Introducción
En el México revolucionario, la llegada al poder del constitucionalismo encabezado por Venustiano Carranza(1) supuso el advenimiento de un periodo de regularización política, económica y social, que se hizo extensivo a la normalización de las relaciones diplomáticas, deterioradas por varios años de confrontación interna. En el complejo panorama mundial de postrimerías de la Gran Guerra, esta normalización debía pasar por la consideración política de las fuerzas en contienda, siendo la más preocupante de ellas la que representaba Estados Unidos y su intención de implementar, aún con más ahínco, los dictados de la Doctrina Monroe. Consideraciones políticas que además tenían como agravante la tensa relación diplomática entre los dos países, desencadenada por el ataque de Francisco Villa al poblado de Columbus y la posterior respuesta estadounidense, conocida como la Expedición punitiva.
En medio de este panorama, Venustiano Carranza y un grupo de intelectuales constitucionalistas, se dieron a la tarea de sustentar ideológicamente una agenda político-diplomática de acercamiento a las naciones latinoamericanas, las cuales fueron entendidas como las aliadas por antonomasia en un proceso de regularización y reconocimiento internacional, en el que buscar aliados estratégicos entre las potencias de la época significaba grandes riesgos para el Estado mexicano, en el entendido de que estas, en más de una ocasión, lo habían instado a romper su neutralidad en el desarrollo de la Gran Guerra(2).
Así pues, esta agenda político-diplomática hacia las naciones latinas del continente consistió en privilegiar el envío de intelectuales de primer orden como parte de las legaciones diplomáticas en las que tenía representación el Estado mexicano, con el fin de que estos hicieran propaganda de los logros de la Revolución en manos del constitucionalismo, y limpiaran así la imagen de México que se proyectaba al resto del continente, generalmente a través de las agencias noticiosas estadounidenses.
Una de esas legaciones diplomáticas arribó a Colombia en diciembre de 1918, liderada por el exsecretario personal de Venustiano Carranza, Gerzayn Ugarte, nombrado Enviado extraordinario y ministro plenipotenciario, e integrada por los reconocidos poetas Eduardo Colín y José Juan Tablada, y el representante de la Federación de Estudiantes Mexicanos (FEM), Carlos Pellicer Cámara.
Antes de continuar, es necesario resaltar que hasta la fecha son pocos -y para el caso colombiano, ninguno- los trabajos que desde la historia intelectual han profundizado en el estudio de las relaciones diplomáticas de México con el sur del continente durante las dos primeras décadas del siglo XX, siendo los trabajos de Pablo Yankelevich los más reconocidos al respecto, especialmente en lo que se refiere a las relaciones diplomático-intelectuales entre México y Argentina en el periodo mencionado(3).
Si bien el presente trabajo podría considerarse como parte de la misma línea investigativa, la diferencia radica en la atención privilegiada que se les prestará a la recepción y, sobre todo, a los usos políticos de un discurso que empezó a tomar forma y a circular en los sectores de oposición al gobierno de Marco Fidel Suárez, a propósito de la presencia de la legación mexicana en el país; dejando así en evidencia la importancia que cobró para los sectores de oposición la resignificación (en clave mexicana) de conceptos tales como Latinoamérica y antiimperialismo, en un momento en que el gobierno conservador colombiano afirmaba públicamente, casi como doctrina de Estado, su identificación política e ideológica con Estados Unidos, bajo el lema “respice polum” (“Mirar hacia el norte”).
El artículo se divide en cuatro partes: en la primera, se estudiará la recepción inicial, por parte de los intelectuales colombianos, del discurso latinoamericanista y antiimperialista que trajeron consigo los diplomáticos mexicanos, reparando en la forma en que, a través de la prensa y el movimiento estudiantil, se extendieron puentes de identificación entre dicho discurso y el acontecer político colombiano. En un segundo momento, se analizará cómo la oposición se valió de este discurso para enfilar armas contra la gestión política del gobierno de Marco Fidel Suárez, especialmente en lo que se refiere a su política exterior para con Estados Unidos. Por último, en la tercera y cuarta parte, se analizará por extenso cómo la particular apropiación del discurso traído a Colombia por los diplomáticos mexicanos sirvió como base fundamental del accionar político en contra de la posición pasiva de Marco Fidel Suárez, ante los desaires y condicionamientos de Estados Unidos para el cumplimiento de sus compromisos financieros con Colombia, adquiridos a raíz de la expoliación de Panamá en 1903.
Diplomáticos, políticos e intelectuales
Desde que se tuvieron noticias de la inminente visita de los diplomáticos mexicanos a Colombia, los principales diarios de la república empezaron a prestar más atención a lo que estaba aconteciendo en el norte del continente. En realidad, hasta ese momento la Revolución mexicana había sido pobremente documentada por los diarios colombianos, y, como se dijo antes, lo poco que se sabía llegaba mediado por las agencias estadounidenses, lo que impedía la formación de una opinión global acerca del proceso revolucionario. Sin embargo, ante la proximidad de la visita oficial, el proceso mexicano empezó a ser leído, si bien con mucho más interés, de una manera en la que se buscaron asociaciones directas con el proceso histórico colombiano que pudieran facilitar su comprensión, lo que no pocas veces redundó en extrapolaciones e identificaciones a priori, como se evidencia en el saludo que el periódico liberal El Tiempo les extendió a los recién llegados, en estos términos: “Predominan en México las más genuinas ideas liberales, y conducido por ellas y guiada por un ciudadano tan ilustre como el General Carranza, la nación marcha en paso firme hacia el progreso y hacia la conquista del porvenir”(4), iniciando así una estrategia que, como se verá en detalle, despertó entre los sectores sociales inconformes con la gestión del presidente conservador Marco Fidel Suárez, un fuerte sentimiento de simpatía con el proceso revolucionario mexicano y con su máximo líder, Venustiano Carranza.
Del mismo modo, el periódico El Nuevo Tiempo, a través de un saludo similar, recibió a la legación mexicana, involucrando en su discurso elementos de tinte latinoamericanista, en el que tímidamente se identificaba a la nación mexicana como la potencial conductora de un proyecto de unidad continental, no sin antes advertir que dichas posiciones habían sido defendidas por el diario capitalino de tiempo atrás: “En diversas ocasiones hemos hablado en este diario de la necesidad de que entre todos los pueblos del Nuevo Mundo, pero especialmente entre los de la América Latina, se establezcan corrientes de un íntimo acercamiento”, señalaba el artículo, que a renglón seguido afirmaba:
“Adalid de esa misma idea se muestra, en nombre de su Gobierno, el señor Gerzaín [sic] Ugarte, nuevo Ministro de Méjico, quien […] nos ha hablado de que su Patria quiere ante todo lo que pueda afirmar la felicidad y el progreso de los pueblos latino-americanos, y ofrece, con ese fin, no sólo los buenos deseos, sino además el concurso franco y decidido de la Nación mejicana”(5).
