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Investigación y Desarrollo

Print version ISSN 0121-3261On-line version ISSN 2011-7574

Investig. desarro. vol.28 no.1 Barranquilla Jan./June 2020  Epub May 08, 2021

https://doi.org/10.14482/indes.28.1.305.31 

Artículos de Investigación

MASCULINIDADES Y PATERNIDAD: UNA MIRADA INTERSECCIONAL SOBRE LA EXPERIENCIA DE SER PADRES JÓVENES CLASE MEDIA EN BARRANQUILLA (COLOMBIA)

Masculinities and Paternity: an Intersectional Look to the Experience of Being a Young Middle Class Fathers in Barranquilla (Colombia)

Gisela Arroyo Andrade1 

1Comunicadora social y periodista. Magíster en estudios de género de la Universidad Nacional de Colombia. gkarroyoa@unal.edu.co. ORCID: https://orcid.org/0000-0001-7024-9045


RESUMEN

El presente artículo ahonda en los significados y prácticas de paternidad de hombres jóvenes barranquilleros para comprender de qué manera esta vivencia deconstruye y reconfigura sus identidades masculinas, las cuales se han moldeado y construido a partir de la socialización familiar y el contexto sociocultural. A través de sus propios relatos, analizo las rupturas o continuidades respecto a sus modelos paternos, así como la manera en que factores como la edad, la raza, la clase y el origen geográfico inciden en la construcción de sus masculinidades y en su rol de padres. El trabajo da cuenta de las tensiones y contradicciones que se generan entre las creencias/ideas y la práctica paterna, que están atravesadas por diferentes aspectos como la proveeduría económica, el cuidado, la socialización de género, el ocio y el tiempo libre y la relación de pareja.

PALABRAS CLAVE: padres; masculinidades; identidad de género; socialización; interseccionalidad; Barranquilla

ABSTRACT

This article delves into the meanings and practices of paternity of young men from Barranquilla (Colombia) in order to understand how this experience deconstructs and reconfigures their masculine identities, which have been shaped and built in their family socialization and in the socio-cultural context. Through their own stories, I analyze the continuities and ruptures regarding their parental figures, as well as the way in which elements such as age, race, class and geographic origin influence the construction of their masculinities and their role as parents. This work shows the tensions and contradictions that emerge between beliefs/ideas and the parental practices, that are crossed by different aspects such as economic supply, care, gender socialization, leisure and free time and romantic relationships.

KEYWORDS: fathers; masculinities; socialization; gender identity; intersectionality; Barranquilla

INTRODUCCIÓN

Este artículo es resultado de una investigación desarrollada en el marco de la tesis para optar por el título de Magíster en Estudios de Género de la Universidad Nacional de Colombia. En dicha investigación le apunté a explorar cómo la construcción de las masculinidades de hombres barranquilleros con hijos configura significados y prácticas en relación con su ejercicio paterno. A partir de este problema de investigación, en este artículo me propongo exponer de qué manera la paternidad se constituye en una experiencia que no solo reconfigura, sino que también deconstruye y reconstruye las identidades masculinas de hombres jóvenes nacidos o criados en Barranquilla. Para ello, retomaré algunos elementos históricos, sociales y culturales del contexto que son fundamentales para comprender cómo este puede moldear una(s) cierta(s) formas de ser hombre; de igual forma, exploro el papel de la familia como un espacio de socialización importante durante su infancia o adolescencia en la configuración de sus identidades masculinas, y cómo al convertirse en padres esta experiencia entra a reevaluar, replantear o transformar su masculinidad y las visiones de género que tenían previo a esta vivencia. Partiendo de la exploración de la interacción de estos sujetos con sus familias -particularmente con sus figuras paternas-, pretendo conocer si hay continuidades o rupturas frente al modelo paterno y de masculinidad que vieron en sus familias o en su contexto social y cultural.

Estos elementos, tanto del contexto como de sus historias personales, son clave para resaltar el carácter interseccional de esta investigación, ya que analizo cómo factores como la clase, la raza y el origen geográfico configuran, no solo sus identidades masculinas, sino también sus significados y prácticas paternas. La interseccionalidad es un enfoque teórico-metodológico que hace referencia al cruce -intersección- de un conjunto de elementos como la clase, la raza, la edad, la sexualidad, el origen geográfico, entre otros, que constituyen diferenciadamente las vidas de las personas, ya sea como formas de opresión o de privilegio (Suárez Bonilla, 2014; Viveros, 2016; Muñoz, 2017), operando, bien sea jerárquica -es decir, uno sobresale más que los demás- o simultáneamente.

Esta investigación se inscribe dentro de la línea de investigación de estudios de género y de familia, y su aporte resulta pertinente porque retoma y analiza cómo los elementos culturales propios de la ciudad de Barranquilla (Colombia) son primordiales para la comprensión de la experiencia de la paternidad y de la configuración de las masculinidades de hombres jóvenes en este contexto, partiendo del hecho de que no existen, hasta el momento, investigaciones sobre esta temática en dicha ciudad.

No obstante, en otras ciudades de la Costa caribe colombiana, como Cartagena de Indias y Valledupar, la relación entre la paternidad y la identidad de género ya ha sido explorada por algunas autoras como Morad y Bonilla (2003), Jiménez, Perneth y Oquendo (2010), Jiménez (2014), y Duarte y Escobar (2015). Estos trabajos muestran cómo diferentes elementos del contexto como la cultura, la socialización familiar, las relaciones interpersonales y los medios de comunicación masiva influyen en la construcción de las identidades de género binarias (masculinidad/feminidad), y cómo estas, a su vez, impactan los significados y prácticas que se tienen sobre la paternidad y la maternidad. El trabajo de Morad y Bonilla (2003), en Cartagena de Indias, revela los cambios en los significados y prácticas de paternidad y maternidad en dicha ciudad desde los años 60 hasta hoy, resaltando la importancia que diferentes procesos, como los mencionados anteriormente, han tenido en estos cambios. Asimismo, las autoras resaltan también cómo para los sujetos de este estudio la paternidad se constituye en garante de su masculinidad, concepción adquirida en sus familias de procedencia a través de la socialización.

En la misma línea se encuentra el trabajo de Jiménez, Perneth y Oquendo (2010), también realizado en Cartagena de Indias, que recoge experiencias innovadoras de paternidad que rompen con la exigencia social de lo que significa ser hombre en ese contexto cultural. Las autoras muestran esta ruptura a través de las prácticas paternas de estos varones que incluyen lo reproductivo, y el cuidado de otros y de sí mismos, lo cual se distancia de la tradicional proveeduría económica. Esto redefine sus identidades masculinas en cuanto van dejando entrar en el ejercicio de este rol aspectos tales como lo emotivo, lo afectivo, el miedo, la incertidumbre y la horizontalidad del poder, reconociendo lo heterogéneo de ser hombre y trasgrediendo la masculinidad hegemónica dominante del contexto. Por su parte, Jiménez (2014) ofrece una perspectiva más interseccional, dando cuenta de cómo el ejercicio paterno en hombres de diferentes estratos sociales de Cartagena de Indias está atravesado por múltiples factores como el origen regional y la clase de sus familias de origen, factores que configuran y atraviesan su ejercicio paterno y sus identidades masculinas. En contraste, el trabajo de Duarte y Escobar (2015) en Valledupar muestra cómo la identidad masculina de varones jóvenes con hijos se configura principalmente a partir de la promiscuidad o de la genitalidad -ser hombre asociado a los genitales-, lo que, a su vez, coincide con lo hallado hace más de 50 años por Virginia Gutiérrez de Pineda (1968) sobre la noción de masculinidad en el complejo litoral fluviominero (al que pertenece la Costa Caribe) 'se es más hombre entre más mujeres se tenga', lo cual se veía traducido en engendrar muchos hijos. El trabajo de Duarte y Escobar (2015) contrasta con lo hallado por Jiménez, Perneth y Oquendo (2010), y por Jiménez (2014), lo cual resulta curioso porque, a pesar de enmarcarse en un mismo contexto geográfico y cultural como lo es la Costa Caribe, presentan matices en tanto muestran formas diferentes de asumir la paternidad y la masculinidad. Esto, justamente, nos ofrece un panorama para comprender cómo las especificidades del contexto pueden ser relevantes en la construcción de las identidades masculinas que, al mismo tiempo, influyen en una cierta forma de ser y sentirse padre.

Más allá del contexto de la Costa Caribe colombiana, otros trabajos realizados en Colombia (Viveros, 2000, 2002; Lamus y Useche, 2002; Puyana, 2003; Puyana y Mosquera, 2005; Micolta, 2011; Marín y Ospina, 2015) o en diferentes países de América Latina (Fuller, 2000; Cebotarev, 2003; Velásquez, 2004; Cruzat y Aracena, 2006) plantean la relación que existe entre el contexto social-familiar y la forma de ejercer la paternidad o maternidad, en tanto que el primero ofrece elementos como discursos, prácticas y significados que las dotan de sentido, así como a las identidades de género que atraviesan estos roles. De igual manera, otros aspectos como la raza, la clase, el número de hijos y el sexo de estos también dan sentido a la paternidad, así como a la forma de ejercerla (Viveros, 2000). Algunos de estos trabajos resaltan, no solo la relación entre la paternidad y la masculinidad, sino también cómo estas dos categorías se configuran mutuamente, en tanto que una cierta forma de ser y sentirse hombre incide en el ejercicio paterno, así como también la manera en la que se performa la paternidad configura la identidad masculina (Puyana y Mosquera, 2005; Micolta, 2011). Muchos de los estudios consultados son enfáticos en señalar que los cambios en los procesos sociales del contexto impactan las dinámicas familiares y culturales, generando nuevos sentidos y formas de ejercer la paternidad que han estado atravesados, paralelamente, por transformaciones en las identidades de género.

Al respecto, me parece importante aclarar cómo entiendo en este artículo los conceptos de paternidad y de masculinidad. Como mencionaba, estas categorías se entretejen y configuran mutuamente, pero, además, ambas son contextuales, relacionales y pueden entenderse como prácticas en tanto se ejercen. Cuando hablo de que son contextuales me refiero a que no son estáticas y siempre se sitúan en un contexto, es decir, en un momento histórico o en un lugar social determinado. Esto significa que las ideas sobre lo que es ser hombre/mujer o padre/madre están atravesadas por construcciones culturales e históricas que, de igual modo, varían según estructuras definidas de relaciones sociales (Scott, 1996; Connell, 1997; Fuller, 2000; Viveros, 2002; Puyana y Lamus, 2003). Por otro lado, cuando hablo de estas categorías como relacionales, me refiero a que ambas se definen, dentro del orden binario de género, en oposición a. Algunas autoras como Viveros (2000), Fuller (2000), y Puyana y Lamus (2003) señalan que la paternidad y la maternidad se construyen a partir de ciertas formas de ser hombres o mujeres, en tanto que los rasgos que las diferencian y delimitan se sostienen en el orden patriarcal de las relaciones de género. Esto quiere decir que, en dicho orden, la masculinidad se ha construido desde la oposición a la feminidad, así como la paternidad se ha definido en contraste con la maternidad. Scott (1996) y Connell (1997) señalan, por ejemplo, que la idea de masculinidad, en ese orden de género, se basa en la represión de los aspectos considerados femeninos como la emotividad, la sensibilidad, entre otros, que generan relaciones de poder con base en el binarismo hombre/mujer, en tanto que lo femenino se asume como 'débil' o 'inferior'. Esta dinámica de las relaciones de poder también se refleja en los roles paterno y materno a raíz de la asociación cultural que se ha hecho de las mujeres como madres, cuidadoras y ubicadas, tradicionalmente, en el espacio privado, y de los varones padres, en cambio, desde su presencia en el espacio público, en el que actúa no como cuidador, sino como proveedor, protector y representante de su familia (Puyana y Lamus, 2003). Esta construcción de los roles materno y paterno desde la oposición se sustenta, además, en la división sexual del trabajo que distingue entre lo productivo y lo reproductivo (Arango, 1997), minimizando los aportes a la sociedad por parte de las mujeres que se ubican desde lo doméstico. Connell (1997) explica cómo la masculinidad, en esta estructura relacional del género, opera como una posición de privilegio en cuanto se establece una jerarquía en la que los hombres se encuentran en ventaja frente a las mujeres en aspectos relacionados con las diferencias salariales y con la acumulación de capital económico, esto último, a su vez, se encuentra unido al terreno reproductivo mediante las relaciones sociales de género. Esta dimensión, que la autora denomina las relaciones de producción, está presente en todas las relaciones e instituciones, pero es especialmente relevante en el terreno productivo desde la familia como institución social y desde el ejercicio de la paternidad, en tanto que el orden de género, que sitúa a las mujeres dentro del ámbito privado y de las tareas de cuidado, reproduce las relaciones de poder en las que estas quedan subordinadas y no reciben retribución económica, partiendo de la idea de que están dotadas "naturalmente" para dichas tareas (Gilligan, 2009, citada en Arango y Molinier, 2011).

