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Historia Crítica

versión impresa ISSN 0121-1617

hist.crit.  no.91 Bogotá ene./mar. 2024  Epub 02-Feb-2024

https://doi.org/10.7440/histcrit91.2024.05 

Tema abierto

Franco y la revolución. Una aproximación histórica a la retórica del franquismo*

Franco and the Revolution. A Historical Approach to the Rhetoric of Francoism

Franco e a revolução. Uma abordagem histórica da retórica do franquismo

Edgar Straehle** 

**Doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona (España). Técnico superior en Historia en el Museo de Historia de Barcelona (muhba) y profesor asociado en la Universidad de Barcelona. Se ha especializado en los usos de la memoria de las revoluciones. Entre sus publicaciones están los libros Claude Lefort. La inquietud de la política (Barcelona: Gedisa, 2017) y Los pasados de la revolución. Los múltiples caminos de la memoria revolucionaria (Madrid: Akal, 2024). Recientemente ha publicado los artículos “Rousseau, Robespierre y la Revolución francesa. Reflexiones en torno a la importancia de las influencias intelectuales en la política”, Anales del seminario de historia de la filosofía 40, n.º 3 (2023): 523-450, https://doi.org/10.5209/ashf.83886 y “Los futuros de la Comuna de París. Un estudio acerca de la productividad de la memoria”, Pasado y Memoria, n.º 27 (2023): 127-153, https://doi.org/10.14198/pasado.23815, edgarstraehle@ub.edu, https://orcid.org/0000-0001-5200-9371


Resumen:

Objetivo/Contexto:

El objetivo de este trabajo es analizar la amplia, variada y duradera presencia de la poco conocida retórica revolucionaria que aprovechó Francisco Franco a lo largo de la dictadura en España. Para ello, dicha retórica se pone en conexión con los diferentes contextos en que fue utilizada y también con la terminología empleada en esos mismos años por pensadores o políticos vinculados sobre todo a la Falange.

Metodología:

Al interesarse por el discurso público del franquismo, este artículo ha examinado en detalle y de manera cualitativa el contenido de las intervenciones públicas de Franco. Con este propósito se acude a las compilaciones oficiales realizadas bajo el franquismo y, a causa de su carácter selectivo e incompleto, también a las fuentes hemerográficas. Así pues, más que con una historia intelectual o de las ideas políticas, este trabajo se enlaza con su dimensión pública y pragmática, y ahonda en el complejo funcionamiento práctico de las ideologías.

Originalidad:

Salvo escasas excepciones, la retórica de Franco no había sido estudiada pormenorizadamente, y menos aún la revolucionaria. La originalidad de este estudio es ser la primera aproximación específica y analítica, si bien no cuantitativa, a la retórica revolucionaria de Franco. Por ejemplo, explica su no muy explorada pervivencia hasta la década de 1960, e incluso de 1970, de modo que sobrevivió a la llamada desfalangización del franquismo.

Conclusiones:

La retórica revolucionaria de Franco se caracterizó por una gran flexibilidad e imprecisión, sufrió muchos cambios con el paso de los años y convivió con otros marcos discursivos centrales, como el de la Cruzada. Fue un muy importante factor de legitimación discursiva del franquismo, especialmente en sus años iniciales. Frente a la Cruzada, con la que se complementaba, destacó por su elasticidad y pretendida transversalidad. Además, entroncaba con una legitimidad de ejercicio, no de origen, que se conectaba de facto más fácilmente con el presente y el futuro.

Palabras clave: Cruzada; fascismo; Francisco Franco; franquismo; ideología franquista; retórica; revolución

Abstract:

Objective/Context:

This paper aims to analyze the vast, varied and lasting presence of the little-known revolutionary rhetoric exploited by Francisco Franco throughout the dictatorship in Spain. To this end, this rhetoric is connected with the different contexts in which it was used and with the terminology employed in those same years by thinkers or politicians linked above all to the Falange.

Methodology:

As this article is interested in the public discourse of Franco's regime, it has examined in detail and qualitatively the content of Franco's public speeches. For this purpose, we have resorted to the official compilations made under Franco's regime and, because of their selective and incomplete nature, also to newspaper sources. Thus, more than a history of intellectual or political ideas, this work is linked to their public and pragmatic dimension and delves into the complex practical functioning of ideologies.

Originality:

With few exceptions, Franco's rhetoric has not been studied in detail, and even less in the revolutionary rhetoric. The originality of this study lies in the fact that it is the first specific and analytical approach, although not quantitative, to Franco's revolutionary rhetoric. For example, it explains its unknown survival until the 1960s and even the 1970s, so that it outlived the so-called defalangization of Francoism.

Conclusions:

Franco's revolutionary rhetoric was characterized by great flexibility and imprecision. It underwent many changes over the years and coexisted with other central discursive frameworks, such as the Cruzada's. It was a crucial factor in the discursive legitimization of Francoism, especially in its initial years. Compared to the Cruzada, with which it complemented, it stood out for its elasticity and pretended transversality. In addition, it was connected with a legitimacy of exercise, not of origin, which was, in fact, more easily connected with the present and the future.

Keywords: Cruzada; Fascism; Francisco Franco; Francoism; Francoist ideology; rhetoric; revolution

Resumo:

Objetivo/Contexto:

O objetivo deste artigo é analisar a presença ampla, variada e duradoura da pouco conhecida retórica revolucionária usada pelo general Francisco Franco durante a ditadura na Espanha. Para isso, essa retórica é relacionada aos diferentes contextos em que foi usada e à terminologia empregada naqueles mesmos anos por pensadores e políticos ligados principalmente à Falange.

Metodologia:

Com foco no discurso público de Franco, este artigo examinou em detalhes e de forma qualitativa o conteúdo dos discursos públicos de Franco. Para isso, recorremos às compilações oficiais produzidas durante o regime franquista e, devido à sua natureza seletiva e incompleta, também a fontes hemerográficas. Assim, mais do que uma história de ideias intelectuais ou políticas, este trabalho está ligado à sua dimensão pública e pragmática e investiga o complexo funcionamento prático das ideologias.

Originalidade:

Com poucas exceções, a retórica de Franco não havia sido estudada em detalhes, e muito menos a retórica revolucionária. A originalidade deste estudo está no fato de ser a primeira abordagem específica e analítica, embora não quantitativa, da retórica revolucionária de Franco. Por exemplo, ele explica sua sobrevivência desconhecida ao longo da década de 1960, e até mesmo da década de 1970, de modo que ela sobreviveu à chamada desfalangização do franquismo.

Conclusões:

A retórica revolucionária de Franco era caracterizada por uma grande flexibilidade e imprecisão, passou por muitas mudanças ao longo dos anos e coexistiu com outras estruturas discursivas centrais, como a da Cruzada. Foi um fator muito importante na legitimação discursiva do franquismo, especialmente em seus primeiros anos. Em comparação com a Cruzada, com a qual se complementava, ela se destacava por sua elasticidade e suposta transversalidade. Além disso, estava ligada a uma legitimidade de exercício, e não de origem, que era de fato mais facilmente conectada com o presente e o futuro.

Palavras-chave: Cruzada; fascismo; Francisco Franco; franquismo; ideologia franquista; retórica; revolução

Esta misión revolucionaria y creadora que pasa sobre las actuales generaciones de España, y de la que me he hecho intérprete y guía como el primero de sus servidores, constituye el punto de partida de nuestra política […] La revolución no es una quimera, ni una palabra vacía, ni un simple símbolo en torno al cual nos congregamos. Francisco Franco en el mensaje de fin de año de 1951.1

Introducción

El fascismo se sirvió con frecuencia de una retórica revolucionaria con la que intentó presentarse bajo un rostro renovador, transgresor e incluso rupturista, pues a menudo buscó escenificar unos tintes revolucionarios para comparecer no solo como un movimiento del pasado, sino también del futuro. Si De Maistre definió célebremente su propia posición reaccionaria no como una revolución contraria, “sino [como] lo contrario de la Revolución”2, en los movimientos fascistas tendió a suceder más bien al revés: en cierto sentido, la reacción fascista se quiso exhibir en el ámbito público como una revolución. Otra cosa es que, tras llegar al poder, se contradijera esa retórica.

La retórica revolucionaria fascista se manifestó de múltiples maneras y acusó no pocas modulaciones, contradicciones o tensiones internas. Dicho resumidamente, además de enlazar con el componente palingenésico diseccionado por Roger Griffin en obras como The Nature of Fascism3 (1993) o Modernism and Fascism4(2007), según el caso debía entenderse asimismo como una revolución nacionalista, espiritual, social, cultural, moral, antropológica e incluso racial. Un ejemplo fue Mussolini, quien impulsó eventos como la Mostra della Rivoluzione Fascista o sentenció que el Estado fascista “no es reaccionario, sino revolucionario […] Y es revolucionario sobre todo el Fascismo en el exigir la necesidad moral de orden y disciplina, y la obediencia a los dictados morales de la Patria”5. Otro ejemplo fue Hitler, quien, sobre todo tras llegar al poder, apeló repetidamente a “la revolución nacional”, “la revolución nacionalsocialista” o “la revolución de 1933”6. Hubo más casos, desde Vidkun Quisling en Noruega, Philippe Pétain en Francia o Léon Degrelle en Bélgica hasta el Estado novo de Salazar en Portugal.

En este artículo queremos prestar especial atención a una figura como Francisco Franco, que, pese a una locuacidad como gobernante expresada en más de setecientos discursos y varios miles de páginas, ha sido poco analizada específicamente desde el contenido de sus intervenciones7. Además, su retórica revolucionaria, desdeñada como huera fraseología, no ha sido propiamente examinada aún y ha suscitado menos interés que otros marcos como el de la Cruzada, ciertamente uno de los principales emblemas empleados para reinterpretar la Guerra Civil Española (1936- 1939) desde un prisma religioso8. Sí hay muy buenos análisis que aportan información acerca de la retórica revolucionaria de Franco, como La captación de las masas (2005) de Carme Molinero9, España año cero (2010) de Zira Box10 o La construcción del mito de Franco (2011) de Laura Zenobi11, pero sin que este sea su objeto de estudio específico. La retórica revolucionaria de la época es más abordada en admirables estudios sobre la ideología falangista, como España contra España (2003) de Ismael Saz12 o El evangelio fascista (2014) de Ferran Gallego13, aunque, comprensiblemente, la faceta discursiva de Franco no desempeña ahí un papel destacado.

Aquí se quiere contrarrestar esta situación y examinar por vez primera con detenimiento la retórica revolucionaria de Franco para comprender su papel, relevancia y complejidad. Y no porque fuese un pensador destacado, sino porque, siguiendo una observación de Hannah Arendt respecto a Hitler o Stalin, es analizado como una especie de “ideólogo práctico”14. Aquí no importa el, por así llamarlo, Franco pensador, sino el portavoz del Estado y del Movimiento; no sus ideas, por haber sido su origen o autor, sino por ser quien las representó y las puso en juego a nivel político, respaldándolas y nimbándolas con su autoridad. Por ello, no es necesario entrar aquí en la compleja cuestión de la autoría, compartida o no, de sus discursos15.

