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Cuadernos de Geografía: Revista Colombiana de Geografía

Print version ISSN 0121-215XOn-line version ISSN 2256-5442

Cuad. Geogr. Rev. Colomb. Geogr. vol.27 no.2 Bogotá July/Dec. 2018

https://doi.org/10.15446/rcdg.v27n2.65356 

Artículos generales

San Andrés: cambios en la tierra y transformación en el paisaje

San Andrés: Land Changes and Transformation of the Landscape

San Andrés: mudanças na terra e transformação na paisagem

Johannie Lucía James Cruz1 

Camilo Sol Inti Soler Caicedo2 

1 Universidad Nacional de Colombia - Sede Caribe, San Andrés - Colombia

2 King’s College London, Londres - Reino Unido


Resumen

Este artículo hace una aproximación multidisciplinar a un proceso multifactorial de transformación de la tierra y la modificación del paisaje en la isla de San Andrés (Colombia) a lo largo de los últimos sesenta años, en el contexto de las políticas de colombianización. Primero se delimitan las formas de compresión cognitiva del entorno a través del paisaje y los conceptos afines; luego se traza la perspectiva histórica con los principales eventos económicos que afectaron la distribución y significado de la tierra; y, finalmente, se presentan los resultados de entrevistas etnográficas sobre la tierra, para analizar los efectos en el significado e interacción con el paisaje desde la perspectiva de los propietarios nativos.

Palabras clave: análisis socioeconómico; etnografía; grupos étnicos; paisaje; tenencia de la tierra; San Andrés

Abstract

The article offers a multidisciplinary approach to a multifactor process of land transformation and landscape modification in the island of San Andrés over the last sixty years, in the context of “Colombianization” policies. First, it describes the ways in which the environment is understood through the landscape and similar concepts. Secondly, it provides a historical overview, highlighting the main economic events that affected the distribution and meaning of land. Finally, it presents the results of ethnographic interviews on the issue of land use, in order to analyse their effects on the meaning and interaction with the landscape from the perspective of native landowners.

Keywords: socioeconomic analysis; ethnography; ethnic groups; landscape; land tenure; San Andrés

Resumo

Este artigo mostra uma abordagem multidisciplinar de um processo de múltiplos fatores na transformação da terra e na alteração na paisagem na ilha de San Andrés (Colômbia) ao longo dos últimos 60 anos, desencadeada por políticas de “colombianização”. Apresenta-se primeiro uma delimitação das formas de compreensão cognitiva do ambiente por meio da paisagem e de conceitos relacionados. Em seguida, uma perspectiva histórica prevê os principais acontecimentos econômicos que afetaram a distribuição e sentido da terra. Posteriormente, são apresentados os resultados das entrevistas etnográficas sobre a terra para analisar os efeitos no significado e na interação com a paisagem na perspetiva dos proprietários nativos.

Palavras-chave: análise socioeconômica; etnografia; grupos étnicos; paisagem; propriedade da terra; San Andrés

Introducción

La isla de San Andrés se encuentra ubicada sobre una elevación de roca calcárea que parece haber emergido por actividad volcánica en el periodo Neógeno, específicamente en el Mioceno -formación de San Andrés, parte central y más elevada- y el Plioceno -formación de San Luis, parte exterior y principalmente plana-, de 21 a 5 millones de años atrás (Gamboa y Posada 2012). Morfológicamente cuenta con tres unidades principales, dos de ellas en la formación de San Luis y una en la de San Andrés. La primera es la unidad costera, en la que se destacan las playas (en creciente erosión, por lo demás) de la parte oriental de la isla, y los bordes rocosos, en la parte occidental, además de los mangles y algunos rellenos artificiales que tomaron su lugar para la construcción del aeropuerto y barrios como el Obrero o Los Almendros. La segunda es una plataforma arrecifal emergida que actúa como transición entre la formación de la costa y la elevada, con colinas tenues y más vegetación. La tercera refiere a las colinas del Mioceno con la mayor elevación en la zona centro-norte de la isla, conocida como The Hill o La Loma, a unos 87 m.s.n.m. y una serie de colinas de menor tamaño, aunque más frecuentes hacia el sur de la isla (2012, 38-39).

Si bien esta descripción presenta las generalidades del aspecto y composición de la isla y colabora a formarse una imagen de cómo luce -pequeñas elevaciones en el medio, planicies alrededor, playas de arena en el este y costa rocosa en el oeste-, poco dice de cómo se percibe el paisaje de la isla y menos aún cómo es imaginado. Con el fin de entender esta dimensión perceptual, en este artículo el “paisaje” es entendido, no como un ente puramente físico, sino como un proceso a través del cual las mentes de sus habitantes interpretan el conjunto de características de la isla, interpretación que implica aspectos históricos, sicológicos y de experiencia de vida e interacción, a partir de los cuales lo construyen y adaptan continuamente. En suma, el paisaje aquí no refiere a una representación plasmada, sino a un proceso en constante transformación. Es fundamental entender la manera como las mentes humanas crean y recrean un paisaje, antes de comprender su construcción y transformación en la isla de San Andrés. De ahí que la primera sección se dedique a explorar, a la luz de las teorías antropológica, cognitiva y ambiental, los diferentes procesos que permiten a los humanos construir un paisaje basado en el territorio que habitan y usan.

Aun cuando para algunos la insularidad puede significar aislamiento, a la manera en que Parsons describe San Andrés y Providencia como islas “aisladas en la inmensidad del mar Caribe, a 180 kilómetros de Centroamérica y 400 kilómetros al suroeste de Jamaica” ([1956] 1985, 13), aportes más recientes en el Caribe (Ratter 2001; Skinner 2007) proponen que el mar a menudo funciona, no como una división, sino como una conexión, es decir, como medio de transporte físico y vínculo con otras personas y grupos. Por tanto, en la segunda sección se hará una breve problematización de los conceptos ligados a la insularidad, para dar paso a una evaluación de los procesos de construcción de paisaje en el contexto específico de la insularidad, característica fundamental de la construcción de paisaje en San Andrés. Como se mencionó arriba, el paisaje no es una unidad estática, a la manera de una pintura o una fotografía. Por el contrario, físicamente, y en las mentes de sus habitantes, el paisaje es más un proceso en constante cambio, no tanto un objeto fijo. Por ello, como el paisaje es también una construcción de la historia, consecuentemente, en la tercera sección se evaluará la historia de la isla, pero desde la perspectiva del paisaje.

Con base en una comprensión clara de lo que constituye un paisaje, sus imaginarios y usos (sección 1), de cómo la insularidad presenta características específicas en él (sección 2) y cómo se ha transformado a lo largo de la historia de su habitación por seres humanos (sección 3), será posible dar una mirada a la historia reciente de las políticas de colombianización, en la década de los cincuenta del siglo XX. Por tanto, la sección 4 presentará, a través del análisis de las entrevistas etnográficas sobre uso de la tierra, los efectos en la tenencia de la tierra en la isla ocasionados por dichas políticas y cómo estos cambios y transformaciones han afectado el paisaje contenido en las mentes de los habitantes raizales.

