Introducción
La década de 1870 inauguró un periodo reformista de la enseñanza pública en los Estados Unidos de Colombia1, época en la que la Biblioteca Nacional (bn) enfrentó contradicciones profundas. La institución se unió a la recién fundada Universidad Nacional (un) y fue una razón, entre otras, para justificar la centralidad de la universidad en Bogotá2; no obstante, numerosos observadores enfatizaron su “inutilidad relativa”. Este discurso pervivió en el siglo xx, tanto que la obra más comprensiva sobre la bn -a la fecha- señala que hasta 1931, “no presta servicio eficaz [...] sino a unos pocos investigadores, especialmente de historia. Y colma el ocio de unos desocupados que allí leen periódicos”3. En estas condiciones es fácil pensar que la institución estaba aletargada, a la deriva entre eruditos y ociosos.
Es necesario analizar la situación con mayor cuidado. Este artículo demuestra que, más allá de las discusiones sobre la eficacia de la bn, los estudiantes utilizaron los libros de la colección en espacios académicos de formación profesional. Con este ánimo, se introduce el registro de lectores de la biblioteca (de ahora en adelante rlb), levantado entre 1870 y 18744 y se pone en diálogo con documentos oficiales de la UN en la primera década de 1870. Esta fuente plantea un punto de corte para analizar tendencias generales en la segunda mitad del siglo xix. El acercamiento a los registros de préstamos en las bibliotecas públicas -una metodología poco usual entre los historiadores en América Latina- no solo brinda herramientas a los estudios sobre el libro, la lectura y las bibliotecas, sino que interpela directamente los trabajos de historia intelectual, historia cultural, historia social y política, por mencionar los más evidentes5.
No hay intelectuales sin bibliotecas y, cuando se pone énfasis en las colecciones y los espacios que las reúnen -tanto públicos como privados-, es posible identificar algunas fuentes cardinales en la construcción de proyectos políticos. En palabras de Alejandro E. Parada, “las bibliotecas no son agencias apolíticas sino que están mediadas por las concepciones dominantes en cada periodo histórico. Son construcciones que albergan objetos materiales (soportes de escritura) inmersos en constelaciones políticas e ideológicas”6. Esta mirada, animada por investigaciones recientes, ve las bibliotecas como objetos culturales con carga intelectual que, en diálogo con el aspecto material, dan sustento a la historia del pensamiento7: lugares de transmisiones de cultura y de saberes que permiten la apropiación de contenidos bibliográficos entre sus visitantes y la dinamización del campo intelectual8. Lejos de entender el libro como medio de difusión de ideas coherentes, es necesario ver su lugar como factor de cambio en las sociedades y en las mentalidades, donde las bibliotecas funcionan como “lugares de saber”9, “espacios de sociabilidad”10 y “agentes” en el circuito del libro11.
El rlb y la documentación de la bn sugieren que la biblioteca tenía una población estable de estudiantes universitarios. Sin embargo, por su importancia en el circuito de instituciones culturales bogotanas de la época, la bn recibió críticas desde los sectores liberales -especialmente a partir de los procesos de reforma educativa adelantados desde 1867- quienes enfatizaron su inoperancia, desconocimiento por el público amplio y antigüedad de su colección. En este escenario polemista, no basta con decir que la bn era universitaria o que sus recursos eran anacrónicos e inútiles: es importante ver lo que se leía y quién lo leía. La discusión lleva a preguntarse cuáles eran las preocupaciones reales de los reformadores liberales, toda vez que la investigación prueba que la bn recibió un número considerable de visitantes y brindó a los estudiantes conocimientos que influyeron en sus reflexiones intelectuales y desempeño académico.
Este artículo está organizado en tres partes. En primer lugar, se introduce la relación entre la bn y la un para identificar su conexión por medio de los estudiantes-lectores. En segundo lugar, se caracteriza la lectura universitaria en la bn con especial énfasis en el rlb. En tercer lugar, se contrastan los programas académicos de la un con el rlb, se traza el historial de préstamos de algunos estudiantes-lectores en relación con su desempeño académico, se analizan las presentaciones de alumnos que utilizaron los libros públicos para confeccionar sus discursos y se identifican las lecturas de alumnos provenientes desde otras regiones del país. Finalmente, las conclusiones sintetizan las particularidades de un escenario de pugna por el control de instituciones culturales en un momento de tensión política.
1. Biblioteca y Universidad, una relación de larga data
La bn se asentó sobre los libros, los muebles y el legado de la Real Biblioteca Pública de Santafé. Como fue usual en la América española, la expulsión de la Compañía de Jesús y la expropiación de sus bienes en 1767 impulsó la fundación de las primeras bibliotecas públicas12. Entre ellas, la de Santafé de Bogotá reunió los libros confiscados en el Seminario Jesuita de San Javier de Bogotá e inició labores en 177713. Desde entonces, el establecimiento cumplió una doble función: por un lado, facilitar insumos a literatos y “estudiantes aplicados que absolutamente carecían de libros para su instrucción”14; por otro lado, proteger una colección “que podrá enriquecerse en lo venidero con nuevas obras y con máquinas é instrumentos”15. Su naturaleza bimodal (educativa y patrimonial) pervive en el presente16.
