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Cuadernos de Geografía: Revista Colombiana de Geografía

Print version ISSN 0121-215XOn-line version ISSN 2256-5442

Cuad. Geogr. Rev. Colomb. Geogr. vol.20 no.1 Bogotá Jan./June 2011

 

El imaginario de la ciudad venezolana: de 1958 a la metrópoli parroquiana. Aproximación desde la historia cultural urbana

O imaginário da cidade venezuelana: de 1958 à metrópole paroquiana. Aproximação a partir da história cultural urbana

The Imaginary of the Venezuelan City: From 1958 to the Parochial Metropolis. An Urban Cultural-Historical Approach

Arturo Almandoz Marte*
Universidad Simón Bolívar (USB), Venezuela
Pontificia Universidad Católica (PUC) de Chile, Santiago de Chile


*Ph. D., Postdoctorado. Profesor Titular de la Universidad Simón Bolívar (USB), de Caracas, y Profesor Titular Adjunto de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC). Profesor invitado en diferentes universidades de Europa y Latinoamérica.
Dirección postal: Departamento de Planificación Urbana, Universidad Simón Bolívar/ Edificio MEU, piso 1/Apartado 89000 /Caracas 1080-A.
Correo electrónico: almandoz@usb.ve Web: http://pro.usb.ve/almandoz

Recibido: 29 de octubre del 2010. Aceptado: 23 de febrero del 2011.
Artículo de revisión sobre la historia cultural, narrativa y microhistórica de la ciudad venezolana en las décadas posteriores a la dictadura de Pérez Jiménez, en 1958.


Resumen

A partir de postulados teóricos y metodológicos sobre historia cultural, la narrativa y la microhistoria, el presente artículo intenta aproximarse, desde el emergente campo de la historia cultural urbana, a la representación de la ciudad y la urbanización en la literatura venezolana. Como parte de un proyecto de mayor alcance sobre el siglo XX, el artículo se concentra en las dos décadas posteriores a la dictadura de Pérez Jiménez, derribada en 1958, las cuales fueron de renovación democrática e intenso crecimiento urbano. Para tal aproximación, se toman como fuentes primarias el ensayo y la novela.

Palabras clave: historia cultural, imaginario, literatura, urbanización, Venezuela.


Resumo

A partir das presmissas teóricas e metodológicas sobre história cultural, a narrativa e a micro-história, of presente artigo tenta aproximar-se, a partir do emergente campo da história cultural urbana, à representação da cidade e a urbanização na literatura venezuelana. Como parte de um projeto de maior alcance sobre of século XX, o artigo se concentra nas duas décadas posteriores à ditadura de Pérez Jiménez, derrubada em 1958, as quais foram de renovação democrática e intenso crescimento urbano. Para tal aproximação, são utilizadas fontes primárias como o ensaio e a novela.

Palavras-chave: história cultural, imaginário, literatura, urbanização, Venezuela.


Abstract

On the basis of the theoretical and methodological postulates of cultural history, narrative, and micro-history, as well as of the emerging field of urban cultural history, the article addresses the representation of the city and of urbanization in Venezuelan literature. As part of a larger-scale project on the 20th century, the article focuses on the two decades following the overthrow of the Pérez Jiménez, dictatorship in 1958, which were characterized by democratic reconstruction and intense urban growth. The primary sources used are essays and novels.

Keywords: cultural history, imaginary, literature, urbanization, Venezuela.


Peut-être le récit mythique, hier conté par le philosophe ou le poète,
aujourd'hui par le romancier de science-fiction, réunit-il les divers
'lexies' du phénomène urbain, sans trop s'occuper de les classer
par provenance ou par signiication
henri leebvre, La révolution urbaine1

Consideraciones teóricas y metodológicas2

La tendencia hacia las historias concretas de las prácticas culturales es susceptible de una larga explicación, de acuerdo a los cambios historiográficos de las últimas décadas. La Nueva Historia, que fue desarrollada desde finales de los años setenta por autores como Jacques Le Goff, Jacques Revel y Roger Chartier, reinterpretó el legado de Fernand Braudel y de la escuela de los Anales en el sentido de haber incorporado inusitados objetos de estudio -el cuerpo, la sexualidad, los sentimientos-, haciendo uso de fuentes que no se restringen a los documentos escritos. Esta renovación temática y metodológica, ligada a lo que vino a ser conocido como "antropología histórica", llevó a la valoración de los estudios de mentalidades y sistemas de representación, distinguiéndose así de la historiografía más convencional, la cual enfatizaba la historia política y económica, con énfasis en lo individual (Piqué 1998, 236-237).

Por contraste con aquella historia de grandes hazañas y personajes, heredera del paradigma decimonónico de Leopold von Ranke, y como reacción a las grandes y estáticas estructuras de los Anales, se observó una "nueva importancia concedida a la vida diaria en la escritura histórica contemporánea" (Burke 2001a, 10), alimentada además por los sentidos sociológicos que lo cotidiano llega a adquirir en las obras de Michel de Certeau y Norbert Elias, entre otros. Ese cambio de paradigma historiográfico hizo que la New History, según la conceptuación que nos da Peter Burke, se planteara una ampliación del catálogo de fuentes, tales como estadísticas, historia oral e imágenes, entre otros registros que permitieran reconstruir visiones "desde abajo", alternativas a las tradicionales explicaciones de los establecimientos políticos o ideológicos (Burke 2001a, 11).

