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Historia Crítica

versión impresa ISSN 0121-1617

hist.crit.  no.56 Bogotá abr./jun. 2015

https://doi.org/10.7440/histcrit56.2015.08 

Entrevista: "Historia de las mujeres". A propósito de una conversación con Isabel Morant Deusa

María Victoria Montoya Gómez*

* Historiadora por la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín. Maestra en Estudios por Género de El Colegio de México y Doctora en Historia de la Universidad Nacional Autónoma de México. Miembro del grupo de investigación Prácticas, saberes y representaciones en Iberoamérica (Categoría C en Colciencias) y del Seminario Interinstitucional de Historia judicial y de la justicia en la Hispanoamérica Virreinal, del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México. mvmontoya@gmail.com

DOI: dx.doi.org/10.7440/histcrit56.2015.08


Isabel Morant Deusa (Valencia, España, 1947) es una historiadora ampliamente conocida por sus trabajos sobre Historia de las Mujeres, una línea de investigación en la que se ha enfocado desde comienzos de la década de 1990. En esta labor ha recibido influencias de la historiografía francesa, especialmente de la obra de Georges Duby y Michelle Perrot, pioneros de este enfoque historiográfico con la conocida obra Historia de las mujeres en Occidente1. En la actualidad es catedrática de Historia Moderna en la Universitat de Valencia (España). En los últimos años ha colaborado con diferentes editoriales en grandes proyectos, tales como Historia de las mujeres en España y América Latina, editado en cuatro volúmenes2, así como en la Colección Feminismos, creada en 19903.

La obra de Isabel Morant Deusa hace eco a diferentes hechos que tuvieron lugar a finales del siglo XX. El primero, como lo explica la misma historiadora, fue la dictadura franquista y la transición democrática española. Este último acontecimiento abrió las puertas a diversos diálogos políticos y dio lugar a la opinión de las mujeres para que pudieran ser escuchadas en la esfera pública. El segundo hecho fue la emergencia de la denominada Tercera Ola del Feminismo, que reposicionó a las mujeres como agentes activos, capaces de hacer diferentes cuestionamientos a los Estados y, en esa medida, demandar nuevos derechos, en especial los sexuales y reproductivos. En tercer lugar, y en estrecha relación con el Feminismo, vino el cuestionamiento a las maneras de conocer, así como al conocimiento científico estructurado sólo a partir de una percepción masculina, principalmente respecto al pasado.

Fue este último hecho el que llevó a historiadoras feministas a estudiar el pasado de las mujeres, el cual había permanecido oculto en los "grandes procesos", estudiados desde una perspectiva puramente masculina, en la cual el pasado era un asunto exclusivo de los hombres. Ante este hecho, incluso desde finales de los años setenta, comenzó a pensarse la diferencia sexual partiendo del hecho de que el pasado de las mujeres implicaba una experiencia diferente a la de los hombres, por cuanto esta última había sido hasta entonces "razonada, escrita, pensada"4.

Fue entonces como surgieron grandes recopilaciones, en las cuales se construyó una "historia de las mujeres" en su relación con el denominado "patriarcado universal". Esta forma de pensar la historicidad del rol y de la representación de lo femenino incidió en una intensa polémica que ha fragmentado hasta la actualidad la relación entre Historia y Feminismo y, como consecuencia de ello, ha dejado un cierto aire de sospecha respecto a una posible Historia de las Mujeres y, todavía más, respecto a la categoría género, ampliamente desarrollada por Joan W. Scott en su conocido artículo "El género: una categoría útil para el análisis histórico"5. Lo anterior se anota sin desconocer que la historia social ha propiciado la construcción de herramientas teóricas y analíticas que han permitido abordar a las mujeres en la historia, dejando de lado las reivindicaciones que se hacen en el presente a partir del pasado -es decir, del uso político del pasado, si cabe la expresión-.

Considerando que Isabel Morant Deusa ha sido una de las historiadoras que más esfuerzos ha consagrado a la construcción de una historia de las mujeres en España y América, dedicando tiempo a posicionar el debate implícito en esta "forma de hacer historia", es importante retomar la entrevista que a continuación se presenta, que se realizó en el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México, a propósito del Coloquio Internacional "Las mujeres en la Nueva España", en octubre de 2012. Los debates suscitados entonces pueden llevar a pensar que en América Latina se ha dejado un poco de lado el tema, siendo aún pertinente preguntar cuáles serían los fundamentos de una posible historia de las mujeres, cuál es la perspectiva que tienen las y los historiadores respecto a la categoría género; en fin, llamar a la reflexión a propósito de las ideas de una de las historiadoras que más ha trabajado desde esta perspectiva. Después de leer sus ideas, cabe preguntarse por las condiciones de posibilidad de una Historia de las Mujeres. Así como por el lugar de la categoría género en la historia y el estado actual de estos estudios en el contexto latinoamericano. En todo caso, se pretende aquí abrir paso a un debate que sigue pendiente.