Todo esto nos ofrece herramientas teóricas suficientes para comprender y definir la paternidad en esta investigación a partir de lo planteado por Fuller (2000):

un campo de prácticas y significaciones culturales y sociales en torno a la reproducción, al vínculo que se establece o no con la progenie y al cuidado de los hijos, [...] que emergen del entrecruzamiento de los discursos sociales que prescriben valores acerca de lo que es ser padre y producen guiones de comportamientos reproductivos y parentales. Estos últimos varían según el momento del ciclo vital de las personas y según la relación que establezcan con la co-genitora y con los hijos. Asimismo, estas relaciones están marcadas por las jerarquías de edad, sexo, género, raza, etnia y clase (p. 36).

Siguiendo esta línea, en este artículo entiendo la masculinidad, desde los planteamientos de Connell (1997) y Viveros (2002), como una práctica dentro de la estructura relacional del género que se configura a partir de elementos contextuales y relaciones, así como desde de la subjetividad y de las experiencias personales, esto es, las relaciones sociales y afectivas. Como un pequeño paréntesis, me parece importante añadir que Connell (1997) propone unos patrones de masculinidad -hegemónica, subordinada, cómplice y marginada- clave para comprender también desde dónde sitúo la masculinidad a lo largo del artículo y cómo se entiende en Barranquilla como contexto de la investigación. De estas, retomo la definición de masculinidad hegemónica, que se refiere a aquella que reproduce el dominio de poder y autoridad masculina heterosexual, el prototipo tradicional de virilidad, y la cultura del patriarcado doméstico y social. Es importante resaltar que la autora retoma el concepto de hegemonía de Gramsci, por lo que la reproducción de este dominio de poder no se da mediante la fuerza o la violencia física, sino a través del consenso social que garantiza y legitima, a través de creencias y prácticas, la posición dominante de los hombres y la subordinación de las mujeres.

METODOLOGÍA

Esta investigación se llevó a cabo desde un enfoque cualitativo que, de acuerdo con Solano y Rodríguez (2018), "se fundamenta en la observación de realidades en torno a las subjetividades contextuales, permitiendo el análisis de situaciones individuales, familiares y sociales que inciden en el comportamiento" (p. 76). Como expuse en el objetivo planteado para este artículo, mi intención era comprender las experiencias y subjetividades de los sujetos participantes en este estudio, no como algo general ni universal, sino desde la especificidad de sus vivencias con la paternidad y cómo esta configura una(s) forma(s) particular(es) de ser hombres. La escogencia de este enfoque también tiene que ver con la posición epistemológica que, como investigadora, asumí desde los conocimientos situados, esto es lo que Donna Haraway (1995) denomina la objetividad feminista: como mujer joven barranquillera atravesada por la experiencia de la maternidad, me situé desde esa visión y vivencia particular para entender y aportar desde allí, y desde la experiencia de estos varones, a la comprensión de las paternidades y las masculinidades en un contexto como el barranquillero. Al respecto, Haraway (1995) añade que la cuestión de la ciencia en el feminismo trata de la objetividad como racionalidad posicionada, es decir, desde una visión situada, desde el conocimiento encarnado y la perspectiva parcial que nos constituyen como sujetos y como investigadores, y no desde la visión tradicional de hacer ciencia "desde arriba".

A partir de lo anterior, utilicé las entrevistas a profundidad y la observación participante como técnicas de recolección de la información. Las entrevistas fueron aplicadas a nueve varones entre los 23 y los 38 años de edad que habitaran en la ciudad de Barranquilla, cuya selección fue a través de la técnica de muestreo de bola de nieve. Para dicho proceso de escogencia se tuvieron en cuenta a aquellos que se asemejaran a mi experiencia materna como el rango etario (entre mitad de los 20 o principio de los 30 años), la clase (entendiéndola desde el nivel socioeconómico, pero también desde la adquisición de ciertos capitales sociales y culturales), el nivel de escolaridad (con estudios superiores finalizados o en proceso de culminación), la edad de las hijos/as (entre los 0 y los 10 años) y que convivieran con las madres de estos. Con estas entrevistas apunté a indagar sus percepciones, sentimientos y dificultades frente a la experiencia que han vivido como padres, así como también para ahondar en el papel que su grupo familiar y social tuvo en la construcción de este rol y de sus identidades masculinas.

Por otro lado, la observación participante la realicé con cinco de ellos -los que manifestaron disponibilidad y consentimiento para ello-, con el fin de identificar las prácticas que llevan a cabo en el ejercicio de su rol paterno, esto fue, principalmente, las actividades que comparten con sus hijos y la interacción que tienen con estos.

Los resultados se obtuvieron a partir de la sistematización y análisis de la información recolectada, realizada a través de una tabla de Excel que me permitió identificar en los relatos de las entrevistas y en las notas obtenidas en la observación participante las categorías planteadas en la guía de preguntas (significados y prácticas de la paternidad, crianza y relación con los hijos, masculinidad y socialización de género, socialización familiar y cultural), así como también otras categorías que surgieron con frecuencia en los relatos de los entrevistados y que no estaban contempladas en la guía (la proveeduría económica, el cuidado, la relación de pareja, y el ocio y el tiempo libre). Una vez identificadas con claridad estas categorías emergentes, las incorporé al análisis, ya que tenían relación con las planteadas en la guía de preguntas, lo cual las hacía útiles e importantes para tener una comprensión más global del ejercicio paterno y de la construcción de la identidad masculina de los sujetos de este estudio,

Sujetos situados: una mirada desde el concepto de edad, la clase y la raza

Considero relevante hacer una descripción más profunda de los sujetos participantes de esta investigación que ayude a comprender los distintos elementos que dan una mirada situada a su paternidad. Como mencionaba al inicio de este artículo, existen diferentes elementos como la clase, la edad, la raza y el origen geográfico que atraviesan a estos varones, no solo como sujetos, sino también como padres. Aquí me propongo ampliar cómo comprendo la edad, la clase y la raza en esta investigación y, en ese sentido, explico la intersección en estos aspectos que constituyen a los sujetos de este estudio.

La edad, más que una categoría biológica, la entiendo, en esta investigación, como un momento del ciclo vital que se compone de una serie de eventos como la salida del sistema educativo, el ingreso al mercado laboral, la salida del hogar, la formación de una vida en pareja y el nacimiento de un hijo, eventos que ocurren entre la transición de la juventud a la edad adulta -esto es, entre los 18 y 34 años-, en los que el individuo adquiere, de manera progresiva, autonomía y capacidad de autosustento (Varela, Fostik y Fernández, 2012). Teniendo en cuenta lo anterior, cuando hablo de padres jóvenes me refiero a hombres que, no solo se encuentran en el rango de edad que las autoras señalan, sino que también experimentan o han experimentado recientemente estas experiencias vitales. Esta transición a la vida adulta está atravesada, al mismo tiempo, por la clase social y por el momento sociohistórico en el que se ubican los sujetos.

En esa línea, entiendo la clase desde lo que Bourdieu (1990) define como "conjuntos de agentes que ocupan posiciones semejantes y que, situados en condiciones semejantes y sometidos a condicionamientos semejantes, tienen todas las probabilidades de tener disposiciones e intereses semejantes y de producir, por lo tanto, prácticas y tomas de posición semejantes" (p. 284). En otras palabras, la clase se manifiesta y se incorpora desde lo que este mismo autor, Bourdieu (2012), denomina el habitus, es decir, las competencias culturales que se adquieren en virtud de unas ciertas condiciones contextuales en las que los sujetos interactúan con otros sujetos con condiciones similares, dentro de la cultura o el entorno. Dicha adquisición y utilización funcionan como una especie de "marca de origen" que genera modos de producción del habitus cultivado (Bourdieu, 2012). En otras palabras, las condiciones sociales, enmarcadas en un espacio específico -barrios estrato 4 y 5, esto es, medio o medio-alto según la clasificación del DANE (s.f.)- en las que estos sujetos crecieron y fueron socializados, les permitieron adquirir algunos capitales sociales y culturales como el acceso a la educación privada y superior -que, en algunos casos, su padres no poseen-, los gustos, las redes laborales/profesionales y las amistades -conformadas por personas que están en condiciones socioeconómicas similares-. La interacción con estos sujetos semejantes en términos de clase generó y forja en ellos unas formas de obrar, pensar o sentir asociadas con esa posición social privilegiada. Como hombres adultos jóvenes esto les ha ayudado a generar y adquirir un cierto capital económico que les ha permitido, entre otras cosas, residir junto a sus parejas e hijos en los mismos barrios en los que crecieron o en otros cercanos a estos, pero manteniendo el estatus de clase -en términos socioeconómicos- que les da vivir en uno u otro sector. Barranquilla concentra los barrios más exclusivos o distintivos en el norte geográfico de la ciudad, en las localidades Riomar y Norte-Centro Histórico, y a medida que se va "bajando" los barrios son más populares, con características y formas de organización urbana diferentes, lo que da cuenta de la desigualdad económica y las enormes brechas sociales existentes en la ciudad (Baca-Mejía y Parada, 2014). Estos contrastes, a su vez, crean representaciones sociales y dinámicas de clase entre el norte y el sur, en las que el primero se asocia con tranquilidad, comodidad o estética, mientras que el segundo lo hace con la precariedad, suciedad e incluso delincuencia (Arroyo, 2019).

Los contrastes en la ciudad están atravesados, no solo por la clase, sino también por la raza, como da cuenta el trabajo de Cantillo (2013). Entiendo la raza en este trabajo como una construcción social e histórica desde la que se han establecido relaciones sociales de dominación a partir de la percepción sociocultural de las variaciones fenotípicas (Viveros, 2008). Hecha esta aclaración, es importante mencionar que los hombres que participaron en esta investigación pueden definirse como blanco-mestizos1, en tanto que ninguno está racializado como "negro", esto quiere decir que a lo largo de sus vidas no han experimentado la discriminación o jerarquización con base en su color de piel o de sus rasgos fenotípicos. El trabajo de Cantillo (2013), que retomo, expone, justamente, cómo en Barranquilla las personas afrodescendientes, debido a las desventajas que han sufrido históricamente en términos económicos y sociales, se ubican geográficamente en sectores periféricos o barrios del suroccidente como El Bosque, San Felipe o El Valle -clasificados por el DANE (s.f.) como estratos 1 (bajo-bajo) y 2 (medio-bajo)-, en donde tienen difícil acceso a la educación superior y a la satisfacción de sus necesidades básicas. Esto perpetúa sus circunstancias de pobreza, haciéndoles muy difícil movilizarse socialmente y acceder a mejores condiciones de vida. Todo esto para comprender cómo la raza, como construcción social, representa para los afrodescendientes desventajas en términos de acumulación de riqueza y de ascenso social lo que, por ende, genera una perpetuación de la pobreza.

