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Historia Crítica

versão impressa ISSN 0121-1617

hist.crit.  no.60 Bogotá abr./jun. 2016

https://doi.org/10.7440/histcrit60.2016.01 

El pensamiento colombiano en el siglo XIX. Breve guía para un viajero joven*

Renán Silva,**

**Universidad de los Andes, Bogotá , Colombia

DOI: http:// dx.doi.org/10.7440/histcrit60.2016.01


I

Las siguientes líneas intentan presentar ante un público joven de estudiantes de Historia y Ciencias Sociales una de las obras más importantes de la historiografía del siglo XX en Colombia: El pensamiento colombiano en el siglo XIX, escrita por Jaime Jaramillo Uribe (1917-2015) entre 1953 y 1956, y publicada por primera vez en 19641. Se trata de una obra que ha sido olvidada en años recientes en la enseñanza universitaria en el país, en buena medida como efecto de la distancia que las nuevas generaciones de profesores universitarios han establecido en Colombia respecto de las tradiciones de análisis anteriores a la forma dominante de interpretación, que ha reinado en las escuelas de Historia desde las dos últimas décadas del siglo XX.

El propósito del texto que presento es más informativo que crítico, aunque esa dimensión debe aparecer en algún momento de las reflexiones. Para nuestro propósito entenderemos por presentar una obra sencillamente indicar su contenido (la materia examinada), señalar los elementos principales que caracterizan su enfoque y método, mencionar el tipo de fuentes que constituyen su "archivo", mostrar la importancia y significación de la obra en referencia por la relación con la cultura historiográfica en que se inscribe, ofrecer algunos ejemplos sobre las posibles dificultades de su lectura y, finalmente, señalar su novedad -en caso de que exista-, con el propósito de invitar a la lectura de la obra de que se trata y tal vez colaborar a subsanar el olvido de un instrumento de trabajo que hoy nos hace mucha falta.

II

Señalemos pues, para comenzar sin más rodeos, que el tema central de la obra es el de su título -el pensamiento colombiano en el siglo XIX-, lo que en principio debe sorprender y empezar a poner de presente la novedad de la obra, más hoy (que hace medio siglo), pues las nuevas generaciones de universitarios de Ciencias Sociales han crecido bajo la idea de que nuestra única tradición es la violencia, y que el siglo XIX colombiano es simplemente el de las constantes guerras civiles (una manifestación de nuestra supuesta permanente violencia). Decir entonces, como lo hizo Jaime Jaramillo Uribe, que hay un pensamiento colombiano en el siglo XIX y que vale la pena interesarse por él hace aún más actual la obra, pero hay que advertir que en el título de su obra y en su contenido no hay ninguna forma de reivindicación nacionalista ni una prueba de orgullo nacional. Se trata simplemente de mostrar la manera como un conjunto de letrados, que en su mayoría se habían convertido en el centro de la vida política del país en formación, comenzaron a participar de la modernidad política occidental y a discutir sobre esas ideas en el marco de sus propios afanes por darle sentido y coherencia a la sociedad postrevolucionaria, aquella posterior a 1810.

De manera mucho más precisa hay que decir que ese tema del pensamiento colombiano en el siglo XIX se especifica en el estudio del liberalismo, dado que el autor considera que se trata de la fuerza por excelencia que modeló desde el siglo XIX las instituciones políticas de lo que en la actualidad llamamos Colombia (aunque esa misma proposición se puede predicar para América Hispana y, desde luego, para Europa, por lo demás "cuna" de la mencionada doctrina). Pero la palabra liberalismo no remite en la obra de Jaramillo Uribe a un partido político determinado, ni se opone de manera sencilla a "conservatismo". Liberalismo se entiende aquí ante todo como una forma particular de asumir las relaciones entre Sociedad, Estado e Individuo, un sistema de relaciones que desde por lo menos el siglo XVII ha dominado el pensamiento político de Occidente. El libro mostrará, y ésa es una de sus virtudes, todas las combinaciones y todos los matices que son históricamente posibles entre esos tres términos mencionados, y la forma como las sociedades -en su historia concreta- enriquecen ese enunciado, que aquí sólo mencionamos en su generalidad. Para Jaramillo Uribe, el estudio del liberalismo se impone al investigador como producto de la realidad histórica, y no como "preferencia subjetiva del autor", pues por fuera de la importancia del liberalismo para el advenimiento de la modernidad política, en Colombia y en el continente, se trata de la concepción del Estado dominante, y posiblemente la "única existente" en nuestros países, la única que encontró en el siglo XIX una formulación clara y distinta, al punto que esas ideas constituyeron "parte muy importante del pensamiento político aun de aquellos espíritus tradicionalistas que trataban de oponérsele"2.