La tierra dentro de las mentes: paisaje, paisaje laboral y territorio

Alexander von Humboldt, como miembro de las primeras vertientes de la escuela alemana de geografía del paisaje, hizo referencia a que la geografía física “no puede hacer progreso más que a través del estudio individual, y la reunión de todos los fenómenos y de todos los productos presentes en la superficie del globo”1 (Von Humboldt y Bonpland 1805, 42). De allí su motivación de incluir “la cultura” como uno de los elementos fundamentales de su cuadro físico de las regiones ecuatoriales (1805, 41). Esta visión de la geografía como algo tan humano y biológico como físico ha permeado la mayor parte de la literatura desde entonces y se ha desarrollado, al punto de dar creciente cabida al papel de los humanos en la idea de “paisaje” (Mazzoni 2014). En efecto, existe hoy en día un creciente interés en abordar el paisaje como una construcción humana, no solo por las transformaciones que la gente causa en el ambiente, sino en especial porque un paisaje no existe en sí mismo, sino únicamente en las mentes de quienes asocian una serie de características en la tierra como un paisaje específico (Muñoz 2004). De allí que instituciones tan influyentes como el Consejo Europeo, a través del convenio Europeo del Paisaje, defina el paisaje como “un área, percibida por las personas, cuyo carácter es el resultado de la acción e interacción de factores naturales y humanos”2 (Council of Europe 2000, 2). En este sentido, nuestro interés en este artículo, más que observar en detalle las características físicas de la tierra, es entender el paisaje como una construcción humana. Ahora bien, dado su carácter de construcción humana, es fundamental dilucidar los procesos de transmisión y comunicación que le dan a dicha construcción un carácter social y, por tanto, común a un grupo humano concreto.

La abstracción de la realidad es un proceso particularmente complejo en los seres humanos. En ella, básicamente, enormes conjuntos de información, como los eventos pasados, las tradiciones religiosas o los recursos económicos, son comprimidos para adaptarse, no sin fallos y alteraciones, a la limitada capacidad humana de almacenamiento de cada cuerpo y mente. Este proceso de creación humana de conocimiento, a diferencia del de otras especies, posee la característica de ser acumulativo, es decir, de permitir a cada individuo tomar las nociones creadas por otro individuo y enriquecerlas. Un proceso que progresivamente hace más y más complejo el conocimiento a medida que se va acumulando, en lo que el cognitivista Michael Tomasello (1999) ha denominado el “efecto trinquete” del aprendizaje humano.

La forma en que la naturaleza está distribuida sobre la superficie del planeta Tierra no está exenta de este proceso de compresión (y comprensión) dentro de cada mente humana y su resultado es un tipo de imagen mental (Böhme-Durr 2000) holística, que toma en cuenta diversas características, que se nutren y desarrollan a través de la comunicación y que se consolidan como una forma de anticipar y adaptar nueva información. El resultado de este proceso en relación con la tierra es lo que en adelante, en línea con la propuesta de Solymosi (2011), se denominará “paisaje”.

Este mecanismo cognitivo complejo de valoración del paisaje ha sido descrito por Korff (2005) como conformado por tres capas de percepción: cognitiva (que define los elementos que se encuentran en él), utilitaria (que evalúa la función de tales elementos) y emocional (que da valores simbólicos y sentimentales a los elementos). Para clarificar esta distinción, cabe presentar la ilustración literaria hecha por Hazel Robinson en su libro No give up maan! (2010) de la posible percepción de los pobladores de las plantaciones de San Andrés en la primera mitad del siglo XVIII acerca de un lugar en la costa rocosa occidental de la isla conocido como El Cove. De esta forma, la percepción “cognitiva” del sitio es de una ensenada en una costa de rocas afiliadas, la percepción “utilitaria” sería la de un fondeadero y atracadero ideal para naves de calado profundo, y la percepción “emocional” incluiría el recuerdo del naufragio que dejó 107 víctimas fatales o del sonido de “las olas del mar, que sin cesar en su regular irregularidad se estrellaban aliviadas contra lo que quedaba de la nave” (Robinson 2010, 72).

Este concepto de paisaje, entendido como la abstracción hecha por humanos de la tierra o el terreno (que es la entidad física), se vincula además a la propuesta de Ingold (2000) que resalta, por una parte, las características cuantitativa, concreta y medible de la tierra y, por otra, la naturaleza cualitativa, abstracta y totalmente ligada a la visión de cada grupo e incluso de cada sujeto del paisaje. Así mismo, este proceso de interiorización que otorga sentido a la tierra se destaca por cambiar a través del tiempo, en la transmisión de conocimiento entre humanos (recuérdese el carácter acumulativo de la cultura humana), de modo que el sentido de la tierra o el paisaje se trasforma tanto en su transmisión y aprehensión como a través -y esto es particularmente importante para el presente estudio- de la acción humana sobre la tierra. En cierta medida es posible entender dicha acción humana como un ente cuantitativo y homogéneo (en palabras del mismo Ingold 2000) si se lo considera como trabajo, en términos de horas/hombre-mujer. Sin embargo, para el presente estudio es fundamental enfatizar en la dimensión cualitativa y variable de esta acción, llamada en adelante “labor” (es decir task, según Ingold 2000, 195). Estas labores son acciones con el propósito humano de habitar el paisaje y se destacan por no existir ni estar aisladas de otras labores, ni limitadas a un solo ser humano. En otras palabras, las labores humanas sobre el paisaje son siempre sociales y parten de un proceso. Al conjunto de labores que ejerce un grupo humano sobre un paisaje en particular se le denomina “paisaje laboral” o taskscape. De esta forma, el paisaje de Ingold refiere más a la percepción cognitiva propuesta por Korff (2005), mientras que el paisaje laboral apunta más a su definición de percepción utilitaria, al tiempo que la emocional parece estar ligada por igual al paisaje y al paisaje laboral. Un ejemplo de dicha interacción entre paisaje y paisaje laboral se presenta en la figura 1, donde el paisaje de una planicie al pie de The Hill, la cima más alta de San Andrés, posee una connotación de paisaje laboral como tierra de pastoreo de reses, pero en el pasado solía ser un paisaje laboral del cultivo de coco, y, por tanto, la percepción emocional de este terreno, en particular, para quienes vivieron el auge del coco, sigue siendo el de una campo de cocos.

Fotografía de Camilo Soler, octubre 2011.

Figura 1 Ejemplo de paisaje laboral o taskscape en San Andrés, adyacente al sector de La Loma o The Hill.  