La institución de origen colonial subsistió tras las revoluciones de independencia. Desde los albores de la vida republicana, Francisco de Paula Santander, vicepresidente de la República de Colombia, decretó en 1822 la incorporación de los libros de la Expedición Botánica -a cargo de José Celestino Mutis- a la bn y su traslado al edificio de las Aulas del Colegio de San Bartolomé, una construcción de la primera década de siglo xvii que hizo parte del Colegio Máximo de la Compañía de Jesús y que pasó a propiedad del gobierno tras la expulsión de los jesuitas17. La biblioteca se ubicó en el segundo piso del edificio, donde prestó servicio hasta 193818. Entre 1845 y 1916 compartió la locación con el Museo Nacional19 y desde 1867 (hasta 1916) con la Oficina de Canjes internacionales y las oficinas centrales de la un.
La vecindad entre bn y un tan solo fue el corolario de la dimensión educativa de la institución, adscrita por norma a las universidades públicas del siglo xix: el decreto del 27 de noviembre 1830 la unió a la Universidad Central de Cundinamarca; la Ley 7 del 21 de mayo de 1842 la incorporó a la Universidad del Primer Distrito y el Decreto del 22 de agosto de 1850 lo hizo al Colegio Nacional de Bogotá; finalmente, el Decreto orgánico de 1867 selló su unión con la un. La bn adquirió autonomía institucional en 1903, cuando el artículo 36 de la Ley 39 del 26 octubre de 1903 dispuso su vinculación directa al Ministerio de Instrucción Pública20.
El triunfo de los liberales en la Guerra Civil de 1859-1862, introdujo un periodo de renovación político-administrativa del Estado21. Entre las instituciones afectadas se encontró la bn. Ya desde las primeras regencias liberales en la década de 1850, la bn atravesó por cambios significativos que incrementaron su colección, relevaron el personal asociado e implementaron dispositivos bibliográficos como catálogos y registros de lectores22. Sin embargo, desde 1868, los observadores liberales vieron con preocupación cómo la colección antigua (patrimonial) crecía con mayor velocidad que la colección “útil” o “moderna”. Juan Félix de León, catedrático de Ciencia constitucional en la un, fue comisionado el 14 de febrero de 1871 por el Gran Consejo Universitario para inspeccionar la bn. El 6 de marzo presentó un informe en el que destacó que “la causa más poderosa de la inutilidad relativa de la Biblioteca Nacional es la circunstancia de no ser conocida”23. León insistió en proveer a la bn con títulos de ciencias aplicadas a la industria, las artes y el trabajo humano y señaló lapidariamente que, de lo contrario, la biblioteca sería “un anacronismo costoso, i de resultados poco fecundos para el progreso jeneral”24. En la misma línea, Jacobo Sánchez durante su rectoría de la un (1873-1874), enfatizó sobre la necesidad de reformar la colección, el espacio y el servicio, “para que la Biblioteca preste los servicios que demanda la situación actual del país”25. En 1874, Gil Colunje, secretario de lo Interior, mencionó que la bn demandaba “reformas i mejoras importantes” para “llenar cumplidamente su objeto”26. Mientras que en 1875, Francisco de Paula Rueda, el nuevo secretario de lo Interior dijo que “en realidad no debiera sostenerse un establecimiento con un tren de empleados relativamente costoso, si solo sirviera para conservar en depósito algunos libros i documentos antiguos”27. Por otra parte, en 1877, Gonzalo A. Tavera, bibliotecario nacional, informó que:
“Este establecimiento, que en muchos paises es signo de civilización i de grandeza, aqui dista inmensamente de lo que debiera ser, tanto en su parte material como en su parte formal. Parece olvidado i apenas como un resago del Gob[ier]no colonial, bajo el cual empezó a existir, si se atiende a los muchos volúmenes in-folio i en latín, lengua muerta, que ocupan sus estantes”28.
Estas declaraciones llevarían a pensar que la bn funcionaba precariamente. No obstante, el rlb -que se levantó en simultáneo a estas críticas- revela lo cotidiano de la institución. Este comprende 344 páginas (172 folios) y recoge los nombres de los prestatarios, las obras solicitadas, la signatura, la fecha de préstamo y, desde el 19 de junio de 1871, la edad y la profesión. El documento reúne 6763 registros de préstamo. La primera mirada al rlb muestra que la bn estaba lejos de ser un establecimiento desertado y relegado a la condición de depósito.
Por ejemplo, el sábado 12 de febrero de 1870, Eduardo Arias, un joven estudiante de 16 años y matriculado en la Escuela de Literatura y Filosofía de la un, entró en las instalaciones y solicitó una obra en préstamo. Se inscribió en la primera página del rlb y anotó junto a su nombre Las obras de Delille29. Poco después, solicitó las Obras de François Malherbe, publicadas en París en 1840. El lunes siguiente, el 14 de febrero de 1870, Arias solicitó la Historia Universal de Louis Philippe, conde de Ségur, publicada en Madrid en 1830-1838; pidió nuevamente las obras de Delille y el Atlas Universel de Géographie, editado por C. V. Monin, cuya signatura omitió. En los años siguientes, Arias visitó la bn en 209 ocasiones y registró 338 préstamos de 71 títulos distintos. Tan solo fue uno de los 635 lectores registrados que entre febrero de 1870 y julio de 1874 consultaron 791 títulos -además de 187 títulos atribuidos-30. Como él, otros visitantes concurrieron a la bn, utilizaron sus catálogos y dejaron registro de sus consultas. Entonces, cabría preguntarse sobre qué suscitó los cuestionamientos sobre una biblioteca inoperante.
