínculos con la curia santafesina43-, acudió y presentó al Círculo como un ejemplo de lo que debía ser el mutualismo del futuro y aprovechó para referirse también a la inversión del Gobierno en salud, uno de los centros neurálgicos de su discurso tras el fraude electoral perpetrado en 1937. Los reconocimientos llegaron desde todos los puntos del país, tanto de otros Círculos como de diferentes mutuales que miraban no sin cierta sorpresa los logros alcanzados. Las felicitaciones y las muestras de sincero asombro, empero, no pagaban las deudas ni conseguían nuevos cotizantes, y, transcurridos dos años, la situación económica y financiera se volvió crítica. Los dirigentes denunciaron entonces con amargura la "desidia" y la "incomprensión" de muchos socios y pidieron, sin suerte, un mayor compromiso44.

En poco tiempo, los vencimientos ahogaron las arcas de la entidad y esta vez, a diferencia de lo que había ocurrido a fines de la década de 1920, las cuotas societarias no pudieron sostener los costos crecientes de la medicina, un problema que, como denunciaban diferentes instituciones, amenazaba las bases mismas del mutualismo en el país45. Entre 1940 y 1941 se recetaron más de diez mil específicos, contra seis mil del período 1938-1939, y las erogaciones totales en salud pasaron de alrededor de cien mil pesos en 1935 a ciento ochenta mil en 1941. A su vez, el gasto estatal en salud, aunque en modo alguno tan significativo como aseguraban los gobiernos de Manuel María de Iriondo y Joaquín Argonz, impactó negativamente contribuyendo a minar las bases de apoyo del COR46. Si bien se maquillaron los balances para no preocupar en exceso a los acreedores y accionistas, tras depurar los activos y analizar la evolución de las cuotas societarias, el escenario era más que sombrío: la entidad no conseguía nuevos socios, envejecía y perdía dinamismo en el preciso momento en que sus erogaciones se disparaban sin control.

3.El fin de una época: el estancamiento y la crisis (1942-1957)

Los años cuarenta fueron los del desencadenamiento de la crisis de la entidad. El estancamiento y la lenta disminución de los socios, atenuada apenas por la incorporación de los socios-sanatorio, devinieron en franca caída. Del pico de 9000 de 1939 se pasó a 7000 en 1942 y a 5000 en 1944. Los gastos, lejos de disminuir, aumentaron enormemente, no sólo porque había que pagar las deudas contraídas, sino porque los costos operativos del sanatorio requerían una escala mucho mayor, de la que se estaba cada día más lejos.

Las élites dirigentes, además, comenzaban a mostrarse superadas por la situación, por primera vez desde que habían llegado al Círculo. Habían logrado relanzar la entidad en la primera posguerra y superar la crisis financiera que supuso la edificación de la sede social, pero tras la inauguración del sanatorio se sumergieron en el desconcierto. Sus reflejos, asimismo, tras dos décadas al frente del COR, no eran los mismos ni parecían contar con una nueva camada de dirigentes jóvenes capaces de tomar la empresa con energías renovadas. La relativa endogamia y la rigidez del grupo, como lo estudió María Pía Martín -evidente en la escasa circulación de nuevos nombres en las comisiones directivas de la década de 1930-, devinieron un serio impedimento para enfrentar la nueva coyuntura. Referentes como José Michelletti, Juan Lo Celso, José Sutti, José Ordóñez y Elías Luque murieron por esos años, y otros, acorralados por la vejez, debieron dar un paso al costado47. A diferencia de lo que había ocurrido a fines de los años veinte, cuando la endogamia del grupo facilitó la acción coordinada y la disciplina interna, a mediados de los años cuarenta dio pie a una severa crisis generacional que quitó reflejos a la comisión directiva en un momento crítico.