Es así como se empezó a delinear un tímido discurso de tintes liberales y latinoamericanistas en torno a la misión diplomática mexicana de visita en Colombia, y al papel que México debía representar en el continente. Este hecho, junto con el desarrollo de los acontecimientos políticos de orden nacional e internacional que lo rodearon, se prestaron para fortalecer y llenar de nuevos contenidos el discurso nacionalista del Partido Republicano(6), nacionalismo que, por su origen, estaba signado, no sólo por la renuencia a plegarse a uno de los dos partidos políticos tradicionales, Liberal y Conservador, sino también por la dolorosa experiencia y vergüenza histórica de sus defensores, al haber sido la generación que presenció impávida la pérdida de Panamá, en 1903.
No obstante, el discurso filo-mexicano en ciernes no fue delineado exclusivamente por los sectores republicanos y liberales del país; en su construcción también desempeñó un importante papel el sector estudiantil, con el que tuvo trato directo el enviado de la FEM, Carlos Pellicer Cámara. En manos de este sector emergente, pero aún invisibilizado, de la sociedad colombiana, el discurso filo-mexicano fue alimentado con otros paradigmas que lo redireccionaron en función de intereses particulares. Gracias a los estudiantes, el Arielismo(7), en su acepción más básica, entró a hacer parte de dicho discurso para investir de legitimidad a un sujeto, aún en construcción, al que se referían como “juventud”. Para ilustrarlo, he aquí una intervención de Augusto Ramírez Moreno refiriéndose a la iniciativa mexicana de acercamiento estudiantil de la que era portador Pellicer Cámara: “Es notoria la trascendencia de estos actos […] y bien puede gloriarse Méjico de haber dado donde debía, puesto que el brío y el ímpetu juvenil son los medios más eficaces para atropellar abismos y baluartes y murallas; en una palabra: para vencer. Empezamos, pues a sentir satisfecha una gran aspiración de la colectividad hispano-americana […]”(8).
Ahora bien, el representante de los estudiantes mexicanos en Colombia, también contribuyó con intenciones muy concretas a la formación de dicho discurso entre los estudiantes colombianos. Es de suponerse que, al ser asignado representante de México en Colombia, Pellicer trabajara para hacerse con la mayor cantidad de información que sobre sus instituciones políticas y su historia pudo encontrar en México. Así, no es de extrañarse que un suceso tan sonado en aquellos años como la abierta complicidad e intervención de Estados Unidos para forzar la separación de Panamá del territorio colombiano en 1903 fuera de su entero dominio y, como tal, lo incluyera en el derrotero discursivo que llevaba consigo, con el fin de señalar lugares coincidentes entre él, la nación que representaba y sus jóvenes interlocutores colombianos. Al respecto, señalaría en su primera intervención pública: “El haber escogido a Colombia para representar a los estudiantes mejicanos, lo hice porque en ningún otro Estado de la América indo-española podría yo sentir la afrenta septentrional como en Colombia que, tanto como Méjico, mi sangrante y valiente patria, ha sufrido el latrocinio territorial y la amenaza brutal y constante”(9).
Con esta intervención, Pellicer introdujo en el discurso de la juventud estudiantil bogotana un nuevo elemento, que, si bien ya venía haciendo carrera en otras iniciativas juveniles como el periódico Voz de la Juventud y la asociación estudiantil del mismo nombre, no había encontrado la ocasión oportuna para hacer su aparición como parte integral de la propuesta estudiantil. Este elemento fue el reclamo antiestadounidense, el cual fue afortunadamente introducido por Pellicer, gracias a su posición de representante estudiantil de la nación mexicana, hecho que le permitió establecer una identificación primordial de orden generacional con sus interlocutores, de la cual carecían, por ejemplo, los miembros del Partido Republicano, quienes, pese a tener similares despechos a los planteados por Pellicer acerca de la pérdida de Panamá, debido a su avanzada edad no alcanzaban a identificarse plenamente con las nuevas demandas e interpretaciones juveniles al respecto.
Aunado a lo anterior, los republicanistas consideraban que la responsabilidad política en el asunto de Panamá recaía, ante todo, en el sectarismo político entre liberales y conservadores, y no tanto en una política expansionista de Estados Unidos, a la que, no obstante, se referían con suma reserva(10).
En el mismo sentido, el reclamo antiestadounidense fue introducido por Pellicer a través de la explícita identificación de un enemigo común responsable del “latrocinio territorial” que tanto México como Colombia habían sufrido en su historia; con ello, movilizó discursivamente experiencias históricas bien conocidas por los jóvenes bogotanos, pero ya no en el plano de lo estrictamente nacional, sino ubicándolo en un panorama mucho más amplio de concierto internacional del cual ya se sentían integrantes, gracias al sentimiento latinoamericanista que la presencia de la legación mexicana en Colombia había contribuido a revitalizar en importantes sectores de la opinión pública capitalina.
Sólo teniendo en cuenta este tipo de movilizaciones discursivas y el contexto en el que se produjeron, es que se puede comprender la rápida asimilación de Pellicer al grupo que giraba en torno a Voz de la Juventud, a tal punto, que tan sólo tres meses después de su arribo ya era considerado por algunos como un factor decisivo para dar principio a la organización estudiantil en la ciudad de Bogotá, labor en la cual puso todos sus esfuerzos en el tiempo en que estuvo en el país.
Precisamente, el encargado de realizar las gestiones ante el presidente colombiano Marco Fidel Suárez, en representación de la comisión organizadora de la primera Asamblea de Estudiantes, fue el joven mexicano, quien se reunió con él a principios del mes de mayo. Dicha entrevista, según se lee en una carta que al respecto le escribió a su padre, causó en él una muy grata impresión(11). Del intercambio de elogios resultó que, tan sólo en un principio, el Gobierno se mostrara tolerante y hasta complacido con la iniciativa estudiantil que secundaba Pellicer, aunque esto no redundara en apoyo logístico, y mucho menos económico. Del mismo modo, dos meses después fue recibido por el arzobispo de Bogotá -visita obligada en la Colombia de aquellos años-, quien igualmente se mostró muy amable con el joven mexicano(12).
