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Historia Crítica

versión impresa ISSN 0121-1617

hist.crit.  no.62 Bogotá oct./dic. 2016

https://doi.org/10.7440/histcrit62.2016.02 

Trabajo y vejez en el período prejubilatorio. Hipótesis y análisis de fuentes históricas sobre el caso argentino, 1850-1950*

Hernán Otero - Instituto de Geografía, Historia y Ciencias Sociales, CONICET, Argentina

** Director e investigador principal del Instituto de Geografía, Historia y Ciencias Sociales del CONICET (Argentina). Licenciado en Historia por la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (Argentina) y Doctor en Demografía y Ciencias Sociales por la École des Hautes Études en Sciences Sociales (Francia). Sus líneas de investigación se encuentran relacionadas con el caso argentino, e incluyen la historia de la inmigración europea, la historia del sistema estadístico y de las categorías de población y la historia de la vejez. Entre sus publicaciones recientes se encuentran: "Grados de libertad.Soldados de la Argentina en la Gran Guerra, 1914-1918", en Guerras de la historia argentina, editado por Federico Lorenz (Buenos Aires: Ariel, 2015), 269-285; "La historia global y la historia de la población".Nuevos Mundos, Mundos Nuevos n.° 14 (2014): s/p.; y, como director, Población, ambiente y territorio, tomo I. Historia de la Provincia de Buenos Aires (Buenos Aires: Edhasa, 2012). hernan.otero@conicet.gov.ar

DOI: dx.doi.org/10.7440/histcrit62.2016.02


RESUMEN:

Este artículo caracteriza el trabajo durante la vejez en la etapa previa a la difusión de la jubilación. A partir de información cualitativa y de los censos de población se analiza la actividad laboral de esa clase etaria según sexo, origen, radicación y alfabetismo en el contexto argentino de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Los resultados de esta investigación muestran que la reducción del trabajo estuvo influenciada por el tipo de actividad, que por demás fue más precoz en la ciudad y en los extranjerosy comenzó antes de la generalización de las jubilaciones, gracias al aumento de largo plazo de los niveles de vida y de ahorro de la población.

PALABRAS CLAVE:

Vejez, jubilación, trabajo, Argentina (Thesaurus); fuentes históricas, siglos XIX y XX (palabras clave de autor).


Work and Old Age in the período prejubilatorio. Hypothesis and Analysis of Historical Sources Regarding the Argentine Case, 1850-1950

ABSTRACT:

This article characterizes work during old age in the stage before the diffusion of retirement pensions. Based on qualitative information and population census data, it analyzes the labor activity of this age class by sex, origin, place of residence, and literacy in the Argentine context in the late 19th and early 20th century. The results of this research show that the reduction of work was influenced by the type of activity, que por demás which was also earlier in the cities and en los extranjeros among foreigners and began before the generalization of retirement pensions, thanks to the long-term increase in the standards of living and savings among the population.

KEYWORDS:

Old age, Argentina (Thesaurus); retirement pension, work, historical sources, 19th and 20th centuries (author's keywords).


Trabalho e velhice no período pré -aposentadoria. Hipótese e análise de fontes históricas sobre o caso argentino, 1850-1950

RESUMO:

Este artigo caracteriza o trabalho durante a velhice na etapa pré via à difusão da aposentadoria. A partir de informação qualitativa e dos censos de população, analisa-se a atividade laboral dessa faixa etária de acordo com o sexo, a origem, a radicação e o alfabetismo no contexto argentino do final do sé culo XIX e início do sé culo XX. Os resultados desta pesquisa mostram que a redução do trabalho esteve influenciada pelo tipo de atividade, alé m disso, foi mais precoce na cidade e nos estrangeiros e começou antes da generalização das aposentadorias, graças ao aumento do longo prazo dos níveis de vida e da economia da população.

PALAVRAS-CHAVE: velhice, aposentadoria, Argentina, fontes históricas (Thesaurus); trabalho, sé culos XIX e XX (palavras-chave autor).


Introducción

Junto a la salud, el trabajo constituye uno de los aspectos centrales del estudio histórico de la vejez durante el período previo a la universalización del sistema jubilatorio, a mediados del siglo XX. La inexistencia de sistemas de cobertura jubilatoria a gran escala obliga a preguntarse cómo obtuvieron las personas los bienes y servicios necesarios para garantizar niveles básicos de existencia y bienestar. Desde el punto de vista teórico, los mecanismos de satisfacción de necesidades de las personas mayores son en principio los mismos que los de la población activa, a saber: 1) la disponibilidad de rentas, ahorros o capitales acumulados o heredados a lo largo de la vida activa que permitan vivir sin trabajar, pero se trata de un mecanismo limitado a sectores minoritarios de altos recursos; 2) en el caso de los pobres, el socorro de instituciones específicas, estatales o religiosas, o de la población en general; 3) la ayuda proveniente de la familia, en particular los hijos; y 4) el trabajo personal. Al igual que en otros aspectos de la vejez, lo que caracteriza al período previo a la jubilación no es la existencia de estos mecanismos, que continúan vigentes en la sociedad actual a pesar del concepto -parcialmente ficcional de población pasiva-, sino su intensidad al coexistir con grados variables de preeminencia según cada período histórico.

No obstante, la producción histórica sobre estos temas es muy escasa para el caso argentino de manera especial en relación con los dos últimos mecanismos1. Partiendo de este contexto, este texto se concentra en el último de ellos e intenta responder a las siguientes preguntas: ¿hasta qué momento del ciclo vital se trabajaba en sociedades en las que no existía la jubilación?, ¿qué proporciones asumía el trabajo en la población de adultos mayores?, ¿cuáles fueron las variaciones espaciales de los niveles de actividad?, ¿qué efectos tenían las ocupaciones sobre el envejecimiento de las personas y sobre los niveles de actividad? En función del vacío historiográfico mencionado y de la escasez de fuentes históricas pertinentes para abordar esta problemática, se toman como punto de partida los datos del cuarto censo nacional de 1947, que incorpora categorías relevantes en las características económicas de la población que incluyen categorías relevantes como las de jubilados y pensionados. Estos datos serán completados con los censos precedentes de 1869, 1895 y 1914, en particular las muestras que proceden de los dos primeros.

En segundo lugar, se propone un análisis exploratorio con base en fuentes cualitativas, cuyo objetivo central es incorporar una tipología de los efectos del trabajo sobre la forma de envejecimiento de las personas. En este caso, se presta atención a los límites y ventajas de los enfoques cuantitativos y cualitativos, a su necesaria triangulación y a las variaciones temporales, regionales y de género. De ahí que el límite temporal remita a la universalización de la jubilación a mediados del siglo XX, proceso de decisiva importancia en la historia de la vejez al suponer una ruptura en el ciclo de vida, del que devino una suerte de rito de pasaje; garantizó niveles mínimos de subsistencia y alteró las representaciones y prácticas tanto de la población mayor como de la sociedad en su conjunto.