Desde el punto de vista del enfoque del libro (la teoría y el método) hay varias cosas por decir. De manera inicial indiquemos que se trata de aquello que de forma habitual designamos como Historia de las ideas. El autor dirá que su libro "no es una historia erudita" -en el sentido de una crónica completa en términos bibliográficos y documentales, organizada como una exposición cronológica de un proceso lineal- de todo lo que se escribió en Colombia en el siglo XIX sobre el problema. Agregará que se trata más bien de un "ensayo de comprensión" del pensamiento de algunos autores colombianos que, "por la magnitud y calidad de su obra", en su época tuvieron "considerable influjo sobre la opinión de sus conciudadanos y en alguna medida continúan teniéndolo". Así pues, no se trata de una "historia completa" de las doctrinas liberales en Colombia, sino más bien de "un ensayo comprensivo" de las ideas que sobre el Estado (y, en general, sobre "la orientación espiritual de la nación" en el siglo XIX) presentaron a la consideración de sus conciudadanos algunos hombres de letras, que fueron figuras públicas de primer orden en ese período tan importante en la historia moderna del país.

El autor de la obra señalará enseguida que su trabajo combinará dos valores que no encuentra contradictorios, como sí ha ocurrido en la historiografía de finales del siglo XX. Por un lado, la aspiración a la objetividad "indispensable al historiador", una aspiración que no es "incompatible con la actitud crítica", actitud que Jaramillo Uribe entiende aquí como la puesta en relieve de "los obstáculos de carácter lógico" que puede haber en una forma determinada de pensamiento, obstáculos que el análisis histórico simplemente registra como un "hecho". Y, por otro lado, el "esfuerzo de comprensión", que no se opone a la objetividad y que busca simplemente hacer presentes, mediante el análisis documentado, las condiciones de posibilidad y de existencia, las funciones sociales y los usos que históricamente pueden reconocerse en ese conjunto de ideas que se analizan. De manera sintética agrega entonces Jaramillo Uribe que la historia de las ideas "ha de ser" (dicho así como ideal y aspiración) "el estudio del desarrollo y estructura interna de las formas de pensamiento [...]", pero no menos el estudio de su "acción sobre la vida y las instituciones de una nación"3.

Nos podemos interrogar ahora sobre cuáles serían en los años de elaboración de un trabajo los materiales documentales a los que podía recurrir el autor para sustentar sus argumentos. Aquí nos referimos de manera particular a las fuentes primarias de su trabajo, al "archivo" que tuvo que construir para ofrecer a los lectores este "ensayo comprensivo", que a más de medio siglo de su elaboración sigue siendo tan completo. Sobre este punto hay que decir que el autor leyó ―y cita― de manera pertinente al parecer todo lo que en el momento de su investigación y redacción de la obra (aproximadamente, 1950-1956) podía ser consultado y citado. Es una bibliografía que sorprende, no sólo por el conocimiento que Jaramillo Uribe muestra de todo lo que le permitía presentar una versión tan innovadora del problema que estudia, sino también porque indica la forma como la cultura intelectual en el país había venido acumulando en las primeras décadas del siglo XX un patrimonio bibliográfico importante, sin el cual, hay que decirlo, El pensamiento colombiano no hubiera sido posible. Una bibliografía que recuerda además la importancia de la imprenta en el siglo XIX, para la difusión de las ideas de los hombres de letras y la conservación de ese acumulado de polémicas y disputas en las bibliotecas de la ciudad. En cualquier caso, aunque el autor no hubiera querido hacer una "historia erudita", realizó la más completa posible en su época, lo que hace que el libro siga siendo hasta el presente la mejor guía sobre el tema4.

