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Cuadernos de Geografía: Revista Colombiana de Geografía

Print version ISSN 0121-215XOn-line version ISSN 2256-5442

Cuad. Geogr. Rev. Colomb. Geogr. vol.21 no.2 Bogotá July/Dec. 2012

 

El lugar en América: de una anamorfosis ajena a una hiperrealidad propia*

O lugar na América: de uma anamorfose alheia a uma hiper-realidade própria

Place in America: From Foreign Anamorphosis to Established Hyperreality

Hugo Capellà Miternique**
Universidad de Concepción, Chile


*El presente artículo procede de la presentación del task force "Patries américaines? Entre réalités fictives et fictions réalisées", presentado para los centros de investigación Ailleurs y Eriac de la Universidad de Rouen, Francia.
**Licenciado en Geografía y Doctor europeo en Geografía por la Universidad de Barcelona. Posdoctorado en Geografía Cultural por la Universidad de la Sorbona, París IV (Francia). Profesor asociado de Geografía e investigador en la Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Geografía de la Universidad de Concepción desde el 2006. Sus líneas de investigación son geografía cultural, política y urbanismo.
Dirección postal: Departamento de Geografía, Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Geografía, Universidad de Concepción. Casilla 160-C. Concepción, Chile.
Correo electrónico: hcapella@udec.cl

Recibido: 19 de enero del 2012. Aceptado: 29 de marzo del 2012.
Artículo de reflexión analítico-interpretativo sobre cómo el lugar proyectado por los europeos en América se ha transformado en una utopía real para los nuevos referentes.


Resumen

El objetivo del presente artículo es entender cómo el lugar proyectado por los europeos en América se ha transformado en una utopía real para los nuevos referentes. El lugar en América ha sufrido una anamorfosis al convertir su realidad espacio-temporal en una simulación posmoderna. En primer lugar definiremos, desde un punto de vista teórico, el proceso de anamorfosis del lugar. En segundo lugar indagaremos en el proceso de transformación desde una realidad cada vez más ficticia hasta convertirse en una ficción realizada que aparece como un nuevo referente propio. Concluiremos observando cómo la desvinculación espacio-temporal del lugar ha sido considerada como una nueva forma de identidad en América, configurándose como una forma de liberación poscolonial y posmoderna.

Palabras clave: anamorfosis, asentamiento, identidad, lugar, posmodernidad.


Resumo

O objetivo do presente artigo é entender como o lugar concebido pelos europeus na América se transformou em uma utopia real para os novos referentes. O lugar na América sofreu uma anamorfose ao converter sua realidade espaço-temporal em uma simulação pós-moderna. Em primeiro lugar, definiremos, sob o ponto de vista teórico, o processo de anamorfose do lugar. Em segundo lugar, questionaremos o processo de transformação de uma realidade cada vez mais fictícia até se converter em uma ficção realizada que aparece com um novo referente próprio. Finalmente, concluiremos observando como a desvinculação espaço-temporal do lugar tem sido considerada como uma nova forma de identidade na América e se configura como uma forma de liberação pós-colonial e pós-moderna.

Palavras-chave: anamorfose, assentamento, identidade, lugar, pós-modernidade.


Abstract

The article seeks to understand how the concept of place projected by the Europeans in America became a real utopia for its new inhabitants. Place in America has undergone an anamorphosis that transforms spatiotemporal reality into a postmodern simulation. First of all, the article defines the process of place anamorphosis from a theoretical perspective. Secondly, it enquires into the process of transformation of an increasingly fictional reality into a realized fiction. Lastly, the article discusses how the spatiotemporal dissociation of space has been considered a new form of identity in America, understood as postcolonial and postmodern form of liberation.

Keywords: anamorphosis, settlement, identity, place, postmodernity.


La anamorfosis del lugar

Gran parte de los paisajes creados en el continente americano reflejan los referentes de origen europeo. Desde la proyección de un referente ajeno, el lugar adquiere una nueva definición al alejarse espacial y temporalmente del concepto original. La interacción del hombre y un medio específico se encuentran en la base de la construcción del referente espacio-temporal del lugar original, pero en el caso de la proyección europea en América, esta se transformará. El lugar, en este nuevo contexto, subrayará su dimensión más simbólica y desvinculada de su medio original, llevando a una situación casi caricaturesca, al proyectarse fuera del contexto natural americano circundante (Soja 2001). Desde esa perspectiva, el lugar será la proyección simbólica de una hipérbole europea, con características de hiperrealidad (Baudrillard 1997). Esta simbolización creciente del lugar ha cimentado una definición posmoderna del concepto, según el referente europeo, aunque tal vez responda simplemente a una nueva identidad occidental, nacida, por primera vez, fuera de Europa (Blunt y McEwan 2002). En América, esta hiperrealidad del lugar se ha convertido en una forma de liberalización del yugo de dependencia intelectual europea. La liberalización del pensamiento poscolonial está conduciendo no solo a la madurez de un referente propio americano, sino, incluso, a su imposición sobre el pensamiento europeo, gracias a su raíz occidental, con la multiculturalidad creciente en metrópolis europeas como Londres o París, como consecuencia de las migraciones heredadas del pasado colonial (Ashcroft 2000). En este sentido, el pensamiento occidental contemporáneo se establece desde América sobre el resto del mundo, incluida, irónicamente, la misma Europa (Hoogvelt 1997).

Para explicar esta transformación del significado simbólico del lugar, tomaremos el concepto en pintura de 'anamorfosis'. Esta técnica es un ingenioso juego óptico que parte de la duplicidad irreal de varios puntos de observación simultáneos. Esta situación nos sirve de paralelo para entender cómo la distorsión de la proyección del lugar de origen europeo puede terminar por constituir un nuevo concepto en América. La reconstrucción de las formas de vida de origen europeo en el nuevo espacio americano permitirá mantener una ilusión visual de la forma, pero se desvincula del sentido profundo del lugar al descontextualizarse de la realidad natural circundante. El lugar en América se convertirá en una fiel sombra y dejará de ser el referente de una realidad temporal, fruto de la interacción directa del hombre y su medio. La imposición de una representación cultural proyectada alejará aún más la naturaleza respecto del referente europeo original, ahondando en el alejamiento de los descendientes europeos respecto a unos referentes americanos prehispánicos, más vinculados con su medio natural.

El concepto de 'anamorfosis'

El concepto de 'anamorfosis' se define como una proyección axonométrica (figura 1); es decir, como el traslado del referente visual sobre un eje que se proyecta en un nuevo escenario, desde otro ángulo. La ambivalencia de puntos de mira genera una observación óptica múltiple, desde puntos referenciales distintos para su completa comprensión. El cuadro de Los embajadores, de Hans Holbein, El joven, de 1533, es un bello ejemplo; en él aparece, al frente del cuadro, una calavera que debe ser vista con una lupa para redimensionarla desde su perspectiva inicial. El resultado genera dos imágenes en una, en el sentido de que existen dos referentes visuales dispares, generando una situación imposible de ser observada desde dos lugares a la vez. Jugando con estas deformaciones, otros autores han conseguido generar una dialéctica visual entre las proyecciones de forma armónica pero que sale de las lógicas racionales. Así, por ejemplo, en el cuadro Relativity, de Escher, de 1953, aparece una escalera sin inicio ni final. Más allá de la proeza técnica, la anamorfosis se adentra en el debate filosófico de la realidad y de la ficción puesto que podemos plasmar situaciones lógicas irreales (Radcliffe 1996). De hecho, las proyecciones retoman la idea del mito de la caverna, en el que la realidad no vendría siendo más que una representación de la sombra que observamos desde el fondo de la caverna y, por ende, solo una deformación de la misma realidad (Augé 2001).

