Introducción
Desde hace algunos años se advierte que en algunos campos de investigación se están tendiendo puentes entre las historiografías “hispanista” y “colonialista”, lo que deriva de una profunda renovación en los marcos teóricos explicativos al sistema de poder en la Monarquía española durante los tiempos modernos, en curso desde la década de 1980 y que va sumando cada vez más voces1. Aunque la renovación sigue varios caminos, todos tienen como punto de partida compartir críticas al paradigma nacional2 y, en menor medida, al colonial3, que es su derivado y complemento. Aquí se propone que en temas de historia económica la desconexión entre ambos circuitos historiográficos es casi total4 y cada uno opera mayormente por dentro de los marcos del paradigma nacional/colonial, aun en búsquedas que a primera vista parecen superadoras, como la historia atlántica5, la mirada imperial6 o la poscolonial7.
Al mismo tiempo, se está en un tiempo en el que la historiografía economicista promueve aproximaciones que buscan explicaciones a procesos locales y generales en términos de historias globales, trasnacionales o conectadas, emparentadas con la propuesta braudeliana de construir mundos analíticos, reelaborada por Immanuel Wallerstein8. De todo ello, se considera necesario en este artículo volver a pensar cuál es el mundo analítico a considerar antes de pensar cómo se lo inserta en los procesos globales. Desde el análisis de la circulación mercantil, que es el campo de actividad del autor, la primera historia conectada a encarar es, entonces, la de la cambiante unidad de análisis “mundo hispánico” durante los tiempos modernos.
1. Una hipótesis sobre el “mundo hispánico” que los circuitos podrían revelar
Entre la actual oferta de propuestas explicativas a la dominación en la Monarquía española en los tiempos modernos, se observa que “Monarquía compuesta/administrativa” y “Monarquía policéntrica” compiten en el campo académico desde miradas centradas en variables no económicas y estando ambas más o menos relacionadas con el paradigma jurisdiccional9 como marco teórico. Si se suman variables económicas, el tercer competidor mayor que se tiene es el “Estado fiscal-militar”. La apreciación de tal oferta académica, vista desde la historia de un dominio americano, depende de la adhesión o no del observador al paradigma nacional/colonial, para luego ponderar la concordancia que ofrecen las observaciones empíricas con los modelos propuestos en el momento de insertarlas en la explicación del conjunto “Monarquía española”. Para el “colonialista” lo esencial es el lugar de los dominios extrapeninsulares en el conjunto. Si la reflexión se hace aceptando las críticas a la pertinencia del paradigma nacional, necesariamente se llega a cuestionar el paradigma colonial, con lo que el “colonialista” estará en serios problemas, más si se dedica a la historia económica10.
Aceptado el desafío, como se sabe “Monarquía compuesta” es de la década de 1970, se difunde gracias a John H. Elliott11 desde observaciones para la Monarquía española que se encuentran con otras similares para la británica (‘Multiple kingdoms’), y ha sido objeto de indagación sobre su aplicabilidad al resto de las soberanías europeas12. El modelo en su aplicación hispana puesto a rodar en el tiempo, y ya bajo la mirada jurisdiccional, hace que “Monarquía compuesta” parezca aplicable a los siglos XV-XVII, en tanto que para el siglo XVIII y hasta la crisis del Antiguo Régimen se propone que adquiere los contornos de “Monarquía administrativa”.
En relación con América, “Monarquía compuesta/administrativa” nada cambia en esencia a la visión tradicional decimonónica y sin demasiados inconvenientes puede ser integrada con aportes elaborados desde puntos de vista estatalistas. Es el límite que ofrece la propuesta para mis investigaciones, ya que la “España” unitaria del modelo clásico reaparece plenamente cuando “Monarquía compuesta/administrativa” vuelve a ser una unidad política que tenía “colonias”, en explicaciones que se conjugan bien con otras elaboradas desde el paradigma colonial que son moneda corriente en la actualidad. Proponen que las “colonias” en un tiempo gozaron de cierta autonomía bajo la cual se formaron identidades “protoestatales”13 o que se tradujo en una “independencia informal”14 y que en otros fueron objeto de una “segunda conquista”15, que se puede asociar a una “revolución en el gobierno”16 tendiente a redefinir el “pacto colonial” al pasar “España” “de la impotencia a la autoridad”17.