Entre tanto, en tonos cada vez más trágicos, el periódico de la entidad se refirió al problema de los costos y a la relación entre prestaciones y cotizantes, pidiendo desesperadamente un uso responsable de los servicios. Los problemas, según La Verdad, eran tanto las subas de los medicamentos y el costo de las nuevas prestaciones como la falta de una verdadera "conciencia mutualista", algo que ya se había pedido a principios de los años treinta48. Se lanzaron nuevas compañas de socios, aunque con menos ímpetu e ingenio: los avisos dejaron de lado las ilustraciones y se limitaron a pedir nuevos ingresos, apelando sobre todo a las redes personales y al "deber cristiano". A diferencia de la confianza que transmitían los anuncios de los años treinta, en éstos parecía aceptarse con resignación que los nuevos socios ya no podían provenir sino de relaciones personales o, lo que era lo mismo, que los servicios que se ofrecían no podían competir con éxito. Se pidieron, además, contribuciones extraordinarias y se exigió con más firmeza el pago de la anualidad para mantener el Panteón Social49. Nada cambio, sin embargo, el curso de los hechos, y, a mediados de 1944, la comisión directiva, agobiada por los vencimientos, se vio obligada a renunciar a su más grande logro: el Policlínico.

La Unión Ferroviaria hizo una oferta por las instalaciones, y la entidad, al borde de la quiebra, la aceptó sin dilaciones50. El golpe fue simbólicamente lapidario, aunque los dirigentes se esforzaron por disimularlo, insistiendo en que se mantendrían las mismas prestaciones en el Hospital Italiano y en la propia sede del Círculo, donde se decidió trasladar la Farmacia. La situación económica se descomprimió pero puso en evidencia, a pesar del maquillaje contable, el empobrecimiento real: el patrimonio neto se desmoronó, y los activos que quedaron, tasados en unos seiscientos mil pesos, apenas cubrían los pasivos. Los festejos por las bodas de oro no pudieron llegar en un peor momento, y los periódicos institucionales se dedicaron a repasar con nostalgia las presidencias más relevantes, ofreciendo un verdadero panteón de "héroes": Francisco Casiello, Elías Luque, Pedro Beltramino51. Como a fines del siglo XIX, lejos de los diagnósticos y los análisis técnicos, económicos y políticos de otros tiempos, las dificultades comenzaron a vincularse de nuevo a los efectos de un supuesto proceso de descristianización.

En 1947, ya con el peronismo en el poder, los nuevos dirigentes volvieron a hacer un llamado desesperado por los problemas que planteaban ahora la creciente inflación y los mayores costos laborales generados por las políticas implementadas por el nuevo gobierno52. Los gastos farmacéuticos se duplicaron entre 1942 y 1947, lo mismo que los de internación. Los sueldos de la entidad, por su parte, crecieron en un ciento por ciento entre 1941 y 1948, a lo que se sumaban las cargas jubilatorias53. Las dificultades parecían no tener fin, y en una nota de La Verdad de fines de 1947 se habló de un modo directo de "números suicidas"54. En una elocuente muestra de la profundidad de la crisis, la dirigencia, agobiada, apeló lisa y llanamente a la protección de la Virgen del Rosario55. Nunca en las décadas previas, las comisiones directivas habían intentado solucionar los problemas apelando a la religión, ni siquiera cuando a comienzos de siglo los análisis se limitaban a denunciar la "apostasía" reinante. Siempre se había agradecido a Dios, naturalmente, pero nunca se había pedido nada concreto y palpable.

Por el contrario, al menos desde que los demócratas cristianos llegaron a la entidad en la década de 1910, los argumentos tuvieron siempre un perfil técnico que aludía a la eficiencia de la entidad y la calidad de las prestaciones. Las campañas de socios, como se vio, se habían pensado empleando dichos tópicos. A lo sumo se había exhortado al "deber cristiano", sobre todo para aumentar el número de socios protectores, pero nunca hasta entonces se había pedido a la Virgen que solucionara problemas reales. Al menos oficialmente, ninguna comisión directiva invocó el auxilio divino para pagar deudas, reducir costos y aumentar el número de socios. Entre 1947 y 1949, en una clara muestra de desesperación, se realizaron varias misas y procesiones con dicho fin, y en algunas se pidió directamente por la salvación de la entidad56. Entre tanto, la calidad de los servicios empeoró: se decidió entonces comenzar a cobrar montos adicionales para cada prestación, que debían pagarse al retirar las órdenes en la entidad, y, poco después, intentando bajar más los gastos, se anularon los acuerdos con las farmacias prestadoras, y la venta de medicamentos quedó limitada a la Farmacia de la propia entidad57.

