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Investigación y Desarrollo

Print version ISSN 0121-3261On-line version ISSN 2011-7574

Investig. desarro. vol.24 no.2 Barranquilla Jul./Dec. 2016

https://doi.org/10.14482/indes.24.2J718 

http://dx.doi.org/10.14482/indes.24.2J718

Las diferentes aproximaciones al estudio de los barrios en las ciencias sociales

Different approaches for the study of neighborhoods in social sciences

Sandra Carolina Pulido Chaparro
Universidad El Bosque
Universidad de los Andes

Psicóloga e investigadora. Universidad El Bosque. Maestría en Antropología. Universidad de Los Andes. Candidata de doctorado en Antropología. Universidad de Los Andes. sc.pulidoio@uniandes.edu.co.

Fecha de recepción: Julio 10 de 2015
Fecha de aceptación: Julio 2 de 2016


Resumen

Este artículo tiene el objetivo de hacer una revisión de los estudios que desde las ciencias sociales, especialmente la antropología urbana, han trabajado sobre los barrios y vecindarios y, por ende, sobre la ciudad. Para ello, se desarrolla una breve reseña de los primeros estudios que se realizaron sobre los vecindarios en la Escuela de Chicago y en la Escuela de Mánchester. En la segunda parte, se muestran las diferentes aproximaciones sobre los barrios desde la década de 1990, miradas que, en el escenario teórico, reproducen supuestos de "lugar" anteriores al giro espacial y herederos de la Escuela de Chicago. Para finalizar, se concluye sobre los límites de los estudios barriales, entre los que se destacan pensar y reconceptualizar los barrios y desligarse de fronteras geométricas definidas y de la visión de comunidad. Por tanto, el presente artículo apuesta por la reflexión en torno a las nuevas concepciones del lugar que se dan después del giro espacial, unas concepciones más dinámicas y relacionales, en las que los barrios se configuran a partir de trayectorias, influencias, intercambios, prácticas e historias de sus residentes. Así, el barrio se entiende de una forma interconectada, articulado con los múltiples lugares que conforman la ciudad, y no como una entidad aislada o un telón de fondo sobre el que se produce lo social.

Palabras clave: barrios, comunidad, ciudad, antropología urbana.


Abstract

This article aims to review the made by social sciences and urban anthropology about neighborhoods, and thus the city. For this porpuse a brief overview of the initial work of the Chicago School and the University of Machester about neighborhoods is developed. In the second part, the different approaches since the 90's about neighborhoods are shown. Views that in a theoretical scenario reproduced assumptions of "place" before the spatial turn and the heirs of the School of Chicago. Finally, the challenges that neighborhood studies face are discussed. Among the challenges is the need to think and reconceptualized the neighborhood, separating them from geometric boundaries and the community vision.

Therefore, this article focuses on reflection of the new conceptions of the place given after the spatial turn, more dynamic and relational conceptions, in which the neighborhoods are configured out of its inhabitant's trajectories, influences, interchanges, practices and histories (Massey, 2004). Thus, the neighborhood is understood interconnected, articulated with the multiple places that make up the city, and not as an isolated entity or a backdrop on which the social is produced.

Keywords: Keywords: neighborhoods, community, city, urban anthropology.


Introducción

Hoy, una vez más, según Madden (2014), el barrio es un concepto central en la planificación urbana y en las ciencias sociales. Para algunos investigadores, el periodo actual se caracteriza por un énfasis renovado en el barrio generado por el nuevo localismo, un resurgimiento que aparece gracias a las nuevas pautas de desigualdad socioespacial, a la globalización y a las nuevas transformaciones espaciales asociadas al neoliberalismo. El espacio como concepto ha sido un elemento esencial en los estudios urbanos y ha constituido una comunidad "imaginada"1 que se podía demarcar con fronteras claras, límites físicos y representar bajo las coordenadas de un mapa. En este escenario, este artículo tiene como objetivo realizar una revisión bibliográfica a partir de la pregunta de cómo se han tratado los espacios urbanos específicos, barrios y vecindarios, desde las ciencias sociales, especialmente desde la antropología. Para lo anterior, se divide en los siguientes apartados. En primer lugar, una breve reseña sobre los primeros trabajos que se realizaron sobre los barrios-vecindarios y, por ende, sobre la ciudad, que comienza en la Escuela de Chicago, pasa por la Escuela de Mánchester, para terminar con la influencia de ambas corrientes en América Latina. En segundo lugar, se realiza una recopilación de los estudios de barrios realizados desde la década de 1990 que, dada la multiplicidad de trabajos y enfoques, se van a analizar tomando la estrategia analítica de Setha Low, en la que se utiliza una serie de imágenes, adjetivos y metáforas para la realización de una antología organizada de antropología. En tercer lugar, se plantearán algunos límites que presenta el estudio de los barrios en las diferentes aproximaciones y, por último, se presentan las conclusiones y algunas reflexiones.

Una breve reseña histórica de los trabajos de barrios en las ciencias sociales

El inicio del estudio de la ciudad en las ciencias sociales se ubica en la Escuela Chicago, entre las décadas de 1920 y 1930, época en la que se desarrolla una perspectiva ecológica inspirada en el darwinismo social (Low, 1999; Hannerz, 1986; Franco, 2008). La ciudad fue teorizada por sus precursores, R. Park, E. Buguess y L. Wirth, como un agregado de nichos ecológicos contiguos, ocupados por grupos humanos en una serie de anillos concéntricos que rodeaban un núcleo central (Low, 1999). Para Park (1999), existía un estrato de vida humana biótico, en el que la competencia era la forma básica de coexistencia e influenciaba la conformación de la ciudad moderna, aunque esta podía estar o no limitada por un orden moral. Por tanto, según el autor, los habitantes más fuertes del medio urbano ocuparían los lugares más ventajosos y los otros se adaptarían a sus demandas (Park, 1999). Asimismo, examinó las variadas características de los barrios urbanos desde esta perspectiva: 1. como mundos aislados, hogares de poblaciones de inmigrantes con pocos vínculos en la sociedad que los rodeaba; 2. como aglomeraciones anónimas de individuos en movimiento y 3. como áreas de vicio,2 debido a las transformaciones que trajo la industrialización en los procesos de urbanización. Uno de los temas en los que profundizó fue el vecindario, entendido como unidad social y generador del espíritu colectivo, en el que describió sus contornos, su coherencia en la organización interna y externa y las relaciones inmediatas entre sus individuos3 (Franco, 2008). Por su parte, Buguess (1925) elaboró conceptos y mostró aplicaciones prácticas, de las que derivó el diagrama ideal de la ciudad como una serie de círculos concéntricos. Por otro lado, L. Wirth, en "Urbanism as a way of life" (1938), señala la ausencia de una teoría del urbanismo en la ecología humana que ofreciera, de un modo sistemático, conocimientos concernientes a la ciudad como una entidad social. Por este motivo, concentra su planteamiento en la identificación de categorías de análisis como el tamaño de población, la densidad y la heterogeneidad. Los trabajos realizados en esta escuela se ubicaron en Chicago, la que entendieron como un laboratorio y cuyos barrios fueron los centros del trabajo etnográfico, en los que la observación participante fue una estrategia investigativa que permitió describir y explicar las adaptaciones locales de las poblaciones urbanas a estos microambientes (Hannerz, 1986).

