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Historia Crítica

versão impressa ISSN 0121-1617

hist.crit.  no.64 Bogotá abr./jun. 2017

https://doi.org/10.7440/histcrit64.2017.02 

Dossier

La Revolución Rusa de 1917: dilemas e interpretación*

The Russian Revolution of 1917: Dilemmas and Interpretation

A Revolução Russa de 1917: dilemas e interpretação

Hugo Fazio Vengoa**** 

**Decano de la Facultad de Ciencias Sociales y profesor titular del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes (Colombia). Historiador de la Universidad Amistad de los Pueblos (Rusia), Magíster en Historia por la Universidad Nacional de Colombia y Doctor en Ciencia Política por la Université Catholique de Louvain (Bélgica). Miembro del Grupo de Historia del Tiempo Presente (Categoria C en Colciencias). Entre sus publicaciones más recientes se encuentran, en coedición con Luciana Fazio Vargas, El presente del Medio Oriente: una lectura en clave histórica (Bogotá: Ediciones Uniandes, 2016), y, en coautoría con Luciana Fazio y Daniela Fazio, Rusia, de los zares a Putin (1880-2015) (Bogotá: Ediciones Uniandes, 2015).


RESUMEN

Resumen: Tras un breve repaso de los principales ejes temáticos de la historiografía de la Revolución de Octubre de 1917, el artículo propone un enfoque histórico-social del mencionado acontecimiento. Con este fin se realiza una exposición de las cuatro grandes movilizaciones sociales que prepararon el terreno para que se produjera la revolución en octubre y se destacan la convergencia coyuntural y las divergencias de fondo entre estas movilizaciones y el revolucionarismo político representado por el Partido Bolchevique, divergencia que catalizó buena parte del desarrollo ruso/soviético hasta 1991.

Palabras clave: historiografía; Revolución Rusa; movilizaciones; 1917

ABSTRACT

Abstract: Following a brief review of the main themes in the historiography of the October Revolution of 1917, the article proposes a historical-social approach to the that historic event. For this purpose, it describes the four great social mobilizations that prepared the way for the revolution in October and highlights both the conjunctural convergence and the fundamental differences between these mobilizations and the political revolutionism represented by the Bolshevik Party, a divergence that catalyzed much of Russian/Soviet development up until 1991.

Keywords historiography; Russian Revolution; mobilizations; 1917

RESUMO

Resumo: Após uma breve revisão dos principais eixos temáticos da historiografia da Revolução de outubro de 1917, este artigo propõe uma abordagem histórico-social do mencionado acontecimento. Com esse objetivo, realiza-se uma exposição das quatro grandes mobilizações sociais que prepararam o terreno para que se produzisse a revolução em outubro e destacam-se a convergência conjuntural e as de fundo entre essas mobilizações e o revolucionarismo político representado pelo Partido Bolchevique, divergência que catalisou boa parte do desenvolvimento russo-soviético até 1991.

Palavras-chave: historiografia; Revolução Russa; mobilizações; 1917

En uno de sus libros más leídos, Apologie pour l'histoire ou métier d'historien1, el gran historiador francés Marc Bloch ofrecía una interesante reflexión sobre las estrechas relaciones que existen entre los distintos intervalos en que generalmente se divide el tiempo en la historia. De manera particular destacaba que la incomprensión del presente es una consecuencia inevitable de la ignorancia del pasado, de la misma manera que no puede comprenderse adecuadamente el pasado cuando se desconoce el presente.

He querido comenzar este ensayo interpretativo del octubre ruso de 1917 con esta importante indicación del destacado historiador de los Annales, porque su "dialéctica de los tiempos" constituye un enfoque reflexivo muy sugerente a la hora de evaluar el significado de los acontecimientos históricos, en general, y el que aquí nos interesa, en particular. Atenerme a estas elementales indicaciones "blochianas" me resulta particularmente importante en esta ocasión, ya que me permite introducir matices nuevos a reflexiones que sobre este tema desarrollé en trabajos previos2. De acuerdo con Bloch, para comprender en la actualidad el significado de la Revolución de Octubre de 1917, el acontecimiento debe ser observado y analizado a la luz del devenir ulterior de la sociedad rusa, proceso durante el cual la desaparición de aquella Rusia -que se reconocía como Unión Soviética- brinda importantes claves para la comprensión del acontecimiento germinal que dio origen a dicho proyecto de sociedad.