Tal vez más conocido por los interesados en algún aspecto de la historia económica, “Estado fiscal-militar” tiene su origen en la historiografía británica; desde un campo de análisis más clásico se pregunta por el desarrollo del “Estado moderno” y su relación con el del capitalismo sobre la base de la existencia de caminos más o menos exitosos hacia el mundo contemporáneo18. Aporta dentro de ese modelo una explicación de base economicista centrada en la agenda del actor “Corona”. En su aplicación al “mundo hispánico”, si bien toma nota de la diversidad de situaciones peninsulares en relación con el poder monárquico, cuando mira a América nuevamente se está ante una masa homogénea, las “colonias” del modelo clásico19. En este punto no parece inoportuno recordar que reducidos los diversos lenguajes académicos a sus componentes esenciales y encontrando total coincidencia entre las diversas orientaciones ideológicas, la colonialidad americana en los tiempos modernos se basa en variables económicas (mercados cautivos y fuentes parasitarias de renta) y a partir de ellas se establece que todos los aparatos de la dominación (jurídicos, políticos, fiscales, religiosos, militares) estaban orientados a la concreción de los objetivos económicos metropolitanos20.
Desde la década de 1990 se toma conciencia de que hay investigaciones de base económica o económico-social cuyos resultados empíricos, proponiéndoselo o no, muestran que aunque se use el lenguaje del paradigma colonial (inserto en las visiones clásicas o apelando a la parte colonialista de “Monarquía compuesta/administrativa” o “Estado fiscal-militar”), se puede poner en duda el componente económico de la categoría “colonia”, lo que equivale a cuestionar la categoría en sí. Tomando trabajos de síntesis producidos en el inicio del problema historiográfico que se describe, Ruggiero Romano21, puede servir de ejemplo de todas las tensiones entre los marcos teóricos dominantes y las evidencias. En su viejo interés por el debate en torno a la crisis del siglo XVII, Romano -aún con todos los elementos a la vista- no llega a recomponer el conjunto “mundo hispánico” en tanto que unidad pertinente de análisis, aunque recupera las bases teóricas de lo que por ese mismo tiempo se estaba difundiendo como “Monarquía compuesta”22 y elabora una argumentación para sostener el paradigma colonial que los datos que pone en relación debilitan. Del mismo modo, otro referente de la historiografía “colonialista”, Jorge Gelman, en uno de sus trabajos que se dedican al siglo XVII, se muestra sorprendido ante los datos que lo invitan a tener que volver a pensar la relación metrópoli-colonias: “En realidad creemos que ya hay bastantes ejemplos que muestran que esta relación es sumamente compleja y que de hecho hay una relativa autonomía en el desarrollo de las economías americanas, que no se pueden explicar solamente por la marcha de las economías europeas ni por la intensidad de sus relaciones con América. ¿Cómo interpretar entonces esa relación? Es algo en lo que ya no nos atrevemos a aventurarnos”23.
Aventurado en ese terreno, se observa que desde el comercio resulta dificultoso seguir analizando los mercados americanos en tanto que cautivos coloniales (y no sólo por el fraude por dentro del sistema legal o por el comercio directo por fuera de él), sobre todo observando las cifras a la luz de los resultados de las investigaciones en torno a las redes de relaciones interpersonales o comparando con investigaciones para el comercio en los dominios peninsulares. Desde la historia fiscal, también se esfuma la visión de las sociedades americanas, en tanto que fuentes parasitarias de renta en beneficio de la metrópolis, más si se suma como comparación los estudios de fiscalidad para los dominios peninsulares24. Haciendo foco en las investigaciones que ponen el acento no sólo en la recaudación sino también en el gasto fiscal se observa, además de que la mayor parte de lo recaudado en América se gastaba allí, que no siempre la transferencia de recursos de la Real Hacienda fue en la dirección América-Europa o que buena parte del costo y de la “cuota de sangre” de la defensa de la parte americana del conjunto pesó sobre las sociedades de los dominios europeos25. Se aleja aún más la colonialidad clásica al observar a los americanos, que tozudamente se niegan a pagar derechos, incentivar la gracia real a través de préstamos y donativos26.