María Victoria Montoya Gómez [mvmg]: ¿Cuál cree que ha sido el mayor aporte del feminismo -o feminismos- a la Historia contemporánea?, pero además, ¿cómo surgen los estudios Feministas en España?

La construcción de los Estudios sobre las mujeres, y de Historia, en particular, está ligada a lo que se ha denominado Tercera Ola del Feminismo, que, desde finales de los sesenta, renacería en Europa y América, con tiempos distintos según las coyunturas de los distintos países. En España, al igual que en algún país latinoamericano -como Argentina-, el Feminismo se vería detenido por las dictaduras. La dictadura del general Franco en España, que nos mantenía políticamente aislados de Europa y sin una oposición política visible, hacía muy difícil que las primeras feministas pudieran hacer oír su voz en contra de las leyes que nos discriminaban [...]; la sexualidad era un tema vetado, los anticonceptivos estaban prohibidos, y en el código civil se penalizaba el adulterio, que sólo se consideraba un delito grave en las mujeres -en las casadas era un delito la simple relación amorosa por fuera del matrimonio, mientras que en los hombres sólo era delito si la amante vivía en la misma casa familiar-.

Estos usos, amparados por leyes decadentes, eran cada vez más difíciles de soportar por las mujeres de mi generación, que, por otro lado, al menos en las ciudades y entre las clases medias, habíamos comenzado a estudiar, primero el bachillerato y después en la universidad, con el propósito de seguir otra profesión que no fuera sólo el matrimonio. También habíamos comenzado a relacionarnos con mayor libertad en el terreno sexual y en el espacio de la política, militando, en muchos casos, en los partidos políticos y en los sindicatos, en la clandestinidad. Pero muy pronto nos dimos cuenta de que la lucha se concentraba en la caída de la dictadura y la construcción de la democracia, y que casi nadie quería prestar atención a los problemas de discriminación que las mujeres comenzaron a plantear en el seno de las organizaciones a las que pertenecíamos, con escaso eco, al principio. Curiosamente, la mayor parte de los partidos democráticos crearían organizaciones femeninas -dependientes- con el objetivo de sumar mujeres a la causa de la democracia, pero poco más, lo cual [...] entonces parecía normal: la escasa relevancia social y política que las mujeres tenían en las organizaciones, que se consideraban democráticas, pero que estaban dirigidas sólo por hombres. Este desinterés propiciaría el que muchas mujeres -como yo misma, que entonces era militante de la izquierda antifranquista-, nos distanciáramos de las organizaciones políticas tradicionales, al menos por un tiempo, para ocuparnos de los asuntos destacados por el feminismo.

Con la muerte del dictador, en 1975, y la democracia que comienza a construirse en España, se acelera el progreso del feminismo, que, justo es reconocerlo, a partir de entonces contaría con la alianza de la mayor parte de las fuerzas democráticas, que, con mayor o menos interés, incorporarían la agenda política del feminismo: la igualdad garantizada por la Constitución de 1998 y los derechos -como el divorcio, la despenalización de los anticonceptivos- les serviría para dar una imagen de modernización de la sociedad, que se veía a ella misma con los ojos de la tradición, apoyada por la Iglesia católica. Para las jóvenes de mi generación -yo tenía 29 años la primera vez que pude votar- fueron los años de la liberación, en varios sentidos: estudios, profesión y libertad en las relaciones con los padres, los amigos, las parejas.

Nuestra autoestima, ciertamente, creció en aquellos años, y de ser considerados como una sociedad atrasada y conservadora, nos convertimos en ejemplo de los europeos, que, al menos hasta hace poco, se admirarían de nuestros cambios legislativos; entre los más recientes, la Ley de igualdad hombres y mujeres y el reconocimiento, por ley, del matrimonio homosexual han sido políticas pioneras en Europa; que, sin embargo, ahora, a causa de la crisis y del retroceso político de las fuerzas progresistas, parecen menos firmes.