No obstante, el evidente entusiasmo que la labor estudiantil suscitaba entre los sectores más progresistas de la capital se empezó a ver con desconfianza por parte del Gobierno y sus instituciones, cuyos órganos periodísticos callaban acerca de la inminente reunión de una Asamblea de Estudiantes en Bogotá. Esto desembocó en que, de un momento a otro, el presidente y el arzobispo, quienes a primera hora se habían mostrado muy amables con el emisario estudiantil, dejaran de responder las notas que les eran enviadas en nombre de la comisión organizadora de la Asamblea, situación que se vio reflejada, a su vez, en una creciente hostilidad en contra de la iniciativa organizacional, cuyos argumentos de deslegitimación y calumnia tenían por blanco al joven mexicano, del que incluso se llegó a afirmar que había llegado a Colombia con el fin de fomentar la francmasonería entre los estudiantes(13).
Ahora bien, por otro lado, es de suponerse que, dentro de los círculos intelectuales bogotanos, tener en la ciudad al afamado poeta mexicano José Juan Tablada fue todo un acontecimiento; las secciones culturales de los principales periódicos se aprestaron a dar cuenta de su llegada entre loas y reseñas de su obra, la cual fue particularmente analizada en varios números del semanario El Gráfico ( 14 ) , mientras que otros periódicos, como fue el caso de El Nuevo Tiempo, acogieron en sus páginas al ilustre poeta, quien por algunos meses publicó una columna titulada “La nueva poesía de Méjico”, en la que presentaba a los lectores del diario capitalino críticas literarias sobre la obra de los jóvenes poetas mexicanos, por las cuales también desfiló, entre halagos promisorios, la obra poética de Carlos Pellicer Cámara, que por aquel entonces era poco más que exigua(15).
Análoga labor cultural desarrolló Eduardo Colín, quien fue recibido por el semanario El Gráfico, donde, al igual que Tablada, publicó una columna titulada “Los poetas nuevos de México”, en la cual se encargaba de promocionar lo más reciente de la poesía mexicana, y visitó también el periódico Voz de la Juventud, en cuyas páginas publicó algunos de sus poemas(16). Además, fue muy cercano al director de las revista Cultura, Luis López de Mesa, quien, aparte de dirigir la revista, organizaba ciclos de conferencias sobre diferentes temas, en las cuales Colín participó como protagonista en más de una ocasión(17).
Fue así como las iniciativas culturales de los miembros de la legación mexicana en Colombia fueron formando una importante y favorable corriente de opinión a su alrededor que, no obstante, y debido quizá a que el rol diplomático, por su naturaleza, no deja nunca de ser político, encontró rápidamente el camino para seguir llenando de contenido el discurso filo-mexicano, que desde un principio los sectores progresistas de Bogotá habían tenido la intención de proyectar, a propósito de la visita diplomática. Así pues, la ocasión la suscitó un acontecimiento luctuoso que hermanó, según esta particular lectura, las letras y la política.
“[…] un hilo de lágrimas silencioso y lento corre del uno al otro extremo de la América hispana”(18), escribió el periodista colombiano Armando Solano al enterarse de la muerte del poeta mexicano Amado Nervo en Uruguay, mientras que al unísono, Carlos Pellicer, desde el periódico estudiantil bogotano Voz de la Juventud, afirmó: “Méjico ha perdido uno de sus dioses mayores. El Continente colombiano y la Península materna se han entristecido”(19). Y no era para menos: entre finales de mayo e inicios de junio, la noticia de la muerte del prestigioso poeta inundó las páginas de los principales diarios del continente, suscitando una efusiva avalancha de reflexiones y homenajes en torno a su obra poética, pero también alentando discusiones a propósito de su lugar en el panteón de los grandes hombres de la América española, discusiones que indefectiblemente desembocaban alrededor de disertaciones sobre la unión de los pueblos americanos de habla castellana.
Desde muy temprano, la publicación mexicana Revista de Revistas indicó: “Una dolorosísima circunstancia -la muerte de nuestro nunca bien llorado Amado Nervo- ha puesto en evidencia y ha hecho resaltar el sentimiento de fraternidad hispano-americana de que tanto se ha hablado en los últimos tiempos”(20). Esta intervención, lógicamente, estaba inmersa en un contexto internacional que la posibilitaba, y del cual estaban al tanto los lectores de la revista, ya que nada más sonado por aquellos meses, inmediatamente posteriores al final de la Gran Guerra, que las complejas negociaciones políticas que las naciones vencedoras del conflicto venían adelantando en París desde enero de 1919(21). La referencia a dicho contexto no fue disimulada por la revista mexicana, que en el mismo editorial señaló:
“Este problema del pan-latinoamericanismo, soñado por todos los próceres de nuestra raza criolla que han tenido una exacta visión del futuro, como el magno Bolívar, tendrá necesariamente que tratarse en estos tiempos en que el Continente nuevo se ofrece a las naciones europeas desgastadas y casi en bancarrota como campo propicio para su reorganización comercial y social”.
La revista mencionaba asuntos de singular interés por aquellos meses para las naciones latinoamericanas, en la medida en que, dentro de las negociaciones de París, se había tocado la Doctrina Monroe. El tema no fue evadido por el editorial aquí analizado, que enfáticamente advirtió: “El hecho de que allí se haya llevado a la mesa de la discusión la famosa Doctrina Monroe, ha dado margen a que los pueblos expresen su firme patriotismo. Y esta actitud, por fuerza tenía que llegar a coordinarse y a cristalizarse en un solo pensamiento: la unidad latino-americana”(22).
La particularidad de ese editorial radica en que, retóricamente, logra articular tres aspectos claves en la configuración del diálogo que México, por iniciativa de la administración constitucionalista, pretendió entablar con las naciones del sur del continente, a saber: el bolivarianismo(23), el antiimperialismo(24) y el latinoamericanismo. En el caso colombiano, en particular, estos tres aspectos fueron de singular importancia en la comunicación que la legación mexicana entabló con la sociedad que la recibió, aunque hizo su aparición entremezclándose indistintamente, según lo exigían las necesidades, el público o el momento. Por ello, no sorprende que, en la primera entrevista que otorgó José Juan Tablada a un periódico colombiano, este hubiese afirmado que, así como en Colombia se veía con interés el proceso revolucionario mexicano, en México pasaba lo propio con “la admirable y generosa epopeya de Bolívar y de sus Capitanes, entre quienes descuella el admirable Santander”, integrando a renglón seguido, en aparente desconexión, un comentario con cierto dejo antiestadounidense, en el que señalaba que el carácter progresista de la Revolución mexicana, que con tanto interés se seguía desde Colombia, había “sido falseado por la información norteamericana, cables y prensa, que cultiva el sensacionalismo y el ‘humbug’”(25).