Desde el punto de vista de las fuentes secundarias -incluidas aquí tanto las obras que estudian problemas similares para el caso europeo e hispanoamericano como aquellas que son ante todo fuente de inspiración para el enfoque y la forma de análisis propuesto- hay que decir que la obra de Jaramillo Uribe se vio favorecida por la renovación de primer orden que tuvo en la historiografía alemana ―desde finales del siglo XIX― la historia de las ideas, y que, para comienzos del siglo XX, se concreta para el caso en la obra de su admirado Ernst Cassirer, que es en gran medida el enfoque que está detrás en la base del trabajo de Jaramillo Uribe. Pero más que ello, lo que hay que resaltar -como lo hizo tantas veces Jaramillo Uribe- es todo lo que su obra debe a las traducciones que del alemán, mucho más que del francés y del inglés, hizo en México el Fondo de Cultura Económica (FCE), como una forma de apoyar y aprovechar el trabajo de los republicanos españoles, que habían llegado a México huyendo de la dictadura fascista del general Francisco Franco. Aunque se citan obras renovadoras de las tres primeras décadas del siglo XX, no hay duda de que las mayores riquezas bibliográficas tienen que ver con obras editadas en los años cuarenta, momento de una intensa actividad editorial y de traducción del FCE, lo mismo que de renovación del mercado de libros en Colombia, en el ambiente de libertades y de controversia intelectual que favorecía la República Liberal5. No se puede dejar de mencionar, porque es parte central del problema, que esa "biblioteca de fuentes secundarias" constituyó para Jaramillo Uribe el sustituto en papel de un espacio de diálogo, que difícilmente podía encontrar en su propio medio -o en anteriores obras colombianas sobre el tema-, ya que comenzaba a trabajar en un terreno en el que existían importantes ensayos partidistas, debidos a actores del proceso, pero ni una obra de análisis propiamente histórico.

III

Podemos preguntarnos ahora por la estructura formal de la obra, tal como se refleja en su "Índice" y como resulta de una lectura cuidadosa. Hay que recordar que se trata de una obra extensa -en todas sus ediciones, el texto se encuentra en promedio por las 450 páginas y algo más-, que practica un tipo de crítica textual, que no solamente se detiene con esmero y cuidado en los textos que interroga y muestra sus relaciones con las fuentes europeas de los que dependen, sino que además -aunque puede que en menor medida- los contextualiza, en función de la situación específica a la que ahora intentan responder esos textos6. Un proyecto tan ambicioso le exigió al autor la redacción de un "texto largo" elaborado durante casi una decena de años de trabajo, un texto que es denso y exigente desde el punto de vista de su lectura, aunque al final el lector tendrá la recompensa de haber encontrado ideas importantes, lo que no es muy habitual, y haber disfrutado de una prosa clara, precisa, sin desbordes innecesarios, hecha siempre con moderación y sin apasionamientos superficiales; una prosa sobre la que, por eso mismo, parece no pasar el tiempo, una cualidad que han reconocido todos los que han hablado de las obras de Jaramillo Uribe.

La obra está organizada también sobre la base de tres grandes "bloques". El primero, casi un centenar de páginas distribuidas en seis capítulos, aborda el problema de la crítica de la tradición anterior ("La herencia española") y las primeras discusiones sobre la "orientación espiritual de la nación" -que es, en cierta manera, otra forma de designar el gran tema de la obra-7. El segundo bloque se plantea el problema contrario: el reconocimiento que realiza la tercera generación de republicanos colombianos, de que todo no era condenable en el pasado hispano y que no todos eran problemas resueltos por la doctrina liberal. Es el momento del desencanto (c. 1870-1900) y de la crítica de esos años anteriores de pasión intensa que habían sido los del primer acceso a las doctrinas liberales. Se trata de otro centenar de páginas distribuidas en cinco capítulos, que se cierran sobre las dos primeras décadas del siglo XX.

El tercer bloque, la parte más extensa de la obra, puesto que se ocupa del tema central de la investigación, pasa de los dos centenares de páginas; está formada por trece amplios capítulos, y se concentra en el momento de esplendor de las doctrinas liberales (c. 1840-1870), el momento de su formulación y de los intentos de puesta en marcha de tales ideas. Es la parte más erudita y analítica del libro, y son las páginas que mejor permiten comprobar la riqueza y abundancia de ideas y de polémicas en el siglo XIX, lo mismo que el peso que había logrado en esa sociedad su presentación pública bajo forma impresa. Es un examen equilibrado y sistemático de las ideas liberales en Colombia y de sus modelos europeos de origen, así como un análisis de las formas singulares de su presentación local, y envuelve una crítica explícita y directa de tales ideas, por esa especie de negación que hacían de la propia realidad los liberales del siglo XIX, en su afán de llevar a la práctica política y a la organización del Estado en formación un ideal del que estaban convencidos, pero que en parte suponía una sociedad con niveles mayores de modernidad, desde el punto de vista de sus estructuras sociales y culturales.