Creo también que ha habido cambios significativos en el alcance temporal y el estilo de narrar, los cuales están a la base de lo que podríamos llamar la 'nueva historia urbana'. Así, la tradicional subestimación del événement por parte de la escuela de los Anales, en tanto algo accidental y efímero, pareció ser cuestionada por Paul Veyne al afirmar que la Historia es "un reporte de eventos verdaderos" (1979, 14 y 22); fue seguido de Paul Ricoeur, quien en la primera parte de Temps et récit (1983), revalorizó a ese evento por ser "una variable de la intriga", en el sentido aristotélico. Este "seguir la historia" a través de la trama no debe ser entendido como algo anecdótico y superfluo, sino como un decurso del entendimiento que revela aspectos escondidos y añade predicado, conduciendo la historia a su conclusión (Ricoeur 1991, 2:266, 382). De allí la preocupación de Ricoeur por la "ficción", en tanto instancia de "concreción" para figurarse la historia (Ricoeur 1991 3:330-331). Esta es una inquietud que ha sido compartida por una narrative history más preocupada por el retorno al récit y por su incidencia en la articulación del discurso del historiador (Burke 2001b, 290; Dos-se 1999, 54-57). Por lo demás, esa reivindicación del evento después de la longue durée de la escuela de los Anales ha sido señalada como inexorable, tendencia que la historiografía posmoderna tenía que asumir, alimentada por la cultura televisiva y la rapidez de los cambios tecnológicos que parecen afectar al mundo contemporáneo (Piqué, 1998, 224).

Además de los cambios paradigmáticos en los temas, las fuentes y los alcances temporales, las variaciones en la escala pueden ser vistas como parte de lo que la Nueva Historia, y después el posmodernismo, introdujeron en la historiografía. Aparecida en los años setenta en trabajos de Carlo Ginzburg y otros historiadores italianos de raíces marxistas, la microhistoria connota, sobre todo, la utilización de detallados procesos y herramientas de análisis, y no necesariamente una reducción en las dimensiones del objeto o tema, como generalmente se cree. Giovanni Levi lo resume en los siguientes términos: "En tanto práctica, la microhistoria está basada esencialmente en la reducción de la escala de observación, en un análisis microscópico y en un estudio intensivo del material documental"; por ello advierte a aquellos que creen que se trata de trabajar con objetos pequeños: "Para la microhistoria, la reducción de la escala es un procedimiento analítico, el cual puede ser aplicado en cualquier parte, independientemente de las dimensiones del objeto analizado" (Levi 2001, 97-100)3.

Valga señalar que, técnicamente hablando, al menos para las disciplinas que trabajan con la representación espacial, tales como la arquitectura y el urbanismo, la "reducción" de la escala para detallar el análisis corresponde realmente a un aumento de la misma; sin embargo, mantenemos aquí el sentido dado por los historiadores, que quizás sea más gráfico. En cualquier caso, queda claro que este ajuste en el enfoque implica una variación en la escala de observación, antes que en la escala de la realidad observada. Y esa variación en el diafragma, por así decirlo, permitiría la aparición de nuevos significados o de contradicciones que hubieran podido quedar ocultas en análisis históricos previos (Levi 2001, 101-102, 110-111). Por otra parte, la microhistoria ha estado frecuentemente asociada a un renacer de la narrativa en el estilo de historiar, así como a la utilización de fuentes cualitativas por sobre las cuantitativas. Sin embargo, también en este sentido, Levi aclara que el supuesto carácter narrativo de esta técnica tiene que ver con una mayor presencia del punto de vista del investigador en tanto "parte intrínseca" del recuento histórico, a diferencia de lo que ocurría en el paradigma tradicional (Levi 2001, 109-110).

Junto a la emergencia de la historia cultural, la microhistoria ha sido, desde la década de 1980, uno de los cambios más significativos que coadyuvaron a consolidar la Nouvelle Histoire francesa (Piqué 1998, 237). Tal como lo ha hecho notar el historiador Roger Chartier, la microhistoria ha adquirido en la tradición monográfica gala un sentido distinto del que tuviera en estudios pioneros del campo de la microhistoria, tales como los de Ginzburg:

    Con la reducción de la escala de observación, Ginzburg intentó hacer visible una serie de hechos ocultados en el curso de las investigaciones de historia social clásica: vinculaciones, negociaciones, conflictos, elementos que generalmente no se ven en una escala más amplia. La idea era muy diferente a la que guiaba a la tradición de la monografía francesa, que consistía en delimitar un territorio particular para identificar la singularidad de ese territorio, pues solo si se limitaba el territorio podían analizarse todas las fuentes necesarias; la monografía se ubicaba dentro del proyecto de la historia global al nivel de una ciudad, de un país en el sentido tradicional, de una región o de una provincia. La idea era hacer la historia global dentro de un espacio geográfico particular y, quizás, acumular las monografías para finalmente obtener una descripción general. (Chartier 2000, 236-237)4

Es una interpretación algo distorsionada y riesgosa para los estudiosos de la ciudad, si recordamos las advertencias de Asa Briggs, autor de Victorian Cities (1963), quien hacía notar en un momento inicial de la urban history, que uno de los riesgos de los académicos que intentaban enfocarse en las ciudades en el medio británico de comienzos de los años sesenta, era justamente tratar de introducir una realidad nacional dentro de una estructura urbana, como punto de partida para intentar explicar e interpretar, de manera forzada, el contexto local (Briggs 1990, 53). Con todo y ello -volviendo al sentido más francés señalado por Chartier, creo que lo que debemos entender es que, si bien focalizada sobre el detallado cadre de vie de un lugar, personaje o episodio en particular- la microhistoria no deja de esforzarse por comprender la significación de esa época, con su mentalidad y sus categorías sociales; esto es, asir "el corazón de una realidad histórica" (Piqué 1998, 36). En este sentido, Piqué distingue -pero a la vez emparenta- el afán totalizador de la microhistoria y la "globalización de la unidad", que había sido emprendida por otras corrientes historiográficas anteriores, tales como la longue durée de la escuela de los Anales, o la "mentalidad" de la nouvelle histoire y de la antropología histórica. Por ello, bien concluye este autor, con relación al sentido de ensemble, emparentando la microhistoria y la capacidad sintetizadora de corrientes anteriores:

