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Cuadernos de Geografía: Revista Colombiana de Geografía

versión impresa ISSN 0121-215Xversión On-line ISSN 2256-5442

Cuad. Geogr. Rev. Colomb. Geogr. vol.26 no.2 Bogotá jul./dic. 2017

https://doi.org/10.15446/rcdg.v26n2.55633 

Artículos

Turismo literario, ambientes históricos y “santandereanidad”: representaciones narrativas sobre el territorio santandereano

Turismo literário, ambientes históricos e “santandereanidade”: representações narrativas sobre o território de Santander

Literary Tourism, Historical Environments and “Santanderness”: Narrative Representations of the Santander Territory

Luis Rubén Pérez Pinzón* 

* Universidad Industrial de Santander, Bucaramanga - Colombia. Dirección postal: casa 17A, Barrio El Jardín, Bucaramanga, Colombia. Correo electrónico: lperez14@unab.edu.co. ORCID: 0000-0003-0387-6035.


Resumen

El turismo literario es un campo emergente de la geografía humana y de la historia cultural que redescubre los espacios más significativos de cada territorio por medio de las representaciones narrativas sobre los mismos. Como producto de investigación, el artículo presenta los resultados obtenidos a partir de la crítica de fuentes y el análisis de discurso en doscientas obras literarias que centran su atención en el territorio de Santander (Colombia), durante la primera mitad del siglo XX. Se demuestra así que la construcción del imaginario de “santandereanidad” se asocia con una vasta tradición literaria y está relacionada con la creación de nuevos espacios de identidad y recreación colectiva, como el Parque Nacional del Chicamocha (Panachi).

Palabras claves: Colombia; geografía turística; literatura; Santander; turismo; turismo literario

Resumo

O turismo literário é um campo emergente da geografia humana e da história cultural que redescobre os espaços mais significativos em cada território por meio das representações narrativas sobre eles. Como resultado de uma pesquisa, este artigo apresenta os resultados obtidos a partir da crítica de fontes e da análise de discurso em duzentas obras literárias que se focam no território de Santander (Colômbia) durante a primeira metade do século XX. Demonstra-se assim que a construção do imaginário da “santandereanidade” está associada a uma vasta tradição literária e com a criação de novos espaços de identidade e recriação coletiva, como o Parque Nacional de Chicamocha (Panachi).

Palavras-chave: Colômbia; geografia do turismo; literatura; Santander; turismo; turismo literário

Abstract

Literary tourism is an emerging field of human geography and cultural history that rediscovers the most significant spaces in each territory through the narrative representations about them. Based on an investigation, the paper shows the results of source criticism and discourse analysis of two hundred literary works that focus on the territory of Santander (Colombia) during the first half of the twentieth century. It demonstrates that the construction of the imaginary of “Santanderness” is associated with a vast literary tradition and the creation of new identity and collective recreation spaces such as the Chicamocha National Park (Panachi).

Keywords: Colombia; geography of tourism; literature; Santander; tourism; literary tourism

Introducción

La relación entre turismo y literatura constituye una tendencia creciente, consecuente con las transformaciones socioculturales que han propiciado el fomento del ocio; la inclusión y la multiculturalidad (Magadan y Rivas 2012); y el rechazo a las prácticas de estandarización global. Del mismo modo, dicha relación es una alternativa en busca de la singularidad, puesto que los lectores retoman el viaje temerario para hallar lo significativo o patrimonial de la humanidad (Pillet 2014, 306).

Al ser una expresión de los paradigmas de la postmodernidad, generando la inversión en placer y comodidad postlaboral (Corrado 2015), el turismo literario es una manifestación contemporánea de la búsqueda material de los espacios y ambientes que han sido significativos en la construcción de los imaginarios y representaciones derivados de los escritos literarios. Se trata de textos leídos a la largo de la vida por los residentes, viajeros, visitantes y turistas al llegar hasta los lugares -que propician recuerdos o ensueños- asociados con un autor, edición o creación literaria (Magadán y Rivas 2011a).

El imaginario turístico asociado con el deseo de viajar y vivenciar cada uno de los lugares de la memoria, la imaginación o la inspiración comunicados a través de textos literarios de carácter histórico, anecdótico, ficticio o fantástico (Pérez 2015a), ha conllevado al fomento y promoción del turismo literario como un subsector de la industria del turismo (Magadan y Rivas 2011b). Este es un nuevo campo de acción para los profesionales en estudios literarios en turismo (Corrado 2015), así como una alternativa eficiente para incrementar y consolidar los procesos de aprendizaje de la lengua española, tanto para extranjeros como para hispanohablantes.

Ahora bien, este último aspecto es de destacar, pues articula la motivación por perfeccionar el uso de la lengua castellana y el gusto universal por la literatura hispanoamericana, con el interés mediador del turismo literario por “aumentar y conservar el número y la calidad de personas interesadas en la lengua española y su literatura [al] visitar ciertos lugares que aparecen en los textos de los que se vale el profesor de español en sus clases” (Lozano 2012, 1-2). Así, cuando se estudia la lengua materna de los grandes autores, a través de sus obras emblemáticas, se incrementa al mismo tiempo el número de turistas literarios interesados en conocer “la forma en que los lugares han inspirado a la escritura y al mismo tiempo cómo la escritura ha creado un lugar” (Lozano 2012, 11).

Siguiendo este orden de ideas, durante los últimos diez años en el territorio de Colombia conocido desde 1857 como Santander, el turismo ha sido asumido como la plataforma de desarrollo y competitividad regional para el siglo XXI (Gobernación de Santander 2014). Razón por la cual, desde inicios de siglo se han hecho cuantiosas inversiones para la creación de infraestructura turística, nuevos escenarios y atracciones para los visitantes, mejoramiento de la competitividad vial (Cámara de Comercio de Bucaramanga 2002), e incluso para la creación de nuevos programas de pregrado y postgrado en turismo (Pérez 2016).

El turismo en Santander, a partir de la adopción del proyecto identitario de la “santandereanidad” en 2005 (Guerrero y Pérez 2005) y su afán por “convertir el patrimonio [turístico] en conmemoración de la santandereanidad” (Giedelmann y Rueda 2013, 120), se ha planificado como elemento prioritario para el desarrollo regional. En efecto, el turismo se ha asumido como una estrategia fundamental para el marketing urbano de las capitales provinciales y en esperanzadora “fuente de sostenibilidad e incorporación de múltiples actores sociales del territorio, en ocasiones convocando a los ciudadanos a identificar sus manifestaciones culturales materiales e inmateriales” (Giedelmann y Rueda 2013, 108).

Si bien los diferentes destinos y productos del turismo constituyen elementos centrales de la nueva pedagogía productiva del Estado, y son medios pertinentes para el fortalecimiento del patrimonio tangible e intangible asociados con la “santandereanidad” -siendo considerados el “motor” y atractivo turístico principal de la región (Giedelmann y Rueda 2013, 109) -, es inevitable que esos esfuerzos globalizadores tiendan a monumentalizar o mercantilizar aquellos vestigios y expresiones de la tradición social, la identidad local y la memoria provincial.

Ciertamente, esos lugares de memoria, al ser instrumentalizados y explotados con el desconocimiento de la “cultura viva” de quienes conservan los vestigios del pasado -patrimonio-, y de igual forma, al no existir planes de inserción protagónica y desarrollo socioeconómico, ni fortalecimientos patrimoniales concretos para los anfitriones de esos sitios turísticos, resulta inevitable la mercantilización de la cultura por los agentes y operadores de la industria del turismo.

Tal fenómeno ha sido aprovechado por los gobernantes para justificar, de acuerdo a las políticas turísticas nacionales, la institucionalización de estrategias para la centralización financiera de los emprendimientos turísticos; “la diversificación y el mejoramiento de la infraestructura en la oferta de los servicios culturales de la región” (Giedelmann y Rueda 2013, 116); la restauración o reestructuración de lugares con potencial para ser destinos turísticos; la creación de programas de formación profesional en el sector turismo; y la oferta de nuevos destinos, productos o servicios resultantes de alianzas público-privadas para los visitantes que buscan alternativas “exóticas y entretenidas” entre las prácticas y tradiciones de las comunidades autóctonas.