El cambio social y político de los años setenta se notaría igualmente en la universidad, en la que ya había algunas feministas (profesoras o estudiantes) que muy pronto aplicarían la crítica del feminismo a la ciencia; al sexismo que se revelaba en los contenidos -o en los silencios- de las ciencias o a la invisibilidad de las mujeres para la Historia, entre otros. Las universitarias tuvimos acceso a los libros feministas que se estaban editando en Europa, conocimos los textos clásicos del Feminismo: Simone de Beauvoir, Betty Friedan, Kate Millett, Carla Lonzi, y, como estaba ocurriendo en otros países, nos pusimos a la tarea de cambiar el enfoque del saber académico; así, surgieron los primeros estudios feministas (tesis, libros, discusiones en seminarios) y, finalmente, los institutos de estudio e investigación sobre las mujeres, que, entre los años ochenta y noventa, se han extendido en las universidades, en las cuales hoy se imparten materias relacionadas con la cuestión de las mujeres.

Un buen ejemplo de toda esta actividad científica son los libros de la Colección Feminismos, creada en 1990 en España, en donde se recogen los estudios producidos en distintos territorios y disciplinas, así como los textos clásicos del feminismo histórico y actual; esta Colección, que vengo dirigiendo para la Editorial Cátedra desde su creación, cuenta ya con 120 títulos6.

MVMG: Al pensar en su nombre y en su trayectoria académica es inevitable cuestionarse por la Historia de las Mujeres. Me gustaría que nos contara cómo surgió esta corriente, y usted cómo se vincula a ella desde lo personal y lo académico.

El cuestionamiento de la invisibilidad de las mujeres en los libros de Historia era previsible en el ambiente intelectual que acabo de describir ¿Qué hicieron las mujeres en el pasado? ¿Cuál fue su historia? ¿Por qué los libros de historia no recogen las acciones o las vidas de las mujeres? Nuestra respuesta inmediata sería hacer visibles a las mujeres singulares, heroínas que añadir a la gran galería de personajes masculinos. Pero para las historiadoras que comenzarían a escribir esta historia, avanzados los años setenta, no se trataba tanto de hacer la historia de las figuras excepcionales del pasado como de comprender la totalidad del colectivo femenino y explicar sus particularidades y diferencias con el masculino. En el debate apasionante que se produjo entonces hubo algunas diferencias de enfoque.

En los primeros estudios se pondría el acento en la diferencia de las mujeres, cuya especificidad se quería conocer; así, se privilegiarían los temas del trabajo, la vida diaria, las prácticas sociales o el pensamiento de las mujeres, señalando lo que el colectivo femenino tenía de específico y diferente, respecto del colectivo masculino. En otros estudios, el acento se pondría en la pertenencia social de las mujeres y en el modo en que éstas se relacionaban con su mundo religioso, económico o político. Desde esta perspectiva, se insistía en que las mujeres formaban parte de la misma sociedad que los hombres y que, por tanto, debían ser estudiadas, no como un colectivo separado y singular, sino en sus relaciones familiares, sociales; se trataba de comprender las diferencias y las relaciones de poder entre los sexos.

Imposible hacer un balance de los resultados de aquellos años; entre finales de los setenta y los ochenta asistimos a lo que, usando una terminología marxista, podemos denominar "acumulación primitiva de capital", que ha permitido hacer visibles a las mujeres y comenzar a tener una teoría feminista propia o, en el caso de la Historia, tener una historiografía que en sentido amplio podemos denominar Historia de las Mujeres, historia de la diferencia de sexos o de género, que se cultiva ya en muchas universidades en distintos continentes.

En mi caso, después de mi tesis doctoral, que giraba en torno al proceso de transición económica y social entre los siglos XVIII y XIX, en el Mediterráneo español, leída en 1981, hice un giro copernicano en mis investigaciones y comencé una nueva aventura que me llevaría de los estudios feministas a la Historia de las Mujeres, que sigo cultivando a plena satisfacción. En 1990, mientras disfrutaba de un año de estudios en París, en la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales (EHESS), pude asistir a la preparación de Histoire des femmes en Occident, dirigida por Georges Duby y Michelle Perrot, que se publicaría muy pronto en castellano. En la versión inicial de la obra, sin embargo, no hubo ninguna participación española, ni procedente de América Latina, si bien es cierto que ante la demanda del editor español, se añadiría un apéndice, que sólo aparece en la edición castellana, titulado Una mirada española, cuyo contenido se refiere a España y América Latina.