    Más allá de las diferencias de vocabulario y de contexto, la preocupación sigue siendo la misma: se trata siempre de tomar en cuenta y de analizar el sistema de representación propio de una época, sin el cual no se puede llegar a una interpretación de los hechos. La comprensión es función de la elaboración de esta globalidad, de este conjunto, verdadera condición de posibilidad del juicio histórico, en el sentido en el que para Kant el juicio (que no es una proposición normativa sin fundamento, sino una proposición sintética) reside en la relación. (Piqué 1998, 36-37)5

Creo que también la microhistoria explica, en buena medida, la aparente fragmentación de los trabajos de historia urbana y urbanística en los tres últimos lustros, lo cual, en el fondo, es un rechazo a las leyes interpretativas de inspiración weberiana, marxista o de los Anales, aplicadas a grandes estructuras históricas y/o a bloques geográficos o temporales. Ello es posible porque la microhistoria, al reivindicar los "hechos mínimos" y los casos de estudio, permite al investigador abordar con novedosa síntesis el eterno dilema historiográfico entre conocimiento general e individual, entre fuentes cuantitativas y cualitativas, haciendo que se ofrezca como alternativa para los estudios de ciudades, entre los que ha alcanzado cierta difusión (Levi 2001, 112-113, 115). Al mismo tiempo, el sentido localista que la microhistoria ha heredado de la tradición monográfica francesa, en la que se trata de hacer historia tradicional dentro de un espacio geográfico más reducido y con mayor grado de resolución del análisis, ha condicionado en parte la acepción que esta aproximación ha adquirido posteriormente. En este sentido, la microhistoria es vista como un planteamiento conceptual y metodológico referente al alcance del estudio, que suele ser aplicado a una pequeña localidad o región, en lugar de un contexto nacional; así como suele ser asociada con la mayor atención que se le presta "a la cotidianidad y a las personas comunes y corrientes, antes que a los hechos muy importantes de determinados personajes con marcada relevancia dentro de su entorno" (Troconis de Veracoechea 2000, 145). Ese interés por la cotidianidad y la "gente común" nos lleva de regreso a la preocupación por las formas culturales y tradiciones de los grupos sociales no elitistas, tal como ha sido planteado por Burke, a propósito de la historia cultural. Al mismo tiempo, se estaría vinculando con la búsqueda de las representaciones colectivas del mundo social dentro de la historia de las mentalidades, tal como ha sido reivindicado por el mismo Chartier para contrarrestar el antiguo privilegio de las fuentes cuantitativas en ese campo (Chartier 2000, 236).

Con relación al tema de las representaciones colectivas, conviene hacer notar que las "narrativas sobre narrativas", centradas en registrar los discursos de ficción y creación -novelas, periódicos, películas- eran ya de interés para los historiadores desde finales de la década de 1960. De hecho, el tema fue problematizado en historiografía por autores como Hayden White, al cuestionarse hasta qué punto los grandes cambios en la técnica narrativa del siglo XX, tales como la stream of consciousness proustiana o joyceana, debían ser incorporados como posibilidad estilística por el historiador (Burke 2001b, 285, 288-289). Alimentado por la reinserción del espacio en el pensamiento social después del marxismo, según la tesis de Soja (1995), el verdadero auge de la representación como tema historiográfico vendría dentro de la agenda posmoderna. El reconocimiento, según Harvey, de la importancia de la "producción de imágenes y discursos", en tanto "importante faceta de actividad que tiene que ser analizada como parte y parcela de la reproducción y transformación de cualquier orden simbólico", es otro de los giros posteriores al materialismo histórico que han favorecido este campo. "Estética y prácticas culturales importan, y las condiciones de su producción ameritan la más cercana atención" dijo David Harvey, en Te Condition of Postmodernity (1990), para contrastar con la subestimación que aquellas padecían en la agenda marxista (Harvey 2001, 355)6. Era un extravío que el imaginario y la representación habían padecido también en las vastas y quietas playas de los Anales, hasta que la nueva historia cultural y la microhistoria, entre otras ondulaciones historiográficas, los hicieran resaltar en la arena de temas posmodernos.

En torno al campo urbano

La abundante casuística de las historias urbanas y urbanísticas producidas en los últimos años -las cuales parecen privilegiar estudios de casos de ciudades particulares antes que abordar grandes contextos nacionales o internacionales- es significativa de una tendencia teórica e historiográfica más señalada. Además, refleja la prevalencia universal del especialismo favorecido desde los medios académicos. Tal como ha sido resumido por Nancy Stieber -en un artículo sobre la microhistoria de la ciudad moderna- desde los años noventa, la historia cultural y social ha abandonado los esquemas estructuralistas de gran alcance, bien sean de inspiración marxista o de la longue durée de los Anales, a favor de estudios más focalizados, que podríamos llamar micro- históricos en el sentido francés, en los que se enfatizan la contingencia y autonomía de las formas culturales:

    A pesar de sus diferencias ideológicas, metodológicas o filosóficas, lo que es evidente de estas recientes reformulaciones de la relación entre sociedad y cultura es el desplazamiento desde sistemas totalizadores mayores aplicados a grandes escalas de tiempo y geografía hacia investigaciones de pequeña escala sobre las interacciones sociales a través de las cuales la cultura es producida. Hay preferencia por lo concreto sobre lo esquemático, una apertura a la observación y una desconfianza hacia cualquier construcción teorética que podría probar ser restrictiva. En vez de enmarcar los problemas históricos en trayectorias de desarrollo de largo alcance, los historiadores leen particularidades minuciosas y empíricamente observables, para revelar los códigos, fuerzas y procesos que actúan en las formas culturales. Hay un rechazo por la abstracción, el esquema general o los conceptos a través de los cuales se interpreta la expresión, a favor del mapeo de las prácticas materiales, exponiendo la elaboración de la cultura como agente activo, más que como reflexión pasiva […]. (Stieber 1999: 383)7