Si las realidades son ficticias, quedaría entonces por entender el papel de las mismas ficciones, tal vez como concreciones reales. ¿Hasta qué punto las ficciones que nosotros realizamos distan tanto de la realidad si consideramos que las mismas realidades son ficciones? Los márgenes del entendimiento de la realidad quedan fijados por el razonamiento y el empirismo, aunque la creencia en una ficción puede terminar por concretarse en una realidad material, como sucede en el campo de la teología, con el rol de la fe. El margen de la realidad queda entonces reducido a la pauta de entendimiento colectivo que nos fijemos como sociedad.

En el caso de las proyecciones europeas en América, se observa cómo la recreación de una misma realidad espacial desembocará en un acercamiento de entendimiento dispar respecto a los límites y la importancia del valor del símbolo, por encima de la realidad misma del lugar. La traslación de un territorio a otro lugar implica una deformación y una transformación del referente espacial a largo plazo aunque el migrante se esfuerce por aferrarse a una tradición y similitud visual en la recreación de un paisaje o modo de vida. La traslación espacio-temporal del sujeto genera una ilusión territorial sobre la cual su identidad se mantendrá por voluntad colectiva y no como discurso razonado de interrelación con un medio. El espacio temporal vivido se desvinculará del espacio físico y se convertirá en un referente tomado casi como dogma colectivo.

La anamorfosis del lugar es el proceso por el cual pasamos a considerar un lugar mitificado original y ficticio, como una realidad territorial. En esta transformación, el lugar deja de responder a la idea de un constructo colectivo de interacción entre el hombre y el medio o weltanschauung. Esa cosmovisión o racionalización referencial se establece desde el lugar, acorde con la tradición sedentaria o nómada del sujeto así como con su movilidad (migrantes, diásporas).

    [...] tener una concepción del mundo (Weltanschauung) es hacerse una imagen de este y de uno mismo, entenderlo y entenderse [...]. Cualquier concepción del mundo tiende a establecerse como una verdad suprema sobre el universo, pese a no ser más que el nombre atribuido a los objetos [...]. Cualquier conciencia superior llama a un Weltanschauung (entendimiento del mundo). Toda conciencia razonada o de ideas puede ser considerada ya como germen de una Weltanschauung. Cualquier crecimiento de conocimiento y experiencia es un paso más para su plasmación. Y mientras el hombre se crea una imagen del mundo, va transformándose él mismo [...]. (Jung 2008, 295-300)

Desde la geografía, la realidad se vincula con el territorio, entendido como el referente físico que nos sitúa y define respecto del resto desde unas coordenadas espaciales y temporales únicas. El lugar representa justamente la concreción del referente individual y/o colectivo respecto del espacio. Cada lugar habitado o ecúmene (oἰκουμένη]) ofrece una visión o proyección de sí y del resto del mundo. Pero esa visión estática de los lugares se ve afectada cuando introducimos la noción de movimiento de los grupos humanos. Las migraciones representan desplazamientos espaciales de referentes que se insertarán en otros espacios sin obligatoriamente adaptarse al nuevo escenario, generando una distorsión entre los espacios de vida y los vividos. A partir de ese momento, se establecen distensiones entre los lugares por la interferencia de referentes solapados, por procesos de anamorfosis sobre un mismo lugar, frutos de una multiculturalidad. En el caso presente de estudio, observamos cómo la colonización de América por parte de europeos se ha traducido en una anamorfosis del lugar original para convertirse en una nueva Europa, llamada América, que ha terminado por definir una nueva relación con el lugar, al margen del tiempo.

La proyección de una realidad se convierte en ilusión

La etimología griega misma de anamorfosis (άναμóρφωσις) permite entender que la proyección de una forma real (μορφως) termina convirtiéndose en su negación (ἀνα) como contraforma o antiforma. Es decir que, a pesar de representar al mismo objeto, este ha sufrido una transformación, y por lo tanto se convierte, respecto al nuevo escenario, en algo distinto. Giorgio Celli sintetiza perfectamente el concepto cuando dice que la anamorfosis procede "[...] de un efecto óptico que resulta de una perspectiva [...] resultado de la razón y la vista, en una epifanía de la muerte y resurrección de la forma [...]" (Celli 1978). El mantener una misma forma garantiza su reconocimiento en el nuevo escenario aunque su significado y razón de ser sean antagónicos con el original. La proyección de una realidad se convierte, así, en una ilusión.

Los territorios recreados por los colonos y sus descendientes en América responden a una realidad territorial europea, pero se transforman en un espejismo en el nuevo escenario americano al desvincularse de la realidad espacio-temporal específica. La desconexión con los elementos geográficos, naturales y temporales del medio de vida convierte a los referentes en meros observadores del nuevo espacio, frenando además la formación de un nuevo referente propio. Los territorios y paisajes son, en la mayoría de casos americanos, ficciones europeas impuestas sobre realidades ajenas. Esta ilusión territorial además se ha transformado en un identificador casi de tipo étnico para el grupo.

Las proyecciones fundadas por referentes europeos se imponen sobre espacios distintos, generando un diferencial que aleja el lugar simbólico (vivido) de su realidad referencial física (de vida). Esa transformación en el proceso de anamorfosis termina por crear, en primer lugar, un territorio al margen del nuevo espacio físico. En segunda instancia, se presenta un espacio distinto respecto a los cambios sufridos en los lugares de origen, que siguen en transformación pero que no se ven reflejados en la imagen fijada pasada de los migrantes.

En consecuencia, nos encontramos con descendientes de europeos en América que, por un lado, se consideran continuadores del referente original, y con otros que, por otro lado, se desmarcan de ellos (criollismo), aun sin poder reconocer su nueva realidad, puesto que implicaría una reformulación de su propia identidad legada.

Anamorfosis americanas

Las características del proceso de anamorfosis europea en el asentamiento en América fueron tan grandes que a veces es casi imposible distinguir el espacio original de la copia. El proceso incluso puede entenderse como una extensión del mismo territorio y referente europeo en América, aunque sea casi desconocido por los mismos europeos. Las proyecciones en muchos casos, debido al alejamiento de la realidad del referente de origen, tendieron por un lado, a un intento de mejora y mayor grandilocuencia en la forma, y por otro lado, fueron, en muchos casos, más ejemplares que los mismos modelos de origen. Es así como, hoy en día, encontramos algunos de los mejores ejemplos de movimientos arquitectónicos europeos del siglo XX, como Art Nouveau, Modernismo e incluso ejecuciones de los diseños del Futurismo italiano en América. Ciudades como Buenos Aires, Montevideo o Porto Alegre, a pesar de su realidad americana, son continuidades culturales totalmente europeas. La anamorfosis no fue, por lo tanto, solo una copia, sino un espacio de experimentación y de proyección de nuevas formas, aunque derivadas, en gran medida, del referente europeo.