Tales aseveraciones son posibles, si se comprende que con ellas el poeta intentaba movilizar en un mismo lugar, aunque para un público disímil y anónimo, las simpatías entre sus interlocutores a través del mutuo reconocimiento, pero al mismo tiempo intentaba direccionar su antipatía hacia el punto que en verdad le interesaba como representante del Gobierno mexicano: Estados Unidos, país que en otro artículo de su autoría, publicado por el diario El Tiempo, se perfiló claramente como el enemigo común, al cual sólo podría oponérsele la unidad de los países latinoamericanos. Una unidad a la que excitaba el poeta aludiendo a motivos propios del discurso bolivarianista, así:
“[…] del Norte donde rugió el mar de sombras que se tragó a Atlántida, de quien Platón recogería un último suspiro, llegan las intermitentes embestidas, como periódicos terremotos, que van menoscabando la libertad de Nuestra América, soñada por Bolívar […] Y entre tanto tiemblan en voluntario aislamiento las naciones de América, que podrían juntas y unidas erguirse soberbiamente en la confianza de su fuerza […] Sólo la unión latinoamericana coronará su obra, cumplirá su testamento, aplacando su alma y las zozobras de sus hijos”(26).
De esta manera, el poeta mexicano encontró códigos comunes para comunicar con éxito uno de los aspectos del mensaje del que, como representante del gobierno constitucionalista, fue encargado de entregar a los colombianos. Dicho mensaje podría resumirse en la urgente necesidad de una unión latinoamericana de acento antiimperialista que tuviese a México por promotor y dirigente. Ese trabajo se le facilitó, en la medida en que, desde principios de aquel año, la prensa bogotana ya estaba llamando la atención sobre la importancia de las Conferencias de París para los colombianos, en particular, y para los pueblos latinos de América, en general.
Dentro de las múltiples voces que se levantaron al respecto, una de las más autorizadas era la del político liberal Eduardo Santos, quien advirtió sobre la intención de Estados Unidos de aprovechar las Conferencias de París para “hacerse con la hegemonía moral del continente [americano]”. Santos tildaba esa aspiración de “insincera”, en el sentido de que aún persistían “las causas de justo rencor que contra ellos hay en el continente”, poniendo como ejemplo ante sus lectores “el pleito de Panamá”, que, como se expondrá más adelante, cobró singular fuerza en la segunda mitad de 1919. No obstante, en el editorial en mención, el pleito de Panamá aparece como uno más de los acontecimientos deplorables que “los pueblos latinos de América” habían tenido que sufrir para ir “adquiriendo de modo quizá lento, mas no por eso menos preciso, la conciencia de sus derechos, de su propia personalidad y de su soberanía penosamente adquirida”(27).
Estas declaraciones situaban a Eduardo Santos muy cerca de las intervenciones de los diplomáticos mexicanos, tanto en el plano del antiimperialismo como en el plano del latinoamericanismo de tinte bolivariano. Por eso, no resultan sorprendentes las frases que escogió para finalizar su columna: “‘América para los americanos’, parece que es la fórmula hoy sentada en las Conferencias de París, pero que no se olvide allí que los americanos no son sólo los compatriotas de Washington y Lincoln, sino también los de Bolívar y Juárez, los de Hidalgo y Santander, los de San Martín y O’Higgins”(28).
Mirar hacia al norte, pero no tan al norte
Es evidente, entonces, cómo las Conferencias de París preocupaban en grado sumo a las naciones latinoamericanas en su conjunto; máxime, cuando los cables que las informaban sobre los avances en las negociaciones de paz eran insuficientes y fragmentados, lo que no sólo suscitó la expectación especulativa sobre sus resultados, sino que además incrementó la desconfianza sobre las intenciones de Estados Unidos de ventilar en Europa sus pretensiones hegemónicas en la región(29).
En Colombia, dicha desconfianza se vio reflejada, por un lado, en múltiples artículos de prensa que exhortaban de manera indirecta al gobierno conservador de Marco Fidel Suárez a revisar su política pro-estadounidense, conocida bajo el nombre de respice polum (“Mirar hacia el norte”)(30), doctrina según la cual, Colombia debía orientar su política exterior hacia Estados Unidos, y por el otro, en la fácil recepción e identificación con propuestas latinoamericanistas de tinte antiimperialistas como la promulgada hacia el exterior por el gobierno constitucionalista, cuyos representantes se encontraban entre los más dilectos visitantes diplomáticos de la ciudad de Bogotá. Así pues, la presencia de ellos, y su papel políticamente activo en columnas periodísticas y en la movilización política del estudiantado bogotano, facilitaron que el discurso antiimperialista tuviera una mejor recepción en la ciudad(31). Pero no sólo recepción, ya que, en manos de los intelectuales colombianos, el discurso tomó matices propios que apuntaban sobre todo a los asuntos pendientes que el país tenía con Estados Unidos al respecto de la separación de Panamá, ocurrida en 1903. Así fue advertido por Augusto Ramírez Moreno(32), uno de los jóvenes intelectuales que, junto con Carlos Pellicer, venían trabajando por la consolidación de una Asamblea de Estudiantes en la ciudad, cuya intervención descuella entre las demás que se hicieron del mismo tipo, en la medida en que Ramírez representaba a una pequeña fracción del Partido Conservador, que, no obstante su identificación partidista, se encontraba en desacuerdo con la política exterior del gobierno, también conservador, de Marco Fidel Suárez.
La intervención de Ramírez se produjo a propósito de un artículo aparecido en El Correo Liberal, en el que se señalaba que Estados Unidos venía vigilando atentamente las iniciativas de integración latinoamericana que el Gobierno mexicano había iniciado a través del envío diplomático de legaciones de alto nivel a diferentes países de Suramérica. Para Ramírez, esta vigilancia era muestra de tutelaje y de entrometimiento indebido en las relaciones internacionales de estos países, que veían cada vez más debilitada su amistad con Estados Unidos, a raíz de su política imperialista. Amistad que en su decir, para el caso colombiano, se presentaba “anémica si se quiere desde 1903”, en clara alusión al asunto de Panamá. Singularmente, es en la pluma de un conservador que aparece por primera vez en las páginas de Voz de la Juventud el término antiimperialismo, al referir con énfasis: “por temperamento somos enemigos de ese gran país [Estados Unidos], porque lo somos de todas las absorbencias y de todos los imperialismos”; Ramírez hizo esta afirmación tomando intencionalmente la vocería de toda su generación, como lo hizo también al dejar por sentado que dicha identificación antiimperialista estaba signada y quizá posibilitada gracias a la construcción, recepción e influencia de un discurso que mostraba a México como el líder potencial de una integración latinoamericana: “Dispuestos estamos a trabajar tenazmente por la gran obra de la integración hispano-americana, y bien puede contar Méjico, el país formidable, con la ayuda de los colombianos en el gran movimiento que se esboza; preparémonos!”(33).