Un punto fundamental a resaltar de este marco conceptual es que, en la actividad humana de habitar, los individuos no solo se limitan a contemplar el paisaje, sino que lo conforman y transforman, en continua relación con otros seres y ciclos de la naturaleza en general. Precisamente, el último concepto que es fundamental distinguir es el producto de la delimitación de la tierra hecha por mujeres y hombres, en parte basada en el paisaje, que se denomina “territorio”. Con estos conceptos en adelante será posible evitar errores de codificación lógica, en palabras de Bateson (1979, 30), y no confundir el “mapa con el territorio” o el “nombre con la cosa nombrada”; además ello permitirá entender el paisaje como una entidad no objetiva y perteneciente a la suma de experiencias subjetivas. Basado en la utilidad de las nociones de paisaje, paisaje laboral, tierra y territorio para entender la forma en que los seres humanos comprenden y se apropian del paisaje, es posible abordar la idea de “isla”, no solo como unidad geográfica, sino como forma específica de paisaje construido.

La “isla” como paisaje

Precisamente, la idea de isla no es una excepción a dicho proceso humano de construcción de paisaje. Ciertamente, las características físicas y morfológicas de las islas tienen implicaciones muy marcadas: la división de ecosistemas de tierra y agua, la separación de la masa continental, donde generalmente residen las mayores y más centrales poblaciones humanas; los costos que implica transitar y movilizar personas y bienes; el hecho de que los límites de la sostenibilidad para los seres humanos se hacen más marcados cuanto más pequeña es la isla, y la tendencia a ser percibidas como periféricas (Royle 2001). Sin embargo, como el mismo autor expone detalladamente, estas características varían para cada caso, y la respuesta humana en términos de percepción y acción cambia con cada población humana y caso particular.

En efecto, ideas tan ligadas al concepto de isla, como son insularidad, aislamiento e isleñidad, son producto de la apropiación hecha por mentes humanas del paisaje y no realidades en sí mismas. Precisamente, como proponen McCusker y Soares (2011), los imaginarios sobre la naturaleza de la “isla” alrededor del mundo, que evocan a menudo ideas de pequeña escala (circunscripción geográfica y unidad), están ligados a proyectos coloniales globales, en los que territorios alejados de la hegemonía y delimitados por el mar eran muy susceptibles de ser “empaquetados” como propiedades de los colonos y asignados con propósitos concretos. De esta inequidad en las relaciones de poder que influencia el imaginario se desprende que, por ejemplo, sea más fácil recordar como isla a Madagascar que a la Gran Bretaña (isla principal del Reino Unido), aun cuando la primera posea casi tres veces más área. De igual manera, existe una fuerte tendencia a una percepción de aislamiento y poco contacto por parte de quienes no habitan la isla, en parte motivada por la delimitación marítima. Esto a pesar de que el mar es un medio que permite rápida comunicación y contacto, en la mayoría de ocasiones, más que por medio terrestre, y que habla más sobre el movimiento que de la permanencia e inmovilidad. De esta manera, una isla, más que una categoría cuantificable de la tierra, en términos de área en km2 o separación de la masa continental más cercana, es una entidad que depende ontológicamente de la construcción humana de paisaje.

Precisamente, David Lowenthal (1961) aproxima en su estudio ideas importantes sobre el paisaje en el Caribe, es decir, sobre el significado de la tierra y del territorio y las implicaciones para sus habitantes. Por una parte, pone de relieve la función económica de subsistencia que subyace al suelo, ya que, desde la época de la esclavitud en el Caribe, el manejo de la tierra fue la base de la manutención, en función de lo cual hoy en día sigue siendo la principal forma de riqueza entre las sociedades isleñas y, en carácter de tal, respalda la subsistencia de sus habitantes. Por otra parte, pero como consecuencia directa, la conciencia de habitar un territorio finito en la isla así como la forma de acceder a su posesión hacen que sus habitantes sean partícipes de un fuerte sentido de identidad ligada al terreno y, con base en esta, delimiten su participación y su existencia social en el grupo. La tierra en el Caribe es entonces, para Lowenthal (1961), un recurso de subsistencia circunscrito, y en esa medida la pertenencia que sienta por él le otorga al individuo pertenencia por la isla.

Peter Wilson (2004) lleva a un punto ulterior el análisis de la significancia del territorio en el marco de la insularidad. Con base en evidencia etnográfica directa y secundaria, propone la tierra como la principal fuente de prestigio en la isla de Providencia y manifiesta la posibilidad de establecer paralelos fuertes con el resto del Caribe insular. El acceso por herencia a la posesión de tierras, ligado a la adquisición de bienes y comodidades de prestigio como consecuencia de este acceso, es la clave alrededor de la cual se articula la vida social en la isla: determina pautas de comportamiento, dentro de unas incipientes clases sociales; fundamenta la identidad, en tanto que esta responde a ser parte de la isla y poseer una parte de la misma; y da lugar a la vital tensión entre respetabilidad y reputación, eje de las relaciones interpersonales en la comunidad. Es decir, la tierra como forma de riqueza es el recurso que permite al individuo acumular bienes o adquirir servicios y, por tanto, ubicarse socialmente en la isla, ganar cierta reputación en ella y competir por la popularidad a través de la tierra con otros individuos. A partir de allí, Wilson tiende algunos puentes con otras sociedades en el Caribe que refieren aspectos puntuales en la estructura social y que, en últimas, demarcarían similitudes de fondo entre Providencia y algunas islas vecinas, las cuales deben ser tenidas muy en cuenta en estudios de sentido territorial. Estos aspectos incluyen: el estatus que se detenta con la posesión de tierra, la influencia que ejerce la permanencia doméstica de la mujer y la movilidad del hombre (de haberla), la importancia de las discusiones familiares por la tierra o la cualidad femenina en el parentesco.

Otro punto crucial de la forma en que el paisaje se despliega en el Caribe es aquel que refiere al continuo contacto y movilidad que Ratter (2003) denomina el despliegue de Redes Caribes. Estas redes comportan la práctica de reciprocidad entre las poblaciones afrocaribes, que incluye parentescos y afinidades entre ellas, con el fin de permitir a sus habitantes moverse de un lugar a otro en la búsqueda de mejores posibilidades de subsistencia. Este fenómeno, contrario a lo que tiende a primar en el imaginario popular de la hegemonía, ha venido ocurriendo al menos desde que se posee registro escrito de las actividades del área. Así mismo, las redes representan una manera de mantener flujos de información y conocimiento, vitales en el contexto Caribe, a través del contacto continuo. Como menciona Elizabeth Thomas-Hope (1992), las instituciones en el Caribe se han transformado gracias a y en función de la migración. El parentesco, el género, la clase y la tenencia de la tierra son algunas de las instituciones que se han acoplado, al igual que han fomentado, la migración en el Caribe. Esta migración responde a fenómenos económicos externos que tienen reflejo en la toma individual de decisiones y, estando adentro, lidia con la imagen del exterior, como una oportunidad de cumplir sueños y metas, y se las ve con la idea del lugar de origen, una vez afuera, como el lugar de un pasado lleno de significados, un origen y un hogar.