Me parece que la búsqueda de puentes entre la renovación de las explicaciones a partir de la historia crítica del derecho o la historia social de la justicia, por ejemplo, y los datos que aporta la historiografía económica y económico-social, tornan atractiva la apuesta más osada entre las que conoce el autor de este texto para explicar la monarquía española en los tiempos modernos: “Monarquía policéntrica”27. En las formulaciones teóricas, al menos, se viene proponiendo una opción que busca eliminar no sólo las interferencias del paradigma nacional sino también las del colonial. Sin embargo, hasta donde conozco la producción del colectivo que impulsa la propuesta explicativa, algunos de sus integrantes no ven contradicciones en que la “Monarquía policéntrica” tenga “colonias”. En general, la variable económica de la dominación forma parte de un contexto construido con informaciones generadas desde dentro del paradigma nacional/colonial, con lo que la visión clásica que buscan superar en cierto modo se les cuela por debajo de la puerta.
El tema de la variable económica remite a otro problema, que sólo se recuerda en este texto, que es más complejo que los expuestos hasta aquí, los contiene y supera los debates en torno al caso hispano. Cómo se decía antes, si existe, ¿cuál es el determinante de último término de la dominación? ¿Sigue siendo pertinente la cuestión? ¿“Monarquía compuesta/administrativa”, “Estado fiscal-militar”, “Monarquía policéntrica”, y otras búsquedas sobre las que no me detengo ahora28, explican la naturaleza y los fines últimos del sistema de dominación o uno de sus subsistemas, el entramado político-institucional? ¿Entramado determinado por un universo cultural o por objetivos en su base económicos de quienes lo controlan o aspiran a controlarlo en sus distintos niveles? Desde el mundo de los intereses económicos vistos en la crudeza de los actos concretados para alcanzarlos por los sujetos históricos en acción29, ¿el paradigma jurisdiccional explica los objetivos y fundamentos reales de la dominación o su discurso, mecanismos de funcionamiento y de legitimación? ¿Es al Antiguo Régimen lo que la Nación al actual?
Más allá de los problemas y desafíos de la investigación en torno al “mundo hispánico” en los tiempos modernos someramente reseñados y que excede mis objetivos específicos resolver, el historiador económico debe tomar nota de un elemento común a todas las búsquedas: el buen fundamento del rechazo a la delimitación de las observaciones retrotrayendo en el tiempo la territorialidad de los Estados-nación costosamente constituidos a lo largo del siglo XIX y su contrapartida, el esfuerzo por diseñar las observaciones en función de los cambiantes contornos del conjunto ‘monarquía española’ y de los subconjuntos que la componían. Así como estalló “España” como unidad analítica para los “hispanistas”, para los “americanistas/colonialistas” está estallando “América” como bloque analítico y cada uno de sus Estados-nación retrotraídos en el tiempo.
Este elemento por sí solo conlleva cambios en las observaciones y explicaciones, también cuando se efectúan desde la perspectiva económica y dentro de ella, cuando la mirada es desde la circulación mercantil. Lleva a preguntarse cuáles son en el pasado los conjuntos espaciales reales a delimitar, observar, medir (en la medida de lo posible), interrelacionar y explicar. La primera hipótesis a sondear se relacionaría, entonces, con la identificación de los mercados que componían el “mundo hispánico”. Así, para elaborar esa hipótesis, se puede seguir el camino señalado por Carlos Sempat Assadourian30, en cuanto a que los análisis centrados en la circulación mercantil ofrecen un buen mirador para observar a través de las configuraciones y reconfiguraciones de los circuitos mercantiles, las bases económicas y políticas que a lo largo del tiempo intervinieron en la conformación de unidades político-administrativas y las características de la dominación lograda por una minoría o conjunto abigarrado de minorías entrelazadas, así como sus objetivos vistos a través de su accionar económico y los medios puestos en práctica para alcanzarlos. Todo teniendo presente que “la circulación no configura una esfera autónoma, sino que está determinada por la producción y las relaciones en ella establecidas”31.
En ese mundo de ideas y en función de observaciones sobre la circulación generadas por fuera del paradigma nacional/colonial, así como reordenando información de base provista en trabajos pensados desde miradas clásicas, la hipótesis general que guía las investigaciones de las que emerge este ensayo en relación con el componente económico del “mundo hispánico” es que es posible que ese mundo haya estado conformado por un conjunto de espacios económicos parcialmente superpuestos unos con otros, pero raramente todos entrelazados en primer grado, a no ser por la presencia de dos actores comunes a todos: la Corona y las redes mercantiles. Los complejos productivos señalados por la circulación revelarían diversos centros emergentes del juego de las fuerzas económicas y/o de intentos de creación desde la Corona. En cierto sentido, una red policéntrica.