Para intentar responder esta pregunta, es necesario analizar los grupos socio-profesionales que asistieron a la bn (tabla 1). El conjunto evidencia un desbalance entre los segmentos: de los 635 lectores registrados, el 58% se autoidentificó como ‘estudiante’ y solicitó el 77% de los préstamos. Si únicamente se toma en consideración a los visitantes que especificaron su ocupación, la presencia de estudiantes supera el 91%31. Sus préstamos revelan un interés sostenido por la literatura y la historia, con variaciones hacia la prensa y las ciencias físicas y matemáticas.
Por otra parte, la comparación de las tendencias de préstamo entre registros levantados por estudiantes y los registros que omitieron datos de ocupación sugiere que una cantidad considerable de préstamos sin adscripción evidente a una categoría socio-profesional corresponde probablemente a estudiantes. El contraste entre estos dos tipos de registros revela una preferencia análoga por títulos de literatura e historia, así como una distribución similar entre las demás materias de consulta (figura 1). La posibilidad de que una parte considerable de los registros sin datos de ocupación pertenezca a estudiantes se fortalece al observar que solo los estudiantes y los registros sin dato tienen préstamos en todas las materias del conocimiento en que la BN organizó su colección en la época (tabla 1).
* 19 lectores registraron más de una categoría socio-profesional durante el periodo.
Fuente: elaboración propia con base en bnc, ah, leg. 007, ff. 1-142.
La puesta en diálogo del rlb con las listas de matriculados en la un permite asegurar que la mayoría de los lectores estaba vinculada a la universidad, institución con una comunidad reducida, aunque en aumento32. Esta correlación crece en significación cuando se observa que en 1872 la un contaba con 566 alumnos y el rlb registra la afluencia de 263 estudiantes33. El cruce de datos sugiere que casi la mitad de los alumnos matriculados en la un visitó la bn al menos en una ocasión durante 1872. Así, no sorprende la campaña de los liberales por moldear la bn, pues la institución era un lugar indispensable en la formación de los jóvenes en la capital34.
2. Estudiantes y lectura en la biblioteca
Poco antes del periodo que abarca el rlb, el escritor Manuel María Madiedo (1818-1888) publicó su colección de cuadros Nuestro siglo xix. Cuadros nacionales (1868). El libro contiene una caricatura de la bn, donde Madiedo ridiculiza la colección de la biblioteca, además de señalarla como “el lugar mas desierto que conozco en la capital” y el lugar donde los libros solo eran visitados “por los ratones i eso acaso a la média noche”35. Madiedo crea el diálogo entre el bibliotecario y dos lectores, quienes le preguntan:
- ¿Tiene usted la historia de la revolucion de Francia por Thiers? repuso Pepe.
- No señor.
- Don Francisco Martínez de la Rosa? Don Anjel de Saavedra? Lord Byron? Helvecio? Voltaire? Rousseau? Walter Scott? Hume? dijo Julio
- Nada, nada, repuso el bibliotecario.
- Alibert, Bentham, Holbach? nada dijo Pepe.
- Nada, nada, nada de eso, contestó el bibliotecario. Parece que esos autores estan llenos de herejias, de blasfemias... I aqui oh! aqui... hai mui buenas cosas... Mire usted esos tres lados que contienen mas de doce mil tomos, son todos tratados de teolojia i en un latín!... Oh! eso es soberbio, magnifico! hai mas de tres mil vidas de santos, llenas de cosas extraordinarias...36
Madiedo pinta la bn como un gran anacronismo, un objeto extraño a su siglo. El rlb muestra que los autores que cita Madiedo estaban representados en la colección de la biblioteca y fueron efectivamente consultados por los lectores de la década de 1870 (tabla 2), con excepción de Ángel Saavedra, Francisco Martínez de la Rosa y el barón de Holbach.
* El total de lectores indica la cantidad de lectores distintos por autor.
Fuente: elaboración propia con base en bnc, ah, leg. 007, ff. 1-142.
La tabla 2 muestra que los autores mencionados por Madiedo fueron consultados y algunos fueron populares entre los lectores de la bn, como es el caso de Louis Adolphe Thiers y Jeremy Bentham. Un segundo lugar común creado por el caricaturista Madiedo indica que la lectura en la biblioteca estaba condicionada por las temáticas religiosas y los textos en latín. La figura 1 muestra que las ciencias eclesiásticas fueron marginales entre los lectores. Además, si bien los estudiantes tuvieron acceso a autores en diferentes idiomas, la mayoría frecuentó títulos escritos o traducidos al español (63,4%) y al francés (27,4%), con una consulta reducida en inglés (7,6%) y marginal en latín (0,5%) (ver tabla 3).