De esta manera, la imagen de isla en la vida social del Caribe tiene efectos concretos en la manera en que los habitantes construyen un paisaje y, por tanto, es fundamental para analizar las entrevistas de contexto etnográfico, como reflejo de las transformaciones en el paisaje, para el caso específico de San Andrés. Sin embargo, antes de pasar a la construcción presente del paisaje de la isla abordada en este artículo, vale la pena presentar los procesos históricos que han tenido lugar en la isla. Más que la descripción de una sucesión de hechos ocurridos en San Andrés, el propósito de la siguiente sección es entender las dinámicas históricas que influenciaron e influencian la construcción del paisaje.

Procesos en el paisaje de San Andrés

James Parsons ([1956] 1985), en su concienzudo compendio histórico de las islas de San Andrés y Providencia, presenta interesantes características del aspecto y uso dado a las islas a lo largo de su historia registrada, que bien otorgan elementos importantes a la comprensión de su paisaje y paisaje laboral a lo largo del tiempo. En 1629 fue creada la Company of Adventurers of the City of Westminster for the Plantation of the Islands of Providence or Catalina, Henrietta or Andrea and the adjacent islands lying upon the coast of America por hombres de negocio londinenses, practicantes del puritanismo. Esta compañía envió al año siguiente la embarcación Seaflower con el primer grupo de colonos a las islas que, se presume, antes eran visitadas, pero no habitadas, por los indígenas continentales miskitos. Aunque el proyecto incluía la plantación en todas las islas, Providencia se convirtió rápidamente en el centro, mientras que San Andrés (o Henrietta, en el nombre puritano) solo otorgó una buena cosecha de tabaco antes de ser abandonada como proyecto en 1632, por escases de fuentes de agua y dificultad de defensa ante los españoles. De esta manera, la isla pasaría a ser visitada solo ocasionalmente con el fin de recolectar madera de cedro para embarcaciones. Con base en los registros históricos más tempranos, es posible entonces decir que, en su primera etapa, el paisaje de San Andrés fue por corto tiempo una plantación tabacalera para dar paso a una percepción utilitaria maderera y una percepción emocional de escasez de recursos y dificultad en la defensa militar (tabla 1).

Tabla 1 Cambios en el manejo de la tierra en San Andrés y sus posibles impactos en la percepción del paisaje 

Tal paisaje se mantuvo, al menos durante 60 años, cuando William Dampier ([1697] 1927) registró haber encontrado la isla deshabitada, aunque visitada por algunos habitantes de Jamaica debido a su buen cedro. Sin embargo, en algún momento entre 1680 y 1738, San Andrés empezó a ser repoblada, ya que para esta última fecha el gobernador de Costa Rica propuso el aprovechamiento por parte de España de los cultivos de tabaco y maíz sembrados, que ya eran utilizados por ingleses asentados en la isla. Para 1780, el paisaje laboral de la isla parecía haberse transformado notoriamente (tabla 1), ya que Kemble describió que, además de la explotación del cedro, el cultivo de algodón y la caña de azúcar estaban altamente extendidos entre las doce familias de colonos que entonces habitaban la isla y que, además, contaban con un centenar de reses (Parsons [1956] 1985, 48). Así, mientras el paisaje de Providencia parecía debilitarse en su dimensión de utilidad, luego de la toma española en 1641, para 1793 en San Andrés ya había 35 familias de ascendencia inglesa más 285 esclavizados y un número notable de miskitos. El algodón con destino a Inglaterra era ya la base de la economía y el centro del paisaje laboral, y junto con una diversa oferta de frutales y otros cultivos utilitarios, como café, caña, índigo y tabaco, sumados a la crianza de cerdos, pavos y gallinas, hacía que el paisaje se diversificara en una adaptación al ambiente basada en la multiplicidad de opciones. Este paisaje diverso, sin embargo, no se limitaba a la tierra: el puerto de El Cove era la conexión cognitiva entre el paisaje terrestre y el marítimo y la entrada que, a través de las diez goletas entonces existentes en la isla, construidas con el famoso cedro que ya había sido extinguido, daba acceso a la pesca de tortugas marinas y, de manera más importante, a las actividades comerciales no autorizadas por los españoles con la costa continental y demás islas de dominio inglés (Parsons [1956] 1985). Era un paisaje, pues, que relacionaba la idea de plantación algodonera con el acceso a diversos frutos de la recolección, la cría y la pesca, y ligado a través de (no separado por) las aguas del Caribe a otros asentamientos ingleses, a pesar de las barreras que la Corona Española creía impartir en el horizonte de la isla. Ya por la época en que se retiró el gobernador O’Neil, en 1810, de origen irlandés y nombrado por España, el algodón daba márgenes considerables y la isla estaba bien adecuada para permitir el contrabando. Para cuando San Andrés fue adherida a la República de Colombia el 21 de julio de 1822, el algodón se consolidaba como uno de los problemas que parecía preocupar y generar desconfianza tanto al gobierno central en Bogotá como a la Gobernación de Cartagena, que quedó a cargo.

A la par que el mar debilitaba el poder del nuevo gobierno, fortalecía el paisajemigratorio-comercial de la isla, que ahora colindaba con el creciente comercio estadounidense. Fue así como en los siguientes treinta años el algodón, como cultivo predominante, y los lazos con Inglaterra se fueron debilitando, dando paso a que el monocultivo de coco con miras a su exportación a Estados Unidos fuese ganando impulso. Para 1855, y aparentemente ligado a las nuevas condiciones que otorgó la abolición de la esclavitud dos años atrás, comenzó la exportación masiva de nueces de coco a los Estados Unidos, cuyo cultivo transformó radicalmente tanto el paisaje como el paisaje laboral de los liberados y nuevos propietarios de la isla (tabla 1). En este punto, nos referimos al paisaje, en general, porque -además del aumento de propiedades y propietarios luego de la abolición (James 2014) y el acceso más equitativo a la tierra y, por ende, a la riqueza y el sentido de pertenencia (valga recordar las propuestas de Wilson [2004] y Lowenthal [1961]), )- el cultivo de coco hizo que se pasara de la diversidad de cultivos para uso local y arbustos del algodón al incremento del intercambio por productos traídos por las goletas que se llevaban el coco. Y aludimos al paisaje laboral, porque la disminución del esfuerzo para recolectar el coco, comparado con el trabajo que requería el algodón, en términos de horas de trabajo, permitía extensiones de tierra de percepción utilitaria más grandes y más densamente cultivadas con palmas, dada la conveniencia en aumento de su precio de exportación. Paisajes además enriquecidos por un mar que acercaba más la isla a los Estados Unidos y por los estadounidenses que, traídos por este, desplegaban sus costumbres, formas de habitación y actividades a la isla (Parsons [1956] 1985). A todo esto, súmese una transformación paisajística fundamental en el contacto social, dada por el paso de las propiedades circunscritas y con viviendas aisladas entre sí de las plantaciones al patrón de habitación de los nuevos propietarios, a lado y lado de los caminos que recorren la isla y que permite mayor interacción de la comunidad, mayor flujo de información y mejor conectividad (Parsons [1956] 1985). Así mismo, viviendas de madera machihembrada estilo cabaña o bungalow, de uno o dos pisos, con sus respectivas cisternas y conscientes de los vientos y mareas, fueron el elemento arquitectónico en auge del cambiante paisaje (figura 2).