Otra línea de trabajo se desarrolló en la Escuela de Mánchester entre las décadas de 1950 y 1970. Sus precursores, Max Gluckman, Victor Turner y J. Clyde Mitchell, se centraron en el análisis de la adaptación de los grupos tribales a las condiciones de migración, industrialización y urbanización del periodo de dominación colonial en África (Hannerz, 1986). Los integrantes de esta emergente tradición pensaban que la ciudad, entendida como un todo, se convertía en un artefacto demasiado amplio, por lo que las personas y los grupos estudiados en un entorno urbano eran comprendidos mejor desde una perspectiva situacional. Una aproximación que se puede ver en el trabajo de los sociólogos Young y Willmott (1957), Family and kinship in east London, en el que concibieron la ciudad como una serie de comunidades urbanas, basadas en relaciones de redes de parentesco.

Es interesante destacar cómo las dos tradiciones fundacionales de los estudios de la ciudad en las ciencias sociales, que parten del trabajo de campo y de una perspectiva comparativa, parecen llegar a conclusiones aparentemente opuestas. Mientras que para la Escuela de Chicago la ciudad puede definirse, para la Escuela de Mánchester la ciudad es indefinible en términos universales (Monge, 2007). No obstante, existe una constante en ambas escuelas: las dos trabajan con grupos muy concretos de ciudadanos y lo hacen de un modo fragmentario. Asimismo, según Monge (2007), ambas escuelas son responsables de la progresiva introducción en el estudio de la ciudad de los métodos de trabajo de las pequeñas comunidades, de la etnografía contextualizada, de las historias de vida, de la observación participante, del análisis situacional, de los estudios de redes. En este sentido, en estas dos tradiciones, la de la Escuela de Chicago y la de Mánchester, el barrio se convirtió en aldeas antropológicas que integran la complejidad de la ciudad (Monge, 2007; Lacarrieu, 2007).

Asimismo, ambas escuelas influyeron en el inicio del trabajo urbano en América Latina: la Escuela de Chicago, con los trabajos de Redfield, Tepoztlan: A mexican village (1930), y de Oscar Lewis, Antropología de la pobreza (1961); y la de Mánchester, con el uso de la metodología de Larissa Lomnitz en Cómo sobreviven los marginados (1975), obra pionera en la aplicación de las redes sociales en México. Estos trabajos generaron controversia, principalmente en relación con el estudio de la cultura de la pobreza, y fueron muy criticados por hacer hincapié y generalizar la transmisión patológica de valores y de comportamientos destructivos dentro de las familias pobres (Bourgois, 2010; Mongue, 2007; Salcedo y Ziderman, 2008). Sin embargo, a pesar de las críticas, fueron unas aproximaciones que permitieron que los antropólogos urbanos, en las décadas de 1960 y 1970, se centraran en describir y analizar las ciudades latinoamericanas a partir de los barrios populares.

Unas investigaciones que en América Latina se empiezan a trabajar a partir del crecimiento urbano en los diferentes países y de la aparición de asentamientos campesinos y obreros en las periferias de estas nuevas ciudades (Gilbert, 1997). Estos barrios —vecindarios y favelas en Brasil, villas miseria en Argentina, conventillos en Chile y Uruguay, colonias populares en México, barrios de invasión y comunas en Colombia, etc.— se dan por la migración de campesinos a la ciudad, por la desigualdad en la distribución de la riqueza, por el desplazamiento ligado a las violencias internas y, en algunos casos, por desastres naturales; asimismo, el marcado déficit de vivienda y los procesos de urbanización caracterizados por la marginalidad económica, social y territorial cimentaron también estos procesos (Gilbert, 1997).

En este sentido, los barrios populares permitieron que los antropólogos urbanos se centraran en escribir y analizar las ciudades latinoamericanas en relación con el cambio social y cultural de los pobladores rurales a la ciudad y la configuración de comunidades y vecindades en estos barrios. Estos escenarios, además, comenzaron a interpretarse como una comunidad homogénea, con una cultura local compartida y unos límites muy definidos, que constituían enclaves culturales (Arturo, 1993; Lacarrieu, 2007).

Entre las críticas a la Escuela de Chicago se encuentra la realizada por Salcedo y Zeiderman (2008), quienes argumentan que ver las formas de vida urbanas como productos de una manera espacial particular, como se hace en la Escuela de Chicago, es un error ideológico que nubla las relaciones sociales y las estructuras económicas, que son las responsables de producir formas culturales y espaciales de la ciudad.

Así, a pesar de los aportes y las nuevas perspectivas de análisis, el barrio como categoría espacial no fue cuestionado, ni desnaturalizado, por lo que seguía viéndose como espacios geográficos fijos con delimitaciones y fronteras. Asimismo, el espacio y el lugar se utilizaban indiscriminadamente en diferentes escenarios de la antropología y su significado se relacionaba con el de un contenedor espacial en el que ocurría la investigación etnográfica (Rolph-Troui-llot, 2011). Esto es, el lugar se entendía/definía en su mayoría como una creación antropológica; más específicamente, y según Appadurai (1988, p. 37), como una prisión metonímica que encarcelaba a los nativos y que era producida por la presentación en áreas particulares de imágenes concretas.4 Unos enclaves ahistóricos, coherentes internamente y arraigados territorialmente, y vinculados a comunidades homogéneas. Asimismo, las vecindades fueron delimitadas y definidas por una única identidad, en la que se construía una comunidad imaginada. Esta situación comienza a transformarse en las décadas de 1970 y 1980, cuando el espacio se sitúa como eje de discusión, en una apuesta por la desnaturalización y reconceptuali-zación desde las ciencias sociales.

Entre estas conceptualizaciones, fue la conceptualización de Lefevre (2013) la que inició el debate y la que influyó en la mayoría de las ciencias sociales, lo cual se refleja en los trabajos de autores como Harvey (1998), Soja (1980) y Castells (1977). Lefebvre propuso que el espacio (social) es una producción/construcción (social). Es decir, y de acuerdo con la diferenciación que hace Low (1999), mientras que la producción social del espacio hace referencia a todos aquellos factores sociales, económicos y políticos relacionados con la creación del espacio físico, la construcción social del espacio se concreta en la experiencia fenomenológica y simbólica del espacio, mediado por el intercambio, el conflicto y el control de las memorias, los recuerdos y las imágenes. Unas aproximaciones que aportaron nuevas formas de ver la ciudad y, por ende, los barrios y vecindarios.