Por entonces, le llegó el turno también a la publicación del Círculo, que había llegado a convertirse en sus mejores épocas en una suerte de "periódico católico". Afectada por las restricciones para la compra de papel, la suba de precios y la disminución de los socios, La Verdad dejó de circular en 1953. La agonía de la hoja, empero, databa de la década anterior. En 1942 se había reducido el número de páginas, aunque manteniendo el tiraje de 15.000 ejemplares y la salida quincenal. En 1950, ya lejos de aquellas cifras, sólo se imprimían unos dudosos 8000 ejemplares al mes. La calidad gráfica y periodística de la hoja, además, decayó notoriamente, y poco a poco fueron abandonándose las innovaciones estéticas ensayadas en las décadas previas, cuando la entidad llegó a sostener tres publicaciones: La Verdad, El Heraldo y la revista Acción Social. A comienzos de los años cincuenta, poco antes de su cierre definitivo, La Verdad era simplemente una hoja informativa para los socios, limitada a cuestiones administrativas y sin ninguna pretensión gráfica o editorial58.

Entre tanto, en 1949 y 1950 volvieron a pedirse aportes extraordinarios de diferente índole: pagar montos adicionales por prestaciones, una sobre-cuota o directamente una cifra fija para pagar los sueldos de la entidad, que, dicho sea de paso, al compás de la inflación y las nuevos derechos sociales, se habían duplicado entre 1947 y 195059. Se lanzaron bonos solidarios y se comenzaron a subalquilar el teatro de la entidad y el equipo de amplificación de sonido, pero los ingresos generados siguieron sin poder cubrir los gastos operativos60. Por esos años, la apuesta más lúcida de los dirigentes fue, sin dudas, sumarse a la Federación de Entidades Mutualistas de Rosario. Un espacio desde donde el COR intentó hacer llegar sus reclamos al Estado, aunando fuerzas con otras entidades e intentando plantear en términos más amplios la difícil situación del mutualismo en Argentina. La elección como diputado por Rosario de Eleodoro Doldán -el secretario de la entidad- generó en igual dirección un cierto optimismo y se fantaseó con la posibilidad de obtener un importante apoyo estatal. Después de todo, varios de los dirigentes de la entidad se habían mostrado, en sintonía con las posiciones del obispo de Rosario, Antonio Caggiano, cercanos al peronismo61. El intento de dejar de librar la batalla en el frío e inapelable mundo de los números, para pasar a librarla en la esfera política, fue una apuesta inteligente pero, lamentablemente para los dirigentes de la entidad, las cartas ya estaban echadas.

La crisis del Círculo era a estas alturas demasiado profunda, y el peronismo, que comenzaba a ver cada vez con más recelos el accionar de la Acción Católica, no mostró ningún interés en salvar una entidad que, aunque relativamente afín, competía de todos modos con los sindicatos peronistas62. En 1952, los pedidos desesperados tenían como único objetivo mantener abierta la entidad, cuyo número de socios rondaba apenas los tres mil. Los balances con menos maquillaje, ya resignados a dejar ver lo inocultable, se hicieron totalmente desoladores: de los 140 mil pesos que se habían gastado en prestaciones médicas, farmacéuticas y de internación en 1948 se pasó a 420 mil en 1951, con un 50% menos de socios. Los sueldos del personal, entre tanto, habían vuelto a duplicarse en el lapso de dos años, y la entidad siguió abierta sólo gracias a los aportes extraordinarios y a la sistemática destrucción del patrimonio acumulado, que disminuyó un 50% entre 1945 y 195263.

Aunque la institución logró sobrevivir y finalmente estabilizar sus cuentas en 1957, para entonces su patrimonio se había vuelto a reducir a la mitad64. A esta altura, el proyecto de un mutualismo católico pujante y competitivo, liderado en la ciudad por el COR, se desvaneció definitivamente. El salto adelante con el que se había intentado dar vida a un sistema más centralizado y ambicioso terminó minando las bases mismas del proyecto mutualista. El optimismo, tal vez poco realista de los dirigentes, envueltos en un dificultoso cambio generacional, sumado a los cambios de las prácticas médicas y hospitalarias, fundamentalmente la tendencia alcista del costo de las prestaciones y de los "específicos" durante los años treinta, condujo al COR a una situación de crisis inédita. Empeorando las cosas, los recursos destinados a la salud estatal comenzaron a crecer, primero con timidez, en el marco de los gobiernos conservadores de fines de la década de 1930, y luego ampliamente, durante el peronismo, con las obras de la Fundación Eva Perón y las prestaciones médicas de los sindicatos, limitando aun más los márgenes de acción, en este momento, de todos modos, ya bastante acotados. Los grandes proyectos imaginados en las décadas de 1920 y 1930 dieron paso a la desoladora lucha cotidiana por la supervivencia. A mediados de los años cincuenta, los principales objetivos de la entidad, lejos de sus años dorados, eran, cuando mucho, pagar los sueldos y mantener abiertas las puertas de una sede social cada vez más desolada.