No se requiere mucha imaginación para conjeturar que muy distinta sería la valoración de dicha experiencia histórica si el país de los sóviets todavía existiera. De ser ese el caso, con seguridad, hablaríamos de un acontecimiento del pasado que conservaría sus fosforescencias, que estarían "activas en el presente". Otro es, sin embargo, el escenario que impera en la actualidad: aquella vieja potencia y su correspondiente subsistema mundial han dejado de existir, lo que ha implicado una "devaluación" de la Revolución de Octubre al rango de importante acontecimiento "pasado". Ello, obviamente, no desdice de su trascendencia en momentos fundamentales de la historia del siglo XX, pero resulta evidente que carece de elongaciones que la proyecten hasta nuestro presente inmediato, salvo las que puedan subsistir en el recuerdo de aquellas personas u organizaciones que mantienen una filiación ideológica con el octubre ruso y con lo que en su momento representaba.

Discurrir una vez más sobre su significado representa un gran interés por varias razones: por una parte, porque es una manera precisa de recapitular una de las más interesantes experiencias históricas de construcción social que conoció el mundo durante el siglo pasado, y de comprender algunos de sus factores de debilidad que condujeron a su trágico desenlace. Por la otra, porque volver sobre este acontecimiento resulta ser un interesante ejercicio historiográfico, puesto que, pese a la disponibilidad de fuentes y archivos nuevos, es sorprendente constatar lo mucho que sobre Rusia y la URSS ya se sabía. Sin embargo, el estudio de la sociedad rusa/soviética y postsoviética actual muestra de modo ejemplar que gran parte de las valoraciones que sobre dicho país se realizaban en el fragor de la competición ideológica y política durante la época de la Guerra Fría no fueron capaces de resistir las ráfagas de viento de la historia. Como acertadamente lo sostuvo Tony Judt, este fracaso interpretativo obedeció más a una falta de imaginación que a una escasez de documentación3.

A continuación, de manera muy sucinta, expondré un conjunto de consideraciones generales sobre los principales códigos con que ha sido leído este acontecimiento, acompañado de algunas glosas críticas, procedimiento que me permitirá delimitar los contornos del enfoque que más adelante se propondrá.

Primera consideración: tanto para los partidarios y simpatizantes como para sus detractores, la Revolución Rusa fue un acontecimiento eminentemente mundial, debido a que nació en el fragor de uno de los grandes cataclismos que sacudió al planeta en las primeras décadas del siglo pasado (la Primera Guerra Mundial), y porque propició la división del mundo en dos sistemas socioeconómicos y políticos irreconciliables: el socialismo y el capitalismo4. Es evidente que dicho acontecimiento ocupó un lugar central en la historia del mundo durante el siglo XX, y sería una equivocación minusvalorar su importancia cuando el sistema socialista ha dejado de existir. Sin duda, grandes páginas del siglo pasado resultarían incomprensibles si se omitiera su existencia. Este énfasis mundializado, sin embargo, ha ocasionado cierta confusión entre su pretendida universalidad y la causalidad eminentemente local que comportó el hecho revolucionario en sí.

En realidad, su mundialidad fue una dinámica que avanzó a la par con el siglo XX. En lo que respecta a sus fuerzas motrices, en un comienzo, la revolución fue un acontecimiento intrínsecamente ruso. Sin embargo, sus primeros destellos de internacionalidad se evidenciaron con la proclamación del Decreto de la Paz (el 25 de octubre de 1917), que -junto con los 14 puntos de Woodrow Wilson de enero de 1918- sirvió de preámbulo para un intento de reacondicionamiento del orden mundial5. Subsiguientemente, su internacionalización avanzó de la mano con la aparición de organizaciones radicales de izquierda y con aquellos nuevos imaginarios políticos que auguraban un futuro promisorio para la humanidad, y alcanzó su cénit con la aparición de un subsistema socialista mundial, cuando el orden mundial internacionalizado se transmutó en un sistema mundializado durante la época de la Guerra Fría. Pero de sus resonancias planetarias simplemente no se pueden inferir ni su modo de realización ni su significado. Ello es una historia distinta de la que aquí nos interesa.

Segunda consideración: tal como he sostenido en oportunidades anteriores, como resultado del predominio de lecturas políticas o altamente politizadas del acontecimiento, sobre todo durante la Guerra Fría, la mayor parte de los estudios se concentraron en el examen de las actividades desplegadas por los círculos revolucionarios en las principales ciudades -es decir, Petrogrado y subsiguientemente Moscú-, pero escasos han sido los trabajos que se han interesado por analizar los sucesos desde la perspectiva, las prácticas e intenciones de los grandes grupos sociales que fueron participantes directos en la formación y en el devenir del hecho revolucionario6. Llamativa resulta esta omisión cuando uno recuerda que más del 80% de la población estaba conformada por campesinos, que nada sabían del socialismo marxista o del bolchevismo, y cuya actuación masiva y decidida en esos cruciales meses de 1917 siguió otros derroteros y persiguió otros objetivos.