Esta potencialidad era remarcada a cada instante por los diplomáticos mexicanos en cada una de sus intervenciones públicas. La defensa a ultranza del proceso revolucionario y de la figura de su máximo líder, Venustiano Carranza, hizo carrera en todos los diarios de la ciudad. Pocas veces, sus intervenciones dejaban de mencionar el genio político del presidente mexicano entre loas y grandilocuencias, en especial en lo que se refiere a la reorganización política, social y económica de México bajo preceptos eminentemente nacionalistas. Pero a la vez, dichas intervenciones resaltaban sobre todo cómo la figura de Carranza, y por extensión la de México, se levantaba entre los pueblos latinoamericanos como el símbolo más patente de resistencia ante los embates del imperialismo norteamericano, tanto en el plano económico como en el político y social.
Una muestra fiel de lo antes dicho es la parte final de la primera conferencia que Carlos Pellicer ofreció en Bogotá como parte de la labor propagandística que la comisión organizadora de la Asamblea de Estudiantes adelantó en la ciudad. En dicha conferencia, Pellicer señaló que fue por iniciativa de Venustiano Carranza que la Federación de Estudiantes Mexicanos obtuvo un lugar de representación en cada una de las legaciones diplomáticas que en 1918 salieron de México hacia diferentes países de Suramérica, con el encargo expreso de estrechar los lazos con los estudiantes de estos países. Rememoró, además, cómo en la cena de despedida que Carranza les ofreció a los jóvenes universitarios en el Castillo de Chapultepec antes de su partida, el primer mandatario pronunció un sentido discurso de acento latinoamericanista, del que recordaba las siguientes palabras:
“‘Llevad a las Naciones hermanas las más puras intenciones de unión espiritual e intelectual. La política de mi gobierno ha tendido y tenderá a esa unión tan ansiada que constituirá el bienestar supremo de la América Española’. Tales fueron las palabras íntimas del Sr. Presidente Carranza cuando levantó la copa, para brindar por la ventura de las naciones hermanas de México”(34).
Sin duda, este tipo de discurso fue de fácil asimilación para los sectores progresistas bogotanos, quienes a través de él, no sólo se habían identificado con la historia de México en cuanto a su relación de despojo con Estados Unidos, sino que rápidamente, gracias a una particular lectura de este discurso y al contexto que lo posibilitaba, contrapusieron en la coyuntura la imagen de Venustiano Carranza y la de México a la de Marco Fidel Suárez y la de Colombia. Esta contraposición tuvo la oportunidad de hacerse evidente a través de los diarios capitalinos, gracias a la publicación de noticias sobre los asuntos pendientes que Estados Unidos tenía en Colombia, a partir de su participación en la separación y posterior independencia de Panamá.
Según el tratado Thomson-Urrutia, firmado en Bogotá entre Estados Unidos y Colombia el 6 de abril de 1914, la nación norteamericana se comprometía, entre otras cosas, a pagar una indemnización de 25 millones de dólares al Gobierno colombiano con el fin de normalizar las relaciones bilaterales, luego del expolio territorial. Esta indemnización, junto con los demás puntos del acuerdo, que podrían resumirse en concesiones arancelarias en el transporte de mercancías y nacionales colombianos a través del canal una vez construido, debían pasar por la aprobación del Senado estadounidense antes de su ratificación final, habiéndose fijado para ello el mes de agosto de 1919.
Sin embargo, la previa promulgación del Decreto 1255, de junio de 1919, por el Gobierno colombiano, que reglamentaba la exploración y posesión de yacimientos de petróleo(35), fue vista por el Gobierno estadounidense como una afrenta directa a sus intereses económicos en el país, en la medida en que los títulos de propiedad sobre la tierra que tenían varias empresas norteamericanas no representaban en sí sustento alguno para adelantar el libre usufructo de lo que estuviera debajo de ella.
Así las cosas, según informaron los cables internacionales, el Senado de Estados Unidos decidió suspender la consideración del tratado Thomson-Urrutia, y con ello, el pago de los 25 millones de dólares, hasta que su Comisión de Relaciones Exteriores examinara el asunto y se cerciorara del verdadero alcance del Decreto 1255(36).
Esta noticia indignó de inmediato a la sociedad colombiana en general, la cual rápidamente dejó aflorar sus más expresivos sentimientos antiimperialistas en diarios, revistas y reuniones sociales, siendo el sector estudiantil el que más rápido se movilizó, como se puede apreciar en las páginas de Voz de la Juventud:
“VOZ DE LA JUVENTUD Invita a la gran manifestación estudiantil que se verificará esta tarde a las 5 p. m. con el objetivo de pedir respetuosamente al señor Ministro de Relaciones Exteriores y a las honorables Cámaras legislativas se retire el Tratado del 6 de abril de la consideración del Senado americano. Punto de reunión, atrio del capitolio”(37).
Así las cosas, al plantearse la posibilidad de movilizar al estudiantado capitalino ante una cuestión concreta de índole nacional e internacional, los jóvenes intelectuales de Voz de la Juventud, de los que ya hacía parte importante Carlos Pellicer, llevaron a la práctica los enunciados discursivos con los que habían alentado sus actividades de organización. De esta manera, la movilización estudiantil concreta en torno a un problema político inmediato sólo puede ser comprendida por la precedente labor organizacional que hasta aquí se ha estudiado, la cual se logró a través de la puesta en marcha de un tipo de discurso que, lejos de agotarse, encontró en el problema político particular del Decreto 1255 una oportunidad propicia para reafirmarse, en especial en lo que atañe a su apuesta latinoamericanista y antiimperialista, fuertemente influenciada por la presencia de los diplomáticos mexicanos en el país. Sin embargo, como se verá en adelante, tal discurso también tuvo sus ecos fuera de las iniciativas estudiantiles.