Es necesario tener en cuenta que las primeras jubilaciones comenzaron a principios del siglo XX, en el marco del reformismo liberal, pero se limitaron a grupos específicos como los empleados civiles del Estado (1904) y los ferroviarios (1915). Una ley jubilatoria de alcance más amplio (11.289 de 1923) fue impulsada por los presidentes radicales Hipólito Yrigoyen (1916-1922) y Marcelo T. de Alvear (1922-1928), pero debió ser abandonada ante la fuerte resistencia de las asociaciones patronales y obreras. A pesar de la creación de nuevas cajas jubilatorias -como las de los trabajadores de servicios públicos, bancarios, marina mercante, aeronáutica civil, gráficos y periodistas-, durante las décadas del veinte y del treinta la cobertura jubilatoria alcanzaba apenas al 7% de la población económicamente activa (PEA) en 1944. La universalización del sistema jubilatorio fue obra de los dos primeros gobiernos de Juan Domingo Perón (1946-1955), durante los cuales se expandió la cobertura jubilatoria a los trabajadores del comercio, la industria, autónomos, rurales y profesionales. Además, en 1954 se creó el Instituto Nacional de Previsión Social con el fin de centralizar el sistema y se dictó la Ley 14.370, que estableció el sistema de reparto, en lugar de la lógica de capitalización individual dominante hasta ese entonces2.

1.Enfoque estadístico: niveles de actividad y jubilación

El análisis de las fuentes estadísticas resulta esencial para fijar parámetros generales y razonablemente representativos de la situación laboral de las personas en el contexto argentino. Ello supone abordar las tasas de actividad, que remiten a la proporción de la PEA en el total de población de cada grupo de edad considerado, y la incidencia de la jubilación, dos fenómenos que guardan entre sí una relación evidente pero no automática. La información disponible sobre el primer indicador (gráfico 1) permite observar que las tasas de actividad tuvieron una moderada y continua tendencia al descenso, por lo que el grupo de 10 años y más pasó en los hombres del 86 al 82% entre 1869 y 1947, para caer al 78,7% en 1960. Lo mismo ocurrió, pero de manera más notoria, con las tasas femeninas del mismo intervalo etario, que pasaron del 58,8% en 1869 a 26% en 1947, y a 21,6% en 1960.

A diferencia de los hombres, la evolución de las mujeres conoce un punto de inflexión en 1895-1914, lo que ha dado lugar a la hipótesis conocida como curva en U. Según esta hipótesis -cuyo análisis escapa a los objetivos del presente artículo-, la participación laboral femenina habría experimentado una evolución curvilineal de tres fases: a) alta participación en un primer período caracterizado por el predominio del sector agrícola; b) baja de la participación (pronunciada entre 1869 y 1914; moderada entre 1914 y 1947; cuasi estabilidad entre 1947 y 1960), asociada sobre todo al desarrollo de la gran industria; y c) nueva etapa de alza estimulada por la expansión del sector servicios y el desarrollo en general. Estas tres fases expresan variaciones en los niveles de participación laboral, diferencias en los sectores de actividad (del sector doméstico al mercantil), y en la relación con el mercado de trabajo (de no remunerada a salarial)3. A pesar de esto, los problemas de captación estadística del trabajo femenino obligan a centrarse en el trabajo masculino, mejor cubierto por las fuentes consultadas. En sentido análogo, la universalización del sistema jubilatorio como punto final del período justifica la atención otorgada a la población masculina.

Dejando de lado el primer grupo de edad, puede observarse que las tasas masculinas se incrementan a partir de los 15-19 años hasta alcanzar valores del orden del 90% en 1869, del 80% en 1895 y del 75% en 1914 y 1960. Conforme a la típica curva en U invertida de las tasas de actividad, los valores más altos (entre 95% y 100%) se alcanzan en casi todos los censos entre los 25 y 49 años, para comenzar a descender con intensidad variable en los intervalos siguientes. Las curvas no tienen un único punto de ruptura: si se fija por ejemplo un umbral del 90%, las tasas caen por debajo de ese nivel a los 65-69 años en 1869; a los 60-64 años en 1895, 1914 y 1947, y a los 55-59 en 1960. A pesar de su caída, las tasas casi nunca descienden por debajo del 60%, con la única excepción de los hombres de 70 años y más en 1947, que, de todos modos, ostentan proporciones del 54,8% y 31,7% en los intervalos de 70-74 y 75 años y más, respectivamente. En el grupo de 60-64 años, por ejemplo, al que los censistas caracterizaron como el del pasaje a la vida improductiva, no menos del 85% de los varones censados en 1947 se mantenía en actividad4. Los propios censistas fueron conscientes de ello; así, a diferencia del inicio de la vida activa, las Instrucciones a los Empadronadores5 no establecían ninguna edad límite para formular la pregunta sobre ocupación, pregunta que se mantuvo estable en todos los censos del período considerado. La situación cambió de modo notorio hacia 1960, cuyo censo muestra ya el impacto de la jubilación a gran escala, a pesar de lo cual un muy significativo 47,1% se mantiene todavía activo a los 65-69 años.

Otra forma de ver el problema es tratar de percibir líneas de corte dentro de las tasas de actividad de la población mayor. Si se fija un umbral de 75% de actividad como paso a menores niveles de trabajo, la edad de corte pasa de los 75 años (1869-1895) a los 70 en 1914, los 65 en 1947 y los 60 en 1960. Si se utiliza un umbral de 50% (más lleno de significación, ya que representa una proporción del entorno laboral más claramente perceptible por los actores sociales), no existe un corte en los tres primeros censos; se sitúa en los 75 años en 1947 y baja a 65 años en 1960. En suma, más de la mitad de los hombres del período 1869-1914 continuó trabajando durante la vejez, cualquiera sea el umbral de edad con que se defina su inicio6. La situación cambió apenas en 1947 (la tasa de actividad bajó del 50% recién en el intervalo 75 años y más) y, sobre todo, en 1960, en el que esa proporción se alcanza mucho más temprano -a partir del intervalo 65-69 años-, conforme al impacto del retiro jubilatorio.

Como se ha mencionado, los valores fueron considerablemente más bajos del lado femenino, pero aun así se observan en 1869 proporciones iguales o superiores al 50% para los grupos de edad entre 59 y 74 años y algo inferiores para el grupo de 75 años y más (44,8%). La situación es similar en 1895, ya que 4 de cada 10 mujeres entre 60 y 69 años figuraban en actividad, proporción que bajó apenas un punto en los intervalos siguientes. Conforme a la hipótesis de la curva en U, las tasas fueron sensiblemente más bajas en 1947, con valores inferiores al 10% a partir de los 65 y 60 años en 1947 y 1960.

Entre otras novedades relevantes, el censo de 1947 incorporó las categorías de jubilados y pensionados entre las características económicas de la población, otra señal de la importancia acordada al sistema jubilatorio y a los derechos de la vejez durante el peronismo. A pesar de ello, la presentación censal tiene problemas que afectan la interpretación de los resultados, entre los que se destacan el escaso número de intervalos de edad utilizados (edad desconocida; 14-17; 18-29; 30-49; 50 años y más)7, y que el último de ellos no coincide con la edad jubilatoria y resulta muy amplio, lo que subestima la proporción de jubilados. Por estas razones, la primera impresión que sugieren los resultados (cuadro 1) es que la proporción de jubilados y pensionados es muy baja, tanto en el total de la población (1,1%) como en la subpoblación de referencia más pertinente, es decir, el grupo de 50 años y más (4,4%). Se trata sin embargo de fenómenos que, por su impacto marginal (en el sentido numérico), no deben ser analizados a partir de su proporción en el total de población, sino considerados por separado, como una subpoblación de interés en sí misma.