Diferentes metáforas para pensar lo barrial: desde los barrios étnicos y multiétnicos a los efectos de los barrios

Los procesos de migración que se dieron en Europa y en los Estados Unidos a partir de mediados del siglo XX conformaron una nueva realidad socioespacial. En el primer caso, en Europa, Schteingart (2001) señala que, a partir de las décadas de 1950 y 1960 y como consecuencia del proceso poscolonial, se presentó una creciente oleada de llegadas de grupos raciales y étnicos provenientes, principalmente, de países africanos o asiáticos, que, con sus diferencias físicas, incorporaban a los lugares de destino religiones, experiencias de vida y culturas diferentes. En este contexto, el área urbana europea se ha analizado bajo la noción de exclusión social, concepto que hace referencia a aspectos económico-sociales básicos e incluye también aquellos vinculados a aspectos culturales. En particular, estos estudios se centran en la temática de las identidades, en la que se destacan problemas raciales, étnicos y de género, en un contexto en el que las migraciones internacionales producen complejas situaciones sociales. Por tanto, el estudio de los barrios en Europa nos muestra que, en la actualidad, estos se han convertido en lugares donde convergen diferentes tipos de culturas y que se han denominado barrios étnicos o barrios con diversidad étnica. Bajo esta perspectiva, se pueden ver investigaciones que analizan el grado de heterogeneidad social y los mecanismos que re-producen las desigualdades sociales y los efectos de la interacción entre diferentes etnias. En este sentido, se establecen investigaciones en las que se buscan analizar los efectos en la integración social. Sin embargo, no se encuentran resultados concluyentes, ya que, mientras algunas afirman que la diversidad étnica tiene un efecto negativo5 en la cohesión social, que se explican desde la teoría del conflicto, otras subrayan que el contacto interétnico es favorable en la interacción que apuesta por la teoría del contacto (Laurence, 2011; Górny y Toru ñczyk-Ruiz, 2014). Sin embargo, como lo señala Blokland y Van Eijk (2010), el contacto no siempre implica una integración o una construcción de identidad de un nosotros. Por ejemplo, en su estudio "Do people who like diversity practice diversity in neighbourhood life?", realizado en Rotterdam, en los Países Bajos, la investigadora se preguntó si a las personas que les gustaba la diversidad étnica y vivían en un área de estas características tenían diversidad en sus redes o contribuían a configurar un barrio más integrado a través del uso de las redes. En este sentido, trabajó con los residentes blancos de clase media alta que decidían vivir en barrios mixtos, lo cual le llevó a concluir que la selección de este tipo de barrio estaba más relacionada con consumir el multiculturalismo de los otros grupos étnicos que viven allí que con en establecer relaciones o redes sociales con estos grupos residentes. En este sentido, vivir en el mismo barrio no implicaba identificarse bajo una categoría de un nosotros.

En el caso estadounidense, una historia marcada por la esclavitud y el racismo hace que la segregación sea predominantemente racial que convierte al gueto en una forma socioespacial específica (Wacquant, 2013). En el siglo XIX, la masiva emigración de negros esclavos del sur a las grandes ciudades industriales del norte, en especial Chicago y Nueva York, afianzó la concreción de los guetos, en los que se concentraban los nuevos grupos poblaciones. Así, en el siglo XX, gran parte de las ciudades más pobladas contaban con esta realidad socioespacial. Con estos movimientos poblaciones, después de 1965, se aceleró la inmigración a los Estados Unidos desde países hispanos6 y asiáticos, de la mano de nuevas políticas de emigración (Skop y Li, 2005). En consecuencia, muchos espacios urbanos, como los barrios, experimentaron transformaciones radicales en su composición, provocados por el cambio de la distribución étnica y racial en las zonas urbanas y suburbanas. A partir de esta realidad, los estudios urbanos se enfocaron en la segregación racial y étnica en relación con los procesos que la reproducían y le daban continuidad y centrándose en los vínculos entre clase, racismo y discriminación (Wen, Lauderdale y Kandula, 2009). Una realidad que también se sumaba a la diversidad interétnica y a las preguntas sobre la integración social y a las tensiones entre las diversidades de identidades y una ciudad segregada que no reconoce sus diferencias (Holston y Appadurai, 1996).

En la década de 1990, los Estados Unidos presentaron otro nuevo y rápido aumento de la diversidad racial y étnica (Ming, Lauderdale y Kandula, 2009) con individuos procedentes, principalmente, del mundo asíatico y, con ella, un alto crecimiento de barrios étnicos. Sin embargo, este nuevo incremento no se debió a elementos estructurales, sociales, económicos o políticos, como lo analiza Wacquant (2013) en los guetos estadounidenses, sino a la propia elección de los individuos, en su mayoría inmigrantes asiáticos adinerados, anglohablantes y con trabajos profesionales, que eligieron vivir en zonas de alto estatus con sus compañeros de etnia y mantener sus rasgos culturales. Unos nuevos espacios, denominados por la academia ethnoburb7 en los que se materializa la mezcla entre un enclave étnico tradicional y un suburbio típico. Un fenómeno que revive el término de comunidad étnica dado por la construcción voluntaria de grupos étnicos, generado por la atracción en el grupo y los esfuerzos intencionales en el mantenimiento de la identidad étnica (Ming, Lauderdale y Kandula, 2009).

En este sentido, los barrios-vecindarios interétnicos, étnicos y etnoburb son analizados, en la mayoría de las investigaciones, como territorios con áreas delimitadas, en las que se encuentra un grupo de personas con características o atributos comunes de clase, raza y etnia y con una serie de relaciones humanas específicas. Asimismo, existe una serie de etnografías en las que estos barrios se trabajan como enclaves culturales, escenarios donde se materializan las estrategias de sus habitantes por la supervivencia política y económica frente a la marginación y la discriminación por factores de raza y clase (Bourgouis, 2010).

Por otro lado, en la actualidad, tanto en los Estados Unidos y Europa como en América Latina, el efecto del barrio se ha convertido en una de las líneas de investigación más relevantes (Flores, 2006). Esta perspectiva se concentra en los "efectos de los barrios o vecindad" (Gould y Austin, 1997; Sampson, 2012; Madden, 2014), principalmente en los barrios pobres, y plantea que las características barriales "traspasan" la experiencia individual a través de ciertos mecanismos, tales como el efecto pares, la socialización colectiva y la socialización institucional (Gould y Austin, 1997; Flores, 2006). Además, enuncia que la influencia de dichos espacios puede condicionar la calidad de vida y el bienestar de los individuos que viven en dichos lugares (Sampson, 2012). Sin embargo, en este escenario, los investigadores han tratado de demostrar que las personas que crecieron o residen en barrios predominantemente pobres o de clase trabajadora experimentan una variedad de resultados negativos, como problemas comportamentales y de la salud, lo cual los lleva a la conclusión que ser pobre en barrios con pobreza concentrada presenta un alto riesgo en la calidad de vida.