En la Barranquilla del norte, la que habitan los sujetos de esta investigación, es poco común ver gente racializada como negra que resida allí. Lo blanco-mestizo se refleja, no solo en términos del color de piel, sino también en términos del acceso a los derechos -salud, educación, agua potable-, en contraste con la situación de los primeros, producto de la discriminación racial que sufren y que limita sus derechos y sus posibilidades sociales como sujetos (Cantillo, 2013). Dicha discriminación es producto del bagaje colonial en el que los "negros" fueron ubicados como inferiores en la escala social, lo cual está presente no solo en Barranquilla o Colombia, sino a nivel de Latinoamérica (Viveros, 2008).

Todo esto ayuda a comprender cómo las masculinidades y la condición de clase de los sujetos de este estudio se construyen socialmente en oposición a las de otros sujetos "negros" sin educación superior, sin acceso a servicios básicos, y con trabajos informales y precarios, reflejando el carácter relacional de la masculinidad (Connell, 1997) que se construye, no solo en oposición con lo femenino, sino también en contraste con otros hombres con características sociales u origen regional diferentes.

Barranquilla como contexto sociocultural: algunos datos relevantes

Barranquilla es la ciudad en la que se llevó a cabo la investigación y en la que la mayoría de los entrevistados nacieron o han vivido, por lo que es necesario ofrecer un panorama breve de su cultura y dinámicas sociales para comprender de qué manera se han construido los roles de género en la ciudad, cómo estos estaban presentes en las generaciones de los padres/madres y abuelos/abuelas de estos varones, y cómo esto y los elementos culturales influyen en la configuración del rol paterno que, a su vez, (re)configuran sus identidades masculinas.

Barranquilla es la capital del departamento del Atlántico y está ubicada al margen occidental del río Magdalena, en la zona norte de Colombia. Los últimos datos sobre número de habitantes son del año 2018, arrojados por la Gobernación del Atlántico (2018), e indican que la ciudad cuenta con 1.223.967 habitantes, lo que la convierte, de acuerdo con el DANE (2015), en la cuarta ciudad más poblada del país después de Bogotá, Medellín y Cali. Esta misma fuente señala que para ese año (2015) 627.377 mujeres y 591.098 hombres habitaban la ciudad, cifras que se soportan con el más reciente censo del año 2018 que arroja que en el departamento del Atlántico hay una mayor población de mujeres que de hombres -105 por cada 100 hombres- (DANE, 2018). De igual manera, los mismos datos de 2015 arrojan que la mayoría de la población es joven, pues se encuentran entre los 15 y los 34 años de edad (DANE, 2015).

A lo largo de su historia, Barranquilla ha estado marcada por una economía comercial e industrial (Villalón, 2000; Baca-Mejía y Parada, 2014) que, a finales del siglo XIX y comienzos de XX, fue clave para constituirla, en ese entonces, como el puerto más importante del país, debido a que fue punto de entrada y salida de mercancías, y de avances tecnológicos como la radio y de industrias como la aviación (Sourdis, 1998; Villalón, 2000).

Clase y roles de género en la ciudad durante el siglo XX

Debido a estas dinámicas económicas a finales del siglo XIX y principios del XX, Barranquilla recibió inmigrantes alemanes, escoceses e italianos (González, 2013), así como también árabes, sirios y palestinos (Solano, 1989; Vargas y Suaza, 2007; Yidi, 2012) que, poco a poco, fueron asentándose en la ciudad. Estos inmigrantes, que eran católicos o cristianos (Fawcett y Posada Carbó, 1998; Yidi, 2012), eventualmente empezaron a contraer nupcias con mujeres de familias de élite oriundas de la ciudad, generándose una mezcla de culturas que se tradujo, entre otras cosas, en el aumento de uniones civiles en la ciudad (Miranda, 2002). Este autor aclara que estas uniones civiles, así como las religiosas, se constituían en una marca de clase, pues era la forma en la que la élite barranquillera validaba socialmente sus relaciones; en contraste, las clases medias y populares se unían bajo el concubinato (Gutiérrez de Pineda, 1968; Miranda, 2002). Por estas razones, la Iglesia católica entró como institución reguladora a promover entre las clases medias y populares el matrimonio católico como único modelo válido de unión conyugal que representaba la sagrada familia conformada por María, José y Jesús (Miranda, 2002). Este autor señala que la Iglesia, desde las escuelas, empezó a moldear la moral, la sexualidad, la forma de vestir y la conducta femenina con el fin de formar a las mujeres en los principios y valores cristianos -bajo el modelo mariano de esposa y madre-, esto es, adiestrándolas y alfabetizándolas en los quehaceres domésticos y de cuidado desde la exaltación y sacralización de la maternidad (Ramírez, 2006). Sin embargo, este control estuvo también atravesado por la clase, pues a las escuelas privadas ingresaban las damas de élite a aprender actividades menos domésticas como el bordado o las manualidades, mientras que las mujeres de clases medias y populares ingresaban a las escuelas públicas y aprendían labores más prácticas como cocinar o planchar (Miranda, 2002).

Si bien el matrimonio católico continuó siendo una marca de clase, el autor señala que el modelo de la sagrada familia, desde la domesticación de las mujeres en el modelo mariano, trascendió la clase y, poco a poco, fue incorporado y reproducido en todas las clases sociales de la ciudad, dictando los roles que hombres, mujeres e hijos debían ocupar dentro de la familia, lo que, paralelamente, moldeaba las identidades masculinas y femeninas, y las formas de ser padre o madre. En dicho modelo prevalecía la familia monógama y patriarcal, de carácter jerárquico y vertical, conformada por el marido como jefe del hogar, la madre y los hijos; la mujer-madre debía obediencia a su esposo y este administraba sus bienes, su tiempo y controlaba los espacios que frecuentaba, por ello, la mujer estaba confinada al hogar y a sus labores y oficios. La influencia extranjera y la mezcla de culturas también favoreció el afianciamiento de estos roles de género, como, por ejemplo, la cultura árabe, que era igualmente patriarcal y confinaba a las mujeres a la esfera privada desde las tareas del hogar y el cuidado (Vargas y Suaza, 2007), tal como sucedía en las familias oriundas. En ese sentido, la presencia y el asentamiento de los migrantes en la ciudad constituyó una reafirmación de ese modelo patriarcal que privilegiaba a los hombres ubicándolos en la esfera pública desde el comercio y los negocios, y relegaba y minimizaba a las mujeres al espacio privado. Así, la contribución de cada uno se daba desde la proveeduría económica y desde los cuidados domésticos, respectivamente.

El comercio como actividad económica, siempre presente en la historia de la ciudad e imperante en las últimas décadas del siglo XIX y durante el siglo XX (Vega, 2000; Villalón, 2000), se constituye como elemento clave en la construcción de una paternidad basada en la proveeduría económica y de una masculinidad basada en la capacidad adquisitiva. Si bien esto es igual en otras ciudades del país, las dinámicas económicas y sociales que se dieron en la ciudad reforzaron fuertemente la idea de hombre-padre como proveedor, cuya capacidad adquisitiva, así como el valor del trabajo, se constituye en elemento clave en la configuración de sus masculinidades (Arroyo, 2019).

A partir de estos distintos elementos y dinámicas empiezan a establecerse y a afianzarse en toda la ciudad, pero con cierta pre-valencia en los sectores más privilegiados (Miranda, 2002), ciertos roles de género enmarcados en una estructura patriarcal, dictando un deber ser para hombres y mujeres que se configuró desde la verticalidad que supone la "superioridad" masculina, así como de otros aspectos como la división sexual del trabajo y el control de los cuerpos y del tiempo de las mujeres. Al respecto, la antropóloga Virginia Gutiérrez de Pineda (1968) ofrece más elementos para comprender los roles de género a mediados del siglo XX, ya no solo en Barranquilla, sino en toda la costa Caribe colombiana, en su amplio estudio Familia y cultura en Colombia. En esta obra expone los diferentes modelos de paternidad y masculinidad que -tras configurarse mutuamente- encontró a lo largo y ancho de esta región, mostrando cómo la construcción de un tipo de masculinidad basada en la sexualidad y la genitalidad exaltada desde lo público desempeña un papel determinante en la forma en que, al menos hasta ese momento histórico, se asumía el rol paterno. Dado que la masculinidad caribeña que la autora halla se sustenta en las experiencias sexuales, en la imagen viril hipersexualizada y en la cantidad de mujeres con las que se interactúe sexualmente, la paternidad se construía casi que exclusivamente desde lo procreativo, exenta de responsabilidades afectivas o de cuidado. Esta forma de ejercerla, que la autora señala, está, al mismo tiempo, atravesada por la per-formatividad sexual en tanto que se tienen relaciones con distintas mujeres con el fin de garantizar la continuidad del apellido y de su semilla. Dentro de las familias, expone Gutiérrez de Pineda, las relaciones de género se constituían desde una doble moral que celebra la promiscuidad masculina, mientras controla la sexualidad femenina. Es posible que esta forma de ejercer la paternidad, muy marcada por esa masculinidad hipersexualizada, corresponda también al legado colonial del que hablaba Ferro Bayona (2000), producto de las relaciones de poder establecidas por parte de los españoles hacía los indígenas y personas nativas del continente (de raza y clase, por las jerarquías sociales que estos impusieron en dicha época) y de género (por un dominio y acceso hacia los cuerpos de las mujeres). Los hallazgos de Gutiérrez de Pineda ayudan a comprender mejor cómo el modelo de familia patriarcal, instaurado en la ciudad en las primeras décadas del siglo XX, se afianzó fomentando y reproduciendo socialmente las relaciones desiguales entre hombres y mujeres. De igual forma, para las décadas de los 60 y 70, Barranquilla disminuyó su receptividad hacia manifestaciones de culturas extranjeras, arraigándose a tradiciones más conservadoras en cada aspecto (Baca-Mejía y Parada, 2014), lo que probablemente tuvo que ver en el fortalecimiento de estos roles tradicionales de género.

Sin embargo, si bien se puede hablar de características generales que configuran una forma hegemónica de la masculinidad en la ciudad, dichas características, como he venido mencionando, presentan matices y están atravesadas por categorías como la clase, en tanto que los hombres de las élites sociales, según los autores retomados, basaban su masculinidad en elementos como la capacidad adquisitiva y el poder económico (Miranda, 2002), mientras que en las clases medias eran más prevalentes elementos como la sexualidad y la promiscuidad (Gutiérrez de Pineda, 1968). Pese a esto, las masculinidades se configuraron a partir de elementos específicos, lo que las hace singulares, por lo que, estar atravesadas por una categoría en particular como la clase, no las hace del todo homogéneas. Esto explica y muestra, por ejemplo, el carácter heterogéneo de la masculinidad del que habla Connell (2013), es decir, cómo las masculinidades se construyen a partir de la intersección de múltiples elementos.

La Barranquilla de hoy: ser barranquillero es una experiencia atravesada por el género

Investigaciones más recientes, tanto en Barranquilla (De Oro, 2010; Martínez, 2017; Arroyo, 2019), como en otras ciudades de la región Caribe como Cartagena (Morad y Bonilla, 2003) o Valledupar (Duarte y Escobar, 2015), confirman que muchos de los elementos hallados por Gutiérrez de Pineda (1968), y señalados por Miranda (2002), aún prevalecen en la construcción de las masculinidades o las paternidades en la ciudad.

Sobre esto, Arroyo (2019) señala que cultural y tradicionalmente en Barranquilla han resaltado unas características estereotípicas que se supone definen a los y las barranquilleras sin distinción de clase, y que han marcado imaginarios y representaciones sobre lo que es ser barranquillero/a: recochero, mamador de gallo, extrovertido, malhablado y con buen sentido del humor. Sin embargo, algunas de estas características -que, por supuesto, y contrario al imaginario, no son generales- están reservadas para los hombres y no tanto para las mujeres, por lo que podría decirse que, hasta cierto punto, la experiencia estereotípica de ser barranquillero está atravesada por el género, puesto que hay ciertas prácticas o comportamientos que se constituyen en privilegios masculinos.