Esa notoria dispersión es alimentada por la diversidad teórica de las influencias del último tercio del siglo XX -Habermas, Bourdieu, entre otros-, incluyendo las ya mencionadas a propósito de la Nueva Historia -tanto en su versión francesa como inglesa-, así como por el entendimiento que hace de Certeau de la operación historiográfica como una que pone en relación "un lugar (un reclutamiento, un medio, un oficio, etc.), unos procedimientos de análisis (una disciplina) y la construcción de un texto (una literatura)" (Certeau 1993, 64)8. También Harvey resulta especialmente significativo a propósito de las formas culturales y de representación urbana en la posmodernidad, por haber advertido, como uno de los "giros" posteriores al materialismo histórico, sobre el "reconocimiento" de la importancia de las dimensiones del espacio y del tiempo, a través de las "geografías de acción social" en tanto "fuerzas organizadoras" en la "geopolítica del capitalismo", susceptibles de expresarse y espacializarse en "innumerables diferencias" de las formas sociales y culturales, entre las que se cuentan las ciudades por excelencia (Harvey 2001, 355). En la base de la obra de Harvey, desde el dominio de las ciencias sociales orientadas a la urbanización, vale resaltar la visión sobre producción del espacio urbano de Henri Lefebvre (1974), con gran significado, como se sabe, para el tema de la representación urbana.

Con todo y la fragmentación epistemológica e historiográfica, que ya lleva más de dos décadas, Stieber es optimista sobre la superación y la síntesis de la disgregada casuística que la microhistoria y otras tendencias han provocado en la historia urbana: "Hemos alcanzado el estadio en el que podemos esperar una creciente cosecha de la fecundación cruzada que ya ha tenido lugar y que quizás anticipa un futuro en el que los estudios comparativos enfocan herramientas conceptuales generalizadoras, de manera que podamos hablar de nuevo de la historia del urbanismo en gran escala" (Stieber 1999, 384)9. Más que avizorar así un nuevo movimiento dialéctico en la sempiterna cuestión de la relación entre generalidad, comparación y casuística, pareciera arribarse al inteligente reconocimiento -muy a tono con el panorama que se divisa en otros campos de la historia- de la saludable coexistencia de dos tendencias que solían verse como antitéticas después de la reacción contra la historia total de los Anales, a saber: la "gran narrativa" de alcance nacional, que registra la historia de los grandes procesos o ideales, y la "micronarrativa", que diera cuenta de la gente común en sus habituales entornos locales (Burke 2001b, 292-296).

Los elementos mencionados anteriormente se conjugan en torno a la historia de la representación urbana, que desde finales de la década de 1980 se ha caracterizado en gran parte por la diversidad de las fuentes y los discursos utilizados para recrear, generalmente en una aproximación microhistórica y desde perspectivas inusitadas, manifestaciones de actores citadinos preteridos por la historiografía tradicional, apelando para ello, con frecuencia, a las formas de representación artística o cultural. En efecto, la incorporación de géneros literarios y discursos no especializados -ensayo, narrativa, poesía, crónica de viajes, representación pictórica y cinematográfica, entre otros- al acervo de fuentes primarias tradicionales de la historia urbana y urbanística -constituido por la literatura técnica y legal, así como la planimetría, principalmente- ha venido a ampliar el catálogo documental de esa vertiente disciplinar que también ha sido denominada historia cultural urbana, tal como he tratado de delimitarlo en otro texto (Almandoz 2008, 182-190).

Al mismo tiempo, creo que el tema de la historia cultural urbana se emparenta con los muy de moda estudios culturales sobre los imaginarios y la representación, que habían sido valorizados por la Nueva Historia; ello a pesar de que algunos representantes de esta historia cultural en nuestro campo, sean cautelosos al establecer tal parentesco. En este sentido, al conversar este tema, el historiador inglés Anthony Sutcliffe me manifestó que no cree que los estudios culturales provean insumos adecuados en el campo urbano, por provenir aquellos de un área muy teorética que tiende a ser personalizada por el autor de manera indisciplinada (Almandoz 2008, 254). Partiendo de la concepción de que la ciudad es de por sí un "artefacto cultural", el arquitecto argentino Roberto Segre considera, por su parte, que "no existe una historia urbana sin integrar los componentes artísticos, literarios, estéticos, quizás también musicales, porque cada ciudad tiene sus sonidos propios" (Almandoz 2008, 270). Más allá del parentesco con los estudios culturales, es significativo que la historia cultural urbana -independientemente de la denominación que le demos- es reconocible para ambos historiadores a través de obras referenciales que constituyen una suerte de corpus bibliográfico, de los que he tratado de identificar en otro texto los más relevantes, especialmente con respecto al campo de la literatura (Almandoz 2008, 190-203).

Aproximación al caso venezolano

Son varias las vías analíticas para explorar la historia de la urbanización como proceso, especialmente en su dimensión social y cultural, aspectos que siempre me han interesado, en general, y preocupado, en el caso venezolano particular, por creer que ellas evidencian nuestros mayores desajustes urbanos como nación moderna. Una forma de descifrar la urbanización venezolana, en tanto proceso de cambio social y cultural, es mediante la percepción que del mismo han tenido nuestros grandes pensadores nacionales del siglo XX. En este sentido, partiendo de los postulados de historia cultural urbana que venimos de revisar, se trata, a continuación, de distinguir y concatenar las percepciones de ciudad y urbanización dentro de ese que podemos denominar imaginario venezolano, que en este caso comprensivo del ensayo y de la novela. Al tratar de hacer esa conexión de ideas e imágenes, se intenta cumplir un objetivo paralelo: el de dar coordenadas a nuestro pensamiento sobre lo urbano, en el marco de cuadrantes internacionales.