Tratadas las apreciaciones de Madiedo, es necesario señalar que, más allá de la lectura de autores polémicos y en distintos idiomas, la bn también ofreció títulos de producción local. Las investigaciones sugieren que los libros e impresos nacionales fueron minoritarios en las bibliotecas latinoamericanas durante el siglo xix37. Aún así, el rlb revela que el préstamo de obras colombianas fue significativo. La tabla 4 presenta los títulos nacionales más consultados durante el periodo. Sobresale la Historia eclesiástica y civil de Nueva Granada (1869-1870) del polemista católico José Manuel Groot, una de las obras canónicas de la escritura de la historia en el siglo xix38. Lo mismo ocurre con la colección donada por Anselmo Pineda en 1849, que desde 1853 se convirtió en la “Biblioteca de Obras Nacionales”. Los lectores consultaron los legajos de esa colección documental -sin paragón a nivel regional- que llegó a ser considerada por observadores de la época como “la verdadera biblioteca nacional”39. La lectura de obras nacionales, principalmente de historia y literatura, es representativa en las tendencias de las consultas. Estas temáticas se concentran ampliamente en los títulos más populares del periodo: Histoire universelle de Cèsare Cantù y Don Quijote de Cervantes.
La bn prestaba servicio todos los días no feriados, entre las 10 de la mañana y las 2 de la tarde y, a partir de 1872, entre las 11 de la mañana y las 3 de la tarde40. En esos momentos, los visitantes navegaron las aguas de la lectura individual y algunos se convirtieron en personajes de la vida pública en décadas posteriores. Como el escritor Lorenzo Marroquín (1856-1918), que el 5 de diciembre de 1872 consultó el Nobiliario del conde de Barcelos (1646) de Alonso Paredes; o el médico e historiador Pedro María Ibáñez (1854-1919) que entre el 10 y el 15 de octubre de 1872 consultó intensivamente la Histoire universelle de Cantu. En su última visita, Ibáñez compartió el espacio con Francisco Javier Vergara y Velasco (1860-1914), futuro geógrafo, militar y bibliotecario, quien el 15 de octubre de 1872 consultó la Historia General de las Indias (1749) de Francisco López de Gómara. También, el poeta Candelario Obeso (1849-1884) visitó la bn entre el 16 de agosto y el 11 de septiembre de 1872. Durante sus estudios en la Escuela de Jurisprudencia, solicitó los Tratados sobre la organización judicial (1828) de Jeremy Bentham, el Dictionnaire universal d’historie et de gèographie (1847) de Marie Nicolas Bouillet y la Storia dell’antica Liguria e di Genova (1834) de Giorlamo Serra, préstamos que delatan los intereses históricos del poeta41.
Gabriel Rosas, futuro magistrado de la Regeneración, visitó a menudo la bn entre el 1° de marzo de 1870 y el 21 de marzo de 1873, cuando contaba con 16 y 19 años. Rosas registró 49 préstamos de 20 títulos diferentes. Sobresalen los Tratados de legislación civil y penal de Bentham, el Derecho de Gentes (1822) de Emer de Vattel y los Comentarios al Espíritu de las leyes de Montesquieu (1821) de Destutt de Tracy. Estos títulos eran de lectura obligatoria en la educación liberal del periodo. Es interesante ver que el joven Rosas acompañó sus estudios con títulos de ciencias eclesiásticas, como el Tratado de purgatorio contra Luthero y otros herejes (1617) de Dimas Serpi, el “Nuevo Testamento en Griego”, El deísmo refutado por sí mismo (1777) de Nicolas Sylvestre Bergier o la Historia de la guerra de los judíos (1791) de Flavio Josefo.
En un ambiente reformista y crítico del legado colonial42, la bn mantuvo su vocación educativa y facilitó su colección a los estudiantes. Los contenidos disponibles iban a contracorriente de los fundamentos intelectuales del liberalismo. “Fugas”, entendidas como los momentos en que un lector llega a textos que le son restringidos o para los que no está destinado43 -como las de Rosas-, muestran que la bn también fue un ‘enemigo encubierto’ del partido de gobierno. Estas aparentes contradicciones temáticas exponen que, tras las críticas de ‘inutilidad’ o ‘desconocimiento’, los observadores veían la bn como un lugar sospechoso; como un repositorio de conocimientos que se querían (o debían) evitar44. De esta manera, surge el interrogante de hasta qué punto los liberales reconocían la utilidad de la bn en la construcción de la identidad nacional. Lo que sí es claro es que, desde el otro frente, los conservadores encontraron en la literatura y las letras un vehículo poderoso para fortalecer su propio proyecto político45. Así, la bn fue un agente en la disputa por la formación de los jóvenes, una empresa que cimentaría la comunidad política de las próximas décadas.
3. Una colección en uso: libros y lectores
La bn facilitó el préstamo interno de libros a un número considerable de estudiantes de la un y esto se puede rastrear a partir del rlb. A la luz de las transacciones dadas por la cercanía entre biblioteca y universidad, el RLB se convierte en una plataforma de observación de tendencias intelectuales. El contraste entre las lecturas de los visitantes de la biblioteca y su relación con el escenario universitario corrobora que la institución fue un lugar de transferencia y apropiación de conocimientos a través del libro. A continuación, se presentan algunos casos que demuestran la relación de los préstamos consignados en el RLB con las actividades académicas de la Universidad.