A la caracterización anterior se agrega que la perspectiva estratégica de los gobernantes y empresarios santandereanos ha apuntado a fortalecer con preferencia el turismo tradicional de recreación, playa y sol ofrecido por las ciudades e islas caribeñas. Para ello se ha fomentado la construcción de acuaparques; la generación de nuevos destinos en ecoturismo asociados con el Parque Nacional Chicamocha y el Ecoparque Cerro del Santísimo; el fortalecimiento de la oferta en turismo cultural de los tres municipios santandereanos, de origen colonial, declarados Pueblos Patrimonio de Colombia, Barichara, Girón y El Socorro (Gobernación de Santander 2014). Lo anterior está aunado a una alta oferta recreativa de balnearios y “lugares de aventura” en San Gil y Bucaramanga, las ciudades circundantes a dichos municipios coloniales (figura 1). Se trata, en últimas, de destinos comerciales que limitan la consolidación de nuevas alternativas de turismo sostenible como son las rutas culturales asociadas con el turismo literario y el turismo histórico, las cuales han sido la base del desarrollo económico de dicha industria en España, México, Cuba o Perú.

Figura 1 Turismo cultural en Barichara, Santander. Fotografía del autor, diciembre del 2015. 

El problema central a resolver en esta investigación tiene que ver con el cuestionamiento al origen de la santandereanidad, como una creación ideológica impuesta por un gobernante de turno (A. Martínez 2005), cuyos referentes no hacían parte del ethos, la memoria ni el destino sociocultural del grupo humano colombiano discriminado como “santandereano” (Guerrero y Pérez 2005). Sin embargo, los resultados de la investigación, en sus etapas de sistematización de fuentes e interpretación y producción de nuevos productos de conocimiento, permitieron evidenciar que después de 1910 una de las primeras tareas de las élites intelectuales y literarias al sur de Santander fue la construcción de un imaginario sobre la santandereanidad (Arias 1947) que los diferenciara de las gentes de Norte de Santander (Romero 1970).

Identidad entendida como el conjunto de rasgos, valores y costumbres de una “raza” histórica (Serrano 1941) ligada a su territorio nativo. Esa representación del espacio está asociada a una geografía turística e histórica estrictamente descriptiva -heredada de las prácticas geográficas del siglo anterior en cuanto a las riquezas y el exotismo regional (Pérez 2015a)-, la cual desconoce las innovaciones de la geografía crítica orientada desde 1930 al estudio teórico de los centros turísticos y el creciente interés por el mercado del ocio (Pinassi y Ercolani 2015, 215 y 218).

Así mismo, la investigación requería analizar las críticas a toda forma de literatura que fuese llamada “literatura santandereana” o “literatura de Santander”, teniendo en cuenta aquello que afirma uno de sus principales críticos: “La literatura santandereana no existe, lo que existe es una literatura escrita por escritores santandereanos o escrita en Santander, que es otra cosa muy distinta” (Acevedo 2005). Sin embargo, durante el proceso de investigación también se reconocía que la construcción de una literatura regional debía estar inscrita a una “tradición”, entendida como la continuidad de expresiones, temas, problemas y visiones de mundo entre diferentes generaciones de autores (Montoya 2016), cuyo principal defecto era no ser “visible en el panorama de las letras nacionales por la carencia de una evaluación crítica y por la falta de divulgación editorial de las obras” (Acevedo 2005).

Metodología

La investigación realizada fue de carácter descriptivo y estuvo fundamentada en los métodos de crítica y contraste hermenéutico del discurso de las fuentes elegidas como muestra para ser estudiadas en profundidad.

El acervo documental consultado procedió de archivos históricos de Bucaramanga, El Socorro y Bogotá; bibliotecas universitarias de Bucaramanga y Bogotá; las colecciones y depósitos legales conservados en la Biblioteca Nacional de Colombia y la Biblioteca Luis Ángel Arango; así como de los archivos bibliográficos de las Academias de Historia de Santander y de Colombia. A partir de la exploración de fuentes consultadas fueron inventariadas, analizadas y catalogadas aproximadamente doscientas obras literarias de carácter narrativo, a través de las cuales se recrean las representaciones de la geografía, el paisaje y los lugares considerados como atractivos -tanto naturales como turísticos- del departamento de Santander durante la primera mitad del siglo XX.

La participación de los jóvenes investigadores integrantes de los semilleros de la Universidad Industrial de Santander (Semillero de Investigación en Turismo Alternativo y Sostenible) y la Universidad Autónoma de Bucaramanga (Semillero de Investigación en Literatura del Estado Nación y el Conflicto Interno), permitió hacer el análisis físico y argumental, así como la catalogación y sistematización de los datos de las obras seleccionadas como muestra específica de estudio (no probabilística: a juicio y criterio). Dicho procedimiento fue realizado por medio del trabajo colaborativo virtual, empleando la construcción y alimentación de una base de datos en línea.

Los criterios de análisis de la muestra elegida, a partir de los autores y textos más representativos de Santander desde 1910 hasta 1960, se centraron en las informaciones denotativas de los destinos, productos, servicios o comunicaciones turísticas -públicas o privadas- que se promovían a través de los mismos. A todo esto se sumó la construcción de índices -toponímico, temático e institucional-, así como el análisis en profundidad de la importancia de las editoriales que promovían la publicación y divulgación de ese tipo de textos.

Tradiciones sobre viajeros

La interrelación funcional de los libros que hacen de las ciudades ambientes literarios y destinos turísticos obligatorios para personas letradas y “civilizadas” se reafirma en casos emblemáticos: las descripciones de Londres hechas por Virginia Woolf, Walter Scott o Charles Dickens; el París de Honorato Balzac o las vivencias de Julio Cortázar en la capital francesa; la Dublín de James Joyce; la Venecia de Thomas Mann; las experiencias de Dostoievski en San Petersburgo; la Nueva York descrita por Paul Auster; Lisboa según Fernando Pessoa; la Madrid del capitán Alatriste en la obra de Arturo Pérez-Reverte; la controversial ciudad del Vaticano de Dan Brown o la ciudad de Barcelona plasmada por Carlos Ruíz; la Buenos Aires vivida y narrada por Ernesto Sábato o Jorge Luis Borges; la ciudad multicultural de México recreada por Carlos Fuentes, Roberto Bolaño y Fernando del Paso; o las contradicciones de la turística Lima desde la perspectiva crítica de Mario Vargas Llosa.

Se trata de experiencias entre la ficción creativa y la descripción vivencial que se remontan a los orígenes mismos de la narrativa hispanoamericana. Antes de ganar el Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, al presentar la obra cumbre de Miguel de Cervantes Saavedra con motivo de su cuarto centenario de publicación (Cervantes [1605] 2004) , recordaba la importancia de volver al Quijote de la Mancha siguiendo las rutas de sus expediciones y aventuras como caballero andante por una España que transitaba de la unificación y la reconquista al absolutismo imperial. Ello se justificaba, según el escritor peruano, porque el “hidalgo cincuentón” quien “recorre las llanuras de la Mancha, heladas en invierno y candentes en verano, en busca de aventuras” estaba obsesionado con resucitar un mundo que “sólo existió en la imaginación, en las leyendas y las utopías que fraguaron los seres humanos” (Vargas Llosa 2004, XIII). Esa había sido la respuesta con la que autor y el personaje central rechazaban un mundo muy real e implacable que se oponía al “quehacer ceremonioso y elegante” de los héroes justicieros y redentores de antaño (Vargas Llosa 2004, XIII-XIV).

Tras la conversión laboral de Cervantes -de recaudador y contador a narrador y editor-, o la transformación mental de Don Alonso en Don Quijote, existía una ambición común: “realizar el mito, transformar la ficción en historia viva” (Vargas Llosa 2004, XIV), constituyéndose esa creación en la obra fundante de la novela moderna. La ficción se apoderó de los personajes de la novela para hacer más llevadero el mundo que habían heredado, así como la ficcionalización de la realidad conllevó a estampar una marca cultural permanente e inigualable para el hispanoamericanismo.

Actualmente -siguiendo el “artificio liberador” de quien vivía encarcelado en su imaginación y contagiaba con su locura a quienes iban tras su cabalgadura-, muchos de los lectores de Cervantes han realizado quijotescas rutas culturales, literarias y turísticas para vivenciar los lugares y ambientes descritos en cada aventura. A la par de la “ruta quijotesca” seguida por autores como Augusto Jaccaci, Rubén Darío y José Martínez Ruíz “Azorín”, renombrados autores santandereanos como Eduardo Caballero Calderón (1939), Blas Hernández (1924) o Pedro Gómez Valderrama (1977) también publicaron sus anécdotas, crónicas, cuentos, estudios, etc., siendo consecuentes con sus añoranzas, lecturas o viajes por la España del Quijote. En esta misma dirección también vale la pena mencionar la compilación de ensayos titulada Cervantes y el Quijote en Santander (Arias et ál. 2000), cuyo estudio introductorio fue compuesto por José Fulgencio Gutiérrez.