La estructura de la obra, es decir, la organización del material y la forma de exposición, puede plantear algunas dificultades sobre las que es bueno advertir al nuevo lector. El texto deja a veces la impresión de que los eslabones que ligan cada una de las partes que constituyen la obra no guardan la suficiente relación. Como si cada uno de los bloques que la componen tuviera una gran coherencia visto por separado, pero mostrara grietas cuando se trata del conjunto. Por un lado, las repeticiones en la obra son constantes, y por el otro lado, si bien no es difícil entender la continuidad entre la primera parte -la crítica de la tradición- y la segunda parte -el acceso al liberalismo, titulada "Estado, Sociedad, Individuo"-, parece no ocurrir lo mismo con la tercera parte, titulada "El pensamiento filosófico".

Al respecto pueden hacerse varias consideraciones: la primera de ellas es recordar la observación de Jorge Luis Borges de que hasta "el buen Homero se duerme", máxime si es un conjunto de naturaleza tan compleja sobre el que se trabaja. Dicho esto hay que agregar que esa ausencia de coherencia puede ser en parte tan sólo una apariencia; así, por ejemplo, en lo que tiene que ver con las articulaciones entre las partes segunda y tercera. Poco a poco el lector se va orientando en esta aparente falta de unidad y descubre que lo que ocurre es que la filosofía fue el lugar por excelencia en el que se planteó "el problema del Estado y la orientación espiritual de la nación", sobre todo porque el resucitado tradicionalismo del último tercio del siglo XIX volvió a traer a la discusión los "fundamentos divinos del vínculo social", lo que hacía que las consideraciones metafísicas (sobre el "ser y la esencia", sobre los "fines últimos" de la vida social) volvieran a recuperar el lugar hace poco perdido.

En cuanto a lo que tiene que ver con las repeticiones, hay que decir que no sólo parecen funcionar, en la mayor parte de los casos, como "ayuda memoria" para el lector -en medio de un material denso y complejo-, sino que provienen de exigencias lógicas en función de las demostraciones. Incluso, muchas veces el autor evita las repeticiones directas acudiendo a la forma "véase infra" o "véase supra". En realidad, lo que ocurre es que la estructura de la obra es circular y se organiza a la manera de un conjunto de elementos que se reenvían unos a otros, como se advierte cuando se observa el conjunto, ya que todos los problemas que se estudian son considerados a la luz de un sistema unificado de preguntas, lo que deja en principio la impresión de repetición. Pero se trata tan sólo de una impresión, la que deja una estructura que se enriquece a medida que avanza la exposición. Ese proceso de enriquecimiento depende de lo que llamaremos renglones más adelante la estructura invisible de la obra. Por lo demás, el lector que por primera vez enfrenta el texto debe saber que está organizado como si se tratara de un conjunto de parágrafos, que atraviesan la división en partes y capítulos, parágrafos distinguidos cada uno con un número arábigo -los parágrafos van del 1 al 113-, lo que ayuda a poner de presente la coherencia de la exposición y es una manera de facilitar al lector la asimilación de los análisis que se le proponen.

La estructura invisible de la obra ―y el lector deberá tenerla en cuenta, pues es además la prueba de la fuerte presencia silenciosa de la historia política nacional en la obra― tiene que ver con la noción de experiencia, y es posiblemente el elemento más valioso del libro. El asunto es que detrás de toda esa narrativa que presenta la obra hay una experiencia histórica concreta, que es el gran cuadro de fondo que permite entender las modificaciones doctrinarias y el cambio de posiciones y actitudes de muchos de los actores y analistas del proceso, y cuyas obras son estudiadas por Jaramillo Uribe, quien evita reducir esos cambios de posiciones y actitudes a traiciones u oportunismos, y los relaciona, por el contrario, con la propia experiencia que atraviesa la sociedad; en este sentido, con las "pruebas y ensayos" que van experimentándose en el siglo XIX, con sus fracasos, y de vez en cuando sus aciertos, con una experiencia que no puede reducirse ni a la psicología de sus personajes ni a sus intenciones, como había sido una forma de explicación repetida, y siguió siéndolo después de Jaramillo Uribe -piénsese, por ejemplo, en el manido tema de la "traición de Núñez" y de las explicaciones simplistas que se siguen ofreciendo de su trayectoria política y sus escritos-.