Las visiones que de la ciudad y la urbanización venezolanas, en tanto forma y proceso de modernización -más allá de la transformación espacial y territorial- ofrecieran intelectuales venezolanos a lo largo del siglo XX, son el hilo conductor de la investigación La ciudad en el imaginario venezolano, cuyas dos primeras partes publicadas fueron Del tiempo de Maricastaña a la masificación de los techos rojos (Almandoz 2002) y De 1936 a los pequeños seres (Almandoz 2004). Cortadas por ese año de 1936 -año de profundas resonancias políticas en Venezuela, por haber iniciado el decenio democrático que siguiera a la prolongada dictadura de Juan Vicente Gómez (1908-1935)- dos imágenes literarias definen el arco de esas dos primeras partes: al inicio, aquel "tiempo de Maricastaña", en el que Mariano Picón Salas fundiera las manifestaciones premodernas de la provincia venezolana de finales del siglo XIX y comienzos de la Bella Época; al final, la masificación y urbanización del Juan Bimba rural, que muta hasta convertirse en el pequeño ser de la novelística de Salvador Garmendia, en medio de las laberínticas metrópolis que escenificaron la acelerada urbanización de la Venezuela petrolera.

Una exploración tal del imaginario ensayístico y novelístico sobre ciudad requiere un corpus verificador y contextual proveniente de las disciplinas especializadas, el cual debe ayudar a contextualizar y verificar las representaciones e ideas que se van sucediendo en el discurso literario. Siguiendo la aproximación que he probado en trabajos anteriores, esa literatura especializada (sociológica, urbanística, histórica) es utilizada solo como apoyo para los sucesivos momentos de la urbanización que son analizados en la investigación, la mayoría de los cuales es derivada de las imágenes de los intelectuales. La contextualización y verificación de géneros y discursos no especializados -en este caso, el ensayo y la novela- dentro del acervo de fuentes urbanísticas, es característica, a mi juicio, del ya delimitado subcampo disciplinar de la historia cultural urbana, del que el trabajo original intenta ser muestra (Almandoz 2008, 182-190).

Dadas las múltiples ideas y metáforas de innumerables autores con los que una investigación como esta debe encontrarse, en los primeros dos libros de la investigación terminaron predominando las tesis e imágenes de algunos de los escritores más conspicuos de la primera parte del siglo XX, tales como Mariano Picón Salas, Rómulo Gallegos, Mario Briceño Iragorry, Arturo Uslar Pietri, Ramón Díaz Sánchez, Guillermo Meneses y Miguel Otero Silva, entre otros. En la medida en que todos evidenciaron esa "angustia por el sentido y el destino venezolanos" a la que se ha referido Pacheco (2001, 5) a propósito de Miguel Otero Silva, también tuvieron, por ende, que ocuparse de la urbanización voraz, la cual terminó siendo uno de los cambios más estructurales que haya vivido nuestro país a lo largo de su historia. En las vastas obras de esos autores principales -que abarcan desde libros de referencia hasta el ensayo y la ficción- se encuentran claves básicas para entender varios de los momentos imaginarios distinguidos en la investigación. Especialmente por su visión histórica y analítica del cambio social de la Venezuela de comienzos del siglo XX, estos autores resultan, a mi juicio, máximos exponentes de eso que María Fernanda Palacios (1982) ha denominado el "temple ensayístico", cualidad que distingue al ensayista como verdadero escritor, que por encima de la "perspectiva especializada", las "pretensiones científicas" o la "presión de las ideologías", desarrolla su propia reflexión en tanto "aventura intelectual".

Por no poder recorrer aquí la serie de momentos, autores y obras referidos en la investigación, conviene ofrecer un sumario inicial de los dos primeros libros de la investigación, que sirva al lector para enmarcar las conclusiones del tercero, del que nos ocuparemos más adelante. Después de hacer en la "Introducción" un recorrido historiográfico por las distintas vertientes de la historia urbana, en la que se intenta encuadrar las características del imaginario en tanto fuente para la historia cultural, el trabajo trata de articular los momentos establecidos a partir del discurso literario. El primer libro se centra en las "ciudades pueblerinas". En ellas, la sociedad oligárquica de base agrícola y comercial (con tradiciones que reflejaban no solo la república decimonónica, sino también el pasado colonial) comenzó a manifestar formas de una cultura transicional (sobre todo desde las postrimerías del gomecismo) y anunciaba ya la revolución petrolera por venir.

Tomando como umbral el fin de la dictadura gomecista, el segundo libro se inicia con el reporte que tanto el ensayo como la novela ofrecieran de la revolución petrolera y la urbanización, principalmente entre 1936 y 1945, cuando el decenio democrático fuera interrumpido. Continúa con la visión que de la modernidad norteamericana nos transmitieran intelectuales venezolanos, algunos de ellos exiliados en la Nueva York de entreguerras, que después de 1945, devino emblema del poderío y de la pax americana. La fractura económica y territorial entre la Venezuela rural y la urbana, así como la conspicua extranjerización y el consumismo en las metrópolis de espejismos, son temas recurrentes del ciclo posterior a 1948, cuando fuera interrumpida la breve presidencia de Rómulo Gallegos, lo cual intento cubrir en la tercera parte. Finalmente, la ya referida masificación del sujeto popular es el hilo conductor de los últimos capítulos del segundo libro, en los que intento bosquejar las alteridades de ese personaje que se urbaniza, a lo largo de una atrevida genealogía que va del Juan Bimba de 1936 a los pequeños seres de los años cincuenta.