Una serie de factores como la magnificencia de Cervantes y su obra; el eterno retorno a su novela andante como punto de partida de la modernidad literaria de Hispanoamérica; así como la multiplicidad de interpretaciones y vínculos de la obra con la identidad de una España que ha encontrado en el turismo una de sus principales fuentes de productividad económica; han conllevado a la creación de productos turístico-literarios como la Ruta de don Quijote. Esta experiencia es considerada el “primer itinerario cultural europeo no transnacional”, el “corredor ecoturístico más largo del continente europeo” (20minutos 2011) y la ruta turístico-literaria más grandiosa del mundo hispanoamericano: al estar compuesta por diez etapas, la ruta, que empieza en Toledo, cruza ciento cuarenta y ocho municipios de la comunidad de Castilla-La Mancha hasta llegar a San Clemente.

Un ejemplo concreto de esa relación entre patrimonio, turismo y literatura en Castilla-La Mancha es la oferta de rutas culturales como la denominada “Ruta de molinos de viento” (España 2015). Dicha ruta, al promocionar “el cerro calderico y sus doce molinos” (Municipio de Consuegra, Provincia de Toledo) o el “Campo de Criptana” (Provincia de Ciudad Real) en donde tres de sus diez molinos “conservan sus mecanismos originales del siglo XVI” (Lozano 2012, 7), le ofrece al turista la oportunidad de revivir con objetos reales del Siglo de Oro español el desventurado lance del ingenioso hidalgo contra una treintena de desaforados gigantes, seres mortales con brazos de “dos leguas” de largo quienes -desde la perspectiva del ingenioso aventurero- enriquecerían a sus victimarios y permitirían prestar un gran servicio a Dios al quitar “tan mala simiente de sobre la faz de la tierra”. Entre tanto, Sancho Panza, en su burda simplicidad de campesino-escudero, no escatimaba esfuerzos para hacerle comprender que “[…] no son gigantes, sino molinos de viento, y en lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino” (Cervantes [1605] 2004, 75).

Seguir a lo largo de España al Quijote -lo cual significa recorrer rutas culturales mediadas por textos literarios que reafirman los destinos seguidos por figuras históricas, héroes nacionales o personajes literarios que revelan la identidad de cada nación-, ha sido una de las tradiciones heredadas por América Latina de la cultura hispano-católica que impuso su impronta civilizadora con la espada, la cruz, la divinidad del monarca… y los libros.

Una aproximación contemporánea indica que la historia del turismo inició con el viaje en tren de la Sociedad de la Esperanza, que siguió el itinerario ofertado y financiado por la agencia inglesa de Tomas Cook en 1841, para cumplir su anhelo de hallar nuevos destinos y servicios (Mincomercio Industria y Turismo 2015). No obstante, las prácticas rituales ibéricas nos recuerdan que, mucho antes de la unión de los reinos cristianos de Iberia, las familias y comunidades parroquiales ya planificaban anualmente expediciones turísticas y comerciales que, bajo el rótulo de “peregrinaciones”, hacían tránsito a lo largo y ancho de Europa y el Oriente Medio. Se trataba de caravanas que requerían una rigurosa logística de abastos, seguridad, alojamientos, etc., las cuales se sumaban a otras que estaban conformadas para trasladar a los bachilleres hasta las universidades de las principales ciudades del continente, así como a las delegaciones que debían marchar desde cada municipalidad para asistir a los actos públicos de las autoridades católicas o los monarcas imperiales (Pérez 2010).

Las gentes hidalgas y comunes de la España del Antiguo Régimen siempre estuvieron viajando, visitando y conociendo diferentes lugares, cercanos o lejanos a su patria natal. Los adelantados, conquistadores y fundadores del orden colonial español en América implantaron en cada ciudad y villa fundada el recuerdo de sus territorios nativos, la advocación de los santos lugares de peregrinación de Santiago, el santo guerrero que los orientó y resguardó en cada una de sus campañas. De allí que múltiples lugares de América, de la Nueva Granada, sean semejantes a los existentes en la ruta jacobea (Credencial Historia 2001).

Se trata de una ruta de carácter religioso perpetuada por la tradición de los creyentes europeos, especialmente peregrinos franceses y españoles, la cual aún cuenta con una centena de caminos que se interconectan entre sí y cuyo interés espiritual, turístico y cultural es reavivado por una permanente producción de textos literarios de carácter oral -leyendas, mitos y tradiciones de los peregrinos-, histórico, ficticio, e incluso de superación personal, como es el caso de la primera novela de Paulo Coelho (1987), resultado de su recorrido místico por la ruta en 1986.

Otra ruta cultural no menos importante por los efectos culturales y socioeconómicos que tuvo en los imaginarios de viajes, riesgos y aventuras de los hispanoamericanos fue la obligada visita y protección de los sagrados lugares de Tierra Santa (Jerusalén). Esta es una tradición iniciada por la cristiana conversa Flavia Julia Helena, madre del emperador Constantino, quien durante su viaje a Tierra Santa solicitó encontrar la ruta de los tres reyes magos y desenterrar la cruz donde murió Jesucristo. El supuesto vestigio hallado habría de constituir un motivo de culto perpetuo de adoración a la Santa Cruz y a a toda reliquia proveniente de Tierra Santa. Flavia Julia Helena fue santificada por su aventura restauradora al emplear como guía únicamente los libros bíblicos y las cartas apostólicas; de cualquier modo, las rutas e intereses ocultos tras su viaje a oriente han venido siendo revelados recientemente por medio de novelas reconstructivas como Inri, del periodista y narrador histórico Fernando Carrasco (2013).

La defensa de los santos lugares de la fe cristiana justificó las intolerantes y desgastantes guerras de fe que, bajo la pretensión de perpetuar la doctrina de Cristo y liberar al mundo de toda herejía, propiciaron la expansión de los reinos e imperios europeos hacia el sur del Mediterráneo, y trajeron consigo la penetración del mundo africano y asiático dominado por los seguidores del Corán y de su profeta (Runciman 1983). De igual manera, peregrinar como Santa Elena hasta los lugares sacros de Jerusalén durante cada triduo pascual -al igual que lo hacían los islamitas a la Meca durante su mes sagrado, o los judíos hasta el templo de Salomón en Jerusalén-, fue un aliciente para ofrecer el pleno perdón de los pecados de los cristianos más pudientes y se constituyó en la única forma con la que las órdenes religiosas católicas que se hicieron cargo de los mismos podían obtener ingresos para sustentar su continuidad, defensa y apertura ritual al peregrino de occidente (Waugh 2012).

Los reyes católicos españoles, como principales promotores de esa causa durante el siglo XVI, propiciaron que sus vasallos de los reinos de ultramar aportaran periódicamente donaciones y limosnas (Lafaye 1997), ofreciéndoles a cambio las cuestionadas bulas para la salvación de sus almas. Esta tradición contribuyó a la reafirmación y dominio de los vecinos principales como de las familias más pudientes, al contar con las riquezas y la pureza de sangre suficientes para prestar las elevadas ayudas económicas necesarias a la causa de la Corona, en nombre de Dios (Pérez 2010). Se trata de un fenómeno sociocultural ampliamente descrito en las recreaciones narrativas coloniales acerca de notables, como la Marquesa de Yolombó [Antioquia] de Tomás Carrasquilla (1926) o el Alférez Real [Cauca] de Eustaquio Palacios ([1886] 1954), en contextos donde primaba la sociedad de castas, la explotación esclavista de la minería y la prosperidad material expresada en los títulos y hábitos nobiliarios al occidente de la actual Colombia.

Hoy en día, España ofrece rutas en turismo literario asociadas con sus escritores más reconocidos. A lo largo de Teruel se pueden revivir los lugares del Cid. La ciudad de Soria fomenta los lugares de la vida pública y privada de Antonio Machado o Gustavo Adolfo Bécquer. También oferta rutas relacionadas con una de las etapas vitales y creativas de Antonio Machado; de igual modo, Segovia ofrece recorridos para el reencuentro de los seguidores de la obra de San Juan de la Cruz con su lugar de origen.

De esa misma época, género literario y lugares de memoria es la oferta turística de Salamanca referente a Santa Teresa de Jesús, donde también hay un museo sobre Miguel de Unamuno. Santiago de Compostela, a la par de los servicios asociados con la ruta jacobea, oferta recorridos asociados con la vida de Ramón del Valle-Inclán. Coruña ofrece museos y rutas relacionadas con Pablo Picasso, Emilia Pardo Bazán y Wenceslao Fernández. Por otra parte, los primeros años de vida de Benito Pérez Galdós pueden ser vivenciados en Las Palmas de Gran Canaria (Pico 2014).