A pesar de que la perspectiva y el discurso dominante en el estudio de los efectos de los barrios presentan muchos datos y elementos acerca de la desigualdad espacial, varios autores señalan algunas limitaciones y vacíos en esta argumentación. Así, Madden (2014) señala que la principal crítica que se le puede hacer se centra en su teorización, ya que este tipo de investigaciones presenta poco trabajo teórico en relación con la conceptualización de "barrio" y "vecindad". Por otro lado, afirma que esta modalidad de literatura, en su mayoría, entiende los barrios como contenedores ahistóricos y áreas naturalizadas. En este sentido, explica que los barrios se definen como secciones censales, pequeñas áreas geográficas que se asemejan a los barrios "naturales" en su desarrollo físico, económico y características sociodemográficas (Guo y Bhat, 2007). Como Madden (2014) afirma, los científicos sociales, en la práctica, definen los barrios a partir de los límites geográficos establecidos por el Estado. Por tanto, muchas veces, su conceptualización no permite hablar de procesos sociales que se producen en estos lugares. En este sentido, pareciera que volviéramos a una de las críticas que se le hacía a la Escuela de Chicago, en la que las maneras de la vida urbana se veían como producto de una forma espacial física en la que no se cuestionaba lo espacial.

De los barrios de autoconstrucción, las memorias, historias e identidades barriales a los barrios cerrados

Desde mediados de la década de 1980, y especialmente en la década de 1990, aquellos países latinoamericanos que habían sufrido regímenes dictatoriales fueron, poco a poco, recuperando el Estado de derecho, lo cual llevó a nuevas discusiones sobre ciudadanía, derechos y democracia participativa y a la revitalización de los movimientos sociales (Portal y Safa, 2005). Esta nueva realidad y participación permitió, además, la legalización de barrios ilegales que se habían configurado en los años anteriores. Asimismo, Portal y Safa (2005) señalan que, en esta misma época, comenzaron a proliferar y a consolidarse organizaciones sociales que, desde distintos escenarios, se preocupaban por la obtención y el mejoramiento de los servicios, y con ellas, como lo señala Zibechi (2008), se configuraron barriadas populares que permitieron, además, una serie de temáticas de investigación sobre asentamientos populares que todavía, según el autor, siguen vigentes, tales como la capacidad de autoorganización a partir de la autoconstrucción, el papel crucial de las mujeres en la lucha territorial y en la comunidad, el valor de uso de la vivienda en medio de una sociedad que otorga prioridad a los valores de cambio y la relación instrumentada entre la comunidad y el Estado. Una pervivencia que convive con el hecho de que, según el autor, estos asentamientos de las márgenes urbanas son intervenidas, en su mayoría, por el Estado para mantener su condición de "vida marginal" (Zibechi, 2008).

Por otro lado, en esta época, también se trabajó en los barrios populares por la conservación del patrimonio histórico y la memoria local, así como por la preservación y difusión de sus tradiciones. En este escenario de rescate de la tradición oral, el trabajo de María Gracia Castillo Ramírez, "Analco: un barrio en la historia" (2002), describe el surgimiento y la transformación de uno de los barrios más antiguos de Guadalajara (México). La autora señala la importancia de identificar su desarrollo histórico desde la conciencia que de él tienen los vecinos que lo habitan, pero también a partir de los símbolos y los aspectos culturales. En este sentido, el barrio se convierte en un lugar de sentido de pertenencia de una comunidad que comparte costumbres, tradiciones, características laborales y formas de vida. Esto facilita un sentimiento de arraigo en el espacio habitado, ya que constituye un escenario en el que su cultura se desarrolla y enriquece. Por tanto, esta línea de investigación subraya la importancia de la historia del lugar, el sentido y la experiencia del habitar, un lugar antropológico productor de significados históricos (Augé, 1993). Sin embargo, esta apuesta concreta también un pasado perdido, donde el barrio es un escenario de comunidad con identidad que, con el tiempo, va perdiendo las tradiciones y la historia. Una sensación de nostalgia que va ligada a la transformación y al cambio constante de la urbanización. A esta mirada se le pueden sumar aquellos trabajos que, según Portal y Safa (2005), se han concentrado en la búsqueda de las convergencias y lo homogéneo y en vincular los procesos sociales al territorio local inmediato. Esto es, el barrio y los vecindarios se entienden como un lugar con límites claros y definidos, un territorio que se reconoce por sus características físicas y por los procesos sociales y culturares particulares que se dan en una comunidad de intereses. Por tanto, se piensa el vecindario como ese lugar de lo propio, de lo distintivo y de las relaciones cercanas que se oponen al anonimato de la vida en la ciudad.

Al lado de estas visiones, contamos con aquellas en las que el barrio no se ve como un asunto del pasado, sino como la expresión política que se propone defender la variabilidad social y la agencia de sus actores. Por tanto, la historia oral se convierte en herramienta para analizar los acuerdos culturales y sus diferencias tanto frente a un nosotros como a unos ellos. En este sentido, el trabajo de Safa (1998), "Memoria y tradición: dos recursos para la construcción de las identidades locales", nos recuerda que la identidad local también se usa para negociar las condiciones de vida en la ciudad a través del uso de la memoria y la tradición, ya que, por su carácter relacional, la identidad se construye y reconstruye a través de las tensiones y los conflictos entre los actores involucrados. Asimismo, el uso de las narraciones que evocan una memoria, de acuerdo con la autora, son importantes, no porque describan con fidelidad lo que realmente sucedió en el pasado, sino porque recuerdan "lo que no se puede olvidar", cuando se recurre a la identidad para resolver conflictos del presente. En este mismo sentido, la investigación de Jorge E. Aceves Lozano, en su artículo "Memorias del vecindario: de una historia oral de La Candelaria, Coyoacán", propone las fuentes orales como un recurso para la reconstrucción del pasado en una comunidad que se encuentra inmersa en una perspectiva del presente conflictivo, en el cual resalta que "el barrio, el territorio, la cultura toda está en constante lucha y se buscan soluciones, aunque sea en el pasado y con historias no del todo veraces o que en ocasiones son inventadas" (1998, p. 79). Una línea de trabajo que aúna la historia y la memoria como formas de construir identidades y armas de luchas sociales por la reapropiación del territorio, en la que el barrio es una realidad física, un lugar, un espacio, que presenta fronteras definidas construidas en el ámbito político y administrativo. En la actualidad, esta línea de trabajo sigue vigente en trabajos como "Espacio, tiempo y memoria: identidad barrial en la ciudad de México: el caso del barrio de la Fama, Tlalpan", de Portal (2006); "Luchas, laches y Lachunos: epifanías en la memoria del barrio y sus habitantes", de Angélica Guerra (2009); "¿Por qué a pesar de tanta mierda este barrio es poder? Historias locales a la luz nacional", de Pilar Riaño (2000); e "Historia local: el ritmo de la historia barrial", de Jaime Correa (2006).