El objeto de estudio es fundamentalmente la personalidad pública y no la privada de Franco; no tanto “sus palabras” como las de “su régimen”, pese a que pudieran estar en conflicto. De hecho, la retórica revolucionaria fue inexistente en Franco antes del golpe de Estado de 1936 y tampoco está presente en sus Apuntes personales sobre la república y la Guerra Civil16. Por decirlo con Ernst Kantorowicz y su clásico Los dos cuerpos del rey17, la persona que interesa aquí no es la biográfica real sino la del monarca o, en este caso, la del Caudillo18. Hay que tener en cuenta que, en público, las palabras de Franco no tenían ninguna otra autoridad intelectual a su altura. Tampoco José Antonio Primo de Rivera, cuyas reflexiones, reducidas a clichés descontextualizados, eran oficialmente valiosas en tanto que subordinadas al mensaje de la dictadura. Por eso, las palabras de Franco podían funcionar como la voz oficial de un régimen conocido como “franquismo”.

Como reflejan títulos de compilaciones como Palabras del Caudillo, las intervenciones de Franco eran presentadas como “palabras de autoridad” o “discursos de poder”. Su singularidad frente a figuras como José Antonio Primo de Rivera, Ramiro Ledesma Ramos o el pensador tradicionalista Víctor Pradera reside en que, pronunciados por un gobernante o un “caudillo”, sus discursos no eran tanto la voz de un individuo o un partido como, oficial y pretendidamente, la de todo un país y un régimen político. Con mayor razón por ser un poder dictatorial tan personal y personalista, la dimensión fáctica y discursiva estaban especialmente entrelazadas. Según avanza la cita que abre este artículo, Franco se presentó como el “intérprete y guía” de la revolución española, mientras en el Catecismo patriótico español fue retratado como “la encarnación de la Patria”19. Francisco Javier Conde, quien desarrolló una oportuna e influyente teoría del caudillaje, lo definió como intérprete de la tradición, adivinador, revelador, profeta y “conciencia lúcida, clarividente, del destino común de los españoles”20. Ya en 1938 Fernández-Cuesta, entonces secretario general de Falange, había afirmado que la revolución debía ser guiada por un caudillo al que definió así:

el Jefe carismático, el hombre señalado por el dedo de la Providencia para salvar a su pueblo. Figura, más que jurídica, histórica y filosófica, que escapa de los límites de la ciencia política para entrar en el del héroe de Carlysle [sic] o en el del superhombre de Nietzsche. Es, sencillamente, la idea que mueve a todo el proceso revolucionario, gestador del nuevo régimen, y es, en España, Francisco Franco21.

Por ejemplo, la personal construcción de la autoridad de Franco también se reflejó en los Estatutos de Falange de 1937. El conocido artículo 47 exponía que

el Jefe Nacional de “Falange Española Tradicionalista y de las jons”, Supremo Caudillo del Movimiento, personifica todos los Valores y todos los Honores del mismo, como autor de la Era Histórica donde España adquiere las posibilidades de realizar su destino, y con él los anhelos del Movimiento, el Jefe asume en su entera plenitud la más absoluta autoridad. El Jefe responde ante Dios y ante la Historia22.

Dicho lo anterior, quisiera reivindicar aquí las observaciones de Claude Lefort, quien denunció la desatención habitual de los pensadores políticos hacia la vertiente estética, simbólica o representacional del poder, el cual no debía ser exclusivamente analizado desde el marco de la dominación o la violencia, sino también desde aquello que sin cesar intenta mostrar o representar23. Lefort sostuvo que el poder trata de comparecer como testimonio o palabra pública de esa sociedad a la que pretende representar -aunque en verdad frecuentemente también la sojuzga o reprime-. Por ello le importaba no tanto su “esencia escondida” como la puesta en escena desde donde se hace visible, comprensible e inteligible por el público al cual se dirige y busca representar. Eso ayuda a explicar la verbosidad y ubicuidad de los discursos de Franco en la esfera mediática de la dictadura y que durante años sus palabras fuesen literalmente reproducidas al día siguiente en las primeras páginas de diarios, no solo en el falangista Arriba, sino también en otros menos militantes, y asociados a la burguesía catalana, como La Vanguardia Española.

Por ello, este artículo toma en consideración todo tipo de discursos públicos pronunciados por Franco. No solo los transcritos en compilaciones oficiales, las cuales destacaron frecuentemente por su carácter coyuntural, parcial, selectivo, disperso y deliberadamente descontextualizado, sino también aquellos no incluidos pese a haber sido reproducidos públicamente en su momento en diarios. Como se mostrará, muchas recopilaciones silenciaron (o censuraron) a posteriori aquellos discursos que, años después, podían resultar políticamente incómodos.

En resumen, el presente trabajo se propone analizar las formas discursivas del franquismo a la hora de presentarse y representarse, y proporcionar una especie de identidad pública. Sin embargo, no se debe olvidar que esta última no dejó de ser instrumental, problemática, cambiante e incluso volátil, para lo cual resultó oportuno el marco dinámico presente en la denominación de Movimiento Nacional que se asoció de manera inextricable al franquismo. A semejanza del fascismo italiano, avisó Franco repetidamente desde un principio que “el Movimiento que hoy nosotros conducimos es justamente esto: un movimiento más que un programa. Y como tal está en proceso de elaboración y sujeto a constante revisión y mejora, a medida que la realidad lo aconseje. No es cosa rígida ni estática, sino flexible”24.

Ahora bien, para ello también conviene comprender este tema dentro del contexto político y discursivo español del momento y recordar que la retórica revolucionaria empleada por Franco ya estaba presente en las figuras fundacionales del falangismo español. Para empezar, el fundador en 1933 de Falange Española, José Antonio Primo de Rivera, recurrió a expresiones como revolución nacional, española, nacionalsindicalista e incluso social. Esa revolución no debía identificarse con el desorden, sino con un orden nuevo y transformador. De ahí que hablara en términos de “revolución verdadera” o “revolución pendiente”, o que compusiera textos como “Doctrina de la revolución española” (1934), “La revolución necesaria” (1935) o “La tradición y la revolución” (1935)25. Algo parecido ocurrió con Ramiro Ledesma Ramos, fundador en 1931 de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (jons) que se fusionaron en 1934 con Falange Española. Ledesma, quien al año siguiente abandonó la nueva formación, abrazó la idea de una “revolución nacional” y afirmó que entre sus objetivos estaban la “unidad moral de todos los españoles, vinculada en el culto a la Patria común” o la “creación de un Estado totalitario”26. Paralelamente, Onésimo Redondo, fundador de las Juntas Castellanas de Actuación Hispánica, miembro de las jons y posteriormente de Falange tras las respectivas fusiones, apeló a una “revolución social” que no se confundiera con la comunista, lo que desnaturalizaría “la genuina revolución hispánica para hacernos siervos de Moscú”27. Redondo apostó por una “revolución hispánica creadora”, impulsada por la tradición y la renovación, y enalteció a Menéndez Pelayo como “el padre del nacionalismo español revolucionario”28.

Estas ideas se plasmaron en el programa de Falange de las jons (1934), cuyo vigesimosexto punto declaraba que esta formación “quiere un orden nuevo” y que “para implantarlo, en pugna con las resistencias del orden vigente, aspira a la revolución nacional”29. Muchos otros coetáneos afines o pertenecientes a Falange cultivaron esta retórica. Entre ellos descollaron Dionisio Ridruejo, Juan Aparicio, Juan Beneyto Pérez, Manuel Valdés Larrañaga, Julián Pemartín, Raimundo Fernández- Cuesta, Antonio Tovar o alguien tan central en la organización del Estado franquista como Ramón Serrano Suñer, mano derecha de Franco entre 1937 y 1942. También lo hizo el pensador Pedro Laín Entralgo, para quien “la primera tarea del Nacionalsindicalismo, como la de todos los movimientos llamados ‘totalitarios’ o ‘fascistas’, fue la de enlazar esos dos ingredientes sueltos, lonacional y lo social, la Patria y el Trabajo, a merced de un resorte mágico, capaz de encantar los corazones dormidos o aberrantes: el mito de la revolución”30. Además, el futuro ministro José Luis de Arrese exclamó en La revolución social del nacionalsindicalismo (1940) que, “si queremos que el español se vuelque con nosotros […], tenemos que darle la revolución que pide, es decir, la revolución salida del alma popular; no la revolución extranjera ni la revolución a medias, sino la revolución total y nacional”31.

Este preámbulo, pues, pretende mostrar cómo el origen y el trasfondo intelectual de la retórica revolucionaria de Franco, mayormente instrumental, deben comprenderse en una coyuntura fascista nacional e internacional. Sin embargo, también hay que recordar que los principales partidos de la derecha clásica en España de los años 1930, los que más cuadraban con la ideología personal de Franco antes de llegar al poder y en bastantes aspectos alejados e incluso contrarios a la ideología falangista, se identificaban con la tradición reaccionaria y/o contrarrevolucionaria32. Por ello, es necesario entender la retórica de Franco en un contexto políticamente complejo y conflictivo a nivel interno33.

1. La retórica revolucionaria en los primeros años del franquismo (1937- 1945)

La palabra revolución comenzó a prodigarse en la retórica de Franco en el transcurso de la Guerra Civil española, conflicto originado tras el golpe de Estado militar del 18 de julio de 1936 contra el Gobierno de la Segunda República. Este enfoque discursivo no siempre estuvo presente en un principio, pues el escrito Palabras de Franco34(1937) empleó el término de forma negativa para asociar la causa republicana a la Unión Soviética y recurrió al marco de la Cruzada. Un momento determinante fue el Decreto de Unificación del 19 de abril de 1937, por el cual se fusionaban el partido de Falange y el carlista Comunión Tradicionalista, al mismo tiempo que se suprimían los restantes, en nombre de un Estado nuevo que debía cristalizar “el pensamiento y el estilo de nuestra Revolución Nacional”35. También el discurso de Franco que acompañó a este acto, uno en cuya preparación intervinieron Giménez Caballero y Serrano Suñer36, apeló al marco revolucionario. Con ello se produjo una aparente “falangización” en la retórica de Franco (así como una correlativa “franquización” de Falange). Según Joan Maria Thomàs, “fenecida la Falange de José Antonio, estaba comenzando la historia de la Falange de Franco”37.

Así pues, esta retórica se cultivó a partir del momento en que Franco fue más allá de su rol inicialmente militar y decidió intervenir con fuerza en el terreno político. Según Stanley Payne, este paso fue realizado para no repetir el “error de Primo de Rivera”, cuya dictadura habría caído por no lograr “desarrollar una doctrina y un sistema propios”38. También se puede recordar que la obra Histoire de la révolution nationale espagnole (1939)39, promovida por el entonces ministro Pedro Sainz Rodríguez y finalmente inacabada, comenzaba con un breve escrito del dictador donde recurría a la expresión revolución nacional para darle mayor entidad y no reducir el Alzamiento a un pronunciamiento militar.