En Arousa Norte (Galicia) para promocionar el Museo de Valle-Inclán, sus guías visten y actúan de manera acorde con la época del autor. En Madrid, el Instituto Cervantes (Rutas Cervantes 2015) fomenta rutas literarias asociadas con la vida o los sitios históricos que frecuentaban autores como Hemingway, Lope de Vega, Cervantes, Quevedo, Benavente, Pérez Galdós, Pío Baroja, entre otros. Una experiencia literaria y turística paralela es ofrecida de manera semejante en la ciudad de Londres, donde se invita a los viajeros que recorren Europa a llegar hasta los lugares de la memoria asociados con el legendario W. Shakespeare (Stratford-upon Warwickshire), a las casas museos relacionadas con Sherlock Holmes; o a los sitios visitados por Harry Potter, etc., siguiendo para ello una iniciativa llamada Get London Reading (Corrado 2015). Atenas ha apelado a la misma experiencia promoviendo rutas que articulan sus ruinas arqueológicas con los lugares de memoria para las filosofías y la literatura de pensadores clásicos como Sócrates, Jenofonte, Aristóteles, Calícrates, Aristóxeno, Platón, etc.

Respecto a la experiencia madrileña en turismo literario es de resaltar la ruta denominada “Un Madrid literario”, promovida por el Patronato de Turismo de Madrid. Recorrido que inicia en el barrio de las Letras, en donde “tres siglos atrás, se estrenaron allí con gran devoción, en los corrales de comedias, las obras más importantes del teatro español” (Lozano 2012, 4-5). El recorrido continúa hasta la iglesia de San Sebastián, en donde fueron honrados los cadáveres de Cervantes, Lope de Vega y Espronceda. Después la ruta sigue por la calle de Quevedo y, mientras se recuerdan sus rivalidades con el también poeta Luis de Góngora, se pasa por la casa de Lope de Vega que fue reconstruida y ocupada por la Real Academia de la Lengua. Finalmente, la experiencia turística y literaria termina “frente a la casa de Cervantes, donde se imprimió la primera edición de El Quijote” (Lozano 2012, 5).

Esos destinos, rutas y servicios turísticos, donde el libro es el protagonista y la razón de visita del viajero, evidencian además que las autoridades y planificadores turísticos al optar por el fomento del turismo literario deben considerar la relación entre el lugar de destino y su cotidianidad, así como los atractivos geográficos y culturales que, al ser narrados en la obra, se pueden reconocer en su contexto. Atractivos de cada región narrada que los autores recrean e invitan a visitar a lo largo de sus obras. Así mismo, se requiere que

[…] con base en la narrativa se desarrolle la oferta turística construyendo conexiones con el autor y la obra, un entorno atractivo con infraestructura turística con calidad, la conexión con los valores, emociones, cultura, memoria, entre otros, para definir la ventaja competitiva frente a otros destinos. (Tobón 2015)

Viajeros y literatura de Santander

La literatura es en esencia un viaje, “una forma de hacer turismo” (Magadan y Rivas 2011a, 9) a lugares y épocas remotas cuyos vestigios siguen impactando nuestro tiempo, tal y como se evidencia en la narrativa histórica de Víctor Hugo o León Tolstoi. También permite validar las denuncias y contrariedades que pueden experimentar los seres “civilizados” contemporáneos al recorrer los extremos de su mundo en desarrollo a través de la narrativa comprometida de militantes políticos como José Saramago o Mario Vargas Llosa. Incluso a través de viajes extraordinarios se visionan las condiciones de vida, progreso y comodidad anhelados, como lo propone la literatura de ciencia ficción de autores como Julio Verne, H. G. Wells o Isaac Asimov.

La literatura y los espacios simbólicos han sido esenciales para la conformación y consolidación de los proyectos de nación de los estados en formación, así como para la reafirmación de los sentimientos de patria e identidad territorial. Ese ha sido el caso de Santander, un territorio ficticio y una comunidad imaginada (Anderson [1993] 2006) creada en 1857 al disponerse por fuerza de ley la unión político-administrativa de las provincias de Vélez, Socorro, Pamplona, Cúcuta y Ocaña, las cuales tenían sus propias cosmovisiones e interrelaciones socioculturales (Pérez 2006). Este es un período histórico durante el cual no se construyó un simbolismo patrio -himno, bandera, escudo, lema, etc.- ni se publicó una literatura identitaria del territorio, exceptuando algunos manuales escolares (Pérez 2015b) y relatos sobre las guerras y conflictos civiles que se iniciaron o concluyeron en sus breñas (España, Atehortua y Palencia 2006).

Los miembros de la Comisión Corográfica (1850-1852), antes de la existencia misma de ese Estado soberano, establecieron el primer circuito turístico literario entre las provincias mencionadas -donde están inmersas las relaciones socioeconómicas que justificaron su integración como un solo territorio-, y demostraron a lo largo de su peregrinación la importancia de revisar y citar los textos literarios que habían descrito o relatado las condiciones coloniales y republicanas de dichos territorios. En este contexto cabe destacar las crónicas religiosas de Fray Pedro Simón (1892), Basilio Vicente de Oviedo (1930) y Juan Eloy Valenzuela (A. Martínez 2006), los informes de los funcionarios virreinales y republicanos, así como las narraciones apologéticas de origen anónimo acerca de la rebelión comunera, la revolución emancipadora o la insurgencia independentista y libertadora.

En el mismo orden de ideas, las descripciones corográficas de Manuel Ancízar constituyen referentes contemporáneos para reafirmar el potencial ecoturístico interprovincial de los Andes colombianos (Barbosa 2007); las tradiciones gastronómicas y los diseños urbanos que atraen al turista cultural; la creación y fomento de rutas turísticas literarias basadas en las narraciones y vivencias de los viajeros de mediados del siglo xix; así como para redescubrir los textos que, libro en mano, iban consultando viajeros foráneos como el mismo Ancízar o Agustín Codazzi durante su llegada y alojamiento en cada distrito o capital cantonal de las Provincias de Vélez y Socorro, en el extremo sur de Santander. Un buen ejemplo de ello son las descripciones y relatos acerca de la amabilidad y hospitalidad “comunera”:

No desdice el interior de Simacota de lo que su vista lejana promete. Es ejemplar el aseo de las calles y casas, y entre los moradores no se encuentra un solo vago: todos están consagrados al cultivo de los campos, de donde procede que los alrededores del pueblo se hallen cubiertos de sementeras hasta la cima de los cerros y formen paisajes tan hermosos como frescos y variados. El tejido de lienzos y mantas, la fabricación del jabón, velas de sebo, alpargatas, sogas de fique y otros objetos de industria doméstica, proporcionan ocupación ventajosa a las mujeres y a no pocos hombres, siendo tanta la sencillez y bondad de las costumbres, que en el espacio de un año tan solo 7 individuos delinquieron y fueron juzgados: 3 por hurtos menores y 4 por injurias, lo cual nada significa en un poblado de 8.000 habitantes. Existen allí algunos vecinos de molde antiguo, benéficos y honrados, que ofrecen chocolate y agua en vasijas de plata maciza, y tratan a sus subordinados como amigos: ellos dan el tono a los demás en cuanto a modales y comportamiento, y hacen los oficios de mediadores y pacificadores de disputas; ellos protegen la enseñanza primaria de niñas y niños en dos escuelas con que se honra el pueblo, y con su hospitalidad obsequiosa graban en la memoria del viajero recuerdos muy agradables1 de Simacota. (Ancízar 1853, 143-144)

Turismo cultural y vivencia literaria: la ruta de “los comuneros”

Aunque no siempre sea el objetivo final de sus creaciones, los literatos establecen a lo largo de sus textos un sinnúmero de pistas, rutas o circuitos que se constituyen en referente a seguir por los lectores, especialmente por aquellos que -desde su condición de seguidores, estudiosos, investigadores, críticos, etc.- buscan vivenciar a través de recorridos reales las fuentes de inspiración, reflexión o reacción que se proyectan y preservan al reencontrarse con los espacios de memoria imaginados, evocados o perpetuados en cada obra (Tamayo 1999).

Esas rutas pueden estar explícitamente establecidas en la obra o ser inferidas por los lectores. Para vivenciar los lugares de la antigüedad conservados, olvidados u ocultos que visitó Heródoto -el primer viajero, reportero e historiador internacional en el siglo v a.C.-, el escritor polaco Ryszard Kapuściński, ganador del Premio Príncipe de Asturias, compiló los trayectos que él mismo realizó siguiendo las descripciones y pistas del heleno por el Mediterráneo y Oriente Próximo en la obra Viajes con Heródoto (2006). Este recorrido reconstructivo está en la misma línea de la idea de los defensores de la auténtica “ruta quijotesca”, en tanto que pretende “centrarse únicamente en los lugares citados o reflejados en la inmortal novela, con el fin de potenciar los escenarios más destacados, para así incentivar su lectura que debe seguir siendo un objetivo preferente” (Pillet 2014, 302).