Consideraciones finales

A lo largo de este artículo se han seguido puntualmente la experiencia mutualista del Círculo de Obreros de Rosario, su ascenso y declive a lo largo de medio siglo, como un vehículo para explorar los procesos de cambio religioso que condujeron a los católicos argentinos a imbricarse de diferentes maneras con las transformaciones sociales de la Argentina de entreguerras. Este prisma condujo en dos direcciones. Por un lado, llevó a cuestionar el principal argumento esgrimido por las interpretaciones previas de índole política, a saber, que el aletargamiento y, finalmente, las crisis de las instituciones del catolicismo social -entre ellas, los Círculos- se habrían originado en los procesos de centralización (UPCA y ACA) impulsados por las jerarquías eclesiásticas. La investigación realizada sugiere que dichas crisis respondieron en realidad a tendencias y factores diversos, irreductibles a los conflictos y disputas dentro del mundo católico. Las transformaciones de la medicina de la época, con el consecuente encarecimiento de sus prestaciones (internaciones, radiología, análisis clínicos), así como la creciente utilización de "específicos" y el envejecimiento relativo de los cotizantes, fueron algunos de los factores que, al concatenarse, impidieron alcanzar un punto de equilibrio -un adecuado pool de riesgo- capaz de volver sostenibles en el tiempo los servicios de la entidad.

Peor aún, estas dificultades en cierto modo intrínsecas a la forma de mutualismo emprendido y comunes a otras asociaciones -tal como analiza Belmartino- se vieron progresivamente agravadas por el mayor gasto estatal y la injerencia sindical en salud y sanidad desde fines de la década de 1930 -y en especial durante el peronismo-, poniendo seriamente en entredicho la razón de ser de este tipo de instituciones65. A su vez, como se analizó en el caso del COR, existieron causas internas: niveles poco prudentes de endeudamiento, una excesiva endogamia en la élite dirigente y, por último, una crisis generacional evidente desde mediados de la década de 1940, que contribuyeron a deteriorar la situación. El declive del mutualismo del COR, irreversible ya hacia mediados de la década de 1950, combinó de este modo variables heterogéneas: tendencias estructurales de mediano plazo, relativas al rol del Estado y las prestaciones en salud; dificultades propias del modelo de gestión mutualista desarrollado, y circunstancias internas de la propia institución.

Por otro lado, el prisma adoptado permitió redimensionar el rol de los "demócratas cristianos" de la primera posguerra, habitualmente vistos a través de categorías más generales como integralismo o catolicismo social, no siempre del todo apropiadas para ilustrar la heterogeneidad del campo católico66. En el caso del COR, esta nueva camada de dirigentes trajo consigo no sólo un recambio generacional y nuevas ideas, en el marco del impacto de la Rerum novarum, sino, en un plano más subterráneo, nuevas formas de enfrentar los desafíos que el catolicismo social puso en el centro de la agenda católica, más a tono con lo que, siguiendo a Charles Taylor, cabría definirse como un pensamiento "secular". Es decir, un pensamiento de raigambre sociológica y económica, capaz de "mundanizar" la causalidad de los procesos, un cambio sustancial respecto de las élites que habían dirigido la entidad a fines del siglo XIX67.

