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Estudios de Filosofía

Print version ISSN 0121-3628

Estud.filos  no.43 Medellín Jan./June 2011

 

Los léxicos como síntomas de la existencia de los sujetos en el universo de la web*

The lexicons as symptoms of the existence of individuals in the universe of the Web

Por: Heiner Castañeda Bustamante

Facultad de Comunicaciones

Universidad de Antioquia

Medellín, Colombia

heiner.cb@gmail.com

Fecha de recepción: 28 de octubre de 2010

Fecha de aprobación: 23 de febrero de 2011


Resumen: El trabajo plantea una reflexión acerca de los múltiples léxicos que se construyen en el escenario de la Internet como contraposición al gran léxico filosófico que se enfrenta a la participación abierta de los sujetos que, hechos discurso, cobran vida en la el escenario Red, dándole cabida  a concepciones del mundo diversas al amparo del pragmatismo aplicado al entorno de la realidad virtual, en donde la valoración de conceptos asociados con la simulación, la identidad, la certeza o la falsedad, adquiere matices diferentes y obliga a una conversación conjunta que hace  que los dogmatismos se tambaleen a favor de una construcción colectiva de los universos de quienes navegan en la Web y dejan su huella discursiva como síntoma de su existencia.

Palabras clave: Discurso, sujeto, virtualidad, conocimiento, léxico, pragmatismo, existencia, realidad.

Abstract: This article poses a reflection on the multiple lexicons that are constructed in the Internet stage as opposed to the Great Philosophical Lexicon that faces the direct participation of individuals which, once turned into discourse, come to life in the stage of the Web, and embrace diverse conceptions of the world under the protection of the Pragmatisn applied to the environment of Virtual Reality, where the assessment of concepts associated with Simulation, Identity, Certainty or Falsity, acquires different hues and forces a combined dialogue that makes Dogmatisms totter in favor of a collective construction of the universes of those who navigate on the Web and leave there their discursive mark as a symptom of existence.

Keywords: Discourse, Subject, Virtuality, Knowledge, Lexicon, Pragmatism, Existence, Reality.


Adentrarse en lo que significa la participación del sujeto dentro del universo de la Web implica redefinir su concepto de existencia, ya no en términos de corporalidad en el escenario de espacio / tiempo, sino en la interpretación del individuo en términos del discurso que lo representa en el universo virtual, pues éste es ante todo palabra, y lo es en la medida en que su presencia dentro de ese mundo depende exclusivamente de la huella lingüística o simbólica que deja con su trasegar digital. Es un homo-web que convierte el cogito ergo sum cartesiano en “navego, luego existo”, y su existencia así reconocida por sus iguales dentro de la web no está supeditada a lo que diga o cómo lo diga, sino por la posibilidad de hacerlo o de dejar una huella de su visita. Su existencia está determinada por la capacidad que tiene para navegar, y su navegar solo es posible si acude al discurso que le da vida. Como corolario de esta relación nos encontramos con un homo hacedor de múltiples léxicos que da cuenta de sus visiones y las de sus iguales dentro de la Red, en una relación exponencial que combina infinitas voces y valoraciones frente a lo que puede ser concebido como cierto o falso.

La convivencia de estos relatos hospedados en el ciberespacio, no obstante, amenaza con desbordar la capacidad de comprensión de los participantes, lo que puede implicar una ruptura en el proceso de comunicación entre internautas, pues las intuiciones individuales acerca del entendimiento del mundo siempre encontrarán un lugar de difusión pero no necesariamente un trozo de tiempo y espacio disponible para ser digeridos por otros internautas comprometidos en sus propios relatos, hecho que altera la relación emisor-mensaje-canal-receptor-feed back- y la puede reducir a emisor-mensaje-canal, en la cual el azar juega un papel preponderante en la conclusión del ciclo, debido a que la Web exhibe contenidos pero no garantiza la aprehensión de los mismos. Quiere decir lo anterior que los emisores tienen en ella la vitrina expedita para manifestar las concepciones particulares de sus realidades individuales e incluso colectivas, pero el ciclo que garantiza que ellas lleguen a los potenciales receptores se hace más incierto en la medida en que el universo virtual sea más abierto, pues la sola existencia de los discursos no garantiza que ellos sean captados, y por ende el proceso comunicativo tiene el riesgo de ser nulo cada vez que las palabras son lanzadas como mensajes en una botella en medio de las olas, a la espera de que un día llegue el interlocutor potencial de una conversación que cada emisor inicia en su condición de náufrago[1] esperanzado en que su mensaje sea leído.