Para la contemporaneidad, el mejor caso de una ruta a seguir con rigor, detalles específicos a tener en cuenta y multiplicidad de vivencias multiculturales es el caso del viaje propuesto por Julio Verne (2003) en su obra La vuelta al mundo en ochenta días [1872-1873], la cual despertó la imaginación matutina de los lectores franceses al ser publicada durante cuarenta y seis entregas -del 6 de noviembre al 22 de diciembre de 1872- en Le Temps, para ser lanzada un mes después en el formato de libro al concluirse las entregas periódicas.

La ruta adoptada rigurosamente por el personaje principal, haciendo sellar su pasaporte en cada puerto, así como siguiendo el itinerario sugerido en el Morning Chronicle (2 de octubre de 1872) y las conexiones de los transportes dispuestas en la Bradshaw’s Continental Railway, SteamTransit and General Guide, ha propiciado hasta nuestros días que Verne, quien no vivenció ninguna de las aventuras etnológicas ni científicas de sus personajes, mantenga la atención de los lectores hasta el regreso de los personajes a la imperial Londres.

Esa conversión de los espacios literarios y sus intencionalidades narrativas en lugares visibles -a través de convenciones o puntos geográficos trazados en un mapa, plano o guía de desplazamiento-, reafirma la importancia que tienen los imaginarios socioculturales en la construcción de circuitos turísticos desde la perspectiva de rutas literarias. En este contexto, el imaginario social se entiende como el “conjunto de creencias, imágenes y valoraciones que se definen en torno a una actividad, un espacio, un período o una persona (o sociedad) en un momento dado”; sin olvidar que puede manifestarse y reafirmarse a través del imaginario o hecho turístico, asumido a su vez como “las numerosas manifestaciones del proceso societario de viajar” (Hiernaux 2009, 113-117).

Cada imaginario se sintetiza en idearios que justifican y guían las conductas, deseos y necesidades creadas o asumidas por las personas como imprescindibles. En este caso, por los lectores o consumidores literarios dispuestos a desplazarse y reencontrarse con sus textos o autores de interés a través de experiencias turísticas asociadas con un nuevo “paraíso” (Hiernaux 2009, 18). De igual modo, al optarse por el alejamiento de la cruda realidad cotidiana para sumergirse en “segundas residencias”, a través de las cuales se busca percibir una dimensión dual entre la realidad y la ficción proyectadas desde los textos literarios, se da un reencuentro con espacios para la vivencia fantástica o la redención creativa.

Cada representación literaria asociada a una experiencia turística requiere que el destino receptor de visitantes o “turistas literarios” cuente con una multiplicidad de políticas, infraestructura, servicios y articulaciones logísticas consecuentes con las búsquedas de los lectores: guías de viaje y orientadores especializados, eventos temáticos, atractivos turísticos institucionales -museo, ferias, monumentos-, espacios de encuentro como los cafés literarios o sitios asociables con el “turismo de librerías”. También son de particular importancia los “lugares de inspiración” específicamente diseñados, conservados u orientados a satisfacer las expectativas creativas o recreativas asociadas con un autor, obra, personaje o comunidad imaginada (Corrado 2015).

A su vez, la diversidad de criterios de oferta evidencia que existe una multiplicidad de perfiles, personalidades, estilos y formas de vivir la experiencia turística literaria por parte de los lectores que buscan recorrer un circuito o ruta literaria. En este sentido, se destacan los turistas literarios intelectuales (que buscan ampliar o validar sus conocimientos); sensoriales (quienes buscan explorar con sus sentidos y recrear las sensaciones de sus autores o personajes, en los lugares precisos); contemplativos (son críticos o escépticos, prefieren adoptar una conducta pasiva al mantener distancias psíquicas y emocionales); y en especial, los visitantes “participativos” quienes se caracterizan por “involucrarse psíquica y emocionalmente con el entorno, conducta activa” (Corrado 2015).

Esa búsqueda de una experiencia literaria integral -al articularse la imaginación ficcional del autor con la experiencia reconstructiva del lector cuando este visita los lugares reales empleados con propósitos creativos-, reafirma a su vez la tipicidad de variantes del imaginario y la experiencia turística. En efecto, algunos visitantes optan solamente por conocer los lugares asociados con la vida del autor, contemplar los supuestos ambientes o sitios que se describen o infieren de una obra, o en un ámbito más completo poder vivenciar los itinerarios que recorren los personajes. Para todo esto es necesario detenerse en los lugares vitales del autor, o realizar acciones imitativas en los espacios recorridos por los personajes (Corrado 2015).

Considerando dichas circunstancias, la creación y puesta en uso de circuitos o rutas turísticas y literarias requiere considerar múltiples factores que propicien la visita del lector a un destino de interés cultural de índole turístico, así como la articulación de las instituciones y los gremios para generar políticas y planes de gobernanza que atiendan esos aspectos concretos de la demanda especializada (Pérez 2016).

Ahora bien, entre los factores que regulan la oferta y demanda del turismo literario están en primer lugar los libros -referentes textuales, guías de viaje, casos y vivencias significativas, etc.-; los autores -su obra, sus lugares, vivencias, objetos personales, correspondencia, etc. -, los personajes -recreaciones vivenciales, interacción con los contextos, articulación de comunidades- y, además, la variación de los intereses de acuerdo al grado de intelectualidad del visitante -oferta preferencial para turistas culturales, ampliación de la búsqueda de conocimientos por medio de eventos informales o actividades de educación formal, etc.- (Corrado 2015).

Existen otros factores complementarios adicionales como son: los niveles de lectura y conocimiento de la obra de un autor; los factores de competitividad al equilibrar la relación entre distancias, precios e intereses turísticos; la complementariedad con otros atractivos o tipos de turismo -turismo histórico o etnohistórico, ecoturismo, agroturismo, turismo de playa, turismo de aventura, etc.-; y los estímulos para los turistas que atraen, invitan o gestionan la presencia de otros visitantes. Especialmente debe considerarse la satisfacción de la dimensión subjetiva del turismo -contemplación romántica o colectiva, imaginarios turísticos, búsqueda de la alteridad, etc.- (Corrado 2015).

Así mismo, el cumplimiento y satisfacción de los factores mencionados se vuelve un referente para la construcción y mejoramiento permanente de los circuitos o rutas literarias, articuladas a las ofertas de turismo cultural. Desde la perspectiva de Melina Corrado, influenciada por las propuestas de Magadan y Rivas (2011a), el diseño y fomento de un circuito literario requiere cumplir con criterios estratégicos como son:

1) Analizar la obra en busca de potenciales puntos de interés. 2) Realizar el inventario preliminar de los sitios potenciales. 3) Filtrar aquellos lugares que no existen en la actualidad. 4) Reestructurar el inventario. 5) Nueva selección de puntos en función de otros factores. 6) Diseño preliminar del circuito. 7) Revisión. 8) Presentación final. (Corrado 2015, 46-50)

Esos criterios universales han sido vivenciados desde la experiencia regional santandereana con miras a consolidar el turismo como industria alternativa, altamente productiva, aprovechando para ello la multiplicidad de opciones asociadas con el turismo cultural, literario e histórico. El ejemplo más representativo de ello fue el proceso de investigación, diseño y divulgación interinstitucional para la creación y promoción de la “ruta de los comuneros” al interior de la ciudad del Socorro. Dicha ruta, si bien fue concebida y definida como parte del Plan de Ordenamiento Municipal del 2008 al 20112, no ha sido diseñada ni implementada como parte de una ruta caminera y de un circuito urbano integral de carácter turístico, literario, histórico, patrimonial, cívico, etc., ya sea público o interinstitucional.

Para tal fin, se empezó por explorar y comprender cómo la literatura nacional, y en particular la literatura santandereana del siglo XX, se ha caracterizado por dedicar varias obras de diferentes géneros al movimiento social de los comuneros (1781-1782), especialmente al capitán José Antonio Galán, como parte de los procesos y gestas pre-independentistas. Muchas de esas obras fueron integradas a relatos como el de José Fulgencio Gutiérrez (1939), titulado Galán y los comuneros: (estudio histórico-crítico), cuya divulgación regional se hizo a la par de la revisión histórico-literaria de Germán Arciniegas.

