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Historia Crítica

versão impressa ISSN 0121-1617

hist.crit.  no.72 Bogotá jan./abr. 2019

https://doi.org/10.7440/histcrit72.2019.01 

Tema abierto

Los registros conventuales como fuente para la historia económica. Aproximaciones metodológicas a partir del caso de Santa Fe (Argentina), 1700-1850*

Conventual Records as a Source for Economic History. Methodological Approaches Based on the Case of Santa Fe (Argentina), 1700-1850

Os registros conventuais como fonte para a história econômica. Aproximações metodológicas a partir do caso de Santa Fé (Argentina), 1700-1850

Julio César Djenderedjian** 

Carina Frid*** 

Juan Luis Martirén**** 

**Profesor Regular Adjunto del Departamento de Historia de la Universidad de Buenos Aires (Argentina) e investigador del Conicet (Argentina). Licenciado y Doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires. Miembro del grupo de investigación Consumo, nivel de vida y desigualdad de la colonia al Centenario. Entre sus publicaciones más recientes se destaca: “Los costos de la modernización. Cambios en los factores tierra y trabajo en Entre Ríos, Argentina, entre 1830 y 1880”, América Latina en la Historia Económica 26, n.º 2 (2019) [en prensa], y, en coautoría con Juan Luis Martirén, “Precios, producto agrario y niveles de vida en las fronteras rioplatenses, 1700-1810: una nueva mirada sobre el crecimiento económico tardocolonial”. Revista de Historia Económica-Journal of Iberian and Latin American Economic History 33, n.° 1 (2015): 123-152. juliodjenderedjian@yahoo.com.ar

***Profesora Titular en Historia Económica de la Universidad Nacional de Rosario (Argentina) e investigadora del Conicet (Argentina). Profesora en Historia Universidad de Buenos Aires (Argentina) y Magíster en Historia, University of Calgary (Canadá). Miembro del grupo de investigación Consumo, nivel de vida y desigualdad de la colonia al Centenario. Es autora de los artículos: “Precios y crisis en una economía rioplatense. Santa Fe (1790-1850)”, en América Latina en la Historia Económica, vol. 24 (México: Instituto Mora, 2017), 59-92, y “La evolución de los salarios en una economía en crisis: Santa Fe en la primera mitad del siglo XIX” (ponencia presentada en el XV Congreso de la Sociedad Española de Historia Agraria, Lisboa, SEHA, 2016). carinafrid@gmail.com

****Investigador del Conicet, con sede de trabajo en el Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”-UBA/Conicet (Argentina). Doctor en Historia por la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires (Argentina). Miembro del grupo de investigación Consumo, nivel de vida y desigualdad de la colonia al Centenario. Entre sus publicaciones recientes se destaca el libro La transformación farmer. Colonización agrícola y crecimiento económico en la provincia de Santa Fe durante la segunda mitad del siglo XIX (Buenos Aires: Prometeo, 2016), y el artículo, en coautoría con Daniel Moyano, “La formación de mercados de alimentos en Argentina. Un análisis sobre la comercialización de las harinas de trigo entre Santa Fe y las plazas norteñas”, en América Latina en la Historia Económica 26, n.° 1 (2019): 1-25. jlmartiren@hotmail.com


Resumen

Objetivo/contexto:

El artículo pone el foco en una problemática común a la historia económica de América Latina preestadística: la carestía de fuentes y las dificultades metodológicas para estudiar la evolución de los niveles de vida en el largo plazo.

Metodología:

Se parte para ello de un estudio de caso, la ciudad de Santa Fe, un enclave comercial del Río de la Plata tardocolonial, donde se asentaron cuatro órdenes religiosas desde el siglo XVII. Se exponen series seculares (1700-1850) de precios de dos alimentos básicos (yerba mate y azúcar), elaboradas a partir de libros contables de conventos, con la intención de demostrar las ventajas y las dificultades que presenta esta fuente para el estudio de los hábitos de consumo, la evolución de los precios de los alimentos y de las condiciones de vida en determinados ámbitos urbanos de la época colonial. La presentación incluye comparaciones de los precios en distintos conventos a lo largo del período, y se discuten específicamente las dificultades para la construcción de índices ponderados.

Originalidad:

Si bien se trata de una fuente ampliamente utilizada por la literatura académica que analizó el período, nunca se habían realizado comparaciones específicas entre las contabilidades de las distintas órdenes religiosas, en particular para una ciudad periférica del Virreinato del Río de la Plata.

Conclusiones:

Los resultados obtenidos no sólo muestran la utilidad de la fuente, sino también evidencian las dificultades que existen para la construcción de series que permitan analizar niveles de vida en el largo plazo. Alertan en este sentido sobre la necesidad de estudiar detalladamente las particularidades de cada caso antes de realizar grandes comparaciones internacionales.

Palabras clave: Argentina; consumo; conventos; precios; Santa Fe

Abstract

Objective/context:

This article focuses on a problem common to the pre-statistical economic history of Latin America: the scarcity of sources and the methodological difficulties in studying the evolution of standards of living over time.

Methodology:

We begin with a case study done on the city of Santa Fe, a commercial enclave of the late-colonial Río de la Plata, where four religious orders had settled since the 17th century. Long-term records (1700-1850) from accounting books of convents, which included prices of two basic foodstuffs (yerba mate and sugar), are shown in order to demonstrate the advantages and difficulties of using this source in studying habits of consumption, the evolution of food prices and living conditions in certain urban areas of the colonial era. The exposition includes comparisons of the prices in different convents throughout the period, and specifically discusses the challenges in constructing weighted indexes.

Originality:

Although these records are widely used by the academic literature analyzing this period, no specific comparisons had been made between the accounts of the different religious orders, particularly for a peripheral city of the Viceroyalty of the Río de la Plata.

Conclusions:

The final results show not only the usefulness of the source, but also the difficulties in constructing long run series to analyze living standards. Specific and detailed case studies are useful tools in order to improve broad international comparisons.

Keywords: Argentina; consumption; convents; prices; Santa Fe

Resumo

Objetivo/contexto:

O artigo coloca o foco numa problemática comum à história econômica da América Latina do período pré-estatístico: a falta de fontes e as dificuldades metodológicas para estudar a evolução dos níveis de vida a longo prazo.

Metodologia:

Para isso, parte-se de um estudo de caso: a cidade de Santa Fé, uma estratégica praça comercial do Rio da Prata no período colonial tardio, onde desde o século XVII, se instalaram quatro ordens religiosas. Apresentam-se séries seculares (1700-1850) de preços de dois alimentos básicos (erva-mate e açúcar), elaboradas a partir de livros contábeis de conventos, com a intenção de demonstrar as vantagens e as dificuldades que essa fonte apresenta para o estudo dos hábitos de consumo, da evolução dos preços dos alimentos e das condições de vida em determinados âmbitos urbanos da época colonial. O estudo inclui comparações dos preços em diferentes conventos ao longo do período e analisa vários quesitos que devem ser atendidos na construção de índices ponderados.

Originalidade:

Apesar de ser uma fonte amplamente utilizada pela literatura acadêmica que analisou o período, nunca foram realizadas comparações específicas entre as contabilidades das diferentes ordens religiosas, em particular para uma cidade periférica do Vice-reinado do Rio da Prata.

Conclusões:

Os resultados obtidos não somente mostram a utilidade da fonte, mas também evidenciam as dificuldades que existem para a construção de séries que permitam analisar níveis de vida a longo prazo. Alertam, nesse sentido, sobre a necessidade de estudar detalhadamente as peculiaridades de cada caso antes de realizar grandes comparações internacionais.

Palavras-chave: Argentina; consumo; conventos; preços; Santa Fé

Introducción

A diferencia de la historia económica europea, que cuenta con una muy larga y sólida trayectoria, la de los espacios coloniales americanos es muy dispar. Por un lado, existen aún muchos fenómenos y cuestiones cuyo tratamiento debe profundizarse; por otro, las fuentes existentes no son tan diversas, completas y abundantes en datos como las disponibles en Europa. En primer lugar, por razones meramente ligadas a la presencia cuantitativa de poblaciones capaces de registrar por escrito los datos fundamentales. Además, porque las mismas características de esos espacios, sus poblaciones preexistentes, las instituciones heredadas o transformadas al calor del proceso de conquista y colonización, y por fin la misma construcción corporativa y la forma de dominio del espacio, fueron creando particularidades que separaron, a veces en forma sustancial, los rasgos fundamentales de los organismos europeos de aquellos americanos que a menudo llevaban nombres similares. Aún más: mientras que en los núcleos primigenios del poder colonial las similitudes entre las instituciones a uno y otro lado del Atlántico eran en principio mayores, con el correr del tiempo y la apertura de nuevos espacios de frontera dichas similitudes fueron en cierta medida desdibujándose. Por tanto, si bien la experiencia recogida por las historiografías del Viejo Mundo en la obtención y tratamiento de datos históricos seriados resulta siempre útil, los problemas y diferencias que surgen apenas se echa mano de las fuentes americanas implican necesariamente el desarrollo de estrategias de aproximación distintas1.