El conjunto de perspectivas de trabajo se han ordenado y analizado bajo espacios de la memoria y la historia, lugares de sentido e identidad vecinal, en los que se materializa la experiencia de estar en la ciudad. Asimismo, los barrios se materializan en la mayoría de los casos como un territorio con límites claros y definidos, en el que se dan todas estas experiencias. Sin embargo, se puede observar una diferencia en la forma de concebir y acercarse a los barrios, ya que, mientras unos autores buscan las convergencias, lo homogéneo que identifica a estos espacios y define un territorio que se reconoce por sus características físicas y se piensa el vecindario como ese lugar de lo propio y de lo distintivo, de las relaciones cercanas que se oponen al anonimato de la vida en la ciudad, otros se centran en el análisis de las divergencias, la variabilidad social y la agencia de los actores en los barrios. Una línea de trabajo, esta última, que aúna la historia y la memoria como formas de construir identidades y armas de luchas sociales en pro de la reapropiación del territorio, por lo que el barrio es una realidad física que se presenta como un lugar, un espacio con fronteras definidas construidas de tipo político-administrativo.

Los barrios cerrados

El aumento de la inseguridad, la violencia urbana y la desigualdad social en las ciudades en los últimos años ha permitido la emergencia de una nueva forma de construcción, acompañada de un nuevo rol activo del mercado en la distribución espacial y su uso espacial, lo cual ha traído, como consecuencia, una nueva forma de entender y habitar la ciudad (Low, 2001). En este contexto, comenzó a cuestionarse la proximidad o distancia entre grupos sociales en el espacio urbano, la homogeneidad de los distintos espacios residenciales de una ciudad o el grado de concentración de un grupo en un determinado espacio (Sabatini, Rasse, Mora y Brain, 2012; Rojo, 2015).

En este escenario de segregación socioespacial, los barrios cerrados comenzaron a aparecer, en la década de 1990, y concretaron una primera expansión en los Estados Unidos, América Latina y Sudáfrica, contextos que compartían la relevante presencia de desigualdades sociales, para continuar, en la actualidad, en países como Rusia, Egipto, China y Turquía (Rojo, 2015). En su conjunto, estos barrios cerrados son concebidos como áreas de viviendas cerradas para clases medias y altas, con acceso controlado y grandes dispositivos de seguridad. Un ejemplo de estos se puede observar en los trabajos de Davis (1992), Low en los Estados Unidos (2001) y Teresa Caldeira en Brasil (2007).

Así, el trabajo de Caldeira, Ciudad de muros, realizado en Sao Paulo, analiza cómo estos condominios cerrados no son un fenómeno aislado, sino la versión residencial de una nueva forma de segregación en las ciudades contemporáneas. Unas residencias, una propiedad privada, en las que se resalta el valor de lo que es privado y restringido, al tiempo que se desvaloriza lo que es público y abierto, que presenta, además, un nuevo paradigma de distinción a través de una estética de seguridad, como muros, vallas, guardias armados y sistemas tecnológicos. En esta misma línea, Demajo (2011), en su artículo "Barrios cerrados en ciudades latinoamericanas", se pregunta por la manera en que incide la publicidad en el fenómeno de los barrios cerrados. El autor afirma, a través de un análisis de la publicidad de diferentes empresas constructoras en América Latina, que estas prometen la solución a los problemas de los habitantes de la ciudad, especialmente los de las clases más acomodadas, a partir de la seguridad, el contacto con la naturaleza (una naturaleza artificial), la exclusividad y la vida real (encerrada entre muros). Unas características que contienen las nuevas realidades habitacionales, cuya adquisición mejorará su bienestar y su calidad de vida, desde la premisa constructora de inclusión de los iguales y exclusión de los diferentes. Además, Rojo (2015) señala cómo estos productos inmobiliarios están ligados al cambio en la gestión del territorio; es decir, la mayoría de estas transformaciones se dieron a partir de la liberalización de los mercados de suelo urbano y la retirada del Estado del sector de la construcción.

Por otro lado Rojo, (2015) señala que algunos autores analizan también estos barrios como el lado opuesto de los barrios populares, en los que las nociones de comunidad, cultura y vecindad se diluyen con la desaparición de los espacios públicos frente a los espacios privados. Unas visiones, no obstante, que no dejan de reproducir el pasado de los barrios populares con una fuerte carga de añoranza y nostalgia vinculada a una historia en comunidad y unidad (Rojo, 2015). En este punto, cabría preguntarse hasta qué punto la imagen recurrente de los barrios populares, vinculada a espacios constitutivos de comunidad, y la de los barrios cerrados, ligada a la baja capacidad para conformar colectividades, tiene asidero en la realidad de las ciudades actuales y no responde, tan solo, a un imaginario basado en la nostalgia de lo que fueron.

Límites de las diferentes aproximaciones de los barrios

El anterior apartado se organizó a partir de una serie de imágenes o metáforas, barrios interétnicos/barrios diversos, barrios étnicos, ethnoburb, efectos de los barrios, memorias e identidades barriales y barrios cerrados que mostraron las múltiples aproximaciones que se han dado, a lo largo del tiempo, a los barrios. Sin embargo, cabe señalar que, en algunas de estas miradas, como se mostró, no se cuestiona dicha categoría, ni se problematiza su conceptualización, por lo que, muchas veces, en el escenario teórico, se reproducen supuestos del "lugar" anteriores al giro espacial8 y herederos de la Escuela de Chicago; por consiguiente, se considera que uno de sus principales retos es concebir el barrio bajo los nuevos lentes del lugar.

Es decir, en la literatura enfocada, por ejemplo en los efectos de los barrios, su débil conceptualización sobre el barrio y su escaso cuestionamiento teórico han permitido, según Guo y Bhat (2007), una enorme ambigüedad conceptual y un problema en su delimitación. En este sentido, Dietz (2002) indica, también, que la mayoría de definiciones que se utilizan en los efectos de barrio se dan a partir de grupos censales o grupos correspondientes a manzanas, por lo que su definición no ha sido discutida ni cuestionada. Asimismo, y de acuerdo con Guo y Bhat (2007), la mayoría de estas investigaciones, a menudo, no proveen de un término con una definición explícita y, en general, muchas de sus falencias se tratan de responder desde perspectivas cuantitativas y estrategias estadísticas. En definitiva, y como lo señalan Tapia (2013) y Madden (2014), el discurso sobre los efectos de vecindad representa una actualización de la concepción ecológica heredada de la Escuela de Chicago, que entiende los espacios naturalizados; esto es, los barrios se definen como contenedores, ahistóricos y naturales, que se trabajan como una variable independiente.