El interés por J. Galán y los comuneros resurgió con las conmemoraciones del centenario de su nacimiento o su gesta, y con el proyecto de una nación regeneradora de sus valores y principios fundacionales por medio de creaciones literarias como Los comuneros: zarzuela en tres actos y en verso (López de Ayala 1855); José Antonio Galán: episodios de la Guerra de los Comuneros (Acosta 1870); Centenario de los comuneros y Episodios novelescos de la historia patria: la insurrección de los comuneros (Briceño 1880, 1887); Los comuneros: drama histórico de cuatro actos y Galán, el comunero: novela histórica del santandereano Constantino Franco Vargas (1888, 1891). A la par del rescate y divulgación de obras como El vasallo instruido en el estado del Nuevo Reino de Granada y en sus respectivas obligaciones del religioso capuchino J. de Finestrad ([1905] 1997).

Otras obras de reflexión literaria y ensayística continuada son Los comuneros (Posada 1905); La revolución de los comuneros colombianos (Samper 1936); La revolución de los comuneros colombianos (Díaz 1937); Los Comuneros (Arciniegas 1938); Los comuneros (MacLeish 1938); Los comuneros (reinvidicaciones históricas y juicios críticos documentalmente justificados) y Del vasallaje a la insurrección de los comuneros: la Provincia de Tunja en el Virreinato (Cárdenas 1945, 1947) y Los capitanes de la gleba: Galán el comunero (Posada 1946).

En cuanto a revisiones renovadas como preámbulo al bicentenario comunero se citan: Revolución de los comuneros y las capitulaciones de Zipaquirá (Rodríguez Plata 1956); La rebelión de Galán el comunero (Torres Almeyda 1961); El alzamiento (Castellanos Tapias 1962); El movimiento revolucionario de los comuneros (Posada 1971); La rebelión del común (Pinto Escobar 1976) y Revolución de los comuneros (Gómez 1978). Temas y títulos cuya continuidad se evidencia hasta nuestros días en obras regionales como José Antonio Galán: el comunero de Miguel Ángel Pérez Ordoñez (2010).

Así mismo, autores reconocidos por sus reflexiones acerca de los problemas y movimientos sociales colombianos han centrado su interés en ese hecho histórico y literario; tal es el caso de Los comuneros en la pre-revolución de independencia: 1781-1981 (García 1981); El memorial de don Salvador Plata: los comuneros y los movimientos antireformistas (Lucena Salmoral 1982); Los comuneros: guerra social y lucha anticolonial (Aguilera 1985); y Camino que anda (Soto Aparicio 2013).

Por otro lado, están los estudios interdisciplinarios de gran rigurosidad realizados por investigadores extranjeros, publicados con motivo del sesquicentenario y el bicentenario comunero: The Comunero Rebellion of New Granada in 1781, a Chapter in The Spanish Quest for Social Justice (Phelps 1951), El pueblo y el Rey: la revolución comunera en Colombia, 1781 (Phelan 1980), Rebelión comunera de 1781 (Friede 1981) y Los comuneros olvidados: la insurrección de 1781 en los llanos del Casanare (Rausch 1996).

El impacto que tienen esas representaciones literarias en la actualidad fue validado en el 2014, al articularse la multiplicidad de referentes narrativos sobre los potenciales literario, turístico e histórico asociados con el imaginario social de los comuneros. Así, se optó por establecer y delimitar el inventario de los sitios potenciales que podrían hacer parte de una ruta turístico-literaria relacionada con lo acontecido en la actual provincia “comunera” de Santander, entre 1781 y 1782. La selección de los lugares preservados en la ciudad de El Socorro -para justificar o asociar su existencia con los espacios de la memoria-, hizo necesario identificar e interrelacionar los edificios y espacios públicos, religiosos, gremiales y particulares que fueron escenarios del levantamiento comunal (marzo-junio 1781), antes del avance invasor del ejército de los comunes hacia Santafé (Pérez 2015d).

Con el apoyo de los investigadores en formación del Semillero en Turismo Alternativo y Sostenible de la Universidad Industrial de Santander, se emplearon los formatos para la identificación e inventario de bienes inmuebles del patrimonio local del Ministerio de Cultura de Colombia. De igual modo, se sistematizó y socializó entre los miembros del semillero la información recolectada, obteniendo como resultado la delimitación de una ruta compuesta por doce sitios de interés turístico y literario directamente relacionados con el imaginario sociocultural de “los comuneros”, a saber: Iglesia La Chiquinquirá; Hijuelas en la Antigua Calle de los Cuarteles; Casa del Comercio (Estanco del aguardiente); Casa Primer Hospital (Casa del Primer Alférez Real del Socorro y sede del primer cabildo de la Región); Capilla Inmaculada (Panteón de próceres y capilla del antiguo cementerio); Ermita, templo parroquial y Catedral Nuestra Señora (1683); Casa de Berbeo; Parque de la Independencia; Monumentos a Manuela Beltrán y José Antonio Galán; Casa de la Cultura del Socorro y, Capilla de Santa Bárbara adjunta al Convento de San Juan Bautista de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos (Pérez 2014).

La interrelación entre los lugares históricos conservados y los espacios literarios asociados con la gesta comunera permiten recrear, a través de una guía urbana, las doce estaciones de la ruta caminera propuesta. Una primera parte del recorrido está directamente relacionada con los orígenes, la prosperidad comercial y las causas de la rebelión comunera (1680-1780) [paradas 1-5]; la segunda parte corresponde a los hechos asociados con la plaza mayor en donde acontecieron los principales sucesos de las gestas independentistas (1781-1819) [paradas 6-10]; para finalmente vivenciarse una tercera etapa relacionada con las consecuencias sociales y morales del levantamiento insurgente (1782-1810) [paradas 11 y 12].

Así mismo, esos subgrupos de paradas demuestran que se requiere concentrar a los visitantes en la parte baja y plana al occidente de la actual ciudad de El Socorro, junto a la autopista Bucaramanga-Bogotá, para posteriormente continuar el recorrido a pie de sur a norte por la carrera 14 (antigua carrera real), pasando por los templos y parques más importantes de la ciudad. Finalmente, la ruta implica ascender hasta el punto más alto y empinado al oriente de la ciudad por medio de la misma calle 14. Desde allí, hace doscientos años, se continuaba el viaje hacia las provincias neogranadinas de Duitama, Casanare, Pamplona, Girón, Antioquia, etc.

Turismo, literatura y paisaje: El Chicamocha

Los espacios literarios son espacios imaginarios, muchos de ellos con estructuras y procesos urbanísticos definidos; tal es el caso del Macondo de García Márquez, la Comala de Rulfo o la Santa María de Onetti, entre otras muchas ciudades imaginarias a las que de forma recurrente vuelven lectores y autores para hacer una arqueología literaria de sus referentes de origen (Vargas 1985, 86-87).

Crear mundos fantásticos, al igual que recrear las ciudades literarias desandando los lugares visitados o rememorados por cada autor, son ejercicios que constituyen -desde la perspectiva del turismo cultural y la literatura social (o activa) - experimentos cronísticos que llevan a la composición de geografías y guías turísticas, las cuales prolongan y proyectan a través de diferentes generaciones los efectos originales de las narraciones literarias (Curiel 2004).

La recreación de los espacios citadinos por medio de la “prosa turística” ha permitido reafirmar la condición de “animal urbano” de múltiples autores, quienes desde el contexto en el que coexisten articulan el discurso literario con las vivencias sociales que lo preceden. Simultáneamente, ofrece a otros lectores guías útiles sobre la historia política, natural, sobrenatural y accidental, partiendo de los problemas cartográficos propios de ciudades imaginarias e imaginadas por autores-lectores, los cuales, de forma “ética y lúdica”, conciben y sugieren los mapas apropiados para seguir las rutas turístico-literarias más fidedignas con los textos inspiradores de esos esfuerzos hermenéuticos (Torres 2015).

A la par del Potter Map -que recrea la secuela literaria y cinematográfica creada por J. K. Rowling (Magadan y Rivas 2011a, 10)-, uno de los ejemplos mejor logrados en cuanto a las experiencias de autores y lectores que desandan las rutas fantásticas, imaginadas o autobiográficas de una obra y autor para ilustrar a aquellos que deseen percibir esas mismas emociones son las publicaciones impresas y digitales divulgadas por los admiradores de En busca del tiempo perdido (1908-1922) de Marcel Proust. Esta obra es considerada el texto fundacional del turismo literario (o turismo de interior), pues la publicación de cada una de sus siete partes (1913-1927) era en sí misma una invitación para que los lectores optaran por emprender un viaje que atraviesa Francia desde París hasta Normandía. A través de dicha ruta es posible redescubrir los lugares, paisajes y emociones estéticas del autor que se confunden tanto con sus recuerdos de infancia como con sus pulsiones de joven adulto.