Ahora bien, sobre 117.673 personas contabilizadas en el censo, los jubilados (88.434) superan a los pensionados (29.239) en proporción de 3 a 1. Esta diferencia obedece en parte a la edad, ya que los jubilados pertenecen sobre todo al grupo de 50 años y más, mientras que los pensionados tienen una distribución mucho menos concentrada. Con todo, la diferencia central radica en el sexo, puesto que los jubilados son básicamente hombres (su incidencia en la población de 50 años y más es de 5,5% en los hombres y de apenas 1,1 en las mujeres), mientras que los pensionados tienen mayor incidencia en la población femenina (el 72,6% de las personas que se definen como pensionadas son mujeres). Los tipos de pensión existentes por invalidez (más característica de los hombres, como lo sugiere la proporción de incapacitados por sexo) y por viudez (claramente más femenina, en razón de las diferencias de mortalidad por sexo) tienen un papel de primer orden en esa distribución. La proporción de jubilados aumenta naturalmente con la edad al pasar de un escaso 0,2% en el grupo de 30-49 años a 3,4% en el de 50 años y más, aunque, como se ha descrito, la amplitud del grupo final induce una ruptura artificial en una evolución que debió ser más suave.

Además de masculina, la jubilación aparece también como un hecho básicamente urbano, puesto que su incidencia en la población de 50 años y más pasa del 4,7% en las ciudades a solo 0,6% en el área rural. Más claro aún, el 95% de los jubilados presente en el censo de 1947 vivía en el medio urbano, proporción muy superior a la distribución urbano-rural de la población total del país en ese año (62%). El neto predominio urbano es evidente también en la subpoblación de pensionados (92%). Las peores condiciones en el medio rural, entre las que se incluían menor vigencia de los derechos laborales y el tipo y fuerza de los sindicatos existentes en cada ámbito, entre otros, constituyen elementos explicativos de las diferencias observadas.

De igual forma, la geografía de la jubilación (mapa 1) se caracteriza por su continuidad espacial y su carácter centrípeto. Los valores más altos se encuentran en Capital Federal y los partidos del Gran Buenos Aires (GBA), que, dado su mayor peso demográfico, definen el promedio nacional. En segundo lugar, se destacan Santa Fe y el resto de la provincia de Buenos Aires. En tercer término, Entre Ríos, Córdoba, Tucumán, La Rioja, Catamarca, San Luis, Mendoza y, por último, el resto del país. De modo previsible, se trata de una geografía que guarda semejanza con la de las tasas de actividad de la población mayor de 60 años. Si bien no miden exactamente las mismas cosas, la asociación entre las tasas de actividad de hombres de 60 años y más, y la proporción de jubilados de ambos sexos (de 50 años y más) alcanza un significativo -0,91. Asociación no significa desde luego causalidad pues el impacto de la jubilación no explica por sí solo las diferencias observadas en las tasas de actividad.

2. Diferenciales espaciales: urbano-rurales y ocupacionales

Las tasas de actividad nacionales son la resultante de variaciones regionales que permiten formular hipótesis relevantes. Los datos disponibles para 1947 (mapa 2) muestran diferencias provinciales significativas, debido a que las tasas de actividad masculinas del grupo de 60 años y más variaban entre un mínimo de 61% en Capital Federal y Santa Fe y un máximo de 90% en Santa Cruz, siendo el promedio del país de 69,4%. La distribución observada constituye, en cierto modo, un buen resumen de los niveles de modernización y riqueza de cada provincia, no sólo porque mide el grado de actividad laboral de los adultos mayores -indicativo en sí mismo de las condiciones de vida-, sino también por su correlación con otros indicadores que ratifican esa pertinencia; por ejemplo el compound de capacidad económica total elaborado por el economista Alejandro Bunge (1880-1943), para mediados de la década de 1930, con el que tiene una significativa correlación de -0,78. Se trata de una geografía que recuerda a otras del período, sobre todo por la continuidad espacial de zonas. Así, a una primera zona con bajos valores que reúne a Buenos Aires (provincia y ciudad) y Santa Fe, la sucede una zona intermedia (Córdoba y Mendoza y, en menor medida, Entre Ríos, San Luis, Tucumán y Santiago), y, por último, hacia la periferia geográfica, el resto de las provincias, con valores superiores al 80%, sobre todo en el Noreste y la Patagonia.

Datos más desagregados para la provincia de Buenos Aires muestran otros diferenciales de interés, ya que las tasas de actividad de los hombres de 60 años y más variaron desde aproximadamente 61% en la Capital Federal (61,5%) y el Área Metropolitana de Buenos Aires (60,9%) a 74,8% en el resto de la provincia de Buenos Aires (es decir, la provincia menos los partidos que integran el llamado Gran Buenos Aires, que ostenta un 59,8%). Estos datos sugieren claramente que los niveles de actividad de la población mayor guardan una relación bastante estrecha con la ruralidad y con el tipo de actividad económica dominante en cada espacio. La correlación entre los indicadores respectivos (tasa de actividad de la población de 60 años y más y proporción de población rural de cada provincia) trepa a un significativo índice de Pearson de +0,77, que aumenta levemente (+0,79%) en la población de 65 años y más. De manera independiente de eventuales sesgos de captación, la información sugiere de modo consistente que la actividad laboral era más prolongada a lo largo del ciclo de vida en el ámbito rural que en el urbano, hecho explicable, sólo en parte, por la mayor cobertura jubilatoria observada en las ciudades. Elementos tales como la disponibilidad de ahorros y/o de ayuda familiar, la influencia de factores culturales en la relación con el trabajo, las expectativas sobre el uso del tiempo libre, el tipo de tareas desempeñadas, las relaciones con los empleadores, entre otros factores, debieron cumplir también un papel destacado, pero sobre el que no existen estudios sistemáticos.

Los más altos niveles de actividad de los adultos mayores del ámbito rural en 1947 deberían ser más perceptibles aún para épocas más tempranas. Si bien los tres primeros censos no permiten efectuar ese cruce, se dispone afortunadamente de las muestras de los censos de 1869 y 1895 elaboradas por Jorge Somoza y Alfredo Lattes (cuadro 2)9. Una vez más, la información es deficitaria pues la "ocupación o medio de vida de las personas" no fue completado de modo sistemático por los empadronadores. De manera previsible, sin embargo, la proporción con dato "desconocido" es muy alta para los menores de 20 años, desciende a un dígito porcentual a partir de esa edad y vuelve a ascender a dos dígitos a partir de los 60 años en los hombres rurales y de los 70 años en los urbanos. En el caso de las mujeres, conforme a lo analizado en la sección anterior, la proporción de casos con ocupación desconocida aumenta de modo significativo entre 1869 y 1895, sobre todo en las nativas del ámbito rural. Cabe destacar asimismo que el medio urbano ostenta proporciones más elevadas de hombres de 60 años y más sin información de ocupación, tanto en 1869 como en 1895, hecho coherente con los mayores niveles de actividad de la población rural observados para 1947.