En cuanto a sus dinámicas, se intuye que sin que haya signos de la existencia de un plan, el proceso histórico resultante del diálogo entre la agenda de la Corona32 desde tiempos de Carlos II (1665-1700) y las de las oligarquías regionales a ambos lados del Atlántico (con la Corona y entre ellas cuando lo hicieron) permitirían detectar como resultado una suerte de malograda o incompleta formación de un gran mercado interno monárquico políticamente regulado, con tendencia a la libre circulación interior y especializaciones regionales del trabajo potenciadas o promovidas políticamente, así como esfuerzos por cerrar o limitar de modo selectivo las vinculaciones con los mercados extrahispánicos. A comienzos del siglo XIX, esta política “mercado-internista”, se podría decir, habría sido rechazada por las oligarquías comarcales americanas (en buena medida por influjo de las perturbaciones impuestas por el ciclo de guerra más que por un cambio ideológico) y el “comercio libre” habría sido preferido al “libre comercio” por los sectores productivos volcados a los mercados extra-americanos, lo que sería una de las variables a considerar a la hora de buscar explicaciones a las no buscadas independencias americanas. De ese conjunto de mercados que habrían compuesto el mundo hispánico interesa aquí en particular uno, el espacio económico rioplatense y las regiones que lo componen (en especial su cabecera, la región Río de la Plata).
2. La región Río de la Plata y el espacio económico rioplatense33
En la historiografía “colonialista” relacionada con la economía, y como ya se mencionó, el primer paso con fuertes repercusiones por devolver la espacialidad que tenían en el tiempo de observación las unidades analíticas a considerar fue dado por Sempat Assadourian desde fines de la década de 196034. Su objetivo no era cuestionar los modelos generales y menos aún el paradigma colonial, sino explicarlo mejor en el contexto de los debates en torno a la teoría de la dependencia y desde el campo materialista de observación. En sus textos, si bien se toma nota de las distorsiones que supone para la investigación retrotraer los marcos territoriales de los Estados-nación hispanoamericanos laboriosamente consolidados en la segunda mitad del siglo XIX, no se aplica el mismo principio a la observación de las relaciones entre los espacios económicos americanos y extra-americanos, pertenecientes o no a la Monarquía española. Así, cuando se llega a los puertos, América se conecta con mercados internos nacionales y uno de ellos es el español que domina los americanos sobre bases coloniales. Al mismo tiempo, y también siguiendo el ejemplo de Sempat Assadourian, y aunque de modo distinto a como él lo hizo, se eligió convertir en herramienta de análisis histórico las ideas de François Perroux en torno a los espacios económicos, que proponía como política económica a mediados del siglo XX.
La reflexión emprendida a partir tanto de los trabajos de Sempat Assadourian (y de quienes siguieron sus huellas) como de Perroux lleva a que el primer paso sea definir, sobre la base de la determinación de lo que pueden ser circuitos de comercialización interna de proximidad, lo que se llama espacios económicos homogéneos. También detectar las actividades productivas que los estructuran hacia adentro y que los ponen en relación con otros espacios económicos a través de la circulación. Se suma al esquema que para completar el cuadro de las economías regionales y sus relaciones con otras, hay que incorporar a la consideración de la Corona en tanto que depredadora, su papel como agente dinamizador, a través del gasto realizado para el sostenimiento de los aparatos políticos, judiciales, fiscales, religiosos y militares del sistema de dominación35.
Así, la región Río de la Plata durante los tiempos modernos -en tanto que espacio económico homogéneo- estuvo constituida por territorios dominados efectivamente por los occidentales a ambas orillas de los ríos de la Plata y Uruguay, con fronteras difusas hacia el interior de las tierras en distintos momentos y con un alto grado de autonomía para su vida interna; aun pasándose por sobre los conflictos entre las coronas española y portuguesa por el dominio de la región y/o integrándolos dentro de sus estrategias mercantiles por los actores. Es un espacio acuático y térreo, articulado por un complejo portuario, sin solución de continuidad a la hora de analizar los campos de fuerzas económicas que lo integran hacia adentro o de seguir el rastro de las que lo vinculan con otros espacios económicos americanos y extra-americanos.
