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Pedagogía y Saberes

versão impressa ISSN 0121-2494

Pedagogía y Saberes  no.58 Bogotá jan./jun. 2023  Epub 01-Jan-2023

https://doi.org/10.17227/pys.num58-17118 

Articles

Organismo y organización: sobre la dimensión (meta) política en la filosofía cósmica de María Montessori

Alessandro Della Casa* 
http://orcid.org/0000-0002-3517-3222

* PhD in Scienze storiche e dei beni culturali. Assegnista di ricerca, Università della Tuscia (Italia). https://orcid.org/0000-0002-3517-3222, alessandro.dellacasa83@gmail.com.


Resumen

Este artículo presentará los primeros resultados de una investigación, aún en curso, sobre la dimensión filosófica de la perspectiva de María Montessori, con el fin de ampliar la comprensión de los supuestos y objetivos que ella se proponía alcanzar a través de su método. En particular, el artículo se dedicará a la exposición y recomposición de los principales elementos de la reflexión de Montessori respecto a la dimensión sociopolítica durante los últimos treinta años de su vida, el periodo de los “nuevos horizontes”. Tras exponer los principios teleológicos derivados de la reelaboración de las nociones biológicas y geológicas del “Plan Cósmico”, se mostrará cómo Montessori aplica la “unidad de método” de la naturaleza tanto al proceso de desarrollo psicofísico del individuo humano como a las configuraciones de la organización social, y orienta ambos a una cohesión más amplia y sólida. A partir de los discursos sobre la creación humana de una supernaturaleza que revela la interdependencia entre todos los pueblos —unidos, de hecho, en una “Nación Única”—, se analizarán los rasgos de la nueva moral que, según Montessori, marcará el “nuevo mundo” creado por el niño. Al desarrollarse normalmente a través de una adaptación libre y natural a las nuevas condiciones sociales, en el contexto de la civilización tecnológica, el “hombre nuevo” reconocerá la conexión con todos los seres de la “creación” y asumirá la responsabilidad del cuidado de sus semejantes y de todo el planeta, para cumplir la misión que el plan cósmico ha asignado a la humanidad.

Palabras clave: educación; ambiente; humanidad; paz; responsabilidad

Resumen

Questo saggio intende offrire i primi risultati di una ricerca, ancora in corso, sulla dimensione filosofica della prospettiva di Maria Montessori, al fine di ampliare la comprensione dei presupposti e degli obiettivi che ella si proponeva di raggiungere attraverso il suo Metodo. In particolare, l’articolo sarà dedicato all’esposizione e alla ricomposizione degli elementi principali della riflessione montessoriana sulla dimensione socio-politica, durante gli ultimi trent’anni della sua vita, detti dei “nuovi orizzonti”. Dopo aver esposto i presupposti teleologici del “Piano Cosmico”, derivati dal ripensamento di nozioni biologiche e geologiche, si mostrerà come Montessori applichi l’“unità di metodo” della natura sia al processo di sviluppo psicofisico dell’individuo umano sia alle configurazioni dell’organizzazione sociale, orientando entrambi verso una sempre maggiore e più solida coesione. Partendo dai discorsi sulla creazione umana di una “supernatura”, che rivela l’interdipendenza tra tutti i popoli (uniti in una “Nazione Unica”), il saggio analizzerà le caratteristiche della nuova moralità che, secondo Montessori, avrebbe contrassegnato il “nuovo mondo” edificato dal bambino. Normalmente sviluppato attraverso un libero e naturale adattamento alle nuove condizioni sociali, nel contesto della civiltà tecnologica, l’“uomo nuovo” avrebbe riconosciuto il legame con tutti gli esseri del “creato” e si sarebbe assunto la responsabilità della cura dei propri simili e dell’intero pianeta, per adempiere alla missione che il piano cosmico ha assegnato all’umanità.

Parole-chiave: educazione; ambiente; umanità; pace; responsabilità

Abstract

This paper aims to offer the first results of a research, still in progress, on the philosophical dimension of Maria Montessori’s perspective, to broaden the understanding of the assumptions and objectives she set out to achieve through her Method. In particular, the article will be devoted to the exposition and recomposition of the main elements of Montessori’s reflection on the socio-political dimension, during the last thirty years of her life, known as the ‘new horizon’. After exposing the teleological assumptions of the ‘Cosmic Plan’, derived from the rethinking of biological and geological notions, it will be shown that Montessori applies to nature’s ‘unity of method’ both to the process of psychophysical development of the human individual and to the configurations of social organization, orienting both towards ever greater and firmer cohesion. Starting from the discourses on the human creation of a ‘supernature’, which reveals the interdependence between all peoples (indeed, united in a ‘Unique Nation’), the essay will analyse the features of the new morality which, according to Montessori, will mark the ‘new world’ created by the child, normally developed through a free and natural adaptation to the new social conditions, in the context of technological civilization, the ‘new man will recognize the connection with all the beings of ‘creation’ and he will assume his responsibility for the care of fellow human beings and of the whole planet, fulfill the mission the cosmic plan has assigned to humanity.