La sexualidad masculina y la doble moral sexual

Esta es uno de los más sobresalientes, pues atraviesa tanto creencias como prácticas y podría decirse que es transversal a la clase (Cantillo, 2015; Martínez, 2017). La doble moral sexual que halló Gutiérrez de Pineda (1968) sigue estando muy presente en la sociedad barranquillera, especial, pero no únicamente, en ciertas etapas del ciclo vital como la adolescencia y los primeros años de adultez (Arroyo, 2019). La promiscuidad se constituye para los hombres en un elemento de prestigio social, pues es señal de su masculinidad y virilidad, mientras que las mujeres que reivindican su sexualidad y actúan de la misma manera son juzgadas y señaladas por ello, ya que siguen estando muy presentes algunos elementos del modelo mariano en la construcción de las subjetividades femeninas como la exaltación de la maternidad -que implica una sexualidad destinada solo para la reproducción-, la sumisión (Ramírez, 2006) o la necesidad de aprobación masculina (Arroyo, 2019). Otras investigaciones como la de Cantillo (2015) reflejan el orden de género patriarcal existente en la ciudad y dan cuenta de que las relaciones entre hombres y mujeres, desde la adolescencia, se construyen a partir del guion heterosexual en el que el rol de cada uno es complementario. Esto, por ejemplo, se refleja en el relato de Mario, un realizador audiovisual de 32 años y padre de un niño de 1 año y 10 meses, al hablar sobre sus dudas y miedos antes de convertirse en padre:

Joda, yo tenía full miedo de que fuera una niña. Cerdamente2. [...] uno jode con el tema de que 'no, que las vas a pagar todas las que hiciste' y todas esas maricadas [...] (Comunicación personal, 3 de marzo de 2018).

El uso de la expresión "pagar todas las que hiciste" hace referencia al comportamiento promiscuo que Mario llevó antes de conocer y enamorarse de su actual pareja, lo que da cuenta, no solo de la reafirmación social de la virilidad en etapas concretas del ciclo vital (Viveros, 2001; Olavarría, 2001a) -en este caso, previo a la paternidad-, sino también de las relaciones de poder que, en este contexto sociocultural, los varones establecen frente a las mujeres.

El humor y el lenguaje desde lo fálico

El humor estereotípico barranquillero tiene como objeto de burla lo femenino o lo gay, y se basa en el doble sentido sexual, en la vulgaridad y en alusiones al falo (Martínez, 2017), lo que, de acuerdo con la autora, está profundamente arraigado en la cultura de la ciudad. El elemento fálico, según Gutiérrez de Pineda (1968), se constituye en principio identitario de ser hombre caribe en tanto que reafirma su virilidad y, a su vez, en un elemento de control y dominio sobre las mujeres, pero también sobre aquello que se distancie de la masculinidad hegemónica como los homosexuales y las identidades sexuales diversas. El humor, no solo en Barranquilla, sino también en la Costa Caribe en general, así como el sexo y la sexualidad, es un aspecto que está reservado a lo masculino, que se considera "inherente" a ello, por lo que hacer bromas sobre la promiscuidad masculina, la hipersexualización y el dominio masculino sobre otras identidades es visto como algo normal y absolutamente natural. Martínez (2017) señala que el falo, en la cultura barranquillera, se ha constituido en el simbolismo del discurso patriarcal que representa al varón costeño y su virilidad. Esto se refleja incluso en el lenguaje coloquial barranquillero, en el que el uso de las palabras mondá o verga3 ha sido apropiado para casi cualquier situación cotidiana, y goza de múltiples significados según el contexto de la conversación. Cristian, comerciante y estudiante de último semestre de ingeniería industrial, de 23 años de edad y padre de un niño de 1 año y 9 meses de edad, expresa esto en sus propias palabras:

[...] uno como hombre tiende de pronto, en mamaderas de gallo y vainas, a ser muy grosero o vulgar [...] con las mujeres o entre ellas no se ve bien (Comunicación personal, 3 de marzo de 2018).Al ser el uso de lo fálico un elemento asociado a lo masculino -bien sea en el humor o en el lenguaje-, las mujeres que hagan este tipo de bromas o que se expresen con groserías o expresiones vulgares son tachadas como "menos femeninas", pues en el orden binario de género que impera en la ciudad, esto las deshonra y las hace perder valor y pudor (Arroyo, 2019).

Todo este asunto de la sexualidad y el lenguaje fálico o vulgar como exclusivos de los hombres, se explica desde lo que Castellanos (2016) denomina generolectos, es decir, las diferencias de estilo entre el discurso femenino y masculino, en tanto que corresponden a la caracterización cultural de estas expresiones o actitudes como masculinos y que, por ende, no se espera de parte de las mujeres. Como señala la autora:

se trata por tanto de estereotipos culturales, que se emplean para juzgar el comportamiento de las personas como femenino y masculino, esperando que exista "coherencia" entre sexo biológico y estilo de género, alentando de diversos modos a los sujetos y sujetas a comportarse de una manera considerada "coherente". En aras de lograr esta coherencia, se llega en algunos casos a conminar a los sujetos y sujetas a comportarse del modo esperado, sancionando negativamente a quienes sean vistos como "incoherentes" o "desviados" de la conducta esperada (p. 7).

RESULTADOS Y DISCUSIÓN

A nivel de Colombia y Latinoamérica, diferentes investigaciones han mostrado que la manera como los hombres que son padres ejercen este rol incide también en la configuración de sus identidades masculinas (Viveros; 2000; Fuller, 2000; Olavarría, 2001a, 2001b; Puyana y Mosquera, 2005; Micolta, 2011), pues la paternidad se constituye en la marca de la masculinidad adulta, ya que representa para ellos ciertos privilegios asociados tradicionalmente a la figura masculina como la autoridad y la protección -en el ámbito privado- y la proveeduría económica -en el espacio público-. Estas significaciones particulares sobre la paternidad están claramente enmarcadas dentro de unas normas tradicionales de género que dictan un deber ser para los hombres -y para las mujeres-, y que poco a poco han ido cambiando a partir de diferentes sucesos económicos y políticos que se dieron en Colombia a finales del siglo XX, como el incremento de la inserción de las mujeres en el mercado laboral y la expansión de métodos anticonceptivos que ocasionó un descenso de la fecundidad. Estos cambios generaron discursos sobre la autonomía femenina lo que, a su vez, implicó transformaciones en las dinámicas familiares y de género desde dos puntos de vista: por un lado, el espacio privado dejó de ser el centro de la vida de muchas mujeres, lo cual, por el otro, tuvo una enorme incidencia en la democratización de las funciones paternas y maternas en el hogar, dando lugar a transformaciones en los discursos sobre la paternidad, pero también sobre la masculinidad (Viveros, 2000, 2001; Puyana y Lamus, 2003; Jiménez, Perneth y Oquendo, 2010). Dichos cambios se ven reflejados en la forma en la que los hombres entrevistados viven y ejercen su paternidad, aunque también persisten algunas ideas más tradicionales. Es por esto que aquí entraré a analizar, desde diferentes ámbitos de su paternidad, las continuidades y rupturas respecto a sus modelos paternos en el ejercicio de este rol, así como los significados -las ideas y sentimientos- y prácticas -las acciones- que otorgan a su paternidad, para ahondar y comprender de qué manera, para estos hombres, la paternidad configura, construye, reconstruye y deconstruye ciertas formas de ser y sentirse hombres que aprendieron en esa socialización familiar y desde su rol como hijos.

La proveeduría económica

Para todos los entrevistados, a excepción de uno, la proveeduría económica es un elemento central de su paternidad y un indicador de su masculinidad en la medida en que son capaces de proveer a sus familias y cumplir con el rol tradicional socialmente asignado a los varones (Fuller, 1997, 2000; Viveros, 2000; Micolta, 2011). El trabajo remunerado fuera del hogar se convierte en la herramienta para lograr abastecer a sus familias, pero teniendo en cuenta las condiciones sociales y económicas enmarcadas en un modelo neoliberal en el que los trabajos son cada vez más precarios, escasos, informales o mal pagos (Sánchez, 2011) muchos de ellos se obsesionan por adquirir los ingresos económicos suficientes para mantener a sus familias y cumplir con el mandato social de género asociado a su paternidad. Y si, además, tenemos en cuenta que varios se convirtieron en padres muy jóvenes, cuando contaban con poca experiencia laboral o cuando aún estaban culminando sus estudios superiores, la necesidad, la exigencia social y autoexigencia de proveer se hace más pesada:

con el nacimiento de mi primer hijo las cosas no fueron fáciles, inicialmente a mí me tocó trabajar y estudiar [...] mis papás me apoyaron con el estudio, pero la parte económica era un poco complicada, entonces me tocaba rebuscarme porque también había que asumir el rol de papá y llevar lo que necesitara el niño a la casa (Álvaro, médico, 26 años de edad, padre de dos niños: uno de 6 años y el otro de 1 año de edad. Comunicación personal, 28 de julio de 2018).

una de las cosas que me preocupaba era cómo responder económicamente, me sentía como que no iba a ser capaz de ser papá […] la paternidad me ha hecho crecer, me ha hecho ser hombre en el tema más que todo de comprender mi rol no solo en la sociedad sino también en el contexto familiar, al formar una familia (Carlos, psicólogo y músico, 32 años de edad, padre de una niña de 2 años de edad. Comunicación personal, 2 de marzo de 2018).

a medida que van creciendo van demandando más cosas, y lamentablemente todo va ligado al dinero, entonces uno se sumerge mucho en la necesidad de trabajar, de conseguir más dinero pa' suplir sus necesidades con el fin de que ellos no se sientan marginados con respecto a sus compañeros del colegio (Adrián, ingeniero de sistemas, 34 años de edad, padre de una niña de 9 años y un niño de 3 años de edad. Comunicación personal, 4 de marzo de 2018).

Los entrevistados reflejan la presión que en ocasiones sienten o han sentido por lograr ingresos suficientes que les permitan ofrecer a sus familias una mejor calidad de vida en términos materiales. Empero, dicha presión también tiene que ver con la necesidad de adaptarse y encajar en el rol social que dicta el contexto barranquillero, en el que se asocia la capacidad adquisitiva con la masculinidad, otorgando esta un mayor estatus social y de género (Arroyo, 2019). Esta visión del varón como proveedor se enmarca en la tendencia tradicional que señalan Puyana y Mosquera (2005), en la que los roles de padres y madres son complementarios y se enmarcan, a su vez, en la división sexual del trabajo. Dicha visión fue aprendida en sus familias a través de sus padres o figuras paternas que, con el ejemplo, les mostraron la importancia del trabajo duro para lograr ejercer este rol con responsabilidad, aunque eso implicara verlos con poca frecuencia o no compartir casi tiempo con ellos:

De mi papá aprendí que hay trabajar por los hijos para que no pasen necesidades, mi papá nos enseñó a trabajar por las cosas de la familia, por el alimento, a madrugar para trabajar, y si tocaba trasnochar, a trasnochar (William, comerciante, 27 años de edad, padre de una niña de 1 año y 3 meses de edad. Comunicación personal, 28 de julio de 2018).

Yo vi en mi familia que ser papá era ser proveedor y ser castigador (Adrián, comunicación personal, 4 de marzo de 2018).

De pronto mi papá muy poco tiempo compartió con nosotros porque mi papá fue comerciante, era un esclavo del trabajo, trabajaba día y noche para darnos todo lo que necesitábamos para vivir (Álvaro, comunicación personal, 28 de julio de 2018).

Yo veía también el sacrificio de él, mi papá es una persona que trabajaba en planta durante mucho tiempo, entonces yo veía todo eso [...] yo lo viví pequeño porque mi papá se iba a las 12 de la noche y al día siguiente, 2, 3 de la tarde y otra vez a las 12 de la noche (Miguel, ingeniero de sistemas, 32 años de edad, padre de una niña de 10 meses de edad. Comunicación personal, 3 de marzo de 2018).