Fotografía de Camilo Soler, noviembre 2011.

Figura 2 Casa estilo bungalow machihembrada en el icónico sector de El Cove.  

Luego de un gran apogeo a principios del siglo XX, la producción y rentabilidad del coco empezó a decaer en virtud del incremento de los impuestos que el gobierno colombiano fijó a la exportación, las desventajas de ese paisaje tupido y monótono de cocoteros, que resultó en una baja tolerancia a la escasez de agua, y la proliferación de plagas como ratas y escamas de la hoja (James 2014). Por último, hacia 1927 los precios del coco cayeron y las plantas que sobrevivieron a las plagas pronto comenzaron a alcanzar el fin de su ciclo productivo. Diez años después se proponía convertir la isla en un puerto libre de impuestos de importación y venta, como medida para ejercer soberanía colombiana sobre ella, además de representar una alternativa económica (James 2014,) y tan solo 16 años después el gobierno de Gustavo Rojas Pinilla aprobaba el modelo y diseñaba un plan infraestructural para impulsar e integrar la isla a Colombia. Este presidente incluyó, entre otras, la construcción de un aeropuerto con vuelos comerciales directos, la exterminación de la plaga de ratas que aquejaban la isla, la instalación de letrinas, entre otra serie de elementos que innegablemente transformaron la imagen mental de paisaje agrícola que existía entre los pobladores hasta el momento (James 2014). De igual manera, los actores que modificaban la tierra para hacerla un paisaje habitable cambiaron rápidamente con la llegada de colombianos del Caribe continental y sirios, turcos y libaneses que se dedicaron predominantemente a la importación de bienes para la venta o bien a servir el turismo comercial de bajo nivel que se impondría en la isla. A partir de la mitad de la década de los sesenta, en la etapa del puerto libre, que James (2014) denomina de desarrollo, se impulsaba el turismo internacional, que creció 9,8% en quince años (James 2014).

Adicionalmente, con paso firme, los nuevos paisajes y el paisaje laboral diseñados por las políticas de la época comienzan a dejar de lado a la población isleña, cuya imagen previa ligada al paisaje agrícola poco les serviría para vincularse al comercio o el turismo, limitados al sector oficial, y en muchos casos los llevo a vivir de lo que les era conocido, la tierra, pero en condiciones muy distintas y desfavorables: aprovechando el creciente valor monetario de las propiedades para vender de a poco la tierra y conseguir dinero para la manutención. La creciente población inmigrante disparó una imagen mucho más urbana, en particular del área de North Point, y con ella, los problemas de desempleo, inseguridad y desigualdad que aquejan a las ciudades emergentes. Para albergar la creciente urbe, y no solo el paisaje, sino la tierra misma, la isla fue modificada con la alteración de la línea entre mar e isla y con el dragado y desecamiento de varios pantanos, bajos y manglares, entre ellos el pantano Black Dog destinado al aeropuerto (Parsons [1956] 1985), el relleno de lo que hoy son los barrios Obrero y Los Almendros y la división artificial por la avenida circunvalar del manglar Smith Channel.

La sobrecarga poblacional trajo pronto problemas de abastecimiento de agua y otros servicios, de disposición de residuos y para la sostenibilidad y protección del medio ambiente. Para cuando el archipiélago dejó de ser parte de la intendencia de Bolívar y pasó a convertirse en departamento de Colombia, en 1991, con la nueva Constitución Política, estos problemas hicieron parte fundamental de la agenda ambiental. Entonces la Corporación Autónoma Regional (creada en 1993) apuntó a la creación de una reserva de biósfera marítima que redirigiría el camino de desarrollo tomado hasta el momento, el cual había generado los impactos indeseados arriba mencionados y más externalidades negativas que ventajas a largo plazo. Este intento finalmente desembocó en la declaración por parte de la UNESCO del archipiélago como la Reserva Natural de Biósfera Seaflower, al consolidarla patrimonio de la humanidad tanto por su valor sobresaliente en términos científicos, de conservación y de belleza natural, como por la riqueza de su paisaje cultural.

Este paisaje cultural se refiere al valor de la adaptación de la habitación humana en interacción con el medio ambiente a través de la interacción de fuerzas sociales, económicas y culturales (Howard 2006; UNESCO 2012), lo cual, en los términos que hemos venido utilizando, se traduce en el valor que representan para toda la humanidad el paisaje y el paisaje laboral o significado de la tierra en las islas por parte de sus habitantes. Esta nueva visión institucional de paisaje para las islas dice reconocer el valor de la trayectoria de las formas ancestrales de habitación del ambiente por parte de los pobladores raizales y apuntar a un nuevo proyecto de desarrollo basado en el turismo ecológico, con responsabilidad social y ambiental, según se declara en el reporte de evaluación de los primeros cinco años de la reserva Seaflower (Howard 2006). Curiosamente también pretende exaltar una imagen de paisaje de la que los pobladores originales deberían formar parte integral (Howard 2006, 9), aunque la práctica, más allá de la propuesta, es muy discutible y los efectos sobre la población no siempre son los más deseados, como se verá más adelante.

A pesar de dichos reconocimientos, San Andrés dista mucho de haber solucionado todos sus problemas de territorio, al ser hoy en día uno de los territorios más densamente poblados del Caribe, con una población de casi 70.000 habitantes distribuidos en los 27 km2 de la isla y donde tan solo el 52,39% de la extensión de la propiedad se mantiene en manos de la población autodenominada raizal (CORALINA e INVERMA 2012). La inclusión en la nueva propuesta de economía turística es igualmente precaria, ya que el énfasis en la estrategia de hoteles “todo incluido” ha llevado a que los capitales circulen directamente del turista a las multinacionales, sin que la población de la isla (que provee los recursos y recibe los desechos de los hoteles) se beneficie en gran parte del proceso, excepto marginalmente en términos de generación de empleo (James 2014). Un fenómeno adicional que tiene lugar es la creación, descrita por Solymosi (2011), de un paisaje propio en la mente de turistas y visitantes. Esta visión parcial y más bien idealizada es impulsada en principio por los medios y las cadenas hoteleras en que prepondera la “percepción emocional”, mientras que la adaptativa percepción utilitaria del paisaje de los locales está casi que por completo ausente en los turistas. De este modo, el paisaje integral de los pobladores ancestrales, que incluye las capas cognitiva, utilitaria y emocional, y que se generó a través de la convivencia y habitación prolongada en el ambiente, aparece en los turistas con una percepción parcial y limitada al aspecto emocional, en razón de que el turista nunca ha tenido que vivir de ese paisaje.

Con el fin de sintetizar los cambios en el uso de la tierra en San Andrés y las posibles implicaciones que este ha tenido en la percepción de la isla a lo largo de la historia, en la tabla 1 se presenta un esbozo de los patrones de uso de la tierra en la isla y sus posibles impactos en las percepciones utilitaria y emocional del paisaje siguiendo las categorías de Korff (2005).