Una historia social del acontecimiento permite además evaluar de manera muy distinta el papel de la ideología en la historia ruso/soviética, porque demuestra que el hecho revolucionario no representó la aplicación de una doctrina política a la realidad histórica, ya que en la práctica el proceso fue el opuesto: el condicionante social determinó el modelo de sociedad predominante y le asignó un determinado lugar a la ideología. En esta encrucijada se encuentra también uno de los principales nudos de tensión que atravesó la historia de las restantes experiencias socialistas, que se enfrentaron a la imposibilidad de conjugar su propia historicidad con un ideologizado modelo de sociedad que era, en el fondo, más ruso que propiamente socialista o marxista.

Tercera consideración: otra insuficiencia frecuente de gran parte de la literatura especializada consistió en la observación temporal acotada del acontecimiento7, con un inicio tardío y un desenlace apresurado, enfoques que las más de las veces comportan una gran fuerza descriptiva, pero una escasa profundidad interpretativa. Sobre el particular, no me cansaré de repetir la pertinente reflexión analógica de Fernand Braudel, cuando escribía: "Conservo el recuerdo de una noche, cerca de Bahía, en que me encontré envuelto por un fuego de artificios de luciérnagas fosforescentes; sus pálidas luces resplandecían, se apagaban, refulgían de nuevo, sin por ello horadar la noche con verdaderas claridades. Igual ocurre con los acontecimientos: más allá de su resplandor, la oscuridad permanece victoriosa"8.

De acuerdo con el enfoque y la terminología popularizados por el mencionado historiador, el acontecimiento constituye un tipo de evento que se despliega en la corta duración, pero su significado más profundo se alcanza sólo cuando es analizado dentro de perspectivas temporales y espaciales más dilatadas (las duraciones mediana y larga); es decir, cuando el hecho es decodificado a la luz de la coyuntura histórica y los movimientos de las corrientes subterráneas de la historia, con los cuales el acontecimiento se acopla y constituye muchas veces una de sus más claras expresiones.

Por último, otra laguna interpretativa frecuente en los análisis de los fenómenos revolucionarios ha sido la idea de que este tipo de acontecimientos establece una ruptura radical entre el "antes" y el "después", de lo cual se presume que toda la historia previa llega a su término y que lo nuevo a partir de ese instante representa algo inédito, dando inicio a una etapa que comienza de cero9. Una historia social de la revolución, sin embargo, no puede quedar prisionera de la corta duración; debe propender a un análisis de longue durée, es decir, debe ser un enfoque que se mantenga sensible a los cambios (lo nuevo) pero sin olvidar las permanencias (las continuidades). Sobre el particular, conviene volver a recordar al mismo Braudel cuando aseveraba que "las civilizaciones sobreviven a los sobresaltos políticos, sociales, económicos e incluso ideológicos que, por otra parte, dirigen insidiosamente, y a veces poderosamente. La Revolución Francesa no fue una ruptura total en los destinos de la civilización francesa, ni la Revolución de 1917 en los de la civilización rusa [...]"10.

¿Qué fue entonces la Revolución Rusa de octubre de 1917? ¿Cómo leer el acontecimiento a la luz del desarrollo histórico ruso y soviético mismo? Cada vez resulta más evidente que el hecho revolucionario ruso de octubre de 1917 representó la convergencia en el tiempo de cuatro grandes movilizaciones sociales con un radicalismo político e intelectual, el cual en determinados momentos supo y pudo navegar a favor de la marea revolucionaria, pero sin fusionarse con ellas ni doblegarlas. A continuación, pasaré revista de manera breve a estas cuatro grandes movilizaciones revolucionarias. Para facilitar la comprensión de las singularidades de cada una de estas expresiones de rebeldía serán analizadas aisladas unas de las otras, pero, prevengo al lector de que, en los hechos, estaban fuertemente encadenadas, entre otras razones, porque la mayoría de ellas compartía un origen social común: un pasado y un presente con fuerte presencia de vida y de mentalidad rurales.

La primera fue campesina. La literatura especializada dedicada a la revolución recuerda siempre que una de las dos primeras medidas adoptadas por el nuevo poder soviético el 25 de octubre (7 de noviembre) de 1917 fue el "decreto de la tierra", que daba inicio a una vasta revolución agraria a través de la confiscación y nacionalización de la tierra. Sin embargo, conviene señalar de entrada que, más que el inicio de una dinámica nueva, el decreto no fue otra cosa que la sanción legal de un proceso de apropiación espontánea de la tierra por parte de la población campesina, el cual venía en ascenso desde tiempo atrás, y que prácticamente había culminado cuando los bolcheviques11 se hicieron con el poder en la capital12.