Urbanización sin desarrollo

A pesar de construirse sobre diferentes registros discursivos y ficcionales, el imaginario político y el novelesco, que abrieron el tercer libro de la investigación, coinciden en cuanto al reporte de la Venezuela de mediados del siglo XX, o como diría Paul Ricoeur (1991), el "mundo textual" que permiten reconstruir. Aunque más preocupada por las contradicciones económicas y políticas, la crítica de Rómulo Betancourt contra la "ciudad vitrina" puso, en términos discursivos y electorales de penetrante contemporaneidad, buena parte del imaginario que las novelas de la dictadura recriminaran con resonancias más históricas, el cual gira en torno a la perpetuación de desigualdades sociales, culturales y territoriales entre la Venezuela rural y la urbana. Exiliadas del espacio público, novelas como La muerte de Honorio, de Miguel Otero Silva (1963/1996), y Se llamaba SN, de José Vicente Abreu (1964/1998), ensombrecieron la modernidad aparente que se construía en las calles, no solo con crímenes y torturas, sino también con oscuros planos temporales de la Venezuela atrasada que aquellas introdujeran en sus tramas. Incluso en plena apoteosis de la expansiva ciudad del Nuevo Ideal Nacional (NIN), otra sombra de duda fue arrojada sobre la postal sin cariños que parecen enviar los personajes de Fuerzas Vivas, de Laureano Vallenilla Lanz, hijo (1963), a causa de la falta de valores morales y educativos tendentes a la verdadera modernización. Por todo ello, aunque disten de ser exhaustivas, esas tres perspectivas del imaginario de los años sesenta completan una pequeña, pero significativa, recreación caleidoscópica del legado urbano perezjimenista, que sirve para adentrarse en el imaginario de la democracia por venir.

Después del régimen dictatorial de Marcos Pérez Jiménez (1952-1958), los discursos de Rómulo Betancourt (1958) a su regreso del exilio prefiguraron, en varios de sus motivos e imágenes, la negativa visión política y social de la urbanización y la ciudad venezolanas que dominarían hasta finales de los años ochenta. Los discursos del líder de Acción Democrática (AD) enfatizaban, con justeza, la desigualdad territorial del país que se había urbanizado atropelladamente, pero asomaban a la vez cierto fariseísmo hacia el hecho metropolitano caraqueño, así como hacia la concentración urbana, que era una crítica a la significativa inversión en suntuosas obras públicas de la dictadura. Pero más importante que la diatriba contra la ciudad vitrina, era tratar de comprender el desfase entre urbanización y desarrollo en una Venezuela, que despegaba a comienzos de los sesenta, -como reportó Picón Salas, haciéndose eco de los dictámenes de Walt Whitman Rostow-. Si el extravío hacia la madurez económica y social fue un drama compartido con otros países de América Latina y del tercer mundo, entonces en fragua, en Venezuela tuvo mucho que ver, además de los desequilibrios territoriales y demográficos, con la brusca movilidad social y el descarte de la tradición, a juzgar por tempranos diagnósticos de Rafael Caldera (s.f.) y Juan Liscano (1950). También Pedro Díaz Seijas (1962) enfatizó las crecientes tendencias hacia el consumismo y la frivolidad, así como la falta de valoración de eso que Briceño Iragorry había denominado, desde las ferias de vana alegría del NIN, "las antiguallas de la tradición". Eran todas endemias que mutarían hacia otras formas de nuevorriquismo y corrupción en la Gran Venezuela y el país saudita -reproducido incluso a comienzos del siglo XXI-, anulando los posibles logros modernizadores que las revoluciones petrolera y urbana habían permitido en el segundo tercio del XX. Menos mal que quizás fue esa espectacular postal del país a punto de despegar hacia el desarrollo, la que don Mariano se llevara consigo hasta la muerte, que como sabemos, le sorprendiera al inicio de 1965, dejando a Arturo Uslar y Juan Liscano los roles de argos nacionales.

En el polarizado clima de la Guerra fría -bajo las secuelas de la Revolución cubana y el Mayo francés, el viejo debate entre liberalismo y burguesía, por el lado de la derecha, y revolución y guerrilla, por la izquierda- conformaron otro capítulo del imaginario ensayístico en la Venezuela de los sesenta y los setenta. Inteligentemente entroncado por Carlos Rangel con el mito rousseauniano en Del buen salvaje al buen revolucionario (1976), ese imaginario quiso explicar el malestar de la ciudad y las desigualdades del país en románticos términos marxistas (Rangel 2005), usando extemporáneamente, para ello, un utopismo que, Uslar supo criticar y comentar, en su obsolescencia histórica, para toda Latinoamérica (Uslar 1979a), principalmente en Fantasmas de dos mundos (1979).

En parentesco con el antiamericanismo de los arielistas de comienzos del XX, el marxismo venezolano sirvió también para los penetrantes análisis de cultura de masas de Ludovico Silva en Teoría y práctica de la ideología (1971). Resaltan allí sus lecturas de ideologizadas comiquitas, del Fantasma a Lorenzo Parachoques, en las que asoman calibanes, tarzanes y cuellos blancos que recreaban personajes de punzante actualidad (Silva 1978). Socavado por los atropellos de la URSS y el fracaso económico en el orbe comunista, el derrumbe de la utopía marxista se hizo evidente en El día que me quieras, de José Ignacio Cabrujas (1979/1997). No obstante su perspectiva generacional e ideológicamente contrapuesta, Cabrujas pareció suscribir las postales del Kremlin con las que Liscano (1964) y Uslar (1975) reportaron los atropellos y el anacronismo del mostrenco leviatán que entrevieran allende la cortina de Hierro, sobre todo en sus viajes, con un característico liberalismo humanista.

