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Revista Facultad de Odontología Universidad de Antioquia

versão impressa ISSN 0121-246X

Rev Fac Odontol Univ Antioq vol.29 no.2 Medellín jan./jun. 2018

https://doi.org/10.17533/udea.rfo.v29n2a12 

Academic essay

LA ENSEÑANZA DE LA ODONTOLOGÍA EN EL SIGLO XXI: ¿ADÓNDE APUNTAMOS NUESTRO NORTE HOY?

José Pablo Tisi Lanchares1  * 

1 Dental surgeon. Assistant Professor, School of Health Sciences - Dental Program, Universidad Arturo Prat, Iquique, Chile.


RESUMEN.

El siglo XXI se caracteriza por cambios vertiginosos en las organizaciones, debidos en parte al avance exponencial de la tecnología. Las carreras del área de la salud no están excluidas de estos cambios, y por tanto la forma de enseñar también ha debido adaptarse a ellos. Sin embargo, la odontología nace de la medicina, cuyo formato sistematizado nace de la antigua Grecia. La empatía es un elemento clave tanto para la relación médico-paciente como para el éxito de un tratamiento médico, y se hace necesario prestarle atención a esta dimensión en nuestra enseñanza odontológica, muchas veces inadvertida a causa de nuestra “cultura del rendimiento”.

Palabras clave: educación; enseñanza; salud; empatía; odontología

ABSTRACT.

The 21st century has brought swift changes in organizations, due in part to current exponential technological advances. The academic programs in health are not an exception and the teaching in these areas has also been adapting to such changes. However, dentistry is rooted in medicine, whose systematic format stems from Ancient Greece. Empathy is a key element not only for patient-physician relationships but also for treatment success, so our dental teaching must pay attention to this element, which is often neglected because of our current “high-performance culture”.

Keywords: education; teaching; health; empathy; dentistry

La odontología en Chile y en sus organizaciones formativas, es decir, las facultades, ha ido evolucionando en la medida en que el mundo se ha globalizado y las tecnologías se desarrollan de manera exponencial.1 El avance de la simulación clínica y de los tratamientos para diversas condiciones orales y maxilofaciales, y las nuevas herramientas de diagnóstico, cada vez más precisas, han sido puntos de atención relevantes en el diseño de los nuevos currículos odontológicos.2

Nuestra profesión nace en Chile gracias a Germán Valenzuela Basterrica, un destacado médico que logró desentrañar un crimen de gran impacto en las relaciones entre Chile y Alemania, gracias a sus estudios en estomatología en París y a los registros dentales de la víctima y de su victimario. De esta manera surgió la primera escuela dental en Santiago de Chile, a principios del siglo XX.3 El estudio de la medicina y la odontología ha cautivado a muchas personas, entre las que me incluyo, motivadas en su mayoría por un afán de ayudar al paciente, entendido, desde una perspectiva filosófica, no como aquel que tiene paciencia o quien compra un servicio de salud, sino como aquel ser humano que “padece de una enfermedad”, y por poner en práctica lo que en su tiempo fue el juramento hipocrático.

En la medida en que he logrado progresar en mis incipientes conocimientos y experiencia en docencia, he observado que durante la formación de nuestros futuros colegas basamos nuestro modo de actuar en lo establecido por el currículo, aunque siempre trascendiendo, en cierta medida, una huella de lo que cada docente en alguna oportunidad nos dejó. Algunos, en nuestra práctica docente diaria, nos preguntamos y evaluamos si los resultados del aprendizaje de nuestros estudiantes son aceptables, si se ajustan a las necesidades de la comunidad y si la información que transmitimos va acorde con una evidencia actualizada y de calidad.4 Sin embargo, en algún punto de este camino de la enseñanza-aprendizaje percibimos un distanciamiento sutil de lo que en su momento fue la razón de nuestro futuro ser: la intención de ayudar al paciente, comprendiendo su padecimiento más allá de los tecnicismos patológicos. Es decir, tendemos a perder la huella de la empatía.