Keywords: education; environment; humanity; peace; responsibility

Introducción

En 1938, María Montessori afirmó que no solo se había propuesto la búsqueda de un “camino de perfeccionamiento en la forma concreta de educar, sino […] también el desarrollo de una idea, por así decirlo, filosófica”; concretamente, explicaba el concepto de la filosofía cósmica (Montessori, 2011, pp. 59-62). Tras revisar algunos prejuicios que, según la autora, habrían obstaculizado una adecuada comprensión de su trabajo en uno de los ensayos de su obra Formación del hombre, recuerda el momento en el que “las páginas de un periódico muy reconocido” la habían descrito como “¡una pobre filósofa!” (Montessori, 1968, p. 39). Montessori probablemente hacía referencia a la reseña crítica que había recibido su método en la revista de los jesuitas, Civilización Católica, de 1919, firmada por Mario Barbera, para quien la “óptima educadora” era un “pésimo filósofo” y sería “malinterpretada, caricaturizada y decepcionada” hasta no haber “ex[puesto] más claramente, con practicidad y sin tantas disquisiciones filosóficas su genuino método” (Moretti y Dieguez, 2019, p. 106).

Si bien en las últimas décadas no ha faltado la realización de estudios y análisis importantes en clave montessoriana, es evidente que la rama filosófica del pensamiento de la estudiosa poco se ha tenido en consideración (Frierson, 2018, p. 1), aun tratándose de una perspectiva que permitiría “releer desde un enfoque innovativo, el aporte […] a la psicología y a la pedagogía (Galeazzi, 2006, p. 11). Aunque las corrientes inherentes a la esfera política y social no han sido del todo excluidas (Babini, Lama 2000), sí se encuentran en las sombras, afectadas por la especulación montessoriana. A pesar de no ser considerada ideóloga o socióloga, sino consciente de las implicaciones de su pensamiento en el terreno político, efectivamente Montessori difundió en sus escritos, como parte integral de su visión holística y cosmológica, fragmentos de lo que se podría definir como una teoría política (o al menos metapolítica).

Las siguientes páginas están dedicadas a recopilar y reconstruir los principios elementales de dicha reflexión, primer paso indispensable para un posterior análisis más vasto y exhaustivo. De forma particular, se hará hincapié en las obras del último trienio de vida de la estudiosa de Chiaravalle, la fase de los nuevos horizontes, tal como la definió Augusto Scocchera (2005a). Se establece como punto de partida la exposición de los asuntos teleológicos derivados de la reelaboración de las nociones biológicas y geológicas del Plan Cósmico. Posteriormente, se demostrará cómo la “unidad de método” de la “obra de la naturaleza” (Montessori, 2021a, p. 167) es aplicada tanto al proceso de desarrollo psicofísico del individuo humano, como a las configuraciones de las organizaciones sociales —aspectos destinados a una cohesión cada vez más amplia y sólida—. Lo anterior favorecerá la comprensión del cimiento —indudablemente concebido en sus líneas esenciales, aunque en gran parte no manifestado— sobre el que se había edificado la perspectiva política más evidente de las conferencias de Educación y Paz (1949), llevadas a cabo durante los años treinta. Por último, se abordan las implicaciones que, según María Montessori, esta objetiva evolución habría tenido que ocasionar en la vida moral y, en consecuencia, las responsabilidades y metas de la misión cósmica de la humanidad, llevadas a la conciencia del niño a través de la educación, en el contexto de la civilización tecnológica.

Del átomo al planeta

En uno de los últimos capítulos de La educación de las potencialidades humanas (1948) —que así como junto a Educar para un nuevo mundo (1946), es fruto de las conferencias celebradas durante 1943 en el municipio de Kodaikanal en India—, María Montessori afirma que en “toda la obra de la naturaleza” se revela “una significativa unidad de método” y un “plan que, es el mismo tanto para el átomo como para el planeta”. Además, enuncia los “principios fundamentales”:

1) La libertad e independencia de los órganos en sus diferentes aspectos del desarrollo. 2) El desarrollo mediante la especialización de las células. 3) La unificación de los órganos a través del sistema circulatorio. 4) La organización de las comunicaciones desde el centro hasta la periferia del sistema nervioso” (Montessori, 2021a, pp. 167-168)

Para Montessori, las evidencias científicas de dicho método y de semejante plan inteligente (Montessori, 2021a, p. 72) —que ella con frecuencia encontraba adscritos a la Divina Providencia— podían ser explicadas a través de los avances de la biología y, en modo particular, por la embriología, con el asentamiento que había tenido la teoría genética sobre la preformista a partir de los estudios de observación microscópica de Caspar Friedrich Wolff y posteriormente de Karl Ernst von Baer. Se había concluido, explica Montessori resumiendo el proceso de la mitosis, que “no hay nada preexistente en la célula germinal” (Montessori, 2018, p. 41), la cual se divide “en dos células idénticas que permanecen unidas, seguidamente de dos pasan a ser cuatro, de cuatro a ocho, de ocho a dieciséis y así sucesivamente”. Retomando la metáfora de Thomas Henry Huxley, era

como si la construcción comenzara inteligentemente con la acumulación de los bloques necesarios para edificar una casa. Seguidamente, las células se disponen en tres capas diversas, también llamadas hojas embrionarias y este proceso puede ser equiparado a la superposición de los bloques para la cimentación de los “muros”. (Montessori, 2016, p. 40)

La diferenciación “en torno” a los respectivos “centros de sensibilidad” conduce a las células, “impregnadas de lo que podríamos llamar su ideal”, a especializarse en la formación de los respectivos órganos. Estos se completan “independientemente el uno del otro” (Montessori, 2018, pp. 40-41), en virtud de la función específica que están por desempeñar al interior de la economía del organismo, en cuyo conjunto se relacionan mediante el sistema circulatorio —“como un río” que transporta alimento y oxígeno— y el sistema nervioso —que “finaliza completamente la unidad de funcionamiento”—, bajo la transmisión de los comandos que se originan en el cerebro (Montessori, 2016, p. 45).