3.1. La colección de la biblioteca y los programas académicos universitarios
Los programas académicos permiten un primer acercamiento a la relación existente entre la bn y la enseñanza universitaria. Aunque desde 1868, los Anales de la Universidad Nacional publicó algunos programas de curso, solo a partir de 1872 se incorporaron sistemáticamente las listas de textos prescritos por los profesores. Cuando se consultan los programas de las clases a la luz del rlb, aparecen diferentes grados de relación. Minoritariamente, hubo catedráticos que se apoyaron en la bn, como Ancízar (1811-1882), quien, en sus clases de Derecho Internacional, Tácticas Parlamentarias y Sofismas Políticos46, sugirió textos existentes en la bn y que efectivamente fueron consultados: el Traité complet de diplomatie (1833) del conde de Garden, los Principios de Derecho de Gentes (1840) de Andrés Bello, las obras de Bentham o los Sofismas económicos (1846) de Frédéric Bastiat. Algunos de estos fueron donados por el mismo Ancízar47. Por su parte, José María Quijano Wallis (1847-1922), catedrático de Ciencia y Derecho administrativos, sugirió los Elementos de Ciencia Administrativa de Florentino González y el Tratado de Ciencia constitucional (1839) de Cerbeleón Pinzón, usuales entre los lectores48.
Otros catedráticos incluyeron episódicamente títulos en la bn, como Francisco Bayón (1817-1893) quien propuso nueve textos para la clase de Botánica y Botánica Médica, de los cuales solo fue consultado Élémens de physiologie végétale et de botanique (1815) de Charles François Brisseau-Mirbel. Lo mismo sucede con Francisco Montoya (1850-1922), pues de una lista de 34 textos para la clase de Química Analítica, solo el Traité pratique d’analyse chimique (1843) de Henri Rose se registró en préstamo49. Por último, algunos catedráticos recomendaron autores leídos en la bn sin hacer explícito el título de la obra. Por ejemplo, el catedrático Wenceslao Montenegro propuso el “álgebra elemental” de Pierre Louis Marie Bourdon, autor de los Éléments d’arithmétique (1838), obra de consulta popular entre los lectores en 1873. Así mismo, el catedrático Fidel Pombo (1837-1901) prescribió para la clase de Zoología descriptiva la “clasificación de los animales según el sistema de [Georges] Cuvier”, metodología expuesta en Le règne animal distribué d’après son organisation (1829)50.
La relación entre los catedráticos y la biblioteca trascendió la preparación de bibliografías. Algunos consultaron la colección, pero, a diferencia de los estudiantes, estos gozaron del privilegio del préstamo domiciliario (tabla 5). Privilegio que, valga la pena recordar, estaba prohibido por el reglamento de la biblioteca51.
Más allá de los acercamientos contingentes, la mayoría de los catedráticos obvió los libros de la bn en sus programas de curso, posiblemente por lo rezagado de la colección. La última gran adquisición de la bn ocurrió entre 1846 y 1848, durante la primera presidencia de Tomás Cipriano de Mosquera (1845-1849), momento en el que se adquirieron 1660 títulos en 4715 volúmenes. Los lectores interesados en materias científicas debían conformarse con un progreso “estancado en 1847”52 que, si bien incorporó títulos de ciencias y medicina, no fueron sus materias predominantes53. La ausencia de títulos a la vanguardia del conocimiento científico en la bn se corrobora por la consulta de los libros de la colección de la Expedición Botánica -como la Ornithologie (1806) de Mathurin Brisson, el Compendio sobre las enfermedades venéreas (1793) de Johann Fritze, el Selectarum stirpium americanorum historia (1780) de Nicolai Jacquin, The anatomy of the human body (1750) de William Cheselden o las Exercitaciones anatomicas (1728) de Blas Beaumont-, obras significativas que, a más de un siglo de distancia, eran antiguallas que continnuaban consultándose.
3.2. La colección de la biblioteca en la trayectoria académica de alumnos destacados
El análisis de las lecturas normativas (programas académicos) y las lecturas voluntarias (préstamos en biblioteca) enriquece el panorama de la apropiación de contenidos. Hasta ahora, nada permite asegurar que las obras solicitadas fueran efectivamente leídas54. Sin embargo, cuando se contrasta el rlb con los reportes académicos de los estudiantes-lectores se descubre que usualmente los préstamos entraron en sintonía con las exigencias de los cursos que atendían. A continuación, se presentan cinco casos de lectores que ilustran visitas a la bn asociadas con un desempeño notable y sobresaliente en los exámenes intermedios y anuales en la un.
Eduardo Arias (ca.1854 - ¿?), estudiante de la Escuela de Literatura y Filosofía, fue el lector más asiduo de la bn durante del periodo. Leyó intensivamente a Delille, Boileau-Despréaux, Racine, Rousseau, Chataubriand y Corneille en su idioma original, junto al Dictionnaire espagnol-français et français-espagnol de Melchior Emmanuel Núñez de Taboada. Sus calificaciones en Francés inferior (1868) y Francés superior (1870) fueron notables y sobresalientes. Cuando Arias atendió la clase de Aritmética superior en 1870, también tomó en préstamo los Elémens d'algébre (1837) de Sylvestre François de Lacroix. Ese mismo año cursó Inglés inferior y, entre tanto, leyó Pelham (1842) de Edward Bulwer-Lytton y las obras completas de Lord Byron (1840), junto al Dictionary of the English Language (1809) de Samuel Johnson. Sus calificaciones en ambas materias fueron notables.