Como trasuntan las páginas del periódico institucional La Verdad, o las propias memorias y los balances contables, los obstáculos y las dificultades dejaron de atribuirse por defecto mayormente a variables externas y a causas más o menos "axiomáticas" -como la denuncia de una sociedad descristianizada, impía o atea, tópicos medulares de la retórica intransigente-, para comenzar a analizar la viabilidad de los emprendimientos, los recursos empleados, los contextos políticos y sociales o la idoneidad de los responsables de conducirlos. Todo lo cual permitió a las nuevas élites de la entidad sacar provecho de las condiciones estructuralmente favorables que, como se analizó aquí, se les presentaron en Rosario, proyectando al mutualismo del COR, al menos hasta los años cuarenta, como uno de los pilares más sólidos de la movilización católica.


Comentarios

* El presente artículo se realizó en el marco de los proyectos de investigación "Catolicismo, anticlericalismo y secularización en Santa Fe, 1860-1960" (1POL181, SCyT, UNR, 2012-2014) y "Lo público desde una perspectiva comparada: Córdoba y Santa Fe en el período de entreguerras" (SCyT, UNC, Res. 162/12, 2012-2014). Versiones previas se discutieron como ponencias en el II Seminario Internacional Mundos do Trabalho. Río de Janeiro, Fundación Getúlio Vargas, 2012, y en las IV Jornadas Internacionales de Historia de la Iglesia y la Religiosidad en el NOA. Cafayate, UNSa, UNSTA, UNT, UNSE, UCSE, 2013.

1 Al respecto: Mariela Ceva, "El catolicismo social, la cuestión obrera y los empresarios en el contexto argentino de la primera mitad del siglo XX", en Los avatares de la "nación católica". Cambios y permanencias en el campo religioso de la Argentina contemporánea, eds., Claudia Touris y Mariela Ceva (Buenos Aires: Biblos, 2012), 37-50. Sobre el papado de León XIII: Rudolf Lill, Il potere dei papi (Roma: Laterza, 2010). Para el caso español: Feliciano Montero y Julio de la Cueva Merino, Izquierda obrera y religión en España (1900-1939) (Alcalá: Universidad de Alcalá, 2012).

2 Datos estadísticos en: María Pía Martín, Los católicos y el movimiento obrero. Con especial mención del Círculo de Obreros de Rosario, 1895-1922 (Rosario: Universidad Nacional de Rosario, 1988).

3 Acerca de la UPCA y de la ACA: Gardenia Vidal, "Intentos de centralización desde el papado: la Unión Popular Católica Argentina en Córdoba", en Catolicismo y política en Córdoba, siglos XIX y XX, eds., Gardenia Vidal y Jessica Blanco (Córdoba: Ferreyra Editor, 2010); Jessica Blanco, Modernidad conservadora y cultura política. La Acción Católica Argentina, 1921-1941 (Córdoba: Universidad Nacional de Córdoba, 2008); Miranda Lida y Diego Mauro, coords., Catolicismo y sociedad de masas en Argentina: 1900-1950 (Rosario: Prohistoria, 2009). Para el caso de Santa Fe: Diego Mauro, "La Acción Católica Argentina tras el ocaso del juego republicano. Círculos, ligas y partidos católicos en Santa Fe, 1915-1935", Entrepasados 36/37 (2011): 133-134.

4 Néstor Auza, Aciertos y fracasos sociales del catolicismo argentino, Vol. 2: Mons. De Andrea, realizaciones y conflictos (Buenos Aires: Editorial Docencia/Don Bosco, 1987); José María Ghio, La Iglesia católica en la política argentina (Buenos Aires: Prometeo, 2007). Un planteo más matizado en: Roberto Di Stefano y Loris Zanatta, Historia de la Iglesia argentina. Desde la Conquista hacia fines del siglo XX (Buenos Aires: Mondadori, 2001), y María Pía Martín, "Iglesia católica, cuestión social y ciudadanía. Rosario-Buenos Aires, 1892-1930" (Tesis de Doctorado en Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario, 2012).

5 Sobre la democracia cristiana en Rosario y Santa Fe: Diego Mauro, De los templos a las calles. Catolicismo, sociedad y política, 1900-1937 (Santa Fe: Universidad Nacional del Litoral, 2010).