Ello tiene particular importancia en el actual estado de la cuestión de la historiografía económica, en que se hace necesario contar con datos de primera mano cada vez más detallados y sofisticados para conocer el pasado. En este sentido, el estudio de diversas variables (niveles de producción, ingreso, crecimiento económico, productividad, distribución de la riqueza, precios, salarios, niveles de vida) ha permitido evidenciar numerosas facetas de la economía colonial antes desconocidas. En particular, los estudios de los precios y los salarios, parámetros clave de la teoría económica, han tenido en los últimos años enormes avances, motivados sobre todo por el ansia de encontrar respuestas a problemas cruciales de la historia económica: ciclos de inflación y deflación, procesos de construcción de mercados, niveles de vida comparados, el impacto de la apertura en el contacto mercantil intercontinental, y los efectos, profundidad y consecuencias de las crisis, entre muchos otros2. No existiendo, en general, otra información útil y confiable para estudiar el movimiento mercantil, las series de precios ocupan un lugar imprescindible en la comprensión de la economía del Ancien Régime3. El creciente refinamiento del análisis ha impulsado asimismo la revisión crítica de las series de datos existentes y la aplicación de nuevas metodologías y miradas sobre los procesos de que dan cuenta. Pero en América Latina el fenómeno ha tenido una evolución dispar: mientras que para algunas regiones o determinados países los investigadores lograron progresos realmente sustanciales, otros aún esperan en las sombras.

En este sentido, no es sorprendente que las limitaciones de las fuentes suelan presentar problemas adicionales: por ejemplo, es frecuente contar sólo con series de materias primas y no de productos de consumo, o de precios mayoristas y no de minoristas, dadas la escasez y dispersión de los datos4. Pero aun así, el panorama dista mucho de ser completo: en especial, en lo que respecta a la cobertura temporal y espacial de la información disponible, incluso las series de “primera generación” hoy existentes no cubren por lo general períodos muy extensos o seculares y abarcan únicamente una ciudad, lo cual es problemático para analizar espacios de gran magnitud y diversidad ambiental y geográfica.

Al problema anterior debemos agregar la tentación -presente en muchos trabajos de econometría- de utilizar, con el fin de presentar niveles de vida comparados o dar respuestas a preguntas más generales de la historia económica, series de datos de muy diversos ámbitos, épocas y lugares, elaboradas sin necesariamente tener en cuenta criterios homogéneos, sin una buena crítica de su base de confección y sin conocer en profundidad los casos involucrados. Esos datos, por lo demás, y sobre todo por lo que respecta a los espacios coloniales, son en muchas ocasiones fragmentarios, lo que redunda en la obtención de resultados de validez muy discutible, como que pueden haber sido afectados por coyunturas a corto plazo, o no estar reflejando movimientos complejos de diversas variables5. Ello hace aún más urgente contar con series de precios útiles, a largo plazo y bien confeccionadas, que sean capaces de mostrar los fenómenos económicos de manera realista e integral y que cubran el mayor espectro geográfico posible.

Analizar los niveles de vida en la etapa preestadística en América Latina presenta, en consecuencia, una serie de complejas dificultades. Por tanto, es necesario, por un lado, rescatar todos los datos que puedan dar cuenta de los movimientos de la economía, aprovechando al máximo la escasa evidencia existente; y, por el otro, combinar en lo posible las fuentes disponibles, tanto para reforzar los datos que aportan como para completar sus lagunas. En lo que respecta al Río de la Plata -espacio sobre el cual se basan principalmente las reflexiones de este artículo-, los estudios sistemáticos de precios a mediano y largo plazo realizados (Córdoba, Buenos Aires, Santa Fe, Montevideo) han utilizado fuentes clásicas en este tipo de investigaciones: contabilidades de órdenes religiosas o de agencias y reparticiones públicas, a veces integrándolas o completándolas con datos aislados provenientes de registros privados6.

Sin embargo, debe reconocerse que las dificultades para manejar la información, y no sólo para acceder a esta, no han permitido aún replicar estos estudios en una escala lo suficientemente amplia, o al menos iniciar análisis comparativos sobre precios de un cuerpo más o menos consistente de ciudades de ese espacio en el período tardo-colonial y en la temprana época de la Independencia. Además, si bien existen numerosas investigaciones regionales que refieren a las variaciones en los precios de los productos, estas no abordan el tema con procedimientos metodológicos aptos para resolver los problemas propios de las fuentes, o incluso no informan acerca de estos, lo cual es un escollo importante para la realización de estudios comparados7. Otro problema que suele presentarse es que ciudades de frontera, de rápido crecimiento y a veces incluso pronto devenidas cabeza de jurisdicción, no cuentan con conventos de religiosos, hospitales o aun cabildos, cuyas cuentas de gastos (o, en el caso de los cabildos, datos de intervención en el mercado) puedan servir para obtener series de precios corrientes de bienes de consumo8.

En suma, y teniendo en cuenta esta problemática para la etapa preestadística en América Latina, el artículo pretende avanzar en este sentido, discutiendo y analizando una de las fuentes más utilizadas en estudios de este tipo. Para ello se tomarán como ejemplo las series de precios de largo plazo (1700-1850) elaboradas sobre registros conventuales de la ciudad de Santa Fe (Argentina)9.

1. Santa Fe como caso de estudio del espacio rioplatense

El caso de la ciudad de Santa Fe cuenta con gran relevancia para el estudio de la historia económica del espacio rioplatense colonial, por dos razones fundamentales. La primera, porque ocupó un lugar de gran importancia en el funcionamiento de los circuitos mercantiles del Río de la Plata entre los siglos XVII y XIX. Se estableció en 1573 como puerto intermedio para el tránsito fluvial desde Buenos Aires o el interior hacia el Paraguay, y viceversa. A mediados del siglo XVII le fue otorgada la condición de puerto preciso -medida que obligaba a todos los navíos mercantes a detenerse allí y pagar impuestos-, lo que convirtió a esta ciudad en un centro de importancia estratégica dentro del comercio colonial. La posibilidad de controlar la principal vía fluvial del espacio rioplatense (el río Paraná), y su carácter de punto intermedio en las rutas terrestres, permitió la expansión progresiva de su hinterland, en especial desde mediados del siglo XVIII10. En efecto, en esa centuria el gran comercio de Santa Fe ocupó un lugar clave dentro del vasto circuito colonial que conectaba la producción de bienes de consumo cotidiano procedente del área surandina (aguardiente, textiles, azúcar) y de las Misiones del Paraguay (yerba mate, tabaco, textiles). Los agentes e intermediarios del negocio mayorista de distribución de artículos de consumo masivo en el interior rioplatense controlaron la oferta dentro del espacio urbano. Santa Fe logró al mismo tiempo el desarrollo de una destacada producción ganadera propia, centrada en mulas para el Alto Perú y cueros vacunos para el mercado atlántico. De este modo, para finales del siglo XVIII se mostraba como un enclave fundamental en el comercio colonial (ver la imagen 1)11.

Fuente: Julio Djenderedjian y Juan Luis Martirén, “Precios, producto agrario y niveles de vida en las fronteras rioplatenses, 1700-1810: una nueva mirada sobre el crecimiento económico tardocolonial”. Revista de Historia Económica-Journal of Iberian and Latin American Economic History 33, n.° 1 (2015): 129.

Imagen 1 La ciudad de Santa Fe como enclave comercial del comercio rioplatense (1700-1850) 

La segunda razón se debe a la cantidad de órdenes religiosas allí instaladas, dados su ubicación estratégica y el crecimiento económico durante el período colonial. A diferencia de otras ciudades del interior rioplatense, para el siglo XVII ya tenían sede allí cuatro conventos (jesuitas, franciscanos, dominicos y mercedarios), a los que se sumó uno más a fines de dicha centuria (el Convento San Carlos Borromeo, también de la orden franciscana), en un paraje ubicado a 136 kilómetros al sur de la ciudad.

Cada uno de estos conventos tuvo una historia larga y compleja. Desde su establecimiento fueron acumulando bienes por donaciones o compras. Como las comunidades eran bastante reducidas y las donaciones no siempre suficientes, cada orden buscó hacer frente a la provisión de fondos para sus gastos constituyendo distintos tipos de rentas. Establecieron, así, estancias de ganado mayor, la más clásica inversión productiva de esos años, las cuales administraban para obtener tanto ganancias en dinero como carne y cueros para su consumo; también tuvieron unidades de producción hortícolas, entregaron dinero a censo, y ofrecieron diversos servicios religiosos a título oneroso. Todo ello conformaba un conjunto de ingresos alternativo a las limosnas, que hubieran debido ser las principales por tratarse de órdenes mendicantes, pero que constituían a menudo parte menor del total.