La proyección se convirtió en transformación, puesto que el valor y la consideración dada a esos nuevos territorios no obedecían al mismo significado para los habitantes a un lado y otro del Atlántico. En la vertiente americana, esas reminiscencias europeas eran una forma mucho más fuerte de paliar el desplazamiento, generando una dimensión mucho más simbólica del vivido, respecto al valor del lugar. Es justamente el aferro al modelo original lo que terminó por recrear una ficción más real que la propia realidad europea (figura 2). El asombro de encontrarse lejos de casa, ante una realidad visual tan parecida al lugar de origen, encierra una dimensión temporal totalmente diversa.

La mayor diferencia en el proceso de anamorfosis es la anulación de la dimensión temporal al desvincularse la interrelación entre el espacio de vida, fruto de la interacción entre hombre y medio, y el espacio simbólico de lo vivido. Las proyecciones urbanas y territoriales europeas en América, al ser el fruto de una imagen, reflejan, como una foto instantánea, un momento específico de la memoria colectiva de los migrantes que transmitirán como legado a sus descendientes (Halbwachs 1968). Este proceso evidencia justamente el carácter artificial de esas proyecciones realizadas.

Al igual que un gran decorado, la proyección espacial, por un lado, va envejeciendo y quedando desfasada con respecto a los lugares de origen, así como también, por otro lado, con respecto a unos descendientes americanos cada vez más vinculados con otros referentes externos, como la influencia del modo de vida de Estados Unidos de América. Con independencia del modelo considerado, es curioso notar cómo la visión de lugar, entendida como decorado y sin conexión con su dimensión espacio-temporal, se ha terminado por perpetuar definiendo un nuevo concepto espacial, más simbólico y nominal, por encima de una realidad del lugar, más racional y empírica.

El establecimiento de una realidad

Las identidades territoriales colectivas se establecen sobre imaginarios y ficciones que terminan por concretar realidades, compartidas y transmitidas como tradiciones. Las identidades pueden establecerse en función del territorio (por ejemplo los chilenos) o del grupo (como los gitanos), pero pueden igualmente tomar otros elementos, como la creencia religiosa (como el islam). Nuestra identidad obedece a una paternidad (patria) y deposita una herencia para las siguientes generaciones (tradición). Significa el establecimiento de un referente cultural compartido por una comunidad (pueblo) y/o un territorio (nación) que permite su reconocimiento, incluso frente a las transformaciones y cambios, con el paso del tiempo (Kymlicka 1996).

En el contexto de creación de los estados modernos americanos, partimos de un conflicto a la hora de tener que reconocer a los actores de referencia fundacionales, al no poder salir de la dicotomía colonizados/colonizadores. La imposición de modelos referenciales occidentales por parte de los pobladores de origen europeo o criollos va a desembocar en la proyección de unas realidades importadas de Europa sobre el continente americano, como Nueva España, Nouvelle-France o New England. Ello conducirá, en la mayoría de casos, a procesos de ficción espacio-temporal sobre los nuevos espacios establecidos, sin un real reconocimiento de las realidades americanas subyacentes. La colonización europea del continente americano, desde el punto de vista político y migratorio, representa un hecho real, en la base del proceso de ficción espacial, que fue utilizado como forma de imposición de un espacio y tiempo ajeno, dominador. La huella de origen europeo será una forma de dependencia, basada sobre la razón y la supremacía de la técnica, pero con un desfase respecto a la realidad espaciotemporal del referente del nuevo continente.

De una realidad ficticia

De la misma forma, en este mundo americano establecido sobre una realidad espacial ficticia, diferentes sociedades americanas encontrarán en el imaginario la concreción de nuevas formas de realidad. Así se explica el desarrollo, durante los siglos XIX y XX en América, de concreciones imaginarias de la realidad tales como: la literatura fantástica latinoamericana (Rulfo, Cortázar, Borges, Sepúlveda, Neruda, Skármeta) o hiperreal norteamericana (Poe, Faulkner, Steinbeck, Capote), y la materialización de mundos imaginarios, como el universo utópico de Walt Disney o las quimeras y sueños producidos por la industria del cine de Hollywood. En concreto, la aparición de subgéneros propios, como los westerns o el cine negro, convertirá los iconos en hiperrealidades (Baudrillard 1997). Todo ello va a incidir en la disociación espacio-temporal del lugar posmoderno (Yngvesson y Mahoney 2000).

Por un lado, los migrantes y sus descendientes anhelan transmitir, en su mayoría, una identidad foránea y pasada; por otro lado, los pueblos autóctonos y sus descendientes se embarcan en procesos de resucitación de imaginarios asolados, sin olvidar, por ende, los descendientes de mestizajes criollos, de difícil reconocimiento por parte de sus actores (Fortier 2000). Encontramos así, lado a lado, simulaciones identitarias discontinuas: como una comunidad menonita perdida en la Pampa argentina y anclada en el siglo XVIII, colindando con una comunidad de ranqueles en busca de sus raíces y del reconocimiento de un territorio ancestral (Capellà 2006b). Todos ellos proyectan espacios imaginarios diversos que terminan por definir un mosaico referencial colectivo, definido como posmoderno o, simplemente, americano.

La movilidad como referente transforma el territorio real en ficción

Las dimensiones de localización y geográficas definen al territorio como referente particular. El desplazamiento de los habitantes en migraciones hacia nuevos espacios va a generar un trasvase de la imagen del territorio con respecto al nuevo asentamiento espacial. El referente vivido del migrante, sin perder el marco de su realidad espacial de origen, proyecta una ilusión en el nuevo espacio de vida. Esta distorsión del referente genera el proceso de ficción.

Esta distorsión obedece a varias causas, pero podríamos decir que las formas de vida transmitidas como vividas (tradición) en un nuevo espacio terminan convirtiéndose en formas de dominio e imposición al margen de la realidad espacial. En este sentido, no es casualidad si muchos de los colonos europeos en América eligieron paisajes que guardaban cierto grado de semejanza con su lugar de origen, puesto que permitían una mejor adaptabilidad, en función de las habilidades previas de origen, y generaban una falsa continuidad con sus espacios vividos para la transmisión a sus descendientes.

Asimismo, el grado de adaptabilidad al medio por parte de los colonos será acorde no solo con la voluntad de asentamiento, sino que, de igual forma, estará en función de la forma de transmisión de su identidad colectiva. Los pueblos que sustentan su identidad en función del territorio, vinculados con visiones sedentarias, terminan, en general, adaptándose a los nuevos ciclos espaciales y temporales de vida, tales como las actividades agrícolas. Por el contrario, para los pueblos de origen más nómada o silvícola-recolector, cuya identidad pasa por una transmisión de valores interna étnica, la adaptación al nuevo medio será entendida como una pérdida de identidad. En el primer caso, encontraríamos, por ejemplo en el contexto chileno, parte de la mayoría de colonos de origen español o francés, con una identidad territorial bien marcada; mientras que, en el segundo grupo, sufrirían el dilema de la adaptación los colonos italianos y alemanes por su identidad étnica más marcada.

