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Estudios de Filosofía

Print version ISSN 0121-3628

Estud.filos  no.40 Medellín July/Dec. 2009

 

Franco Restrepo, Vilma Liliana. Orden contrainsurgente y dominación. Bogotá, Instituto Popular de Capacitación y Siglo del Hombre, 2009.

 

Nataly Montoya Restrepo

Universidad EAFIT

Medellín, Colombia

 


Haciendo caso omiso de las advertencias de William Freddy Pérez, que invitaban a apurarse a las páginas escritas por la autora, leí el prólogo y aún sin saber muy bien de qué se trataba me pareció difícil entender que el torrente de información que nos abruma por estos días, pudiera servir como un buen contexto de lectura a este libro.

Yo, habitante de este tiempo, me he acostumbrado a vivir colmada de noticias, de eventos informativos, de clips noticiosos, de versiones oficiales, de avances de última hora, de escándalos de la semana, de las cifras del día…  y digo que me he acostumbrado, sólo en el sentido de que ya no se me hace extraño… pues hoy todavía, con un poco menos de asombro y de inocencia sigo sintiendo esa incomodidad que produce saber que me quedé en la superficie, que no entendí muy bien cuál era el problema de fondo.

Ahora, una vez leído el texto, creo haber entendido ese sentido de contexto que le da el prologuista a nuestra situación actual, pues la autora, Vilma Liliana Franco, con la impresionante habilidad para combinar fuentes que van desde la filosofía, teoría y ciencia política hasta las documentales, pasando por artículos de periódicos, diarios, revistas nacionales e internacionales, artículos de análisis cuantitativo, cualitativo y comparado del conflicto, entre otros, tiene una forma casi aterradora de vincularnos con la actualidad colombiana y con sus problemas vigentes, para que ese torrente, igual de vertiginoso, se haga menos extraño a nuestros ojos,  para que podamos reconocerlo y reconocernos en él.

El texto que presento tiene una estructura que le permite articular coherente (si es que este adjetivo puede usarse sin caer en imprecisiones) y comprensivamente los problemas, elementos normativos –no sólo en el sentido jurídico­, prácticas sociales e institucionales y demás mecanismos que constituyen el orden específico colombiano. Este es, precisamente, el acierto del libro, captar, diría yo, en movimiento, al orden, cuestión que pudiera parecer resbalosa pero que la autora sabe abordar para ubicar en él cada uno de los elementos, desde el más básico al más complejo, que permiten delinear los contornos de una situación concreta para sujetarla con su tiempo, su espacio, sus actores, sus dinámicas, sus fuerzas y sus poderes.

Ahora bien, como ya ha sido anunciado, a lo largo de todo el texto se intentan instrumentalizar diversas fuentes para, con algunas de ellas, crear un instrumental teórico y ciertas categorías y dicotomías contra y con las cuales se discute y analiza.

Como expresión de una experiencia personal de descubrimiento de la autora que contagia paralelamente al lector, el texto está atravesado por la necesidad de descifrar la gramática "de una guerra que se experimenta sin ser necesariamente comprendida" y por intentos y disertaciones que buscan superar las "representaciones noticiosas y los estudios académicos" de la guerra, para en términos de la propia Vilma Liliana, configurar una "pesquisa sobre la relación entre guerra contrainsurgente –como forma de violencia organizada­ y mantenimiento o reconfiguración de un orden interior".

Así pues, en un ambiente que la autora califica como de "pacificación intelectual", la discusión sobre la naturaleza de la guerra se sitúa en el ámbito más fructífero, es decir, en mi concepto, en la capacidad que tiene la misma para con sus prácticas y las dinámicas que le son propias, tales como la definición de un enemigo y la instauración de valores, conservar, proteger o configurar un orden, remplazar el existente, mutar o adecuarlo para que parezca representativo de un proyecto de sociedad que se ha vendido como único, como portador del "bien común" y del "interés general", cuando lo que pretende es mantener el statu quo. Lo anterior es expresión, también, de un afán por conservar el poder como motivación estructurante: la custodia del valor atribuido a la propiedad privada y la conservación de un poder histórico en el que los excluidos no tienen posibilidades de reivindicar una mejor posición.

El texto insiste en que nuestra guerra es una "disputa abierta por la soberanía no como principio abstracto sino en su contenido histórico, [es decir] como lucha por el poder político"; así, recuerda que vivimos en una sociedad que lleva ínsita una lucha que enfrenta dos proyectos de sociedad opuestos, o si se quiere, que instaura una fractura de la unidad política que simboliza el Estado, en términos de Kalyvas, una escisión maestra.

La reflexión sobre el orden y la guerra contrainsurgente, en el sentido anteriormente expresado, se desarrolla en ocho capítulos, que para efecto de esta reseña agruparé en tres partes: en una primera parte, partiendo de la premisa según la cual la dialéctica de la dominación es una combinación entre coerción y consenso, la autora analiza la formación de la línea de enemistad  en una guerra civil como la colombiana presente en las justificaciones que explican el origen del movimiento contrainsurgente en Colombia, con dicho análisis, demuestra que el derecho de defensa no es causa sino pretexto para la descentralización del monopolio de la fuerza.