El primer desarrollo sustancial de esta retórica en boca de Franco se dio en el discurso pronunciado en Zaragoza con ocasión del primer aniversario del Decreto de Unificación, intervención que por su relevancia iniciaba la antología Palabras del Caudillo y aquella donde seguramente mejor se transmitía la firme voluntad de unidad nacional que debía caracterizar a la futura España franquista. Hubo otras menciones previas a la revolución, pero sin un desarrollo o trascendencia equiparables40. De ahí que las palabras de Zaragoza, reproducidas profusamente durante años y transcritas incluso en manuales para las asignaturas de Formación del Espíritu Nacional41, contuviesen un sentido conscientemente inaugural e incluso discutido que merece especial atención:

Esta es, españoles, nuestra Revolución Nacional, que espíritus mezquinos y rutinarios no saben o no quieren comprender. Pues bien, yo lanzo desde aquí solemnemente la consigna: “Revolución Nacional Española”, y digo: ¿Es que un siglo de derrotas y de decadencias no exige, no impone, una revolución? Ciertamente que sí. Una revolución de sentido español que destruya un siglo de ignominias importador de las doctrinas que habían de producir nuestra muerte; en el que, al amparo de la libertad, la igualdad y la fraternidad y de toda la tópica liberalesca, se quemaban nuestras iglesias y se destruía nuestra Historia […] Una revolución antiespañola y extranjerizada nos destruyó todo aquello. Otra revolución española genuina, recoge de nuestras gloriosas tradiciones cuanto tiene de aplicación en el progreso de los tiempos, salvando los principios, las doctrinas de nuestros pensadores del tradicionalismo y de nuestras cabezas jóvenes de hoy, y da al mundo pruebas constantes de su capacidad creadora, como ésta reciente y magnífica del Fuero del Trabajo42.

A semejanza de Mussolini, Hitler o luego Pétain, destaca primero la adjetivación de la revolución como nacional, lo que entroncaba con la voluntad de Franco de trascender las diferencias ideológicas y perseguir el ideal de unidad. Además, Franco presentó esta revolución como legítima, defensiva e incluso redentora, y como reacción necesaria frente a la deriva de inexorable e ignominioso declive hispánico de los tiempos anteriores. La revolución fue dibujada como un renacer o resurgir nacional que no debía ser enfocado en una clave meramente rupturista, sino también restauracionista. El sentido de esta revolución “genuina” no era tanto forjar un “nuevo mundo” como recuperar, creativamente, una gloria imperial perdida y enfrentarse a una destructora revolución previa, en alusión a la Revolución francesa, tachada de “antiespañola y extranjerizada”. Eso explica el ataque a la foránea tríada revolucionaria “libertad, igualdad, fraternidad”, pese a que Franco mismo la hubiese empleado en el Manifiesto de las Palmas, su primer discurso tras el golpe de Estado de julio de 1936.

En otros momentos, y en oposición a la famosa divisa de la Revolución francesa, Franco movilizó una alternativa como “Dios, patria y justicia”, y enarboló los valores de la caridad y el amor. Asimismo, blandió por separado los valores de la divisa revolucionaria francesa, no solo la libertad o una igualdad en clave cristiana, sino también la fraternidad, reivindicada frecuentemente como hermandad o santa hermandad. Por otro lado, Franco atacó en el discurso de Zaragoza la “pseudosabiduría ilustrada” y emuló así a otros referentes intelectuales del franquismo, quienes además centraron sus críticas en el “nefasto Rousseau”, por decirlo con José Antonio. También Víctor Pradera, cuyo prólogo a sus obras completas fue firmado por Franco43, dirigió gran parte de sus críticas al pensador ginebrino en El Estado nuevo (1935)44.

Franco apeló asimismo al clásico marco de la existencia de dos tipos de revoluciones: unas auténticas, verdaderas, positivas, genuinas y creadoras; otras perjudiciales, negativas y destructoras. Y era el carácter revolucionario de estas últimas lo que desde su retórica justificaba que la propia reacción debiese asumir un rostro también revolucionario y moralmente antagónico.

Por ejemplo, en 1943 Franco explicó que

nuestra revolución es una revolución constructiva, destructora sólo de vicios y de abusos, pero creadora de doctrinas sociales, generosas y nobles. El reverso precisamente de las revoluciones marxistas: no anula al hombre, sino que le eleva y dignifica; no es el odio, sino el amor elque la inspira; una Revolución que no reparte miserias; sino que crea y multiplica bienes, y que destruyendo un régimen de rebeldías contra Dios, de traiciones hacia la Patria y de injusticias entre los españoles, restableció el imperio de la Ley de Dios, al servicio de la Patria y, para todos, el pan y la justicia45.

La revolución esgrimida era en cierto sentido simultáneamente revolucionaria y contrarrevolucionaria. Se enfrentaba a una revolución previa que podía aludir a una revolución motejada de liberal, como la instauración de la Segunda República en 1931, o enlazar con la “revolución comunista” de 1936, e incluso con la de 1934, y frente a la cual se justificaba el Alzamiento46. Franco llegó a señalar en 1937 que “el Movimiento Nacional no ha sido nunca una sublevación. Los sublevados eran, y son, ellos: los rojos”47. Este carácter reactivo, mas no reaccionario, de la propia revolución era lo que también debía legitimarla. Por ello, la retórica revolucionaria franquista puede ser vista como una apropiación del marco de sus antagonistas políticos, algo alabado por partidarios falangistas, quienes aún en los años 1960 podían destacar que “la lección de Franco al mundo es fundamentalmente ésta: haber reivindicado del comunismo la facultad de hacer revoluciones”48. Al mismo tiempo, en un rasgo que con mayor o menor fuerza se mantuvo durante toda la dictadura, era importante que esta retórica revolucionaria fuese antiliberal y anticomunista.

Otro rasgo remarcable en la retórica franquista fue el vínculo con la tradición. Frente al denunciado carácter destructivo de otras revoluciones, se presentaba la propia como constructiva, positiva y creadora, como una que se apoyaba en un sustrato tradicional desde el cual, al mismo tiempo que se impulsaba la revolución, también lo continuaba y renovaba. Eso explica que Franco apelase a las “gloriosas tradiciones” españolas, puntualizando que debían ser actualizadas y adaptadas a los nuevos desafíos. O que su dimensión explícitamente restauracionista invocase viejos marcos de tanta importancia histórica en el relato nacional como el de la Reconquista. Franco aclaró en 1938 que “nuestra Revolución española” es “una vuelta integral a la verdadera España, una reconquista total”49.

Un aspecto significativo del mencionado discurso de Zaragoza fue que tomara como ejemplo el Fuero del Trabajo. Este documento, muy influido por la mussoliniana Carta del lavoro (1927), había sido promulgado un mes antes, marcaba las grandes líneas de la legislación laboral y luego sería considerado como una de las leyes fundamentales de la dictadura franquista. Como el carácter de fuero entroncaba con las tradiciones españolas y el propio contenido estaba asimismo influido por la doctrina social católica, podía ser presentado simultáneamente como una síntesis entre lo extranjero y lo nacional, entre lo viejo y lo nuevo, y entre la tradición y la revolución. De esta forma, pues, se mostraba cómo la influencia foránea podía ser reinterpretada en clave española. Así lo justificó Juan Beneyto Pérez, para quien la elección del nombre de fuero se explicaba porque “con él se renueva la tradición, y enlazada con esta y sirviéndola -subráyese esto bien, para los timoratos- se hace la Revolución”50.

En particular, resulta llamativo el primer párrafo del preámbulo del Fuero del Trabajo, donde se condensaban varios elementos mencionados.

Renovando la Tradición Católica, de justicia social y alto sentido humano que informó nuestra legislación del Imperio, el Estado, Nacional en cuanto es instrumento totalitario al servicio de la integridad patria, y Sindicalista en cuanto representa una reacción contra el capitalismo liberal y el materialismo marxista, emprende la tarea de realizar […] la Revolución que España tiene pendiente y que ha de devolver a los españoles, de una vez para siempre, la Patria, el Pan y la Justicia51.

En este totum revolutum propagandístico desfilan numerosas palabras relevantes del franquismo como tradición, católico, justicia social, imperio, nacional, totalitario, sindicalista o revolución. La revolución, en tiempos aún de la Guerra Civil, comparecía como un marco que podía dialogar, complementarse o simultanearse con otros como los de Cruzada, Reconquista, Imperio, Liberación e incluso la guerra de la Independencia52. Franco reivindicó asimismo la revolución como católica y expuso en 1937 que “la gente cree que estamos haciendo una guerra nada más; estamos haciendo también una profunda revolución en sentido social que se inspira en las enseñanzas de la Iglesia católica”53. También José Millán-Astray, designado en 1936 jefe de la Oficina de Prensa y Propaganda, apeló entonces a la revolución nacional y sindical como “santa”54. La cuestión es que la retórica revolucionaria no concluyó con la guerra ni se identificó solamente con esta. Debía emplearse más adelante para legitimar y dotar de contenido la fundación de un “nuevo Estado”, expresión presente en José Antonio Primo de Rivera, Víctor Pradera e incluso en António de Oliveira Salazar, que no debía identificarse con la restauración de la monarquía

anterior. De ahí que en 1940 Franco aclarara:

No hemos acabado nuestra empresa. No hemos hecho la Revolución. No se ha derramado la sangre de nuestros muertos para volver a los tiempos blanduchos que nos trajeron los tristes días de Cuba y Filipinas. No queremos volver al siglo xix. Hemos derramado la sangre de nuestros muertos para hacer una Nación y para forjar un Imperio […] Hemos de forjar la Unidad de España, una España mejor, plena de grandeza y de contenido político; hemos de hacer política, señores, mucha política55.

Si la Guerra Civil, como afirma Ferran Gallego, “se convirtió en un elemento legitimador y mítico, en un factor simbólico indispensable en el Nuevo Estado”56, la revolución fue otro no menos importante57. Y uno con el que se amalgamó de diversas maneras. Sintomáticamente, en 1938 se había decretado que el 18 de julio sería el “día del Alzamiento” y el 19, el “día de la Revolución Nacional”58. Según el pensador falangista Beneyto Pérez, “la Revolución Nacional” era “en única instancia, la legitimización del Alzamiento”59.

A fin de cuentas, el marco de la Cruzada había sido muy provechoso durante la Guerra Civil, pero después era recomendable auparse también en otros de un carácter más político. En un momento en que el régimen debía orientarse hacia un futuro no bélico, la retórica revolucionaria se mantuvo bien viva. Se continuó mencionando la Cruzada, la cual servía como una legitimidad de origen que conectaba además con el imaginario nacionalcatólico, pero también se reivindicó una revolución que apuntaba más hacia el porvenir que hacia el pasado.

Tras apelar en las primeras celebraciones del triunfo a la Cruzada, la lealtad a los caídos o la retórica imperial, en su discurso para el gran desfile de la victoria de Madrid del 19 de mayo de 1939 Franco señaló como conclusión que “para coronar nuestra gran obra necesitamos que a la Victoria militar acompañe la política”60. En esas fechas retomó el marco revolucionario y exclamó: “Infantes españoles, navegantes y aviadores, con los que pueden afrontarse los peligros y las revoluciones. En esta revolución nuestra, y hablo de revolución sin que me asuste la palabra... ¿Es que a vosotros os asusta esta palabra, por la que derribamos la frivolidad de un siglo?”61. Dos días más tarde, en la triunfal celebración de León, Franco sentenció incluso: “prometo morir antes de que se malogre esta revolución”62.