Si bien no puede postularse que las personas con dato desconocido no trabajaban, tampoco es posible diferenciar entre las que sí lo hacían pero no lo declaraban y las que no ejercían ocupación alguna. Para salvar el inconveniente se han calculado las tasas de dos maneras: a partir de los datos con información de ocupación (lo que implica suponer que los datos desconocidos se distribuyen del mismo modo que los conocidos), por un lado, y considerando que los desconocidos corresponden en todos los casos a no activos, por el otro. Por las razones expuestas, ninguna de las dos hipótesis es totalmente razonable, pero resultan fundamentales para fijar límites máximos y mínimos de actividad, respectivamente.

En cualquiera de los dos escenarios, los resultados son concluyentes y sistemáticos, puesto que las tasas de actividad de la población masculina de 60 años y más son mayores en el medio rural que en el urbano en ambas fechas censales. Más interesante aún, la diferencia entre ambos espacios se acentúa en los 26 años del período intercensal: mientras que la proporción de activos de 60 y más pasa del 91 al 84,8% en el ámbito urbano (caída de 6,2%), las proporciones del ámbito rural descienden mucho más lentamente, al pasar del 97,7% al 96% (caída del 1,7%). Conforme a ello, la diferencia entre las tasas de actividad de ambos espacios aumenta de 6,7% al 11,2% entre 1869 y 1895. La situación es parecida en las mujeres de más de 60 años, en las que también se observan mayores niveles de actividad rurales en ambas fechas censales en un contexto de niveles también decrecientes. La diferencia con los hombres estriba ante todo en la mayor brecha que separa los espacios urbanos y rurales. En lo que atañe al origen de la población, los niveles de actividad experimentan una evolución a la baja entre ambos censos y son sistemáticamente mayores en los nativos que en los extranjeros, resultado en parte asociable al mayor nivel de ruralidad de los primeros.

Puede conjeturarse asimismo que los niveles de actividad debieron variar en función del tipo de actividad económica desempeñada, algo razonable a priori pero sobre lo que no se dispone hasta el momento de evidencias estadísticas contundentes en el nivel macro. El censo de 1947, sin embargo, permite análisis interesantes en esa dirección al suministrar información de la población ocupada, clasificada por rama de actividad, edad y sexo. El cuadro 3 permite observar en tal sentido que la población de 50 años y más se halla claramente sobrerrepresentada en la Producción Básica, situación que es mucho más notable en las mujeres. Dado que esa categoría incluye las ramas agropecuaria, forestal, extractiva y caza y pesca, estos resultados son consistentes con la mayor actividad observada en los ancianos rurales. Lo contrario ocurre en la Producción Secundaria, en la que los hombres y mujeres de 50 años y más tienen menos peso que el que ostentan en la población total. Los Servicios, en razón de su alto peso relativo en el total de la PEA, presentan la misma distribución que la población total.

El análisis de la proporción de personas de 50 años y más en profesiones seleccionadas sugiere asimismo que hay ramas de actividad con mayor presencia de jóvenes, otras más equilibradas en su composición etaria y otras en las que los mayores tienen un peso algo mayor, aspectos que se modulan asimismo en función del sexo. Entre otras situaciones, merece destacarse la mayor presencia proporcional de hombres de 50 años y más en la confección, el servicio doméstico (rubros con abrumadora mayoría de mujeres) y las profesiones liberales (lo mismo ocurre en este caso con las mujeres), lo que sugiere que esos nichos laborales permitían trabajar hasta edades más tardías.

A este se suma un aspecto relevante de las teorías que postulan que la evolución de las sociedades occidentales implicó un retroceso del estatus de la población mayor, debido a la obsolescencia laboral. Según este concepto, la creciente complejidad de las sociedades modernas margina laboralmente a la población mayor, que no puede competir con las habilidades técnicas que poseen los trabajadores más jóvenes. La variedad de aspectos incluidos en este tema es enorme y de muy difícil traducción estadística, al menos en las poblaciones históricas. La única variable incluida en los censos del período -más o menos pertinente a este respecto- es el nivel de alfabetismo, pero éste no constituye un buen proxy de las capacidades técnicas y laborales, elemento central del concepto de obsolescencia.

La comparación de las tasas de analfabetismo por grupos de edad del censo de 1947 con las reconstruidas para 1869 muestra que el analfabetismo es mucho mayor en 1869 que en 1947, resultado por cierto obvio, pero también que las tasas de analfabetismo son mayores a medida que aumenta la edad, algo también esperable; ya que, conforme a los avances educativos, las generaciones más jóvenes gozan de mayores oportunidades que sus predecesores. Menos evidente, sin embargo, es que los diferenciales entre grupos de edad son más pronunciados en 1947 que en 1869, puesto que la relación entre las tasas de analfabetismo de la población de 50 y más y la de 30-49 años pasa de 1 a 2 entre el primero y el cuarto censo nacional10. A ello contribuye ciertamente la historia de la alfabetización en Argentina: incipiente en 1869, lo que debería reducir las diferencias por edad, y muy avanzada en 1947, lo que debería aumentarlas. Más allá de las causas que provocan la distribución en cada fecha, resulta claro que la diferencia de calificación educativa (debe quedar claro, una vez más, que no es necesariamente laboral) es mayor hacia mediados del siglo XX, lo que sugiere -siempre en clave exploratoria- que hacia la época de generalización del sistema jubilatorio podrían haber existido indicios de obsolescencia laboral de la población de mayor edad, sobre todo en aquellos nichos laborales en los que las credenciales educativas fueran relevantes. Ceteris paribus, los razonamientos precedentes también podrían explicar parcialmente las sistemáticas diferencias de actividad entre el ámbito rural y el urbano, dadas la complejidad y competitividad laborales mayores de este último espacio.

3. Enfoque cualitativo. El trabajo en la vejez: un punto ciego

A pesar de sus ventajas, como la mayor precisión y representatividad, el enfoque estadístico presenta problemas derivados de la forma de captación censal, entre los que se destacan el subregistro de los niveles de actividad, la no inclusión de la pluriactividad laboral y, sin duda más relevante, los sesgos de género. Si bien estos inconvenientes son comunes a todas las edades, se puede plantear la hipótesis de que debieron ser más importantes en las edades avanzadas, a causa de los estereotipos sociales, internalizados por empadronadores y propios declarantes, que asocian la vejez con la inactividad. Otro problema, que se abordará en esta sección, remite a la heterogeneidad que presentan las poblaciones definidas a partir de criterios etarios, aspecto que una vez más es general a todos los grupos de edades pero que se acentúa en las edades avanzadas, no sólo porque incluyen a individuos con diferente nivel socioeconómico (nivel que es definitivo en la mayoría de los casos, ya que se ha recorrido la mayor parte del ciclo laboral), sino también de salud, dimensión que en parte es independiente del mundo del trabajo y en parte también depende del tipo de trabajo ejercido por los individuos.

