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Historia Crítica

versão impressa ISSN 0121-1617

hist.crit.  no.60 Bogotá abr./jun. 2016

https://doi.org/10.7440/histcrit60.2016.10 

Pérez Benavides, Amada Carolina. Nosotros y los otros. Las representaciones de la nación y sus habitantes 1880-1910. Bogotá: Universidad Javeriana, 2015, 327 pp.

Sebastián Vargas Álvarez, Universidad Iberoamericana, México*

* Estudiante del Doctorado en Historia y profesor de asignatura del Departamento de Historia de la Universidad Iberoamericana (México). Historiador y Magíster en Estudios Culturales de la Pontifica Universidad Javeriana (Colombia). Hace parte del grupo de investigación Imaginarios, representaciones y prácticas culturales (Categoría A1 en Colciencias). Pueden destacarse entre sus publicaciones los artículos: "Stuart Hall y el oficio de historiador. Categorías teóricas y prácticas intelectuales". Intervenciones en Estudios Culturales 2 (2015): 183-195, y "La investigación sobre las conmemoraciones rituales en Colombia (siglos XIX-XXI): balance historiográfico". Anos 90 42 (2015): 207-245. legionesdeclio@gmail.com

DOI: http:// dx.doi.org/10.7440/histcrit60.2016.10


El conflicto interno armado de las últimas décadas (con sus altas cuotas de muertos, desaparecidos, desplazados y secuestrados), la desigualdad en el ingreso y en el acceso a los recursos públicos, y la discriminación, marginación y hasta aniquilamiento de sujetos y colectivos considerados como "otros" (desde el punto de vista político, cultural, ideológico o étnico) son problemáticas que han llevado a las ciencias sociales, y en particular a la historia, a repensar la manera en que se han llevado a cabo en Colombia los procesos de construcción del Estado-nación, con todo y sus silencios y violencias, durante los últimos dos siglos. Con esta reflexión comienza el libro Nosotros y los otros. Las representaciones de la nación y sus habitantes 1880-1910 de la profesora Amada Carolina Pérez Benavides, cuyo objetivo es "analizar y comparar algunas de las representaciones sobre los pobladores del territorio nacional producidas por letrados y misioneros, teniendo en cuenta las características específicas de los lugares institucionales desde los cuales se elaboraron, su relación con ciertas prácticas y, en la medida de lo posible, su circulación a través de diferentes tipos de impresos" (p. 27). En este sentido, el texto se inscribe dentro una corriente de estudios recientes sobre la configuración del imaginario geográfico y racial de la nación colombiana durante el siglo XIX; se presenta como un nuevo esfuerzo, riguroso y creativo, por demás, por decodificar las "genealogías de la colombianidad" mediante las cuales se diseñaron proyectos de sociedad a futuro que hoy constituyen en buena medida el presente1.

Para acometer el objetivo de su investigación, la autora explora tres artefactos culturales que constituyen tres niveles diferenciados de la representación de la nación y sus pobladores para el período de estudio, que abarca desde finales del siglo XIX hasta comienzos del XX: el Papel Periódico Ilustrado, una de las publicaciones periódicas impresas más importantes de la época; el Museo Nacional de Colombia, con sus particulares formas de organizar, dar materialidad y narrar la nación; y la misión evangélica como una estrategia mediante la cual el Estado delegó a órdenes religiosas la "reducción" de tribus errantes y sus territorios (en muchos casos, ubicados en zonas de disputa fronteriza con otros países), para su integración a la "civilización" y el Estado nacional. La selección de estos tres niveles permite la comparación y el contraste de las diversas representaciones escritas, visuales y objetuales que hacían parte de un horizonte cultural compartido por las élites (con todo y sus pliegues y fisuras), a la vez que se establece "un contrapunteo entre las representaciones producidas en el centro de la nación y aquellas elaboradas desde los márgenes [provenientes de las áreas de misión]" (p. 24).

En el primer capítulo se examinan textos y grabados aparecidos en el Papel Periódico Ilustrado entre 1881 y 1888, que contribuyeron a la consagración en la memoria nacional de un "álbum de notabilidades" -desde los conquistadores hasta los letrados contemporáneos, pasando por los próceres de la Independencia-, que contrastaba radicalmente con la descripción de "tipos sociales" como "el recluta", "el orejano", "los leñadores" o "las lavanderas", representantes de un pueblo pensado como pasivo: un obstáculo para al desarrollo del país. De esta manera, el quincenario fue configurando la noción de un nosotros (el de las élites que lo producían y mayoritariamente lo consumían), que tomaba distancia de unos otros a los que habría que gobernar, trayéndolos al presente de la civilización nacional. La autora además destaca la casi total ausencia en esta publicación de la representación de las mujeres, los afrodescendientes e indígenas.

Los siguientes dos capítulos están dedicados al Museo Nacional de Colombia. En el primero de ellos Pérez explica cómo el museo se consolidó como espacio institucional privilegiado para la representación de la nación, sus territorios y su historia, y analiza el proceso de conformación de sus colecciones públicas, a partir del examen cuidadoso de 543 piezas que ingresaron al museo entre 1880 y 1912. Las personas e instituciones que remitieron o donaron dichas piezas buscaban "hacer visibles ante la nación las regiones de las cuales provenían los objetos, a la vez que hacerse visibles a ellos mismos como individuos ante la red de notables que se conformaba alrededor de dicha institución" (p. 147). El segundo, por su parte, aborda las prácticas de catalogación y exhibición para representar la nación y sus habitantes en el espacio museal, tomando como fuente los catálogos y guías elaborados por los diversos conservadores del museo en 1881, 1886, 1907 y 1912. A lo largo de estos años, los objetos de historia natural -fundamentales durante la fundación del museo, más de medio siglo atrás- fueron pasando a un segundo plano, al darles los directores mayor relevancia a los objetos de historia patria, elevados al estatus de reliquias que testimoniaban los momentos fundacionales de la comunidad imaginada (principalmente, del período de la Independencia, y en menor medida, de la Conquista), mientras que los objetos indígenas fueron considerados como curiosidades o antigüedades desconectadas del continuum histórico de la nación.