En ese mismo año, en la reunión del consejo de Falange del 5 de junio, Franco identificó la resurrección de España con Falange y apeló a la menos empleada expresión de “revolución nacionalsindicalista”63. En la misma línea, Serrano Suñer comentó el 16 de junio que “con la victoria no basta. La victoria y la guerra históricamente significan solo la ocasión para realizar la gran revolución nacional que España tenía pendiente”64. Al poco tiempo, el 8 de agosto, se promulgaba la nueva Ley de la Administración Central del Estado, en cuyo preámbulo se aclaraba:

Terminada la guerra y comenzadas las tareas de la reconstrucción y resurgimiento de España, es necesaria la adaptación de los órganos de gobierno del Estado a las nuevas exigencias de la situación presente, que permita de una manera rápida y eficaz se realice la Revolución nacional y el engrandecimiento de España65.

De esta manera también se observa cómo Franco sustituyó o acompañó el término revolución de otros como resurgimiento, renacer, reconstrucción o resurrección (adjetivados usualmente como nacional o espiritual). En definitiva, la retórica revolucionaria era un recurso de carácter estratégico o pragmático que convenía visibilizar más en determinadas coyunturas, o ante unos destinatarios como unos falangistas con quienes podía referirse a la “revolución nacionalsindicalista”, que no con tradicionalistas o religiosos, pues en estos casos tal terminología brillaba por su ausencia. Un episodio representativo ocurrió cuando Franco se dirigió al nuncio papal y, al año siguiente de la encíclica papal Mit brennender Sorge (1937), silenciada en el bando nacional por sus críticas al fascismo66, defendió el Fuero del Trabajo exclusivamente y, sin mencionar la palabra revolución, desde su “espíritu profundamente cristiano”67.

Estos juegos de equilibrios también se manifestaron en la tentativa de hacer converger públicamente los referentes intelectuales del propio franquismo, lo que encajó con la reorganización en 1937 de Falange como tradicionalista y la supresión del vigesimoséptimo punto de su programa, el que declaraba que su lucha política se haría exclusivamente con las propias fuerzas y que no pactarían con nadie68. Franco deslizó incluso en 1937, en una entrevista para el diario abc, que Víctor Pradera había señalado la coincidencia sustancial del credo de Comunión Tradicionalista con los veintiséis puntos de Falange69, mientras en el prólogo de 1945 para su Obra completa sostuvo que el pensador tradicionalista y José Antonio defendieron básicamente lo mismo. Ese mismo año Franco recurrió incluso a Antonio Maura, referente del conservadurismo español, y a su “revolución desde arriba”70. En 1952, sintomáticamente en Pamplona, afirmó que el tradicionalismo “nació como Movimiento y ha de adaptarse a las necesidades de cada hora. Así lo entendían Vázquez de Mella, Donoso Cortés, Balmes y nuestros pensadores del siglo xix. Así lo realizarían si viviesen en nuestro tiempo”71. Hubo numerosos y forzados intentos de encajar la retórica revolucionaria con la tradicionalista.

2. La posteridad del marco revolucionario en el franquismo (1945-1960)

Algo poco conocido fue la larga pervivencia de esta retórica revolucionaria. La derrota del nazismo alemán y del fascismo italiano, que habían apoyado desde el principio al régimen franquista, afectó su fraseología y se evitaron términos como totalitario. El objetivo era desvincularse de los movimientos fascistas y promover una renovación discursiva, razón por la que el régimen franquista se redefinió desde expresiones como democracia orgánica y se explicó el Movimiento a partir de las propias tradiciones hispánicas. En ese contexto, Arrese, a la sazón secretario general de Falange, publicó El Estado totalitario en el pensamiento de José Antonio (1945)72, uno de cuyos epígrafes se titulaba “La doctrina falangista no tiene nada que ver con el fascismo”. La realidad es que, en una intervención que preferirá no ser recordada posteriormente, aún a fines de 1942 el Caudillo había encuadrado su propia revolución en un “movimiento general de rebeldía de las masas civilizadas del Mundo”, dentro del cual citaba explícitamente el nacionalsocialismo y “la Revolución Fascista”73.

Lo interesante es que la aparente desfalangización o desfascistización del régimen, el oscurecimiento de Falange en palabras de Joan Maria Thomàs74, derivó en significativos cambios simbólicos o cosméticos, como no celebrar más el desfile de la victoria el 1.º de abril o abolir el brazo en alto como saludo nacional75, pero no hizo desaparecer la retórica revolucionaria. Significativamente, el Fuero de los Españoles (1945), ley fundamental del franquismo de carácter nacionalcatólico, establecía una serie de derechos y libertades y debía ayudar a adaptar la dictadura a la etapa posterior a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), pero no empleaba el término revolución. En cambio, sí lo hizo repetidamente el discurso que lo acompañó76. En definitiva, era una palabra ampliamente utilizada por el régimen, presente en referentes centrales como José Antonio y en numerosas leyes de distinto tipo, como la Ley de Bases de la Organización Nacionalsindicalista (1938), la Ley de Responsabilidades Políticas (1939), la Ley de la Administración Central del Estado (1939), la Ley del Frente de Juventudes (1940), la Ley de la Seguridad del Estado (1941), la Ley de Cortes (1942), la Ley del Seguro Obligatorio de Enfermedad (1942) o la Ley sobre Ordenación de la Universidad Española (1943). Después, el primero de los diez temas en recopilaciones oficiales, como Franco ha dicho (1947), y enfocado como fundamental y fundacional, versaba sobre la Guerra Civil, mientras el segundo se titulaba “La Revolución y el Movimiento nacionales”77. Su ubicación inicial y la conexión entre esas dos primeras secciones no eran casuales.

Lógicamente, la retórica franquista mantuvo continuidades con el pasado y preservó constantemente el énfasis en la unidad. Por ejemplo, en 1945 Franco subrayó que la gran flaqueza de España eran sus conflictos internos y que su gloria “descansa y descansará siempre en su unidad. Quien contra ella labora, sirve a los propósitos de nuestros enemigos”78. Esa defensa de la unidad, en tanto que nacional, servía de paso para enfrentarse a toda causa motivada por intereses potencialmente divisorios. De ahí que, como en 1943, criticara conceptos como derecha e izquierda o la “lucha de clases”79. Más tarde, en la apertura de la quinta legislatura de las Cortes españolas en 1955, Franco siguió declarando que “todos los intereses, los grupos, las clases y los matices han de subordinarse a la unidad de nuestra Revolución”80.

Por otro lado, se continuó planteando la revolución desde su necesidad histórica en un contexto como el de 1936 o su carácter constructivo81. Franco también la describió todavía como espiritual o moral y reafirmó, incluso en 1955, que “hemos venido a hacer una Revolución tras nuestra victoria absoluta sobre las fuerzas del mal”82. Asimismo, la conexión con la Cruzada permaneció. Si en 1943 Franco había resaltado que la Cruzada española había abierto “cauce en la más fecunda de las revoluciones”83, en 1952 agregó, en el Congreso de Excombatientes:

la Cruzada no constituyó un episodio más de nuestra vida revolucionaria, un suceso más revolucionario de esos que se pierden entre los episodios de la Historia, sino un verdadero acontecimiento que en el orden nacional enlaza y se asemeja al que los Reyes Católicos realizaron al cambiar el signo de la nación en otra época de revueltas y turbulencias84.

El recuerdo de la revolución, vinculado a la doliente Guerra Civil, también podía ser sugerido de forma más indirecta. Como si parafraseara a Marx, Franco afirmó incluso que “las revoluciones y las guerras son las parteras de la Historia y el origen de la mayoría de los Estados”85. Frecuentemente, el recuerdo bélico entroncaba con una deuda con el pasado y los caídos en combate, o con la voluntad de darles fecundidad póstuma. En el mensaje de fin de año de 1951, en el que también apeló a la Cruzada, subrayó Franco que “entre los pueblos católicos no hay antecedentes de un Movimiento revolucionario como el nuestro, con sus legiones de muertos y sus millares de mártires, con la herencia sagrada de la moral y del entusiasmo de sus caídos”86. En el discurso para despedir el siguiente año hizo nuevamente referencia al “imperativo de nuestros muertos y nuestros mártires para una creación revolucionaria ejemplar y verdadera”87.

De hecho, Franco encaró la propia revolución desde el marco bélico y entremezcló ambos. En 1945 aludió a la “guerra revolucionaria” y precisó que “toda guerra entraña una revolución y un avance hacia formas nuevas y esperanzadoras, pero no hacia las viejas y agotadas. Los que en España quisieron sacar de la victoria consecuencias de orden reaccionario están completamente equivocados”88. Todavía una década después, Franco definió en 1956 la revolución como “una gran batalla que hay que mantener. No es un combate en que se venza para disfrutar tras él de reposo y descanso; es una lucha continua, necesita de un celo, de una continuidad, de una vigilia permanente”89. Ahora bien, con el tiempo la retórica de la revolución sirvió cada vez más para justificar la continuidad de un poder franquista ya no enfrascado en la Guerra Civil. Se reivindicó incluso el 18 de julio como una novedad revolucionaria frente al pasado de una monarquía cuya amenaza, sobre todo de la mano de don Juan de Borbón y sus partidarios en instituciones centrales como el Ejército, se temió especialmente en los primeros lustros de la dictadura. Franco llegó a precisar en el mencionado discurso con el que abrió las Cortes de 1955 que “el Reino que nosotros, con el asentimiento de la Nación, hemos establecido, nada debe al pasado: nace de aquel acto decisivo del 18 de Julio, y es fruto de nuestra victoria y de la Revolución Nacional”90.

Además, la apelación a la revolución debía evidenciar la magnitud del desafío político asumido y del singular porvenir hacia el cual se apuntaba, uno que debía significar una ruptura positiva con el pasado anterior. Franco afirmó aun en 1949: “asistimos a una revolución más trascendental que la que pudo representar la Revolución francesa”91. En 1957 agregó que

no se trata de corregir causas accidentales, sino permanentes. No era un paréntesis que se abría en la vida de la Nación, sino una transformación completa del espíritu público, una revolución profunda de la sociedad, demandada por la Nación desde hacía muchos años. En veinte años hemos hecho el trabajo que no hicieron veinte generaciones92.

Por ello, la retórica revolucionaria también asumió en ocasiones un carácter económico y social, especialmente ante audiencias obreras, que no mencionaba la guerra. En 1949 Franco exclamó en Éibar, en un discurso sintomáticamente titulado “Revolución de trabajadores”, que el Movimiento “no es una revolución que destruya, no es una revolución de dinamiteros, no es una revolución de holgazanes ni de parásitos; es una revolución de trabajadores, de constructores”93. En 1952 aseveró que “la revolución llevaba en su bandera la mejora de las clases menos dotadas” y “una justicia distributiva lo más perfecta posible”94. La revolución se presentaba así más como social o económica que no política o religiosa. Ya el Fuero del Trabajo había declarado el mismo 18 de julio como Día de la Exaltación del Trabajo. Franco precisó en un discurso dirigido en 1946 a los mineros asturianos que “los trabajadores españoles tienen que ser el guardián más firme de la revolución”95.