Antiimperialismo a la colombiana
La decisión del Gobierno estadounidense de hacer depender la ratificación del tratado Thomson-Urrutia del bienestar de sus intereses financieros en el país preocupó en grado sumo a los sectores menos adeptos al gobierno conservador de Marco Fidel Suárez, quienes de inmediato empezaron a preguntarse sobre la forma de establecer algún tipo de interacción diplomática con los países vecinos, a fin de denunciar el desaire norteamericano. Una vez más, fue la pluma de Eduardo Santos la que mejor se expresó al respecto: “La hora actual reclama como ninguna otra una representación diplomática de primer orden en la América Latina, que puede atraer a nuestra causa la simpatía y el apoyo eficaz de las naciones hermanas por la raza y por la lengua y por el origen comunes”. Sus declaraciones tenían como objetivo principal llamar la atención sobre el hecho de que, pese a que el cuerpo diplomático colombiano ya había designado, desde hacía varios meses, como su representante ante el Gobierno mexicano al señor Fabio Lozano T., este no había ido aún “a ocupar un puesto tan esencial para nuestra política externa”(38). Se partía de lo esencial, ya que, gracias a la labor diplomática emprendida por la delegación mexicana en Colombia, México ya se comprendía como el país que podía abanderar la resistencia latinoamericana ante el imperialismo norteamericano. Fue así como el papel preponderante de México dentro de la agenda de integración latinoamericana, tal y como fue entendido por los intelectuales colombianos, dejó el estrecho marco discursivo en el que se venía desarrollando y se impuso como una necesidad real y pragmática ante la indebida injerencia de Estados Unidos en la política petrolera y, por ende, en la soberanía económica colombiana.
Un telegrama del presidente Suárez al cónsul general de Colombia en Nueva York, publicado por el Diario Nacional, desató la tormenta. En dicho telegrama, Suárez le ordenaba de modo expreso al cónsul general que cordialmente les explicara a los empresarios petroleros estadounidenses que el Gobierno colombiano, mediante el Decreto 1255, no tenía intención alguna de atentar contra sus intereses, por lo que había decidido suspender su ejecución mientras esperaba el momento oportuno de revocarlo de manera definitiva para expedir en su lugar una legislación más favorable a sus intereses comerciales. El telegrama finalizaba en los siguientes términos: “He trabajado, sufrido muchísimo, en los esfuerzos hechos para alcanzar la solución de esta materia; por esto sorpréndeme saber atribúyenseme designios contrarios a los que inspíranme”(39).
Las reacciones en contra de las declaraciones de Suárez no se hicieron esperar: “apréciese el tono mendicante y suplicatorio en que están escritas”(40), dijeron los liberales, mientras que los republicanos hicieron un elegante, aunque enérgico, llamamiento a movilizarse en “contra de aquellos cuyos procederes afecten el honor nacional; contra cuantos quieran menguar la integridad moral de la patria”(41). En el mismo sentido, a la seguidilla de artículos que ponían en tela de juicio la idoneidad del presidente de la República se le sumaron la renuncia del ministro de Relaciones Exteriores, Hernando Holguín y Caro, cubierta con minuciosidad por varios diarios del país(42), y la gran manifestación pública, organizada por liberales y republicanos, que recorrió las calles de Bogotá la tarde del 16 de septiembre, después de la cual se redactó un comunicado en el que se le solicitaba la renuncia inmediata al presidente de la República(43).
En dicha manifestación, el papel del estudiantado fue de primer orden, que sobresalió en número, por encima de los demás sectores de la sociedad que se movilizaron(44). Tal afluencia se explica, no sólo por la coincidencia de las manifestaciones en contra de Suárez(45) y los actos de homenaje que los estudiantes de la capital brindaron en honor del aniversario de la independencia de México(46), sino también porque en la noche del 13 de septiembre, en la Sala Samper de la Biblioteca Nacional, fue celebrada la reunión preparatoria de la Asamblea de Estudiantes(47) causando un gran alborozo en la comunidad estudiantil. El evento fue reseñado y compartido por el director del diario El Tiempo, quien, junto a las noticias en las que denostaba al presidente de la República, saludaba efusivamente la instalación de la Asamblea, y al mismo tiempo prometía secundar con gusto sus iniciativas a través de las páginas de su diario(48), lo que sin duda representaba una estrategia de Santos para consolidar aún más sus vínculos con los cuadros dirigentes de la Asamblea, a la vez que los movilizaba a favor de intereses políticos particulares.
Ahora bien, es de resaltar que por aquellas fechas, Eduardo Santos no fue el único en coincidir con las iniciativas de los jóvenes intelectuales de Voz de la Juventud; lo propio hicieron lo miembros de la Cámara de Representantes de Colombia(49), quienes, mediante proposición aprobada por unanimidad, resolvieron saludar al pueblo mexicano en el día del aniversario de su independencia. Lo que particularmente llama la atención de este pronunciamiento no es el saludo en sí, sino los términos en que fue sustentado en las consideraciones que lo precedieron, donde resaltan frases como: “la Nación mejicana es el vigilante centinela de la integridad y la soberanía de las naciones de origen español en el Continente”; “la patria de Hidalgo atrae en estos momentos las miradas de todos los pueblos que aún conservan la independencia y la libertad en la América de origen hispano”; “el pueblo mejicano sostiene contra poderes extraños la bandera de la dignidad nacional en presencia de todas las naciones y defiende con viril entereza su soberanía inmanente”(50). En medio de los últimos acontecimientos políticos de Colombia, tales frases, en especial esa última, venían a sumarse al concierto de voces que se levantaron desde distintos lugares de enunciación en contra de la actuación reprochable del presidente de la República.
En el mismo sentido, la prensa reseñó con loas el éxito de la convocatoria juvenil en torno a los homenajes a la independencia de México, aprovechando de paso para introducir entre líneas frases que, lógicamente, aunque de modo indirecto, buscaban conectar dicho homenaje con la urgencia de un pronto acercamiento diplomático entre las dos naciones, el cual, como se vio en apartes anteriores, fue planteado por Eduardo Santos como necesario, debido a las últimas decisiones que había tomado Estados Unidos con respecto a sus obligaciones para con Colombia:
“Ayer a las cuatro de la tarde se reunió en el atrio del Capitolio nacional una numerosa multitud con el fin de hacer en ese día una manifestación de simpatía a Méjico, de acuerdo con la invitación que al pueblo en general habían hecho los universitarios de las Facultades de Medicina, Ingeniería y Derecho, en carteles, que fueron fijados durante el día en las esquinas de la ciudad […] Esa manifestación fue una demostración elocuente del cariño que los colombianos profesan a quien es sin duda el centinela avanzado de los países hispanoamericanos”(51).