Para comprender su naturaleza se debe recordar que esta furia campesina comportó elementos comunes a otras rebeliones rurales rusas y extranjeras, pero que al mismo tiempo reprodujo situaciones particulares, siendo estas segundas las que más definieron su perfil y su actuación. Entre los primeros se destaca el hecho de que fue una rebelión espontánea, que careció de un centro de coordinación de sus acciones con la particularidad de extenderse cual llamarada por todo el territorio del imperio. Su principal propósito no era otro que el de modificar las formas de propiedad, pero sin un interés mayor en cuanto a la institucionalidad o la distribución del poder, a menos que afectaran sus demandas inmediatas en torno a la tierra.

A esta furia campesina le correspondió un importante papel en la recreación de la situación revolucionaria -enlazando los sucesos de febrero, revolución que depuso al zar, con los de octubre del 17-, debido a que con sus actuaciones emprendidas durante el proceso de apropiación de la tierra desarticuló por completo los resortes políticos y militares del poder estatal en la campiña y redujo a cero las capacidades de actuaciones de quienes deseaban preservar el statu quo. Por último, la rebelión agraria dio origen al surgimiento de una inmensa red de sóviets campesinos elegidos por las asambleas aldeanas o comunales en sustitución de la vieja institucionalidad, lo cual reforzó la autoridad y la legitimidad de las acciones campesinas13.

Entre los elementos específicos, particulares a esta experiencia rusa, se encuentra la inmediata reconstitución de las obschinas, es decir, la recomposición de aquellas formas colectivistas no mercantiles ancestrales de organización del campesinado ruso, que estaban siendo eliminadas por los esfuerzos modernizadores del zarismo en el campo. Orlando Figes recuerda que la obschina o mir "testimonia [...] la lógica funcional de la autoorganización campesina en la lucha por sobrevivir frente a las duras realidades de la naturaleza y a los poderosos enemigos exteriores, tales como los propietarios de la tierra y el Estado"14.

En la recomposición de estas comunidades se encuentra el sentido más profundo de la rebelión campesina, que no era otro que la desarticulación inmediata de las formas capitalistas de tenencia y explotación de la tierra en Rusia. Algunos datos permiten ilustrar la magnitud de este fenómeno: si en 1916, en la parte occidental del imperio, entre el 27% y el 33% de los caseríos campesinos correspondían a tenencias de tipo privado, seis años después estos habían disminuido a menos del 2%. Entre 1916 y 1922, la participación de las formas privadas de tenencia de la tierra se redujo del 19% al 0,1% en la provincia de Samara, del 16,4% al 0% en la provincia de Sarátov, y del 24,9% al 0,4% en la región de Stávropol. Durante más de una década, la obschina se reconvirtió en la forma dominante de organización social y económica en el campo y en el principal instrumento de igualdad social15. Como adecuadamente sostuviera Eric Wolf, en 1917 los bolcheviques obtuvieron el poder, pero la antigua Rusia sobrevivió hasta 1929, cuando se desató la colectivización forzada bajo Stalin16.

Lo anterior me lleva a concluir que, para la población del campo, los sucesos de 1917 de ninguna manera representaban una puerta de entrada a una nueva sociedad socialista. En realidad, la suya fue una rebelión antimodernizadora (que se contraponía firmemente a las reformas estimuladas por el zarismo tardío), porque su finalidad principal apuntaba a la destrucción del andamiaje capitalista, la desarticulación de las relaciones mercantiles, la eliminación de los elementos de diferenciación social y la reconstrucción del microcosmos organizativo del campo ruso tradicional. En este sentido, la revolución agraria tuvo como corolario la modificación del carácter social del campesinado en su conjunto, en dirección hacia un mayor igualitarismo17, produciendo una seredniakizatsia (seredniak alude al campesino medio en Rusia) del campo, es decir, una homogenización de la estructura social18.