Con el fin de comprender la percepción actual del paisaje en la isla, la siguiente sección presentará los resultados del análisis de las entrevistas llevadas a cabo con ayuda de los pobladores raizales a partir de las políticas de colombianización. Estas entrevistas permiten entender en mayor detalle la disonancia o yuxtaposición entre las percepciones de los pobladores raizales y las expectativas de las políticas públicas de turismo. De este modo, y para finalizar esta sección, vale la pena presentar un ejemplo visual de dicha yuxtaposición de paisajes y percepciones (cognitiva, utilitaria y emocional) en la vista que provee la colina de Harmony Hall Hill sobre la isla (figura 3). En primer plano, un hotel de formato campestre que aprovecha la percepción emocional turística de remanso. Posteriormente, una serie de pequeños y segmentados terrenos de pan coger con una fuerte percepción utilitaria para los pobladores locales. Por último, al fondo, prepondera el paisaje de turismo de lujo en los hoteles de gran tamaño del centro y la barrera de coral, punto clave del pasaje laboral tradicional de los pescadores locales.

Fotografía de Camilo Soler, noviembre 2011.

Figura 3 Vista desde Harmony Hall Hill, yuxtaposición de paisajes.  

Paisajes recordados, vividos y adaptados

En el proyecto caracterización socioespacial del territorio de la isla de San Andrés se completaron tres meses de trabajo etnográfico intensivo acompañado de entrevistas semidirigidas con hombres y mujeres raizales de las familias Pomare, Williams, James, Corpus, Hooker, Pusey, May, Brian, Smith y Powell, con propiedad en la isla desde antes de la década de 1950. Estas entrevistas fueron diseñadas con base en la propuesta de Alonso (1998) de plantear preguntas tipo, es decir, construir preguntas guía que no son planteadas al pie de la letra (como una encuesta), sino más bien constituyen temas de conversación alrededor de los cuales fuera posible reconocer la construcción de paisaje en la isla. Las preguntas incluyeron aproximaciones a la herencia, el trabajo con la tierra, los problemas conexos y los eventos de pérdida y transformación, de tal manera que se entablaban conversaciones alrededor de estas preguntas tipo. Ello motivó la emergencia de diversas concepciones sobre la tierra a partir del recuerdo de genealogías, eventos específicos, trámites comerciales e incluso demarcaciones de “territorios” en un mapa.

Uno de los principales hallazgos fue la particularidad con la que se concibe la distribución de la tierra, que, como se expuso en la sección anterior, se alteró a partir de 1953, y que ilustra la primera capa en la concepción del paisaje o percepción cognitiva(definitoria). La entrevista con Joseph Hooker-Pusey abordó muy bien este punto:

Camilo: That family of yours that lived in this island, that was from this island, which part of the territory did have?

Joseph: Yeah, they were living [...] they was living on this, in the area, in the same area. All of them. Only Hilly section, Cove, we say Co’, and Co’ is the side. This is the area do they all living. My father was living at this house. [...] all that they own of property, it was in the same area, and they was Hooker family. Hooker family [...] Hooker and Pusey they was all one family, on the hill. (24 de septiembre de 2011, énfasis añadidos)

Resalta aquí sobremanera, primero, la reiterada mención de su “tierra”, únicamente como un lugar determinado en que los miembros de esta familia viven, y han vivido, todos ellos en el mismo lugar, y segundo, que la familia Hooker-Pusey es una sola familia. En últimas, el paisaje en este territorio se concibe solo para la familia, y este territorio pertenece, y ha pertenecido a toda la familia. Esto hace eco con las propuestas de Wilson (2004) respecto de la tenencia de tierra como marcador de pertenencia a una isla, y además concuerda con la propuesta de Mills (2007) referente a la concepción de la “tierra familiar” en el Caribe. Para la autora, la tierra familiar no debe confundirse con alguna forma de tierra colectiva, sino que es más bien una tierra cuyo uso está restringido a gente que comparte un parentesco sanguíneo y, habitualmente, un ancestro en común. Este sistema de percepción y uso de la tierra, sin embargo, funciona únicamente en la medida en que la tierra no posea gran valor comercial para personas extranjeras, ya que, según varios ejemplos recogidos por la autora, el aumento de su valor ejerce presiones para la venta y, por tanto, disuelve el vínculo familiar ligado a la tierra. Al analizar varios recuentos similares al de Joseph Hooker-Pusey, encontramos que, en efecto, los cambios en el valor de la tierra a partir del paso a la economía de puerto libre fomentaron la disolución de las tierras familiares. Esto, en concordancia con el marco teórico propuesto, generó cambios drásticos en la percepción cognitiva y emocional del paisaje. Parte de este proceso fue desencadenado con la necesidad del gobierno de construir un aeropuerto y un hotel de turismo. Al respecto, Mr. Orville James relata las circunstancias de la pérdida de las tierras de familia:

Camilo: About that territory [that used to be yours], around Defensa Civil and those, nowadays what is actually yours?

Orville: No, anything [...] [it] belongs to the government, nothing, nothing. We have nothing, yeah, absolutely nothing. […] to begin with, when they wanted, or they built, the airport they come and then notified the people saying that the government need[ed] the land to make the airport. The people, they actually didn’t agree. Off course, a gentleman come around and tell them that when the government need a piece of property, “im gwain” take it. If you don’t agree to sell, they will evaluate and put the money in the bank [even if] you still need the property. (Entrevista, 19 septiembre de 2011).

Eventualmente las condiciones no eran siempre las mismas: no siempre se trató del gobierno consignando el dinero y tomando las tierras por derecho, sino que, como fue posible hallar luego de examinar varias entrevistas, muchas veces comerciantes privados hacían negocios a precios irrisorios, estafaban o aprovechaban las oportunidades que indirectamente otorgaba el gobierno al descalificar la posesión ancestral de tierras por la carencia de documentos (Albuquerque y Stinner 1978). En todo caso, lo que ilustra dicha situación es el choque entre dos concepciones distintas de paisaje laboral o percepciones utilitarias sobre la tierra: donde la primera ve la riqueza de esta en términos de producción agrícola, la segunda la ve en el valor monetario producto del comercio y el turismo. Choque en el que, dadas las políticas públicas implementadas desde la década de los cincuenta, primaría la idea de un paisaje turístico comercial sobre uno agrícola.