Así pues, se hacen evidentes la conjunción y participación de varios sectores de la sociedad colombiana en el discurso que buscaba situar a México como el adalid de las soberanías latinoamericanas, en un momento de álgida tensión política con Estados Unidos; un discurso con características propias que evidentemente llevaba varios meses siendo madurado por un sector de la intelectualidad bogotana, en especial por aquel que desde Voz de la Juventud movilizó a los estudiantes en la cantidad y en el momento adecuados para ser tenidos en cuenta como una emergente fuerza política.
En consonancia con lo antes expuesto, los homenajes periodísticos a México se extendieron por varios diarios capitalinos y nacionales, dentro de los que se destacó el hecho por El Correo Liberal, quien publicó en su primera plana un generoso retrato de Venustiano Carranza, en cuyo pie de foto se lee un cordial saludo enviado a la legación mexicana en Colombia, y por intermedio de ella, “al ilustre Jefe de la Nación Mexicana, General Venustiano Carranza, […] uno de los estadistas más ilustres de América en los tiempo actuales”(52); además, la primera plana también reservó un lugar especial, en el que felicitó a Carlos Pellicer por el éxito obtenido en la conferencia que sobre la independencia de México dictó para el público bogotano(53), destacando, muy a propósito del ambiente político del momento, cómo entre las dos naciones existía una “[…] inmensa y rotunda hermandad de la lucha y del dolor, ya que ambos pueblos Colombia y México, han tenido el mismo expoliador y el mismo enemigo”(54).
Por su parte, los intelectuales de Voz de la Juventud también dejaron evidencia en el último número de su revista de los homenajes que le brindaron a la legación mexicana, a propósito del aniversario de la independencia de su país: reseña la revista la entrega de un álbum de autógrafos a los señores Eduardo Colín y Carlos Pellicer, en el que se dejaron plasmados entusiastas saludos de felicitación al pueblo mexicano(55). Sobresalen entre los múltiples mensajes, rebosantes de exultación y afecto, el de Gerardo Pérez Sarmiento, de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional, quien escribió: “Cuando las naciones hispanoamericanas lleguen a la cúspide de su perfeccionamiento, será Méjico -el centinela avanzado de la latinidad hispana y gloriosa- quien señale rumbos de respeto a la justicia, de libertad y democracia”; y el de Manuel Gutiérrez, de la Escuela de Medicina, quien afirmó: “Mientras haya en América naciones como Méjico, excelsa concreción del patriotismo y la nobleza, la ambigua doctrina Monroe, apenas si será un cuento para niños”(56). Estos mensajes vienen a reforzar la hipótesis que se ha venido desarrollado a lo largo de esta investigación, con respecto al papel endilgado a México en la emergencia y consolidación de un discurso latinoamericanista y antiimperialista en Colombia durante 1919.
En este mismo sentido, pocos días después, el senador conservador Miguel Jiménez López (1875-1955), en la sesión del Congreso de la República del 27 de septiembre, expuso formalmente la necesidad de un “acercamiento de la República con los demás países de origen hispano”. El texto completo de la proposición, publicado por El Tiempo bajo el título “La Unión Latino Americana. Sus Razones de ser. - Sus ventajas. - Su necesidad”, resaltaba, sobre cualquier otra consideración, la necesidad de establecer vínculos estrechos y duraderos con las naciones del continente para oponerse, por un lado, a la política intervencionista de Estados Unidos en la región, expresada para el caso colombiano en el reciente conflicto político desatado por la promulgación del Decreto 1255, y, por el otro, a la actitud “claudicante, sumisa y degradante” que desplegó el presidente de la República en los intentos por resolver dicha crisis.
No obstante, lo que más llama la atención de la proposición del senador conservador, es que no escapó a la corriente de admiración que se venía levantando en torno al papel de México en la región. Muestra de ello es la parte final de la citada proposición, en la que se puede leer: “Admiremos y secundemos en buena hora la gallarda actitud del Presidente Carranza, que a ese viejo y caduco sofisma de la Doctrina Monroe acaba de oponer una contradoctrina [se refiere a la doctrina Carranza] que es un timbre de honor y una salvaguardia para la porción latina de la América”(57).
Así pues, la intervención del senador Jiménez, además de hacer explícita la forma en que, ante la precariedad de la imagen pública de Marco Fidel Suárez, se levantó en oposición la imponente figura de Venustiano Carranza como deber ser del estadista(58), dejó en evidencia cómo un sector del conservadurismo colombiano, pese a pertenecer al mismo partido político que el presidente de la República, no se encontraba satisfecho con su desempeño en la primera magistratura, lo que sin duda explica el acercamiento de algunos conservadores a un discurso proyectado y compartido por sectores estudiantiles, liberales y republicanos, quienes encontraron en él un importante vehículo sobre el cual movilizar su inconformismo con el régimen conservador y con su política exterior.
Una pequeña (gran) victoria
No obstante, las tensiones políticas en Colombia seguían estando a la orden del día, particularmente porque los fantasmas que las animaban no eran dejados en paz por los sectores opositores al Gobierno Nacional. Por ello, no sorprende que el 3 de noviembre el principal diario capitalino inaugurara su primera plana con estas palabras: “Hoy hace diez y seis años se consumó la tragedia de Panamá y, con la ayuda de la traición de unos y la debilidad e incompetencia de otros, fue desmembrada la República para satisfacer las ansias de un Gobierno desprovisto de escrúpulos”(59). Estas afirmaciones movilizaban intencionalmente la memoria social(60) de los lectores del diario colombiano, en clara alusión a la coyuntura política que la posibilitaba, y se convirtieron en la excusa perfecta para volver sobre el tema de la posición gubernamental ante el imperialismo norteamericano(61), sobre su complacencia para con la denominada Doctrina Monroe(62), y, ante todo, para hacer votos por el fortalecimiento del nacionalismo colombiano y su interlocución con las demás naciones latinoamericanas como estrategia de resistencia ante las pretensiones hegemónicas de Estados Unidos en la región(63).
Del mismo modo, las notas que veían con preocupación la posición de Estados Unidos en relación con el proceso político mexicano aumentaron, y advirtieron sobre la posibilidad de una intervención directa en su territorio(64), debido a la inconformidad de Estados Unidos con las políticas económicas implementadas por el gobierno constitucionalista(65), las cuales fueron el inicio de lo que se conocería más tarde como Nacionalismo Revolucionario(66). Así pues, varias voces se levantaron en apoyo del Gobierno mexicano(67), volviendo sobre la identificación de la lucha nacionalista mexicana como modelo y guía de la resistencia antiimperialista en toda la América Latina y como ejemplo a seguir por la política exterior colombiana(68).