El tema de la recreación artificial de un territorio en otro espacio remonta a la antigüedad, aunque podemos encontrar un referente moderno emblemático en el caso de la bergerie de María Antonieta dentro de los jardines de Versalles, en el siglo XVIII. El caso del establecimiento de una campiña artificial en plenos jardines de Versalles por decisión de la reina obedece, por un lado, a una idealización del mundo rural propia de los movimientos paisajistas prerrománticos, ilustrados en los cuadros de Fragonard o Watteau; pero enlaza, igualmente, con los discursos nacionalistas germanistas crecientes con respecto a la defensa de una identidad diferencial. María Antonieta, en su acción, refleja y adapta el espacio real en función de su espacio austríaco, vivido de origen e idealizado desde la distancia del recuerdo, generando una ficción que termina convirtiéndose en una realidad particular. No todos podrán plasmar sus espacios vividos en la realidad circundante como la reina María Antonieta, pero el ejemplo permite plasmar la distorsión existente cuando la realidad espacial difiere del referente vivido. La bergerie representa un espacio vivido aislado de la realidad circundante, en la cual terminaría trágicamente la vida de una reina extranjera.

La supervivencia de la identidad vinculada al lugar

El gran dilema para cualquier migrante colonizador en América fue el de cómo saber conservar su identidad de origen. Este hecho fue incluso tomado como base para algunas de las políticas migratorias de colonización de algunas de las nuevas naciones americanas. En el caso de Estados Unidos de América, Argentina o, incluso, Chile, se hicieron llamados a colonos de ciertos países europeos con un doble objetivo: por un lado, dominar nuevos territorios con población previa y, por otro lado, con una voluntad política de europeización de los nuevos espacios para validar los procesos nacionales y evitar los reconocimientos indígenas, así como el legado colonial previo.

La falta de adaptación del colono va a ser entendida justamente como una ventaja para la transformación de un espacio según los designios políticos (muchas veces asentados en prejuicios, como el de la supremacía de ciertas etnias sobre otras), o bajo discursos de modernidad y progreso, asociados con lo occidental y europeo. Las formas identitarias al margen de la política oficial fueron entendidas como un peligro latente y fueron perseguidas. Así, por ejemplo, se persiguieron las alianzas entre colonos europeos pioneros y pueblos originarios. Estas alianzas obedecían inicialmente a formas de supervivencia frente a la adversidad del nuevo medio físico (como en el caso de los métis, en Canadá, de la colectividad galesa, con los tehuelche, en la Patagonia argentina, o, incluso, de los chilotes españoles con los huilliche, en Chile), aunque terminarían representando una amenaza para el nuevo orden que se quería imponer. Para salir del contexto eurocéntrico, encontramos otros ejemplos derivados, como el de los malones, en Brasil. En este caso, los territorios de los libertos africanos representaban espacios al margen del dominio oficial pero sujetos a cierto grado de adaptación a las poblaciones locales. El resultado de estas interrelaciones se puede evidenciar, por ejemplo, en algunas formas sincréticas religiosas africana y mesoamericana. En el caso de los colonos, por lo general y en el contexto americano en particular, la adaptación al nuevo espacio se resumió a una mera proyección del lugar de origen alentada, por un lado, desde las metrópolis, con el envío de reos y población casi forzada, y ulteriormente, por otro lado, por parte de los mismos estados recién creados, que alentaban la colonización europea.

Esta proyección espacial se ve reflejada, igualmente, en otro aspecto: la toponimia. La denominación de los lugares es un fiel reflejo de la superposición espacial del lugar de origen sobre el nuevo espacio. Además, la imposición, igualmente, de nuevas divisiones administrativas y límites razonados de tipo cartesiano y funcional reforzarán los proyectos utópicos europeos, sin ninguna consideración por lo previo. En cualquier caso, las formas de asentamiento de los colonos, eminentemente supeditados al desarrollo agrícola, supusieron una forma de transformación brusca de los nuevos espacios, desde las talas y despieces de parcelas hasta la introducción de especies naturales y cultivos foráneos. La recreación del espacio de origen respondía a una adaptación, por un lado, de los conocimientos prácticos previos de los colonos. Por otro lado, supuso una forma indirecta de transformación de los nuevos espacios, en una búsqueda de la recreación de los lugares de origen. A pesar de la generalización, cabe mencionar algunos casos de adaptaciones a nuevos cultivos, como en el ejemplo de las plantaciones de tabaco, de la compañía de tabaco de Virginia, en el siglo XVII, y otras plantaciones en el Caribe.

Para la mayoría de colonos, la adaptación al medio físico suponía un alejamiento de su identidad anhelada de origen, y por ello debía ser proscrita. En otros casos, el nuevo mundo supuso la posibilidad de plasmar proyectos utópicos, como en el caso de grupos religiosos de Nueva Inglaterra o en el del ejemplo, más emblemático, de la creación de la Iglesia mormona en el estado de Utah. A pesar de las diferencias en todos los casos, los referentes siguieron siendo europeos.

El tema de la adaptación o transmisión del espacio vivido en el nuevo espacio de vida va a generar en las distintas colonias el dilema de una transmisión del legado para las siguientes generaciones basada en la tradición de la forma (costumbre) o bien en una adaptación que mantenga el fondo. Al romperse la relación directa espacio-temporal en el nuevo espacio, obliga al grupo a una cohesión del referente basada en la tradición, de forma incluso más ortodoxa que en los lugares de origen. No obstante, por el contrario, para otros grupos, la adaptación al nuevo medio será una forma de perpetrarse, sin por ello perder la identidad de origen. Estas cuestiones identitarias se acentúan más en el caso de los migrantes, particularmente cuando su referente pasa esencialmente por la etnia.

Un ejemplo curioso, lo encontramos en el posicionamiento dispar respecto a la celebración de una festividad como la Oktoberfest por parte de las comunidades alemanas asentadas en el continente americano. Esta fiesta de la cerveza es considerada como uno de los elementos de la identidad alemana, aunque regionalmente se identifica más con Baviera. El dilema para muchas colectividades alemanas desplazadas en nuevos territorios era saber cuándo celebrar la festividad. Para los más tradicionalistas, la fiesta, por su nombre, debe respetar la fecha del mes de octubre aunque el nuevo espacio no siga el ciclo natural de producción de la cebada y fermentación de la cerveza, como en Alemania, en octubre.

Para otros, la adaptación al ciclo natural del nuevo lugar, con el cambio de fecha a marzo o abril, no supone una pérdida de la identidad, sino, por el contrario, una adaptación del referente germano frente al nuevo escenario. Ello garantiza la pervivencia para los descendientes. Detrás de la anécdota se pone de manifiesto la autenticidad y la razón misma de la identidad grupal, entre la primacía de la tradición, como único vínculo de una identidad desplazada, versus la primacía de la adaptación al nuevo espacio, como prueba del grado de vitalidad del referente grupal. En el primer caso, prima una identidad basada más en la prevalencia de la forma y de la cultura entendida como dogma, y con una raíz más étnica; mientras que en el segundo caso, la identidad se asocia al fondo, en una relación más estrecha con el territorio, y, en consecuencia, sujeta a la adaptación. Este caso genera que en países americanos como Chile, en la actualidad, se celebre la fiesta en dos épocas del año, según el parecer de cada una de las comunidades alemanas.