De este antiguo paisaje basado en la agricultura, existe aún una fuerte permanencia y adaptación relacionadas con las toponimias que en el fondo reflejan la memoria de la antigua propiedad sobre la tierra. Justamente, con el traspaso progresivo de las tierras, los nuevos habitantes (colombianos continentales, extranjeros, empresas) solían modificar los nombres ancestrales o bien trasladarlos. Citamos a continuación un fragmento de una entrevista con Mr. Luis Williams Pomare, quien expresa su inconformidad y la confusión que le provoca la modificación de los nombres o, en últimas, la disrupción de su percepción cognitiva y emocional del paisaje:

Luis: That is Smith Channel, my dear. I don’t know why they tried to give that name up here “Tom Hooker” when it is not Tom Hooker, in my child[hood] this [...] Tom Hooker is inside, inside the bush, is on the foot of the hill [...] Then my grandfather, Millhim Pomare, had farmed right there, right climbing on that hill where is Tom Hooker. [...] Oh yes, so the section been divided to a new names to use which, is hard for me, I personally, to accept, because I know different [one]s. Smith Channel, then Smith Channel reach to what you call today Tom Hooker the entrance yes?, and after is Rocky Point, yes? Is [...] I have no idea [why] they are following the continental practice to change the traditional names of places. (Entrevista, 2 de septiembre de 2011).

Antiguos sectores de la isla, con sus respectivos nombres, delimitaciones y linderos, así mismo ligados a familias específicas en áreas concretas de la isla, fueron hallados en el marco de la presente investigación. En efecto, con ayuda del cartógrafo Alfredo McLean fue posible hallar, con un notable grado de detalle, la distribución de la propiedad de la isla alrededor de 1950. En la figura 4 se presenta un mapa esquemático de dicha distribución y de las unidades de paisaje (Mazzoni 2014) más sobresalientes identificadas en las entrevistas. Si bien aquí se presentan siete potenciales unidades de paisaje basadas en sus nombres tradicionales, es importante notar que todas ellas están a menudo conformadas por unidades más pequeñas que difícilmente podrían ser presentadas en un solo mapa. Por ejemplo, el área de Smith Channel (figura 4) abarca los sectores más puntuales de Tom Hooker, Rocky Point y Pepper Hill, y The Hill incluye los diferentes promontorios en la colina, como Harmony Hall Hill, Barack o Flowers Hill. Dado que estos nombres tradicionales tienen efecto tan notorio en la construcción y disrupción en la percepción del paisaje, estas unidades ameritan ser elaboradas con mayor profundidad en el marco de una investigación futura que cuente con la ayuda de sistemas de información geográfica y descripciones del ecosistema.

Datos: cartografía de Alfedo McLean 2011; elaborado por Camilo Soler.

Figura 4 Propiedad tradicional de la tierra por familias y principales unidades de paisaje. 

Adicionalmente, a modo de ejemplo, en la tabla 2 se presentan los factores conducentes a la ruptura de la tierra familiar en algunas de las familias con las que fue posible trabajar más a fondo en la duración de esta investigación.

Tabla 2 Factores de ruptura en los paisajes de las tierras de familia 

Datos: entrevistas semiestructuradas durante trabajo de campo.

Un hallazgo de notable interés fue que, aun cuando ha habido pérdidas y transformaciones de forma en la tierra y las labores que de ella se desprenden, los paisajes y paisajes laborales siguen en la mente de los antiguos habitantes de la tierra. Ejemplifica esta particularidad la entrevista con Mr. Walter Corpus:

Camilo: ¿Todavía usted o alguien de su familia trabajan con la tierra?

Walter: Sí, yo cultivo a veces […].

Camilo: ¿Y alcanza? ¿Eso que usted cultiva le alcanza para su subsistencia?

Walter: No, no, no. En primer lugar uno lo hace como para tener algo que [...] ir a buscar de vez en cuando, cuando uno necesita ¿cierto? o se puede vender un poquito, pero el volumen de producción y el precio que pagan acá [...] no compensan. (26 de septiembre de 2011, énfasis añadido)

Esencialmente, Walter enfatiza que se sigue practicando una labor que ya no tiene su utilidad inicial, dado que el sistema de subsistencia que le daba lugar se ha transformado por completo, aunque permanece, en la medida en que está inscrita en un paisaje laboral que aún está en la mente de quienes lo vivieron en algún momento. De manera similar, para Montserrat, Skinner (2007) expuso que, después de la erupción volcánica de 1995, la tierra fue transformada violentamente, al punto de hacerla irreconocible en la parte sur. Sin embargo, para quienes la habitaron desde antes de la erupción, el antiguo paisaje seguía existiendo en su memoria y siendo utilizado en la forma en que la isla era pensada. Por tanto, y similar a la entrevista con Mr. Corpus, a menudo una transformación en la “tierra” no era suficiente para transformar un paisaje, a pesar de las consecuencias sicológicas de esta discordancia. En palabras de Skinner, “para muchos, pese al volcán y las pérdidas del turismo, el viejo Montserrat sigue en sus cabezas”3 (2007, 229). Adicionalmente, en el caso de San Andrés fue posible hallar que la disrupción del antiguo paisaje afectó gravemente la percepción emocional del mismo entre sus actores, en términos de la pérdida de un referente de tierra familiar, como se abordará al final de esta sección.

Otra adaptación del paisaje laboral en San Andrés ha venido de la influencia del turismo en la construcción local del paisaje, el cual se asemeja al proceso descrito por Solymosi (2011) en contextos de turismo. Como se mencionó, los visitantes crean un paisaje limitado y basado principalmente en percepciones más emocionales que utilitarias. Este paisaje parcial e idealizado, sin embargo, es muy funcional para el turismo. Como consecuencia de estos paisajes turísticos parciales, la población local poco a poco se encuentra, por necesidad o costumbre, adaptando y adaptando su paisaje y paisaje laboral a las expectativas del paisaje del turista. Al respecto, lugares como la cueva de Morgan o los restaurantes en casas de diseño tradicional en medio de la parte urbana son un ejemplo notable. De este modo, esa visión idealizada, aunque limitada, se fortalece y reproduce más allá de la población flotante del turismo hasta permear a la población local.

Un aspecto final a resaltar de la conservación de paisaje tradicional de San Andrés es el significado del mar como canal de contacto y desplazamiento, que en buena medida ha permitido sobrellevar la carga de la sobrepoblación en dos frentes: por una parte, con la experticia y conocimiento náutico que hacen de la pesca y la navegación actividades económicas muy importantes que implican poca carga sobre la tierra (Parsons [1956] 1985); y por otra, valiéndose de la vocación viajera y móvil, presentada por Ratter (2001) y Parsons ([1956] 1985), que les ha dado posibilidades de subsistencia, formación y desempeño en otros lugares, sin perder la conexión de identidad y sentido de pertenencia con la isla. Precisamente, a pesar del peso de los intensos cambios de los últimos sesenta años, la tierra familiar es para cada uno de sus miembros, como propone Mills (2007), el símbolo de un pasado común y representa el hilo que une al individuo con su tierra y grupo de origen, lo que le da un valor significativo en la percepción emocional del paisaje para quienes nacieron en ella. Esto genera satisfacción respecto de lo que Spiegel (2014) denomina el deseo de las sociedades modernas de encontrar un hogar y sitio de pertenencia. Permite así que, aun en contextos de migración, el individuo mantenga un enlace con el territorio de origen a través de la conciencia de una tierra de familia, así sea diezmada y compartida, como un lugar a donde llegar en San Andrés. A pesar de ello, fue posible notar durante la observación etnográfica y las entrevistas que la constante división y pérdida de tierra, luego de afectar el paisaje laboral -al no haber suficiente tierra para subsistir como nota Mr. Corpus- puede presentar una grave amenaza a este sentido de identidad y vínculo con la isla. Siguiendo las ideas de Wilson (2004) y Ratter (2001) acerca de la tierra en contextos insulares en el Caribe, que es vista no solo como forma de riqueza, sino forma de identidad y pertenencia, esto causa un enorme impacto emocional tanto para los habitantes que padecen las dificultades económicas en el lugar como para la comunidad isleña itinerante que intenta subsistir apoyada en las conexiones. Este impacto se refleja principalmente en una desarticulación de los vínculos entre raizales dentro y fuera de la isla. De esta manera, si bien para muchos el tamaño de la tierra de familia ya no permite el ejercicio en la totalidad del antiguo paisaje laboral a través de actividades de subsistencia, sí genera un vínculo fundamental para la población raizal, que, sin embargo, corre el riesgo de desaparecer, en caso de que la tierra familiar se pierda por completo y dicho paisaje se haga finalmente irrelevante.