De los conventos santafesinos, el más importante sin dudas fue el Colegio de los Jesuitas, el cual, además de ser un convento para regulares de la orden, operaba como centro de administración y depósito de las mercancías del vasto comercio de intermediación, que realizaba la Compañía entre las distintas plazas en las que poseía propiedades12. Cabe aclarar que el término “colegio”, en este caso -y en muchas partes de América-, no equivalía a casa de enseñanza y formación, como era usual en Europa, sino que simplemente designaba una sede y dotación presupuestaria para sostener a los sacerdotes que misionaran en el área correspondiente. Por tanto, esta denominación resulta equivalente a los conventos de las otras órdenes. Asimismo, todos los conventos de regulares (no sólo en Santa Fe, sino en todo el Río de la Plata, a excepción de Córdoba, donde existían conventos de monjas) eran comunidades exclusivamente masculinas, y en general de pocos miembros (entre una y dos decenas), salvo en Buenos Aires, donde tuvieron mayores dimensiones13.

También eran algo diferentes las pautas de administración de una orden a otra: mientras que los jesuitas tendían a una organización muy vertical y con relaciones fluidas entre las distintas sedes (aseguradas, en parte, a través de una estructura de producción y comercialización de bienes que utilizaba esas sedes como puntos estratégicos), las demás órdenes (mercedarios, franciscanos, dominicos) tendían a tener mayor independencia entre sí, ayudado esto último por controles más laxos. A modo de ejemplo, el convento de San Francisco, en la ciudad de Santa Fe, estuvo bajo la órbita de la provincia franciscana de Asunción hasta la década de 1820, y el colegio de San Carlos, fundado más tardíamente (1786), bajo la supervisión de la de Buenos Aires, por lo cual la oferta de recursos financieros disponibles para cada una de las sedes fue diferente. Mientras que el convento de Santa Fe tuvo que sostenerse con los recursos propios de su actividad parroquial, la provincia franciscana de Buenos Aires, apoyada por una próspera feligresía mercantil, dirigió recursos al convento de San Carlos para sostener las iniciativas misioneras emprendidas en esos territorios de frontera14.

En Santa Fe, el Colegio de los Jesuitas se cerró con la expulsión de la Orden de los dominios de España en 1767, y aun cuando durante toda la época colonial los demás conventos de regulares prosperaron, al llegar la independencia sufrieron duramente las consecuencias de la guerra y de la pérdida de poder político, social y económico de los religiosos en general15. Los conventos de La Merced, San Francisco y Santo Domingo vieron sus rentas y limosnas derrumbarse, y sus estancias saqueadas por los ejércitos invasores; las comunidades se fueron reduciendo sensiblemente, y las estrecheces económicas se advierten en las cuentas que han llegado hasta nosotros. Los libros de gastos del convento de San Francisco de la ciudad de Santa Fe se interrumpen en 1872; los del Colegio San Carlos Borromeo, en 1867; los de La Merced, en 1835, y los de Santo Domingo, en 184416. Previamente, la calidad de los registros había ido descendiendo, volviéndolos menos útiles para la obtención de datos. Si bien en Santa Fe no se emitió papel moneda durante la primera mitad del siglo XIX, el desorden monetario propio de esos años la afectó también, como al resto de las provincias de lo que sería Argentina, donde el valor del circulante sufrió cambios de importancia. La pérdida de Potosí -principal centro comercial y productor de plata del Río de la Plata- y la aparición de emisiones monetarias de menor ley que las coloniales, así como la circulación de monedas de baja calidad acuñadas en las provincias y de papel moneda emitido en Buenos Aires, se reflejan en las cuentas conventuales, aun cuando no alcancen una proporción significativa17.

Todos esos impedimentos no escatiman la característica central de esos registros: resultan ser los únicos que cubren, de manera más o menos regular, casi todo el largo ciclo colonial y la parte más dura y difícil del período independentista. No hay, por el momento, alternativa alguna que provea datos tan consistentes, sistemáticos y relativamente abundantes de precios de bienes de uso y consumo, al menos para la mayor parte de esos años y para un haz consistente de mercancías fundamentales. Por supuesto que hay muchos problemas derivados de la misma extensión temporal de los registros: por ejemplo, las modificaciones en el formato de los contenedores de los distintos bienes, determinadas tanto por irregularidades en la capacidad de estos, algo típico en contextos de economía orgánica, como por cambios en los lugares de procedencia, sobre todo cuando a partir del siglo XIX pierden peso (hasta desaparecer, en algunos casos) los bienes provenientes de otras regiones del Imperio español, siendo reemplazados por sucedáneos de otras partes del mundo18. Pero sus ventajas superan con mucho sus falencias, como se verá a continuación.

2. Documentación disponible, su alcance y utilidad

Además de ser importante por la cantidad de conventos establecidos, el caso santafesino adquiere relevancia por el carácter excepcional de la documentación conservada -y disponible para consulta-, en comparación con ciudades del mismo espacio. Esto ha permitido contar con material de aceptable riqueza para la elaboración de series a largo plazo.

En lo que respecta al Colegio de la Compañía de Jesús, se han conservado los libros de entradas y salidas del período 1707-1748 y 1733-174919. El período es algo limitado (al menos en relación con los años transcurridos entre su llegada a Santa Fe y su repentina expulsión, en 1767); pero de todos modos, los libros del Colegio ofrecen información muy rica en relación con bienes básicos de consumo, que a la vez está bien sistematizada. El tomo está dividido en dos partes, con entradas y salidas, que eran procesadas cada mes y estaban claramente identificadas por año. De ambos libros se han podido identificar precios de 206 productos para todo el período, aunque no todos contaban con datos suficientes como para ser seriados a largo plazo. De ese total, un grupo de ocho productos sobrepasaba el umbral de cobertura del 50%, para la primera mitad del siglo XVIII. Todos ellos eran productos básicos de consumo (lienzo y ropa de la tierra, tabaco, yerba, vino, trigo, vacas, azúcar, aguardiente). Esto permitió armar series inéditas para ese período y espacio20.

Estos datos, a pesar de ser parciales, fueron luego complementados con otra fuente conventual, de la orden de La Merced. Los libros de los mercedarios que se han conservado son más completos en el tiempo y abarcan gran parte del siglo XVIII e inicios del XIX21. La documentación de este convento ha sido clave para la confección de las series, ya que cubre lagunas muy importantes, y además sirve como contralor de los precios registrados por los jesuitas22. Los primeros procesados fueron los libros de ingresos y gastos correspondientes a fines del siglo XVII y del siglo XVIII (1700-1718 y 1702-1728, 1728-1753, 1753-1777 y 1780-1786). Si bien cuentan con menor riqueza en detalles que los de la Compañía de Jesús, se pudieron seriar allí varios bienes de consumo fundamentales: trigo, reses, yerba, azúcar, textiles (ropa de la tierra y bayeta), maíz, leña y tabaco, incluyendo además el ítem “molienda de trigo”. Lamentablemente no se ha conseguido localizar los libros correspondientes a las postrimerías del siglo, ni los de los primeros años del siglo XIX. La serie mercedaria continúa en 1803 y se corta en 1816.

Los conventos de la Orden de los Frailes Menores (franciscanos) han sido, por lo demás, de gran ayuda para cubrir lagunas a largo plazo. Tal como se mencionó, se ha utilizado la documentación de dos conventos de esta orden. Por un lado, el Convento de San Francisco, localizado en la ciudad de Santa Fe, que cubre casi toda la segunda mitad del siglo XVIII y muy parcialmente el siglo XIX. Los libros disponibles para este período son muy similares a los de la orden de La Merced: se trata de registros de ingresos y gastos que cubren el período 1755-1844 (Gastos, 1757-1779 y 1804-1844, e Ingresos, 1755-1791 y 1791-1844)23. Más allá de que se trate casi de una centuria, los datos correspondientes al siglo XIX son más o menos sólidos hasta 1834. De esta documentación se logró reforzar y completar las series de productos básicos iniciadas con los conventos de la Compañía de Jesús y de La Merced. Por otro lado, se complementó el final del siglo XVIII y gran parte de la primera mitad del siglo XIX con las fuentes del otro convento franciscano de la región, el de San Carlos Borromeo, emplazado en una de las áreas rurales más ricas del sur de la jurisdicción de Santa Fe, dedicada a la cría de vacunos y mulares y al cultivo de trigo producido tanto en estancias como en pequeñas explotaciones familiares ubicadas a lo largo del corredor costero del río Paraná24. El convento de San Carlos es un caso de interés para el análisis de los precios santafesinos. Los ingresos del establecimiento crecieron al ritmo de la prosperidad de los benefactores locales, que apoyaban a la comunidad religiosa en productos agrarios (trigo, vacunos, cueros) y en dinero. Los recursos se completaban con los aportes extraordinarios recibidos desde la sede franciscana de Buenos Aires y con aquellos generados en el establecimiento ganadero del convento.