Si entendemos como requisito para el diálogo la existencia de esos otros náufragos que cohabitan con libertad al otro lado de la pantalla, es claro que la mar de conversación que se nos ofrece con frecuencia es apenas el espacio para emisores activos y muchos receptores potenciales pasivos, en la medida en que el común de sus visitantes adopta con reiteración la Internet como un texto religioso[2] revelador de todos los secretos, sobre la cual se deposita la fe de la construcción colectiva, que por serlo, no garantiza que lo que allí se dice sea cierto. Por otro lado, la posibilidad que ofrece la Web de facilitar la participación de las diferentes disciplinas para construir conocimiento, encuentra un escenario arriesgado al no garantizar que el código dialógico sea común, situación que va en contravía de la ortodoxia epistemológica que impulsa el pensamiento científico[3]. El intento de construir conocimiento con métodos no reconocidos o poco ortodoxos como el sueño de hacerlo colectivamente en un ambiente múltiple similar al que nos asiste, da pie a que el saber teórico individual aluda sólo a algo no probado o sin novedad, que se distribuye pero que no deja de ser una acumulación de datos que dista en lo esencial de lo que significa la cientificidad. Si se parte de esta premisa, la puesta en común de la infinidad de conceptos a la vista de la llamada Sociedad de la Información podría ser reducida a un saber enciclopédico que, como lo afirmaba antes, podría representar un diálogo incompleto similar al resultante entre un lector y un diccionario de consulta. Se dirá entonces que en el caso de la Red el lector puede intervenir y alterar el ‘diccionario’, hecho que si bien es cierto, no hace más que agregarle otro ingrediente de incertidumbre o indiferencia frente al lector subsiguiente, que se enfrenta a una versión corregida pero que en últimas es apenas otra versión. Esta situación está emparentada con lo que afirmaba antes en lo referente al diálogo inconcluso que puede darse en el universo de a virtualidad, solo que en este caso lo que ocurre es que cada sujeto puede ‘dialogar’ con la sumatoria de conceptos que encuentra a partir de creer o no en ellos y propagarlos difundiéndolos cada vez más, o por el contrario, ‘corregirlos’ de acuerdo con criterios propios no necesariamente probados para ponerlos al servicio de nuevos internautas, en una espiral infinita de significaciones y resignificaciones.

El carácter inconcluso que posee este ‘diálogo’ en el proceso de formación de conocimiento no implica, sin embargo, que no requiera ser evaluado y valorado en el horizonte digital, porque si la labor filosófica se hace a partir de la conversación y las condiciones de esa conversación se han mudado a un teatro radicalmente diferente, las discusiones adoptan dinámicas insospechadas, tanto que si entendemos el diálogo como, la plática entre dos o más personas que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos, es posible suponer que la Web facilita ese mecanismo y permite que muchas voces entren en concurso para dar a conocer sus puntos de vista. Pero lo que no está garantizado es que esas diferentes voces representen siempre un lugar de encuentro posible, más aún si se tiene en cuenta que el diálogo está también referido a la discusión en busca de avenencia. Esta avenencia no es un factor que esté evidenciado en el discurso de la red global, allí el acuerdo es apenas una posibilidad entre las muchas que conviven, porque el diálogo, si lo hay, es asincrónico, ubicuo, y en muchas ocasiones anónimo, pues aunque se reconozcan los caracteres que representan un nombre, dicho nombre no está emparentado necesariamente con una identidad real, ya que lo real y lo virtual se funden como dos realidades distintas o similares:

A los perfiles de la realidad así transmutados se añade la capacidades de “creación de realidad” de los medios informáticos y telemáticos que lleva a hablar de la “realidad virtual” como de un ingrediente decisivo de la realidad que constituye el ser de nuestro mundo. Habida cuenta de que lo que entendemos por realidad es el resultado de un largo proceso de construcción social, nos encontramos con que en él inciden con enorme fuerza las actuales tecnologías de la información y la comunicación. Ellas, modificando el medio cultural en que nos movemos, han alterado cualitativamente el “trasfondo” desde el que consideramos los hechos sociales y desde el que también conceptualizamos los que podemos llamar “hechos brutos” del mundo natural[4]. En este sentido, no solo construimos culturalmente la realidad social, sino que siempre estamos metidos en la (re) construcción social de la realidad, que siendo “realidad social” culturalmente elaborada abarca el mundo natural con el que nos relacionamos y al que no dejamos de pertenecer, por más que se trate de una pertenencia culturalmente mediada […Α
Cambiando, pues, tanto nuestro mundo social como nuestra relación con el natural, las tecnologías de la información y comunicación han fluidificado las rígidas fronteras de antaño entre “real” e “irreal”, por lo que estamos inmersos en procesos más complejos de reconfiguración de nuestra realidad. Y así como no falta quien empujado por su propia desmesura, lleva su adhesión a lo virtual hasta el extremo de pregonar la nueva era de la “posrealidad”, tampoco es difícil toparse con entusiastas de la realidad virtual que con ella remplazan toda otra realidad hasta el punto de considerar las experiencias simuladas como “experiencias hiperreales” (Pérez, 2003: 72).

De la suma de esos imaginarios virtuales que dan vida a múltiples versiones del mundo, simuladas o reales, falsas o verdaderas, reconocidas o rechazadas, coherentes o no, se desprende un discurso que desborda los análisis individuales relacionados con las certezas y da cuenta de un individuo mediado por los léxicos. De estos acontecimientos emerge una cotidianidad nueva, un posible encogimiento de hombros frente a las certezas, un hombre que existe en cuanto posee un cuerpo discursivo hecho bytes. Y es precisamente la suma de esos individuos desconocidos entre sí, pero interconectados, los que da origen a un acontecimiento que supera las visiones individuales y a su vez desborda la sumatoria de sus discursos, complejizándolos y proveyéndolos de elementos múltiples de interacción como lo afirma Ricard Solé:

Al intentar comprender los fenómenos a escalas superiores a partir de escalas inferiores       topamos con una realidad en la que las interacciones entre elementos crean nuevos fenómenos. Es este poder creativo del intercambio de información lo que hace al mundo tan interesante y complejo (Solé, 2009: 19).

No se infiere ningún juicio frente a la participación de los individuos que comparten las interacciones, sólo se da cuenta de la existencia de unos elementos que actúan mutuamente en la elaboración de un hecho o de unos hechos de los que no son necesariamente conscientes, de manera similar a lo que ocurre en el mundo de la Internet en donde cada internauta aporta desde su condición a la construcción de un conocimiento soportado en la virtualidad. Como miembro de una colonia, cada individuo hecho discurso construye un termitero[5] web que más allá de la interpretación que se haga individualmente de quienes lo componen es per se un termitero:

Armados con la visión reduccionista, concluiríamos con facilidad que los individuos de la colonia poseen algún tipo de conocimiento acerca del termitero. Algo así como obreros que construyen un edificio ayudado por planos pero sobre todo de una intención y un conocimiento previo ya definidos. Pero la realidad es que estos obreros carecen de cualquier conocimiento general del sistema y desconocen la existencia del cualquier plano o diseño. […] El termitero que se alza en mitad de la sabana es el resultado de la inteligencia colectiva de toda la colonia. Sin un plan de trabajo predefinido ni jerarquía, la colonia es capaz, a partir de la información mínima intercambiada por sus componentes, de construir estructuras que desafían el diseño óptimo de cualquier estudio de arquitectura (Solé, 2009: 22).