En tal sentido, se puede sostener que esta gigantesca rebelión campesina era claramente disonante con el capitalismo, y también lo sería con el bolchevismo, porque mientras estos últimos anhelaban la construcción de una sociedad nueva (preeminencia del futuro), los campesinos miraban hacia el pasado, buscaban la afirmación y recomposición de sus viejos arraigos. Siguiendo a Reinhart Koselleck -quien realizó una interesante demostración del cambio que supuso el pensamiento ilustrado en el contenido asignado al concepto de revolución, que adquirió el significado de advenimiento de lo nuevo19-, puede decirse que la revolución agraria rusa fue "premoderna", en la medida en que, más que propender a la creación de nuevas trochas para la modernización del campo ruso, pretendía romper los cimientos del modelo de desarrollo que se venía implantando desde finales del siglo XIX y restablecer de esa manera las formas tradicionales e igualitarias del campesinado ruso. Al respecto, el historiador Moshé Lewin ha sostenido una tesis similar a la que aquí se está presentando, cuando señalaba que "en la medida en que la revolución se apoyaba en los campesinos pobres, los soldados y los obreros, no podía ser socialista en sustancia, pero podía ser una revolución 'plebeya', pariente lejana de la revolución socialista"20.

La segunda gran movilización social estuvo representada por los sectores populares de las grandes ciudades y de los principales centros industriales y mineros: los obreros. A diferencia de los campesinos, los obreros sí se plantearon desde un inicio la cuestión del poder, tal como quedó demostrado con la veloz reconstitución de órganos de representación: los sóviets, aquellos consejos de coordinación que vieron la luz por primera vez durante la Revolución de 190521. Pero este empeño rápidamente quedó en suspenso de convertirse en una nueva fuente de poder clasista real, como había sido el de 1905, debido a su composición, que contó con una evidente sobrerrepresentación de líderes políticos e intelectuales, y a sus erráticas formas de institucionalización, que los llevó a reconocer la preeminencia de ciertas instituciones estatales tradicionales22. Difirieron también de los campesinos en el hecho de que no se plantearon el tema de la propiedad. Sus reivindicaciones se centraron en mejorar las condiciones de vida y de trabajo: la jornada de ocho horas, y no de doce; un salario mínimo, disponibilidad de agua caliente en las cantinas, la supresión del trabajo infantil, la regulación de los salarios semanales, entre otros. Como bien ha señalado Marc Ferro, sus demandas se orientaban a mejorar las condiciones obreras, y en ningún caso a transformar las existentes relaciones sociales23.

Los obreros experimentaron un acelerado proceso de radicalización, y de esa manera contribuyeron también a la creación de una nueva situación revolucionaria. Como una forma de eludir el costo que implicaba la satisfacción de las demandas obreras, los empresarios optaron por la estrategia del cierre masivo de empresas (el lock-out). Los trabajadores, bajo la amenaza del desempleo, respondieron a la ofensiva patronal con la creación de los comités de fábrica, que en un primer momento plantearon la exigencia del acceso a los libros de contabilidad para comprobar los estados financieros y demostrar la sostenibilidad de las empresas. Ante la resistencia de la patronal, los obreros dieron un paso adelante más y decidieron asumir el control de las empresas. Como señaló Ferro:

"los comités de fábrica [...] no se plantearon proceder al control económico [...] serán las circunstancias las que llevarán a tomar en sus manos la dirección total de las empresas [...] esta gestión no suponía un verdadero control de la producción ni derivaba de una interpretación revolucionaria del funcionamiento de la industria en una sociedad: los obreros aseguran el funcionamiento de la fábrica y se hacen cargo de ella como forma de presión sobre los patrones"24.

De cierta manera, se puede sostener que los comités de fábrica constituían un símil urbano de la obschina, pues la mayoría de los obreros eran campesinos recién llegados a las ciudades (no debe olvidarse que los albores de la industrialización rusa databan de finales del siglo XIX); su cosmovisión se encontraba marcada por el igualitarismo agrario, y sus reivindicaciones se articulaban sobre los mismos principios que los de los campesinos puros: la repartición justa de las riquezas, basada en una moral igualitarista25. Sobre el particular, cito a Robert Service, quien acometió una interesante reflexión sobre los vínculos que los obreros y soldados mantenían con el pasado campesino:

"Las tradiciones culturales del país también tuvieron su efecto. Tradicionalmente, las comunas de Rusia y Ucrania habían permitido a los campesinos que hablaran abiertamente sobre las cuestiones que tenían importancia para las aldeas, y esta práctica se había trasmitido a muchos obreros industriales que alquilaron su fuerza de trabajo a fábricas no como particulares sino como miembros de grupos de trabajo (arteli); los soldados y los marineros también se organizaron en pequeñas unidades mientras cumplían su servicio militar. Así pues, la aparente 'modernidad' de los acontecimientos políticos de 1917 tenía un pasado que se remontaba a siglos atrás"26.