Por tanto, desde la antropología, es importante aportar visiones que complementen estas miradas cuantitativas sobre los barrios, puesto que estos no solo se pueden reducir a los datos de localización individual, dado que los efectos del barrio también se ven alterados por los procesos que se dan en él, por su historia, por las trayectorias de los individuos, por los procesos políticos y por las las experiencias y apropiaciones del lugar de todos los actores implicados en ellos. En este sentido, y a pesar de las críticas señaladas, cabría preguntarse por qué esta mirada hacia los barrios como contenedores se está convirtiendo en una aproximación mayoritaria en la investigación y en la planeación urbana, como lo aseguran Tapia (2013) y Madden (2014), por qué sustraer el barrio del ámbito analítico y, más aún, qué implicaciones tiene el uso de barrio contenedor en las políticas urbanas y en la planeación de la ciudad.

Por otro lado, las investigaciones sobre memorias e identidades barriales en América Latina definen los barrios por sus convergencias, por lo homogéneo, así el vecindario es el lugar de lo propio, de lo distintivo y de las relaciones cercanas que se oponen al anonimato de la ciudad. Un escenario de comunidad con identidad, que, con el tiempo, va perdiendo las tradiciones y la historia. Por tanto, se concreta un conjunto de investigaciones permeadas por una sensación de nostalgia que se vincula a la transformación y el cambio constante de la urbanización.

En este sentido, un análisis de estos textos permite ver cómo la conjunción de la teorización en torno al barrio y de un acercamiento a este a partir de sus convergencias da como resultado un alejamiento de las discusiones actuales de lugar y un retorno a una concepción de barrio-lugar heredera de las definiciones de las ciencias sociales de principios del siglo XX. Así, de nuevo, la Escuela de Chicago se actualiza a partir de esta perspectiva. El barrio se define como la unidad social generadora del espíritu colectivo, que describe sus contornos y su coherencia en la organización interna y externa, por lo que cada vecindario se coloreaba de sentimientos particulares, de sus tradiciones y de su historia particular (Park, 1999). Es decir, una realidad autocontenida en la que se vincula el barrio-lugar9 con una comunidad y que se demarca con unas fronteras claras que establecen la diferencia entre un nosotros y unos ellos.

En definitiva, uno de los grandes retos a los que se enfrenta las ciencias sociales en este escenario es pensar y reconceptualizar los barrios y desligarse de fronteras geométricas definidas y de la visión de comunidad, rezagos heredados de la Escuela de Chicago. En este sentido, y en relación con esa noción de barrio con fronteras geométricas definidas, es necesario partir desde la base de que el espacio social en su conceptualización actual no se define por la construcción de límites y bordes en un territorio de forma estática. Por el contrario, como lo define la geógrafa Massey (2004),

el espacio no es simplemente la suma de territorios sino una complejidad de relaciones (flujos y fronteras, territorios y vínculos), ello implica que "un lugar" no puede ser tampoco algo simple, cerrado y coherente. Al contrario, cada lugar es un nodo abierto de relaciones, una articulación, un entramado de flujos, influencias, intercambios, vínculos, prácticas, etc. (p. 74)

En consecuencia, la especificidad de cada lugar es el resultado de la mezcla distinta de todas las relaciones, prácticas, intercambios, historias, etc., que se entrelazan dentro de este nodo y es producto, también, de lo que se desarrolle como resultado de este entrelazamiento.

En este sentido, la apuesta para analizar el barrio es concep-tualizar bajo las nuevas conceptualizaciones de lugar y movilidades en el espacio, que se desarrollarán más adelante, y así entender sus fronteras de forma relacional y no excluyente, sin separar a un nosotros de unos otros, sino, por el contrario, entendiendo que sus delimitaciones son porosas, permeables, que relacionan el barrio (lugar) con otros barrios (lugares) y establecen, en este espacio relacional, jerarquías de unos lugares frente a otros. Asimismo, es necesario comprender cómo estos barrios se relacionan con niveles más amplios, por ejemplo la ciudad e, incluso, la región, el país, la globalidad. En este escenario, y de acuerdo con García Canclini (2005), la investigación urbana en antropología necesita trascender las comunidades locales para participar en la redefinición de las ciudades y de su lugar en las redes transnacionales y translocales(Appadurai, 1988).

En segundo, la vida comunitaria que se construye en el barrio es una de las herencias de la Escuela de Chicago y que persiste en la planeación urbana (Tapia, 2013; Madden, 2014). En consecuencia, es posible rastrear cómo el barrio ha adquirido ciertos atributos coherentes con la comprensión del barrio como base de la cohesión y capital social, como "el" lugar de la comunidad local. Así, Tapia (2013) señala que, para muchos teóricos, la producción y el mantenimiento de vecindad es un objetivo fuerte en la planificación y la política urbanas, incluso en proyectos inmobiliarios, que en sus propagandas utilizan publicidad de comunidades urbanas que perpetúan y refuerzan el orden urbano desigual. Una realidad que se contrasta con la dislocación entre barrio-lugar-comunidad en las ciencias sociales a finales del siglo XX, una época que ha logrado romper con las certezas que permitían distinguir los barrios, pueblos y vecindarios como comunidades autocontenidas y en la que se apuesta por la diferenciación cultural en lugares interconectados. Sin embargo, el desafío consiste en el cuestionamiento que realiza Safa (1998), esto es, cómo pensar y (trabajar) lo local, lo vecinal, lo barrial, no como una añoranza del pasado mejor, sino como un espacio de negociación en un contexto de fuertes desigualdades y diferenciaciones sociales que caracteriza a las sociedades contemporáneas. Asimismo, cabe preguntarse qué apuesta ideológica hay detrás de la tríada lugar-barrio-comunidad y por qué sigue perpetuándose en la planeación y las políticas urbanas.

Incluso cabe cuestionarse si la categoría barrio-vecindad permite responder a los nuevos cambios sociales de la realidad urbana tan diferencial, desigual y fragmentada, una realidad que se mezcla con las nuevas realidades como la de la tecnología, el multicultura-lismo y las megaciudades. Por tanto, es un reto, desde la antropología urbana, proponer nuevas categorías analíticas que permitan dar cuenta de las ciudades, metáforas que permitan nuevos acercamientos a espacios en transformaciones, lugares con espacios y tiempos yuxtapuestos, espacios con fronteras porosas y flexibles. Así, el desafío, de acuerdo con Gupta y Ferguson (2008), es conceptualizar el espacio como un vehículo que encarna las transformaciones económicas y políticas globales de los lugares vividos-experienciales y construidos, unos desafíos que implican imaginar de diferente forma lo espacial.