El viaje por Francia es una experiencia de redescubrimiento del autor mismo en busca de la imaginaria ciudad de Balbec -concebida por Proust como lugar veraniego y de liberación de la aristocracia parisina en la costa de Normandía-, que requiere reconocer los lugares de su memoria y cada uno de los paisajes que atraen a los lectores a evocar como propias las emociones del autor. Con respecto a sus lugares de la memoria el autor expresaba en Por el Camino de Swann que: “Estas evocaciones voltarias y confusas nunca duraban más allá de unos segundos; y a veces no me era posible distinguir por separado las diversas suposiciones que formaban la trama de mi incertidumbre respecto al lugar en que me hallaba” (Proust [1913] 2007, 4).

Al rememorar o imaginar los lugares más significativos, sus recuerdos se transformaban en extensas descripciones donde las especulaciones de los personajes permitían “construir toda una ética del paisaje y una geografía celeste de la Normandía”. Proust también podía concebir y extrapolar las posibilidades de los lugares imaginados, consecuentes con otros lugares contemplados desde esa misma infancia, donde era posible conocer a todo el mundo sin conocer a nadie (Proust [1913] 2007, 74).

Proust demostraba así que la ficción literaria tiene la capacidad de introducirnos en espacios y atmósferas tan verosímiles como la experiencia vital que cada autor pretende recrear con sus relatos sobre lo vivido; este proceso pasa por descripciones que fusionan diferentes lugares y momentos válidos para ciertos grupos humanos, cuya materialización estética los hace creíbles como lugares de la memoria para los lectores universales. Esta es una experiencia entre imaginar lo vivenciado y vivenciar lo imaginado, en donde “el Balbec de la imaginación se rebela contra el sistema de contigüidades obligadas que en general tiende a la heterogeneidad; se rebela, en fin, contra la diferenciación de formas y segmentos que correspondan a otros semejantes en la realidad” (Pimentel 2001, 55).

Las formas y segmentos que se asumen como realidad tienden a ser vistos y percibidos de múltiples formas dependiendo de la época, usos y connotaciones estéticas asociados con los mismos. Los lugares salvajes, malsanos y temidos del pasado tienden a convertirse en los atractivos turísticos, ecológicos, estéticos y literarios de la contemporaneidad. Viajar hasta el interior de los otrora “lugares corrompidos y desencantados” resulta semejante a un viaje místico al interior del alma humana (Malagón 2015), esta es una forma de liberación del paradigma occidental de sedentarismo y conurbación de la imaginación.

El paisaje cultural heredado (Zarate 2016, 21), al articularse con las dinámicas del territorio, la literatura y el turismo, se constituye en objeto de interés turístico cultural, convirtiéndose en un paisaje literario que supera la tradicional imagen que se tiene del paisaje desde la perspectiva de los libros de viaje, novelas y poemas (Pillet 2014, 297). Así, para el turismo cultural, la apropiación del paisaje desde una perspectiva literaria conlleva al turismo hacia el interior al centrarse en las “herencias culturales locales” y en el patrimonio cultural territorial. De igual modo, estimula el mejoramiento en la calidad territorial en tanto que el atractivo literario del paisaje propicia diversas prácticas socioculturales en micro-espacios específicos “que refuerzan la identidad y confieren una mayor competitividad a los territorios” (Pillet 2014, 298).

La identidad local asociada con las representaciones literarias de los recursos físicos y naturales de un territorio de interés cultural, de origen histórico o creado como consecuencia de un éxito editorial, se caracteriza por la identificación de elementos patrimoniales asociados con el medio natural y sus núcleos urbanos de carácter histórico; por los vestigios de la arquitectura de diferentes épocas; usos del suelo; tradiciones populares; etnogastronomía; prácticas productivas y demás criterios considerados para declarar una forma particular del paisaje como parte del patrimonio de toda la humanidad (Oviedo 2014, 19-36).

La reconstrucción de los paisajes como microterritorios de interés social y cultural -reafirmados por los relatos y las descripciones literarias de los viajeros o narradores, así como por la vivencia cotidiana o la visita turística de los lectores-, conlleva a un continuo redescubrimiento de los paisajes y espacios nativos a partir de la manera como cada escritor observa y “transcribe el paisaje con sus palabras, lo recrea y lo transforma desde su personalidad” (Arencibia 2009, 127). Esa relación entre habitantes cotidianos, escritores y lectores como visitantes ocasionales o distantes, propicia el reconocimiento de la infinidad de matices y percepciones que se asocian con un paisaje a través del tiempo.

En el caso de Colombia, y en el caso particular de las provincias que conforman el territorio de Santander, un paisaje que ha cumplido esa condición de patrimonio mixto -natural y cultural-, símbolo de la identidad colectiva (“paisanaje”) y fenómeno de recurrente interés literario es el cañón del río Chicamocha. Antes de constituirse en un destino turístico de interés internacional, asociado con los servicios prestados por el Parque Nacional del Chicamocha (Panachi) desde el 2006 y con la marca Santander: Tierra de Aventura, el Chicamocha ya permitía confirmar que leer era un viaje de la imaginación a través de los relatos sobre lo vivido, y que propiciaba el interés universal de todo lector a visitar los lugares narrados por sí mismos, guiados por las pistas de los autores y sus obras, resistiéndose a la influencia de las guías impresas o los planes ofertados por operadores turísticos (Pillet 2014, 300).

Sin embargo, la popularidad y atractivos del río, el cañón, el parque, el topónimo, el territorio, etc., nominados “Chicamocha”, han sido cambiantes a través del tiempo. En efecto, su interés geológico, ecológico o estético ha fluctuado con la pluma y visión de quienes lo observaron desde la distancia al atravesarlo de extremo a extremo, siguiendo los viejos caminos empedrados de los arrieros. Es por ello que la visión y narración del paisaje patrimonial asociado con el fenómeno cultural que representa el Chicamocha se consideran subjetivas y relativas al ser esencialmente “lo que se ve y no lo que existe” (Pillet 2014, 304). Es decir, cada generación de escritores ha observado, relatado y destacado aquello que considera fundamental para su generación, sin ser esa representación la mejor descripción del fenómeno natural total. De allí que los intereses corográficos propios de las descripciones de Manuel Ancízar no coincidan con las miradas simbólicas en los ensayos de Vargas Osorio, ni con las reflexiones académicas de los científicos promotores de su condición de Patrimonio de la Humanidad (Oviedo 2014, 19-36).

Esa dualidad entre vivencia y expresión también está relacionada con el devenir mismo de la literatura de viajes, lo que se evidencia en la primacía que tienen los relatos acerca de las ciudades y los centros poblados en los índices toponímico y de destinos turísticos, elaborados a partir de las cien obras identificadas e inventariadas como literatura de Santander, durante la primera mitad del siglo XX (UIS 2015). Acorde con la tradición heredada del siglo XIX, los atractivos y destinos turísticos de la actualidad eran anteriormente espacios exóticos ligados a la vida urbana. El principal interés tanto de viajeros como de escritores resultaba ser la recreación de los diferentes ambientes, costumbres, problemas, injusticias, dinámicas culturales, etc., que se concentraban en la ciudad, al ser este el espacio simbólico donde el progreso y la urbanidad civilizatoria se materializaban (Harker 1933).

De los 550 términos asociados con topónimos mencionados en las catorce obras literarias seleccionadas como muestra de análisis por los estudiantes investigadores de los semilleros asociados al proyecto Turismo literario promovido en las obras y autores inspiradores de la santandereanidad: rescate del patrimonio literario [narrativo] de Santander (Colombia) durante la primera mitad del siglo XX (UIS 2015), solo cinco autores, en diez entradas (0,01%), hacen mención del término “Chicamocha” como lugar de interés general en sus relatos literarios. De este modo, se evidencia que los diferentes géneros narrativos promovidos en Santander hasta la segunda mitad del siglo xx asociaron toda forma de expresión narrativa con un único tema dominante: la ciudad, urbanizada y urbanalizada (Muñoz 2008).