Esta circunstancia me hizo pensar en la necesidad de reunir las aportaciones, cada vez más sólidas, a la historia de las mujeres producidas en el ámbito de los países de lengua castellana en una gran edición que comprendiera España y América Latina. Los contactos que ya existían entre historiadoras a uno y a otro lado del Atlántico, lo hicieron posible y, a partir 2002, comenzamos a pensar la obra con Dora Barrancos de Argentina, con Asunción Lavrin de Arizona (Estados Unidos) y con Gabriela Cano de México. Este trabajo se publicaría como Historia de las mujeres en España y América, en cuatro volúmenes, entre 2005 y 20067.

Hoy, con el proyecto ya terminado, estamos satisfechas de nuestro trabajo, por los contactos intelectuales que nos han enriquecido y por la riqueza de una obra en la que hemos querido estudiar de manera comparada la historia de las mujeres, desde la Antigüedad a nuestros días, a uno y otro lado del Atlántico. El resultado es una historia plural; en ella han participado un centenar de personas, de distintos países y ámbitos académicos, pero que nos interesamos en las mismas cuestiones. En la obra, por otro lado, se muestra el gran trabajo realizado en estos años en la construcción de una historia que ha servido para hacer visibles a las mujeres del pasado y, sobre todo, para tener un relato, coherente y organizado, sobre el papel de las mujeres y sus contribuciones a la Historia, y para explicar el proceso histórico que diferenciaría de manera negativa a las mujeres. Con todo esto hemos contribuido, ahora sí, a construir una Historia menos sesgada y más real.

MVMG: Si se piensa que la historia de las mujeres, de alguna manera, ha buscado restituir el pasado de las mujeres, me gustaría que nos explicara cómo se piensan los procesos históricos en relación con las mujeres: ¿son éstas el objeto de estudio de la historia de las mujeres? ¿O éstas en relación con coyunturas y procesos? ¿La dimensión histórica se plantea respecto al cambio en las maneras de pensar lo femenino y lo masculino? ¿O de las mujeres respecto a otros problemas y procesos sociales?

La historia de las mujeres, como he dicho, nació con voluntad de hacer memoria, de restituir el pasado, de dar visibilidad a las mujeres, pero con el tiempo hemos ido complejizando las preguntas, descubriendo nuevas fuentes y refinando nuestros enfoques. Y, en efecto, en este camino hicimos una historia relacional, es decir, interesada en comprender las vidas de las mujeres en los contextos sociales o culturales determinados; en este sentido, la pregunta que nos hacemos se refiere a la influencia que los cambios o los acontecimientos históricos tuvieron en la vida de las mujeres. La pregunta clásica de Joan Kelly, "¿hubo Renacimiento para las mujeres?", ha sido repetida en referencia a otros acontecimientos o cambios culturales y políticos: ¿cómo afectó la religión o un cambio político determinado la vida de las mujeres? y ¿cuando los historiadores hablan de progreso o de democracia, también se refieren a las mujeres?

En mi caso, por ejemplo, el período histórico que me interesa es la Ilustración, y en este sentido, me interesa saber: ¿qué cambios ideológicos y sociales se produjeron en relación con las identidades femeninas y masculinas? y ¿qué representaciones y qué nuevas fueron posibles?, o si pervivieron las viejas formas de la discriminación, y estas preguntas me han llevado a indagar fuentes antes desconocidas para mí, en el teatro y la novela, en las cartas personales, a partir de las cuales he podido constatar la nueva importancia de los sentimientos y la vida privada, y el modo en que las mujeres pero, también, los hombres, se representan a ellos mismos como personas sensibles, o cómo asumen los nuevos valores del matrimonio o la familia y qué nuevas funciones deberán asumir las mujeres. Mi interés en responder a estas cuestiones tiene mucho que ver con las vidas que conozco de las mujeres del pasado, las biografías de mujeres ilustradas, cuyos conflictos sentimentales y morales me impactaron en su día; desde entonces, pienso que conviene dar a conocer este pasado y reflexionar sobre los conflictos presentes. El libro en el que ahora trabajo se titulará algo así como Mujeres y hombres en la Historia. La educación sentimental.