En otras ocasiones Franco subrayó que la revolución debía darse en diferentes ámbitos. Un discurso muy prolijo e interesante fue el de Segovia, en 1946. Ahí apuntó que, “si los demás no saben hacer revoluciones más que en lo material, nosotros las hacemos en lo espiritual, en lo patriótico y en lo social”. Por ello, no debe extrañar que promoviera una comprensión deliberadamente ecléctica de la revolución de la que el mismo dictador destacase la incomprensión, la incredulidad o el miedo que podía suscitar. De ahí que añadiera que, “cuanto más seamos incomprendidos, cuanto más se combatan desde fuera nuestras cosas, cuanto más intenten discutirse nuestros gestos, más debemos afirmar nuestra revolución”. También agregó:

nuestra Revolución es lo contrario de lo que por el mundo el vulgo entiende; nuestra revolución son los brazos abiertos, no los puños cerrados; nuestra Revolución es la justicia; nuestra Revolución es la elevación moral de nuestros hijos; nuestra Revolución es el pan de cada día […] nuestra Revolución es la justicia en los campos y en la ciudad; la extirpación de los parados; es la multiplicación de las fuentes del trabajo; la hermandad entre las clases; nuestra Revolución es la elevación moral y material de los españoles96.

Esta alocución plasmaba cómo la palabra revolución podía convertirse en un totum revolutum que podía recoger muchos adjetivos y servir casi para todo. Otro representativo ejemplo adicional lo proporcionó Franco en 1951, cuando destacó:

no nos asustemos de la palabra revolución: revolución es deshacer lo que está mal; revolución no es destruir, revolución es crear, revolución es llevar la justicia en nuestras manos, es hacer una Patria unida, es crear la unidad entre los hombres y las tierras de España, pero para hacer una revolución no hace falta el ímpetu del odio; es necesario el amor del corazón; hacen falta la fe, la constancia, el trabajo, la hermandad97.

Una deriva significativa fue el progresivo desplazamiento de la dimensión temporal del término revolución. Al principio apuntaba preponderantemente hacia el futuro y, siguiendo a José Antonio, se describía como “pendiente”. Aún en 1946 afirmaba Franco que “nuestra revolución está llena de vida porque todavía no hemos hecho más que empezar”98. Lógicamente, la revolución se ubicó cada vez más en el presente, uno dilatado y continuo que conectaba con el pasado y el futuro, y enlazaba con la dinámica identidad del Movimiento. Más tarde, en 1955, explicó que “somos la proyección en el tiempo de una revolución; no de una revolución que pasa, sino de una revolución que perdura y que marcha. Para que esta revolución no pueda malograrse y pueda llenar esta misión, tenemos que mantener siempre el espíritu tenso”99.

La revolución se enfocaba desde su permanencia y no sorprende que la idea de una “revolución que perdura y marcha” se repitiese. Así se defendía la necesidad de mantener un Estado (supuestamente revolucionario) que simultáneamente debía saber transformarse en diálogo con los desafíos de cada tiempo. Eso conectaba también con las advertencias lanzadas frente a quienes querían acelerar demasiado el paso. Por ejemplo, en el discurso inaugural para las Cortes de 1946, apuntó Franco que “la evolución histórica de las naciones tiene una velocidad propia que no puede forzarse” y que, a causa de la Guerra Civil, “tiene que ser prudente, sin que quepa precipitar etapas”100. Seis años después, y en el mismo escenario, insistió en que

hay muchos españoles y excelentes camaradas que, en una plausible inquietud por avanzar en el camino de la Revolución Nacional que el Régimen patrocina, puede en muchos aspectos parecerles nuestra marcha lenta […] Mas el ritmo ha de atemperarse a las posibilidades de la Nación en todos los órdenes y hay leyes y equilibrios en la Naturaleza que no pueden forzarse impunemente101.

Frente a falangistas descontentos y más revolucionarios Franco criticó las “revoluciones impacientes”102. En 1961 él lo resumió así:

Las revoluciones triunfan o se derriban de acuerdo con el grado de acierto con que sean capaces de ordenar las soluciones más convenientes en el tiempo y en el espacio. Por eso, para conducir la revolución, hay que ser inasequible a la fácil tentación de la espectacularidad, a la utilización fácil del poder. Hay que someter a las bridas del rigor más exigente la acción del gobierno, renunciar al éxito momentáneo por la obra permanente y bien hecha103.

Un detalle interesante fue cómo a finales de los 1950 Franco releyó acontecimientos en el extranjero en clave revolucionaria para dotarse de nuevos elementos comparativos en los que legitimarse indirectamente. Por ejemplo, presentó como revolución el advenimiento de la Quinta República Francesa de la mano del militar Charles de Gaulle, de la que subrayó que se había “producido por acción de su Ejército y respaldo de la gran mayoría de los franceses”104. Asimismo, reinterpretó la historia pasada y presentó a Jesús o los Reyes Católicos desde esta perspectiva. Incluso lo hizo con Kemal Atatürk105. Las estrategias para establecer pragmáticos paralelismos con el propio régimen fueron frecuentes.

3. El declive de la retórica revolucionaria (1960-1975)

La retórica revolucionaria de Franco sufrió un gradual retroceso en torno a los años 1960. Probablemente afectó la creciente influencia del nacionalcatólico Luis Carrero Blanco, quien tras ser nombrado subsecretario de Presidencia en 1941 había adquirido un peso creciente en el franquismo, influyó en la desfalangización del régimen y no empleó el marco revolucionario en sus discursos106. También repercutió el nombramiento a partir de 1957 de ministros tecnócratas como Mariano Navarro Rubio y Alberto Ullastres (o, posteriormente, Gregorio López-Bravo y Laureano López-Rodó), quienes impulsaron un giro económico de carácter liberalizador, y a la postre político y social, que se materializó inicialmente en el Plan de Estabilización de 1959 y luego en los planes de desarrollo de los años 1960. Otro factor determinante fue la nueva desfalangización del régimen acometida tras los cambios ministeriales de 1957 y que condujo a que Arrese, luego de su fracasado intento de promulgar una especie de constitución de corte falangista, fuese transferido de la Secretaría General del Movimiento al recién creado y menos politizado Ministerio de Vivienda. Lo que finalmente se aprobó fue una Ley de Principios del Movimiento Nacional (1958) alejada de la retórica y el contenido falangista.

No obstante, algo que ayuda a comprender la complejidad del discurso público franquista es que el marco revolucionario atestiguó nuevamente su capacidad de resistencia y no desapareció del todo. En 1963, en un texto al parecer curiosamente escrito en gran parte por Manuel Fraga107, Franco resaltó la “vocación revolucionaria de nuestro sistema”108. Por supuesto, se preservaron muchos rasgos anteriores, como el mencionado argumento de la necesidad o el carácter constructivo y creador109. Además, servía aun para singularizar la propia dictadura frente a la de Primo de Rivera, de quien destacó Franco que había intentado salvar la patria, pero que fracasó “por la falta de un contenido político”110. El marco revolucionario, pese a su carácter intencionadamente variable e indefinido, fue paradójicamente enarbolado como fuente de sentido y contenido para deslizar críticas a periodos históricos anteriores y revalorizar indirectamente el propio régimen franquista. En cambio, otras veces Franco dejó traslucir los problemas de credibilidad de su retórica y, además de escudarse en el pretexto de las grandes y perjudiciales dificultades sobrevenidas en los años anteriores, confesó que “todas las revoluciones que en el mundo ha habido han tardado en ser comprendidas, y, por tanto, la nuestra tiene también que tardar en entenderse”111.

Ahora bien, seguramente por el desgaste de la palabra y la evolución política del franquismo, el término revolución sufrió una sintomática “pasadización” o desplazamiento hacia el pasado. Seguía siendo un pasado en cierto sentido presente, pero cada vez prevaleció más una mirada retrospectiva que buscaba el reconocimiento de los supuestos éxitos conseguidos112. Por ejemplo, con motivo de la presentación de la Ley Orgánica del Estado, Franco repasó en 1966 la historia reciente y destacó que bajo su gobierno se habían generado “cambios que en otras épocas de menos dinamismo revolucionario hubieran requerido siglos”113.

Un poco antes, en un mensaje de fin de año de 1963, en el que también reivindicó el Plan de Desarrollo (1964-1967) económico e industrial aprobado tres días antes y lo valoró como “la gran obra de nuestro tiempo”, comentó Franco que, “a los que creen que nuestra revolución va lenta, yo les pediría que mirasen para atrás y analizasen lo que hemos avanzado con paso firme y sin un solo retroceso”114. Sintomáticamente, y tras haber apelado a la revolución en todos los mensajes de fin de año desde 1953, fue también el último en que lo hizo con la excepción, matizada, de los de 1970 y 1971. De hecho, y leído retrospectivamente, el mensaje de fin año de 1963 parecía sancionar la transición de un marco legitimador sedicentemente ideológico a otro más asociado a la modernización económica. Franco explicó entonces que

el Régimen español, que desde sus orígenes se definió a sí mismo como revolucionario, no ha ocultado en ningún momento esa tendencia de aspirar a conseguir una profunda modificación de las condiciones de vida que imperaban en la España anterior a 1936. Pero las revoluciones, para ser efectivas y duraderas, no pueden basarse exclusivamente en un cambio de estructura política, sino que necesitan apoyarse en modificaciones sustanciales en las condiciones económicas y distribución de la riqueza115.

Otras veces Franco minimizó el propio carácter revolucionario y destacó, negativamente, que la lacerante historia previa de España, en especial los 150 años anteriores, estaba aquejada de un pertinaz reguero de trastornos revolucionarios frente a los cuales la dictadura se presentaba como solución de paz y estabilidad. Eso se intensificó con la sustitución en paralelo del marco de la Cruzada por el de los 25 años de paz en 1964. Asociando paradójicamente la propia revolución a una promesa de estabilidad y garantía de tranquilidad política, el Movimiento la podía presentar entonces como la que había acabado con el ciclo de revoluciones y desórdenes previos116. En tales ocasiones, la paz reivindicada conectaba con la Guerra Civil y el convulso siglo xx, pero también con el demonizado siglo xix. Sin embargo, dicha sustitución no fue inmediata ni completa, pues los marcos de la paz y de la Cruzada coexistieron en el tiempo. Este último no solo estuvo presente en varios discursos pronunciados posteriormente por Franco117. Con ocasión de la recepción de los libros oficiales que explicaban la obra realizada en los anteriores “veinte años de paz”, en 1959 se había referido Franco a esta cuestión en un discurso que también apelaba a la revolución y la Cruzada118. Hubo más casos reseñables. Incluso la propia antología de discursos publicada en 1964 para celebrar el cuarto de siglo de paz dedicaba explícitamente todo su segundo apartado a la Cruzada119.

En resumen, la retórica revolucionaria, salvo una llamativa y drástica reducción anterior en 1953 y 1954, pervivió, si bien cada vez con menos fuerza e intensidad, hasta bien entrada la década de los 1960. En un momento en que se aludía como fuente de legitimación a los años de paz y al desarrollo económico, el uso público del término revolución decreció ostensiblemente. En la antología de discursos pronunciados por Franco entre 1964 y 1967, dicha palabra prácticamente solo apareció en intervenciones como las efectuadas para el Consejo Nacional del Movimiento120. Este proceso de desaparición, coincidente con la menguante influencia de Falange en el Gobierno, se acusó más en la siguiente compilación oficial, la dedicada a las alocuciones de los siguientes tres años121. Después hubo un pequeño resurgir, como en los mensajes de fin de año de 1970 y 1971, cuando Franco retomó brevemente la palabra revolución, aunque sin adjetivarla como nacional. Otra excepción fue el tardío discurso del 18 de noviembre de 1971, cuando todavía exclamó que los españoles estaban haciendo “una auténtica revolución social con orden y libertad, como corresponde a las gloriosas tradiciones de nuestra Patria”122.