6 Además de los estudios ya citados para Rosario, se cuentan trabajos sobre Córdoba, Santa Fe, Mar del Plata y Tucumán: Gardenia Vidal, "El Círculo de Obreros de Córdoba (1897-1907). Algunas características del espacio público de una ciudad del interior", en Por la señal de la cruz. Estudios sobre Iglesia católica y sociedad en Córdoba, s. XVII-XX, eds., Gardenia Vidal y Pablo Vagliente (Córdoba: Ferreyra, 2002); Gardenia Vidal, "Círculos de Obreros de la ciudad de Córdoba, 1912-1930. Organización, propuestas, actividades, repertorios de acción colectiva", en Del Centenario al peronismo. Dimensiones de la vida política argentina, eds., María Inés Tato y Martín Castro (Buenos Aires: Imago Mundi, 2010), 97-130; Beatriz Burgos, "Asociaciones católicas para obreros: Córdoba, 1930-1940", Modernidades 11 (2010): s/p. Para Santa Fe: Diego Mauro, "Las voces de Dios en tensión. Los intelectuales católicos entre la interpretación y el control, Santa Fe, 1900-1935", Signos Históricos 19 (2008): 129-158. Para el caso tucumano: Alejandra Landaburu, "El proyecto católico para los trabajadores, una respuesta al problema social, Tucumán", en 5º Congreso Nacional de Estudios del Trabajo. Tucumán, Asociación Argentina de Especialistas en Estudios del Trabajo, 2002.

7 Sobre las categorías de "cambio religioso" y "secularización interna": Karel Dobbelaere, Secularización: un concepto multi-dimensional (México: Universidad Iberoamericana, 1994), y, en perspectiva histórica, Hugh McLeod, Secularization in Western Europe, 1848-1914 (Basingstoke: Macmillan, 2000), y Roberto Di Stefano, "Por una historia de la secularización y de la laicidad en la Argentina", Quinto Sol 15: 1 (2011): 1-32.

8 Susana Belmartino, La atención médica argentina en el siglo XX. Instituciones y procesos (Buenos Aires: Siglo XXI, 2005).

9 Juan Carlos Torre y Elisa Pastoriza, "La democratización del bienestar", en Los años peronistas, 1943-1955, Nueva Historia Argentina, t. VIII, ed., Juan Carlos Torre (Buenos Aires: Sudamericana, 2002), 257-312. Para los gobiernos conservadores: Susana Piazzesi, Conservadores en provincia. El iriondismo santafesino, 1937-1943 (Santa Fe: Universidad Nacional del Litoral, 2009).

10 En 1916, la Unión Cívica Radical -cuyo programa eran el respeto de la Constitución Nacional, sancionada en 1853, y la pureza del sufragio- se impuso al nivel nacional gracias a la ley electoral de 1912, que contribuyó a desarticular las "máquinas" electorales del conservadurismo. Algunos de los rasgos novedosos del radicalismo fueron su implantación capilarizada a través de comités barriales y su intensa actividad proselitista, a tono con las lógicas de la llamada "política de masas". Al respecto: Ana Virginia Persello, Historia del radicalismo (Buenos Aires: Edhasa, 2007).

11 Sobre la coyuntura económica: Claudio Bellini y Juan Carlos Korol, Historia económica de la Argentina en el siglo XX (Buenos Aires: Siglo XXI, 2012), y de Eduardo Míguez, Historia económica de la Argentina. De la Conquista a la crisis de 1930 (Buenos Aires: Sudamericana, 2008).

12 Acción Social, Rosario, 20 de julio, 1918.

13 Democracia, 01 de febrero, 1915; La Verdad, Rosario, 05 de enero, 1924, y Círculo de Obreros de Rosario, Memoria Anual, Rosario, 1920-1921.

14 Ofertas de cursos: La Verdad, Rosario, 03 de julio, 1924; La Verdad, Rosario, 23 de julio, 1924; La Verdad, Rosario, 12 de enero, 1926, y La Verdad, Rosario, 07 de febrero, 1926.

15 Diversos anteproyectos pueden consultarse en: La Verdad, Rosario, 02 de junio, 1922.

16 Diego Mauro, De los templos, 67-99.

17 La Verdad, Rosario, 05 de junio, 1922.

18 La Verdad, Rosario, 30 de octubre, 1923. Sobre la primera tanda: La Verdad, Rosario, 21 de septiembre, 1922.

19 Memoria Anual, Rosario, 1923-1924.

20 En 1918, cuando en diferentes diócesis comenzaron a censurarse las actividades de los demócratas cristianos, Boneo emitió una pastoral apoyándolos y resaltando la labor realizada en Rosario. Al respecto: Diego Mauro, De los templos, 72-73. Sobre la presencia de Boneo en el acto: La Verdad, Rosario, 18 de mayo, 1925.