En realidad, se trata de la historia de tres generaciones de colombianos que han hecho la experiencia inicial del descubrimiento de la modernidad política (la ciudadanía, la organización de la voluntad general -el sufragio-, el régimen representativo), de la modernidad económica y social (los intentos de industrialización, el acceso al mercado internacional, la extensión de la propiedad privada individual, la libre iniciativa de los particulares) y de la modernidad cultural (la libertad de enseñanza y la libertad de imprenta, la libre circulación de conocimientos, la liberalización de los bienes de salvación -la libertad de cultos-), y que han comprobado que la realidad es terca frente a las doctrinas, y que, al igual que en Europa y en Estados Unidos, la conquista de los valores liberales dependía de condiciones de posibilidad que no siempre se encontraban en las sociedades que querían abrirse paso en esa forma de vida. La estructura invisible es la contrapartida de la ausencia de una historia política, social y cultural, que la obra no podía abordar de manera explícita y en su integridad -en gran medida porque esa historia no existía, pero no menos por el enfoque elegido para estudiar el problema-, una ausencia que el buen lector de hoy sabe con facilidad reconocer y superar, complementando la lectura de esta obra, que tiene su propio objeto, con las respectivas obras de historia del siglo XIX, para poder establecer de manera explícita un diálogo que en gran medida está implícito -y a veces es inexistente- en El pensamiento colombiano en el siglo XIX 8.

El acceso al liberalismo (como sistema de valores que reposa en el individuo, y que hacen de él el centro de toda referencia social) resulta ser pues el examen de una experiencia histórica compleja, como lo ha sido en todas las sociedades que lo han intentado, que pone de presente tanto la dificultad general de la inscripción de una sociedad determinada en un nuevo sistema de valores como los tropiezos que enfrenta ese proceso cuando trata de adelantarlo en un marco social en el que ni la industria, ni la alfabetización, ni la disolución de los viejos lazos de solidaridad y de lealtad que ataban a las gentes al mundo de las jerarquías sociales -y no sólo en el campo- eran una realidad aplastante. Ése es el contenido implícito más preciso de la obra: el análisis de una singular experiencia de reconducción de una sociedad postrevolucionaria hacia un ideario que suponía bases, apoyos, avances y conquistas que eran materia inexistente9.

La lección que deja el libro parece ser la de que, en medio de dificultades mayores -que eran "causa y efecto" del impasse que se vivía-, la gesta de la difusión del liberalismo mereció ser vivida, y como experiencia histórica, por traumática que fuera, por incompleta que fuera, no dejó de ser un paso mayor para la conformación de una nueva sociedad, no sólo, como a veces se dice, desde el punto de vista de las "élites", sino desde el punto de vista del conjunto de la sociedad; una sociedad que dio pasos grandes para crear condiciones que hacían imposible todo regreso a formas de dominación como las que designamos (grosso modo) de Antiguo Régimen, aunque Jaramillo Uribe no oculte su crítica al utopismo de los liberales del siglo XIX, crítica que es propuesta en términos de la propia sociedad que el autor examina, y no de su presente en los años cincuenta del siglo XX10.

IV

El pensamiento colombiano en el siglo XIX, a pesar del paso de los años y de los cambios historiográficos que hemos conocido con posterioridad a su aparición, mantiene en gran parte su vigencia, y es un libro que se sigue leyendo con provecho. En buena medida, su juventud le viene del tipo de análisis que su autor puso en marcha, y que podemos caracterizar por referencia a dos o tres elementos. El primero de ellos tiene que ver con el "descubrimiento de un archivo", con la atención puesta sobre un conjunto de obras que habían tenido en el siglo XIX, y tenían aún a mediados del siglo XX, la función de instrumentos en la lucha partidista entre liberales y conservadores, y que Jaramillo Uribe fue capaz de transformar en materia de análisis histórico y en fuente de comprensión de la historia de las ideas en una sociedad.

Pero para que ese archivo pudiera ser utilizado como fundamento de un análisis histórico era necesario que el siglo XIX comenzara a ser visto de una manera nueva. No como período de desilusiones y de fracasos -o lo contrario- analizados desde el presente del investigador, sino restituido a su propio tiempo histórico y estudiado en función de las aspiraciones y necesidades de esa sociedad particular. En la obra de Jaramillo Uribe, el problema contextual se resolvió mucho más por las virtudes de la crítica textual y por la fina sensibilidad del autor hacia el lenguaje, que por una investigación directa sobre el contexto político, social y cultural de la circulación de esas ideas. Pero hasta donde lo permitía la crítica textual, el resultado fue realmente sorprendente, y se trató de un análisis que evitó con éxito el anacronismo. El libro muestra además una virtud que luego se ha echado de menos en muchas obras posteriores, sobre todo en las que abordan el análisis histórico como una forma de crítica militante al servicio de ideales políticos. Se trata del respeto por los argumentos que se analizan y el intento de que el análisis haga justicia a lo que efectivamente los textos dicen, pues, como se sabe, la historiografía partidista, de ayer y de hoy, se especializa en potenciar los argumentos con los que simpatiza y en hacer una caricatura de aquellos a los que combate. Ni rastros de esta forma de proceder en la obra de Jaramillo Uribe.