En paralelo, cada vez más abundaron términos como transformación, renacer, resurgimiento o reconstrucción, el escogido para comenzar una Ley Orgánica del Estado (1967), que también supuso la modificación en diferido del preámbulo del Fuero del Trabajo y suprimió la palabra revolución (así como totalitario). Es decir, la desaparición del término también tuvo carácter retroactivo y afectó a la memoria del pasado. Finalmente, los sinónimos mencionados antes acabaron por reemplazar a una palabra revolución crecientemente asociada a movimientos de oposición interior que reivindicaban el revolucionario espíritu falangista original.

Conclusiones

Este artículo ha examinado la amplia, variada y duradera presencia de la poco conocida retórica revolucionaria en Franco. Se trató de un marco que a nivel público promovió temprana y pragmáticamente, de múltiples maneras y durante un tiempo muy prolongado, hasta bien entrados los años 1960. Fue una característica propia de un franquismo dúctil en el ámbito retórico. Como ha señalado Zira Box, “el necesario carácter híbrido del Movimiento supuso que este se perfilara como fascista y católico, tradicional y revolucionario”123. La revolución fue uno de sus marcos, uno que no contradecía, sino que complementaba o suplementaba otros como el de Cruzada. Como se ha explicado, muchas veces los marcos retóricos no se sustituían, en especial de manera inmediata, sino que en caso necesario podían coexistir o agregarse unos a otros. Por ello, el significado de la revolución fue variando y sus múltiples usos no siempre fueron coherentes e incluso pudieron ser contradictorios.

Además, la retórica franquista también intentó adaptarse a los diferentes contextos o destinatarios, y eso explica un aspecto poco conocido y aquí analizado como fue la larga pervivencia de la fraseología revolucionaria. No extraña que Zira Box haya caracterizado la revolución como una “abstracción omnipresente” y luego haya añadido que “de lo que menos se hablaba era de los contenidos concretos de esa revolución”124. Algo semejante se observa en los parlamentos pronunciados posteriormente por Franco, razón por la que no es posible proporcionar una auténtica definición del término dentro del entramado discursivo franquista. En las décadas de 1960 y 1970, se produjeron variaciones significativas, y se evitaron palabras como totalitario, o disminuyó la frecuencia o intensidad de esta retórica, pero el sentido del vocablo revolución no dejó de ser nunca deliberadamente ecléctico, lábil y abierto. De manera sintomática, Franco también tendió a adjetivar la revolución como “nacional”, pero muchísimo menos como “nacionalsindicalista”. Pese a que la retórica revolucionaria provenía fundamentalmente del entorno falangista, Franco prefirió infundirle un mayor carácter transversal para no “falangizar” demasiado la imagen pública del régimen. Eso suscitó críticas conocidas, como la de Dionisio Ridruejo, quien recriminó que “el dictador no puede ser un árbitro sobre fuerzas que se contradicen, sino el jefe de la fuerza que encarna la revolución”125.

La variedad de sentidos que adquirió la palabra explica que la revolución fuese un término tan socorrido y enlazara con cuestiones políticas o sociales muy dispares. Un reverso de la flexibilidad franquista fue la necesidad de “olvidar” algunas intervenciones anteriores, especialmente muchas previas a 1943, que años después resultaban inoportunas. Un ejemplo fue el mencionado Manifiesto de las Palmas (1936), cuya escritura se atribuye a Lorenzo Martínez Fusset126. Este texto, pese a que abría una temprana compilación como Habla el Caudillo (1939), no se reprodujo en las principales recopilaciones posteriores, seguramente a causa del ambiguo posicionamiento respecto a la constitución republicana y por acabar con la afirmación de que se harían “reales en nuestra Patria, por primera vez, y por este orden la trilogía: fraternidad, libertad e igualdad”127. Otro caso fue el discurso del 17 de julio de 1941, pronunciado tras la invasión alemana a la Unión Soviética y quizá preparado por Carrero Blanco128, cuyo recuerdo, a causa de su tono tan beligerante, resultó muy incómodo tras 1945, cuando ya se había vendido oficialmente el marco de la sabia neutralidad de Franco en la Segunda Guerra Mundial.

Hubo bastantes ejemplos más. De la compilación Franco ha dicho (1947) llama la atención la casi completa ausencia de discursos pronunciados entre diciembre de 1939 y enero de 1942. De 1940 no se escoge siquiera ninguna intervención de un Caudillo enmudecido a posteriori, pese al importante y controvertido discurso del 17 de julio. La larga antología Pensamiento político de Franco129(1975) reúne 1.429 pasajes entre los cuales no hay ninguno de 1940 (y dos de 1941). Un destino parecido sufrieron los discursos del 19 de mayo o el mensaje de fin año de 1939. En cambio, la cuarta edición de Franco ha dicho (1949) incorporó respecto a la primera una docena de pasajes, todos para celebrar a Perón y Argentina por su apoyo en esos años130. La retórica franquista fue un incesante juego de visibilizaciones e invisibilizaciones que afectó tanto a la presencia como a las respectivas resignificaciones del término revolución.

Como conclusión, y para listar los principales usos de la palabra revolución, se puede añadir que, más allá de su sentido concreto en cada caso, se asociaba primero a un firme proyecto de afirmación, unidad y cohesión. Además, y en contraste con la Cruzada, la flexible revolución podía ser proyectada a más ámbitos, y no solo enlazaba históricamente con el pasado (o el presente durante la Guerra Civil), sino también con un futuro abierto y “pendiente”. Por eso fue más citada en compilaciones de gran importancia como Palabras del Caudillo, en la que se la menciona más del doble de veces que la de Cruzada, e incluso muchos años después un documento como El 18 de Julio como futuro (1965) apelaba explícitamente a la revolución131.

Hay que tener en cuenta que con la revolución se buscaba una legitimidad discursiva que no dependía fundamentalmente del origen del régimen, sino que se renovaba con este, apelaba a su ejercicio y, por así decir, era in progress. Eso encajó con la insistencia en que la revolución era aquello que dotaba de contenido al Movimiento y con una comprensión dinámica de este que justificaba su flexibilidad discursiva. Para ello, también se apoyó en una legitimidad distinta, como la del Caudillo, según ha señalado Paloma Aguilar, asociada más a la carismática132. Posteriormente, y mientras se promovían otras legitimaciones como las del prolongado periodo de paz o el desarrollo económico, la “pasadización” de la retórica revolucionaria anticipó su paulatina postergación en el discurso público oficial.

Desde una perspectiva semejante, en la que se engarzaban pasado, presente y futuro, se describió repetidamente el Movimiento como una síntesis entre tradición y revolución, algo previamente tematizado por José Antonio. Eso explica que la reacción materializada en el golpe de Estado de 1936 no debiese entenderse como meramente reaccionaria ni tampoco la revolución como únicamente rupturista. Los tres tiempos, pasado, presente y futuro, debían estar adecuadamente representados en esta retórica. Franco aclaró en 1955 que “este ha sido el gran servicio de nuestra Cruzada, la virtud de nuestro Movimiento. El haber despertado en las nuevas generaciones la conciencia de lo que fuimos, de lo que somos y de lo que podemos ser”133.

Por otro lado, los significados de la revolución y del Movimiento se retroalimentaron y el recurso al primero podía justificar el carácter dinámico del segundo y los respectivos cambios políticos del régimen. Además, con la palabra revolución también se pretendía atestiguar la magnitud de los grandes cambios realizados, así como del desafío político asumido, del cual se resaltaba que era capaz de corregir y hacer virar el derrotero histórico español: reconducirlo desde la decadencia al progreso y la prosperidad, de la tendencia destructiva a la constructiva.

Por añadidura, el recurso a la revolución podía servir desde la óptica de una revolución del poder. Según Payne, Franco ha sido quizá el gobernante más poderoso en la historia de España134. Para responder a esta situación inédita, la apelación a la revolución podía ser una herramienta de movilización y discursiva que, además de sintonizar con revoluciones del poder coetáneas como las fascistas -y razón por la que también se recurrió momentáneamente al término totalitario-, justificaría cierta ruptura con la tradición española, al mismo tiempo que lo hacía en su nombre y su defensa. De esta manera, revolución, Movimiento y Caudillo aparecían como tres marcos que se retroalimentaban.

Finalmente, la elasticidad semántica del término revolución se manifestó en su proliferación temática. Como se ha visto, se asoció a lo político, lo económico, lo social o lo espiritual, lo que atestigua la pretendida dimensión integral de una revolución que, indirectamente, debía evidenciar el carácter limitado e incompleto de las otras. El ámbito propio de la revolución propugnada variaba según los contextos.

De todos modos, se debe recordar que la retórica revolucionaria no siempre fue esgrimida. Desde un principio, no se usó en muchas intervenciones de Franco, y no solo en contextos eclesiásticos o tradicionalistas, sino, especialmente más adelante, también en sus palabras destinadas a las relaciones internacionales o sus entrevistas con periodistas extranjeros. Lo interesante es que intervenciones tan dispares fuesen igualmente incluidas en sus oficiales y heteróclitas compilaciones de discursos. Esto se advirtió asimismo en la variedad de los referentes intelectuales oficiales, no solo los más propiamente falangistas, sino también Donoso Cortés, Balmes, Menéndez Pelayo, Vázquez de Mella, Pradera, Maeztu y otros que debían infundir una falsa sensación de pluralidad que, presentada desde una óptica convergente, reforzaba la idea de una unidad compleja y flexible.

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* Este artículo se deriva de la investigación realizada en torno a los usos y abusos de la memoria revolucionaria. No ha recibido ningún tipo de financiación. Quisiera agradecer a los revisores el meticuloso, laborioso y muy meritorio trabajo realizado para mejorar este artículo.

1Francisco Franco, “Mensaje de fin de año” (31 de diciembre de 1951), en Discursos y mensajes del jefe del Estado, 1951-1954 (Madrid: Publicaciones Españolas, 1955), 114 y 121.

2Joseph de Maistre, Consideraciones sobre Francia (Madrid: Rialp, 1955), 234.

3Roger Griffin, The Nature of Fascism (Londres: Routledge, 1993).

4Roger Griffin, Modernismo y fascismo: la sensación de comienzo bajo Mussolini y Hitler (Madrid: Akal, 2010).

5Benito Mussolini, El espíritu de la revolución fascista (Buenos Aires: Ediciones Informes, 1976), 22.

6Max Domarus, Hitler. Reden und Proklamationen, 1932 bis 1945 (Leonberg: Pamminger & Partner, 1988).

7Como excepciones, véanse la obra Análisis de los discursos de Franco. Una aplicación metodológica de María Pilar Amador (Cáceres, 1987) o los diferentes trabajos de Matilde Eiroa, en especial un texto de referencia como “Las fuentes doctrinales. Pensamiento y lenguaje de la represión sistémica (1936-1948)”, en Franco, la represión como sistema, coordinado por Julio Aróstegui (Barcelona: Flor del Viento, 2012).

8Véanse, por ejemplo, Giuliana di Febo, Ritos de guerra y de victoria en la España franquista (Valencia: Universitat de València, 2002) o Javier Rodrigo, Cruzada, paz, memoria. La Guerra Civil en sus relatos (Madrid: Comares, 2013).