21 Néstor Auza, Aciertos y fracasos, 194.

22 Sobre los estatutos del COR: María Pía Martín, "Iglesia católica, cuestión social y ciudadanía", 139-170.

23 El sacerdote redentorista alemán Federico Grote fue uno de los principales referentes del catolicismo social argentino, fundador del Círculo Central de Buenos Aires en 1892 y referente nacional de la Federación de Círculos de Obreros hasta su desplazamiento, en 1912. "Cartas de Grote a Berardo", 23 de febrero de 1921, y de "Grote a Massa", 9 de agosto de 1921 y 27 de diciembre de 1921, en Archivio Segreto Vaticano (ASV), Ciudad del Vaticano-Vaticano, Archivio Nunziatura Argentina (ANA), Sección Felipe Cortesi, fasc. 528, ff.50-58.

24 "Círculos de Obreros, Memoria de la Junta de Gobierno de los CCOO elevada al Episcopado Nacional", 1928, en ASV, ANA, Felipe Cortesi, fasc. 528, ff.63-88.

25 Al respecto: Laura Badaloni y Andrea Meinardi, "La Asociación Española de Socorros Mutuos de Rosario (1857-1914). Asociacionismo étnico, médicos y epidemias", en Los españoles en sociedad (Rosario: Cromográfica, 2007), 11-31.

26 En términos de Charles Taylor, un pensamiento secular implica que las "cause-and-effect relationships are understood in this-wordly terms as matters of nature, technology, human intention or even mere accident". "Introduction", en Rethinking Secularism, eds., Craig Calhoun, Mark Juergensmeyer y Jonathan Vananterpen (Nueva York: Oxford University Press, 2011), 10.

27 La Verdad, Rosario, 07 de marzo, 1929.

28 Algunas reseñas sobre el cuerpo infantil de teatro, en La Verdad, Rosario, 26 de marzo, 1931.

29 La Verdad, Rosario, 07 de noviembre, 1926.

30 La Verdad, Rosario, 15 de julio, 1931.

31 Sobre estos cambios: Diego Armus, La ciudad impura. Salud, tuberculosis y cultura en Buenos Aires, 1870-1950 (Buenos Aires: Edhasa, 2007).

32 La Verdad, Rosario, 11 de mayo, 1934.

33 Tras los conflictos de la década de 1920, la separación de la Iglesia y el Estado se convirtió en un aspecto esencial del programa partidario de la democracia progresista. Al respecto: Diego Mauro, Reformismo liberal y política de masas. Demócratas progresistas y radicales en Santa Fe, 1921-1937 (Rosario: Prohistoria, 2013).

34 La Verdad, Rosario, 29 de marzo, 1935.

35 Categoría socio-sanatorio: La Verdad, Rosario, 09 de junio, 1936, y La Verdad, Rosario, 16 de septiembre, 1936.

36 La Verdad, Rosario, 11 de mayo, 1934.

37 Otras propagandas "negativas": "ahorcado", La Verdad, Rosario, 29 de mayo, 1934; "Garras", La Verdad, Rosario, 27 de junio, 1934.

38 Avisos "positivos": La Verdad, Rosario, 08 de julio, 1934; La Verdad, Rosario, 27 de septiembre, 1934; La Verdad, Rosario, 07 de septiembre, 1934.

39 La Verdad, Rosario, 16 de septiembre, 1936; La Verdad, Rosario, 11 de diciembre, 1936; 26 de febrero, 1937.

40 "Carta enviada por la comisión directiva del COR al Arzobispo Nicolás Fasolino", 26 de mayo de 1936, en Archivo del Arzobispado de Santa Fe (AASF), Santa Fe-Argentina, Fondo Círculo de Obreros.         [ Links ]

41 Sobre la categoría socio-deportista: La Verdad, Rosario, 07 de julio, 1937.

42 "Memoria 1939-1940", publicada en La Verdad, Rosario, 29 de mayo, 1940.