“Basado en un centro de energía, a partir del cual la cual se efectúa la creación”, el “plan” universal de la naturaleza dirigiría también la construcción de la “psiquis humana” (Montessori, 2018, p. 42). Como resultado de sus estudios y a raíz de la observación directa de la actividad infantil, Montessori individualizó en los primeros meses de vida del recién nacido —que concluía el desarrollo del “embrión físico”— una fase embrionaria “espiritual” exclusiva del ser humano (Montessori, 2016, p. 61), única especie carente de “caracteres fijos” pero dotada de una latente “potencialidad para formarlos” (Montessori, 1968, p. 75). En el transcurso de esa fase, guiada por una inmanente e inconsciente “fuerza vital” (o horme), la mente absorbente del niño acumula a través de los sentidos el “material” presente en el ambiente, mientras que se esfuerza por desarrollar, según los ritmos naturales y discontinuos de los temporales “periodos sensitivos” —originalmente teorizados por Hugo de Vries, biólogo dedicado a profundizar los estudios de la teoría de la maduración, para explicar las fases de desarrollo de los vegetales y los insectos—, capacidades, aptitudes y facultades comunes a la especie humana (lenguaje, posición erguida, etc.) (Montessori, 2018, pp. 42-43 y 85). 1

Mientras adquiere las “facultades humanas”, el sujeto realiza la “adaptación” a las características culturales (idioma, prácticas, mentalidad, costumbres, moral), temporal y espacialmente situadas de la población en la cual dicha fase se desarrolla, las cuales dejan huellas indelebles (los engramas) en los lugares de la memoria, en gran parte inconsciente, que Montessori llamaba mneme (Montessori, 2016, pp. 63-65). “El niño se adapta a los niveles de civilización que encuentra, cualquiera que sea [,] y logra construir un hombre adaptado a su tempo y a sus costumbres”. Es más, “la función de la infancia en la ontogénesis del hombre es adaptar el individuo al ambiente, construyendo un modelo de comportamiento que lo haga capaz de actuar en aquel ambiente e influir en el” (Montessori, 2016, p. 67).

Organización y organismo

En este sentido, Montessori instituye un paralelismo entre el desarrollo físico de los organismos vivos y el desarrollo mental del ser humano, en el que se encuentra la coordinación interna de los diferentes órganos y las funciones que estos desarrollan en el conjunto al que pertenecen. El nivel fundamental en el cual se identificaba el perfeccionamiento del plan era precisamente el de las relaciones que, en una dimensión diacrónica (es decir aquella de la historia natural y humana) y sincrónica, se dan entre los seres animados (y a veces inanimados) y el ambiente, concretamente: el plan cósmico.

A pesar de ser evidente la influencia ejercida por parte del positivismo de matriz spenceriana, conocido por Montessori durante sus años de formación — especialmente a través de Giuseppe Sergi, a quien se debe en gran parte la introducción del pensamiento de Herbert Spencer en Italia (Cavallera, 1989; Cicciola y Foschi, 2017) 2—, conjeturó una posible relación con el behavorismo (Montessori, 2016, pp. 53-54). Sin embargo, afirmaba haber elaborado su teoría y sus implicaciones pedagógicas, por lo menos a partir de 1935 (Montessori, 2021a, p. 23) 3, con base en la economía telúrica, expuesta por el abad y geólogo Antonio Stoppani en la segunda mitad del siglo xix, específicamente en las páginas de su obra Agua y aire (1875) 4 (Montessori, 2019, p. 47).

Con economía telúrica, me refiero al sistema de fuerzas coordinadas, ideado en la mente de Dios y puesto en acto por su voluntad amorosa, para que el globo terráqueo fuera morada de la criatura inteligente compuesta por alma y cuerpo, la cual vendría a realizar su peregrinación mortal: quiero decir aquel conjunto de leyes, donde la cadena de causas y efectos une los orígenes del mundo a los instantes en los que vivimos y por la cual se mantiene, desde el primer momento de la creación, en beneficio de la humanidad, lo que definimos como orden del universo. (Stoppani, 1879, p. 11)

De hecho, Montessori parecía remontarse a su presunto tío o tío-abuelo materno, con el que establecería un vínculo exclusivamente intelectual 5 no solo en el estilo narrativo, la visión general y los ejemplos que utilizaba para argumentar (y dirigirse a los niños y adolescentes), sino además en un intento por tratar de conciliar la “verdad científica con aquella religiosa” (Gilsoul y Poussin 2022, p. 22) introduciendo las teorías del evolucionismo al interior de una perspectiva finalista. Por ejemplo, en El inconsciente en la historia (1949), Montessori afirmaba que, para entender enteramente al hombre, era necesario comprender su función y las relaciones —sincrónicas y diacrónicas— que entabla con los elementos del cosmos. Esta conciencia había pertenecido primero a las religiones y después a la ciencia, que estaba empezando a desarrollar una visión de la historia muy similar a aquella religiosa. Lo que aún faltaba era el pleno reconocimiento de la “relación recíproca de los eventos, la parte que en la Sagrada Historia se explica desde la concepción de Dios, el creador del mundo, quien dirige cada evento, dando la visión de un plan constructivo” (Montessori, 1949b, p. 200).