Dado que no existen datos estadísticos que permitan efectuar el cruce entre edad, estado de salud y ocupación, el enfoque por adoptar debe ser forzosamente cualitativo, estrategia que a su vez presenta nuevas dificultades como el carácter indiciario de los resultados. Con todo, el problema central del estudio de la vejez a partir de las fuentes históricas radica en su no percepción como una clase de edad de contornos claros, ya que, como lo advirtió Simone de Beauvoir, los ancianos tienden a ser identificados con el conjunto de los adultos11. Por ello, cuando las fuentes cualitativas se refieren a los ancianos lo hacen, por lo general, a partir de criterios puramente estéticos, como la apariencia física, o para ilustrar situaciones límites -positivas o negativas- para el observador, como niveles extremos de pobreza o precariedad notable de su estado de salud. De ahí que los mayores de 60 años que no ostentan características particulares en esos planos -es decir, la ancianidad "normal" a los ojos del observador- tienden a ser subsumidos en el mundo adulto, del que, desde luego, formaban parte.

Pocos autores ilustran mejor lo dicho que Juan Bialet Massé (1846-1907), cuyo fascinante y monumental Informe sobre el estado de la clase obrera argentina (1904) tiene, entre muchas otras, la virtud de haberse consagrado de modo sistemático a la situación de los trabajadores a partir de un recorrido en profundidad de las principales zonas productivas de Argentina12. El Informe, encargado por Joaquín V. González, ministro del Interior de la segunda presidencia de Julio A. Roca (1898-1904), tenía por objetivo suministrar un diagnóstico de las condiciones laborales y proponer alternativas legales para su mejoramiento, en un contexto de creciente conflictividad obrera.

Así, pues, y siempre en relación con el tema que ocupa esta investigación, lo primero que salta a la vista es la sistemática focalización de Bialet Massé en el "trabajo de las mujeres y los niños" (esto es, una categoría de género que no distingue edad y otra de edad que no distingue género), por un lado, y el mundo de los hombres en general, en el que muy raramente se distingue un límite de edad superior. La misma tríada perceptiva -hombres, mujeres y niños- se encuentra en otros textos del período, como el conocido tratado del científico francés Martín de Moussy (1810-1869), y en la numerosa producción de los viajeros que recorrieron el país13. Dejando de lado a los niños y a las mujeres, Bialet Massé califica a la población a partir de categorías generales como las de trabajadores y obreros, distinguidos según su origen -extranjeros y nativos, con alguna atención a los indios en este último caso-, pero no hay referencias a la población de edad avanzada, de modo que los viejos representan una especie de no lugar.

Lejos de constituir un rasgo personal del observador, la identificación de los ancianos con el mundo de trabajadores adultos, común a todos los textos del período, es en sí misma un signo cargado de implicancias y sugiere que los ancianos continuaban trabajando en proporción similar a los trabajadores adultos, lo que hacía innecesaria su diferenciación, como lo demuestran las tasas de actividad analizadas en la sección precedente. Idéntica conclusión sugiere la preocupación de Bialet Massé por la limitación del trabajo infantil y por la consecuente definición de edades mínimas de inicio de las actividades laborales, preocupación que no iba acompañada de ninguna reflexión sobre el límite superior de la vida activa. Así, por ejemplo, en su argumentación sobre la mejor manera de calcular la duración de una "jornada racional" de trabajo, postulaba que ésta debía ser válida para el "obrero fuerte como para el débil, para el torpe como para el hábil, para el viejo como para el joven"14. Partiendo de la idea de que la jornada laboral "no puede ser igual en todos los trabajadores", este autor propuso un máximo de siete horas para la mujer y de seis para el niño, pero no sugirió variaciones para las edades mayores, es decir que, pasada la infancia, la edad fue considerada como una constante.

La inexistencia de la vejez como una clase de edad explícita para la descripción del paisaje laboral no supone desde luego ausencia de preocupaciones en ese sentido, ya que Bialet Massé tomó nota de los tímidos avances de la jubilación y de los establecimientos que contaban con algún sistema de pensión o seguro para la vejez. Así, el Ingenio Esperanza, en la provincia de Tucumán, otorgaba pensión por inutilidad derivada de accidente laboral y por vejez, aunque, como lo ilustra la siguiente cita, ello no suponía necesariamente el paso a la inactividad laboral: "al que cumple los 60 años de edad, habiendo servido en la casa más de quince años, se le da pensión, sin perjuicio de que se le dé colocación compatible con sus fuerzas"15.

Más interesante aún es que la argumentación de Bialet incluía de modo sistemático una preocupación por el bienestar físico de los trabajadores, cuya fuerza laboral midió minuciosamente con base en el uso de dinamómetros, determinado a su vez por factores tales como el origen (extranjero o nativo), la alimentación, el peso, el clima y, sobre todo, el tipo de tareas por realizar y la duración de la jornada laboral, pero no la edad (que sólo es distinguida en los trabajadores jóvenes). Es claro asimismo que este autor operaba mediante una comparación implícita entre las condiciones físicas de los trabajadores observados y las de un trabajador normal, operación que le permitía observar, ceteris paribus, grados variables de desgaste según las actividades laborales realizadas16.

4. El trabajo como factor de vejez

A pesar de sus problemas, las fuentes cualitativas presentan ventajas claves sobre el registro estadístico al permitir la elaboración de un enfoque tipológico atento a distinguir la heterogeneidad laboral de los ancianos, tomando como criterio de demarcación los efectos del tipo de trabajo desempeñado sobre el envejecimiento de los trabajadores. Como lo ha destacado Nogueira Magalhaes, el tipo de actividades y los niveles de vida asociados a éstas afectan la edad biológica de las personas acelerando o retrasando el envejecimiento personal, sin duda uno de los puntos ciegos de los enfoques que reducen la vejez a la edad cronológica. La aplicación al análisis histórico de las categorías propuestas por ese autor permite distinguir en principio dos tipos ideales contrapuestos17.

Por un lado, Vejez prematura. Las condiciones laborales extremas, asociadas a condiciones de vida precarias, o a formas de "marginalidad social anticipada", en los términos de Nogueira Magalhaes, suponen el envejecimiento precoz. Una vez más, Bialet suministra ejemplos elocuentes sobre el particular, como el trabajo en los bosques del nordeste argentino, donde la explotación forestal "genera fortunas" que van "dejando una masa de hombres extenuados y envejecidos, por un trabajo tan malamente explotado", o el envejecimiento prematuro de los niños en Tucumán. Situaciones análogas se encontraban en los estibadores del puerto de Colastiné: "Ninguno tiene cincuenta años, y a los cuarenta presentan signos de una vejez prematura"18. De modo previsible, el caso límite de esta escala de desgaste laboral lo constituía el trabajo minero. A título de ejemplo, en la provincia de La Rioja, el trabajo en las minas estaba monopolizado por jóvenes, "porque allí [se refiere a la mina San Pedro] no hay hombres ni menos viejos; a los cuarenta años el minero está agotado y viejo". Lo mismo ocurría en la célebre mina La Mejicana, en la que los trabajadores eran en "la mayor parte de 18 a 25 años; que pocos hay de 30 a 40, y solo tres pasan de esa edad; lo que quiere decir que los hombres se agotan rápidamente, quedan inservibles en la flor de la edad"19. En sentido análogo, el propio Alfredo Palacios refiere a la vejez prematura al citar las impresiones del escritor y dirigente socialista Augusto Bunge (1877-1943) en su viaje de 1906:

    "visitando las usinas metalúrgicas, llama la atención la relativa juventud de la mayoría, e inversamente entre los 'puddelers', etc. inválidos por la edad, en Alemania, he recibido la impresión de que la mayoría de los 'ancianos' que declaran haber sido 'puddelers', con todas las apariencias de la edad provecta y el duro pulso de la arterioesclerosis, no tiene más de cincuenta y cinco a sesenta años, y han tenido que retirarse del trabajo a los cincuenta"20.