Por el contrario, en otros procesos agrícolas sobre una raíz cultural diversa, la adaptación se ha dado de forma mucho más fluida, como en el ejemplo de la vendimia, respecto a los colonos italianos, franceses y españoles. En este caso, las fiestas en el hemisferio sur se mantuvieron en función de las estaciones y no por las fechas, pasando de las fiestas de la vendimia otoñales, de agosto y septiembre en el hemisferio norte, a las de febrero y marzo, en el hemisferio sur.

La recreación de territorios de origen por los migrantes se ha dado tanto en el contexto rural y europeo como en contextos urbanos y de otras culturas, con, por ejemplo, el surgimiento de los China towns, en numerosas ciudades de Estados Unidos de América, pero también de América Latina, como en Lima o Sao Paulo. A pesar de la semejanza, la formación de estos ghettos se dio por procesos casi opuestos: inducidos, en Estados Unidos de América, y por aglutinamiento, en América Latina. En el primer caso, fueron las directivas higienistas urbanas para la concentración del rubro de la lavandería las que llevaron al reagrupamiento de la comunidad china que lo monopolizaba, siguiendo una discriminación indirecta. En el segundo caso, fueron las similitudes de la colectividad las que llevaron a su concentración en un determinado barrio que fue tomando elementos urbanos del lugar de origen y luego potenciados, igualmente, como atractivo turístico.

El problema de la adaptación o mantenimiento de la tradición en la pervivencia de la identidad de origen de migrantes desplazados en nuevos espacios adquiere mayor complejidad cuando nos encontramos con mestizajes (Kymlicka 2000). En ese contexto de multiculturalidad, los valores y transferencias múltiples culturales en los descendientes generan una pluralidad de referentes que lleva a un relativismo y sincretismo de corte más individualizado (Bhaba 2002).

En el contexto americano, los discursos europeístas e, incluso más recientemente, indigenistas han podido desarrollarse, mientras que los discursos sobre el mestizaje real siguen más marginados. Esta exclusión obedece a la dificultad de considerar un modelo político multicultural crítico o cosmopolita, que se opone actualmente a cualquier modelo político nacional unívoco (Kymlicka 1996). La sociedad posmoderna, cada vez más multicultural, contemporánea plantea un reto que ya tuvieron que asumir muchos de los descendientes europeos en el continente americano, y migrantes en general, desde hace siglos. En sentido radicalmente opuesto, otras comunidades encontraron igualmente en América el refugio para un repliegue tradicionalista al margen de su espacio y tiempo, como en el caso de comunidades menonitas o amish. El resultado es un mosaico de proyecciones referenciales difícilmente compaginables al no haber considerado aún la realidad espacial común y seguir establecidas sobre un espacio vivido ajeno.

La misma evolución del concepto 'criollo' permite entender el proceso de anamorfosis del lugar de origen al nuevo espacio. La palabra procede inicialmente del portugués criou-lo, que significa literalmente criado (del verbo criar). Aludía inicialmente a los descendientes de europeos criados en América, para diferenciarlos de los europeos que detentaban las funciones públicas por parte de las distintas coronas. Esta exclusión evitaba que los intereses de la Corona quedaran ofuscados por los intereses particulares de una población alejada de la metrópolis. No obstante, el peso económico creciente de los descendientes de europeos en América terminaría por impulsar muchas de las independencias de los futuros estados americanos, haciendo evolucionar el mismo concepto de criollo, como sinónimo de nacional o patrio, en oposición a los hijos nacidos de europeos.

El concepto de criollismo se ha asociado, por extensión, con todos los movimientos de los descendientes de europeos en América que van a buscar una identidad propia en una relectura del pasado indígena y/o de los símbolos patrios americanos. La transformación radical del concepto expresa el proceso de anamorfosis del lugar en una legitimación del referente de origen en su nueva radicación. Esta situación justamente estará detrás de muchos de los conflictos y ambigüedades que surgirán entre los sectores más tradicionalistas y los más liberalizadores en los distintos movimientos americanistas de los siglos XIX y XX.

A una ficción real

Los lugares vividos de origen de los migrantes articularon nuevos espacios. Esa construcción de utopías o recreaciones de paisajes y lugares de Europa en América fue desdibujando una nueva relación del hombre con el medio natural, más desapegada de la relación temporal del lugar. El vínculo identitario del lugar, entendido en Europa y en otras partes del mundo como la concreción única de espacio y tiempo, se desvirtúa así en su proyección americana. En el nuevo contexto, la relación con el lugar pasa exclusivamente por el vínculo de la materialidad de la forma del paisaje, asociado a un lugar mítico de origen, convertido en icono (Marin 2002). La deformación de la proyección del lugar puede conservar la dimensión espacial, pero desvirtúa la temporal al desplazarse el referente de base. Este proceso de anamorfosis del lugar ha terminado, en el contexto americano, por establecer una visión espacial de mayor simbolismo o virtualidad. Para los primeros colonos establecidos, la reconstrucción de sus espacios obedecía al lugar de origen, pero para sus descendientes será un legado simbólico ajeno al espacio de vida, aunque aún tomado como realidad (Gregory 1994).

En resumen, podríamos decir que la proyección espacial terminó convirtiéndose en un icono real para los descendientes europeos. La ficción recreada fue ulteriormente transmitida como una realidad que ha generado, paradójicamente, una nueva identidad. La falta de adaptación, que fue entendida como una forma de garantizar la pervivencia de una tradición en un nuevo espacio, ha resultado, por el contrario, la base del establecimiento de una relación referencial con la dimensión temporal del lugar totalmente ajena a la realidad espacial, al margen de la tradición europea de origen. En consecuencia, nos encontramos, en la actualidad, con unos descendientes europeos cuya relación con el lugar pasa exclusivamente por la dimensión simbólica espacial, desvinculada de la memoria del lugar.

La forma de concebir el espacio y la construcción de la identidad de los americanos de origen europeo se asemeja, curiosamente, más a la del origen mítico de muchos pueblos de tradición nómada, en contradicción con el establecimiento sedentario de la colonización agrícola. No hay que olvidar que esa identidad americana es el reflejo de la continuidad de un referente cuyo origen en el nuevo espacio ha sido, justamente, el migrante.

Esa ambivalencia de una ficción realizada ha implicado el surgimiento de una nueva identidad diferenciada del origen. En el contexto americano, el espacio ha sido el lienzo de concreción de utopías, plasmación de imágenes como realidad o surgimiento de hiperrealidades, en un proceso de liberación respecto del yugo temporal del lugar de Europa. La falta de pasado convirtió al espacio en un gran taller de creación que marginó lo ajeno o previo; aunque, desde otra lectura, puede entenderse igualmente como un sincretismo del cruce de lo simbólico de las culturas mesoamericanas con la razón occidental moderna (Punter 2000).

Utopías

Los procesos de proyección espacial permitieron proyectar territorios de origen, pero también territorios deseados, acordes, por ejemplo, por un lado, con principios religiosos, con la idea de construcción de la utópica ciudad de Dios o, por otro lado, con la razón, con la ejecución de posmetrópolis futuristas. Esas abstracciones o utopías podrán concretarse en la realidad americana aprovechando tanto los procesos de anamorfosis de los migrantes como los anhelos de los estados recién creados. El continente americano ha sido el territorio donde los europeos han intentado plasmar el mayor número de ilusiones, el lugar donde "los sueños se hacen realidad", desde un laboratorio para aplicar nuevos modelos de estado (como en el caso argentino), hasta el diseño de capitales de nueva planta, como Brasilia, pasando por plasmaciones de la ciudad divina sobre la "nueva" tierra, como en Salt Lake City.