El cuidado

Aquí entiendo como cuidado a esa amplia gama de prácticas y actividades orientadas a garantizar la subsistencia física, emocional y afectiva como la comida, el lavado y limpieza de la ropa, de la casa y de la loza, por poner algunos ejemplos. Tronto (2013) señala que el cuidado implica tareas diarias en tanto que apuntan a mantener y continuar nuestras vidas y cotidianidad, como cocinar, barrer, trapear y lavar, lo que constituye la dimensión material del mismo. Pero más allá de esto, el cuidado también implica una dimensión emocional (Molinier y Legarreta, 2016) que se manifiesta en criar, educar, expresar afecto, es decir, en alimentar la parte emocional y afectiva de los receptores del cuidado. Los niños e infantes, dada su dependencia y vulnerabilidad, se constituyen en receptores de este. Por esta razón y debido a las construcciones culturales que aún persisten en torno al papel de la mujer madre, así como a los elementos propios de la cultura barranquillera que históricamente han distanciado a los hombres y padres de estas tareas, el cuidado ha sido feminizado y naturalizado como propio de las mujeres (Molinier, 2018), lo que ha implicado que los hombres se desentiendan del mismo.

Sin embargo, los participantes de esta investigación manifiestan realizar actividades de cuidado, no solo desde la dimensión material, sino también emocional, lo que refleja una ruptura en las ideas y prácticas en torno al cuidado que vieron en el contexto barranquillero y en sus modelos paternos, que se desempeñaban desde el modelo tradicional de proveedores económicos. Muchos de estos varones señalan, implícita o explícitamente, que el cuidado emocional, la crianza y la expresión de afecto en sus familias era "responsabilidad" de sus madres.

En términos de la dimensión material, todos manifiestan realizar tareas domésticas como cocinar, cambiar pañales, bañar a los hijos, y lavar y preparar teteros. Muchos indican que esta es una forma de involucrarse en el cuidado y la crianza de sus hijos desde sus limitaciones de tiempo o espacio. No obstante, en los relatos era claro que previo a la paternidad no ejercían ninguna de estas tareas, por lo que estas se convierten en algo "nuevo" que incorporan a su identidad masculina:

Entonces a veces me dice ¿por qué no me haces el tetero de la niña?', hace dos meses le habría dicho que no, que lo hiciera ella, que yo estaba cansado, pero yo ahora también la entiendo a ella porque su rol no es menos que el mío, ¡já!, de hecho, su rol es supremamente importante y demandante, entonces yo le digo 'no, claro', y estoy re mamado y súper cansado, pero hago el tetero. Yo últimamente he valorado el hecho de cambiarle un pañal, de poderla bañar, de estar un ratico con ella, porque estoy menos tiempo en la casa, tengo menos tiempo de calidad para pasar con ella, entonces eso me ha hecho como valorar las vainas sencillas y que a veces yo no quería hacer como cambiarle el pañal, hacerle el tetero o cosas así por el estilo, entonces he hecho un proceso como de revalorar todo eso y bueno, creo que ha tenido como un vuelco como positivo (Carlos, comunicación personal, 2 de marzo de 2018).

[...] pues no soy tan bueno, pero hago el intento, me ha tocado, sí, aprender a cambiar pañales, a bañar, a hacer comida para ellas, etc., y he cometido de pronto errores o he tenido torpezas a la hora de hacer ese tipo de actividades, pero realmente creo que me puedo desenvolver bien, o sea no es algo que me va a dejar varado con mis hijas. Creo que no fue fácil al principio porque dentro de la educación yo nunca vi un padre o un abuelo cambiando pañales, eso siempre era el rol de las mamás, entonces yo decía ¿pero por qué yo?', entonces fue algo que al principio tuve resistencia pero ya posterior a ello fui cambiando, fui entendiendo que hay que hacer cambios para bien (Gabriel, administrador de empresas, 38 años de edad, padre de dos niñas: una de 9 años y otra de 1 año y 3 meses de edad. Comunicación personal, 4 de marzo de 2019).

Cuando el niño nació a ella le hicieron cesárea, ella no podía [...], yo duré como dos meses que yo era el que atendía al niño cuando estaba en la casa, porque yo trabajo. Yo era el que en la madrugada se levantaba si se hacía popó, lo limpiaba, le preparaba el tetero, cosas así. Hoy día, pues la ayudo a ella en cosas, sobre todo, en la noche cuando yo llego. Ahora que entró al colegio yo me levanto todos los días, todos los días nosotros nos bañamos temprano, yo me baño con el niño, después de que lo baño se lo entrego a ella, cuando yo salgo yo lo termino de cambiar, le pongo el uniforme, todo, lo alisto y ya ella sí se encarga de tenerle todo listo como lo que son las meriendas y los libros y todo eso, y nos vamos a llevarlo los dos (Cristian, comunicación personal, 3 de marzo de 2018).

Tanto mi esposa como yo nos hacemos cargo de la bebé, yo sé hacer tetero, yo sé cambiar pañales, yo le lavo ropa, o sea. ella se puede encargar de las cosas, pero yo también (Camilo, supervisor de ventas, 28 años de edad, padre de una bebé de 3 meses de edad. Comunicación personal, 29 de julio de 2018).

[...] yo soy el que estoy más tiempo con él porque mi esposa trabaja todo el día, yo como trabajo freelance yo estoy mucho más tiempo con él. Igual él va a la guardería y eso, pero yo soy el que lo recojo, el que lo lleva, el que le da la comida, todas esas vainas [...] si hay algo en la guardería yo soy el que voy, el que tengo tiempo como pa' hacer esas vainas (Mario, comunicación personal, 3 de marzo de 2018).

Por otro lado, y en términos de la dimensión emocional del cuidado, estos hombres también manifiestan interés en participar de la crianza de sus hijos, y en compartir tiempo y espacio con ellos, pues consideran importante cultivar el vínculo padre-hijo a través de su presencia activa y de la expresión de afecto, la cual señalan no haber recibido de sus modelos paternos, quienes ejercieron la paternidad desde el modelo tradicional (Puyana y Mosquera, 2005), donde imperaba la distancia afectiva y la autoridad vertical e impositiva:

Bueno, con mi papá hasta ahora grande es que yo tengo relación con él, en mi infancia con mi abuelo nunca escuché una palabra 'mi amor' o un 'te amo' o un 'te quiero', no, nunca lo escuché, y yo, actualmente, yo sí lo hago con mi hijo, yo le digo 'mi amor', esto, lo otro, le explico las cosas, le digo 'te amo' y él también me responde, él también me dice 'te amo, papá' (Cristian, comunicación personal, 3 de marzo de 2018).

Ahora que yo estoy pues con esta carrera y con tantas obligaciones, yo trato siempre de sacarle el tiempo a ellos, siempre. Yo trato de pasar un rato de juego con ellos al día, o por lo menos si no se pudo un rato de juego, un rato de tareas, un rato de dedicarse a lo que sea, de dormirlos, así sea chiquitico pero siempre se les saca su ratico para estar con ellos, para compartir, ya que yo pues sí me di cuenta de lo necesario que es eso, yo sí noté de cierta forma la ausencia de mi padre en muchos momentos por la cuestión de su trabajo (Álvaro, comunicación personal, 28 de julio de 2018).

Como antes se veía que la mujer no trabajaba, de pronto el papá se descuidaba o se despreocupaba por el hecho de estar pendiente de los pelaos o de jugar con ellos, y se proponía era producir y producir y producir para que no les faltara nada. Vemos que eso ha cambiado, ya las mujeres prácticamente trabajan hombro con hombro y el hombre también está llamado a prestar más atención a los niños, como a dedicarles más tiempo, es bastante importante (Adrián, comunicación personal, 4 de marzo de 2018).

Vamos al tema de la música, del cine, del patinaje, en mi caso, a una de mis hijas le gusta el fútbol, le gusta el basket, la natación, entonces trato de estar involucrado mucho con ellas en el tema de hacer deporte, en el tema de hacer actividades recreativas, de ir mucho a jugar al parque, de ir en algunas ocasiones a la playa, de tratar de involucrarlas a leer un libro, y cosas así (Gabriel, comunicación personal, 4 de marzo de 2018).

Los relatos reflejan la importancia que tiene para estos varones ser una figura más allá del papá proveedor, no solo porque como hijos vivieron lo que eso implicaba, sino también porque viene del deseo innato de ser parte activa de sus vidas, razón por la que comparten con ellos tiempo, cariño, actividades y gustos personales. En este sentido se evidencia una ruptura importante que se enmarca en la tendencia en transición (Puyana y Mosquera, 2005), en tanto que empiezan a cuestionar la proveeduría como aspecto central de su rol paterno para involucrar también lo afectivo, lo emocional y la sensibilidad en sus identidades masculinas (Seidler, 2000).

La socialización de género

Sin embargo, la expresión de afecto de padres a hijos, así como otras prácticas y algunas ideas sobre la crianza, el juego, los juguetes e incluso el uso de determinados colores en ropa y objetos, está atravesada por el sexo de los hijos, lo que se enmarca en el concepto de generolectos planteado por Castellanos (2016). Arroyo (2019) entiende la socialización de género como "un conjunto de prácticas y creencias aplicadas al ejercicio paterno y materno, basadas en ideas culturales sobre lo que es o debe ser femenino y masculino" (p. 94).

Pude encontrar que en este sentido hay diferentes posiciones: por un lado, están aquellos padres que son más conservadores o tradicionales en cuanto a cómo son o deben ser hombres y mujeres, y reproducen estos discursos y creencias en la crianza de sus hijos; por el otro, están los que tienen ideas un poco más progresistas sobre los roles de género y, finalmente, unos cuantos que fluctúan entre ambas posiciones.

Algunos de los "conservadores" destacan la necesidad de limitar la expresión afectiva a sus hijos varones en aras de moldear la identidad masculina de los menores, como es el caso de Álvaro. En esa misma línea, Miguel resalta la importancia de cuidar más a las hijas que a los hijos varones, pues considera que estos últimos saben cuidarse o defenderse mejor:

En cuanto a la parte de uno darles amor a los hijos, en el caso de ser un varón yo pienso que uno tiene un límite, no puedes mimarlo tanto ni de pronto como que darle todo amor, amor, amor y besos y abrazos, porque es un varón a la final y tienes que ir formándolo como un hombrecito, entonces yo pienso que si fuera una niña eso no tuviera límites (Álvaro, comunicación personal, 28 de julio de 2018).

Para criar a un niño entre hombre y hombre, súper bien, pero a una hija… ñerda, yo no quiero que venga un man y me la venga a sonsacar y todas las cosas que están pasando ahora en la calle, la prostitución [...] entonces el cuidado es mucho más estricto en una hija que en un varón, un varón se puede defender mucho más, pero obviamente que si yo le doy a mi hijo yo también le tengo que dar por igual a mi hija, pero obviamente uno está más prevenido con una niña que con un varón (Miguel, comunicación personal, 3 de marzo de 2018).

Por otro lado, entrevistados como Adrián o Miguel, si bien no hacen referencia a la reproducción de generolectos en la crianza de sus hijos, sí dejan ver cómo están atravesados por discursos o creencias que enmarcan ciertos colores, comportamientos, juegos o actitudes como "de niño" o "de niña":

Bueno, gracias a Dios Él me ha permitido tener uno de cada uno y no, para nada, son totalmente distintos, o sea las mujeres son como pintan las cosas: son todo florecitas, rositas, son tiernas, son amables, con mucha energía, eso sí, tienen muchísima energía, pero un niño es violencia, es puño, es patada, es grosería, es también con mucha energía pero es más físico, más 'yo te pego, pégame', más lucha (Adrián, comunicación personal, 4 de marzo de 2018).

Yo creo que con las niñas uno encuentra un tema de mucho cariño, de mucho amor, de abrazos, ellas encuentran en el hombre una protección paternal, como un amigo o como un confidente, como un respaldo mucho más sólido [...] En cambio lo que he podido analizar de cuando son niños, pues es un tema más de 'sé como yo, ven conmigo, quiero jugar fútbol', es un tema mucho más, por decirlo de alguna manera, obsceno, brusco, basto, pero muy lindo también (Gabriel, comunicación personal, 4 de marzo de 2018).

Es interesante porque, además, los discursos y creencias respecto a cómo son los niños las proyectan en el ejercicio de su rol paterno, generando una identificación con los hijos varones a partir de ciertas actitudes o comportamientos asociados tradicionalmente a lo masculino, y distanciándose de los asignados socialmente a las niñas.