Montessori sostenía que, antes de la biología, la cual había considerado el comportamiento de los seres vivos únicamente desde la perspectiva de la autoperfección y de la autoconservación, la geología había realizado una lectura “en las primeras páginas sobre la historia de la Tierra […] donde la vida es una energía constructiva que modifica el ambiente [,] como un trabajador o un ‘agente de la creación’”. Sus distintos comportamientos son guiados por los numerosos instintos enfocados al desempeño de funciones especiales orientadas al mantenimiento del “orden de la naturaleza”. Cada uno de los trabajos es indispensable y cada individuo adquiere una mayor adaptación con el proceso de la evolución, en la que todos desenvuelven una función frente a la propia salvación (Montessori, 1949b, pp. 202-203) 6. Tras recorrer los albores de la evolución natural del planeta, Montessori declaró que “viviendo y creciendo hacia la perfección”, las formas vivientes cumplen “su tarea cósmica”, comprometidas inconscientemente con el mantenimiento de la pureza del aire y el agua, y con la transformación positiva y mejorada del ambiente (Montessori, 2021a, p. 73). Cada una de ellas, satisfaciendo las propias necesidades, según el comportamiento peculiar de su especie en la continua dialéctica de fuerzas constructivas y destructivas, resultaría espontáneamente integrada, es decir, en armonía con las demás. Ningún elemento natural, en este esquema, alberga en la propia interpretación la razón de ser: las plantas no aptas para la alimentación animal, por ejemplo, tienen al menos la función de purificar el aire (Montessori, 2011, p. 64). Parafraseando a Stoppani, Montessori describía a los seres vivos como semejantes a los “miembros organizados de una gran sociedad disciplinada [,] un potente ejército que combate para mantener el orden sobre la faz de la tierra” (Montessori, 1949b, p. 207; Stoppani, 1879, p. 76).

En una perspectiva que recuerda la “hipótesis de Gaia”, formulada en los años setenta por el químico James Lovelock (Scocchera, 2005b, p. 35), lo que hoy se reconoce como ecosistema, es decir, la Tierra en su totalidad, para la estudiosa italiana actúa como un organismo, “una persona viva” en la cual las diversas clases de seres vivos funcionan como órganos. Por ejemplo, en el contexto del mundo marino, el equilibrio de la presencia de carbonato de calcio se mantiene a través de los corales, que absorben la sustancia para multiplicarse; sin embargo, el abastecimiento de este elemento llega a los “pulmones del océano”, instalados en el fondo marino, gracias al movimiento de los peces, por lo que se desarrolla una función análoga a la del sistema circulatorio (Montessori, 2019, pp. 48-53) 7.

Incluso la extinción de algunas formas de vida podía ser explicada mediante la óptica de la providencia, en vista de la preparación del ambiente para el advenimiento necesario de la “nueva energía cósmica” del hombre: su sacrificio. Al cumplir con “la tarea esencial en la economía de la creación” o “incapaz de adaptarse”, había permitido la aparición de depósitos de carbono, hierro y petróleo, indispensables en la obra del “agente principal de Dios en la tierra”; y es gracias a los dones de la inteligencia y la fantasía —voluntad y libertad— que se habría “construido la civilización” sobrenatural —de la cual se hablará más adelante— (Montessori, 2021a, pp. 66, 74-75 y 101-103) 8.

Si se realiza un análisis genealógico de la sociedad humana, es posible observar la reproducción fractal del desarrollo en el organismo biológico cuando Montessori afirma que, “de la misma forma”, al nacer, los embriones espirituales “siguen un idéntico esquema de desarrollo y las mismas leyes”, incluidas aquellas que producen una diferenciación semejante a la padecida por los homólogos embriones físicos. De hecho, cada individuo se diferenciará favoreciendo progresivamente las peculiares “tendencias” que lo llevarán a “elegir un lugar diferente en la sociedad” (Montessori, 2016, pp. 76-77) y a desempeñar una función útil para el bienestar del cuerpo social:

Existen, podríamos decir, grupos particulares de hombres que forman los órganos de la humanidad. Al principio, cada individuo efectúa muchas tareas, y así lo vemos en la sociedad primitiva cuando los individuos son pocos y todos tienen que dedicarse a trabajar sin especializarse […]. Sin embargo, a medida que la sociedad evoluciona, el trabajo se especializa. Cada uno elige un particular tipo de trabajo. (Montessori, 2016, p. 44)

Dicho trabajo se convierte en su “propio ideal” y exige una “transformación psíquica necesaria en la tarea que debe cumplir”.