Las ideas del modernismo occidental de mediados del siglo XX se materializarán en el establecimiento de Brasilia como nueva capital federal para Brasil. El proyecto de Lucio Costa y Oscar Niemeyer refleja los anhelos y principios europeos de la época, aunque terminó por desviarse de la realidad concreta, ajena del lugar específico. El resultado es la aparición de una ciudad ficticia, patrimonio de la Unesco desde fines de los años ochenta, que convive con la aparición de una ciudad real paralela que ha ido proliferando con la llegada de migrantes internos. La interrelación entre ambas es imposible puesto que obedecen a referentes diversos. El caso de Brasilia no es una excepción, y puede entenderse como una continuidad de proyectos anteriores, como el magnífico Teatro de la Opera construido en el siglo XIX en medio del Amazonas, en Manaus.

En otro caso, la persecución de los mormones, a mediados del siglo XIX, desde la costa este de Estados Unidos, les llevó a encontrar en el Lago Salado el lugar elegido para el establecimiento y la ejecución de su proyecto de Iglesia sobre el mundo. En el árido desierto de Utah, vieron el reflejo del vergel del Edén y supieron construir un espejismo que ha terminado forjando una realidad a partir del esfuerzo y de la proeza técnica, como aparece sintetizado en el lema del estado de Utah, industry, asociado con el esfuerzo del hombre.

La imagen real

Estados Unidos ha llevado las simulaciones de la realidad a su mayor grado de paroxismo. El anhelo de querer convertirse en un relevo intelectual del legado occidental impulsó a recrear territorios y paisajes acordes con un origen casi mitificado europeo, como la campiña inglesa o châteaux, a semejanza de los romanos, en el pasado, con respecto a lo helenístico. Ese afán de materialización de la recreación terminó por aniquilar la dimensión temporal, convirtiéndola en la artificialidad efímera de un decorado. Esta transformación de la noción de lugar ha permitido la reconsideración de la ilusión y el símbolo con respecto al contexto de una realidad razonada.

En este sentido, el desarrollo de la industria del cine en Hollywood es un buen ejemplo del rol creciente de la imagen, por encima de la misma realidad. La ilusión de un mundo virtual termina concretándose en un producto con valor económico y, por ende, asumido como realidad. Esa imagen además ha terminado incluso por exportarse, como es el caso de los Universal Studio en Singapur o de los Disney World distribuidos por medio mundo, como en las periferias de París o Tokio. Y es, sin lugar a dudas, justamente el caso del universo diseñado por Walt Disney el ejemplo más increíble y exitoso de realización de una ilusión infantil. El impacto de un referente feérico ha terminado influenciando con la forma antropomorfizada de los animales al mundo entero. Ese universo ha constituido, además, el establecimiento de un referente sobre la base de un espacio por primera vez ficticio en sí mismo.

Las imágenes compartidas colectivamente se iconizan y expanden con gran rapidez sobre otros espacios. La desvinculación de la concordancia espacio-temporal del lugar permite establecer iconos, sin replantear su autenticidad con respecto al lugar. Y el mismo concepto de lugar se refugia en su aspecto más simbólico, perdiendo su fuerza como referente más físico.

Hiperrealidad

La consideración de ficciones como auténticas ha conducido a una extensión del icono como patrón identificador y creador de nuevos espacios. Los lugares no serán ya identificados como la encrucijada del tiempo y un medio natural, sino más como fruto de la voluntad colectiva asignada a ese espacio. Esta materialidad espacial ha conducido a una hiperrealidad (Baudrillard 1997). En este escenario, los pensamientos filosóficos dejan de ser entelequias, como en Europa, y solo son comprensibles desde su materialización espacial, en América. La transformación del lugar conserva la forma física pero desintegra todo su significado.

En este contexto, la recreación de lugares de otras partes del mundo, proyectados como copias en un nuevo espacio, mantiene la forma pero rompe con la relación propia del lugar entre el hombre y un medio determinado. Así, por ejemplo, la recreación de lugares, como en el caso de Las Vegas Strip, fue utilizada como un reclamo para la renovación del centro de la ciudad de Las Vegas en los años noventa. Más allá de atraer un público más amplio a la capital del juego en Estados Unidos, ha representado la recreación, a gran escala, de lugares del mundo, como Paris, Nueva York o Venecia, por ejemplo, al estilo de un inmenso parque temático. El tomar iconos referenciales de otros lugares del mundo, lejos de desvirtuar su autenticidad, termina reafirmando la vinculación de los visitantes con los espacios recreados en una curiosa simbiosis. Para el turista llega a ser como estar en los lugares reales. Esta traslación es posible puesto que se recrea tanto la forma visual de los referentes como el resto de aspectos, como tiendas, gastronomías, espectáculos e, incluso, personal que sepa la lengua de los lugares representados. Las parodias de los lugares pasan a ser más reales que la misma realidad puesto que se reducen a los estereotipos que los visitantes quieren ver, más allá de las realidades de origen, seguramente mucho más complejas y plurales. El pequeño París de Las Vegas supera las expectativas de autenticidad de la misma ciudad de Paris en un ejemplo de hiperrealidad. Lo más curioso es que ese mismo modelo está siendo exportado igualmente a otras capitales del juego, como en los nuevos complejos hoteleros de Macao o, incluso, en el proyecto de recreación de Las Vegas en España. En este caso se daría la paradoja de una imagen idealizada de Europa que, tras proyectarse en América, volvería al lugar de origen.

El caso de Rodeo Drive, en Los Ángeles, muestra cómo la simulación ha llevado a la recreación de un barrio de una ciudad con aire europeo como forma de ambientación de un gran centro comercial. El decorado de un urbanismo europeo neutro apuesta por calles estrechas y peatonales contrapuestas a la realidad automovilística de Los Ángeles. El resultado es un decorado europeo anónimo en la encrucijada entre un centro comercial y un parque temático. El icono, en este caso, termina por generar una nueva forma de hiperrealidad al fraguar la imagen de una ciudad europea dentro de la trama urbana de Los Ángeles. El diseño de este village desvincula la noción temporal con respecto al espacio circundante.

En un grado más simbólico, encontramos el caso de la ciudad de Québec, en Canadá. A partir del proceso de restauración del casco antiguo de la ciudad de Québec, se intenta realizar una recreación sustentada en la autenticidad del lugar. En una búsqueda de la pureza de las primeras formas urbanas de la ciudad bajo el periodo colonial francés (siglo XVIII), el gobierno provincial ha intentado plasmar los discursos políticos francófonos, en detrimento de la influencia británica ulterior (siglo XIX). Amparándose en argumentos técnicos y conservacionistas, la restauración del patrimonio del periodo de Nueva Francia puede destruir, de forma legítima, parte del legado patrimonial superpuesto durante el periodo ulterior británico, del siglo XIX. La búsqueda de la autenticidad del patrimonio original francés permite la intervención sobre los agregados ulteriores del periodo británico, entendidos entonces como modificaciones de las estructuras originales. De esta forma se reconstruye, ex novo, un pasado mitificado.