La economía regional se organiza en torno al complejo portuario que la articula internamente, al tiempo que sirve de nexo con los circuitos ultramarinos, los fluviales en dirección de Paraguay y los terrestres en dirección de los otros dominios españoles y de los portugueses en América. También la integra un denso complejo productivo36, que provee bienes destinados a la exportación (por ejemplo, ganados mular y bovino en pie hacia otros espacios hispanoamericanos o brasileños; cueros y otros derivados bovinos para los mercados ultramarinos). Ese complejo productivo regional asimismo provee exitosamente (y generando además procesos de complementariedad interregionales) el consumo de la población local y de las tripulaciones de los navíos del comercio y del Rey para sus viajes de regreso, así como para soldados (en tránsito o en operaciones en la región). Finalmente, la región cuenta con un muy activo sector de servicios37, desde todos los necesarios para el funcionamiento de la plaza mercantil con operaciones a enormes distancias en todas direcciones, hasta los relacionados con el mantenimiento a flote de las embarcaciones, pasando por los relacionados con el resto de las necesidades logísticas de la Corona y del comercio.
La región tuvo una espacialidad cambiante a lo largo del tiempo, en función de la densidad de la ocupación occidental, de las relaciones de la sociedad hispano-criolla con las indígenas independientes y de las relaciones entre españoles y portugueses. Llega a una extensión e integración máximas en el período virreinal. Para este período, se ha propuesto una delimitación aproximada a través de dos observaciones entrecruzadas. En primer lugar, el tipo de tratos mercantiles que revelan una circulación interna de proximidad entre el comercio de la capital y, por un lado, minoristas y consumidores directos y, por otro lado, los establecimientos productivos a través del aporte de insumos. En segundo lugar, los desplazamientos de personas que revelan movimientos de propietarios de establecimientos productivos y de mano de obra (Mapa 1)38.
El segundo paso es ver cómo esos espacios homogéneos se relacionan con otros. Cada espacio homogéneo tiene sus actividades productivas y puede ser que la actividad dominante de uno de ellos genere de modo directo o indirecto efectos de arrastre sobre otros espacios, instalándose complementariedades que conducen a procesos de integración. Cuando eso pasa, surgen los espacios económicos polarizados, que, según sea la intensidad de las relaciones que se tejan detrás de las económicas, pueden llegar a coadyuvar en la definición o la redefinición de las relaciones institucionales entre ellos. El único aporte a este esquema es que si se realiza este tipo análisis para las sociedades americanas, hay que mantener la coherencia de la mirada y pensar en cómo se relacionan los espacios económicos americanos con los extra-americanos y no con mercados nacionales. Una derivación es considerar los tratos ultramarinos americanos por dentro de la Carrera de Indias, en tanto que fenómenos de circulación interna a gran distancia y no ya como comercio colonial.
A partir de preguntas en torno a qué revelan los millones de pesos salidos por el complejo portuario rioplatense39 y el análisis de los actores del tráfico40, se observa que no reflejan la economía regional rioplatense de modo principal, sino el conjunto de operaciones mercantiles llevadas a cabo en el cada vez más extenso y denso conjunto de rutas que se abren desde el complejo portuario rioplatense hacia el interior americano. La participación de la economía regional en la conformación del total sólo se podría conocer tras establecer qué parte de los bienes aportados por los navíos fue consumida en la región y lo que deja esa circulación en ella; es decir, la parte que le corresponde a la sociedad local por sus servicios de mediación, desde las comisiones de los comerciantes o los beneficios de los comerciantes locales que operan por cuenta propia (que eran los menos), hasta los jamones comprados por los despenseros de los navíos para los viajes de regreso. Pero en esencia, se trata de un comercio que opera a través de Río de la Plata, pero que no es mayoritariamente de Río de la Plata, tanto por el origen mayoritario de los fondos invertidos como por el destino de los beneficios. Recién en la segunda mitad del siglo XVIII toma cuerpo un sector que puede ser definido como el comercio local, que primero a través de juntas (desde 174841) y desde 1794 de un Consulado, buscó sumar su voz a la maraña de poderes del antiguo régimen hispánico42.
De la articulación entre los intereses locales y ultramarinos emerge un espacio económico polarizado, el espacio económico rioplatense, que logra revertir desde comienzos del siglo XVIII la polarización previa en dirección de Lima-El Callao, arrastrando bajo su influjo inclusive parte de Chile (el corregimiento de Cuyo) y en menor medida el Alto Perú. Un espacio económico que tal vez anticipe en un siglo el quiebre del espacio peruano, tal como lo había propuesto Assadourian43, y que quedaría delimitado por el complejo portuario rioplatense, que se proyecta aguas arriba hacia el Paraguay44, y dos complejos portuarios secos, el cuyano45 y el salto-jujeño46. Todo articulado por una densa red de caminos de agua y tierra, animados por diversos tipos de empresarios transportistas47 (ver mapa 2).