Finalmente se trata de comprender la relación entre lo público y lo privado, que, tradicionalmente, se han venido representando como ámbitos sociales separados. En nuestros estudios se ha podido mostrar cómo las dicotomías público/privado que venían siendo utilizadas por los historiadores falseaban la realidad, al considerarla dividida en dos esferas: la vida privada -que interesaría a las mujeres, estaría por fuera de las normas sociales y de las leyes de la política- y lo público -que estaría sometido a las leyes de la política, que interesaría a los hombres-. En nuestra historia, sin embargo, las cosas se complican, y, finalmente, se ha podido mostrar una mayor relación e integración entre lo privado y lo político: que lo personal es político, en la línea señalada ya por el feminismo, y que lo público y lo privado son construcciones paralelas, donde los sexos se sitúan y relacionan de manera diferente.

MVMG: ¿Cómo se toma la categoría género desde la historia de las mujeres?

En los años ochenta, la historiografía feminista adoptaría la categoría de género, procedente del debate feminista estadounidense americano. Con ella se pretendía dejar atrás el viejo debate entre naturaleza y cultura, que empantanaría nuestros estudios, al suponer que las mujeres, ligadas por su biología al ámbito de lo natural, habrían tenido un destino social determinado por la procreación, que determinaría igualmente su relación con la cultura o la política. Género parecía una categoría útil para marcar las diferencias entre el sexo biológico y los mecanismos culturales, sociales o políticos que se habían planteado para construir las diferencias de los sexos y las vidas diferenciadas de las mujeres. Como escribe una de sus teóricas más conocidas, Joan W. Scott, se trataba de indagar acerca de los discursos, las representaciones ideológicas, las leyes, las instituciones, y, en fin, acerca de todo aquello que podía explicar cómo, históricamente, las mujeres habían sido condicionadas, no tanto por su biología, como por el poder social que las diferencia y las margina. Su artículo "Gender: A Useful Category of Historical Analysis", publicado en inglés en 1986, es quizás uno de los textos más conocidos y citados del feminismo. Y como ha venido señalando su autora -entre otras-, esta categoría representa la voluntad del feminismo, sobre todo norteamericano, de encontrar una voz teórica propia, que debía marcar sus distancias con los enfoques y procedimientos habituales de la historia social y, a la vez, buscar nuevas alianzas académicas y políticas (con las corrientes postestructuralistas, con las prácticas del giro cultural).

La categoría género, que había estado ausente en los debates de los años ochenta, ha ido ganando terreno en los noventa, con algunas diferencias entre los países; por lo que conozco, ha penetrado con rapidez en el ámbito latinoamericano, como en el español, y ha tenido más resistencia en Francia, en donde no han abandonado completamente las denominaciones clásicas de historia de las mujeres o de la diferencia de sexos, a la que ahora añaden historia de género -la revista Clío, creada en 1995 como revista de historia de las mujeres, lleva como subtítulo Histoire, Femmes et Societé, lo cual revela su mayor proximidad con el vocabulario de la historia social-. En España, el concepto ha tenido éxito en el mundo académico; sin embargo, la revista Arenal, creada en 1995, se define en su subtítulo como Revista de Historia de las Mujeres.

El problema para algunas historiadoras sería el enfoque postestructuralista y la reconstrucción por la que han venido apostando la mayor parte de los estudios feministas en Estados Unidos; sus planteamientos provocan recelos entre las historiadoras, que, provenientes del campo de la historia social, reprocharían a la historiografía representada por Scott el abandonar los terrenos afirmados de la disciplina histórica, para adentrarse en el proceloso mar del lenguaje y del relativismo. El construccionismo, la idea de que la mujer no existe, ha permitido liberar las representaciones de las identidades, también las identidades masculinas, pero sugiere otras preguntas: ¿hasta dónde podemos llegar en el rechazo de los inmutables y hacer de la diferencia de los sexos una pura creación del lenguaje y del simbolismo? El debate, entonces, continúa y deberá continuar en la academia y en las academias del feminismo. En los estudios de Historia, ciertamente, debemos seguir avanzando en la producción teórica y afinando las categorías que sirven para explicar los problemas: la categoría género, que ha servido para movilizar los estudios de historia, no es una llave maestra que abriría todas las puertas.

A otro nivel, existen problemas de comunicación que deberíamos cuidar. La categoría género, que ha hecho fortuna, además, en las universidades, en los medios de comunicación o la política, que consideran un término políticamente correcto, no siempre se comprende bien; debemos reconocer que, en muchos casos, se usa como sinónimo de mujeres -en lugar de mujeres- para designar la categoría social -mujeres- o las políticas -de género, violencia de género-, y si eso es así, ¿qué sentido tiene usar ese término?, y menos aún cuando en nuestra lengua existen denominaciones clásicas, como historia de las mujeres o estudios sobre la diferencia de sexos, que se comprenden mejor y que, sin duda, generan menos resistencias, especialmente en las mujeres, que por fuera de la academia lo consideran una forma elitista o políticamente marcada que produciría distancias.