Hay que resaltar también que buena parte de esa ecuanimidad en el análisis le vino a Jaramillo Uribe no sólo de su cuidado en no exceder en términos de interpretación los textos que comentaba, y de esta manera poder evitar las formas habituales del anacronismo, sino de su consideración posibilista de la acción histórica, es decir, de la comprensión del hecho de que no hay acción humana que no se encuentre limitada y condicionada. Los dirigentes colombianos del siglo XIX se hallaron siempre, como en todas partes, ante un conjunto limitado de alternativas, que ni el romanticismo voluntarista ni el utopismo social (que a veces llamaron "socialismo cristiano") podían superar simplemente con decretos, leyes y buenas intenciones. Lo que se designa como la reacción conservadora de finales del siglo XIX fue más bien una prueba de realismo y un reconocimiento de las dificultades de construir una sociedad enteramente a semejanza de la doctrina liberal, y si muchos de los resultados de ese proceso de ajuste no le gustan al comentarista de hoy, ése es un hecho que a la realidad histórica la tiene al parecer sin cuidado. Pero ese realismo de finales de siglo no liquidó simplemente los avances de las ideas liberales: en parte los aplazó, en parte los estrechó, en parte los redefinió, es decir, los descubrió como materia histórica, pero de ninguna manera los liquidó, y en buena medida no lo hizo porque la modernidad liberal era ya una conquista reconocida de una parte de la sociedad.

V

Por la propia materia de la que se ocupa -siempre renovable por la simple aparición de nuevas fuentes-, y por los propios avances en los enfoques de los historiadores, sobre todo cuando éstos se encuentran atentos a los cambios en ese conjunto dinámico que conforman el análisis histórico y las ciencias sociales, hay mucho de El pensamiento colombiano en el siglo XIX que ha envejecido. Es el destino de todas las obras humanas. En el más de medio siglo que nos separa de la primera edición de El pensamiento colombiano en el siglo XIX, la llamada Historia de las ideas se ha modificado sustancialmente, y hoy en día no sólo se ocupa de otra clase de problemas, sino que muchos de los problemas que siguen siendo una constante del análisis, y que Jaramillo Uribe consideró, se plantean de otra manera. Para ofrecer sólo un ejemplo: la idea de "influencias", fundamental en la obra de Jaramillo Uribe, ya ha perdido toda su importancia, y la realidad a la cual aludía, en la actualidad es abordada en el marco de historias conectadas, de intercambios recíprocos, de circulación de textos y de formas diversas de cosmopolitismo. Lo mismo ocurre con la idea de la migración de textos (políticos o de otros géneros), que viajan de una cultura a otra, problema que hoy es abordado a través de la noción de "apropiaciones diferenciales", según contextos, situaciones y coyunturas. Otro tanto podemos decir de la idea de analizar la estructura conceptual de las obras (su arquitectura), para buscar en su interior sus contradicciones, un punto tan importante en el esquema de análisis de Jaramillo Uribe, y que hoy sencillamente es asunto que se mira con poco escándalo, y más bien como una constante de toda obra de pensamiento.

En cambio, ha aparecido la necesidad de analizar con sumo cuidado los dispositivos retóricos de los textos, pues se reconoce que su función tiene que ver, principalmente -sobre todo en el caso de la política-, con el interés de convencer a un auditorio, antes que con el intento de demostrar la perfección de un argumento. Se puede ir más lejos aún e indicar que las propias nociones de obra y autor, sobre las que descansa en gran medida El pensamiento colombiano en el siglo XIX, se encuentran cuestionadas por lo que desde los años sesenta del siglo pasado se designa como análisis del discurso. En fin, hoy se trata sobre todo de una relectura contextual de los textos políticos y filosóficos, que los piensa como una forma de intervención en una coyuntura determinada, antes que como doctrinas fabricadas en la tranquilidad del gabinete de estudio y que sólo a posteriori ingresan en el ámbito público de las discusiones que les son contemporáneas, pues los textos, que concretan ideas sobre la marcha de una sociedad, son ante todo formas de argumentar en la discusión pública11. El panorama de la llamada historia de las ideas es pues hoy en día otro, y hay que alegrarnos de que en el terreno conceptual las cosas hayan cambiado tanto y para bien, aunque hay que extrañar sí que en la historiografía colombiana pocas consecuencias se hayan sacado de esos cambios12.