Segregación y odiseas

Tal como ya se había adelantado en la última parte del segundo libro de la investigación, la urbanización del sujeto en la temprana novelística metropolitana ocurre en paralelo con su salida del centro para adentrarse en una Caracas en plena segregación espacial, económica, social y cultural (Almandoz 2004, 171-192). Después de las mutaciones iniciales de aquel Juan Bimba rural -que se transformara en Mateo Martán urbano en Los pequeños seres (Garmendia 1979)-, las sucesivas ampliaciones en las odiseas citadinas del sujeto popular intentaron asimilar la complejidad de la estructura metropolitana, llena de contrastes y segregación entre el este rico y oeste pobre. Si bien algunos de los personajes provienen de provincia, como en Salvador Garmendia (1968; 1980), José Balza (1977; 1981) y Adriano González León (1969), la realidad metropolitana se impuso como algo más que el escenario de las acciones de aquellos, pasando a ser sustrato determinante de la odisea cotidiana. Sobre las distancias generacionales y estilísticas, temporales y de ubicación de las obras, los fetiches de la modernidad y el consumismo urbanos de la Venezuela opulenta -del viaducto a la valla, del güisqui al restaurante y el centro comercial- marcan las andanzas de los Ulises del este y del oeste caraqueño. Sus odiseas a través de la segregación metropolitana, así como los cantos de sirena que los extraviaran a través de engañosas formas de la modernidad, han sido hilos conductores de un viaje desarrollado, en la tercera parte de este libro, a través de segregaciones espaciales y sociales, temporales y culturales.

Creo que las odiseas caraqueñas de varios de esos sujetos han podido ser rastreadas en la investigación a través de algunas obras emblemáticas de los sesenta y setenta. Comenzando en términos espaciales con Día de ceniza, de Garmendia (1963/1968) y Las 10 p.m. menos nunca, de Ramón Bravo (1964), completadas con la crónica de Cabrujas, se trata de bosquejar las gravitaciones del sujeto adulto e infantil en torno al centro que se hacía Oeste. Hacia el Este, un ambiente bohemio y cosmopolita, funciones comerciales desplazadas del centro histórico e inusitados tipos de espacios públicos, permitieron a Sabana Grande y sus alrededores convertirse no solo en sede de grupos vanguardistas, como Sardio y El Techo de la Ballena, sino también en el escenario de una nueva generación novelística de más desenfadada urbanización. Prefigurados por el Corcho de Francisco Massiani (1968/1987) en Piedra de mar, semejantes personajes psicodélicos y contraculturales se mueven por otros distritos urbanos en los relatos de José Balza (1981), Antonieta Madrid (1994), Pedro Berroeta (1974), Carlos Noguera (1991) y Renato Rodríguez (2004; 2006), quien incluso extrapola esas andanzas a otras urbes.

Pero las odiseas son solo espaciales y territoriales, sino también sociales y políticas. Personajes de todas las clases se cruzan en barrios populares, distritos bohemios y urbanizaciones suntuosas recreadas por González León (1969) y Madrid (1994), Balza (1981) y Otero Silva (1996a). El tenso y violento clima que envuelve parte de esas obras -especialmente País portátil (1968) y Cuando quiero llorar no lloro (1970)- recuerda que las diferencias políticas y sociales en la Caracas de los sesenta y setenta no podían ser reducidas a una West side story neoyorquina. Liderados por los Victorinos, de Miguel Otero Silva, varios personajes de esa literatura convulsionada expresan una conflictividad que infestaba este y oeste capitalinos, con centros, urbanizaciones y barrios liados por el carro y las autopistas, las motos y las patotas. Además de ser un exponente caraqueño del viejo motivo de la odisea urbana en la literatura, el clásico de González León es, a la vez, expresión de la subversión armada que atravesaba la ciudad, así como Los topos (1975), de Eduardo Liendo, es recordatorio de la guerrilla que la circundaba.

Asomando inicialmente en la búsqueda imaginaria de la nocturnidad -especialmente en esa mala noche que Lerner entresacara de la narrativa de Óscar Guaramato (1995) y Salvador Garmendia (1980)-, otra odisea nos llevó por los medios de comunicación y varias formas de la cultura de masas de la Venezuela de posguerra: Lerner (1979; 2004), en los palacios de cine del este caraqueño, reportando la secularización femenina a través de la mitología y la moda de Hollywood; Cabrujas (1999) y sus panas desde las modestas salas del centro y de Catia, siguiendo más bien la rezagada modernización del cine mexicano; Liendo (2000a) con su ubicuo mago de cara de vidrio, que ya no sería desalojado de ninguna quinta, apartamento o rancho venezolanos; y Balza (1977), novelando pioneros de nuestra radio y televisión. Todos estos autores parecen apuntar, con su imaginario, a una naturaleza entre mediática, frívola y farandulera, publicitaria y consumista de nuestra urbanización. Y, a través de esa diferenciación comunicacional, se prefigura otra territorial, especialmente en la novelística balziana, cuyos países de radio y televisión reprodujeron, en el dominio mediático, la estratificación observada en la estructura social y espacial de la metrópoli venezolana.