Las complementariedades y contradicciones derivadas de la articulación de intereses definen la vida regional. Una de las tantas variables a considerar se relaciona con el establecimiento de cuáles eran los objetivos y las estrategias puestos en marcha por la Corona y lo mismo para las oligarquías regionales. De su encuentro emerge el proceso a explicar. En él, no se ven sólo las relaciones Corona/espacio económico, espacio económico/Corona, sino también relaciones entre espacios económicos entre sí y buscando utilizar a la Corona para dirimir conflictos dentro de ellos o entre ellos, que es del modo como se entiende el funcionamiento del “coro” policentrado. La Monarquía interviene en la vida regional en función de su primer interés, que es asegurar esa frontera “caliente”, y se transforma así en un muy activo agente dinamizador de la economía regional al gastar en la región sumas de dinero recaudadas en otros espacios americanos y extra-americanos. También interviene reorganizando la estructura administrativa general, creando un virreinato que le permita controlar mejor los flujos del espacio económico rioplatense a través de la aduana porteña creada en 177848.
El tercer tipo de espacio económico propuesto por Perroux, la región-plan, es el objetivo último de sus reflexiones y propuestas de política económica: la intervención de los poderes públicos para crear exnovo un espacio polarizado o terminar de impulsar la conformación de uno en ciernes mediante reformas administrativas que inclusive borren o redefinan las fronteras nacionales. No busco en el antiguo régimen la intención virtuosa que Perroux reclamaba a los poderes políticos de su tiempo para construir un capitalismo “a rostro humano”. Simplemente se observa que llegado un momento la Corona asume las complementariedades regionales existentes y adapta la estructura política a ello49, aunque sin dejar de buscar imprimir orientaciones. El Virreinato del Río de la Plata no se corresponde por entero al espacio económico rioplatense existente en el momento de su creación y si bien entiendo el acto administrativo como la aceptación de la realidad de los circuitos, la inclusión del Alto Perú en él obedecería más una intención a futuro que a la realidad de integración polarizada en dirección de Río de la Plata que muestran los estudios. De allí que sea posible aplicar, sin torturarla demasiado, la idea de región-plan en este caso. Pero tales objetivos deben ir acompañados de capacidad para hacerlos cumplir y tiempo de consolidación. Como se conoce, la Monarquía española no tuvo ni una ni otro y lo que fuera que estaba intentando fue abortado por la crisis desatada en 1808.
Cierre
Este trabajo no puede tener conclusiones, a lo sumo un cierre que señale que el ensayo de síntesis esbozado sólo pretende dar forma a algunas de las preguntas y caminos de respuestas de un “americanista” que busca reconstruirse en un “mundohispanista”, o como quiera que se llamen quienes intenten abordar la historia de la monarquía española en los tiempos modernos por fuera de los marcos de análisis de los paradigmas nacional y colonial.
De modo independiente de los diversos caminos abiertos por la crítica del paradigma estatalista y del punto en el que se encuentran las reflexiones, no se puede negar, y más desde la historia económica, que el buen fundamento del señalamiento de que se estaba operando sobre la base de unidades de análisis anacrónicas alcanza para que se desmoronen las explicaciones existentes. Emergieron otras para sustituirlas y buscan explicar principalmente los “porqué” y los “cómo”. Lo económico no ocupa el mismo lugar en ellas que cuando nos preguntamos los “para qué”. La insatisfacción que me genera “Monarquía compuesta/administrativa” o “Estado fiscal-militar”, se debe a que a pesar de que los presupuestos teóricos de una o la evidencia recogida por el otro, deberían haber desembocado en el abandono del paradigma colonial, no es el caso y ello determina que no se hayan recompuesto las correctas unidades de análisis, cuya búsqueda estuvo en el origen de la renovación. Por su parte, “Monarquía policéntrica” sí llega a ese cuestionamiento y recompone las unidades de análisis pertinentes, pero de algún modo la explicación de base colonialista sigue operando y la economía no juega un papel destacado en sus análisis. En última instancia, en el plano del problema general, el sistema de dominación y su explicación, tal vez falte que en la historiografía modernista del “mundo hispánico” se sume con fuerza a la renovación la historiografía económica en sintonía con el estado de las reflexiones generales desde otros campos de investigación y los “para qué” que provea se sumen a las explicaciones en torno a los “cómo” y los “porqué”.