En este sentido, se puede concluir que el gran cometido de esta rebelión de los obreros consistió en que acabó con los remanentes citadinos de la modernización zarista, arribando a una clara convergencia en sus resultados con la revolución agraria, que avanzaba en paralelo.

El tercer movimiento lo representaban los soldados, el cual, de modo muy directo, contribuyó a la creación de la nueva situación revolucionaria y, de modo más evidente que los otros, participó en el sentido de debilitar de manera inmediata los fundamentos represivos del sistema. Cabe destacar que su número era sorprendente: en vísperas de febrero de 1917, las Fuerzas Armadas contaban con 10 millones de hombres, de los cuales 7,2 millones pertenecían al Ejército activo. Para 1917 su situación no era nada fácil pues se contaban por millares los muertos y heridos. El radicalismo de los soldados se acentuó luego de que el Sóviet de la capital aprobara el Prikaze N°. 1, el cual transfirió el control de los regimientos de la retaguardia a los sóviets, lo cual facilitó la penetración de las ideas radicales en las filas del Ejército, y supuso el inicio de una decidida acción de rebeldía, la cual desde el mes de marzo comenzó a descomponer el aparato represivo de la vieja Rusia autocrática y acabó con el esquema de verticalidad en el mando27.

En el intervalo que separa las dos revoluciones rusas del 17, la de febrero y la de octubre, el tema de la paz fue uno de los más centrales. Las movilizaciones de febrero se iniciaron con grandes manifestaciones de las obreras de la capital bajo la consigna "Pan, Paz y Libertad", y el primer decreto firmado por el nuevo poder soviético en octubre fue el "Decreto de la Paz", por medio del cual se ratificaba la exigencia de una paz inmediata. Si bien la consigna estaba en boca de todos los actores sociales y políticos, fueron los soldados sus principales abanderados, lo que los convirtió en una decisiva fuerza revolucionaria en los sucesos del año 17, primero, con su obstrucción al zarismo, y después, con su oposición al Gobierno Provisional, debido a su renuencia a la salida inmediata de Rusia del conflicto bélico.

Ahora bien, las dos principales vías a través de las cuales los soldados canalizaron su descontento fueron el apoyo y la identificación de posiciones con las organizaciones más radicales del espectro político, las cuales se declaraban públicamente contrarias a la continuación de la guerra, y la deserción, masivo proceso por el cual los soldados abandonaron las filas del Ejército, movidos por el afán de retornar a sus lugares de origen y sumarse a las revueltas campesinas. Sobre el particular, conviene recordar que los soldados, en su gran mayoría, provenían del medio rural, y también en ellos era fuerte la cultura comunal, lo que se evidenció en que fueron numerosas las guarniciones que reprodujeron el espíritu organizativo comunal del campo ruso28. La deserción fue tan masiva y veloz, que no es una exageración sostener que hacia octubre de 1917, el Ejército ruso había dejado de existir. Aproximadamente 2 millones de soldados desertaron de las filas del Ejército, armaron al país y "suministraron el carburante", "sin el cual no hubiera sido posible la guerra civil"29.

En síntesis, la importancia del movimiento de los soldados radicó en que contribuyó enormemente al debilitamiento de los aparatos represivos del Estado; su rebeldía paralizó los esfuerzos del Gobierno Provisional por restablecer el orden, pero además su identificación con las organizaciones contrarias a la guerra creó las condiciones militares para que los bolcheviques, con un pequeño golpe de fuerza, se hicieran al poder en el país, y en los años siguientes se convirtieron en el principal destacamento de defensa de la revolución.

El último movimiento disruptivo estuvo conformado por las minorías nacionales que exigían el derecho de autodeterminación, es decir, la facultad de ser ellas mismas quienes decidieran su destino. En el fragor del desgobierno que reinaba en 1917, fueron apareciendo, con relativa rapidez, sobre todo en la parte occidental del imperio, poderes e instituciones paralelos de representación de las nacionalidades, los cuales le disputaban el ejercicio del poder al debilitado Gobierno Provisional, y muchas veces adoptaban decisiones que iban en contravía de los órganos centrales. La aparición de estos distintos contrapoderes hizo del Estado ruso un mosaico compuesto por múltiples espacios organizacionales políticos e institucionales nacionales, lo cual inevitablemente entrañaba la profundización del clima de desgobierno que reinaba a lo largo y ancho del decadente vasto imperio.