Mientras tanto, la obra tan poco leída de Jaramillo Uribe, y que hemos considerado en los renglones anteriores, sigue manteniendo en gran parte su vigencia, incluso cuando, dejando de lado su propia especificidad temporal, nos arriesgamos a avanzar al terreno del anacronismo y la miramos con las formas actuales de hacer historia de las ideas, y ello sucede por varias razones que hay que destacar. Primero, porque en la ciencia social hay un carácter acumulativo en sus obras, y ésta que consideramos sigue siendo un valioso eslabón de una cadena, que hay que seguir construyendo. Segundo, porque se trata de una obra clásica en la disciplina, por lo menos en el campo del análisis histórico en Colombia. Se trata de una roca, de una piedra fundadora, en el marco de ese gran esfuerzo intelectual colectivo que ha tratado de aclimatar entre nosotros las ciencias sociales en el siglo XX. Tercero, porque muchos de sus análisis concretos no se encuentran tan alejados, como pueden hacer pensar algunos de los renglones anteriores, de lo que hoy en día se hace en el campo de la historia de las ideas y el pensamiento político, pues se trata de una obra que en el campo del análisis logra en muchas de sus páginas desbordar el enfoque sobre el cual se apoya. Y, finalmente, porque su prosa, la moderación de sus análisis, la sensibilidad por el lenguaje de época, el cuidadoso manejo de los textos, siguen siendo virtudes notables. Todo ello hace que la obra sea una de las mejores que se puedan recomendar para una introducción a los estudios históricos sobre la sociedad colombiana.


Comentarios

* A propósito de la obra de Jaime Jaramillo Uribe, El pensamiento colombiano en el siglo XIX (Bogotá: Editorial Temis, 1982 [1964]).

1 La obra aparece firmada en 1956 en Alemania, país en donde Jaramillo Uribe pasaba una temporada de estudios, pero sólo será publicada en 1964 por la editorial Temis, que había hecho ya una primera impresión meses atrás, que el autor consideró impropia por su presentación y sus erratas. Luego tuvo tres ediciones más: una en 1974 y otra en 1996, y la más reciente de la Universidad de los Andes -la tercera edición, publicada por esta Universidad, data de 2001-, que se anuncia como cuarta edición, todas de muy buenas condiciones editoriales.

2 Jaime Jaramillo Uribe, Prefacio de la primera edición, en El pensamiento colombiano en el siglo XX (Bogotá: Editorial Temis, 1982 [1964]), ix-xi. Advertimos además que el autor mantuvo ese mismo prefacio en todas las ediciones posteriores y nunca intentó ni modificar la obra ni escribir prólogos o introducciones suplementarias.

3 Jaramillo Uribe, Prefacio de la primera edición, ix-xi.

4 Hoy -pero no ayer- podríamos reclamar al autor de una obra semejante a la de Jaramillo Uribe la búsqueda de todas las huellas que sobre este tema dejó el siglo XIX en las provincias, porque hoy sabemos del importante papel de la imprenta en las pequeñas ciudades y aun en los pequeños pueblos.

5 Al respecto, Jaime Jaramillo Uribe, Memorias intelectuales (Bogotá: Taurus/Universidad de los Andes, 2007), que recrea todos estos aspectos, y que además ofrece buena información sobre los años anteriores a la preparación de la obra y sobre la forma como París y Hamburgo enriquecieron lo que la Escuela Normal Superior en Bogotá (Colombia) había empezado a sembrar en el joven autor.

6 Jorge Orlando Melo, en "Los estudios históricos en Colombia", en Sobre Historia y Política (Medellín: La Carreta, 1979 [1969]), 35-38, señaló las posibles dificultades que planteaban la noción de "influencias" y ciertos descuidos contextuales presentes en El pensamiento colombiano. Muchos años después Jaramillo Uribe dio una breve respuesta a esta crítica, en un tono sereno que reconocía el problema, pero insistiendo en las dificultades de todo análisis sociológico cuando se enfrentaba al campo de las ideas, y en las sin salidas que podría plantear la confrontación entre el análisis lógico y el ideológico en el campo de las ideas. Jaime Jaramillo Uribe, Presentación, en La personalidad histórica de Colombia y otros ensayos (Bogotá: El Áncora Editores, 1994 [1977]), 12-15.