En relación con la lectura ofrecida de la economía rioplatense y sus articulaciones espaciales, emergente de trabajos propios, de investigadores que orienté a lo largo de los años y el reaprovechamiento de informaciones de base presentes en la bibliografía elaborada desde los paradigmas nacional/colonial, supone varias diferencias con lo establecido sobre diversos objetos de estudio parciales y suma variables a las explicaciones, que desde la economía se preguntan por los procesos de formación de los Estados-nación y sus mercados internos en una duración más amplia que la señalada por la crisis que deriva en las independencias americanas. Al ser este un horizonte problematizador mayor, tal vez convenga cerrar con él este ensayo como modo de última argumentación en torno a la potencial utilidad de la adopción de una mirada posnacional.
Carlos Sempat Assadourian fue si no el primero, al menos uno de los primeros historiadores en tomar conciencia de las serias distorsiones que generaba en los análisis cuando se basaban en unidades de observación que retrotraían en el tiempo la territorialidad de los Estados-nación, trabajosamente construida a lo largo del siglo XIX y comienzos del siglo XX. En 1972 escribía:
“Los límites geográficos impuestos a nuestro campo de observación requieren una breve explicación. Hemos esquivado el vicio tan frecuente de aplicar al tiempo colonial la noción moderna de espacio nacional que corresponde ciertamente a otra circunstancia histórica. El uso de esta arbitraria noción de espacio lleva a confusiones notables. Es que al levantar vallados y parcelar equívocamente los espacios reales de la historia colonial, los fenómenos económicos se vuelven ininteligibles a fuerza de ser circunscritos a extensiones geográficas que resultan inadecuadas para aprehenderlos en su totalidad. Recordemos a manera de simple ejemplo una forma de desvirtuación: en los análisis sobre la economía colonial se transforman en variables y factores externos aquellos que única y cabalmente son variables y factores internos. Teniendo en cuenta la trascendencia que conceden los interesados en los problemas del desarrollo a la distinción entre externo e interno, disipar la confusión no implica un amanerado cambio de palabras sino una precisión fundamental para detectar correctamente los procesos concretos”50.
A partir de estas ideas Assadourian logra ver que, por sobre las posteriores fronteras nacionales, las fuerzas económicas (poniendo mucho acento en las intenciones de los grupos de poder que las orientan) habían dotado de un alto nivel de integración un conjunto de mercados, que se correspondían con la territorialidad del Virreinato del Perú de los siglos XVI y XVII, llamándolo en términos económicos, como es sabido, el espacio colonial peruano51. Assadourian deja planteado entre muchas otras cosas que el espacio peruano entró en crisis durante la segunda mitad del siglo XVII pero sin quebrarse. La desintegración se habría dado en dos etapas, reveladas por cambios en la organización política del territorio. La primera, aún en el Antiguo Régimen, sería visible con la creación de los virreinatos de Nueva Granada y del Río de la Plata, que reducían el viejo virreinato peruano a una territorialidad más acorde con los circuitos engarzados en la capital. La segunda, ya en el siglo XIX, es revelada por la estructuración de los mercados nacionales soporte de los Estados-nación por entonces emergentes.
La única modificación que recibió el esquema de 1972 se publicó en 2010 y es mayor. Si en los textos ya clásicos Assadourian proponía la detección de una crisis en el espacio peruano a mediados del siglo XVII, que era seguida por una larga etapa de desestructuración culminada a mediados del siglo XIX con la disolución, en 2010 y -junto a Silvia Palomeque- concentra la crisis y desestructuración durante las guerras de Independencia52. Ahora bien, el conjunto de ideas observadas desde los cambios en las explicaciones sobre los contextos en que Assadourian insertaba sus estudios particulares, más un conjunto de investigaciones sobre circuitos, induce a proponer precisiones y alguna modificación al esquema. Si bien siempre al comienzo está el espacio peruano y al final los mercados nacionales, el camino pudo haber sido levemente diferente al intuido por Assadourian.
Si se observa el resultado final del desmembramiento del virreinato del Río de la Plata y se relacionan las territorialidades con lo dicho en torno a los circuitos, parecería que los grupos dominantes de los espacios que tras 1810, a pesar de tantísimos conflictos entre ellos, mucho más intensos que los que dieron por la Independencia, nunca pensaron seriamente que podrían ser unidades autónomas viables. Entre 1810 y la década de 1830 se puede observar que los grandes conjuntos están definidos. Paraguay ya en 1811 tiene la capacidad de erguirse en unidad autónoma, arrastrando los espacios que se anudaban económicamente en Asunción. El viejo Alto Perú, con alguna modificación, cierto, devino la República de Bolivia. El resto, es decir, el viejo Tucumán, Cuyo y Río de la Plata hicieron varios intentos organizativos, mientras Río de la Plata se fragmentaba con la separación de la banda norte bajo la forma de República Oriental del Uruguay (1828).