Casos como el de Arias no fueron una rareza. Rafael Pinto (ca.1852-¿?), estudiante de la Escuela de Literatura y Filosofía, visitó la bn en 124 ocasiones, entre el 21 de febrero de 1870 y el 12 de septiembre de 1871. Registró 151 préstamos de 75 obras distintas. Desde 1869, Pinto fue calificado notable en Literatura inglesa. El rlb demuestra que fue un lector consumado de Milton, Bulwer-Lytton, Shakespeare, Goldsmith, Cooper e Irving; lecturas que realizó auxiliado por el Dictionary of the Spanish and English Languages (1831) de Henry Neuman y Guiseppe Baretti. En 1870 y 1871, Pinto atendió las cátedras de Latín y Griego, en las que fue calificado sobresaliente. En simultaneo, consultó las Omnia opera (1838) de Virgilio, La Ilíada de Homero y el Dictionnaire grec-français (1842) de Joseph Planche.
Joaquín Rocha (ca.1854-¿?), otro estudiante de la Escuela de Literatura y Filosofía, asistió a la bn en 78 ocasiones, entre el 3 de marzo de 1870 y el 15 de julio de 1873, tiempo en que registró 98 préstamos de 25 títulos distintos. Entre 1870 y 1781 cursó Inglés superior y Literatura inglesa, en las que fue calificado sobresaliente. En simultáneo, consultó A Chronological History of Discoveries in the South Sea (1803) de James Burney, el Dictionary de Neuman y Baretti, el Journal of an Expedition to Explore the Niger (1832) de John Lander y Richard Lander, y de The Last of the Mohicans (1835) de James Fenimore Cooper. En 1873, cambió sus intereses de lectura y solicitó las Noticias historiales (1625) de Fray Pedro Simón. Este viraje temático adquiere sentido cuando se confirma que ese año atendió la cátedra de Historia Nacional, en la que fue premiado por aprovechamiento sobresaliente55.
Por su parte, Miguel Abelardo Madero (ca.1855-¿?) visitó el establecimiento en 170 ocasiones. Entre el 14 de febrero de 1870 y el 26 de junio de 1873 registró 244 préstamos de 54 títulos diferentes. Llama la atención su interés por los diccionarios, preferencia que adquiere sentido cuando se mira su desempeño académico. En 1870, Madero cursó Francés inferior y, en 1871, el superior: obtuvo calificaciones notables y sobresalientes, respectivamente. A diferencia del caso de Arias -lector de los clásicos franceses-, Madero se concentró en la lexicografía y la gramática con la lectura del Dictionnaire espagnol-français et français-espagnol de Núñez de Taboada, del Dictionnaire de l’Academie Française (1835), del Arte de hablar bien francés (1824) de Pierre Nicolas Chantreau y El chantreau correjido (1839) Miguel de Rodríguez Chauveau. La relación entre consulta de diccionarios y responsabilidades académicas se confirma en 1872, cuando Madero atendió la clase de Inglés inferior, entonces sus préstamos viraron hacia el Dictionnaire Géneral anglais-français (1846) de Alexander Spiers, los English Exercises (1826) de Lindley Murray y el Dictionary de Neuman y Baretti. En 1873 Madero pidió prestado el Spanische sprachlehre (1807) de Johann Daniel Wagener. El año siguiente lo encontramos como alumno de la clase de Alemán de Schumacher56.
Aunque los préstamos estudiantiles se concentraron en Literatura e Historia (ver figura 1), la colección de la BN también acompañó el estudio de Ciencias Físicas y Matemáticas. En 1871, el mismo Madero consultó los Elémens d'algébre de Lacroix cuando cursó Álgebra. Un año después, al atender Física experimental, tomó en préstamo el Cours de physique de l’école polytechnique (1840) de Gabriel Lamé. Sin embargo, el caso de José Ignacio Barberi (1855-1940)57, estudiante de Escuela de Medicina, evidencia con mayor claridad la importancia de la bn en consultas científicas. Barberi visitó la bn en 108 ocasiones, entre el 21 de mayo de 1870 y el 12 de julio de 1873, periodo en que registró 187 préstamos de 94 títulos distintos. En 1872 se matriculó en Botánica y Zoología elementales, desde entonces tomó prestado Le règne animal de Cuvier, los Élémens de zoologie (1840) de Henri Minle Edwards, Le Buffon classique de la jeunesse (1837) del conde de Buffon y Le règne animal distribué d’après son organisation (1756) de Mathurin Brisson.
Es posible que la lectura de títulos alternativos a los programas de curso incidiera positivamente en el desempeño de alumnos como Barberi. En la semana anterior al examen final de Botánica (31 de octubre 1873), Barberi consultó los Élémens de physiologie végétale de Brisseau-Mirbel, las Mémoires pour servir à l’histoire anatomique et physiologique des végétaux et des animaux (1837) de Henri Dutrichet y los Tableaux de la nature (1828) de Alexander von Humboldt. Al final, fue calificado sobresaliente y premiado en la sesión solemne58.