Estos cuatro movimientos entrelazados conformaron el aspecto popular y de masas de la revolución. Sus variadas conexiones convergieron en lo inmediato con un radicalismo intelectual y político, que se convertiría en su aspecto más visible, porque también estaba encaminado a desintegrar el viejo orden de las cosas. La fortaleza de este radicalismo intelectual radicaba en que avanzaba en la misma dirección hacia la cual "tendían las fuerzas vivas de la revolución", al decir de Ferro. A diferencia de las restantes organizaciones políticas que cuestionaban las actuaciones espontáneas y decididas de los amplios grupos sociales de la sociedad, los bolcheviques y un nutrido grupo de anarquistas captaron rápidamente el sentir de las poblaciones y se declararon abanderados de concederles la tierra a los campesinos, decretar la paz inmediata y sin anexiones, conceder el derecho de autodeterminación de las nacionalidades y establecer el control obrero.

Es indudable que el desarrollo de este proceso pudo haber tenido un resultado muy diferente, de no ser por la destacada participación del Partido Bolchevique, organización que fue capaz de identificarse con este conjunto de movimientos revolucionarios. El bolchevique era un partido que había crecido enormemente durante el trascendental año de 1917, y llegó a contar con cerca de 400 mil militantes. Como sugestivamente señala Ferro:

"Como los mencheviques y eseristas controlaban los soviets, aparecieron ante la gente como partidos centralizadores por lo que rápidamente se hicieron impopulares. No así los bolcheviques cuya orientación sólo conocían los iniciados: en esa fecha lejos de constituir un grupo monolítico, se escindían en grupos hostiles, como todas las otras fuerzas; pero el público comprobaba que su acción iba siempre en el sentido de la desintegración del antiguo orden de cosas, del poder gubernamental, de la autoridad de los soviets. Precisamente en el sentido hacia el cual tendían las fuerzas vivas de la revolución"30.

Si el bolchevismo finalmente triunfó fue porque supo montarse en la cresta de esa marea revolucionaria y encauzar este proceso hacia unos determinados fines. Hacia mediados de 1917, las principales consignas de los bolcheviques -las cuales Lenin había anunciado en sus famosas y polémicas "Tesis de Abril", pronunciadas luego de su regreso al país, el 3 de abril de 1917- se resumían en el traspaso de todo el poder a los sóviets, la firma inmediata y sin condiciones de la paz, el establecimiento del control obrero, la transferencia de la tierra a los campesinos y el reconocimiento del derecho de autodeterminación nacional. El programa, que no era socialista en su esencia, no difería un ápice de las populares exigencias de los campesinos, obreros, soldados, y de las minorías nacionales. Por ello, si finalmente una pequeña organización política pudo tomarse el poder en la vasta Rusia fue porque era prácticamente el único partido que actuaba en la misma dirección que las fuerzas de cambio.

Sólo se requirió un pequeño golpe de fuerza para que los restos del andamiaje de la vieja sociedad se desmoronaran. Para el 25 de octubre se tenía prevista la inauguración del Segundo Congreso de los Sóviets. Con la ocupación de algunos lugares estratégicos, y una movilización de los bolcheviques y otras fuerzas afines, se quebró el viejo orden y se consumó la revolución. Como bien ha sostenido David Priestland, la Revolución de Octubre no fue una "revolución bolchevique", sino "una insurrección bolchevique en el seno de una revolución popular radical, cuyos valores fueron respaldados durante un breve período por los bolcheviques"31.

Pero, como se ha señalado, no fue el radicalismo intelectual lo que determinó la calidad del proceso. Este estaba determinado por las acciones desarrolladas por el radicalismo popular, el cual nunca pensó ni actuó en términos de socialismo, pero sí de destrucción de todo aquello que estaba marginando a las grandes clases del desarrollo de Rusia. De esta contradicción nació la tensión que atravesaría gran parte de la historia soviética: entre la pretensión política e intelectual de construir una nueva sociedad y la inclinación popular por apegarse a lo tradicional y erradicar todo aquello que significara desigualdad y diferenciación social. Un abismo infranqueable separaba las revueltas populares de los bolcheviques. Mientras la mayor parte de los socialistas rusos, incluidos los bolcheviques, se declaraban claramente modernos y sostenían una defensa a ultranza de los valores de la razón, la ciencia, el progreso, la educación y la libertad individual, el grueso de los movimientos sociales que catapultaron a los bolcheviques al poder afirmaba todo lo contrario.