Como se recordará, se propuso en este texto a partir de la observación de los circuitos que señalaban un alto grado de integración entre el Tucumán, Cuyo y Río de la Plata durante el Antiguo Régimen que las fuerzas económicas que los habían integrado en un espacio económico polarizado en dirección de Río de la Plata y que la Corona que buscó potenciarlo y orientarlo hacia sus intereses sumándole Paraguay y Alto Perú, para crear lo que denomino el espacio económico rioplatense. Se puede proponer entonces que los lazos económicos entre las regiones fueron más fuertes que las intenciones de la Corona y el conflicto emergente de la crisis desatada en 1808. No parece desatinado proponer que si el Tucumán, Cuyo y Río de la Plata (menos la banda norte) terminaron conformando la República Argentina, una de las bases principales de la explicación puede ser su integración económica previa o, lo que es lo mismo, el entretejido profundo de redes de intereses complementarios y, sin duda, también contradictorios entre los grupos dominantes en cada una.
Pero con un cambio mayor. Si en el análisis de la formación del espacio económico rioplatense, emergente del quiebre del espacio peruano antes de lo vislumbrado por Assadourian, la integración entre sus componentes se debe en primer término a un concierto de voces que haciendo primar la complementariedad por sobre el conflicto lograron durante tres siglos un sistema de dominación altamente estable, tras 1810, en la formación de la República Argentina y la Oriental del Uruguay hay que prestar más atención a procesos que desbalancearon los equilibrios. En el caso uruguayo, parece necesario revisar las explicaciones que ponen el acento de su creación en los primeros estertores del imperialismo decimonónico. En el caso argentino, sigue siendo central el papel de Buenos Aires. Como se recordará, Perroux proponía diferencias entre los espacios polarizados y los de planificación, y esas ideas, por ejemplo, guiaron en parte la construcción de la Unión Europea.
El relativamente libre juego de las fuerzas económicas durante el Antiguo Régimen, guiado por un coro policentrado de voces en el que ninguna lograba plena hegemonía, había dado lugar a la integración entre el Tucumán, Cuyo y Río de la Plata. El esfuerzo de intervención de la Corona para controlar sus flujos y alcanzar objetivos asociados al absolutismo como estaba desplegando en todos sus dominios, fuerza la integración a ese espacio del Alto Perú y de Paraguay. Ello dio lugar al Virreinato del Río de la Plata y al espacio económico rioplatense, una región-plan antes que un espacio polarizado. El quiebre del Antiguo Régimen rompió los equilibrios y Buenos Aires -como se ve desde la historia política- emprende esfuerzos por ocupar el lugar de la Corona53. Mediante la negociación, pero más por la violencia y el control económico, genera un espacio económico porteño, o mercado interno de la República Argentina54.
De este modo, es posible entonces que los circuitos, como se proponía al comenzar, tengan su parte de explicación en los procesos de formación de los Estados-nación, llegando de otro modo al mismo resultado que Assadourian y a partir de explicaciones que complementan las suyas. También ofreciendo más perspectivas a los enfoques centrados en la historia política y tornando comprensibles algunas trayectorias que parecen inciertas porque habrían estado en buena parte guiadas por intereses económicos anudados de antiguo, que ni la revolución ni la guerra lograron quebrar, aunque sí resignificar bajo los imperativos de Buenos Aires.
Las hipótesis presentadas son eso, hipótesis, en diverso grado de sustentación. En esta instancia más que su validación es necesario explorar si el punto de vista que se busca adoptar en temas de historia económica, “mundohispanista”, tiene el potencial que le atribuyo. También si sus presupuestos (la desconexión entre circuitos historiográficos y sus derivaciones) y sus bases analíticas (el alejamiento del modelo nacional/colonial para el Antiguo Régimen, la opción de la economía espacial como herramienta para identificar los conjuntos pertinentes a analizar) son admisibles. Si lo fuesen, en algún momento será cosa de complementar resultados con el policentrismo columnario con el que me invitan a explorar los circuitos.