MVMG: ¿A dónde va la historia de las mujeres? ¿Cuáles son sus problemas actuales? ¿Cómo ve la historia de las mujeres en América Latina?

Sobre los problemas científico/académicos, se ha hablado ya suficientemente, pero cabría añadir una cosa más: la necesidad de seguir produciendo un debate sobre las formas de hacer historia, sobre las preguntas que debemos hacernos, los métodos de trabajo y las resultados, en fin, se trata de seguir el impulso creativo que estuvo en el origen de esta Historia, que como toda obra creativa deberá saber soslayar el peligro de las inercias académicas. Pero, además, la historia de las mujeres deberá seguir su trayectoria impulsando su carácter internacional, como hasta ahora; en un futuro no lejano deberemos hacer nuevas versiones o añadir nuevos volúmenes a nuestra Historia de las mujeres en España y América Latina.

Pero contestando tu pregunta sobre ¿a dónde va la historia de las mujeres?, yo diría que deberá salir a la calle. Pienso que ha llegado ya el momento de que la historia que hemos construido en estas últimas décadas haga parte de los conocimientos habituales y necesarios de una sociedad que, ahora más que antes, pertenece a las mujeres. La historia de las mujeres debe ser un conocimiento general y no específico, como piensan la mayoría de nuestros colegas -que la hagan las mujeres y que la estudien ellas-. La historia de las mujeres deberá formar parte de la Historia con mayúsculas y deberá estar en los programas generales de historia, que recogerán los temas trabajados como se recogen los muchos descubrimientos de las ciencias sociales o de las humanidades.

Me preocupa, especialmente, que la presencia de las mujeres en los libros de historia [...] no sea suficientemente crítica con el pasado y que, como ocurre en muchos casos, ya constatamos, no haga otra cosa que reforzar los tópicos de la feminidad o de la singularidad de determinadas mujeres a las que se consideraba una excepción de lo femenino, cuya diferencia se definiría como condición ineludible de la naturaleza afirmada por las costumbres sociales. Esperamos que la experiencia intelectual y los conocimientos contenidos en éstas, las nuevas páginas de historia que se están escribiendo, contribuyan a dar otra dimensión del pasado de las mujeres, desterrando los estereotipos que nos sorprenden aún hoy en día.

Y esperamos que sirvan a un público mayor de lectores: de mujeres que demandan una historia que las contenga, que sea su memoria y que permita conocer sus diferencias y sus logros históricos. También al público de estudiantes y de jóvenes que se interesan en una historia que pueda reconocer como un relato que se ocupa de los problemas que plantea la relación entre lo femenino y lo masculino, lo público y lo privado. Me gusta pensar que hay -o que habrá- un público lector que, en las cuestiones desveladas por la historia de las mujeres, reconoce un saber nuevo y más vital sobre nosotros mismos, sobre nuestras vidas y nuestras relaciones con los demás, un público que pueda servirse de la historia, pensar las vidas que vivimos y vislumbrar, si cabe, la vida que queremos.


Comentarios

1 Georges Duby y Michelle Perrot, dirs., Histoire des femmes en Occident, 5 vols. (París: Plon, 1990-1991) [En español: Historia de las mujeres (Madrid: Taurus, 1991-1992)].

2 Isabel Deusa Morant, dir., Historia de las mujeres en España y América Latina (Madrid. Cátedra, 2005).

3 Editada por la Editorial Cátedra desde 1990.

4 Gerda Lerner, citado en Isabel Morant Deusa, "Cultura y poder de las mujeres en las sociedades de Antiguo Régimen: una reflexión sobre el tema", en Mujeres y hombres en la formación del pensamiento occidental, vol. II (Madrid: Universidad Autónoma de Madrid, 1989), 209.

5 La versión original de este artículo apareció como "Women in History: The Modern Period", Past and Present: A Journal of Historical Studies 101 (1983): 141-157. En 2008, el Fondo de Cultura Económica y la Universidad Autónoma de la Ciudad de México publicaron Género e Historia, una compilación de ensayos de Joan W. Scott que incluye una versión revisada del artículo en cuestión.

6 La colección se puede ver en la página web de la Editorial Cátedra, Colección Feminismos, <http://www.catedra.com>.

7 Este material también se encuentra en la página web de la Editorial Cátedra, Historia.