Por otra parte, la feliz connivencia entre los bolcheviques y el radicalismo popular logró sobrevivir y reproducirse gracias a la anuencia de los revolucionarios rusos de darles un cariz institucional a las principales demandas sociales; los decretos de la paz y de la tierra se promulgaron el mismo 25 de octubre de 1917, a los que posteriormente se sumarían la aprobación del decreto que reglamentaba el control obrero y la declaración de los derechos de los pueblos. Es decir, en sus primeros años el nuevo poder mantuvo dichos compromisos. Una vez finalizó la guerra interna, la adhesión social de la que había gozado el régimen comenzó a desvanecerse, y la supervivencia del régimen se logró mediante la autonomización de la alta política de la sociedad, lo que se convertiría en un rasgo inmanente del sistema soviético hasta cuando sobrevinieron la Perestroika y el Glasnost de Mijaíl Gorbachov, que pusieron en jaque dicha autonomización llevándose por delante todo el sistema.

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*Este artículo es resultado de las reflexiones y trabajo investigativo del autor desarrollado en los últimos años. No contó con financiación para su realización.

1Marc Bloch, Apologie pour l'histoire ou métier d'historien (París: Armand Colin, 1997).

2Puede consultarse: Hugo Fazio Vengoa, "El octubre ruso de 1917: una aproximación interpretativa". Historia Crítica n.° 11 (1995): 5-20; Hugo Fazio, Luciana Fazio y Daniela Fazio, Rusia, de los zares a Putin (1880-2015) (Bogotá: Ediciones Uniandes, 2015).

3Tony Judt, Cuando los hechos cambian (Barcelona: Taurus, 2015), 80.

4Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX (Barcelona: Crítica, 1997); Marc Ferro, L'Occident devant la révolution soviétique. L'histoire et ses mythes (Bruselas: Éditions Complexes, 1980).

5Giuliano Procacci, Historia general del siglo XX (Barcelona: Crítica, 2001), 21.

6Se pueden consultar: Raphael Abramovitch, The Soviet Revolution (Londres: George Allen & Unwin, 1962); Charles Carbonell, El gran octubre ruso (Madrid: Guadarrama, 1968); Helène Carrère D'Encausse, Lénine. La révolution et le pouvoir (París: Flammarion, 1979); de Robert Daniels, The Conscience of the Revolution. Communist Opposition in Soviet Russia (Boston: Harvard University Press, 1960) y Red October (Londres: MacMillan, 1967).

7Véase, por ejemplo, John Reed, Diez días que estremecieron el mundo (Madrid: Akal, 1983)

8Fernand Braudel, Historia y ciencias sociales (Madrid: Alianza, 1992), 22.

9Víctor Serge, El año I de la revolución (Madrid: Siglo XXI, 1972).

10Fernand Braudel, Écrits sur l'histoire (París: Flammarion, 1969), 303

11Bolchevique era el nombre de una corriente del Partido Obrero Socialista Ruso, que a partir de 1918 pasó a denominarse comunista.

12Orlando Figes, Peasant Russia Civil War. The Volga Countryside in Revolution, 1917-1924 (Londres: Oxford University Press, 1989).

13Véase, Theda Skocpol, Los Estados y las revoluciones sociales (México: FCE, 1985).

14Orlando Figes, La révolution russe 1891-1924: la tragédie d'un peuple (París: Gallimard, 2007), 46

15Moshé Lewin, La formation du système soviétique (París: Gallimard, 1987), 286.

16Eric Wolf, Las luchas campesinas del siglo XX (México: Siglo XXI, 1974), 143.

17Lewin, La formation, 73 y 286.

18Andrea Graziosi, L'Urss di Lenine e Stalin. Storia dell'Unione Sovietica 1914-1945 (Bolonia: Il Mulino, 2007), 95

19Reinhart Koselleck, Futuro pasado. Por una semántica de los tiempos históricos (Barcelona: Paidós, 1993).

20Moshé Lewin, Le siécle soviétique (Fayard: Le Monde Diplomatique, 1987), 348.

21Véase, León Trotsky, La Revolución de 1905, 2 vols. (París: Ruedo Ibérico, 1972).

22Oskar Anweiler, Les soviets en Russie (París: Gallimard, 1975), 130

23Marc Ferro, Les origines de la Perestroïka (París: Ramsay, 1990), 21.

24Marc Ferro, La Revolución de 1917 (Barcelona: Laia, 1975), 160-161.

25Wolf, Las luchas campesinas, 114

26Robert Service, Historia de Rusia en el siglo XX (Madrid: Siglo XXI, 2000), 55.

27Anweiler, Les soviets en Russie.

28Paul Avrich, Kronstadt 1917-1921 (París: Seuil, 1972).

29Lewin, Le siècle soviétique, 368

30Ferro, La Revolución de 1917, 426.

31David Priestland, Bandera Roja. Historia política y cultural del comunismo (Barcelona: Crítica, 2010), 102

Recibido: 16 de Diciembre de 2016; Aprobado: 11 de Enero de 2017

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