Puertas de campo y de pasado

Esos países de radio y televisión nos colocaron otra vez a las puertas de la provincia venezolana, donde pareció darse una revisión literaria de la ruralidad en los sesenta y setenta, a través de un corpus al que se trataron de incorporar imágenes del tiempo de Maricastaña, introducidas en el primer libro de la investigación (Almandoz 2002, 15-32). Emprendidos en la juventud desde el pasado rural y provinciano -a la manera del joven Pablo de Picón Salas (1987) o del Alfonso Ribera de Briceño Iragorry (1991)- los viajes del amanecer siguieron atravesando el imaginario en textos de Orlando Araujo (1991) y González León (1969), Oswaldo Trejo (1981) y Antonia Palacios (1974). Iniciada en la madrugada de la memoria infantil, aquella partida nos retrotrae, no ya a la brumosa ruralidad de entre siglos -como en el Viaje al amanecer (1943), de don Mariano-, pero sí a los más recónditos caseríos entre los páramos y las sierras, donde lo primitivo del paisaje edificado se torna casi neolítico. Las estaciones geográficas de esa travesía -emprendida, como en las antípodas, desde la Caracas ya metropolitana de Palacios- permiten reconstruir las escalas de un continuo ciudad-campo, mientras que en El osario de Dios, de Alfredo Armas Alfonzo (1969/1991), esas estaciones no son solo en la tierra del Unare, sino también a través de los pasados personales y familiares, comarcales y regionales, históricos y míticos. Con diferentes énfasis en los componentes de la mundanidad, los viajes nos permitieron reconstruir uno que hemos llamado habitar cuaternario, tomándolo del segundo Heidegger (1986), en el que tierra y cielo, lo sagrado y la muerte, se manifiestan como hipóstasis del ser.

También el motivo piconiano de la protectora presencia femenil, venida de la provincia preterida, se torna recurrente y arquetípico. Por eso, hemos denominado Maricastañas redivivas a las múltiples formas de las mujeres atávicas en familias y estirpes, fábulas y sagas, leyendas e historias, en las que ellas se asoman como recreaciones y actualizaciones de la proverbial voz que Picón Salas rescatara. La Mamachía, personaje de Armas Alfonzo, preside un retablo de madres y tías, hayas y criadas, cuyas imágenes resguardan, con relatos, quehaceres y primores, la sacralidad de la casa, la familia y la existencia. Esa presencia femenina está incluso evocada en la parroquia del presente urbano, que es una como actualización del pasado rural y provinciano en la ciudad y en la metrópoli, desde Memorias de Altagracia , de Salvador Garmendia (1974/1991), hasta País portátil, de González León (1969). Enmarcada por el Ávila totémico y aborigen, como en Araujo, esa parroquia metropolitana parece ser la última fachada urbana y actual de aquella era rural y provinciana que se cuela todavía, en el traspatio, por las puertas de campo y de pasado. Acaso sean las últimas imágenes de una generación entre inmigrada y citadina que reflejaba, como Venezuela toda, la urbanización súbita y el ruralismo reciente, pero que probablemente desaparezcan y muten en formas del imaginario urbano por revisar a partir de los ochenta.


Pie de página

1Puede ser que el relato mítico, ayer contado por el filósofo o el poeta, hoy por el novelista de ciencia-ficción reúna las diversas lexias del fenómeno urbano sin ocuparse demasiado de clasificarlas por su procedencia o su sentido […] (Leebvre 1976, 120).
2Para esta sección, me apoyo en pasajes de Almandoz (2008).
3Mi traducción de: "Microhistory as a practice is essentially based on the reduction of the scale of observation, on a microscopic analysis and an intensive study of the documentary material […]. For microhistory the reduction of scale is an analytical procedure, which may be applied anywhere independently of the dimensions of the object analysed".
4Chartier continúa con su contraposición a la tradición monográfica francesa: "La microhistoria es completamente distinta o incluso opuesta a este proyecto, pues si bien no dedica un interés particular a un lugar, lo toma como un laboratorio, como una situación particular para observar fenómenos que responden a interacciones entre individuos, familias y comunidades, y que pueden dar acceso, asimismo, a la relación entre el poder estatal y la comunidad particular de que se trata, o al modo de actuar con singularidad de los individuos dentro de modelos o creencias compartidas".
5Mi traducción de: "Au-delà des diérences de vocabulaire et de contexte, le souci reste le même: il s'agit toujours de prendre en compte et d'analyser le système de représentation propre à une époque, sans lequel on ne peut parvenir à une interprétation des aits. La compréhension est fonction de l'élaboration de cette globalité, de cet ensemble, véritable condition de possibilité du jugement historique, au sens où pour Kant le jugement (qui n'est pas une proposition normative sans ondement, mais une proposition synthétique) réside dans la liaison".
6Mi traducción entresacada de: "A recognition that the production of images and of discourses is an important facet of activity that has to be analysed as part and parcel of the reproduction and transformation of any symbolic order. Aesthetic and cultural practices matter, and the conditions of their production deserve the closest attention".
7Mi traducción de: "Despite their ideological, methodological, or philosophical differences, what is apparent rom the recent reformulations of the relationship between society and culture is the movement rom larger totalizing systems applied at large scales of time and geography to smaller- scale investigations of the social interactions through which culture is produced. There is a preference or the concrete over the schematic, an openness to observation, and a distrust of any theoretical construction that might prove constraining. Instead of raming historical problems with long-range developmental trajectories, historians read minute, empirically observable particularities to reveal the codes, forces, and processes at work in shaping cultural orms. There is a rejection of abstraction, the general scheme or concepts through which to interpret expression, in avor of the mapping of material practices, exposing the making of culture as active agent rather than passive reflection […]".
8Mi traducción entresacada de: «Envisager l'histoire comme une opération, ce sera tenter, sur un mode nécessairement limité, de la comprendre comme le rapport entre une place (un recrutement, un milieu, un métier, etc.), des procédures d'analyse (une discipline) et la construction d'un texte (une littérature)».
9Mi traducción de: "We have reached the stage where we can expect an increasing harvest rom the cross-fertilization that has already taken place and can perhaps even anticipate a future in which comparative studies bring into ocus generalizing conceptual tools so that we can talk of the history of urbanism on the large scale again".


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