Casos similares podrían multiplicarse fácilmente, pero -tanto por razones de espacio como por la lógica de las fuentes cualitativas (la multiplicación de ejemplos, aunque ilustrativa, no supone necesariamente un aumento del nivel de prueba)- es necesario detenerse en la argumentación según la cual la dureza del tipo de trabajo produce formas diferenciales de envejecimiento de los trabajadores. En los casos extremos, como el minero, es esa misma dureza la que define nichos ocupacionales de población joven pues los viejos quedan excluidos, aunque un nicho laboral joven puede derivar también del tipo de cualidades requeridas.

Por el otro, Pseudo vejez. Las élites urbanas de clases medias y altas ilustran el extremo opuesto a la vejez prematura, como lo sugiere cuantitativamente la composición etaria de las profesiones liberales del censo de 1947. Los trabajadores ancianos eran frecuentes también en otras ocupaciones, como los trenes, en los que "hay obreros de muchos años", o en otras menos remuneradas como la policía, oficio en el que "hay muchos viejos e inservibles"21. Las biografías y autobiografías, fuentes que -salvo rarísima excepción- remiten casi siempre al mundo burgués, apuntan en la misma dirección, como lo ilustra, entre muchos otros, el caso del periodista, escritor e intelectual Alfred Ebelot (1837-1912), quien, luego de su regreso definitivo a Toulouse en 1908, siguió trabajando como corresponsal del diario La Nación hasta su muerte, a los 74 años22.

Los trabajos no manuales permitían asimismo una continuidad laboral en la que la vejez, aunque inevitable en el plano biológico, se retrasaba en el plano estético, y en la consideración social de los otros. El ámbito educativo es un claro ejemplo de ello, como lo muestra el caso del doctor José Agüero (1790-1864), inmortalizado por el escritor y diplomático de la Generación del 80 Miguel Cané (1851-1905), en su célebre Juvenilia. Agüero, que "estaba ya muy viejo; bueno y cariñoso", se desempeñó como rector del Colegio Nacional hasta poco antes de su muerte23. Los ejemplos de educadores reconocidos de mucha edad son particularmente numerosos. Sin la consideración social del caso precedente, algunas ocupaciones no manuales permitían también la continuidad laboral, como ocurría con los porteros, también presentes en el recuerdo de Cané, los vendedores ambulantes o los músicos, estos dos últimos retratados con frecuencia por la pintura del período24.

Los dos tipos esbozados, la vejez prematura y la pseudo vejez, no remiten linealmente a la edad final del período laboral, puesto que, como lo ilustran las tasas de actividad, dicha edad fue por regla general alta y debió obedecer también a la condición socioeconómica de las personas, a los niveles de ahorro personal o familiar y a la declinación del estado de salud. Con todo, puede imaginarse que la vejez prematura, al menos en sus casos extremos, debió favorecer un final laboral anticipado o, cuanto menos, la reconversión de los trabajadores que padecían ese tipo de tareas hacia actividades laborales menos brutales.

Conclusiones

A pesar de las enormes dificultades heurísticas reseñadas, vinculadas con el hecho de que los viejos no constituían una categoría perceptiva en las fuentes históricas, los desarrollos realizados permiten establecer un conjunto de proposiciones con disímil nivel de prueba, pero convergentes en un plano interpretativo más general. En primer lugar, debe destacarse que el final de la vida laboral de la población mayor antes de la generalización de los sistemas de jubilación (e incluso después de ellos) debe ser visto en términos graduales y siguiendo una evolución influenciada por dos factores: el nivel de riqueza personal o familiar y los niveles de salud. Como postulan algunos autores para el caso español25 -pero que sin duda es generalizable a muchas otras poblaciones-, la gran mayoría de la gente debió continuar trabajando mientras las posibilidades físicas lo permitían. Esa afirmación es coherente con los puntos de ruptura detectados en la evolución de las tasas de actividad, que, en líneas generales, coinciden con el paso de la tercera a la cuarta edad de Laslett o de viejo-joven a viejo-viejo de Neugarten, para retomar conceptualizaciones posteriores al período considerado en este artículo26. Desde luego, el mantenerse activo en una determinada ocupación puede implicar asimismo cambios importantes en el tipo de trabajo realizado y/o en la intensidad (física u horaria) de la jornada laboral, aspectos que -una vez más- resultan muy difíciles de abordar a partir de las fuentes disponibles para el historiador.

De manera inversa, dada la ausencia de datos históricos de morbilidad en las edades avanzadas, las tasas de actividad pueden constituir un indicador sustituto de los calendarios de transición de las personas hacia mayores niveles de fragilidad física y dependencia funcional. Como lo sugieren las fuentes cualitativas, la edad de finalización de las tareas laborales estuvo asimismo vinculada con el trabajo ejercido y con los efectos que éste tuvo en el estado físico de los trabajadores, en un contexto de notable heterogeneidad que relativiza cualquier consideración de la vejez como una clase de edad homogénea. Si bien no puede verificarse la existencia de procesos de obsolescencia técnica y educativa de los trabajadores más viejos, al menos a gran escala, como ocurrirá en períodos posteriores, es claro que existe una obsolescencia física diferencial inducida por la inserción en el mundo del trabajo.

En segundo lugar, se concluye que los niveles de actividad laboral de la población mayor bajaron de manera clara en el siglo que separa al primer y al cuarto censos nacionales. Esa evolución no fue uniforme, al variar según las subpoblaciones consideradas: en primer lugar, las tasas de actividad fueron menores en los extranjeros que en los nativos, hecho coherente con su inserción social más exitosa, sus mayores niveles de ahorro, y acaso también con pautas culturales específicas de la cultura migratoria; en segundo término, fueron menores en el ámbito urbano que en el rural en todos los puntos temporales para los que se dispone de datos. Puede conjeturarse a este respecto que las ciudades debieron suponer una competencia más dura para los trabajadores de mayor edad, ya sea porque constituían el espacio natural de un proceso de industrialización que no favorecía la contratación de personas más viejas y con menor fortaleza física, como propone Alain Pilon27, o bien porque recibían fuertes contingentes migratorios de jóvenes, dos fenómenos que fueron además complementarios.