Para finalizar, es importante señalar la riqueza metodológica que estos diferentes estudios sobre barrios urbanos han desarrollado a lo largo de este tiempo hasta la actualidad, tales como la cartografía social, las entrevistas situadas, la fotoelicitación, los enfoques biográficos de habitantes y planificadores, etnografías visuales y móviles, mapas cognitivos, recorridos guiados por los habitantes, revisión documental y el uso actual de tecnologías georreferencia-les que permiten mapear los trayectos cotidianos de las personas, tales como el uso de GPS y programas como el ArcGIS móvil, y herramientas geovisuales, entre otros. Todas estas herramientas son útiles para la recolección y el análisis de la información empírica.

Conclusiones y otras reflexiones10

El barrio ha sido una de las categorías teóricas principales en las ciencias sociales y los estudios urbanos (Park, 1915; Hannerz, 1986; Girola, 2013; Van Kempen y Wissink 2014), ya que este se considera como parte importante de la existencia de la vida de los seres humanos en la ciudad. En su estudio de los barrios en las ciencias sociales, la Escuela de Chicago y la Escuela de Mánchester generaron estrategias analíticas y unas aproximaciones que han influenciado la forma de ver la realidad urbana. Sin embargo, desde estas miradas, el barrio, como categoría espacial, fue un concepto naturalizado y poco problematizado, que convirtió los barrios en contenedores, enclaves ahistóricos, coherentes internamente, arraigados territorialmente y vinculados a comunidades homogéneas. Sin embargo, en las décadas de 1970 y 1980, el espacio se convierte en eje de la discusión en las ciencias sociales, en una apuesta por la desnaturalización y reconceptualización del espacio y el lugar. En este sentido, se propone que el espacio (social) es una producción/ construcción social.

En la segunda parte, a partir de la riqueza de trabajos sobre barrios, se organizan los barrios a partir de una serie de imágenes o metáforas que muestra las múltiples aproximaciones a los barrios. Sin embargo, cabe señalar que, en algunas de estas miradas, no se cuestiona dicha categoría barrio/vecindario, ni se problematiza su conceptualización como espacio social, por lo que, muchas veces, en el escenario teórico se reproducen supuestos del "lugar" anteriores al giro espacial y herederos de la Escuela de Chicago; por consiguiente, su principal reto es pensar y reconceptualizar los barrios y desligarse de fronteras geométricas definidas y de la visión de comunidad.11

Por otro lado, en la actualidad, se habla de los acelerados cambios tecnológicos, del rápido crecimiento del sistema económico capitalista y de una mayor movilidad de personas, bienes y de información que desafían la importancia de lugares como los barrios (Jensen, 2011). Sin embargo, frente a esta realidad, los barrios siguen desempeñando un papel principal en las investigaciones, como se vio, en las acciones y en la imaginación de las personas que viven en la ciudad (Van Kempen y Wissink, 2014). Asimismo, a pesar de estas nuevas realidades, las personas todavía viven en los barrios y los Gobiernos tratan de resolver los problemas sociales a través de políticas de vecindad. Sin embargo, cabría cuestionarse, a partir de estas nuevas tendencias, y como lo señalan Van Kempen y Wissink (2014), sobre cuál es la relevancia de los barrios en una época de aumento de la movilidad, qué lugar ocupa el barrio hoy en día en la vida urbana de los habitantes de la ciudad y cómo debe ser conceptualizado el barrio actualmente.

Como respuesta a estas preguntas, se sostiene que el barrio tiene importancia en la experiencia de los individuos, dado que es el lugar del vivir cotidiano y el espacio que hace parte de la ciudad en la que residen; pero que, necesariamente, tiene que ser reconcep-tualizado y analizado bajo nuevas definiciones de espacio y lugar.

Las diferentes aproximaciones al estudio de los barrios en las ciencias sociales

Estas deben reconocer el papel cambiante, móvil, relacional y no estático del barrio, como parte de una era contemporánea de movilidades (Salazar y Smart, 2011; Gorman-Murray y Nash, 2014). En este sentido, es importante señalar, siguiendo la conceptualización de Massey sobre el espacio, que este "no es simplemente la suma de territorios fijos sino una complejidad de relaciones (flujos y fronteras, territorios y vínculos)" (2004, p. 79), lo cual implica que un lugar no puede ser tampoco algo simple, cerrado y coherente. Así, los barrios se configuran a partir de trayectorias, influencias, intercambios, prácticas e historias relatadas por sus residentes (Massey, 2004). Por tanto, el barrio se materializa, y analiza, desde diferentes escalas espaciales y temporales (Tuan, 1975; Delgado, 2003), en las que se producen diferencias sociales (Gupta y Ferguson, 2008) y múltiples movilidades (Casey, 1996; Kabachnik, 2012). Una realidad que, comúnmente, los estudios de barrios pobres y lugar pasan por alto (Van Kempen y Wissink, 2014), dado que, como lo señala Kabachnik (2012), la mayoría de los investigadores sobre fenómenos urbanos operan bajo definiciones estáticas y encerradas, en las que se busca comprender cómo la vida de las personas se desarrolla en localidades fijas e ignoran o trivializan el movimiento de las personas al trabajo, a la familia, a la educación, al ocio y al placer (Jirón, Lange y Bertrand, 2010).

Por otro lado, y de nuevo como lo expone Kabachnik (2012), muchas investigaciones que consideran la movilidad en los espacios a menudo asumen un punto de vista estable, un mundo de lugares y fronteras y territorios arraigados en el tiempo y delimitados en el espacio12 que establecen una visión excluyente entre movilidad-lugar,13 movilidad o permanencia y trabajan de forma separada o con una oposición rígida y abrupta los "lugares/permanencias" y los "movimientos/desplazamientos" (Jirón, Lange y Bertrand, 2010; Van Kempen y Wissink, 2014).

Por lo anterior, se propone que se trabajen los barrios como lugares que configuran trayectorias, movilidades, prácticas e historias, apostar por ir más allá de las oposiciones binarias tradicionales de movilidad y permanencia y comprenderlos bajo la interdependencia de las nociones de permanencia y movilidad, en las que se configuran movilidades-permanencias de forma asimétrica en el conjunto de relaciones y trayectos en los barrios y en la ciudad. En este sentido, sería interesante entender qué lugares son recintos de permanencia (Cunningham y Heyman, 2004) y cómo estos, a la vez, habilitan la producción de movilidades, conectan las redes de lugares, facilitan diferentes movimientos y son constituidos y producidos a través de prácticas móviles (Hannam, Sheller y Urry, 2006; Cresswell, 2011; Salazar y Smart, 2011).