En el segundo grupo encontramos varones que, por el contrario, se distancian de las creencias basadas en los roles tradicionales de género y lo aplican a su ejercicio paterno desde la crianza, lo que se refleja en la actitud que asumen frente a ciertos comportamientos de sus hijos, a las ideas que tienen sobre el deber ser femenino o masculino, o también a partir del uso de objetos, juguetes o colores que se consideran tradicionalmente como femeninos:

Él tiene juguetes que digamos, no sé, su primer peluche era un dragón rosado con no sé qué vaina porque se lo heredó alguien y todo bien, o sea en realidad eso me da full igual. Y además me parece bacano que él no lo piense de esa manera, porque ajá, se crea vainas jodidas, y además que sería full incoherente de mi parte, yo habiendo crecido con mi hermana, con mi mamá, con mi abuela, con mis tías, ponerme ahora con eso, o sea, eso no (Mario, comunicación personal, 3 de marzo de 2018).

Para mí y para su mamá, lo que queremos dejarle a ella es criarla sin estereotipos, sin 'el niño usa azul y las niñas, rosa', 'las niñas juegan a patines y los niños juegan fútbol', no. El día que nació, la mamá le puso un mameluco azul y todos le decían 'ay, qué lindo el niño', pues ella es una niña y ella no se distingue por un color, ella es una niña porque ella lo siente así y porque bueno, pues cuando nacen es simplemente por el sexo, los órganos genitales, sin embargo, yo quiero que ella crezca fuera de todos los estereotipos, que se empodere, que sea una mujer fuerte, que sea una mujer que no tenga que decirle al marido ¿será que yo puedo... ?', no, que tenga iniciativa, que luche por sus sueños" (Camilo, comunicación personal, 29 de julio de 2018).

En el tercer y último grupo están los que denomino "los intermedios", porque reflejan actitudes y comportamientos que oscilan entre lo conservador y lo progresista. Este es el caso de William, quien, pese a tener ideas más tradicionales sobre los roles de género, no tiene problema en compartir con su hija o su sobrina actividades o juegos considerados socialmente femeninos como maquillarse, pintarse las uñas o jugar las muñecas o a la cocina:

No es lo mismo uno como papá hombre que tú te pongas a jugar fútbol con tu hija, que con un niño que tú de pronto le puedes tirar el balón más duro y le pegas y él llora, pero 'pilas, tú eres fuerte, párate', aunque yo a ella también le hablo así '¿te caíste? párate, pilas, párate, nadie te vio, pilas' y le hablo así (William, comunicación personal, 28 de julio de 2018).

A mí como papá me toca hacer cosas de niña, si viene esta niña y ya cuando esté más grande 'ven papi pa' pasarte la plancha, ven pa' hacerte el blower', a los 4-5 años, me toca marica, me toca [...] me he pintado las uñas también con mi sobrina 'píntame las uñas, ven ahora yo te las pinto a ti', entonces eso las hace felices a ellas (William, comunicación personal, 28 de julio de 2018).

El caso de William resulta interesante por dos razones: pese a que hace ciertas distinciones sobre el desempeño de niños y niñas en deportes como el fútbol, el hecho de que trate a su hija de la misma forma en la que trataría a un niño hace que la socialización de género no se enmarque tanto en lo tradicional, introduciendo desde el juego y las actividades que comparte con ella nuevas formas de jugar y divertirse, y de moldear la identidad femenina de su hija, distanciándose de los generolectos. El otro aspecto que llama la atención es la manera en que se involucra en los juegos y actividades consideradas como femeninas sin que esto afecte su identidad masculina, apartándose del modelo de masculinidad hegemónica que se cimienta en oposición a lo femenino (Connell, 1997) y que está especialmente presente en la cultura barranquillera. En el ejercicio de su paternidad, William reconfigura y construye una masculinidad más flexible y versátil que no se ve amenazada por involucrar lo que se considera como femenino en ella. Esto representa una transgresión respecto a los modelos de paternidad tradicionales, enmarcados en una masculinidad hegemónica que ve como ilegítimo o amenazante acercarse a ese límite que lo femenino o lo gay constituyen (Muñoz, 2017).

El ocio y el tiempo libre

Al convertirse en padres, muchos de estos varones dejaron en un segundo plano las actividades relacionadas con el ocio como las fiestas, el alcohol, los viajes o, en general, el tiempo en soledad para sí mismos. Ellos relatan cómo gran parte de su tiempo "libre" se ha centrado en el cuidado de sus hijos, adicional al que dedican a la proveeduría económica. Las múltiples responsabilidades adquiridas les dejan poco tiempo para descansar o para compartir con los amigos, incluso aquellos que manifestaron implícita o explícitamente haber sido "mujeriegos" señalan haber dejado esta conducta atrás, lo que se traduce en una transformación, no solo de su lugar social al pasar de solteros a padres de familia, sino también en la reconfiguración de gustos, tiempos y espacios, así como de sus masculinidades:

Yo antes era full de la calle, full deportista, y lo sigo siendo, pero ya no con la libertad de antes [...] tuve situaciones que andaba con muchas mujeres, yo era full adolescente de universidad, de los malos, de los desordenados más más más, pero desde que soy papá eso ha cambiado y lo he dejado atrás, a tal punto que ahora estoy dedicado a mi familia: por lo menos un sábado 'nojoda, voy pa' playa con unos amigos, voy pa' piscina', ya eso no lo puedo hacer, si no me la llevo a ella y a la niña, no voy (William, comunicación personal, 28 de julio de 2018).

mi matrimonio es todo lo contrario a como fue mi adolescencia, digamos que he sentado cabeza, ya no ando tan desordenado, si se puede decir así. Hoy por hoy ya no lo veo como un juego. He cogido responsabilidad en el sentido de que veo mi matrimonio como la base de mi crecimiento personal [...] Gracias a Dios es una buena mujer, desgraciadamente ella conoce todos mis cuentos con otras mujeres antes de estar con ella, y precisamente por eso era bastante celosa, pero eso fue más que todo al principio, ya ella me conoce y sabe que yo ando es trabajando y dándole duro por salir adelante los cuatro (Álvaro, comunicación personal, 28 de julio de 2018).

Yo he luchado mucho para no perder mis poquitos espacios que son de mí para mí, y me ha costado críticas, señalamientos y hasta cierto punto, discusiones, porque la gente tiene la concepción de que ser padre de familia es olvidarse de que uno tiene una vida. Entonces, todo es por mi hija y yo sé que en gran parte es así, pero yo pienso que ninguna persona tiene por qué perder su individualidad. Yo soy papá, pero también soy hombre, o sea uno no tiene por qué perder eso (Carlos, comunicación personal, 2 de marzo de 2018).

El espacio propio de pronto pa' hacer cualquier cosa solo, eso ya casi no es posible [...] uno sí se debe dedicar tiempo, hay que sacarlo porque uno no puede quedarse solamente de papá ni de esclavo trabajador, hay que seguir uno creciendo como personas, creciendo profesionalmente, creciendo también pues en cuanto a aprendizaje, culturalmente, dedicarse tiempo a uno porque uno no deja de existir, el hecho de que ellos lleguen a la vida, tu identidad no deja de ser. Pero es difícil, complicado, bastante complicado (Adrián, comunicación personal, 4 de marzo de 2018).

Cuando uno no tiene hijos uno está en el mundo de los amigos, de salir, de viajar y de hacer una cantidad de cosas, y pues con los hijos uno se cohíbe un poco, pero yo pienso que vale la pena porque en algún momento de la vida uno logró hacer esas cosas. Entonces uno está enfocado en que uno pueda brindarles una muy buena base de educación a los hijos, y quizás volver a hacer estas cosas cuando ellos estén más grandes (Gabriel, comunicación personal, 4 de marzo de 2018).

Estos relatos reflejan cómo la paternidad implica para ellos una nueva faceta de sus vidas que asumen con compromiso y madurez, lo que trae consigo dejar atrás o limitar muchos comportamientos o actividades, y que en ocasiones les generan tensiones, ya que para ellos sus hobbies o espacios para sí mismos representan una pausa de las múltiples tareas y obligaciones que les acarrea la paternidad.

La relación de pareja

Para todos los entrevistados, sin excepción, convertirse en padres supuso, no solo una transformación en sus vidas, en sus subjetividades como varones y en sus espacios de ocio o descanso, sino también en la relación con sus novias/esposas. Sus casos evidencian las variadas circunstancias en las que se generan y se mantienen los vínculos afectivos, sociales y sexuales de la pareja, y las transiciones que su vínculo sufre tras ocupar el papel de padres y madres. Estos roles generan nuevas dinámicas que alteraron sus modos de relacionarse y que se reflejan de diferentes maneras: por un lado, están aquellos que con la paternidad vieron fortalecida su relación; por el otro lado, hay entrevistados que señalan cierto deterioro de la misma por las exigencias de tiempo y energía que requiere ser padre y madre, o también por diferencias de pensamiento y crianza en el ejercicio paterno y materno; están aquellos que, debido a la corta o nula trayectoria de su relación previa a la paternidad, han construido sus relaciones de pareja con la madre de sus hijos a partir de estos roles y, por último, están aquellos cuyo hijo tomó el lugar central de la relación. Es importante tener en cuenta que la mayoría de ellos han construido sus familias a raíz de embarazos no planeados y no desde el deseo innato de unir y compartir sus vidas con sus parejas, lo cual ha sido determinante en que sus vínculos se hayan constituido desde las uniones de hecho. Gutiérrez de Pineda (2003) señala que cuando este tipo de unión es estable (duradera), se asemeja socialmente a la validada por un matrimonio, lo que, hasta el momento, es el caso de la mayoría de estos hombres, sin embargo, también están los casos de Gabriel y Mario, cuyas uniones -formales o de hecho, respectivamente- se han construido desde el deseo de formalizar su relación y construir una familia. Razón por la que lo considero un dato interesante, pues se puede constatar que lo planteado por Miranda (2002) y por la misma Gutiérrez de Pineda (1968) sobre la unión libre como forma de unión conyugal en las clases medias sigue, al menos en el caso de la mayoría de estos varones, vigente en la cultura barranquillera.

En el caso de Mario, la paternidad como ejercicio y como experiencia ha sido importante para fortalecer la relación con su pareja:

Pues yo creo, lo que he sentido, incluso lo que me ha dicho es que para ella ha sido positivamente sorprendente la forma cómo yo lo he afrontado, como toda esta vaina, y eso como que nos ha acercado un montón (Comunicación personal, 3 de marzo de 2018).

En los casos de William y Carlos, sus relaciones con sus parejas se generaron o formalizaron a partir del embarazo y, posteriormente, del ejercicio de la maternidad y la paternidad. En ambos casos, ellos y sus novias se han ido conociendo como personas y pareja mientras ejercen como padres, pues o tenían muy poco tiempo saliendo -como es el caso de Carlos- o establecieron su relación a partir del embarazo -como sucedió con William-:

Ella quedó embarazada en el 2016, en el 2016 y como ahí como en octubre, noviembre, y nosotros apenas teníamos cuatro meses de conocernos, o sea, te podrás imaginar [...] ha sido algo bien accidentado, bien bien accidentado, no te voy a decir que no, ha sido bien accidentado [...] (Carlos, comunicación personal, 2 de marzo de 2018).

Yo conocí a mi pareja por Facebook, fue una cosa rápida, eso fue un jueves, la invité a salir un sábado y el fin de semana quedó embarazada [...] somos personas que pasó eso en un momento bacano porque ni yo tenía pareja ni ella tampoco y ninguno de los dos nos equivocamos y hemos salido adelante, nada de peleas ni de que te pillé un mensaje de no sé quién, ni de infidelidades, nada de esa vaina, o sea eso aquí en este momento no cabe en ninguno de los dos, y bacano porque nos hemos entendido, ella me ha ayudado a mí también a crecer como papá. A pesar de que todo ha sido como tan rápido nos hemos llevado súper bien, hay pues dificultades y discusiones, pero se superan enseguida (William, comunicación personal, 28 de julio de 2018).