9Carme Molinero, La captación de las masas. Política social y propaganda en el régimen franquista (Madrid: Cátedra, 2005).

10Zira Box, España, año cero. La construcción simbólica del franquismo (Madrid: Alianza, 2010).

11Laura Zenobi, La construcción del mito de Franco (Madrid: Cátedra, 2011).

12Ismael Saz, España contra España: los nacionalismos franquistas (Madrid: Marcial Pons, 2003).

13Ferran Gallego, El evangelio fascista: la formación de la cultura política del franquismo, 1930-1950 (Barcelona: Crítica, 2014).

14Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo (Madrid: Alianza, 1987), 572.

15Según Francisco Franco Salgado-Araujo, Franco era en gran medida el autor de sus discursos. Stanley Payne y Jesús Palacios han sostenido algo parecido para los primeros años. De acuerdo con Matilde Eiroa, pudieron intervenir personas como Juan Pujol, José Millán-Astray, José Antonio de Sangróniz, Dionisio Ridruejo, Ramón Serrano Suñer o, después, Luis Carrero Blanco. Paul Preston ha señalado que en su redacción intervenían funcionarios, directores generales y ministros. Véanse respectivamente Francisco Franco Salgado-Araujo, Mis conversaciones privadas con Franco (Barcelona: Planeta, 1976), 201; Stanley Payne y Jesús Palacios, Franco. Una biografía personal y política (Barcelona: Espasa, 2014), 444; Matilde Eiroa, “Palabra de Franco. Lenguaje político e ideología en los textos doctrinales”, en Coetánea. Actas del III Congreso Internacional de Nuestro Tiempo, editado por Carlos Navajas y Diego Iturriaga (Logroño: Universidad de La Rioja, 2012), 72; Matilde Eiroa, Franco, de héroe a figura cómica de la cultura contemporánea (Valencia: Tirant, 2022), 50; y Paul Preston, El gran manipulador: la mentira cotidiana de Franco (Barcelona: Debate, 2008), 13.

16Francisco Franco, Apuntes personales sobre la república y la Guerra Civil (Madrid: Fundación Nacional Francisco Franco, 1987). Comprensiblemente, esta retórica está ausente en las hagiografías que le tributaron en vida, como la de Joaquín Arrarás, Franco (San Sebastián: Librería Internacional, 1937) o la de Luis de Galinsoga, Centinela de Occidente (Barcelona: AHR, 1956); en Mis conversaciones privadas con Franco de Francisco Franco Salgado-Araújo; o en biografías o monografías como las de Juan Pablo Fusi, Franco: autoritarismo y poder personal (Madrid: El País, 1985); Stanley Payne, Franco. El perfil de la historia (Madrid: Espasa-Calpe, 1995); Payne y Palacios, Franco. Una biografía personal; Enrique Moradiellos, Franco. Anatomía de un dictador (Madrid: Turner, 2018); Alberto Reig Tapia, Franco “Caudillo”. Mito y realidad (Barcelona: Tecnos, 2005); Alberto Reig Tapia, Franco: el César superlativo (Barcelona: Tecnos, 2005); Bartolomé Bennassar, Franco (Madrid: Edaf, 1996); Antonio Cazorla, Franco: biografía del mito (Madrid: Alianza, 2014); Paul Preston, Franco. Caudillo de España (Barcelona: Debate, 2006); Javier Rodrigo, Generalísimo: las vidas de Francisco Franco, 1892-2020 (Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2022). En cambio, está más presente en la “biografía política” de Javier Tusell, Franco en la Guerra Civil. Una biografía política (Barcelona: Tusquets, 2006) o en el estudio de Francisco Sevillano, Caudillo por la gracia de Dios, 1936-1954 (Madrid: Alianza, 2010), desde la óptica del caudillaje.

17Ernst Kantorowicz, Los dos cuerpos del rey. Un estudio de teología medieval (Madrid: Akal, 2012).

18Para un estudio de Franco como "Caudillo", véase especialmente Sevillano, Franco, Caudillo por la gracia de Dios.

19Albino Menéndez-Reigada, Catecismo patriótico español (Salamanca: Calatrava, 1939), 5.

20Francisco Javier Conde, Contribución a la doctrina del caudillaje (Madrid: Vicesecretaría de Educación Popular, 1946), 42.

21Raimundo Fernández-Cuesta, Discursos (Madrid: Ediciones Fe, 1939), 153.

22boe, 7 de agosto, 1937.

23Para un análisis del poder según Lefort, véase Edgar Straehle, “Repensar el poder desde Claude Lefort: una propuesta interpretativa”, Res Publica: Revista de Historia de las Ideas Políticas 22, n.º 2 (2019).

24Francisco Franco, Palabras del Caudillo: 19 abril 1937 - 31 diciembre 1938 (Barcelona: Ediciones Fe, 1939), 10.

25En José Antonio Primo de Rivera, Obras completas. Discursos y escritos, 1922-1936 (Madrid: Instituto de Estudios Políticos, 1976).

26Ramiro Ledesma Ramos, ¿Fascismo en España? La patria libre: nuestra revolución (Madrid: Herederos de Ramiro Ledesma Ramos, 1988), 43.

27Onésimo Redondo, Caudillo de Castilla (Valladolid: Ediciones Libertad, 1937), 13.

28Onésimo Redondo, El Estado nacional (Valladolid: Ediciones Libertad, 1938), 90.

29Maximiliano García Venero, Historia de la unificación (Falange y Requeté en 1937) (Madrid: Egesa,1970), 253.

30Pedro Laín Entralgo, Los valores morales del nacionalsindicalismo (Madrid: Editora Nacional, 1941), 34.

31José Luis de Arrese, La revolución social del nacionalsindicalismo (Madrid: Editora Nacional, 1940), 178.

32Para este tema, véase Pedro González Cuevas, Acción española. Teología política y nacionalismo autoritario en España (1913-1936) (Madrid: Tecnos, 1998), especialmente el capítulo “Teoría de la contrarrevolución”.

33Para los conflictos internos del franquismo, véase Alfonso Lazo, Una familia mal avenida. Falange, Iglesia y ejército (Madrid: Síntesis, 2008).

34Francisco Franco, Palabras de Franco (Bilbao: Editora Nacional, 1937).

35“Decreto número 259”, boe, 20 de abril, 1937.

36Sevillano, Franco, Caudillo por la gracia de Dios, 69.

37Joan Maria Thomàs, Lo que fue la Falange (Barcelona: Plaza & Janés, 1999), 203.

38Stanley Payne, La revolución española (1936-1939). Un estudio sobre la singularidad de la Guerra Civil (Barcelona: Espasa, 2020), 164.

39Pedro Sainz Rodríguez, dir., Histoire de la révolution nationale espagnole (París: Societé Internationale d’Éditions et de Publicité, 1939), s/n.

40Véanse, por ejemplo, las palabras de Franco al periodista Robert Vallery-Radot de marzo de 1937, en José García Mercadal, Ideario del Generalísimo (Zaragoza: La Académica, 1937), 19; su entrevista con el corresponsal de la ngw News Service en noviembre de 1937, en Franco, “Declaraciones al corresponsal de la ngw News Service” (noviembre de 1937), en Palabras del Caudillo, 19 abril 1937 - 31 diciembre 1938, 195-197; o estas palabras dirigidas a unos falangistas el 29 de diciembre de 1937: “Sois fiel reflejo del espíritu de esa brava juventud española, a cuyo lado me encuentro espiritualmente, porque, con su esfuerzo, hemos de obtener la victoria que se alumbra, que se aproxima, y después, el orden, la propiedad y la justicia social, que serán el triunfo de la Revolución Nacional-Sindicalista”, en Franco, “Saludo dirigido en la nochebuena a todos los españoles (diciembre de 1937)”, en Palabras del Caudillo, 19 abril 1937 - 31 diciembre 1938, 104.

41Movimiento Nacional, Formación del espíritu nacional. Curso I (Madrid: Ediciones del Movimiento, 1954), 113.

42Franco, “Discurso con motivo del aniversario de la Unificación” (19 de abril de 1938), en Palabras del Caudillo, 19 abril 1937 - 31 diciembre 1938, 54-55.

43Francisco Franco, prólogo a Obra completa, por Víctor Pradera (Madrid: Instituto de Estudios Políticos, 1945).

44Víctor Pradera, El Estado nuevo (Madrid: Cultura Española, 1935).

45“Trascendental discurso del Jefe del Estado ante el Consejo Nacional, que le aclamó con fervoroso entusiasmo”, Arriba (Madrid), 18 de julio, 1943, 9-10.

46Franco, “Discurso pronunciado al entrar en el ii año triunfal” (18 de julio de 1937), en Palabras del Caudillo, 19 abril 1937 - 31 diciembre 1938, 22-23.

47Franco, “Declaraciones a abc de Sevilla” (19 de julio de 1937), en Palabras del Caudillo, 19 abril 1937 - 31 diciembre 1938, 165.

48Movimiento Nacional, Franco ante el nuevo horizonte (Madrid: Ediciones del Movimiento, 1961), 22.

49Franco, “Declaraciones a Henri Massis” (18 de agosto de 1938), en Palabras del Caudillo, 19 abril 1937 - 31 diciembre 1938, 262.

50Juan Beneyto Pérez, Genio y figura del Movimiento (Madrid: Aguado, 1940), 131.

51boe, 10 de marzo, 1938.

52Franco, “Declaraciones del Generalísimo al enviado especial de la agencia de información Associated Press” (11 de diciembre de 1938), en Palabras del Caudillo, 19 abril 1937 - 31 diciembre 1938, 291.

53Franco, “Declaraciones al corresponsal de la ngw News Service” (noviembre de 1937), en Palabras del Caudillo, 19 abril 1937 - 31 diciembre 1938, 196.

54José Millán-Astray, Franco: el Caudillo (Salamanca: Quero y Simón, 1939), 218.

55“Solemne entrega a S. E. de las insignias de la Gran Cruz Laureada de San Fernando”, La Vanguardia Española (Barcelona), 18 de julio, 1940, 4.

56Gallego, El evangelio fascista, 453.

57Ferran Gallego mismo ha asociado ambas. Gallego, El evangelio fascista, 484.

58“Orden del ministerio del Interior”, boe, 16 de julio, 1938.

59Juan Beneyto Pérez, El nuevo Estado español: el régimen sindicalista ante la tradición y los demás sistemas totalitarios (Madrid: Biblioteca Nueva, 1939), 35. Véase también Beneyto Pérez, Genio y figura del Movimiento, 145-146.

60“El Caudillo habló anoche a los madrileños y a todos los españoles”, Arriba (Madrid), 20 de mayo, 1939, 1.

61Francisco Franco, “Discurso pronunciado en el banco de España con motivo del vino de honor a los oficiales del Ejército” (19 de mayo de 1939), en Palabras del Caudillo: 19 abril 1937 - 7 diciembre 1942 (Madrid: Editora Nacional, 1943), 114.

62“Franco habla en León al pueblo y a la Legión Cóndor”, Arriba (Madrid), 23 de mayo, 1939, 1.

63“Discurso de Franco”, Arriba (Madrid), 6 de junio, 1939, 2.

64”Zaragoza rinde a Serrano Suñer, con entusiasmo indescriptible, un fervoroso homenaje”, Arriba (Madrid), 17 de junio, 939, 1.