La contabilidad del convento de San Carlos apuntó en forma detallada los precios de bienes ganaderos, de los cereales y de los bienes de consumo comprados por la institución para el abastecimiento de su casa principal y sus dependencias (escuela y convento, estancia y chacra en San Lorenzo, calera en la Bajada del Paraná). La anotación de los precios de los bienes agrarios (trigo, reses, novillos, vacas, terneras, bueyes) y de productos derivados (sebo, grasa, cueros) comercializados en aquel ámbito rural recogió en forma directa la información de los mercados locales y de larga distancia, atenuando las fluctuaciones bruscas propias de los mercados urbanos del trigo del siglo XVIII y de comienzos del XIX. Por su parte, el trigo del cinturón agrario que rodeaba a la ciudad de Santa Fe y el procedente del hinterland triguero del sur provincial eran producidos bajo contextos climatológicos similares, por lo cual la información anotada en las contabilidades de las dos casas franciscanas describe una tendencia convergente a largo plazo, sobre todo teniendo en cuenta el bajo costo del tráfico fluvial, que conectaba entre sí los mercados de la ciudad de Santa Fe con los de la Bajada del Paraná y las paradas de San Lorenzo y la Capilla del Rosario, ubicadas más al sur25. De este modo, el sesgo entre precios de bienes agrarios registrados en áreas rurales, por un lado, y urbanas, por el otro, que podría afectar las dos contabilidades franciscanas, tiene un impacto de menor intensidad en las series de precios conventuales, resultando por el contrario de gran utilidad como serie de control y de referencia de precios obtenidos en contabilidades particulares (inventarios post mortem) o gubernamentales (como las series del fondo Contaduría) que se interrumpen a corto plazo26.

El Convento de la Orden de Santo Domingo, por su parte, es el que menos información ofrece a los fines de este estudio. Si bien se estableció a inicios del siglo XVII, los únicos libros disponibles que ofrecen datos de precios abarcan un período corto, pero no por ello menos importante (1816-1832), ya que justamente aborda los terribles efectos sobre Santa Fe de las guerras internas posrevolucionarias27. Los escasos datos procesados incluyen bienes básicos de consumo, tales como textiles (lienzo), trigo, yerba, azúcar, leña, vino y sebo.

Es de apuntar asimismo que, a pesar de las múltiples diferencias entre unos y otros conventos que se han mencionado, los sistemas de asiento de las partidas (en libros separados de ingresos y gastos) son similares en todos los casos. En general, se trata de registros diarios en los que se contabilizaron entradas individuales por cada una de las compras o ventas efectuadas, variando estas desde unas pocas unidades hasta cantidades considerables. Como excepción, en el convento franciscano de San Carlos, los gastos fueron asentados cuatrimestralmente (1786-1850), con algunas breves etapas de registro semestral entre 1834 y 1838. En el convento de San Francisco, en cambio, las cuentas de gastos se anotaban por día y por mes, con balance anual. Los registros eran auditados regularmente por personal superior de las respectivas órdenes, aunque estas prácticas se desarrollaron con diferente periodicidad en cada institución. En los libros jesuitas, las auditorías se realizaban por lo general cada dos o tres años, efectuándose inventario completo con cada cambio de administrador. En tanto, en la institución franciscana de Santa Fe, las visitas de control se efectuaron mayoritariamente con periodicidad decenal (1807, 1816, 1827, 1835 y 1837)28. En el convento de San Carlos las visitas no siguieron un patrón regular pero sí fueron más asiduas (1789, 1798, 1804, 1807, 1816, 1822, 1839, 1845).

En conjunto, el espectro de datos de bienes ofrecido por estas fuentes es relevante por su variedad: entre los cinco conventos pueden contabilizarse más de doscientos productos diferentes, es decir, de distintos orígenes, aun cuando fueran similares (como, por ejemplo, el paño, en variedades de Castilla, de Córdoba, de Francia, de Londres, de Quito, de Segovia; el azúcar, del Cuzco, del Paraguay, negra; o la cera, de Castilla o de Santiago). A ello hay que agregar los productos presentados bajo diversas formas de envasado: por ejemplo, fideos por arroba, por libra o por barrica, que, de hecho, tal vez impliquen productos distintos, ya que quizá fueran importados de lugares disímiles. Esta situación claramente no ocurre en otros casos, como, por ejemplo, la harina, registrada por almud, arroba, cuartilla, fanega, quintal o barrica. Por desgracia, no fue posible obtener series largas de todos estos bienes series largas; como se indicará luego, a menudo los problemas derivados de esa variedad no pudieron resolverse.

Pero lo destacable es que los valores de los distintos conventos, por el mismo bien y en compras efectuadas al mismo tiempo, fluctúan en una banda muy cercana, aun cuando registren diferencias. A continuación se presenta una muestra de la efectividad de los conventos -en particular, del caso santafesino- para elaborar series de precios a largo plazo. En el tratamiento de la información se ponderaron mensualmente las partidas con sus precios, y luego esos valores se promediaron para obtener el dato anual. Aunque existen unos pocos años en los que sólo se registraron una o dos transacciones de un bien determinado, en la mayoría de los casos los precios surgieron de al menos tres transacciones distintas, razonablemente distribuidas a lo largo del año29. Para homogeneizar los valores se adoptó el real de plata de a ocho por peso y 3,38 gramos del sistema métrico, de los cuales 3,10 gramos correspondían a plata fina; esa proporción descendió sucesivamente desde el debasement secreto de 1772, hasta la moneda feble boliviana, que circulaba en el Río de la Plata a mediados del siglo XIX30.

Los resultados son por demás interesantes: se puede notar que, más allá de las diferencias que pudieran haber existido en momentos puntuales, los precios registrados por todos los conventos tienden en general a la convergencia. En el de San Francisco, por caso, algunos bienes insustituibles para el consumo cotidiano (azúcar, yerba) siguen una trayectoria solidaria con los precios de los mercedarios. En ambas instituciones las cifras son más altas que las agenciadas por los jesuitas (ver los gráficos 1 y 2), debido, como se ha dicho, a las diferencias de escala entre las partidas compradas por estos últimos y el resto de los regulares de Santa Fe.

Fuente: ACSF, Libro de gasto y recibo (1755-1779); Libro de ingreso (1791-1844); Libro de gasto (1804- 1844); Libro de ingreso y gasto (1843-1850); ACSC, Libro de gasto en plata del Colegio Apostólico de San Carlos (1786-1850) y Libro de ingresos (1786-1850); AGOLM, Libros de ingresos y gastos (1706-1819); ACSD, Libros de ingresos y egresos (1716-1835); AGPSF, Fondo Libro de entradas y salidas del Colegio de la Compañía de Jesús de Santa Fe y sus dependencias (1707-1749). Los documentos específicos se detallaron en la nota 9. Se completaron las series incluso con tres interpolaciones seguidas.

Gráfico 1 Precios del azúcar (en reales de plata, por arroba), Santa Fe, 1700-1850 

Fuente: ACSF, Libro de gasto y recibo (1755-1779); Libro de ingreso (1791-1844); Libro de gasto (1804- 1844); Libro de ingreso y gasto (1843-1850); ACSC, Libro de gasto en plata del Colegio Apostólico de San Carlos (1786-1850) y Libro de ingresos (1786-1850); AGOLM, Libros de ingresos y gastos (1706-1819); ACSD, Libros de ingresos y egresos (1716-1835); AGPSF, Libro de entradas y salidas del Colegio de la Compañía de Jesús de Santa Fe y sus dependencias (1707-1749). Se completaron las series incluso con tres interpolaciones seguidas.

Gráfico 2 Precios de la yerba mate (en reales de plata, por arroba), Santa Fe, 1700-1850 

Por su parte, los precios de San Carlos -localizado varios kilómetros más al sur- diferían de los de sus pares franciscanos de Santa Fe, exponiendo de nuevo la autonomía que seguían ambas economías conventuales. Dicho convento, con una población más numerosa y acrecentada en las sucesivas etapas de construcción del establecimiento, se abastecía en Santa Fe pero también, y sobre todo desde los primeros años del ochocientos, realizó compras periódicas mayoristas en el comercio de Buenos Aires. Esta estrategia resultó útil en las coyunturas bélicas que siguieron a 1815 y durante las turbulencias periódicas generadas por la pérdida de los mercados alto-peruanos y del Paraguay, y la salida de los operadores mercantiles santafesinos. La etapa de depredación y de aniquilamiento de la riqueza ganadera (1815-1820) terminó de sellar el derrumbe de la prosperidad de la región31. Como se ha descrito, las economías conventuales no fueron ajenas a estas coyunturas críticas: desde 1820 atravesaron una fuerte crisis a consecuencia del repliegue económico de los antiguos benefactores de las comunidades religiosas. Las prácticas de abasto en Buenos Aires, centro principal de importación de azúcar, tabaco y yerba de Brasil, se hicieron por ello más frecuentes a partir de 182032. Es entonces cuando la dispersión entre los precios de los diferentes conventos por momentos se ensancha, pero se trata, como se ve, de una coyuntura muy particular.

En síntesis, el acceso a los libros contables de los cinco conventos mencionados ha permitido elaborar series e índices varios de precios de bienes de consumo para todo el siglo XVIII y la primera mitad del siglo XIX. Se trata de la serie más larga, completa y homogénea que se haya logrado para el Río de la Plata durante ese período. A continuación se detallarán los problemas que se enfrentaron, las soluciones que se encontraron y las ventajas que este tipo de fuentes pueden brindar para profundizar la historia de precios33.