Como se puede ver, estas intervenciones representaron el corolario de una arremetida periodística y de una importante movilización social que propendió a cuestionar e intervenir en la forma en que el gobierno de Marco Fidel Suárez dirigía los rumbos del país en materia de política exterior. Los primeros frutos de esta continuada movilización discursiva y social se recogieron desde finales de octubre, cuando se hicieron públicos al mismo tiempo los textos de un memorandum que la legación estadounidense en Colombia extendió al Gobierno Nacional con el fin de fijar su posición oficial con relación al Decreto que sobre petróleos había promulgado el Legislativo colombiano, y el texto de la consecuente respuesta del Ministerio de Relaciones Exteriores al respecto.
El memorandum en cuestión defendía el derecho a la libre extracción norteamericana de los hidrocarburos que se llegaran a encontrar en las tierras legalmente adquiridas por estadounidenses en territorio colombiano. Lo que sorprendió del memorandum fue que exigía que dicho derecho debía ser estipulado por medio de un “documento diplomático” expedido por el Ejecutivo nacional(69), pedimento ante el cual el recientemente nombrado ministro de Relaciones Exteriores, Pomponio Guzmán, expidió un comunicado en que destacan los siguientes términos:
“[…] como de este importante asunto se ocupa en la actualidad el Congreso Nacional […] y como al poder judicial corresponde la calificación de los títulos de propiedad, animado mi Gobierno de un vivo interés por llegar pronto a una cordial inteligencia […] ha trasmitido el memorandum de Vuestra Excelencia a las honorables Cámaras Legislativas. El Gobierno, con el concurso de la opinión pública, como lo exige la índole de nuestra organización política confía en llegar pronto a una satisfactoria solución del asunto. El Gobierno de Colombia no deja, sin embargo, de lamentar que este asunto de la propiedad del subsuelo […] esté influyendo sobre la definitiva conclusión del Tratado del 6 de abril de 1914”(70).
Es evidente, entonces, cómo el comunicado del ministro de Relaciones Exteriores, además de estar escrito en un tono totalmente diferente al tono mendicante usado por el presidente de la República en ocasiones anteriores, recogió las principales demandas de los opositores al Gobierno Nacional: en primer lugar, subordinó el entendimiento privado entre el Ejecutivo y los representantes estadounidenses a las decisiones oficiales del Poder Legislativo; en segundo lugar, reconoció la necesidad de contar con el concurso de la “opinión pública” para legitimar las decisiones diplomáticas tomadas, y, en tercer lugar, reprochó que la ratificación de los acuerdos indemnizatorios sobre la cuestión de Panamá dependiera de la adjudicación de privilegios a ciudadanos estadounidenses en materia de extracción petrolera en el país, tal como lo hicieron en su momento, a través de revistas y periódicos, los intelectuales liberales, republicanos y estudiantiles hasta aquí mencionados.
De esta manera, el año terminaba exitosamente para los sectores políticos de oposición al gobierno conservador, gracias a haber logrado influenciar, fuera de las instituciones, las decisiones del Gobierno con respecto a los asuntos pendientes con Estados Unidos. Sin duda, era una victoria compartida por los estudiantes y los liberales, los cuales no pocas veces trabajaron mancomunadamente. Para ambos sectores, representó la acumulación de un importante capital político(71) que en adelante utilizarían para posicionarse cada vez mejor en el estrecho marco de acción política e intelectual que dejaba la hegemonía conservadora para los sectores de oposición. En lo sucesivo, al gobierno conservador le sería muy difícil ignorar la fuerza de la opinión pública de la oposición y la creciente importancia de la comunidad estudiantil en Bogotá. Fuerza que fue conseguida, en gran parte, gracias a la emergencia y movilización de un discurso bolivarianista, latinoamericanista y, ante todo, antiimperialista, posibilitado por la presencia de la legación mexicana en el país(72).
Conclusiones
A lo largo de las páginas de este artículo, se ha defendido la hipótesis de que la presencia de los diplomáticos mexicanos en Colombia, durante la administración de Marco Fidel Suárez, animó la emergencia de un discurso de tintes latinoamericanistas y antiimperialistas, que fue usado por los sectores de oposición para arremeter en contra de la política exterior del Gobierno, explícitamente supeditada a los mandatos de Estados Unidos.
Para ello, se estudiaron las formas en que el discurso de unidad latinoamericana de los diplomáticos constitucionalistas fue apropiado por los intelectuales liberales y republicanos, por la dirigencia del incipiente movimiento estudiantil y por algunos sectores del Partido Conservador, en primer lugar, a través de la identificación histórica que reconocía a Estados Unidos como el expoliador territorial en común de los dos países latinoamericanos, y después, a través de la necesidad de que Colombia se sumase al bloque continental, que haría contrapeso a una futura arremetida de Estados Unidos en la región, como producto del reordenamiento mundial de las fuerzas políticas que suscitó el final de la Gran Guerra.
Ahora bien, en Colombia, el uso político de este discurso por parte de la oposición respondía a la política exterior del gobierno conservador, conocida como “respice polum”, la cual tenía a Estados Unidos como un modelo a seguir. Por esta razón, su contenido latinoamericanista y antiimperialista ensalzaba la política exterior mexicana y la figura de su conductor, Venustiano Carranza, en detrimento de la política y la figura misma de Marco Fidel Suárez, en un claro juego de opuestos, no sólo políticos, sino también morales.
Lamentablemente, para Suárez, el entusiasmo producido por el discurso filo-mexicano, latinoamericanista y antiimperialista entre los sectores de oposición coincidió con desavenencias diplomáticas entre los gobiernos de Estados Unidos y Colombia, a propósito del condicionamiento estadounidense para cumplir el pago de la indemnización pactada en el tratado Thomson-Urrutia, de 1914.
Esta particular coyuntura fue aprovechada para la movilización política y social en contra del gobierno conservador, la cual se sustentó, en gran medida, en las premisas ideológicas que habían sido puestas en circulación en los diarios opositores y en las publicaciones universitarias desde la llegada del cuerpo diplomático mexicano a Colombia, cuyos integrantes habían participado activamente en sus páginas.
Si bien esta movilización y sus resultados no pueden considerarse como determinantes en la caída definitiva del régimen de Marco Fidel Suárez, es de resaltar que la construcción y apropiación de un discurso de oposición filo-mexicano, latinoamericanista y antiimperialista constituyen un importante antecedente en la formación (como es el caso del movimiento estudiantil) y consolidación (como es el caso del Partido Liberal) de novedosos sujetos políticos que en adelante, y a lo largo de la década de los años veinte, serán los principales contradictores de la hegemonía conservadora y los gestores de su derrumbe, en 1930.