En La mente absorbente (1949), Montessori recuerda haber presenciado, en las escuelas que adoptaban su método, el desarrollo espontáneo de una “sociedad que actuaba como un solo cuerpo”, a partir de las “experiencias libres” de “convivencia social” entre niños de géneros y edades (de 3 a 6 años) diferentes. Normalizados 9 y convertidos en “individuos independientes” gracias a la autoeducación y según las prescripciones de la naturaleza, los niños se encontraban dirigidos por un “poder interior” hacia la “integración”, que culminaba en la edificación de la “sociedad por cohesión”. Por lo que, sin necesidad de intervención por parte del adulto o de sus “predicas”, empezaban a madurar un espíritu de “fraternidad” con el “grupo” al que sentían pertenecer y en cuyo beneficio reconocían el propio bienestar (Montessori, 2016, pp. 224, 226, 231-233 y 241). “Las líneas de construcción” de la “vida social” eran comparadas precisamente con “las mismas del trabajo celular durante la construcción de un organismo”: la “sociedad cohesiva” encarna el “embrión espiritual” de la “asociación organizada”, en la cual se advierte la necesidad —que Montessori había visto originarse en los niños mayores de 6 años— de “reglas” y de “un líder que dirija la comunidad”. A través de la ascensión al grado de complejidad y conciencia, el humano “hecho natural” de la “vida en sociedad”, hasta la “vida adulta”, “se desarrolla como un organismo que muestra diferentes características durante su proceso evolutivo”. La sociedad necesita organización para funcionar adecuadamente. Aunque esta será ineficaz si en el fondo falta la cohesión —la cual, como se ha mencionado, no es fruto de la imposición, sino, más bien, de un despliegue no obstaculizado de la “vida” misma— que garantiza la estabilidad y permite a las masas convertirse en “un grupo”, caracterizado según el “grado de desarrollo en la personalidad de los individuos” (Montessori 2016, pp. 231 y 234-237). La experiencia en India habría ofrecido a Montessori la posibilidad de explicar este fenómeno al compararlo con el proceso de producción de tejidos de algodón. Luego de la recolección y limpieza de los copos de algodón —la normalización y adaptación del niño—, sigue el “hilado” —la identificación y “formación de la personalidad” con “el trabajo y las experiencias sociales”—; posteriormente, los resistentes hilos se montan en el telar —la “cohesión de la sociedad”— y se unen a través del carrete durante el proceso de tejido —la “sociedad organizada por los hombres, […] sostenida por las leyes y […] bajo la dirección de un gobierno”— (Montessori, 2016, pp. 235-236).

Haciendo uso una vez más de la metáfora organicista, Montessori evocaba implícitamente a Spencer (1904, pp. 316-318), al afirmar que en la sociedad humana también los órganos de la comunidad se encontraban relacionados, por el “sistema circulatorio” del “gran río del comercio”, con los “mercaderes”, que funcionan como los corpúsculos rojos de la sangre. Lo que con poca frecuencia se manifestaba era la contraprestación por la “especialización” de las “células […] del sistema nervioso”: el “órgano directivo” que armonizará plenamente las actividades y funciones del ya cohesionado cuerpo social, en pro del bienestar y el progreso general (Montessori, 2016, pp. 45-46). La especialización, en este caso, correspondería a la “transformación psíquica” desarrollada con el fin de ser “apto e idóneo para el trabajo” de dirección, en términos de competencia, conciencia y responsabilidad (Montessori, 2016, p. 46): “quien alcanza un nivel superior y tiene una tarea de guía, tiene y debe sentir la responsabilidad, no la autoridad de su posición” (Montessori, 2018, p. 138).

Para evitar malentendidos, es necesario decir que, en cuanto a las relaciones, dirimente en la historia del pensamiento político entre organización social y libertad —y entre organismo y libertad, retomando a propósito el título del volumen que compila los ensayos de Hans Jonás, publicado en 1973—, Montessori consideraba la “libertad individual” como un “elemento base” imprescindible, propedéutico para el nacimiento y fructífero perdurar de la sociedad: la automatización de los individuos (o su mera coexistencia extrasocial en un “cúmulo”) es causa de inanidad y no permite la elevación de la personalidad ni la realización de la misión cósmica humana. Aun así, la “asociación” humana, como ocurre en los animales superiores, no llega a la unificación típica de las formas de vida primitivas, como, por ejemplo, las “colonias” de celenterados, “que no evolucionan” y “una sola se desarrolla a través de varios individuos” subsumidos en la colectividad (Montessori, 2004, pp. 154-156). “Existe una libertad fundamental”, argumentaba Montessori, “la libertad que es necesaria para el individuo por dos razones en la evolución de las especies: 1) ofrecer a los individuos posibilidades infinitas de perfeccionamiento y permitir al hombre identificar el punto de partida para un desarrollo integral; 2) posibilitar la formación de una sociedad de hombres. “La libertad es el problema que se encuentra en la base de la sociedad” (Montessori, 2004, p. 156). En Educar para un nuevo mundo se puede leer que

por lo general se considera la sociedad basada en el gobierno y las leyes: sin embargo, los niños nos enseñan que deben existir primero algunos individuos con voluntad desarrollada, y después un llamado que los invite a unirse, como un paso preliminar para cualquier organización. Es necesaria ante todo la fuerza de voluntad, después la cohesión orientada por el sentimiento y finalmente la cohesión de la voluntad. (Montessori, 2018, p. 139)

Hacia el organismo mundial de la “Nación Única”