La bn también prestó ayuda en la habilitación de los estudiantes. El 2 de mayo de 1873, Barberi fue evaluado “mal” en los exámenes intermedios de Anatomía General. A partir de entonces, se concentró en la lectura de la Anatomie élémentaire (1836) de Jean Baptiste Bourgery, los Nouveaux élémens d’anatomie descriptive (1838) de Philippe Frédéric Blandin, el Traité complet d’anatomie descriptive et raisonnée (1837) y la Introduction A l’étude de l’anatomie de Pierre-Paul Broca, el Traité d’anatomie descriptive (1819) de Marie François-Xavier Bichat y el Dictionnaire de médecine et de chirurgie pratiques (1829-1836) de Gabriel Andral59. Al final de año, el lector Barberi fue aprobado con plenitud.
Los casos anteriores apuntan a una relación entre los préstamos consignados por estudiantes en el rlb y su desempeño académico. Aunque la bn estaba signada por un ostensible atraso en obras científicas, su colección fue necesaria y, en algunos casos, suficiente para acompañar a los estudiantes en sus actividades de formación. Para llegar a estas conclusiones se eligieron casos donde la información disponible permite seguir el paso de los lectores tanto por la bn como por la un. Sin embargo, esta muestra representativa es un llamado al análisis particularizado de la lectura y los libros: cada uno de los títulos enunciados es un “agente seminal en la construcción y reconstrucción de la cultura”60 en un momento determinando. Queda por establecer la trayectoria de estas obras en el circuito del libro y su incidencia fuera de espacios de deliberación académica.
3.3. Libros de la colección de la biblioteca en discursos públicos
Está demostrado que entre los visitantes de la bn figuraron estudiantes de la un y que algunos pronunciaron discursos en las sesiones solemnes. Tomamos tres casos que evidencian las prácticas de uso y la apropiación de textos de la biblioteca.
En la sesión solemne de 1869, Rafael Pinto, estudiante de la Escuela de Literatura y Filosofía, dio un discurso sobre la lengua inglesa. En una exposición sucinta, Pinto denominó al inglés “el lenguaje del futuro” y elogió a Bacon, Newton, Boyle, Shakespeare, Milton y Byron como ejemplos de su riqueza61. El rlb evidencia que Pinto visitó recurrentemente la biblioteca en los años siguientes y, en múltiples oportunidades, tomo en préstamo obras de los mencionados Milton, Byron y Shakespeare.
Enrique Morales, estudiante de la Escuela de Ingeniería, presentó un discurso sobre Geodesia en la sesión solemne de diciembre de 1870. Morales hizo un recuento histórico sobre la materia, en el que referenció a Fernel, Snelius, Riccioll, Richer, Huygens, La Condamine y Clairaut62. Poco antes de su presentación, Morales visitó la bn (4 y 7 de noviembre) y consultó “La figura de la Tierra”63. Aunque el expositor no citó la obra, posiblemente sirvió de inspiración para la redacción de su discurso.
Jorge E. Delgado, de la Escuela de Medicina, ofreció un discurso sobre la Medicina Legal en la sesión solemne de diciembre de 1871. Delgado sostuvo que la locura incidía sobre la libertad moral del individuo y propuso que el conocimiento de las enfermedades mentales era un modo para controlar la multiplicación de “imbéciles, dementes y maniacos”. Además, señaló la necesidad de educar al pueblo para alejarlo de la “embriaguez” y la “superstición” en favor de la “civilización”64. Delgado visitó la bn antes de pronunciar su discurso (21 y 24 de noviembre) y solicitó en préstamo Des maladies mentales (1838) de Jean-Étienne Esquirol65. Si bien Delgado no citó a Esquirol, el segundo volumen de la obra evidencia grandes similitudes con las definiciones que usa Delgado sobre la imbecilidad, demencia y manía66.
Los casos de Pinto, Morales y Delgado -distantes en el tiempo y en objetivo-demuestran que la bn facilitó libros útiles para consultas académicas. Aunque ninguno citó textualmente las obras prestadas, la cercanía entre las fechas de consulta y de proclamación de los discursos, así como la relación temática, sugiere que los contenidos fueron utilizados deliberadamente.
3.4. Los registros de alumnos oficiales: la dimensión nacional de la biblioteca
La bn prestó su servicio principalmente a los bogotanos y personas de los alrededores. Aún así, es posible encontrar visitantes que provenían de otras regiones del país. Entre estos lectores sobresalen los alumnos oficiales enviados por los Estados Soberanos a estudiar en la un67.
La tabla 6 muestra las lecturas de algunos de ellos durante el periodo y confirma las tendencias generales de lectura del periodo expuestas en la figura 1. Así mismo, evidencia que, si bien hubo visitantes que registraron préstamos relacionados con sus campos de estudio específicos (como Crisanto Cáceres o Rafael Guzmán), otros utilizaron la colección para acceder a libros poco o nada relacionados con sus compromisos académicos más evidentes (como Carlos A. Mendoza o Eusebio Escobar). Una lectura particularizada sobre los casos permitiría identificar qué tanto los préstamos de títulos de Literatura o Historia respondían al divertimento de los alumnos o estaban vinculados con sus responsabilidades académicas. Por ejemplo, hubo visitantes cuyo comportamiento lector estuvo marcado por sus compromisos académicos, como Críspulo Rojas (ca.1851-¿?), alumno oficial por el estado de Antioquia.