La tercera parte del libro, dedicada a las misiones, consta de cuatro capítulos. Según la autora, el fin perseguido por las misiones fue "la civilización de los indígenas y la integración y explotación de los territorios por ellos habitados", de tal manera que "civilización, comercio y comunicación fueron tres de los ejes articuladores de la labor de los misioneros en Colombia y, por tanto, se constituyeron en los prismas a través de los cuales los frailes representaron a los pobladores y articularon prácticas específicas sobre ellos" (p. 195). En estos capítulos las fuentes privilegiadas son los informes de misión, los relatos de viaje y la fotografía. En un primer momento Pérez ofrece un panorama contextual sobre las misiones en Colombia en el siglo XIX, enfocándose de manera especial en el marco legislativo que hizo posible su reactivación y financiación durante el período de la Regeneración: el Concordato de 1887; la Resolución sobre Misiones y Colonias Agrícolas y la Ley 89 de 1890; y el Convenio de Misiones entre el Estado y la Santa Sede, firmado en 1902. Los siguientes tres capítulos abordan la representación de los indígenas y de las tierras salvajes, que debían someterse e integrarse a la "vida civilizada" -así como la autorrepresentación de misioneros y miembros de las élites regionales como agentes del proyecto civilizatorio- en lugares específicos: por un lado, los Llanos Orientales, La Guajira y la Sierra Nevada; por otro, Chocó, Caquetá y Putumayo, que se encontraban bajo la jurisdicción, en ese entonces, del departamento del Cauca.

En cuanto a la apuesta conceptual y metodológica, dos elementos innovadores, entre muchos otros, merecen destacarse en la obra: el uso de las imágenes como documento histórico y la particular atención prestada a los espacios de producción, circulación y consumo de las representaciones, así como a la estrecha relación entre prácticas y representaciones. Sobre lo primero cabe mencionar que el lugar de la imagen en esta investigación trasciende el mero uso ilustrativo o descriptivo y posibilita penetrar en el mundo de las representaciones y prácticas pasadas2. Además de fuentes primarias como grabados, pinturas y fotografías, el libro es rico en gráficos, tablas y mapas (a cargo del geógrafo Camilo Correa), que le otorgan un lugar fundamental a lo visual en la propuesta narrativa y explicativa. Sobre el segundo punto, es claro que a lo largo del libro se encuentra patente una preocupación por historizar las representaciones: entenderlas a partir de su propia materialidad e historicidad -formato, lugar de enunciación, espacios y formas de circulación-, de tal modo que, hasta donde las fuentes lo permitan, se puede entender "la manera como fueron recibidas y reinterpretadas por las mismas élites y, quizás, por otros sectores sociales" (p. 43). Esto lleva a la autora a entender las representaciones como fabricaciones articuladas a prácticas específicas (escritura, pintura, grabado, coleccionismo, oralidad) realizadas por individuos o colectividades concretos en contextos concretos, y apropiadas, contestadas o resistidas también por otros sujetos o grupos3.

Aquí, las nociones contrapuestas de estrategias (organizadas por el principio de un poder) y tácticas (las artes del débil) tomadas de Michel de Certeau resultan fundamentales para comprender que en las representaciones y los regímenes de poder que se pretendió implantar sobre los otros de la nación quedaron "hilos sueltos, pequeños indicios que nos permiten -como historiadoras e historiadores contemporáneos- aproximarnos a las tácticas que estos grupos utilizaron para evadir el poder, para negociar con él o para reinterpretarlo, y variar el guion de la evangelización y la civilización que se les quería imponer" (p. 313). Tal es la apuesta intelectual y política del libro: revisar el proceso por medio del cual se ha creado una imagen del país y de nosotros mismos a través del distanciamiento y la marginación de unos otros; cuestionar los silencios, las exclusiones y violencias del pasado (que se hacen presentes), y, en palabras de la autora, "dejar abiertas preguntas sobre el mundo social y sobre la posibilidad de construir otros mundos" (p. 314).


Comentarios

1 Cristina Rojas, Civilización y violencia. La búsqueda de la identidad en la Colombia del siglo XIX (Bogotá/Barcelona: Norma, 2001); Alfonso Múnera, Fronteras imaginadas: la construcción de las razas y de la geografía en el siglo XIX colombiano (Bogotá: Planeta, 2005); Julio Arias, Nación y diferencia en el siglo XIX colombiano. Orden nacional, racialismo y taxonomías poblacionales (Bogotá: Universidad de los Andes, 2005); Margarita Serje, El revés de la nación: territorios salvajes, fronteras y tierras de nadie (Bogotá: Universidad de los Andes, 2005). Véase también la obra colectiva: Santiago Castro-Gómez y Eduardo Restrepo, eds., Genealogías de la colombianidad. Formaciones discursivas y tecnologías de gobierno en los siglos XIX y XX (Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, 2008).

2 Tal como lo sugiere en su ensayo Tomas Pérez Vejo, "¿Se puede escribir historia con imágenes? El historiador y las fuentes icónicas". Memoria y Sociedad 16, n.° 32 (2012): 28.

3 Lo cual está bastante cercano a la propuesta de Roger Chartier de entender la cultura como apropiación. Sociedad y escritura en la Edad Moderna. La cultura como apropiación (México: Instituto Mora, 1995), especialmente el capítulo final: "'Cultura popular’. Retorno a un concepto historiográfico", 121-138.