La filosofía de la historia montessoriana indicaba como un hecho, y no solo como guía “ideal”, la tendencia de cada una de las civilizaciones hacia la progresiva agregación con el objetivo de construir “en un solo organismo” la “humanidad entera” (Montessori, 1949a, p. 165). El “breve resumen de la historia de la civilización humana” —desde la aparición del hombre hasta la romanización, encargada de difundir las conquistas del espíritu griego—, presentado en La educación de las potencialidades humanas, pretendía demostrar —como parte de la educación cósmica ofrecida al niño— que “al igual que los órganos, los diferentes centros de la civilización fueron impulsados para fortalecerse aisladamente, de modo que al ser puestos en contacto se pudieran agrupar en organizaciones más vastas” (Montessori, 2021a, p. 169). En el plan cósmico, un poco como en el arte culinario, se mezclan diversas civilizaciones a la espera de resultados determinados:

Se preparan por separado diferentes ingredientes, manipulándolos con cuidado y dejándolos cocer poco a poco con paciencia, hasta que lleguen a las condiciones deseadas y se puedan añadir al plato para darle ese sabor particular. […] En lugar de una mescolanza, parece que hubo una transformación química que permitió la elaboración de algo nuevo y uniforme, algo que antes no existía. (Montessori, 2021a, p. 169)

No pocas veces el “encuentro” fecundo y necesario entre pueblos diferentes había ocurrido a causa de sangrientos conflictos y violencias (Montessori, 2004, p. 56). Desde las conferencias de Educación y paz, en las que se hace evidente la repercusión política de la especulación —situación que contribuyó a perjudicar las relaciones entre Montessori con el régimen fascista (Foschi, 2012, pp. 89 y ss.; Stefano, 2020, pp. 274-276)—, Montessori indicaba que en décadas precedentes se había presenciado un considerable y repentino salto de calidad 10. Empleando un término —ausente en la obra de la estudiosa— acuñado precisamente por Stoppani, había iniciado la era antropozoica —que determinaba la llegada de la “fuerza telúrica” humana, equivalente a las “mayores fuerzas del globo” (Stoppani, 1873, p. 732)—, renombrada, un siglo después, Antropoceno: la fase geológica caracterizada por el impacto del hombre en el ecosistema (Lewis y Maslin, 2019, pp. 3-20). Ya que ningún elemento lleva una existencia meramente parasitaria11, señala Montessori, también al hombre había sido encomendada una específica —y la más incisiva— “misión cósmica” en relación con las demás especies: desarrollar el “ambiente” y “transformar la naturaleza” (Montessori, 2004, pp. 81- 98).

Es así como, a través de los “descubrimientos y las aplicaciones científicas”, las innovaciones tecnológicas, el género humano aprendió a colmar las distancias, a comunicar sin límites entre los continentes, a manipular la materia para generar y difundir la energía eléctrica (Montessori, 2004, pp. 29-31). Por lo tanto, había creado una “super-naturaleza” —para nada “artificial”, derivada de una vocación implícita a su misma naturaleza humana— extendiendo el sistema circulatorio del comercio, que se encargaba de la distribución de los productos para el trabajo, incluso desde lugares remotos, aumentando la “interdependencia” entre los pueblos, los cuales hacían parte de “un solo organismo, una Nación Única” (Montessori, 2004, pp. 30, 91 y 99)12. “No es posible”, aseveraba la doctora,

fingir la existencia de naciones e intereses separados, como en el pasado. […] Habrá siempre grupos y familias humanas con tradiciones e idiomas diferentes, pero no podrán conducir a naciones en el sentido tradicional de la palabra: tendrán que unirse como miembros de un solo organismo, o morir. (Montessori, 2004, p. 31)

“Entre un viejo mundo que termina y un nuevo mundo que ya ha comenzado”, se encontraba el pasaje de “dos épocas biológicas y geológicas” frente a una inexorable alternativa (Montessori, 2004, p. 26). Por un lado, en virtud de la propia indeterminación, podría haberse mantenido en la inconciencia o, en todo caso, adaptarse y seguir los dictámenes de una vida moral inadecuada y contrastante con las nuevas circunstancias, puesto que se caracteriza todavía por ser egoísta e individual. El primer caso se manifestaba en la eventualidad constante de la guerra —a causa de la política solo temporalmente prorrogable—, que aparecía nuevamente gracias a los “nacionalistas”, quienes “artificiosamente” procuraban inculcar en los hombres “un apego exasperado a la propia nación” (Montessori, 2004, p. 91). Si esta era la opinión que Montessori tenía acerca de las aspiraciones del fascismo y el nazismo, no podía faltar una recriminación hacia la división de la humanidad bajo las lógicas de clase, emprendidas por el “unitarismo internacional”, es decir, los marxistas, que “habían considerado solo los intereses de una parte” y le apostaban “a una unión basada en la eliminación de los derechos del resto de la humanidad y a la destrucción de sus particulares elementos morales” (Montessori, 2004, p. 91).