Visto en clave espacial, el proceso mencionado delineó una distribución provincial estrechamente asociada con otras geografías del período, desde luego con la de la incipiente cobertura jubilatoria pero sobre todo con indicadores más generales de riqueza y desarrollo económico. Como se ha visto, la progresiva menor actividad de las personas mayores no puede ser explicada exclusivamente por el avance de las jubilaciones, cuyo impacto global hacia 1947 -básicamente urbano y masculino- era aún muy escaso. Sin descartar cambios en la percepción social del trabajo por parte de los empadronadores y de la población (la pregunta censal, por el contrario, se mantuvo constante), la baja de la actividad laboral de los adultos mayores sólo puede explicarse por una mejora de largo plazo en el nivel de vida y en los niveles de ahorro de las personas y/o las familias que generaron las condiciones para que fuera posible dejar de trabajar a edades más tempranas28. Una vez más, ello es congruente con los diferenciales observados entre nativos y extranjeros y entre el campo y la ciudad, dos variables que además se sobredeterminan en el sentido esperado.

Esta evolución general es compatible con aspectos parciales de la teoría de la modernización de Donald Cowgill29, según la cual la evolución social de largo plazo supone una disminución del peso social de los ancianos, hecho que en este artículo sólo puede ser observado de manera indirecta, y con las limitaciones señaladas, para la actividad laboral. La disminución del prestigio de los viejos, sin duda el elemento definitorio y más controversial de esa teoría, no puede ser verificada ni refutada a la luz de los datos presentados en esta investigación, pero permanece como una hipótesis relevante para futuros estudios, dada la estrecha vinculación existente entre el trabajo, el poder y el prestigio. La importancia dada al aumento de la esperanza de vida, la industrialización, la urbanización, y la educación de masas, es decir, los cuatro motores de la teoría de Cowgill, delimita, en efecto, una evolución sugerente para la agenda de investigación.

Cualquiera sea el caso, la reducción del trabajo de los mayores fue el producto de una mejora social general que puede asociarse con dos procesos convergentes. En primer lugar, el aumento de la esperanza de vida, tanto al nacer como a edades específicas. La primera pasó de 32,9 años (ambos sexos reunidos) en 1869-1895 a 61,1 años en 1946-1948. Por su parte, la esperanza de vida a los 25 años, según el clásico indicador propuesto por Peter Laslett, tuvo una evolución menos pronunciada al pasar de 32 años en 1869-1895 a 34,9 en 1895-1914 y 43,7 en 1946-194830. En segundo lugar, el aumento del ahorro, aspecto vinculado con el anterior, ya que, como lo destacó Peter Laslett31, debió ser más importante y generalizado cuando la esperanza de vida se hizo más larga (en términos micro, cuando los trabajadores prevén que pueden llegar a viejos). A juzgar por la expectativa de vida a los 25 años, dicho proceso comenzó de manera muy tímida a fines del siglo XIX y principios del siguiente, para hacerse más notorio durante la primera mitad del siglo XX. A ello cabría agregar, probablemente con mayor impacto, los ahorros provocados por la reducción del número de niños por hogar, iniciada a fines del siglo XIX, y muy clara desde 1930.

En suma, la retracción de la participación laboral de los mayores no resultó independiente del decisivo proceso de transición demográfica. La relación entre mortalidad y trabajo adulto también puede ser vista en el sentido inverso, al conjeturarse que la reducción del período laboral y la de las formas más duras del trabajo manual debieron favorecer las posibilidades de sobrevida, hecho sobre el que parece haber prestado más atención la literatura de la época32 que la literatura posterior sobre mortalidad, que otorga poco peso a las variables laborales. Por último, es importante enfatizar que el proceso de reducción laboral ocurrió antes de la generalización de la cobertura jubilatoria. Dicho de otro modo, la universalización de este sistema de transferencia de recursos a la población mayor tuvo lugar tras un proceso en el que la transferencia fue garantizada, principalmente, por las familias y/o los propios individuos.


Comentarios

* El artículo forma parte del proyecto realizado por el autor titulado "La vejez antes del envejecimiento demográfico. El caso argentino, 1850-1950" y financiado por el CONICET (2014-2016).

1 Para conocer la problemática general ver: David Reher, "Vejez y envejecimiento en perspectiva histórica: retos de un campo en auge". Política y Sociedad n.° 26 (1997): 63-71 y Francisco García González, "Vejez, envejecimiento e historia. La edad como objeto de investigación", en Vejez, envejecimiento y sociedad en España, siglos XVI-XXI, editado por Francisco García González (Cuenca: Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2005), 11-34. Sobre los mecanismos de transferencia intergeneracional, Ronald Lee, "Una perspectiva transcultural de las transferencias intergeneracionales". Pensamiento Iberoamericano n.° 28 (1995): 311-362. Sobre la asistencia institucional en Argentina, José Luis Moreno, Éramos tan pobres… De la caridad colonial a la Fundación Eva Perón (Buenos Aires: Sudamericana, 2009).

2 El sistema jubilatorio ha sido estudiado por Ernesto Isuani, Los orígenes conflictivos de la seguridad social argentina (Buenos Aires: CEAL, 1985); Eduardo Basualdo, La evolución del sistema previsional argentino (Buenos Aires: Cifra, 2009), y Luciana Anapios, "La ley de jubilaciones de 1924 y la posición del anarquismo en la Argentina". Revista de Historia del Derecho n.° 46 (2013): 27-43.

3 Para una exposición de la teoría consultar Zulma Recchini de Lattes y Catalina Wainerman, "Empleo femenino y desarrollo económico: algunas evidencias". Desarrollo Económico 17, n.° 66 (1977): 301-317, y, en clave crítica, Elisabeth Quay Hutchinson, "La historia detrás de las cifras: la evolución del censo chileno y la representación del trabajo femenino, 1895-1930". Historia n.° 33 (2000): 417-434, doi: dx.doi.org/10.4067/S0717-71942000003300009

4 Hernán Otero, "Representaciones estadísticas de la vejez. Argentina, 1869-1947". Revista Latinoamericana de Población 7, n.° 13 (2013): 5-28.

5 Primer Censo de la República Argentina (Buenos Aires: Imprenta del Porvenir, 1872), 726-727.

6 Estos datos son superiores a los de Europa. En Francia, por ejemplo, la tasa de actividad de los hombres de 65 años y más era levemente superior al 50% en 1890 y se mantuvo estable hasta la segunda mitad de la dé cada de 1920, France Meslé , Laurent Toulemon y Jacques Vé ron, Dictionnaire de Dé mographie et des Sciences de la Population (París: Armand Collin, 2011), 416.

7 Si bien algunos indicios (como la mayor incidencia de la incapacidad, la desocupación y la jubilación) sugieren que la población de edad desconocida remite sobre todo a edades elevadas, é sta no será incluida en los análisis, debido a su muy escaso peso (0,6% del total de población).

8 Alejandro Bunge, Una nueva Argentina (Buenos Aires: Hyspamerica, 1984 [1940]), 223.

9 Jorge Somoza y Alfredo Lattes, Muestras de los dos primeros Censos Nacionales de población, 1869-1895 (Buenos Aires: Instituto Torcuato Di Tella, 1967).