A continuación, como consecuencia de lo anterior, explica la autora, se incluye un juicio moral acerca del enemigo que transforma la guerra en punitiva y de exterminio, de manera que el bloque contrainsurgente se convierte en una oferta para conjurar unos miedos y sembrar otros que luego se convierten o renuevan como principio operatorio de un orden político que reorganiza la fuerza e instaura la seguridad, la obediencia, la autoridad y el orden como principios rectores; en otros términos, "la configuración de una estrategia de protección violenta que implica tanto la militarización y la intervención policiva de la sociedad como reproducción de las fuerzas irregulares contrainsurgentes.".  De la misma forma, niega el papel de víctima del conflicto que es atribuido tradicionalmente al Estado, pues "la violencia [vendría a ser] una contramovilización de la periferia a las políticas de un centro.". En esta parte de la investigación se concluye que el odio contrainsurgente es producto de una construcción social que se ha convertido en un elemento de movilización política a favor de la guerra, que en la formación proyectiva hostil y la proyección imaginaria del enemigo permitió o favoreció la suplantación de la polaridad política en la guerra por una polaridad moral (maniquea), es decir, que la disputa no es Estado­insurgencia sino bien­mal, civiles­armados, lo que hizo que el odio insurgente propiciara una aglutinación artificiosa heterogénea.

En la segunda parte,  con el objetivo explícito de "desentrañar la estructura de la guerra contrainsurgente", lleva a cabo un análisis de los centros de poder que determinan los objetivos políticos de la contienda para el dominio de la estructura política y de las prácticas políticas institucionalizadas. De esta forma, intenta explicar la correlación de fuerzas, concentrándose en los elementos que la Teoría General del Estado le ha atribuido al mismo: control territorial, población y monopolio de la fuerza. Todo lo desarrollado, la lleva a plantear una conformación del bloque de poder contrainsurgente que ha propiciado la configuración paulatina y nunca explícita de una coalición de intereses entre diferentes centros de poder. En este punto, considera el vínculo orgánico y vital que guarda la estructura contrainsurgente con el aparato estatal, detalla así cuál ha sido el papel de algunas de las instituciones de nuestro sistema político: entre ellas la ramas del poder público y los organismos de control, rol éste que se ha visto allanado por las normas que regulan su funcionamiento. Así, en esta parte, el texto propone una reinterpretación del paramilitarismo como mercenarismo corporativo contrainsurgente.

En la tercera parte, teniendo en cuenta que no hay coerción que haya escapado a la pregunta por su legitimidad, la autora, acompañada por el profesor Juan Diego Restrepo, examina el papel de la propaganda y el manejo de la información en la guerra contrainsurgente, desentrañando la naturaleza y función de los medios de comunicación en el conflicto armado colombiano, de manera que han contribuido a sedimentar la imagen de un enemigo estereotipado. Así, estudia la coincidencia que se presenta entre periodismo y propaganda en el marco de la guerra contrainsurgente e intenta descifrar los recursos de la manipulación informativa para introducir un efecto en la opinión de los receptores. Finalmente, el texto muestra la sucesión de la "guerra como acción" y los "estados de guerra".

Como puede verse, el gran trabajo investigativo que constituye el libro objeto de análisis, presenta una estructura que permite reactivar y alimentar el debate y la discusión acerca de nuestro conflicto. Como toda investigación, tiene un discurso propio y un enfoque que lo caracteriza; así, a pesar de la diversidad de fuentes por la que está compuesto fija su atención en ciertos elementos que como dije en un principio, permiten entender cosas que ya se tienen por naturales y que por tales son difíciles de identificar.

Finalmente, quisiera hacer una anotación que tiene que ver con las consideraciones o apuntes que hace la autora para rebatir con algunas de las caracterizaciones, o si se quiere con algunos de los nombres que han sido atribuidos a nuestro conflicto en los últimos años, a saber, guerra contra la sociedad, guerra irregular y guerra terrorista. En su texto logra poner en evidencia que cada una de esas caracterizaciones mira a sólo un punto y descuida los demás y por eso son fácilmente utilizables, lo que trae unas consecuencias importantes.

En otros términos, aunque esta también sea una mirada en perspectiva de nuestro conflicto, y aunque también tome una posición al respecto al decir que estamos en una guerra civil, logra salirse del lugar común que asegura que lo importante es tener un nombre o un definidor para recordarnos que son nuestros códigos culturales los que condicionan las percepciones en las que nos reconocemos.

Hace tiempo, escuché que cuando las carabelas llegaron a América los nativos no las vieron, porque no tenían nombre; y, como somos seres de lenguaje, lo que no tiene nombre es como si no existiera, es una historia muy bonita pero Vilma Liliana con el profundo análisis que hace del conflicto colombiano, deja en el aire la proposición de que lo que menos importante es el nombre que hay otras situaciones que merecen ser analizadas y que más bien, si necesitamos saber cómo se llama nuestro conflicto, es porque como bien dice Alessandro Baricco, a todo lo que da miedo se le pone un nombre.

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