Conclusiones

A lo largo del presente artículo nos hemos propuesto presentar una visión completa del significado de la tierra para los habitantes raizales de San Andrés o, en otras palabras, su continua construcción de “paisaje”. Para ello, en primer lugar abordamos el concepto de paisaje en sí mismo como una entidad imaginada que integra las características de la tierra, las actividades y las percepciones emocionales, y las implicaciones que este tiene para entender la interacción de los seres humanos con él. En la segunda sección dimos cuenta de cómo el paisaje de San Andrés, por su insularidad, que no necesariamente implica aislamiento, en el contexto del Caribe posee unas características y dinámicas particulares que vinculan fenómenos sociales e históricos. Esta influencia histórica es, en efecto, abordada en la tercera sección, en donde se da una mirada a la historia de San Andrés como un proceso de transformación de paisaje. En la cuarta sección se toman en consideración los elementos teóricos, sociales e históricos en el análisis de las entrevistas para comprender los efectos de las pérdidas territoriales en términos de las disonancias entre el “paisaje imaginado” y el “paisaje laboral”, y las fricciones entre la “percepción utilitaria” y la “percepción emocional” del mismo, a partir de los cambios territoriales desde la década de los cincuenta.

De esta manera, es ahora posible notar cómo la transformación en el uso de la tierra y su conceptualización tienen implicaciones cruciales en la vida social y económica de la isla. Por una parte, la discontinuidad en las actividades realizadas en la tierra (o paisaje laboral) para los pobladores raizales ha significado no solo dificultades para la subsistencia física, sino una ruptura sicológica y una disrupción, expresada en una continua sensación de frustración, como reflejaron buena parte de las entrevistas. De esta forma, llegamos a la idea de que los habitantes raizales están en desventaja frente a otros pobladores y turistas en su propia tierra, tanto en términos de producción económica como de satisfacción y disfrute de la isla.

Por otra parte, la creciente dificultad para mantener la “tierra de familia” causa una acelerada pérdida de sentido de identidad relacionada a la isla. El debilitamiento de esta identidad no solo afecta a sus habitantes individualmente, sino que desestabiliza así mismo las redes de reciprocidad que mantienen la vida social económica tanto en Colombia como en el Caribe, en términos amplios. En este sentido, el problema de la reducción en la tierra de propiedad familiar raizal no es exclusivamente económico y sicológico, pues además, según concluimos, toma una dimensión social, llegando a afectar las relaciones con otras regiones, la circulación de conocimientos y los productos y servicios, hasta debilitar la calidad de vida en la isla.

En este panorama cabe argumentar que, si bien el turismo ha parecido beneficiarse en el corto plazo del cambio territorial de los último cincuenta años, los efectos económicos, sicológicos y sociales de la transformación del paisaje y el cambio territorial causados por las políticas públicas de turismo llegarán a tener un efecto negativo en largo plazo. La pérdida de identidad en la isla fácilmente puede llevar a un desinterés en el trato al turista y una pérdida del atractivo turístico en sí mismo; la disolución de las redes e interconexiones puede afectar la circulación de recursos, conocimiento, productos y servicios, y reducir la diversidad y el atractivo de la isla; y la reducción en la calidad de vida, particularmente en cuanto a la satisfacción de los habitantes raizales, puede afectar fácilmente la percepción y funcionamiento de la isla tanto internamente como en términos de destino turístico.

El estudio aquí presentado tiene una fuerte limitante, al no haber podido explorar cada uno de estos factores y sus efectos medibles en la vida socioeconómica de la isla, y creemos que entenderlos en detalle sería un aporte invaluable en el marco de una investigación futura. Sin embargo, consideramos que se ha logado presentar un panorama cabal, que permite entender el paisaje como un proceso de interpretación humana, facilitando la comprensión de dinámicas sociales y visualizando posibles contingencias negativas en el presente y futuro.

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Artículo de investigación acerca del proceso de transformación del territorio y el paisaje en San Andrés a partir de la propiedad tradicional raizal y a través de las diferentes etapas económicas de la isla.

CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO: James Cruz, Johannie Lucía, y Camilo Sol Inti Soler Caicedo. 2018. “San Andrés: cambios en la tierra y transformación en el paisaje.” Cuadernos de Geografía: Revista Colombiana de Geografía 27 (2): 372-388. doi:10.15446/rcdg.v27n2.65356.

Johannie Lucía James Cruz Economista, Universidad Nacional de Colombia; especialista en Gestión Pública. Magíster en Economía del Medio Ambiente y los Recursos Naturales, Universidad de los Andes - Universidad de Maryland; Doctora en Ciencias para el Desarrollo Sustentable, Universidad de Guadalajara, México Profesora de dedicación exclusiva de la Universidad Nacional de Colombia desde 2008. Sus temas de estudio son el turismo y desarrollo económico, y los indicadores del mercado de trabajo. Dirección psotal: San Luis Free Town n.o 52-44, San Andrés - Colombia. jljamesc@unal.edu.co - ORCID: 0000-0003-1158-7161.

Camilo Sol Inti Soler Caicedo Antropólogo, Universidad Nacional de Colombia; Magíster en Antropología y Desarrollo, London School of Economics (Reino Unido). Actualmente es candidato doctoral del King’s College London-UK en Cultura, Medios e Industrias Creativas. Sus intereses de investigación incluyen la relación entre tradición e industria, el Caribe popular y la corporalización de la tradición. Dirección postal: Norfolk Building, King’s College London, Strand Campus, Londres WC2R 2LS - Reino Unido. camilo.soler_caicedo@kcl.ac.uk - ORCID: 0000-0002-0954-8393.

1Traducción al español por parte de los autores del texto original en francés.

2Traducción al español por parte de los autores del texto original en inglés.

3Traducción al español por parte de los autores del texto original en inglés.

Recibido: 30 de Mayo de 2017; Aprobado: 19 de Febrero de 2018

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