65boe, 8 de agosto, 1939.

66Paul Preston, Franco. Caudillo de España, 306-307.

67Franco, “Contestación al nuncio de su Santidad en la presentación de cartas credenciales” (24 de junio de 1938), en Palabras del Caudillo, 19 abril 1937 - 31 diciembre 1938, 60.

68García Venero, Historia de la unificación, 253.

69Franco, “Declaraciones a abc de Sevilla” (19 de julio de 1937), en Palabras del Caudillo, 19 abril 1937 - 31 diciembre 1938, 167.

70“Con las palabras de Franco se inauguraron anoche las emisiones de Radio Nacional para América”, Arriba (Madrid), 21 de junio, 1945, 4.

71Franco, “Discurso en Pamplona” (4 de diciembre de 1952), en Discursos y mensajes… 1951-1954, 269.

72José Luis de Arrese, El Estado totalitario en el pensamiento de José Antonio (Madrid: Ediciones de la Vicesecretaría de Educación Popular, 1945).

73“Trascendental discurso del Caudillo”, La Vanguardia Española (Barcelona), 9 de diciembre, 1942, 2.

74Joan Maria Thomàs, La Falange de Franco. El proyecto fascista del régimen (Barcelona: Plaza & Janés, 2001), 354.

75Stanley Payne, Franco y José Antonio: el extraño caso del fascismo español: historia de la Falange y del Movimiento Nacional (1923-1977) (Barcelona: Planeta, 1997), 602-603.

76“Texto del discurso pronunciado por su excelencia el Jefe del Estado”, Pueblo (Madrid), 18 de julio, 1945, 1 y 3.

77Francisco Franco, Franco ha dicho. Recopilación de las más importantes declaraciones del Caudillo desde la iniciación del Alzamiento nacional hasta el 31 de diciembre de 1946 (Madrid: Editorial Carlos, 1947).

78“Discurso del Caudillo”, Pueblo (Madrid), 18 de julio, 1941, 2.

79Franco, Franco ha dicho, 114-115.

80Francisco Franco, “Discurso en el acto inaugural de la V legislatura de las Cortes españolas” (17 de mayo de 1955), en Discursos y mensajes del jefe del Estado, 1955-1959 (Madrid: Publicaciones Españolas, 1960), 61.

81Véase, por ejemplo, Franco, “Discurso al recibir los libros que recogen la obra Veinte años de Paz” (4 de noviembre de 1959), en Discursos y mensajes… 1955-1959, 688.

82Franco, “Discurso pronunciado con ocasión de la inauguración de la casa sindical y de la entrega de 46.523 viviendas” (28 de octubre de 1955), en Discursos y mensajes… 1955-1959, 103.

83“Discurso del Jefe del Estado”, La Vanguardia Española (Barcelona), 18 de marzo, 1943, 2.

84Franco, “Discurso en el Congreso de excombatientes” (19 de octubre de 1952), en Discursos y mensajes… 1951-1954, 237.

85“El Caudillo pronunció ayer en las Cortes un importantísimo discurso”, Arriba (Madrid), 15 de mayo, 1946, 4.

86Franco, “Mensaje de fin de año” (31 de diciembre de 1951), en Discursos y mensajes… 1951-1954, 113.

87Franco, “Mensaje de fin de año” (31 de diciembre de 1952), en Discursos y mensajes… 1951-1954, 287.

88Francisco Franco, “La definición de nuestro Estado” (discurso pronunciado ante el Pleno del Consejo Nacional, 17 de julio de 1945), en Textos de doctrina política. Palabras y escritos de 1945 a 1950 (Madrid: Publicaciones Españolas, 1951), 18.

89Franco, “Discurso pronunciado con ocasión del acto de inauguración del nuevo pueblo de Valdelacalzada (7 de octubre de 1956)”, en Discursos y mensajes… 1955-1959, 246.

90Franco, “Discurso en el acto inaugural de la v legislatura de las Cortes españolas” (17 de mayo de 1955), en Discursos y mensajes… 1955-1959, 61.

91Franco, “La nueva universidad” (discurso pronunciado en la Universidad de Coimbra, 29 de octubre de 1949), en Textos de doctrina política, 391.

92Franco, “Declaraciones al director de la agencia efe” (2 de octubre de 1957), en Discursos y mensajes… 1955- 1959, 362.

93Franco, “Revolución de trabajadores” (Palabras pronunciadas en Éibar, 11 de agosto de 1949), en Textos de doctrina política, 467.

94Franco, “Palabras en la inauguración de viviendas para pescadores en Pasajes de San Pedro” (11 de agosto de 1952), en Discursos y mensajes… 1951-1954, 219.

95Franco, “Los trabajadores españoles guardianes de la revolución” (discurso ante los mineros en Oviedo, 19 de mayo de 1946), en Textos de doctrina política, 421.

96“Nuestra revolución es de brazos abiertos y no de puños cerrados”, Pueblo (Madrid), 11 de febrero, 1946, 3.

97Franco, “Discursos en Baeza, Jaén y Andújar” (6 de junio de 1951), en Discursos y mensajes… 1951-1954, 72.

98“Discurso del Jefe del Estado”, La Vanguardia Española (Barcelona), 10 de febrero, 1946, 3.

99Franco, “Discurso en el acto de la jura de los nuevos consejeros nacionales de fet y de las jons” (15 de mayo de 1955), en Discursos y mensajes… 1955-1959, 42.

100“El Caudillo pronunció ayer en las Cortes un importantísimo discurso”, Arriba (Madrid), 15 de mayo, 1946, 5.

101Franco, “Discurso en la apertura de las Cortes” (17 de mayo de 1952), en Discursos y mensajes… 1951-1954, 164.

102Véase, por ejemplo, Franco, “Discurso pronunciado ante el Consejo del Movimiento” (17 de julio de 1956), en Discursos y mensajes… 1955-1959, 227.

103Francisco Franco, “Discurso en la inauguración del IX Consejo Nacional de fet y de las jons” (pronunciado en Burgos el 2 de octubre de 1961), en Discursos y mensajes del jefe del Estado, 1960-1963 (Madrid: Publicaciones Españolas, 1964), 329-330.

104Franco, “Palabras al ministro secretario general y mandos de Falange con ocasión de la fecha fundacional de la Falange” (30 de octubre de 1958), en Discursos y mensajes… 1955-1959, 577.

105Franco, “Discurso ante las Cortes españolas con motivo de la inauguración de una nueva legislatura” (18 de mayo de 1958), en Discursos y mensajes… 1955-1959, 461.

106Luis Carrero Blanco, Discursos y escritos, 1943-1973 (Madrid: IEP, 1974). Para la relación de Carrero con la dictadura de Franco y con Falange, véase Javier Tusell, Carrero: la eminencia gris del régimen de Franco (Barcelona: Tusquets, 1993).

107Preston, Franco, 765.

108“Importante discurso de S. E. el Jefe del Estado”, La Vanguardia Española (Barcelona), 10 de marzo, 1963, 5.

109Franco, Discursos y mensajes… 1960-1963, 155 y 149.

110Franco, “Discurso en la inauguración del monumento erigido al protomártir de la cruzada, don José Calvo Sotelo (Madrid, 13 de julio de 1960)”, en Discursos y mensajes… 1960-1963, 65.

111Franco, “Discurso en el acto de clausura del II Congreso Nacional Sindical” (pronunciado en la Casa Sindical de Madrid el 10 de marzo de 1962), en Discursos y mensajes… 1960-1963, 384.

112Franco, “Discurso en el acto inaugural de la V legislatura de las Cortes españolas” (17 de mayo de 1955), en Discursos y mensajes… 1955-1959, 70.

113Franco, “Mensaje de S.E. el Jefe de Cortes Españolas, con motivo de la presentación de la Ley Orgánica del Estado” (22 de noviembre de 1966), en Discursos y mensajes del jefe de Estado, 1964-1967 (Madrid: Publicaciones Españolas, 1968), 233.

114Franco, “Mensaje de fin de año a todos los españoles” (Madrid, 30 de diciembre de 1963), en Discursos y mensajes… 1960-1963, 618.

115Franco, “Mensaje de fin de año a todos los españoles” (Madrid, 30 de diciembre de 1963), en Discursos y mensajes… 1960-1963, 628.

116Véase, por ejemplo, Franco, “Mensaje de fin de año a todos los españoles” (31 de diciembre de 1959), enDiscursos y mensajes… 1955-1959, 708-709.

117Véase, por ejemplo, Franco, Discursos y mensajes… 1964-1967, 19, 203, 259 y 351.

118Franco, “Discurso al recibir los libros que recogen la obra Veinte años de Paz” (4 de noviembre de 1959), en Discursos y mensajes… 1955-1959, 688 y ss.

119Francisco Franco, Pensamiento político de Franco. 25 años de paz española (Madrid: Servicio Informativo Español, 1964), 33 y ss.

120Franco, “Texto del Discurso de S.E. el Jefe del Estado y Jefe Nacional del Movimiento en la sesión inaugural del XI Consejo Nacional de Movimiento” (28 de noviembre de 1967), en Discursos y mensajes… 1964-1967, 337-338.

121Francisco Franco, Discursos y mensajes del jefe del Estado, 1968-1970 (Madrid: Publicaciones Españolas, 1971).

122Francisco Franco, “Discurso de la sesión de apertura de la x legislatura de las Cortes españolas” (18 de noviembre de 1971), en Tres discursos de Franco (Madrid: Ediciones del Movimiento, 1973), 30.

123Box, España, año cero, 362.

124Box, España, año cero, 92.

125Dionisio Ridruejo, Casi unas memorias (Barcelona: Planeta, 1976), 237.

126Alberto Reig Tapia, “Los mitos políticos franquistas de la Guerra Civil y su función: el ‘espíritu’ del 18 de julio de 1936”, en Guerra Civil. Mito y memoria, editado por Julio Aróstegui y François Godicheau (Madrid: Marcial Pons, 2006), 235.

127Francisco Franco, Habla el Caudillo (Madrid: Editora Nacional, 1939), 7 y 12. También se citó inicialmente en otras compilaciones como José Emilio Díez, ed., Colección de proclamas y arengas del excelentísimo general don Francisco Franco, jefe del Estado y generalísimo del ejército salvador de España (Sevilla: Carmona, 1937), 9.

128Preston, Franco, 484.

129Francisco Franco, Pensamiento político de Franco. Antología (Madrid: Ediciones del Movimiento, 1975).

130Francisco Franco, Franco ha dicho (Madrid: Ediciones Voz, 1949).

131Movimiento Nacional, El 18 de julio como futuro (Madrid: Ediciones del Movimiento, 1965), 8 y ss.

132Paloma Aguilar, Memoria y olvido de la Guerra Civil española (Madrid: Alianza, 1996), 74.

133Franco, “Discurso pronunciado en Burgos durante el acto de inauguración del monumento al Cid Campeador”, en Discursos y mensajes… 1955-1959, 88.

134Payne, Franco. El perfil de la historia, 85.

Cómo citar: Straehle, Edgar. “Franco y la revolución. Una aproximación histórica a la retórica del franquismo”. Historia Crítica, n.° 91 (2024): 111-138, https://doi.org/10.7440/histcrit91.2024.05

Recibido: 18 de Agosto de 2023; Aprobado: 30 de Octubre de 2023

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