3. Los problemas de la fuente, estrategias para resolverlos y metodología utilizada para construir series de precios

A pesar de sus múltiples beneficios, las fuentes conventuales también presentan varias complicaciones, muchas inherentes a la propia factura de la documentación, y otras derivadas de las mismas características de la época. En lo que respecta a los problemas propios de la fuente, se destacan por lo menos cuatro de carácter principal.

El primero se refiere a la falta de datos sistemáticos de algunos bienes de consumo básico para el espacio rioplatense, como la harina, el pan y la carne. Si bien hay registros, son esporádicos, y se tiene conocimiento, por otras fuentes, que debían ser bienes de consumo cotidiano. El motivo es que se obtenían por provisión desde propiedades de las órdenes (estancias) o por donación de fieles (trigo), y luego se procesaban dentro del convento, o pagando aparte el costo de molienda y elaborando el pan los propios monjes o un cocinero. Para paliar este problema existen algunas herramientas metodológicas a fin de calcularlos. La carne puede estimarse a partir del precio de las reses, que eran ingresadas a los conventos desde las estancias propias, compradas en el mercado, o recibidas en donación; de allí puede calcularse un costo determinado por arroba, basado en los rendimientos promedio de faena de la época. La harina, en similar sentido, se puede estimar a partir del costo del trigo34.

El segundo problema está vinculado con las diferencias entre precios mayoristas y minoristas: este es un obstáculo en ocasiones muy difícil de sortear. Surge cuando en algunos períodos las compras se realizan en medidas al por mayor, y en otras, al por menor (por dar un ejemplo: en el caso de la yerba, medidas como tercios o arrobas implicaban volúmenes mayoristas, mientras que la libra regulaba el comercio al menudeo). A pesar de que no existen soluciones concretas, sí se puede echar mano de algunas opciones para atenuarlo: cruzando con precios de otros conventos para el mismo período, aplicando el promedio de diferencia entre precio mayorista y minorista en los períodos en los que se cuente con datos al respecto, o bien sólo utilizando una de las dos medidas.

En tercer lugar, cuando los precios entre distintos conventos no son coincidentes: a pesar de que los rangos de precios puedan resultar similares para transacciones efectuadas al mismo tiempo, en algunos bienes estratégicos existen a veces valores disímiles, como ocurre con la carne en épocas de carestía35. El problema en este punto es particularmente evidente en los registros de la Compañía de Jesús, debido a su mayor escala operativa. Como ya se explicó, la orden manejaba volúmenes impresionantes de mercancías, operando como una gran empresa comercial en un área geográfica mucho más amplia que la de Santa Fe. Todo ello se registraba como parte de las entradas y salidas de los libros del Colegio, junto con los gastos diarios correspondientes al consumo de la comunidad, sin nada que permita discriminar unos de otros. Además, dado que ese convento, como los demás, eran comunidades muy pequeñas, cualquier acontecimiento (construcción o reparación de edificios, con el consiguiente mayor consumo de alimentos por presencia de obreros, abasto de alguna de sus otras propiedades urbanas o rurales, incorporación transitoria de personal, alojamiento de viajeros, comisiones gubernamentales, celebraciones y fiestas) generaba gastos considerables en determinados momentos o en determinadas partidas, por lo que las diferencias en ciertos rubros son, en algunos años, abismales con respecto a la mayor parte de los demás de la serie36.

Lo anterior, sin duda, plantea un problema de magnitud: resulta imposible, o al menos muy arriesgado, ponderar las series reflejando los cambios de una canasta de bienes, como se hace usualmente graficando la evolución de los precios en índices generales, según las fórmulas usuales de Laspeyres o Paasche. Esa canasta sufre, a lo largo del tiempo, distorsiones considerables, no atribuibles a cambios reales en el consumo, lo cual desfigura los índices. Por eso, es necesario emplear fórmulas más sencillas que no ponderen las cantidades consumidas y resulten, por tanto, más adecuadas para dar cuenta de la evolución general de los precios37. A partir de esta consideración, en esta investigación se optó por utilizar el índice de Jevons38. Por lo demás, es dudoso que el consumo de una comunidad muy pequeña, masculina y sesgada en su composición social y étnica, pueda ser de utilidad para reflejar las pautas de consumo de una población mucho más heterogénea, amplia y diversa, menos aún con los cambios que debió experimentar a lo largo del tiempo39. Por lo tanto, la construcción de canastas útiles debe, y puede, hacerse por otros medios.

El último problema por remarcar es, paradójicamente, la ya mencionada y muy amplia variedad del espectro de bienes registrados, por cuanto, a mayor variedad, es directamente proporcional la dificultad para completar las series en el tiempo. Por fortuna, los principales bienes de consumo presentaban una considerable masa crítica de datos, aunque también ofrecían dificultades secundarias. En el caso del trigo, por ejemplo, podían aparecer partidas con algún rasgo característico del producto, tales como “trigo de Chile” (en algunos registros de los jesuitas), “trigo anchuelo” o “trigo marengo” (en los mercedarios). En el caso de la yerba ocurría algo similar, apareciendo en muchos casos catalogada como “yerba”, y en otros, como “yerba caaminí”, que implicaba otra calidad. En estos casos se descartaron las variedades específicas privilegiando las genéricas que contaran con datos suficientes. De todos modos, esto representa un problema cuando la información es escasa. Al mismo tiempo, a la hora de obtener series “largas” de precios mayoristas o minoristas que cubran todo el período de un siglo y medio, el universo aprovechable lógicamente se reduce. Este punto tiene dos consecuencias: la primera, que es necesario fijar un umbral mínimo de cobertura de años con datos, que, en el caso de series tan largas, puede establecerse en un 50 o 60%40. La segunda, que logra definirse así un conjunto de bienes básicos que, por su misma ubicuidad, debieron constituir siempre parte importante del consumo; por tanto, debería sin dudas formar parte de las canastas que puedan construirse41.

A la par de estos inconvenientes pueden identificarse otros derivados del mismo procesamiento de los datos de fuentes conventuales. Uno de los principales tiene que ver con los mecanismos utilizados para cubrir brechas a largo plazo, ya que para elaborar índices realistas es preciso lograr series más completas. Ello se puede alcanzar, en primer lugar, mediante interpolación lineal simple, tratando de no traspasar límites razonables (que, en el caso de esta investigación, se fijaron en hasta tres interpolaciones seguidas). No obstante, también pueden completarse las series con otras fuentes alternativas: registros privados, aforos de alcabalas, informes de Cabildo y demás. Se trata de fuentes sin duda heterogéneas, y que no son necesariamente de mercado, pero en la medida en que se entronquen de manera armónica con la serie fundamental, y que se pueda contar con datos coincidentes en esta y en los demás registros alternativos, que muestren concordancia entre ambos, no se observan problemas serios para emplearlas, a falta de otra opción más adecuada.

Por último, otra cuestión metodológica que debe tenerse en cuenta es la organización de los bienes por seriar. Dadas las características de los mercados americanos, es práctica útil separar los bienes por su origen (local, regional y ultramarino), una división adoptada clásicamente por la historiografía42. También deben uniformarse las partidas en medidas de capacidad diferentes, a fin de lograr datos homogéneos (siempre y cuando se trate de medidas mayoristas o minoristas, según lo definido antes). Esto se logró utilizando una variedad muy amplia de fuentes: desde equivalencias dadas por los mismos registros, otras cuentas gubernamentales y privadas, manuales de conversión de la época, o estudios arqueológicos sobre los contenedores utilizados, hasta bibliografía académica actual43.

Conclusiones

Las fuentes conventuales, como se ve, resultan útiles, aun en un contexto de frontera y a pesar de sus múltiples falencias y problemas. A grandes rasgos, estos documentos son muy importantes para construir evidencia en dos aspectos fundamentales de la historia económica: series de precios y salarios, y hábitos de consumo. En lo que respecta a los precios, las fuentes de los conventos poseen tres cualidades fundamentales, que muy raramente pueden encontrarse en otras fuentes: continuidad en el tiempo, heterogeneidad de productos (sobre todo, alimenticios) y homogeneidad de criterios en cuanto a registro de la información. Si bien entre sus desventajas se cuenta una fundamental -la dificultad de utilizar las cantidades registradas para la construcción de índices ponderados-, de todos modos es posible, con la elaboración de canastas ad hoc razonables para diferentes grupos sociales, lograr índices menos elementales que los de Jevons. Asimismo, la información provista por estas para elaborar series de precios de bienes de consumo (es decir, insumos básicos para analizar numerosas variables de la historia económica) es utilizable tomando ciertas precauciones y buscando, sobre todo, apoyarla y corregirla con distintas herramientas metodológicas debidamente justificadas, o bien con fuentes alternativas. Se considera que este punto, es decir, la extrema prudencia en la elaboración de series sólidas, es en todo sentido primordial.