Este análisis de la movilidad cotidiana cuestiona las concepciones estáticas del espacio urbano, las ideas de fijación y de límites geográficos establecidos en los barrios, que entienden estos como enclaves, y apuesta por analizarlos como lugares relacionales y móviles que hacen parte de la ciudad. Una aproximación que, según Hannam, Sheller y Urry (2006), falta por trabajar más en la ciudad,14 especialmente en los barrios (Gorman-Murray y Nash, 2014). Asimismo, como lo señalan Salazar y Smart (2011), desde la investigación antropológica, es importante "asumir" la movilidad y discutir las ventajas del enfoque etnográfico en diferentes contextos, especialmente en los ambientes urbanos, ya que hacerlo permitirá centrar la atención en otras dinámicas socioculturales que se ocultan bajo una perspectiva estática.

Para finalizar, se señala que, en la revisión efectuada sobre barrios, muchos de los trabajos se enfocaban "en" barrios y pocos "de" los barrios, donde se identifica la discusión que ha atravesado a la antropología urbana durante mucho tiempo de si es preferible hacer una antropología en las ciudades o antropología de las ciudades, como lo refieren Salcedo y Ziederman (2008), polémica que ha sido una "perpetua espina clavada en el costado de la disciplina" (p. 67). Una discusión que se puede observar en la escala espacial más pequeña que es el barrio. Sin embargo, es precisamente un reto para los investigadores tratar de superar esta disyuntiva "en" y "de" la ciudad-barrio; tal vez, una ruta es trabajar estas realidades espaciales en diferentes escalas en las que observar sus tensiones-conflictos. Una aproximación que busca superar estos dualismos y que apuesta más por una antropología "y" la ciudad (Salcedo y Ziederman, 2008).


1 Al estilo de las "comunidades imaginadas" de Benedict Anderson (1993) y como lo señala Lacarrieu (1995, p. 38).

2 "La mayoría de las ciudades poseen barrios de vicio delimitados, como el que existía hasta hace poco en Chicago, tienen también sus lugares de encuentro para toda clase de criminales. Toda gran ciudad posee sus suburbios industriales" (Park, 1999, p. 56).

3 Por ejemplo, Park (1999), uno de los fundadores de la Escuela de Chicago, conceptualizaba el lugar como "el hábitat", categoría tomada de la ecología humana, que define el lugar como un sistema que tiene límites, en el que interactúan los habitantes —sean plantas, animales o personas— "y a este tipo de hábitat y a sus habitantes se les denomina comunidad" (p. 129). Asimismo, define la comunidad con las siguientes características: 1. una población territorialmente organizada, 2. más o menos arraigada completamente al suelo que ocupa y 3. en este los individuos mantienen relaciones de interdependencia. En estas características, se puede observar una relación, hábitat-lugar-comunidad-identidad. Igualmente, el hábitat-lugar presenta las características de área natural: cerrado, con límites, fijo en un territorio y lugar de ubicación dentro de un área más general; esto es, una especie de contenedor en el que interactúan los habitantes.

4 Sin embargo, es importante señalar que a finales de la década de 1950, la antropología de la economía política hizo hincapié en que las culturas no se podían entender de una manera "local", sino que se podían, y debían, ver en formas regionales y transnacionales de conexión. Una demanda que se presentaba como una crítica a las nociones culturales vinculadas al territorio Wolf (1982). Además, en la década de 1980, también resaltó la interconectividad cultural (Appadurai, 1988) entre diferentes contextos.

5 En los barrios diversos, los residentes tienden a ser menos confiados, menos cooperativos y manifiestan menos actitudes cívicas (Alesina y La Ferrara, 2000; Leigh, 2006).

6 Y así se configuraron los barrios hispanos, mayoritariamente chicanos en el sudoeste, puertorriqueños en Nueva York, cubanos en Florida; posteriormente, barrios asiáticos en California y, en menor medida, en la costa del este.

7 El modelo ethnoburb se ha concentrado en el estudio de la comunidad china en Los Ángeles, también se ha confirmado en otros lugares, específicamente entre los chinos en la bahía de San Francisco, Silicon Valley, Houston, Toronto y Vancouver; los coreanos en los suburbios de Nueva York; y los vietnamitas del norte de Virginia.

8 El "giro espacial" en las ciencias humanas y sociales implica el replanteamiento profundo de los problemas espaciales tanto en el ámbito práctico como teórico y propone, incluso, que no es posible la comprensión de la sociedad y sus procesos sin considerarse el espacio social.

9 Un lugar antropológico delimitado geográficamente (Augué, 1993).

10 Por otro lado, no se refiere a los barrios de Asia del Este. Sin embargo, se debe señalar, como lo sostiene Forrest, Grange y Ngai-Ming (2002), que hay pocas investigaciones sobre barrios, comunidad y vecindarios. Estos autores expresan que tales nociones son más de tipo occidental y de un escenario de planeación de las ciudades, teniendo en cuenta que en su investigación realizada en Hong Kong las nociones de vecindario no aparecieron en los resultados. Asimismo, el vínculo que se pueda llegar a tener en un barrio se da en relación con el estatus o el capital que el barrio ofrece a los individuos. En este sentido, Low (1999) sostiene que en este lugar geográfico se ha trabajado más sobre las jerarquías sociales en las ciudades.

11 Es necesario señalar que, a pesar de no haber hecho énfasis en los barrios y la gentrificación, una ausencia que se relaciona, fundamentalmente, con la cantidad de trabajos analizados en las diferentes perspectivas, este proceso de trasformación urbana, en el que la población original de un sector que pertenece a un barrio deteriorado es desplazada por razones de revitalización y regeneración por otro grupo de personas con un mayor nivel adquisitivo y que, en algunos casos, puede estar acompañado con la patrimonialización de los barrios, es una realidad que lleva implícita una serie de polémicas, relacionadas tanto con la potencial ruptura del tejido social de los pobladores originarios como con la posible recuperación y valorización, o especulación, del espacio.

12 Como lo señala Kabachnik (2012), quien contrasta la movilidad de los nómadas urbanos con la estabilidad y fijeza del lugar, que reproduce la construcción dicotómica y excluyente de estos dos conceptos.

13 No obstante, es importante reconocer que el movimiento no se da de la misma manera para todos, sino que, por el contrario, la movilidad de algunos es la inmovilidad de otros: "Los diferentes individuos están situados de maneras muy distintas en esos flujos e interconexiones [...] lo que tiene que ver con el poder en relación a los flujos y al movimiento" (Massey, 2008, p. 179). Estos flujos de poder quedan de forma diferente en las relaciones (Román y García, 2008).

14 Según Jirón, Lange y Bertrand (2010), la movilidad cotidiana no ha sido suficientemente investigada por antropólogos urbanos, sociólogos y psicólogos, salvo por el trabajo de ingenieros, geógrafos y economistas de transporte, que tienden a examinar simples categorías de viaje, como los viajes cotidianos al trabajo.


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