El caso presentado con Québec se extiende a los debates sobre las formas y criterios que se deben considerar a la hora de restaurar o intervenir sobre el patrimonio, desde un cuadro hasta un edificio. En este sentido, las distintas capas y transformaciones temporales de un objeto deben ser consideradas como un atentado a la obra original, o bien, por el contrario, como parte del proceso patrimonial. El criterio difiere según los intereses volcados en un determinado periodo histórico y obedecen a causas de orden más político. Así, por ejemplo, en la actualidad a nadie se le ocurriría sacar el mármol usado de los antiguos templos romanos para construir las iglesias barrocas de Roma, pero, en cambio, sí se puede considerar la erradicación de elementos añadidos para recuperar la originalidad de un cuadro tal como lo concibió su pintor original. La manipulación de la noción temporal del lugar, sin visión continuada en el espacio, se traduce en otra forma de hiperrealidad, pero en este caso respecto al tiempo (Ricoeur 2000).

A pesar del caso canadiense, la tematización (artificial) del espacio desde el referente de un período histórico refleja un escenario posmoderno, muy extendido en Europa desde los últimos treinta años. La hiperrealidad y recreación del lugar se establece, en este caso, sobre la deformación de la dimensión referencia del tiempo, generando unas especies de verdaderos parques jurásicos. En este contexto, muchas de las rehabilitaciones patrimoniales tienden a enfatizar ciertos periodos gloriosos para el referente en detrimento de otros periodos, que se aprovecha para borrar, bajo un discurso de pureza y autenticidad.

Cogito ergo sum

En el contexto americano, tanto las realidades ficticias como las ficciones realizadas por parte de europeos o sus descendientes padecen del mismo problema con respecto a la imposibilidad de reconocer el lugar. La aceptación del referente implicaría asumir la realidad del nuevo espacio como lugar y, en consecuencia, reconsiderar a los descendientes europeos no como sujetos sino como meros observadores. La realidad referencial de ese grupo de migrantes ha negado, desde su llegada, los referentes de pueblos originarios, pero, de igual forma, de mestizos y de migrantes ulteriores, como europeos o de otra procedencia –asiática, árabe o de países vecinos, más recientemente–, muchas veces infravalorados.

Dejando de lado todos los discursos de reivindicación territorial indigenista sobre el reconocimiento de derechos previos (como títulos de gracia), o aún los debates criollos, base de muchos de los discursos nacionalistas, en torno a las figuras del gaucho o el estanciero, la dificultad real radica en el haber partido y seguido, desde un referente y territorios ajenos, sobre la realidad de unos lugares distintos. La falta de adaptación, además de ser una forma de dominio para la Colonia, reflejaba un miedo ante la eventual pérdida de los orígenes transmitidos y la eventual desaparición del referente. Este temor o ignorancia hacia el otro condujo al repliegue de ciertas oligarquías en un sistema clasista e, incluso en algunos casos, al aislamiento de ciertas comunidades respecto del otro, como en el caso de los menonitas o amish.

El referente en América, en vez de ser el motor causal sobre el cual surgen las distintas formas espaciales, paisajes y lugares, se convirtió, por el contrario, en el instrumento dominador de un referente ajeno. Desde esta perspectiva, la realidad propia americana sería anulada y el espacio pasaría a ser entendido como un espacio "vacío" o "desierto", es decir sin referentes previos, sobre el cual proyectar el referente europeo ajeno. En esta visión nominalista en la que imperará el nombre dado por el referente europeo sobre una realidad americana negada, la divisa de Descartes se ve invertida en un "existo y luego pienso" de difícil solución. Se establecerán así, identidades nacionales ex novo, procedentes de Europa, que excluirán las realidades y lugares propios americanos para suplirlas por representaciones utópicas vacías (siglo XIX). El proyecto Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) representa, en la actualidad, una posibilidad de revertir esas identidades nacionales basadas en referentes ajenos y de establecerse sobre un referente anclado en la realidad americana de forma inclusiva.

¿Un nuevo referente?

Se hace difícil poder definir un referente americano si consideramos que buena parte de sus descendientes supedita su identidad, en cierto modo, a territorios y valores ajenos a los nuevos lugares. La creación de las repúblicas americanas representó la posibilidad de forjar nuevas ciudadanías en torno a unos mismos símbolos patrios, establecidos desde el referente del modelo de Estado moderno francés o de Estados Unidos de América, ajeno, en la mayoría de casos, a los lugares y habitantes.

Surgieron algunos proyectos políticos en los que se consideró la reivindicación de referentes territoriales americanos centrados en los pueblos precolombinos o, también, en torno a la idealización, en gran parte incentivada por la literatura, del mundo rural de origen criollo, como el gaucho o el cowboy, aunque en ningún caso implicó una real participación directa de los actores. Menor peso han tenido los grupos mestizados o de otra procedencia, como en el caso de los afroamericanos. A pesar de ello, encontramos algunas excepciones con respecto al reconocimiento del mestizaje, como en México, los métis en Canadá o, en casos localizados, como los galeses en Argentina, o los cajuns en Louisiana. En la mayoría de estos casos, su consideración ha llegado después de haber sido largamente perseguidos y marginados. Respecto a la herencia afroamericana, podemos mencionar algunos movimientos independistas caribeños, como en Haití y Jamaica, en los que se forjaron independencias sobre los procesos posesclavitud, y como reacción al dominio europeo, sobre todo en últimas colonias, como Surinam.

En la mayoría de casos, los procesos de reconocimiento de nuevos referentes en América fueron establecidos desde la propia clase criolla dirigente de origen europeo, solo para sumar causas y establecer un discurso para liberarse del yugo tributario de las metrópolis, aun sin ser compartidos en su esencia. Los descendientes europeos, a pesar de conseguir la autonomía política, no pudieron despegarse de la herencia europea, puesto que implicaba asumir una realidad ajena, solapada bajo la ficción americanista de origen europeo. El mismo concepto y nombre de América es, en sí mismo, una proyección conceptual desde Europa, aunque ya más autónoma que las denominaciones de las nuevas Europas.

La mayor paradoja yace en el no haber reconocido al lugar como articulador de un referente basado en la interrelación, por un lado, espacio-temporal y, por otro lado, medio-hombre (weltanschauung). Esta originalidad obedece al carácter migrante de origen en la identidad de muchos de los descendientes americanos.

La simulación del lugar

La recreación mítica del lugar es una de las características compartidas por gran parte de la población americana, arguyendo su dimensión migrante de origen como parte de su referencia. Esta característica nos conduce a una curiosa paradoja puesto que, por un lado, el referente colectivo sigue siendo ajeno al lugar de establecimiento, como por ejemplo: chileno de origen croata, argentino tano, estadounidense irlandés, venezolano canario, cubano gallego, lo que ha impedido el poder reconocer una realidad de vida y vivida americana como lugar. La consecuente separación entre la identidad simbólica y la realidad espacial del lugar por sendas paralelas se diferencia de la de otros lugares donde ambas confluyen y se refuerzan. En este contexto, la relación con el lugar pasa a ser simbólica y con cierto desapego de la memoria histórica puesto que el referente no necesita de un discurso explicativo de justificación histórica. En este caso, no existe continuidad temporal sino la imposición de un referente con respecto al resto de identidades negadas. Las identidades nacionales forjan los discursos referenciales en América desvinculados del significado profundo de origen. Esta situación se asemeja mucho al contexto multicultural contemporáneo y puede aportar en este sentido un bagaje.