43 Los vínculos tenían ya una larga historia. En 1931 Iriondo había enfrentado a los demócratas progresistas apoyado por el entonces obispo de Santa Fe, Juan Agustín Boneo. Al respecto: Diego Mauro, Reformismo liberal y política de masas, 30-35 y 126-129.

44 La Verdad, Rosario, 23 de enero, 1940.

45 Análisis de la crisis: La Verdad, Rosario, 26 de abril, 1940, y La Verdad, Rosario, 13 de noviembre, 1941.

46 Manuel María de Iriondo y Joaquín Argonz formaban parte del denominado radicalismo "antipersonalista", surgido en la década de 1920 como una escisión dentro de la UCR. En la provincia de Santa Fe gobernaron entre 1937 y 1943 basándose en el fraude electoral. Al respecto, Ana Virginia Persello, Historia del radicalismo, 51-92, y Susana Piazzesi, Conservadores en provincia, 51-80.

47 Notas al respecto en: La Verdad, Rosario, 19 de mayo, 1940; La Verdad, Rosario, 11 de septiembre, 1942; La Verdad, Rosario, 25 de abril, 1944; La Verdad, Rosario, 28 de marzo, 1947; La Verdad, Rosario, 09 de septiembre, 1949.

48 Sobre el llamado "mal mutualista", La Verdad, Rosario, 10 de septiembre, 1943; La Verdad, Rosario, 28 de marzo, 1945.

49 La Verdad, Rosario, 28 de enero, 1945.

50 "Memoria 1944-1945", La Verdad, Rosario, 23 de mayo, 1945.

51 Bodas de oro y nuevo formato del periódico: La Verdad, Rosario, 28 de diciembre, 1945.

52 La Verdad, Rosario, 23 de mayo, 1946; La Verdad, Rosario, 08 de agosto, 1946; La Verdad, Rosario, 11 de diciembre, 1947.

53 "Memoria 1946-1947", La Verdad, Rosario, 23 de mayo, 1947.

54 La Verdad, Rosario, 11 de diciembre, 1947.

55 La Verdad, Rosario, 23 de septiembre, 1946.

56 "Invocaciones a la Virgen", La Verdad, Rosario, 28 de marzo, 1947; La Verdad, Rosario, 04 de julio, 1947; La Verdad, Rosario, 01 de agosto, 1947.

57 Sobre los cambios de la atención farmacéutica: La Verdad, Rosario, 01 de enero, 1948.

58 Sobre la prensa católica: Miranda Lida, La rotativa de Dios. Prensa católica y sociedad en Buenos Aires: El Pueblo, 1900-1960 (Buenos Aires: Biblos, 2012). Puntualmente, sobre las publicaciones del COR: Diego Mauro, "La ‘mujer católica' y la sociedad de masas en la Argentina de entreguerras. Catolicismo social, consumo e industrias culturales en la ciudad de Rosario (1915-1940)", Hispania Sacra 66: 133 (2014): 235-262.

59 Los sueldos del personal pasaron de 27.000 pesos en 1947 a 47.000 pesos en 1950, La Verdad, Rosario, 09 de junio, 1950.

60 La Verdad, Rosario, 13 de mayo, 1948.

61 La Verdad, Rosario, 12 de mayo, 1949.

62 Al respecto: Susana Bianchi, Catolicismo y peronismo. Religión y política en la Argentina 1943-1955 (Buenos Aires: Prometeo/IEHS, 2001); Lila Caimari, Perón y la Iglesia católica. Religión, Estado y sociedad en la Argentina (1943-1955) (Buenos Aires: Emecé, 2010 [1994]). Un estado de la cuestión: Miranda Lida, "Catolicismo y peronismo. Debates, problemas, preguntas", Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. Emilio Ravignani" 27 (2005): 139-148.

63 La Verdad, Rosario, 13 de junio, 1952.

64 La Verdad, Rosario, junio, 1957. El periódico, devenido boletín informativo, volvió a salir en 1956.

65 Susana Belmartino, La atención médica argentina.

66 Sobre el debate categorial: José Zanca, Cristianos antifascistas. Conflictos en la cultura católica argentina (Buenos Aires: Siglo XXI, 2013).

67 Charles Taylor, "Western Secularity", 31-53.


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