Lograr elaborar series de precios permite, de este modo, analizar la economía de Antiguo Régimen con nuevos recursos antes inexistentes. Estudiar la evolución de los precios de los bienes, su comportamiento según su origen de producción y la relación con diferentes coyunturas, no sólo abre la posibilidad de aplicar distintas variables de la teoría general de precios a una economía particular, sino también analizar la dinámica de su funcionamiento per se. Es decir, estimar ciclos de convergencia o divergencia con otras plazas o asociar los grandes movimientos de precios con coyunturas determinadas (grandes alzas en momentos de guerras; el impacto de la mayor o menor circulación de monedas sobre el equilibrio general de precios; bajas de precios en momentos de aumentos en la producción local o dinamización de los circuitos mercantiles; entre otras variables). Este análisis se enriquece ampliamente si al mismo tiempo se lo cruza con series de salarios. Es de destacar en tal sentido que los libros conventuales proveen una alternativa a los registros oficiales de salarios, ya que frecuentemente desarrollaban también obras de construcción o modificación de cierta envergadura. A pesar de que los datos son mucho menos sistemáticos y continuos, permiten igualmente testear los niveles nominales.

Por último, estas fuentes se muestran útiles para conocer mejor los hábitos alimentarios de la comunidad en la que estaban emplazados, ya que, al tener una población estable de miembros (incluso, cuando no siempre sepamos cuántos eran), detallaban en general precios y cantidades que corresponden a un abanico bastante representativo de alimentos de primera necesidad, y aun de consumo popular, comprados a menudo en el mercado. Aunque por cuestiones de sesgo no se pueden tomar las canastas construidas a partir de la estructura del consumo como válidas para toda la población, de cualquier manera presentan rasgos a partir de los cuales pueden conocerse pautas de la misma. Este es un aspecto que ha sido ya advertido por la historiografía; no obstante, ante la ausencia casi total de datos de consumo en algunas regiones, echar mano de estos datos resulta desde luego de gran utilidad. Conocer más sobre los bienes consumidos y sus pautas puede arrojar luz sobre aspectos totalmente desconocidos del período colonial, como, por ejemplo, las recurrentes (o no tanto, como en el Río de la Plata) crisis alimentarias.

En suma, a partir de la experiencia obtenida en la construcción de evidencia para el caso santafesino a largo plazo, se observa que, tratándose aun de una ciudad periférica en el período colonial (al menos, en comparación con otras más importantes, como Buenos Aires, Potosí o Córdoba), las fuentes conventuales han sido cruciales para construir las que son tal vez las series a largo plazo más completas para toda la América meridional de la etapa preestadística.

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Cómo citar: Djenderedjian, Julio César, Carina Frid y Juan Luis Martirén, “Los registros conventuales como fuente para la historia económica. Aproximaciones metodológicas a partir del caso de Santa Fe (Argentina), 1700-1850”. Historia Crítica n.° 72 (2019): 3-25, doi: https://doi.org/10.7440/histcrit72.2019.01

* Esta investigación es resultado del proyecto PICT 0431 (año 2015), titulado “Consumo, nivel de vida y desigualdad de la colonia al Centenario”, financiada por la Agencia Nacional de Promoción Científica de Argentina.

1Sobre el problema de la calidad de la información: John Coatsworth, “Historia económica e historia de precios en la Latinoamérica colonial”, en Economías coloniales. Precios y salarios en América Latina en el siglo XVIII, editado por Lyman Johnson y Enrique Tandeter (Buenos Aires: FCE, 1992), 31-44.

2Vale destacar, entre los últimos libros publicados, la compilación de la Fondazione Istituto Internazionale di Storia Economica, “F. Datini” Prato, The Prices of Things in Pre-Industrial Times (Florencia: Firenze University Press, 2017), en particular el trabajo allí de Andrés Calderón, Héctor García-Montero y Enrique Llopis, “New Research Guidelines for Living Standards, Consumer Baskets, and Prices in Madrid and Mexico”.

3Reflexiones útiles al respecto en Jan De Vries, “Between Purchasing Power and the World of Goods: Understanding the Household Economy in Early Modern Europe”, en Consumption and the World of Goods, editado por John Brewer y Roy Porter (Londres: Routledge, 1993), 85-132.

4El uso y elaboración de series de precios de “tercera generación” han sido propuestos recientemente por Rafael Dobado-González y Héctor García-Montero, quienes criticaron las limitaciones de los índices de “segunda generación”, según el método desarrollado en sus inicios por Van Zanden. Rafael Dobado-González y Héctor García-Montero, “Neither So Low nor So Short: Wages and Heights in Bourbon Spanish America from an International Comparative Perspective”. Journal of Latin American Studies n.° 46 (2014): 1-31, https://dx.doi.org/10.1017/S0022216X1400005. Manuel González Mariscal, “Población, coste de la vida, producción agraria y renta de la tierra en Andalucía Occidental, 1521-1800” (tesis de doctorado, Universidad Complutense de Madrid, 2013). Las variaciones de las materias primas no necesariamente son correlativas y proporcionales a las de los precios de los bienes de consumo, como nos lo recuerda el estudio de Nordhaus. William Nordhaus, “Do Real-Output and Real-Wage Measures Capture Reality? The History of Lighting Suggests Not”, en The Economics of New Goods, editado por Timothy Bresnahan y Robert Gordon (Chicago: University of Chicago Press, 1996), 55 y siguientes. Ver también el estudio de Philip Hoffman, David Jacks, Patricia A. Levin y Peter H. Lindert, “Real Inequality in Europe since 1500”. The Journal of Economic History 62, n.° 2 (2002): 322-355.

5En particular, se hace referencia a los estudios que han realizado comparaciones internacionales utilizando series ya publicadas que no habían sido realizadas para tales aproximaciones. Estos ejercicios comparativos presentan variados problemas, desde la necesidad de realizar amplias interpolaciones o coberturas con precios de otras ciudades para cubrir lagunas en las series hasta la conversión con escasos fundamentos historiográficos de unidades de medida (que, si bien podían tener el mismo nombre, contaban con amplias diferencias según los espacios coloniales). Ver: Leticia Arroyo Abad, Elwyn Davies y Jan Luiten van Zanden, “Between Conquest and Independence: Real Wages and Demographic Change in Spanish America, 1530-1820”. Explorations in Economic History 49, n.° 2 (2012): 149-166, https://dx.doi.org/10.1016/j.eeh.2011.12.001

6Para el período colonial, ver, entre otros: Lyman Johnson, “Salarios, precios y costo de vida en el Buenos Aires colonial tardío”. Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” n.° 2, (1990): 133-160; Aníbal Arcondo, El ocaso de una sociedad estamental. Córdoba entre 1700 y 1760 (Córdoba: Universidad Nacional de Córdoba, 1992); Fernando Barba, Aproximación al estudio de los precios y salarios en Buenos Aires desde fines del siglo XVIII hasta 1860 (La Plata: UNLP, 1999); Juan C. Garavaglia, “La economía de Buenos Aires vista a través de sus precios (1756-1852)”, en En busca de un tiempo perdido. La economía de Buenos Aires en el país de la abundancia 1750-1865, editado por Raúl Fradkin y Juan C. Garavaglia (Buenos Aires: Prometeo, 2004), 107-158; Martín Cuesta, Precios, población, impuestos y producción. La economía de Buenos Aires en el siglo XVIII (Buenos Aires: Temas, 2009); María Inés Moraes y Florencia Thul, “Los salarios reales y el nivel de vida en una economía latinoamericana colonial: Montevideo entre 1760 y 1810”. Revista de Historia Económica/Journal of Iberian and Latin American Economic History 35, n.° 3 (2017): 1-29, https://dx.doi.org/10.1017/S021261091700012X; Julio Djenderedjian y Juan Luis Martirén, “Precios, producto agrario y niveles de vida en las fronteras rioplatenses, 1700-1810: una nueva mirada sobre el crecimiento económico tardocolonial”. Revista de Historia Económica-Journal of Iberian and Latin American Economic History 33, n.° 1 (2015): 123-152, https://dx.doi.org/10.1017/S0212610915000051. Vale destacar que la construcción de series para ciudades de tamaño medio ha sufrido importantes dificultades, dada la carencia de masa crítica; sin embargo, las series obtenidas mediante el cruzamiento y complementación de fuentes han mostrado ser una estrategia útil para sortear este grave límite, en especial teniendo en cuenta la falta de alternativas para construir series comparables con las disponibles para ciudades de mayor dimensión.