Si bien nadie duda sobre su identidad nacional, parece, en cambio, ser más complejo llegar a definirla de acuerdo con la divergencia de referentes de origen: descendientes de migrantes o pueblos precolombinos, entre otros (Capellà 2006a). La anamorfosis del lugar sigue proyectando una realidad ficticia en los descendientes americanos que ha frenado el proceso de construcción de un referente territorial propio desde su ciudadanía. Esta falta de adaptación espacio-temporal ha terminado por convertirse en una característica del referente americano, en la idea expresada, por ejemplo en el caso argentino, como la de un ciudadano que aún no ha bajado del barco. Esta expresión alude a la divergencia entre una forma de vida americana pero con un pensamiento aún anclado en un referente idealizado de un lugar de origen diverso. La curiosa paradoja americana se basa en el haber establecido espacialmente un referente de tipo étnico más propio de sociedades nómadas, a partir de la simulación mitificada del lugar de origen, como ha sucedido con otros pueblos, como en el caso de algunos grupos judíos, por ejemplo.

¿Patrias americanas?

Los estados americanos tienen en muchos casos incluso mucha más trayectoria (200 años) que la mayoría de estados europeos más recientes (como Italia o Alemania). Su discurso nacional se ha fraguado sobre los cimientos del modelo de estado moderno europeo exportado en el siglo XIX, ensalzando, por ejemplo, los valores y símbolos nacionales, tales como la bandera, el himno o la fiesta nacional. Pero hasta qué punto pueden ser considerados como patrias, si consideramos tanto la ausencia de referente común propio debida a la divergencia de origen de ciudadanos, como también por la escasa participación de los habitantes en el proceso constitutivo del modelo de estado, muchas veces reducido a escasas oligarquías muy influenciadas por las ideas traídas de Europa. La desvinculación ciudadana con respecto al lugar, como se entiende en Europa o en otras partes, va a conducir, en América, al establecimiento de un referente simbólico abstracto desvinculado de cualquier referente localizable, y que pasará más por un código dogmático de aprendizaje más impositivo, desde la escuela o el ejército, de deberes ciudadanos, tales como el voto obligatorio. La patria, en este contexto, no es el resultado de una elección participante sino un símbolo mayormente impuesto.

Ausencia de memoria del lugar

El legado identitario del descendiente de migrante europeo en América va a establecer, en mayor o menor medida, una visión idealizada del origen, como referente individual o incluso dentro del grupo. Este referente proyectado se establecerá como un elemento diferenciador y discriminante con respecto al resto de la comunidad. En consecuencia, tanto el origen europeo caucásico como el origen afroamericano, asiático o mesoamericano pasan a definirse como referente, al igual que en otras partes del mundo, pero en el contexto específico americano adquieren una relevancia más étnica y oficial. Esto va a conducir, incluso, a la materialización de identidades sociales entendidas como un referente étnico más, como en el caso de la denominación de "latinos" en Estados Unidos de América.

Retomando la idea, en muchos de los países americanos, el origen italiano, español o escocés se convierte en un elemento de reconocimiento y clasismo aunque ya no exista vínculo directo con el lugar de origen. El apellido servirá como elemento definidor y juega el rol de identificador social, en una visión étnica, de identidades que, inicialmente, en muchos casos, son más territoriales.

El carácter artificial de esta representación étnico-espacial se manifiesta, por ejemplo, en el caso de migrantes que se identifican con Italia, cuando, de hecho, sus ancestros emigraron incluso antes de la misma unificación y existencia del país. En este caso, han abrazado una identidad ajena pero considerada como la continuación lógica de la transmisión familiar, por encima o en paralelo a su nacionalidad americana. Ello permite explicar la transformación de la identidad, desde una concepción territorial hasta convertirse en étnica, al asentarse en América. En este contexto, el ciudadano de nacionalidad americana seguirá vinculado con una patria de corazón, diversa, aunque no perviva en él ninguna tradición de origen real sino mitificado, como en el caso de italobrasileños, hispanoargentinos, germanochilenos, turcocolombianos o cubanoestadounidenses, por ejemplo. El peso del referente de origen ofusca cualquier capacidad de adaptación, así como de reconocimiento y de vinculación con su nuevo lugar, aunque ello lo acercara, paradójicamente, mucho más a sus ancestros europeos.

La negación del nuevo lugar como articulador del referente en América es uno de los efectos de la anamorfosis del lugar que conduce a una nueva concepción que podemos asociar con la visión posmoderna.

La relación con el lugar se establece en el contexto americano desde el apego hacia las ficciones europeas que conduce a una desvinculación general de la memoria de los lugares reales americanos. Esta situación provoca igualmente una dificultad para entender la continuidad del proceso histórico de los lugares desde referentes dispares (Nora 1984-1993). Mientras que para un europeo el territorio es entendido como el resultado de las interacciones históricas entre distintos actores y referentes desde una visión más diacrónica; en cambio, en América, cada espacio solo podrá ser entendido como la escenificación de un único referente dominante, desde una visión sincrónica (Hobsbawm 1998). El resultado es la aparición simultánea de representaciones espaciales colectivas en paralelo en un mismo lugar, sin posibilidad de poder establecer ninguna interacción ni interpretación colectiva. En consecuencia, esto se traduce en el hecho de que los descendientes de los pueblos mesoamericanos recrean un pasado truncado por los europeos para restablecer una relación más acorde con el lugar real (medio), que se opone frontalmente con la representación espacial que los descendientes de europeos proyectan como una forma de supremacía técnica y política occidental de sus antepasados. Ambas visiones aparecen de forma paralela, sin poder establecer ningún puente de comprensión, incidiendo, para muchos de los descendientes mestizos, en la casi obligación de tener que adoptar una representación determinada.

Una nueva identidad del lugar

En el contexto contemporáneo americano, la disyuntiva con respecto a la identidad bascula entre discursos poscolonialistas de deconstrucción del modelo referencial de origen europeo (Shields 1991) y debates dentro de la posmodernidad. En este artículo se ha pretendido entender el legado europeo en América como el núcleo de una nueva forma de identidad simulada (Soja 2000). En definitiva, ambos discursos se complementan puesto que permiten, por un lado, asumir, tal vez finalmente, el espacio americano como un lugar adaptado a sus ciclos naturales y temporales (en la adopción del calendario astronómico del hemisferio sur o en la adecuación paulatina de ciertas dietas y gastronomías ajenas a las latitudes, como la emblemática feijoada, en Brasil).

Por otro lado, el reconocimiento de la simulación del lugar como una característica americana del referente permitiría liberarse de la anamorfosis y empezar a caminar por una senda propia, desde una revisión referencial en sintonía con el tiempo y el espacio circundante (Augé 1992).

En cualquier caso, la parábola del lugar en el continente americano ha permitido liberar la ilusión y dar rienda suelta a las artes desde una visión nominalista del lugar Las patrias americanas, al existir para poder ser, tienen ahora que aprender a ser para existir por sí mismas, liberándose finalmente de cualquier atisbo de dependencia.


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