Por otro lado, están algunos casos en los que la relación de pareja desde el ejercicio paterno y materno ha generado tensiones debido a las visiones contrarias respecto a temas de crianza, por ejemplo. Es lo que muestra la experiencia de Adrián. Su caso presenta, de cierta forma, similitudes con los casos anteriores en tanto que manifiesta haberse casado con su esposa porque estaba embarazada y no por el deseo genuino de formalizar una relación con ella. Es importante destacar, en todo caso, que cuando esto sucedió Adrián y su ahora esposa eran aún muy jóvenes, por lo que un matrimonio en ese momento era poco probable en sus planes. Pese a que antes de casarse ya sostenían una relación en la que tuvieron tiempo de conocerse previamente, la maternidad y la paternidad han transformado sus dinámicas de pareja:

Yo cometí un error de pronto al hacer una unión sin antes de la unión no tener dispuestos una forma de crianza, porque es algo muy indispensable en una familia que los padres tengan unidad de criterio en cuanto a la crianza de sus hijos, porque lo que hacen es confundirlos, y la confusión genera mucho daño en ellos, y en las familias en general. [...] el error más grande de la sociedad pienso es eso, que no planifican tener familia, simplemente la tienen. O sea yo tuve mi hijo porque mi novia quedó embarazada y me casé porque mi novia estaba embarazada, no planifiqué eso, yo no dije 'ven, quiero tener dos hijos, quiero criarlos contigo porque me gusta esto de ti, porque queremos hacerlo así, así, así y así', si eso lo hiciéramos así la sociedad sería distinta, pero no se hace así, se hace sobre la marcha, a las patadas, a los tropezones, a las caídas, a las levantadas, que esa vaina deja pues obviamente magulladuras, raspones, moretones, y todo eso hiere, todo eso va hiriendo [...] (Comunicación personal, 4 de marzo de 2018).

Una experiencia similar es la de Camilo, quien habla sobre las tensiones que ha experimentado en su relación de pareja a partir de la paternidad y la maternidad. Sin embargo, en su caso esto se debe al agotamiento y desgaste físico y emocional que generan en él y en su pareja los cuidados de la bebé, lo que limita sus espacios como pareja:

Lo que pasa es que antes de tener a la niña y ahora, las únicas cosas que han cambiado ha sido el tiempo entre nosotros como pareja, ha sido más difícil. Ella es mi compañera, my partner in crime, y no sé, es como que siempre hemos hecho las cosas juntos, hemos viajado juntos, hemos pasado muchísimas cosas juntos. Esto es algo que nos toca juntos, pero es algo más. nunca voy a decir difícil porque no siento que sea difícil, pero sí sé que de alguna manera es difícil, yo sé que para ella es difícil como mamá (Comunicación personal, 29 de julio de 2018).

El hecho de que construyeran una relación tan fuerte a nivel emocional previa a la paternidad y maternidad crea en Camilo cierta nostalgia de poder recuperar esos momentos y espacios en los que expresaban su intimidad y cercanía, pero reconoce que esto se debe a las múltiples dificultades que acarrea el ejercicio materno y paterno, aunque no especifica desde qué ámbito. Esta dificultad en el rol, que no reconoce del todo abiertamente, refleja una cierta ambivalencia en cuanto al significado que otorga al ejercicio materno de su pareja y al paterno propio en tanto que lo asume difícil, pero a su vez gratificante. Podría decirse que dichas tensiones respecto a sus significados de paternidad y maternidad, y su injerencia en la relación de pareja tienen que ver, tal vez, con la tendencia en la que se enmarcan según lo que anotan Puyana y Mosquera (2005). Las autoras plantean que los padres y madres en transición experimentan confusión o sentimientos encontrados ante al nacimiento de sus hijos, así como nostalgia relacionada a la disminución de los tiempos en pareja y de los lazos sociales en general.

En cuanto a Cristian, señala que su relación de pareja se ha centrado casi que completamente en su hijo, afirmando que en sus conversaciones telefónicas y los espacios que comparte con su pareja están siempre presente su hijo:

Antes llamábamos a preguntarnos cómo estabas tú, cómo estoy yo, ahora yo la llamo y ¿cómo está el niño?', o sea todo gira como en torno a él, '¿cómo le fue en el colegio?, ¿qué te dijo la profesora?, ¿qué está haciendo?, ¿que hizo popó?', cosas así ¿se le pasó la gripa?', o sea, siempre estamos casi que todo el día conversando y estamos preguntando '¿cómo está el niño?' (Comunicación personal, 3 de marzo de 2018).

Es posible que esta reconfiguración de su relación de pareja tenga que ver con las obligaciones simultáneas que ambos tienen -como el estudio y el trabajo, en el caso de Cristian- además de la paternidad y la maternidad, lo que los limita en cuanto a horarios y a energías. Esas limitaciones, precisamente, hacen que ambos dediquen su tiempo libre a compartir con su hijo o a estar pendientes de él a lo largo del día como una forma de involucrarse en sus roles. En todo caso, Cristian manifiesta que el papel central que su hijo ocupa ahora en su relación tiene que ver también con el hecho de que ya habían compartido muchos momentos y espacios como pareja antes de ser padres, por lo que ahora que se encuentran en esta etapa desean dedicar todo el tiempo libre que tengan para él:

Sí salía a veces con ella y nos tomábamos unas cervecitas, y bueno y compartíamos con nuestros amigos, a veces salíamos era nada más nosotros dos [...] ya hoy día pues no porque como tenemos el niño, o que son los fines de semana que yo estoy en la casa, entonces no, mejor vamos a llevarlo al parque y lo llevamos al parque, después nos vamos a comer, a comprar cualquier cosa y así nos la pasamos con él, ya a las 10 de la noche, 11, estamos en la casa (Comunicación personal, 3 de marzo de 2018).

Me parece pertinente aclarar que las cuatro situaciones que acabo de describir no son siempre estáticas ni permanentes, sino que responden a situaciones específicas relacionadas con las prácticas del ejercicio paterno y materno, y que van cambiando y fluyendo a partir de negociaciones dentro de la pareja. Hay dos casos en los que los entrevistados manifiestan haber sentido un cambio en la relación respecto a los tiempos y espacios que compartían junto a sus parejas, pero no expresan con claridad si esto ha incidido positiva o negativamente en el vínculo:

Obviamente que nos cambia la vida porque es que no es lo mismo estar casados sin hijos que con uno, es totalmente diferente, porque uno sin hijos pues uno hace lo que uno quisiera, se iba pa' la playa, pa' un centro comercial., ya no, ya tienes una bebé, entonces es diferente. todo cambia (Miguel, comunicación personal, 3 de marzo de 2018).

Indudablemente sí cambió, no en el sentido de que se dañó, sino que dejamos de compartir más tiempos como pareja por dedicar tiempo y espacio a nuestras hijas. Digamos que cuando nació la primera, pues tuvimos un poco más de espacio porque en ese momento vivíamos con los abuelos y no teníamos tantos sobrinos, ella era la primera nieta entonces los abuelos se enfocaban en ella, entonces digamos que de alguna manera sí hubo algunas dificultades ahí en el tema de tiempo y en el tema de compartir como pareja, pero no afectó tanto como la segunda. La segunda no es que sea malo ni haya dañado tampoco la relación, pero sí nos ha cohibido mucho más. En el día a día hay momentos de estrés y a veces se generan discusiones normales dentro de lo que es una familia, pero que se sacan y se sobrellevan en medio de cualquier crisis por temas de tiempo, por temas de economía, por el tema de cuidado, por el tema de poder salir y hacer algo juntos [...] (Gabriel, comunicación personal, 4 de marzo de 2018).

CONCLUSIONES

En términos generales, la paternidad representa para estos hombres un cambio en su lugar social y en sus identidades masculinas, pues al transformarse en padres incluyen en sus vidas y en sus dinámicas nuevas prácticas o elementos, así como también dejan muchas otras de lado en pro de este nuevo rol. Estos varones han construido su ejercicio y representación de la paternidad a partir de dos temporalidades (Viveros, 2000) o experiencias: en primer lugar, la temporalidad sedimentada, que es la imagen aprendida en la socialización familiar sobre qué es ser padre. La historia personal y la relación establecida con los modelos paternos son factores clave en la repetición o no de prácticas o ideas aprendidas, tal como se manifiesta en diferentes aspectos como el cuidado o la socialización de género.

En segundo lugar, el ejercicio y la representación paterna se construye también -y, sobre todo- desde la temporalidad procesual (Viveros, 2000), esto es, la experiencia propia y encarnada de la paternidad: desde el ensayo-error, la reflexión y la deconstrucción de ciertas ideas o prácticas asociadas a una masculinidad hegemónica aprendida en esa socialización familiar, pero también en el contexto sociocultural.

La paternidad se constituye, además, en una vivencia llena de tensiones y contradicciones que se manifiesta en los significados que estos varones le otorgan a la misma: si bien por un lado les genera felicidad y gratificaciones, por el otro les implica cambios, sacrificios y contrariedades en tanto que tienen creencias o ideas que no siempre van de la mano con las prácticas que llevan a cabo. Esto se manifiesta especialmente en cuanto a la socialización de género, pues algunos de ellos tienen ideas más equilibradas sobre los roles de género que no necesariamente aplican en la crianza de sus hijos o hijas.

Es importante resaltar que estos significados no se dan de la nada, sino que se enmarcan en el contexto social en el que estos hombres se han desenvuelto, así como por su edad, la clase y la raza (Fuller, 2000). Los sujetos participantes de esta investigación, al ser jóvenes, han estado expuestos a nuevos discursos de género que, en algunos aspectos, cuestionan los roles tradicionales de paternidad y masculinidad (Puyana y Lamus, 2003), lo que hace que varios de ellos evalúen y replanteen los modelos paternos y masculinos que crecieron viendo en sus familias y en la cultura de la ciudad. Su posición de clase y étnico-racial también es fundamental en la forma en la que han ejercido sus roles paternos: son hombres que no han sufrido discriminación ni rechazo por su color de piel, que han tenido sus derechos garantizados, que han podido desarrollar sus carreras gracias al apoyo económico de sus padres, el cual también ha sido importante para construir las redes sociales y laborales que han adquirido. Todo esto ha sido vital para lograr una cierta estabilidad social y económica que se traduce en empleos con ingresos relativamente estables y acceso a seguridad social para ellos y los suyos, lo cual es clave dentro de la cultura barranquillera para desempeñar el rol de padre desde el mandato de la proveeduría económica. Es interesante, además, que varios de ellos se desempeñan como comerciantes o tengan profesiones relacionadas, como la administración de empresas. Esto da cuenta de la construcción de su ejercicio paterno y de su modelo de masculinidad a partir del comercio, en la medida en que este se constituye como la actividad económica más importante de la ciudad (Baca-Mejía y Parada, 2014), lo cual resulta determinante en la construcción de paternidades basadas en la proveeduría económica, así como de masculinidades basadas en la capacidad adquisitiva. Si bien esto es igual en otras ciudades del país, las dinámicas económicas y sociales que se dieron durante el siglo XX, y que aún existen en la ciudad, reforzaron fuertemente la idea de hombre-padre como proveedor, cuya capacidad adquisitiva, así como el valor del trabajo, se constituye en factor esencial en la configuración de sus masculinidades (Arroyo, 2019).

En esa línea, la proveeduría económica se constituye en uno de los aspectos más importantes de la paternidad de los entrevistados, no solo porque es la reafirmación de su masculinidad adulta (Viveros, 2000; Fuller, 2000; Morad y Bonilla, 2003), sino también porque es el elemento central de la identidad masculina que aprendieron en sus familias y en la cultura. Se observa, entonces, una continuidad respecto a la idea de padre como hombre que "responde" económicamente por su familia, en tanto que todos tuvieron padres o figuras paternas que ejercieron este rol enmarcados en la tendencia tradicional (Puyana y Mosquera, 2005), es decir, casi que exclusivamente desde la proveeduría económica. La marca de clase se ha reflejado en el ejercicio de la paternidad de estos varones en la manera en que proveen o han proveído a su familia de diferentes formas. Muchos de ellos se convirtieron en padres muy jóvenes cuando aún no contaban con la solidez económica o la experiencia para acceder a trabajos especializados o mejor remunerados, por lo que la ayuda económica de sus padres o madres durante el embarazo de sus parejas o en los primeros meses o años de vida de sus hijos fue vital, no solo para ejercer la proveeduría de manera más tranquila, sino también para tener la posibilidad de concentrarse en terminar sus carreras o conseguir mejores empleos. Asimismo, el capital social adquirido es una marca de clase que se refleja en la obtención de trabajos especializados en los que, eventualmente, han podido desarrollar sus carreras.