7Esto ocurre con trabajos que sólo ofrecen índices y no los datos base, como la investigación de Enrique Tandeter y Nathan Wachtel, “Precios y producción agraria. Potosí y Charcas en el siglo XVIII”, en Economías coloniales. Precios y salarios en América Latina (siglo XVIII), editado por Lyman Johnson y Enrique Tandeter (Buenos Aires: FCE, 1992): 221-301. Sobre la importancia de la metodología en la historia de precios, ver, por ejemplo, Herbert Klein y Stanley Engerman, “Methods and Meanings in Price History”, en Growth and Integration in the Atlantic Economy: Essays on the Price History of Eighteenth-Century Latin America, editado por Lyman Johnson y Enrique Tandeter (Albuquerque: University of New Mexico, 1990), 9-20; Kendall Brown, “El estudio de la historia de los precios en la América española colonial: metodología y oportunidades”. América Latina en la Historia Económica (1996): 19-30, http://dx.doi.org/10.18232/alhe.v3i05.179

8Montevideo, por ejemplo, que fue un punto estratégicamente clave del Imperio español, no tuvo conventos de regulares. Algunos centros poblados importantes y de rápido crecimiento (como la actual Paraná, en Argentina), al no haber experimentado un proceso fundacional, sólo fueron reconocidos institucionalmente en época muy tardía, ya en el siglo XIX, y no contaron, por tanto, con cabildos o instituciones similares de los cuales podrían extraerse fuentes con potencial para el armado de series de precios.

9Las fuentes de los datos se conservan en los conventos de las respectivas órdenes en Santa Fe. Pueden consultarse en el Archivo General de la Provincia de Santa Fe (AGPSF), Santa Fe-Argentina, Fondo Contaduría, t. 6, legs. 1 y 15, y en el Archivo General de la Orden de La Merced (AGOLM), Córdoba-Argentina, Santa Fe, Ingresos y gastos, libros número 34, 47, 48, 49, 59, 64, 66; Inventarios, libro número 8.

10Teresa Suárez y María Tornay, “Poblaciones, vecinos y fronteras rioplatenses. Santa Fe a fines del siglo XVIII”. Anuario de Estudios Americanos 60, n.° 2 (2003): 521-555.

11Esta época de auge de la economía santafesina entraría en crisis luego del quiebre revolucionario iniciado en 1810. La desintegración del comercio colonial y las guerras independentistas la afectaron gravemente. Pueden consultarse: Tulio Halperin Donghi, Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente en la Argentina criolla (México: Siglo XXI, 1979), 31, y Griselda Tarragó, “Santa Fe en el período tardo-colonial: producción ganadera, estancias y regiones”. Anuario n.° 17 (1995/1996): 217-238. Los mayores problemas se experimentaron en las décadas de 1820 y 1830; la recuperación posterior, aun cuando lenta, fue progresiva, y desde mediados de esa centuria, los avances se aceleraron, de la mano de una rápida expansión sobre áreas de frontera y la creación de colonias agrícolas. Juan Luis Martirén, La transformación farmer. Colonización agrícola y crecimiento económico en la provincia de Santa Fe durante la segunda mitad del siglo XIX (Buenos Aires: Prometeo, 2016).

12La historia de la casa, o residencia, luego colegio de los jesuitas de Santa Fe, puede verse en Guillermo Furlong, Historia del Colegio de la Inmaculada de la ciudad de Santa Fe y de sus irradiaciones culturales, espirituales y sociales, 1610-1962 (Buenos Aires: Sociedad de Exalumnos, 1962).

13A mediados de la segunda década del ochocientos, los regulares de Santa Fe contabilizaban un conjunto limitado de sacerdotes (quince frailes del convento Franciscano de Santa Ana, siete del convento de La Merced y siete dominicos). La instalación en 1786 de una rama franciscana en la antigua estancia jesuita de San Miguel de Carcarañá, en el sur de Santa Fe, amplió el padrón de religiosos regulares. En 1815 el Colegio Apostólico de Propaganda Fide San Carlos Borromeo llegó a contar con dieciséis frailes y doce legos, y una decena de empleados al servicio de las comunidades (cocinero, sirvientes, peones de la casa). Además del personal residente se sumaban otros temporarios (peones de limosna y de ganado, en el caso del emprendimiento ganadero, y peones de obra, albañiles y maestros albañiles, capataces, contratados durante las distintas etapas de construcción de los edificios del convento).

14Para contribuir a su instalación y funcionamiento, el convento de San Carlos recibió donaciones de benefactores de Buenos Aires y caudales de la Administración de las Temporalidades de las Misiones y de las Cajas Reales (1786-1810). “Limosna gratuita que dieron bienhechores en Buenos Aires. Donación al convento de San Carlos de 600 pesos de las Cajas Reales para la compra de vino, cera y de aceite”, julio de 1801, en Archivo Convento San Carlos (ACSC), San Lorenzo, Santa Fe-Argentina, Libro de Gasto en plata del Colegio Apostólico de San Carlos (años 1786 a 1867).

15Al respecto puede verse Roberto Di Stefano y Loris Zanatta, Historia de la Iglesia argentina: desde la Conquista hasta fines del fines siglo XX (Buenos Aires: Sudamericana, 2015).

16Los registros de gastos del colegio San Carlos cubren un período amplio (1786-1867), y los de San Francisco de la ciudad de Santa Fe, parte del siglo XVIII (1729-1752) y del siglo XIX, hasta el último cuarto del ochocientos (1804-1844, 1843-1862, 1862-1872).

17La contabilidad de las instituciones religiosas da testimonio del impacto de la emisión monetaria impulsada por el gobierno de Buenos Aires después de 1835 en la economía de Santa Fe. La circulación de papel moneda bonaerense creció con el envío periódico de subsidios, a través de los cuales el estado de Buenos Aires auxiliaba las empobrecidas arcas provinciales. Las fuentes religiosas registraron pagos en onzas de oro para la compra de bienes durante los ciclos inflacionarios. Gasto que el Colegio ha tenido desde el 30 de septiembre de 1840 hasta el 31 de enero de 1841. Envío de cuatro onzas de oro para la compra de catorce fanegas de trigo en Rosario, en ACSC, San Lorenzo, Santa Fe-Argentina, Libro de gasto en plata del Colegio Apostólico de San Carlos (años 1786 a 1867), s./f. En el mismo libro se registran varias compras de bienes en Buenos Aires pagadas en papel moneda bonaerense y deflactadas en moneda de plata en el balance anual de 1843 y 1844.

18Esto es particularmente evidente, por ejemplo, en bienes como el vino, que pasa de venderse en botijas (locales o importadas de la península ibérica) a barriles (de Francia o Italia).

19AGPSF, Contaduría, t. 6, legs. 1 y 15.

20La metodología aplicada y los resultados pueden verse en Julio Djenderedjian y Juan Luis Martirén, “Los precios de los bienes en las fronteras bravías del Río de la Plata colonial: Santa Fe durante la primera mitad del siglo XVIII”. América Latina en la Historia Económica n.° 41 (2013): 35-64.

21AGOLM, Libros de gastos e ingresos, n.° 8, 1780-1785; n.° 34, 1706-1728; n.° 47, 1753-1778; n.° 48, 1699-1718; n.° 59, 1729-1752; n.° 64. 1816-1819; n.° 66, 1803-1816.

22Como se resaltará más adelante, es necesario destacar que, por las dimensiones del comercio de la Compañía de Jesús (sobre todo, en bienes producidos en sus misiones del Paraguay, tales como yerba o lienzo, que circulaban ampliamente en todo el espacio siendo incluso utilizados como moneda), es altamente probable que los niveles y movimientos de precios que registran no reflejen cabalmente las oscilaciones de los correspondientes al comercio minorista. La presencia de datos del convento de La Merced, que compraba su yerba en el mercado y, por tanto, registra transacciones minoristas de esos productos, ha servido para controlar ese posible problema en la fuente.

23Archivo del Convento de San Francisco (ACSF), Santa Fe-Argentina, Libro de ingreso (1716-1855); Libro de gasto y recibo (1755-1779); Libro de ingreso (1791-1844); Libro de gasto (1804-1844); Libro de ingreso y gasto (1843-1862); Libro de ingreso y gasto (1862-1872). Existen también libros similares correspondientes a la segunda mitad del siglo XVII, aunque muy deteriorados, lo que los hace ilegibles.

24Juan Álvarez, Historia de la provincia de Santa Fe (Rosario: Malena, 1910); Vilma Bidut, Elsa Caula y Nora Liñan, “Productores y producción en el partido de Rosario de los Arroyos a comienzos del siglo XIX”, Cuadernos del CESOR, Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario I, 1 (1996): 1-27.

25El convento de San Carlos contó con embarcación propia para el transporte de materiales y de bienes entre Santa Fe, la Bajada del Paraná y la actual localidad de San Lorenzo, en donde fue emplazado el convento. “Gasto que el Colegio ha tenido desde el día 5 de noviembre de 1800 hasta el 4 de marzo de 1801. Barco. Pago de Diez pesos a los peones del barco”, en ACSC, Libro de gasto en plata del Colegio Apostólico de San Carlos (1786-1844). Desde mediados de la década de 1830 creció el número de embarcaciones particulares y aumentó la capacidad de carga del flete fluvial entre Santa Fe, Rosario y Buenos Aires.

26Sobre las fuentes de este convento y sus resultados, ver: Carina Frid, “Precios y crisis en una economía rioplatense. Santa Fe (1790-1850)”. América Latina en la Historia Económica n.° 24 (2017): 59-92, http://dx.doi.org/10.18232/alhe.v24i2.746

27Archivo del Convento de Santo Domingo (ACSD), Santa Fe-Argentina, Libro de ingresos y gastos, 1816-1832.