10 Las proporciones de analfabetos en los grupos de 14-29 años, 30-49 años y 50 años y más eran en 1869 de 69,5%, 71,5% y 77,3%, respectivamente. Para 1947, los valores se redujeron a 8,3%, 12,4% y 25,1%, respectivamente.

11 Simone de Beauvoir, La vejez (Buenos Aires: Debolsillo, 2011 [1970]), 108-111.

12 Juan Bialet Massé , Informe sobre el estado de la clase obrera argentina (Madrid: Hyspamerica, 1985 [1904]). Sobre Bialet Massé , exiliado republicano catalán de prolífica actuación política e intelectual en el país, y otros autores mencionados en el texto como Alfredo Palacios y Augusto Bunge, ver Horacio Tarcus, Diccionario biográfico de la izquierda argentina (Buenos Aires: Emecé , 2007).

13 Víctor Martín de Moussy, Descripción geográfica y estadística de la Confederación Argentina, t. II, editado por Beatriz Bosch y traducido por Víctor Bouilly y Saúl Karsz (Buenos Aires: Academia Nacional de la Historia, 2005 [1860-1869]), 604-615. La obra, un hito de la producción científica del período, fue realizada por encargo del presidente de la Confederación Argentina, Justo José de Urquiza.

14 Bialet Massé , Informe sobre el estado, 577.

15 Bialet Massé , Informe sobre el estado, 224.

16 Casi dos dé cadas despué s del Informe de Bialet Massé , el intelectual, dirigente y primer diputado socialista de Amé rica Latina, Alfredo Palacios (1878-1965), pionero de la legislación laboral argentina, realizó mediciones sobre el rendimiento de los trabajadores, basándose en "hombres jóvenes y robustos, sometidos a un ré gimen de ocho horas", pero considerando tambié n que el intervalo de 25 a 35 años remitía en los obreros a la etapa de "plenitud de sus fuerzas", es decir, asumiendo un retroceso con la edad. Alfredo Palacios, La fatiga y sus proyecciones sociales (Buenos Aires: Talleres Gráficos Argentinos de L.J. Rosso y Cía, 1922), 13 y 275.

17 Dirceu Nogueira Magalhaes, L'invention sociale de la vieillesse (París: Éditions Rennes, 1987), 16 y siguientes. Este autor describe un tercer modelo (la vejez excluida, producida por la muerte social por aislamiento, sobre todo en las clases medias urbanas), propio de contextos actuales de alta institucionalización de ancianos.

18 Bialet Massé , Informe sobre el estado, 195 y 393.

19 Bialet Massé , Informe sobre el estado, 288 y 294. Cabe destacar que Bialet Massé utiliza en al menos seis ocasiones el té rmino vejez prematura asociado a la morbi-mortalidad laboral, como lo atestigua el siguiente pasaje: "Un sujeto que no debe trabajar más que ocho horas al día, le hacemos trabajar nueve y lo soporta, pero ese exceso le come la vida y se la acorta, produciendo una vejez prematura y una muerte temprana". Bialet Massé , Informe sobre el estado, 594.

20 Augusto Bunge, Las conquistas de la higiene social (Buenos Aires: Coni, 1910), 30, citado por Palacios, La fatiga, 293.

21 Bialet Massé , Informe sobre el estado, 427 y 845.

22 Sobre la vida de Ebelot, ver: Pauline Raquillet, Alfred Ebelot. Le parcours migratoire d'un Français en Argentine au XIXe siècle (París: L'Harmattan, 2011). En un nivel más acotado, autobiografías de notables locales evidencian la continuidad de la vida pública y laboral de los sectores acomodados mucho más allá de los 60 años. A título de ejemplo, puede consultarse: Manuel Suárez Martínez, Manuel Suárez Martínez. Paladín del orden y gestor del progreso del Partido de Lobería (Tandil: Edición del autor, 1993 [1942]).

23 Miguel Cané , Juvenilia (Buenos Aires: Arte Gráfico Editorial Argentino, 2011 [1884]), 39.

24 La pintura es otra fuente posible pero extremadamente imprecisa. Esa imprecisión nace tanto de la imposibilidad de identificar quié nes son viejos en los cuadros a partir de la simple apariencia esté tica, especialmente cuando son trabajadores pobres, pero sobre todo de la dificultad de distinguir -desde el punto de vista estadístico- entre lo normal y lo excepcional (por ejemplo, aquello que fue elegido como objeto de representación precisamente por su carácter atípico). Con todo, suministra imágenes de interé s que ilustran la presencia de viejos en numerosos trabajos urbanos (por ejemplo, El escobero, de Benjamín Franklin Rawson, 1865) y, sobre todo, rurales. En este último caso, pié nsese en obras como Apartando (Ángel Della Valle, ca. 1900-1903) o en las composiciones de Florencio Molina Campos en los Almanaques Alpargatas de las dé cadas de 1930 y 1940.

25 Reher, "Vejez y envejecimiento", 64-65; García González, "Vejez, envejecimiento e historia", 27.

26 Peter Laslett, A Fresh Map of Life:The Emergence of the Third Age (Nueva Heavn: Harvard University Press, 1991); Bernice Neugarten, "Age Groups in American Society and the Rise of the Young Old". Annals of the American Academy of Political and Social Science n.° 415 (1974): 187-198, doi: dx.doi.org/10.1177/000271627441500114

27 Alain Pilon, "La vieillesse: reflet d'une construction sociale du monde". Nouvelles Pratiques Sociales 3, n.° 2 (1990): 141-146, doi: dx.doi.org/10.7202/301095ar

28 Si, como sostiene Bialet Massé , los salarios no permitían "ahorrar para la vejez" a principios del siglo XX, la situación debió mejorar en el medio siglo siguiente. Bialet Massé , Informe sobre el estado, 536-537 y 972-973. Ceteris paribus, el razonamiento es compatible con la hipótesis curvilinear, ya que la reducción de la participación de la mujer en el mercado de trabajo formal debió ser posible gracias a una mayor disponibilidad de ahorro de las familias.

29 Donald Cowgill, "Aging and Modernization: A Revision of the Theory", en Late Life: Communities and Environmental Policy, editado por Jaber F. Gubrium (Springfield: Charles C. Thomas Publisher, 1974), 123-145.

30 Los datos de mortalidad provienen de Jorge Somoza, La mortalidad en la Argentina entre 1869 y 1960 (Buenos Aires: ITDT/CELADE, 1971). Cabe destacar que Argentina no realizó censos nacionales de población entre 1914 y 1947, lo que impide contar con tablas de mortalidad para ese largo intervalo.

31 Peter Laslett, "Necessary Knowledge: Age and Aging in the Societies of the Past", en Aging in the Past: Demography, Society and Old Age, editado por David Kertzer y Peter Laslett (Berkeley: The University of California Press, Scholarship Editions, 1995), 4-77.

32 El argumento es de Palacios, La fatiga, 264.


Bibliografía

Fuentes primarias

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Artículo recibido: 24 de marzo de 2015/Aprobado: 19 de agosto de 2015/Modificado: 31 de agosto de 2015

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