Por su singularidad, el caso de Rojas está fuera de la figura 7 y merece algunas consideraciones. Rojas fue estudiante de la Escuela de Literatura y Filosofía desde 1868 y de la de Ingeniería desde 1872. Durante su estadía en Bogotá, atendió la biblioteca en 84 ocasiones, entre el 8 de noviembre de 1871 y el 27 de enero de 1873, tiempo en el que registró 91 préstamos de 27 títulos distintos. Esto lo convierte en el alumno oficial que visitó con mayor frecuencia la bn durante el periodo. En 1871, cuando atendió las cátedras de Física Elemental y Aritmética Analítica -en las que fue calificado notable y sobresaliente, respectivamente-, consultó las Leçons de physique experimentale (1771) del abate Jean Antoine Nollet, los Elementos de aritmética, álgebra y geometría (1821) de Juan Justo García y el Traité élémentaire de physique (1821) de René-Just Häuy. En 1872 inició clases en la Escuela de Ingeniería, donde fue notable en Aritmética y Álgebra superiores y sobresaliente en Geometría Plana y en Trigonometría Rectilínea68. Durante ese año, consultó los Éléments d’arithmétique de Bourdon, las Tables portatives de logarithmes (1846) de Jean-François Callet y los Elémens d`algébre de Lacroix. A la luz de estos préstamos, se confirma la relación entre préstamo bibliotecario y formación universitaria. Sin embargo, cuando se revela que Rojas acompañó sus préstamos de libros de Ciencias Físicas y Matemáticas con la lectura intensiva de la Histoire de la Révolution Française (1838) de Thiers -obra que ocupó la tercera parte de sus préstamos-69, es posible reconocer la agencia de los lectores al acercarse a los títulos del repositorio público. En este sentido, el rlb viene a complementar y proyectar estudios sobre selección de obras a partir de los gustos generales de los lectores, sin dejar de lado las particularidades de la curiosidad individual70.
Posiblemente, la mayoría de la población en siglo xix desconocía la existencia de la bn. Aún así, el caso de los alumnos oficiales demuestra que la colección pública estuvo en manos de jóvenes estudiantes procedentes de distintas regiones del país. Es posible que estos estudiantes hayan encontrado en la bn un sustituto temporal a sus propias bibliotecas personales o familiares, que permanecían en sus lugares de origen, si las hubo.
Conclusiones
La unión entre la bn y la un se formalizó por disposición ejecutiva en 1867. Más allá del papel, el rlb confirma que la relación entre estas instituciones superó el ámbito de lo meramente administrativo: biblioteca y universidad estrecharon lazos con una nutrida afluencia de estudiantes lectores. La relación confirma la importancia de la bn como un lugar de formación y matiza las afirmaciones liberales que la pintaron como “parcialmente inútil”. Se ha intentado demostrar que son opiniones políticamente interesadas que carecen de fundamento empírico. Esta investigación caracteriza la bn como un espacio educativo indispensable y complementario. Si bien su colección no fue relevante para los grandes debates políticos ni científicos de la época (hasta donde esta investigación pudo establecerlo)71, los títulos disponibles sí incidieron en la formación de sus lectores. Lejos de ser un espacio para eruditos, la bn transmitió conocimientos vigentes y menos vigentes a jóvenes que forjaron su criterio junto al libro.
El rlb demuestra que la bn se convirtió en un lugar de saber universitario72 con libros leídos y expuestos en el espacio de lo público. A pesar de las consabidas críticas, la bn fue un agente involucrado en los esfuerzos por consolidar el orden liberal a través de la formación de los ciudadanos73. Los gobiernos liberales quisieron intervenir la bn, no obstante, la búsqueda por la renovación se encontró con taras infranqueables: precariedades materiales74 que impidieron al Estado “dar cumplimiento a sus propios lineamientos culturales”75. En el camino, el poder centralizador de la bn se dispersó y pasó a competir con otros agentes del circuito del libro, como las bibliotecas académicas y de investigación, que formaron las escuelas universitarias y las sociedades científicas76, así como las bibliotecas personales de los profesores y los intelectuales77.
Los resultados de este artículo se han beneficiado de la rica información que porta el rlb, una fuente para la historia de la lectura que llama a futuras investigaciones. Es necesario matizar su impronta oficial en diálogo con fuentes de otros lugares de saber y de sociabilidad populares78. Lo cierto es que, en simultáneo al rlb, se fortalecieron múltiples espacios donde el libro fue protagonista, tanto de sectores populares como de las élites. Falta indagar sobre los puntos de unión y disidencia entre estos conjuntos bibliográficos para identificar las particularidades de la lectura autóctona en Colombia.
El caso de la bn invita a ver las bibliotecas como lugares estratégicos en las pugnas por el poder. Con el incremento de la producción masiva de libros desde mediados del siglo xix, las bibliotecas capturaron el interés de gobernantes e intelectuales. En este ánimo desarrollaron técnicas para el uso, visibilidad y ocultamiento de la información disponible79. El corte 1870-1874 fue una oportunidad afortunada para desentrañar los vínculos entre las instituciones educativas y las estrategias de inclusión y exclusión en momentos de debate y reforma. Más allá del éxito o el fracaso de las empresas reformistas, es claro que el mundo cultural y educativo del país en el siglo xix no pudo desprenderse de la importancia del libro.