28En la revisión de cuentas del convento de San Francisco de Santa Fe del período 1831-1835 se detectó fraude contable. Si bien coincidió con una etapa de crisis económica del convento, se trata de eventos breves y aislados. Reprobación de las cuentas “por manejo escandaloso que han obrado en estos años sin dar cuentas […]”, “Vistas estas cuentas que anteceden presentadas por el P.Fr. Manuel Marino, Presidente que fue del Convento […] de unánime consentimiento las reprobraron y dieron por nulas […]”, en ACSF, Santa Fe, Libro de gasto (1804-1844). Auditoría fechada el 26 de abril de 1835, f. 211.

29Se prefiere no descartar los años en los cuales sólo había uno o dos registros, ya que en todos los casos los valores se mostraron solidarios con los anteriores y posteriores; y, por otro lado, siendo el objetivo principal de este trabajo la reconstrucción del movimiento secular de los precios mayoristas, incluso una diferencia más o menos significativa en un año puntual no hubiera alterado demasiado la tendencia.

30El real corriente de a ocho (por un peso de plata), acuñado en Potosí, fue la unidad monetaria de mayor circulación (y la principal de cuenta) en Santa Fe durante el período en estudio. Con una ley de 11 dineros (o 916.666 milésimos de fino), pesaba 27,064 gramos del sistema métrico. Por su parte, desde 1772 comenzó a ser acuñado en esa misma ceca el peso fuerte de busto, que tenía el mismo peso que el anterior, pero menor pureza, ya que contaba con una ley de sólo 10 dineros 20 granos, o 902,777 milésimos de fino. A su vez, las acuñaciones efectuadas a partir de 1786 rebajaron nuevamente la pureza y quedaron estas con una ley a 10 dineros 18 granos, u 895,832 milésimos. La presencia de distintas acuñaciones se volvió un problema importante, por lo que en 1812, el nuevo gobierno revolucionario, con la excusa de suprimir la diferencia entre plata fuerte y corriente, rebajó de 16 a 17 por uno la equivalencia entre plata y oro. Lejos de solucionarse, este problema aumentó aún más con la aparición de acuñaciones provinciales de bajísima ley en la década de 1820, y más aún cuando la República de Bolivia comenzó la acuñación de plata feble (es decir, con menor contenido intrínseco de metal precioso) desde 1830. Las crecientes acuñaciones de pesos bolivianos de plata feble, sobre todo centradas en las monedas de cuatro reales, muy versátiles para las transacciones al menudeo, muy pronto empezaron a ocupar las plazas del interior argentino, marcadas en general por problemas de escasez de circulante. Estos pesos bolivianos tenían el mismo valor facial que los viejos pesos coloniales, pero con un contenido de fino de sólo 677 milésimos. Inicialmente destinadas a la circulación interna, desde 1844 comienzan a superar en monto acuñado a la plata fuerte de 902 milésimos de fino, reemplazándola casi por completo entre 1853 y 1860. Las importaciones bolivianas, pagadas por lo general con plata fuerte o en pasta, o chafalonía proveniente de la destesaurización de activos, lo fueron masivamente desde mediados del siglo con plata feble; rechazada a menudo en las economías atlánticas, buena parte de esa plata feble fluyó hacia el interior argentino, encontrándose también en Santa Fe, donde pasó a formar parte fundamental del circulante (junto con otras monedas de muy diversos cuños y valores, y papel moneda bonaerense), constituyendo asimismo la unidad de cuenta durante toda la primera mitad del siglo XIX. De todos modos, los registros disponibles indican que en Santa Fe, sólo desde 1853 comenzará a alterarse la vieja paridad de 17 a 1, por lo que queda fuera de nuestro período el momento de mayor pérdida de valor de la moneda feble. Humberto Burzio, Diccionario de la moneda hispanoamericana, t. II (Santiago: Fondo Bibliográfico, 1958); Gustavo Prado Robles, “Efectos económicos de la adulteración monetaria en Bolivia, 1830-1870”. Revista de Análisis del Banco Central de Bolivia 4, n.° 2 (2001): 299-327.

31Frid, “Precios y crisis”, 59-92.

32“Por doscientos cuatro pesos que se mandaron a Buenos Aries a Don Mariano Ezpeleta”. Gastos que el Colegio ha tenido desde el 31 de enero de 1828 hasta el 31 de mayo del mismo año, en ACSC, Libro de gasto en plata del Colegio Apostólico de San Carlos (1786-1867). La compra se realizó durante la etapa de bloqueo al puerto de Buenos Aires (1826-1828), coyuntura durante la cual aumentaron los precios de los bienes de consumo en el Río de la Plata.

33Al respecto, ver: Julio Djenderedjian, Carina Frid y Juan Luis Martirén, “Del crecimiento tardocolonial a la crisis de independencia. Precios y nivel de vida en Santa Fe, Argentina, 1700-1850” (ponencia presentada en el IV Congreso Internacional de la Asociación de Historia Económica del Caribe, San Andrés, Colombia, 8 a 11 de noviembre, 2017).

34Sobre este aspecto, ver: Juan C. Garavaglia, Pastores y labradores de Buenos Aires. Una historia agraria de la campaña bonaerense, 1700-1830 (Buenos Aires: Ediciones de la Flor, 1999).

35Esos casos no fueron descartados, ya que la diferencia no resultó excesiva. Los menores precios de la carne registrados por los jesuitas se debían a que, como poseían grandes estancias, a veces el Cabildo o el Teniente de Gobernador les asignaban un rol determinante en el abasto urbano.

36Algunos ejemplos darán cuenta del peso de estas distorsiones. En 1722, el convento de la Compañía compra 2.012 arrobas de sebo, cuando las transacciones normales eran de entre 40 y 100, y el consumo de la propia comunidad no debía superar las 4 o 5 arrobas anuales; en 1807, los conventos de La Merced y San Francisco gastan en total 8 arrobas de cera en grandes festejos, cuando lo normal en años anteriores había sido de sólo media arroba o menos cada uno; en 1784, el de La Merced compró 102 arrobas de sebo, y el de San Francisco, 20, cuando lo usual era que compraran ambos cantidades similares.

37Por lo demás, los índices de Laspeyres o Paasche no redimen las limitaciones propias de las fuentes en algunos de los estudios disponibles, por lo que las comparaciones, aun utilizándolos, no estarían sin duda exentas de controversia. De todos modos, se han construido ambos índices para el caso de este artículo, y, más allá de las distorsiones que se han apuntado, ambos mostraron las mismas tendencias a largo plazo.

38Sobre el uso del índice de Jevons, ver: Andrew Baldwin, “Common Sense Favours the Use of the Jevons Formula in Consumer Price Indices”, Jevos, mimeo (2015), <http://www.statsusernet.org.uk/HigherLogic/System/DownloadDocumentFile.ashx?DocumentFileKey=cc9e9c34-c6d7-4ac4-aac0-ca40de497b7d&forceDialog=0>. Como se sabe, el índice de Jevons se calcula como el promedio geométrico del precio relativo del período t y el del período base 0 (siendo n el número de índices que se promedian):

39La población santafesina incluía una proporción cambiante de indígenas de diversas etnias, afrodescendientes, europeos y criollos; por desgracia, no se cuenta con censos generales detallados para la época que tratamos, pero existen fuentes cuantitativas y cualitativas que dan pautas de las proporciones (por ejemplo, los registros parroquiales).

40Es importante recordar que las lagunas puedan suplirse mediante interpolación u otras fuentes.

41En general, puede decirse que se trata de alimentos básicos; en el caso de esta investigación, la lista incluye yerba, azúcar, sebo, grasa, lienzo, sal, trigo, vino y carne. De todos modos, no está presente el pan, ni su materia prima, el trigo o la harina, lo cual implica, como se dijo, uno de los principales problemas de la fuente.

42Arcondo, El ocaso, 101-154.

43De los muchos manuales de época, uno de los más útiles y completos es el de Horace Doursther, Dictionnaire universel des poids et mesures anciens et modernes (Bruselas: M. Hayez, 1840), aun cuando tardío. Otros son el de Joseph García Cavallero, Breve cotejo, y valance de las pesas, y medidas de varias Naciones, Reynos, y Provincias, comparadas, y reducidas, à las que corren en estos Reynos de Castilla: declarese también la ley, peso valor de algunas monedas hebreas, griegas, romanas y castellanas, y de otros reynos y señoríos (Madrid: Viuda de Francisco Herrero, 1731); Felipe Senillosa, Memoria sobre los pesos y medidas (Buenos Aires: Hallet, 1835), sólo por mencionar algunos. El sitio web de Russ Rowlett, How Many? A Dictionary of Units of Measurement, <http://www.ibiblio.org/units/>, es asimismo sumamente útil.

Recibido: 30 de Abril de 2018; Aprobado: 02 de Octubre de 2018

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