Sin embargo, bajo la línea de una convicción que desde Jeremy Bentham y Spencer llegaba hasta The Great Illusion (1909) de Norman Angell (Castelli, 2019, pp. 21-37), la estudiosa advertía que precisamente en función de la interconexión y del beneficio mutuo, derivados de la cooperación comercial transicional, los conflictos armados se habían vuelto superfluos en el acaparamiento de los bienes y nocivos tanto para los derrotados como para los vencedores. Y, debido a la capacidad destructiva desarrollada con la técnica, corrían el riesgo de revelarse fulminantes (Montessori, 2004, pp. 30 y 56): “Si las energías siderales son usadas por el hombre inconsciente, para destruirse a sí mismo, él tendrá éxito rápidamente; porque las energías de las que dispone son desmesuradas e infinitas” (Montessori, 2004, p. 26).

El “culto al interés personal”, por otra parte, provocaba el aislamiento de los individuos, dotados cada vez más de una “personalidad débil y oscilante”; herencia de un desarrollo marcado en la infancia por un dominio impuesto por el adulto: la “lucha entre el adulto y el niño” (Montessori, 2004, p. 18). “Como granos de arena en el desierto”, “estériles [y] despojados de cualquier espiritualidad que los vivifique”, pero capaces de transformarse en “un torbellino exterminador” si son impulsados por un “viento potente”, los “pobres egoístas” eran incapaces de controlar el “ambiente mecánico” fabricado por ellos mismos, del cual eran prisioneros, afligidos por un “complejo de inferioridad” (Montessori, 2004, pp. 14-16, 20, 39-40 y 62), en un marco que anticipa las reflexiones sobre la vergüenza y el desnivel prometeico, conceptos desarrollados por Günther Anders en los años cincuenta (Anders, 2010), aunque a diferencia del filósofo alemán, en Montessori la especificidad de las premisas antropológicas y las conclusiones no conducen a una resignación apocalíptica y desesperada. 13

Al proyectar una imagen dramática que en parte recuerda a la traspuesta en la pantalla, de forma aparentemente burlesca, de Charlie Chaplin en Modern Times (1936), Montessori ejemplificaba el “desequilibrio entre el hombre y el ambiente” tecnológico con la impactante historia de un “joven panadero” exterminado por los engranajes de una “gran maquina productora de pan”: “El ambiente es semejante a aquella maquina colosal, capaz de producir increíbles cantidades de alimento, y el obrero arrollado representa la humanidad impreparada e imprudente, que queda atrapada y destrozada por aquello que debería proveerle abundancia” (Montessori, 1968, p. 20).

El otro camino que se habría podido —y debido— recorrer implicaría la “regeneración” espiritual y la fundación universal de una “nueva forma moral” (Montessori, 1949, p. XIII). “La responsabilidad del maestro hacia la humanidad es realmente grande”, como “guía esencial de las nuevas generaciones”, explicaba Montessori (Montessori, 2021a, pp. 169 y 172). En efecto, como Montessori afirmará, si la humanidad hasta ese entonces había “vivido en un estado embrionario” y se encontraba “trabajando en un nuevo nacimiento, capaz de adquirir conciencia de su función y unidad” (Montessori, 2021a, p. 13), para que la regeneración ocurriera se habría tenido que favorecer, mediante experiencias y exploración en el ambiente —es decir, según un método educativo cooperante con el “mandamiento de la naturaleza” (Montessori, 2018, p. 63)—, el ejercicio de la capacidad adaptativa en el niño y el adolescente, en condiciones variadas y siempre mutables. 14 Solo así se podría favorecer la comprensión de las dinámicas sociales. 15

La “historia del universo” ofrecida al niño (Montessori, 2021a, p. 32) suscitaría en el joven “agradecimiento” tanto por los “héroes de la historia” (científicos, historiadores, inventores) como por los individuos “desconocidos”, lejos en el tiempo y en el espacio, que proveían, con su cotidiana fatiga, a las necesidades básicas de todos. Se habría alcanzado una “responsabilidad y devoción (casi) religiosa”, proyectadas hacia el pasado y el futuro, por toda la humanidad (Montessori, 1949a, pp. 166-167). Ya que “hoy en nuestros corazones no hay amor hacia los seres humanos, no obstante, lo mucho que hemos recibido de ellos, bajo forma de alimento, vestuario y tantos descubrimientos de los que nos beneficiamos”, lo “que es especialmente necesario, es que desde los primeros años el individuo sea puesto en relación con la humanidad”:

Al educar a los niños, pongamos nuestra atención en las multitudes de hombres y mujeres que la luz de la fama no ilumina, alimentando en ellos de esta forma, el amor por la humanidad; no el sentimiento vago y anémico que hoy es proclamado bajo concepto de fraternidad, ni el sentimiento político en el cual las clases trabajadoras deberían ser redimidas y elevadas. Lo verdaderamente necesario no es en absoluto un sentimiento paternalista ni caritativo hacia la humanidad, sino la conciencia reverente de su dignidad, la cual tiene un valor intrínseco. Esa tendría que ser cultivada como un sentimiento religioso, […] nadie puede amar a Dios, si permanece indiferente hacia el prójimo. (Montessori, 2021a, pp. 45-46)

Un ejemplo concreto del cuidado que se debería tener con el otro, con el cual se mantiene una conexión inseparable, se encuentra, según Montessori, en el compromiso de los grupos más ricos (naciones o segmentos de la sociedad) para garantizar un “nivel medio” y permitir la superación de las desigualdades materiales más acentuadas:

La ayuda a los que se encuentran en condiciones inferiores o a los que no poseen mínimamente recursos materiales. Es una forma de asegurar la salvación de todos: por consiguiente, interés común. Las verdaderas defensas contra la llegada de guerras o revoluciones, consisten principalmente en “nivelar” los tan marcados desniveles entre grupos humanos —y en procurar los medios más eficaces— para que todos puedan participar sin excepción. (Montessori, 2000, p. 166)

El niño, “anillo de conjugación entre las diferentes fases de la historia y los diferentes niveles de civilización”, “padre del hombre” —según la fórmula basada en el poeta romántico William Wordsworth—, “capaz de actuar libremente” en el ambiente e “influir en él” (Montessori, 2016, p. 67; Montessori, 2021b, p. 49), habría creado un círculo virtuoso y permitiría la completa implementación de la “organización mundial” en “organismo” (Montessori, 2021a, p. 112) —de la cual la estudiosa de Chiaravalle destacaba la premura frente a las devastaciones del segundo conflicto mundial—.

Una nueva moral para la “última revolución”

Se habría llevado a cabo una transición adicional hacia la integración funcional espontánea. Tras dejar de ser dominado por los “engranajes de un mundo mecánico y burocrático”, sin delegar a estos la puesta en marcha del progreso (Montessori, 2004, p. xii), el “nuevo hombre, el hombre mejorado”, unido a sus semejantes por el “amor” —el “instinto de protección” de la especie, el cual tiene que despertarse, así como la “crianza de un niño” según las “exigencias de la naturaleza”, sobre todo en la civilización occidental (Montessori, 2004, pp. 23, 25 y 142; Montessori, 2016, p. 108)16—, habría conscientemente coordinado y armonizado con ellos su propia actividad. Lo anterior, sin pretender un posible regreso a la condición premoderna, sino asumiendo el control de la técnica para poder dirigirla hacia el bienestar del ambiente interno, en el “nuevo mundo” realmente cohesionado y pacífico (Montessori, 2004, pp. 49 y 58). 17

Es evidente, la dirección que toman los planteamientos montessorianos hacia un enfoque plenamente ecológico y ecocéntrico, que acentúan las intervenciones posteriores a su experiencia en la India. “Al centro de esta posición”, explica Paolo Vidali, se encuentra la

extensión del valor moral que va más allá de lo humano y trasciende la vida orgánica, hasta incluir a cada uno de los entes en toda la comunidad de existencia. Montañas, ríos, mares, desiertos, bosques… constituyen una extensa variedad de entidades, vivas y no vivas, interconectadas a la red del ecosistema al cual pertenecen. El ecocentrismo, pone al centro de la reflexión ética, no una especie, ni los entes vivos, sino las relaciones ecológicas y el sistema que las estructura. Ampliando el horizonte ético hasta llegar a los confines del sistema Tierra e incluir vivos y no vivos, unidos por un destino común. En esta perspectiva, el mismo ecosistema tiene un valor intrínseco. (Vidali, 2002b, § 6.2.4)

Al reconocer la correlación en cada ser de la creación,18 Montessori incluía en la revelación de la humanidad, como “agente de la creación” y “obrero del universo” al interior de la “evolución cósmica”, la contribución a la custodia del equilibrio dinámico del “orden de la naturaleza” (Montessori, 1949a, pp. 167-168). Entonces, el bienestar de hombre, ante sus ojos, era inseparable del bienestar del planeta: el hombre

está convencido de tener que trabajar para sí mismo, para su familia y su país, sin embargo todavía debe adquirir conciencia de las mayores responsabilidades en el cumplimiento de una tarea cósmica, se trata de tener que trabajar con los otros en pro del ambiente en el que vive, del universo entero, así como dice la Biblia “giman y fatiguen juntos” para llevar a cabo la creación. (Montessori, 2021a, p. 66)

Por medio de la “educación desde el nacimiento”, escribía Montessori, se cumpliría la “última revolución”: “una revolución exenta de cualquier tipo de violencia, que una a todos en un fin común, y los atraiga hacia un solo centro” (Montessori, 2016, p. 16).

Con base en lo que consideraba como la objetiva racionalidad del sistema teleológico de la naturaleza, en la cual la humanidad estaría plenamente inscrita —aunque con un status “privilegiado” del que derivan honores y obligaciones—, María Montessori promovía la fundación de una nueva moral que pudiera contemplar el equilibrio entre libertad y responsabilidad; individualidad y pertenencia; derechos y deberes; consentimiento y pluralismo; conservacionismo y progreso; y, al mismo tiempo, prestara atención tanto a los beneficios como a los peligros de la innovación tecnológica para el hombre mismo y para el ambiente (ya que uno es parte del otro). Su multidisciplinar prisma anticipó muchos de los nodos temáticos sobre los cuales se concentraría el debate en los años posteriores a su fallecimiento y alrededor de los cuales continuaría girando, con una notable urgencia, para responder a los retos excepcionales del presente: una razón adicional para continuar, en la perspectiva que contempla una reflexión ética de la responsabilidad y sus implicaciones en el ámbito político, la investigación de una mujer cuyo pensamiento está lejos de ser el de una “pobre filosofa”.

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Recibido: 05 de Agosto de 2022; Aprobado: 26 de Octubre de 2022

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