Empero, la proveeduría no se limita solo a lo económico, puesto que son hombres que tienen el interés y deseo genuino -no impuesto social o familiarmente- de proveer a sus familias e hijos de cariño, cuidado y tiempo, así como también de desempeñar tareas domésticas como lavar y cocinar, por mencionar algunas. En este aspecto, se refleja una transformación, producto de un ejercicio deconstructivo -no necesariamente reflexivo- respecto a las ideas y prácticas en torno al cuidado material y emocional que vieron en sus entornos familiares, en los que el modelo paterno se desentendía de lo doméstico y era distante afectivamente. Esa exploración que hacen más allá de las barreras de género ha permitido en sus hogares una cierta democratización del cuidado (Tronto, 2013) que se evidencia en un equilibrio de las responsabilidades afectivas y domésticas entre ellos y sus parejas, en la que ellos se reconocen como actores y dadores de cuidado, expandiendo, además, su empatía y su capacidad de ponerse en el lugar de sus parejas y de sus hijos estableciendo relaciones familiares más equitativas. De igual manera, esto representa, claramente, un cambio en la figura del padre distante del espacio privado que llegaba a descansar y no a compartir y trabajar en él (Jiménez, Perneth y Oquendo, 2010). En esta línea, Jiménez, Perneth y Oquendo (2010) afirman que los cuidados desde la dimensión emocional "se instalan como una transgresión frente al temor de la masculinidad hegemónica a la feminización" (p. 185), y dan lugar a lo íntimo, a lo emocional y a su sensibilidad como algo que hace parte de su humanidad, así como de su paternidad y masculinidad. Esto, a su vez, va rompiendo con las jerarquías de género, ya que la equidad se va generando "desde adentro", en el espacio privado, desde las relaciones entre hombres y mujeres (Seidler, 2000). De esta manera, sus masculinidades se re-configuran a través del cuidado, dotándose de nuevos contenidos a partir de sus experiencias, prácticas y vivencias, distanciadas -desde este ámbito- de la masculinidad hegemónica tradicional (Jiménez, Perneth y Oquendo, 2010).

Sin embargo, dado que crecieron en familias tradicionales donde el cuidado estaba a cargo de figuras femeninas como madres o abuelas, asumen su responsabilidad en estas tareas como una ayuda o una colaboración (Cuéllar, 2018) y la incorporan a su identidad masculina a partir de la paternidad, pues previo a esta, en su socialización, aprendieron que es algo que dentro de la norma de género no les corresponde. A pesar de ello, el hecho de que se apropien de dichas responsabilidades y del espacio privado como un lugar en el que tienen voz y voto, sin ser autoritarios, es clave para afirmar que ha habido una transformación, aunque todavía falte, de ese modelo de padre y de hombre.

Me parece relevante profundizar sobre lo explorado en términos de la dimensión emocional del cuidado que se refleja en la necesidad de construir un vínculo emocional fuerte y afectivo con sus hijos. Esta podría considerarse una transformación interesante en un contexto como el barranquillero en el que las relaciones filiales, al menos tradicionalmente, han estado atravesadas por elementos como el poder, la disciplina y la obediencia como indicadores de respeto (De Oro, 2010). Lo último se evidencia, entre otras cosas, en la forma en que sus relatos se refieren a sus padres como figuras de autoridad y poder en la casa, pero distantes en lo afectivo. Todo esto supone, al mismo tiempo, una ruptura con el contexto, atravesada, desde la mirada interseccional, por la edad y la clase: la exposición a nuevos discursos de género a partir de los capitales sociales y culturales adquiridos han permitido una cierta consciencia -en mayor o menor medida- que ha generado una deconstrucción de las identidades masculinas hegemónicas que vieron, no solo en sus modelos paternos, sino también en el entorno cultural. Esto coincide con lo planteado por Fuller (1997), quien señala cómo la clase es un elemento que incide en la performatividad de la identidad masculina que varía según el ciclo vital en el que se encuentre el varón.

Algunas de estas ideas tradicionales sobre el género, empero, se mantienen o reproducen al momento de la crianza de los hijos desde la socialización de género y la reproducción de generolectos. El ejercicio de la paternidad incorpora relaciones de género que se traducen, por ejemplo, en asociaciones de lo masculino con lo violento, lo obsceno o vulgar, la fuerza o el contacto físico y la distancia, y los límites afectivos, que están presentes en las creencias de la mayoría de estos hombres y que, al parecer, inconscientemente, reproducen en la socialización de sus hijos. Por el otro lado, muchos definen la feminidad desde lo contrario y educan a sus hijas desde de ciertas ideas o prácticas que consideran femeninas como las actividades relacionadas con la belleza (pintarse las uñas, maquillarse), el uso de cierto tipo de colores como el rosado o características como la ternura, la sensibilidad o la amabilidad, lo cual define las identidades de género como opuestas y relacionales, perpetuando las relaciones desiguales y jerárquicas en la estructura relacional del género (Scott, 1996; Connell, 1997). Este aspecto da cuenta, como es claro, de una continuidad en términos de las identidades de género estereotípicas que se han construido en la ciudad, en la que los hombres, desde pequeños, son socializados para ser vulgares y las mujeres, sumisas y necesitadas de la aprobación masculina desde "arreglarse", maquillarse y verse bonitas (Cantillo, 2015; Martínez, 2017; Arroyo, 2019).

Por otro lado, estos padres, en el ejercicio de una masculinidad patriarcal, asumen el rol de protectores y consentidores de sus hijas, a las tratan con mayor delicadeza y condescendencia. Las actitudes relacionadas al cuidado o a la protección se convierten en factores determinados por el género, pues algunos de estos padres asumen que el cuidado de una hija es más exigente y estricto que el de un varón, lo que se manifiesta en una preocupación por la vida sexual de la hija en el futuro, percibida como posible víctima de la sexualidad predadora masculina (Olavarría, 2001b). Cosa absolutamente contraria a lo que sucede con los hijos varones, a quienes se les enfatiza, desde muy corta edad, el carácter dominante y jerárquico de sus relaciones con las mujeres, que se manifiesta, entre otras cosas, en la naturalización de la promiscuidad. Aquí la cultura de la ciudad desempeña un papel clave porque fomenta este tipo de prácticas en los varones desde muy temprana edad (Gutiérrez de Pineda, 1968; Cantillo, 2015) y a partir de la socialización, no solo en la familia, sino también con los pares.

El lugar social de estos varones como hombres solteros también se transforma con la llegada de los hijos, modificando sus tiempos libres y espacios personales. Una vez se convierten en padres, algunos de ellos dejan a un lado ciertas actividades de ocio propias de la cultura barranquillera como la rumba, el trago y "las mujeres"; otros manifiestan desear tener más tiempo para hobbies personales como la música o la lectura, o reflejan cierta nostalgia de no poder tener con la misma frecuencia de antes espacios con sus amigos o tiempo o dinero para viajar. En este sentido, hay varias cosas que vale la pena anotar: varios de los gustos o actividades que algunos de estos hombres señalan extrañar son reflejo de su habitus de clase, ya que dichos gustos están atravesados por la socialización en sus familias, pero también por otros capitales culturales o económicos adquiridos a lo largo de sus vidas. Algunos de ellos manifestaron, igualmente, asumir su paternidad con responsabilidad y madurez, lo que implicó entregarse a sus esposas y familias, reconfigurando sus masculinidades que ya no se centran en la sexualidad promiscua, sino en la paternidad (Olavarría, 2001b). La transformación del lugar social a hombre-padre, en todo caso, sigue evidenciando y confirmando socialmente la virilidad del ser masculino, que pasa de ser promiscuo a protector y representante ante la sociedad de esa nueva familia (Viveros, 2001; Fuller, 2001; Morad y Bonilla, 2003; Micolta, 2011). Como bien lo afirma Fuller (1997); con la paternidad se da paso a unas ciertas formas de ser hombre y se dejan de lado otras.

Estas nuevas formas de ser hombre, atravesadas por la paternidad, tienen un impacto -positivo o negativo- en la relación de pareja. El momento de la vida en el que se convierten en padres, así como lo intempestivo o no de esta situación, afecta indiscutiblemente la estabilidad de la relación. La mayoría de estos varones se convierte en padres por "accidente", sin embargo, la existencia previa de un vínculo que haya permitido conocer a la pareja y compartir momentos con ella es un aspecto fundamental para el fortalecimiento o mantenimiento de la relación conyugal. En los casos en los que la paternidad fue planeada o el vínculo preexistente hay una mayor satisfacción frente a este rol y frente a la relación conyugal (De Jesús-Reyes y Cabello-Garza, 2011). En los casos en los que el embarazo fue intempestivo, sumado a la juventud y la inestabilidad económica y laboral característica de esta etapa, la sorpresa se traduce en incertidumbre y miedo. Independientemente de si el embarazo fue planificado o no, los entrevistados manifestaron que la noticia les generó inquietud y ciertos niveles de ansiedad, particularmente centrados en si estaban en capacidad de proveer económica y materialmente a los hijos en camino.

Hubo algunos casos en los que los entrevistados manifestaron la intención de darle una oportunidad a la relación emocional que, previo al embarazo o la paternidad, era corta o inexistente, y decidieron construirla y fundamentarla en la paternidad y la maternidad, conjuntamente. Si bien algunos de estos casos han sido difíciles por las circunstancias en las que se generó el embarazo y por las expectativas que tenían sobre su "tipo de mujer ideal", ha habido otros en los que se ha logrado construir una relación estable con un alto grado de compromiso. Al respecto, Fuller (2001) señala que la transformación del vínculo de pareja da paso a la formación de una familia, lo que implica nuevas dinámicas, arreglos y ajustes respecto al tiempo y a las prioridades de cada uno. A esto, Puyana y Mosquera (2005) añaden que la relación paterna y materna se va construyendo a partir de las interacciones cotidianas con sus hijos, lo que, claramente, tiene un impacto en la relación de pareja. En términos generales, los tiempos, espacios y dinámicas de la pareja se ven alterados y disminuidos con el nacimiento de sus hijos debido al cuidado y atención que requiere un infante, generando constantes cambios.

Para concluir, podemos hablar de la paternidad como una experiencia transformadora, no solo de diferentes aspectos de las identidades masculinas, sino también de la vida en general, en tanto que trae consigo continuos aprendizajes que implican retos, cuyo ejercicio varía con cada hijo -en el caso de quienes tienen más de uno- y que genera sentimientos encontrados entre la gratificación, la limitación y el consenso. Los varones entrevistados fueron enfáticos en que la paternidad supuso un quiebre, un antes y un después en sus subjetividades, en términos materiales, afectivos, de cuidado y de tiempo.

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1Esta categoría racial se da teniendo en cuenta las experiencias de colonización por parte de los españoles en Colombia y otros países latinoamericanos, que instauró un orden racial en el que lo "blanco" y lo mestizo (este último producto de la mezcla entre españoles y negros y españoles e indígenas) se ubican jerárquicamente por encima de lo "negro" (Viveros, 2008; Arroyo, 2019).

2Modismo que expresa cantidad.

3Formas coloquiales utilizadas en Barranquilla y en la Costa Caribe colombiana para referirse al pene. Como expresión verbal, hace referencia a cantidad, calidad, negación o minimización, entre muchísimas otras cosas.

Recibido: 11 de Octubre de 2019; Aprobado: 30 de Marzo de 2020

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