Si analizamos en forma muy general este concepto, debemos diferenciar la empatía de la simpatía, ya que la primera es una característica que tiene relación con el razonamiento, mientras que la simpatía tiene relación con los sentimientos en un dominio más emocional. Sin embargo, ambos conceptos están interrelacionados y forman parte de un proceso de aprendizaje. Es decir, la empatía se forma a partir de una secuencia neurobiológica de aprendizaje.5 Entonces, si esta empatía puede formarse, cabe preguntarse: dentro de lo que nosotros procuramos enseñar y transmitir a las futuras generaciones, ¿cuán preocupados estamos porque perdure esta empatía, aquella que nos motivó a elegir nuestra profesión y que resulta fundamental para lograr éxito en nuestros tratamientos? ¿Qué relevancia estamos dando actualmente a esta capacidad de comprender el padecimiento ajeno durante la formación odontológica? ¿Estamos distanciando las ciencias de las humanidades?6 La percepción del ambiente de aprendizaje en odontología tiende a decrecer a medida que transcurre la carrera, y esta tendencia tiende a replicarse en distintos países, aunque con matices entre cada región. Existen diferencias entre la percepción al iniciar la formación y el momento en que los estudiantes se ven enfrentados a sus primeros pacientes, muchas veces potenciados por la sobrecarga académica, que cambia en cierta medida su perspectiva formativa a “debo cumplir mis metas para no reprobar mi asignatura”.7-9 Probablemente entonces, el paciente ya no será visto completamente como la persona que padece, sino también como un número de procedimientos que deben cumplirse. Es probable que muchos hayamos pensado que el estudiante exitoso es aquel que logra más metas y mejores calificaciones, en lugar del que logra internalizar de mejor manera la ciencia y las humanidades.

Existe un interesante estudio realizado en el año 2010 en un servicio de salud público de Santiago de Chile, en relación con el edentulismo total. En este estudio, se investiga en forma textual la manera como los pacientes edéntulos viven su experiencia. Surgen respuestas como: “Cuando se me empezaron a caer los dientes me sentía muy mal [opinión generalizada], porque me sentía como cohibida y acomplejada en todo sentido; pasaba en casa no más con los niños, no salía porque se imagina… ¡sin dientes!; para conversar con las demás personas me tapaba la boca”; “Cuando perdí los dientes me sentía mal, trataba de no reírme para que no me vieran los dientes y todo el mundo me encontraba serio; me dio una depresión regrande, tuve incluso que ir al psicólogo. Se ve fea una boca sin dientes”.10 El estudio mencionado posee, a modo de apreciación personal, un enorme valor agregado, que puede pasar desapercibido para el profesional que busca actualizar conocimientos técnicos: nos aterriza a la realidad general un paciente odontológico, en este caso el adulto mayor, cuyo acceso a la atención se dificulta por sus condiciones socioeconómicas.

Entonces, si tomamos como ejemplo este estudio vinculado al área de la prostodoncia y la salud pública, surge una serie de interrogantes: si nosotros evaluamos el rendimiento de un estudiante de pregrado con base en la rehabilitación de esos pacientes, ¿será necesario tener presente que, para lograr un tratamiento eficaz, la empatía es fundamental? ¿Un estudiante empático, que evolucione a un profesional empático, podrá hacer aportes a una mejor calidad de vida de estos pacientes a partir del tratamiento mismo? ¿Podemos nosotros evaluar paso a paso el nivel de empatía de un estudiante, de manera que, al momento de enfrentarse a un paciente, esta cualidad no haya mermado?

La respuesta es: sí. Como profesionales de la salud formadores, debemos velar por esta arista del proceso de enseñanza-aprendizaje. Existen herramientas para medir de manera objetiva la empatía, de forma que podemos hacer un adecuado seguimiento e intervenir en esta dimensión oculta del currículo.11 Así, el estudiante ya no tendrá una formación “integral” o “integrada”, restringida al mero racionamiento clínico terapéutico, sino que tendrá una visión más profunda, en un espectro psicosocial más amplio. Todo currículo debería materializar este elemento formativo, la empatía, desde el currículo oculto hasta el currículo formal,12 de manera que se pueda entrenar y mantener esta empatía durante todo el proceso de formación odontológica y así no perder nuestras raíces médicas, en un vertiginoso siglo XXI del rendimiento y la productividad.13

Llevaré adelante ese régimen, el cual, de acuerdo con mi poder y discernimiento, será en beneficio de los enfermos y les apartará del perjuicio y el terror.

Extracto del juramento hipocrático

AGRADECIMIENTO

El autor agradece a la Vicerrectoría de Investigación, Innovación y Posgrado por su apoyo en investigación, a su equipo de trabajo, a su equipo de apoyo, a sus docentes formadores y a los estudiantes que día a día aportan a la formación profesional y humana.

REFERENCIAS

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Recibido: 01 de Agosto de 2017; Aprobado: 07 de Noviembre de 2017

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