Desde la perspectiva de Manuel Ancízar, quien vivenció el Chicamocha desde el lomo de la mula que lo transportaba a través de sus riscos empinados y engañosos, era fundamental que cada uno de sus lectores comprendiera lo temerario que resultaba visitar y viajar por ese lugar:

El turbulento Chicamocha, en el final de su largo curso y desde once leguas antes de confundirse con el Sarabita, divide las provincias del Socorro y Soto en la dirección E.-O. Se le pasa donde llaman Sube, cortadura colosal de 830 metros de profundidad, flanqueada por paredones compuestos de enormes capas de calizas y areniscas en cuyos bordes se han labrado zig-zags rápidos para el descenso y el ascenso; tarea enojosa en que se gasta media jornada sufriendo un sol de fuego, si es en el verano, y si en el invierno, padeciendo las zozobras que causa el riesgo de precipitarse a cada vuelta de la espiral empujados por los turbiones de agua y viento que allí baten con furia, o descalabrados por las piedras que la lluvia desquicia, y bajan rodando a saltos desde las enhiestas cumbres de los murallones. El paso del río se verifica por cabuya, máquina que solo sirve para las personas y equipaje, teniendo que echar a nado las cabalgaduras bajo la protección de nadadores educados en el oficio desde la infancia, siempre dispuestos a servir al pasajero, activos y poco interesados. El continuo tráfico por este lugar y la bondad del temperamento, afamado para “tomar sudores”, como diría el satírico Cervantes, han contribuido a que se forme en Sube un vecindario que hoy cuenta una decente capilla y veinte casitas habitadas por gentes de pobre apariencia y por valetudinarios que de diversas partes concurren a evaporar el fruto de las malas mañas, o a convalecer de largas enfermedades mediante los baños en el río exigidos por los 32° a que llega el termómetro centígrado en aquella sima pedregosa y desolada. Atravesado el río comienza una subida que a ratos no es camino sino escalera de caracol, al fin de la cual, y a 1.295 metros de altura sobre el nivel del mar, se hallan la gran Mesa de Jeridas, que los indios llamaban Jerira, y el pueblo de Los Santos, perteneciente a la provincia de Soto, cuyo territorio pisábamos. (Ancízar 1853, 349)

Ochenta años después, para Juan Cristóbal Martínez y Tomás Vargas Osorio la comodidad que les proporcionaba el automóvil que recorría la zigzagueante carretera abierta en el extremo norte del temido cañón, les permitía exaltar desde la distancia las cualidades estéticas y las características exóticas del paisaje. En su obra Cuadernos de paisajes, Vargas Osorio rememoraba su experiencia de ascenso del cañón, al componer un ensayo sobre los pueblos santandereanos, en el cual dejaba entrever una de sus tantas “angustias”, cuando expresaba:

Estos pueblos. Mientras el claro día de enero vuelca sobre los guijos menudos de la carretera una luz efusiva y ardiente, yo pienso, observando al través de la ventanilla los detalles del camino, que es imposible hacer una interpretación genérica del paisaje santandereano. Hace una hora he abandonado un valle en que la luz adquiría transparencias suaves y tiernas al columpiarse sobre los cámbulos o sobre la vena dulce de las fuentes recónditas; y ahora avanzo entre rocas pardas y mudas, por entre una naturaleza monástica de cuyas grietas brota el dolor áspero de los cactus. Contra el fondo azul una cabra montaraz recorta su silueta delgada y fina. Está tan inmóvil que parece hecha de la misma roca sobre la cual se han afirmado sus agudas penetrantes pezuñas. El ojo otea en vano durante largos trechos un trozo de verdura en estas tierras martirizadas por el sol de enero. Abajo espejean los arenales y el Chicamocha aceza, turbio y veloz, entre los peñones amputados por el pico de nuestros labriegos. Pero de pronto, en un recodo de la carretera, viene a adherirse de la lámina de vidrio de la ventanilla un paisaje de robles enanos, y allí, sobre el tajo violento de una colina, está uno de esos pueblos de Santander que recuerdan, no se sabe por qué, la arquitectura y el espíritu de los castillos de la edad media. Si el paisaje es siempre diferente, los pueblos santandereanos son iguales todos. (Vargas Osorio, 1938, 47-48)

Juan de la Fuente (1963) al transportarse en los nuevos artefactos tecnológicos hasta las capitales provinciales del Departamento, optó por viajar en los medios rústicos hasta los lugares distantes a donde aún no llegaban los caminos carreteros, sitios que por su aislamiento condenaban a la pobreza y al desplazamiento a sus habitantes, a pesar de la riqueza cultural y las singularidades naturales de su territorio. Los espacios rurales y los fenómenos naturales antes considerados inusuales -como es el caso del cañón del río Chicamocha-, hoy son asumidos como referentes globales del desarrollo económico regional, al ser los atractivos, destinos y la razón de ser de la industria turística de carácter cultural, ecológico o aventurero (Pinassi y Ercolani 2015, 221 y 222). Dichos destinos eran en el pasado tan solo una expresión de las conexiones interprovinciales o de los lugares de distracción, veraneo o recreo extraordinario de los citadinos.

En este orden de ideas, las manifestaciones de una literatura regional a partir de la descripción del paisaje y la búsqueda y consolidación de una literatura santandereana; así como lo acontecido con las mancomunidades españolas, han resultado ser el esfuerzo narrativo no de un viajero foráneo o un turista capitalino que recorre o redescubre con asombro el país, sino que constituyen en esencia el esfuerzo físico, económico, social y creativo de “un paisano buen conocedor del mismo que lo describe, interpreta o incluso lo recrea” (Arroyo 2008, 421).

Conclusiones

El turismo literario es una manifestación contemporánea de la búsqueda material de los espacios y ambientes que han sido significativos en la construcción de los imaginarios y representaciones derivados de los textos literarios leídos a la largo de la vida por los residentes, viajeros, visitantes y turistas. En el caso de la geografía turística de Colombia, y en particular, del redimensionamiento turístico que se pretende hacer del territorio de Santander como una “tierra de aventura”, se evidenció la existencia de una política pública en turismo departamental -a partir de la adopción del proyecto identitario de la “santandereanidad” desde el 2005-, lo cual generó la consolidación de estrategias en competitividad que han permitido convertir el consumo de patrimonio cultural en la mejor forma para consolidar el imaginario de santandereanidad.

Así mismo, tanto desde la perspectiva de rutas españolas en turismo literario como desde los potenciales turísticos que tienen los relatos de los viajeros que exploraron y describieron el territorio de Santander, se presentaron posibilidades de redimensionar las nociones y vivencias del paisaje regional desde los enfoques turísticos y patrimoniales asociados con la santandereanidad. Esta última es una creación ideológica de reciente promoción y, desde los resultados de la investigación desarrollada, al compararse dos centenas de obras literarias, se evidenció que después de 1910 una de las primeras tareas de las élites intelectuales y literarias al sur de Santander fue la construcción de un imaginario sobre la santandereanidad, que los diferenciara de los nortesantandereanos. Ejemplo de ello fue la reafirmación literaria y monumental de los lugares, acciones y transformaciones promovidas por los comunes del Socorro en 1781.

Esas representaciones narrativas también permiten reconocer el interés de los autores nacidos en Santander o descendientes de santandereanos por construir una tradición literaria asociable con la “literatura santandereana” o “literatura de Santander”. En este sentido, las reflexiones y recreaciones sobre el paisaje constituyen una constante histórica que se ha convertido en el imaginario a partir del cual se ha justificado el fomento de proyectos culturales de interés nacional e internacional, como el Parque Nacional del Chicamocha y el circuito de turismo cultural interconectado al mismo, así como la gestión interinstitucional con miras a hacer de ese territorio agreste e improductivo una nueva expresión del patrimonio cultural de la humanidad.

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Artículo de investigación sobre la contribución de los textos literarios a la reafirmación de ambientes históricos, la construcción de identidades regionales y la representación de ethos culturales, considerando el caso particular de los santandereanos en Colombia.

COMO CITAR ESTE ARTÍCULO: Pérez Pinzón, Luis Rubén. 2017. “Turismo literario, ambientes históricos y “santandereanidad”: representaciones narrativas sobre el territorio santandereano.” Cuadernos de Geografía: Revista Colombiana de Geografía 26 (2): 133-151. doi: 10.15446/rcdg.v26n2.55633.

1 El texto ha sido resaltado por el autor.

2 En cumplimiento del Decreto n.º 00416 (7 de diciembre de 2007) por medio del cual se creó el destino turístico intermunicipal “Socorro Ruta Comunera de América” (Alcaldía Municipal del Socorro 2008, 42).

Recibido: 06 de Febrero de 2016; Aprobado: 22 de Noviembre de 2016

Luís Rubén Pérez Pinzón

Historiador de la Universidad Industrial de Santander, Docente-investigador de la Universidad Autónoma de Bucaramanga y de la Universidad Industrial de Santander. Actualmente participa en proyectos asociados con las líneas de investigación: historia de la cultura, historia del empresarismo e historia regional.

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