7 Son páginas que dejan en el lector la idea clara de análisis histórico de Jaramillo Uribe, pues bajo el rótulo "balance de la herencia española" no presenta lo que él piensa de tal herencia, sino lo que pensaban sobre ese punto los polemistas políticos del siglo XIX. Sabe que lo que interesa respecto de este problema es el pensamiento de las gentes del siglo XIX, y no lo que piensa el autor del análisis. En caso contrario, habría escrito un ensayo político, pero no una obra de historia política.

8 Jaramillo Uribe debía intuir de alguna manera que la obra tenía una carencia mayor frente a los elementos básicos que estructuraban ese mundo de ideas que interrogó en su obra, aunque le parecía que se podría llegar a una visión completa de ese mundo a través de una sumatoria de obras parciales. Es lo que da a entender en el Prefacio a El pensamiento colombiano en el siglo XIX, que ya hemos citado, en donde declara que "el pensamiento" es un intento de análisis de la vida espiritual colombiana, que "espero completar próximamente con estudios sobre el pensamiento religioso, económico y social". Prefacio de la primera edición, x. Desde luego que las obras prometidas nunca llegaron, aunque sí muchos ensayos que iban en esa dirección.

9 Como ejemplo de una sociedad muy diferente a la colombiana y a las europeas, pero que tiene la misma experiencia y encuentra los mismos problemas, en C. A. Bayly, Recovering Liberties. Indian Thought in the Age of Liberalism and Empire (Cambridge: University Press, 2012).

10 Jaime Jaramillo Uribe, "¿Qué nos queda del liberalismo del siglo XIX?", en De la sociología a la historia, compilado por Gonzalo Cataño (Bogotá: Ediciones Uniandes, 1994 [1989]), 247-253. De manera especial se recomiendan las páginas, 247-248, en donde Jaramillo parece moderar la crítica del liberalismo del siglo XIX que realizó en El pensamiento colombiano y reconoce el papel histórico de las doctrinas liberales en el acceso a la modernidad política de la sociedad colombiana.

11 La idea convencional de Historia de las ideas crea problemas de análisis insolubles en la obra de Jaramillo Uribe. Por señalar solamente un ejemplo -pero que es una constante en el libro-, su consideración, en la parte tercera de El pensamiento colombiano, de que, por ejemplo, las ideas políticas de Rafael Núñez pueden ser analizadas al margen de lo que fue su actuación política, actuación práctica en la que la obra de Jaramillo Uribe no se interesa, ya que se trata de una historia del pensamiento.

12 Para un ejemplo de la forma más estabilizada del análisis del "pensamiento" en una sociedad, bajo el enfoque de historia de las ideas, Stefan Collini, Richard Whitmore y Brian Young, eds., Economy, Polity and Society. British Intellectual History, 1750-1950 (Cambridge: Cambridge University Press, 2000), y de los mismos editores, History, Religion and Culture. British Intellectual History, 1750-1950 (Cambridge: Cambridge University Press, 2000). Buena parte de la reconsideración de la que hablamos en el campo de la Historia de las ideas proviene de la hoy bien conocida obra de Quentin Skinner, Visions of Politics, vol. III (Cambridge: Cambridge University Press, 2002) [hay traducción al castellano de parte de la obra]. Para la forma de estudiar la irrupción de un autor o de un conjunto de autores en una sociedad diferente a aquella que ha servido de contexto para la formación de su obra, por ejemplo: "La reception de Stuart Mill en France.À propos de 'Considerations sur le Gouvernement Représentatif", laviedesidées.fr, de J-S Mill, 18.mai.2010, http://www.laviedesidees.fr/La-reception-de-Stuart-Mill-en.html. Para las modificaciones que ha aportado a la Historia de las ideas la perspectiva global, o por lo menos continental, que es la del liberalismo, Samuel Moyn y Andrew Sartori, dir., Global Intellectual History (Nueva York: Columbia University Press, 2013). Para la crítica radical de las nociones de "obra" y autor" como posibles claves de lectura de los textos, la ya clásica obra de Michel Foucault, Arqueología del saber (México: Siglo XXI, 1970). Las apropiaciones diferenciales de un autor en función de contextos, situaciones y coyunturales temporales y espaciales pueden verse en el caso sorprendente de los usos disímiles de una obra al parecer de sentido unívoco y definido como la "Breve relación de la destrucción de las Indias" del Padre Bartolomé de las Casas. Brevísssima relación de la destruyción de las Indias, editado por Andrés Moreno Mengíbar (Sevilla/Nápoles: Colección GR Textos Clásicos e Istituto Italiano per gli Studi Filosofici, 1991).