No significa, sin embargo, que todos los individuos que participan en el termitero web cumplan intuitivamente con la misma tarea del insecto social que nos sirve de ilustración. En la red global los individuos están representados por discursos diversos de mayor o menor grado de contrastación o valoración desde lo cierto o incierto. No importan las conjeturas sobre lo verdadero, lo errado, lo sublime, lo trascendente, lo anodino, lo superficial o lo profundo, simplemente el ciudadano de la web, el que denomino homo-web que existe en cuanto navega, que está ahí incluso sin estar, porque el rastro de su presencia lo muestran las palabras o las huellas-código[6] que deja a su paso, y que pueden ser retomadas en tiempos y espacios asincrónicos y construir permanentemente ‘últimos’ discursos para quien las descubre tardíamente. Nuestro homo-web existe en cuanto exista su discurso, y sus aguas son precisamente las palabras, los signos, los sonidos o las imágenes que lo llevan en medio de la incertidumbre al encuentro con los otros lenguajes. Es un sujeto-palabra[7], un sujeto-discurso en la medida en que el sujeto desaparece si su nombre no está atado a la palabra o al discurso que digita y lanza a la deriva a la espera de alguien que lo retome, o a la información que deja con solo hacerse partícipe del entramado de la Red.

En la “La nueva ciudad de Dios”, (Alonso, 2002) se hace referencia a la hiperfilosofía o teoría cibercultural como un concepto en el que bien puede enmarcarse el webciudadano al que he hecho alusión:

Se trata de una forma de hablar, no es una doctrina, ni religión, ni ciencia, ni moral, ni mística tecnológica, es una práctica. Su medio natural es la cibercultura y la hiperfilosofía es su eje reflexivo y espíritu virtual, la una sin la otra no tienen sentido, en ella priman la investigación multidisciplinar y abierta de la realidad (López, 2002: 80).

Su proyecto hiperfilosófico se fundamenta en que:

Es la eterna búsqueda de la sabiduría, que no de la verdad filosófica o de otro tipo. Tiene su propio discurso para pensar e investigar vitalmente. No es una teoría unificada del pensamiento y quiere minar las bases del tecno-hermetismo y del ciberimperio. Recoge todo lo pensable y conjeturable del intelecto humano en su aspiración de seguir comprendiendo, profundizando y mejorando lo humano. Sus bases son los estudios sobre ciencia, tecnología y sociedad. Su único criterio es la calidad, pero más que dogmas plantea tendencias (López, 2002: 285).

No obstante estar de acuerdo con Alonso en lo concerniente a la amplitud del modelo filosófico en cuanto a la desmitificación de los dogmas, debo hacer una salvedad frente al horizonte que plantea su hiperfilosofía en lo referente a su objeto de estudio, pues la idea que trato de defender no recurre a disquisiciones alrededor de unos temas específicos ni mucho menos a juicios de valor frente a la calidad de los contenidos, pues como ya lo he explicado es posible que existan en la Red discursos con mayor o menor probabilidad de ser ciertos, pero los unos y los otros corresponden a voces de individuos que aportan a la termita web en cuanto sus palabras dan cuenta de ellos. No quiere decir que los juicios de verdad[8] en el conocimiento carezcan de valor, pero la discusión que planteo no requiere verificaciones de los discursos para demostrar que al margen de su valoración ellos simplemente acontecen.

Si bien, la amplitud que supone las diversas concepciones del mundo visibilizadas por la Internet puede dar pie a cuestionamientos sobre las bondades o los daños que genera el libre flujo de discursos, el solo hecho de permitir la participación democrática tiene un valor que vale la pena resaltar por encima de consideraciones de carácter restrictivo, a riesgo, sin embargo, de tener que admitir que esa interacción puede desembocar en lo que Gordon Graham considera una fragmentación moral:

El resultado lógico de tal interacción es una fragmentación moral más que una comunidad moral, y aunque la conclusión práctica seguramente no llegará a tal extremo, el hecho de que ésta sea el resultado lógico demuestra la existencia de una tendencia destructora. La ‘libertad’ de internet está hecha a la medida para fomentar el libertinaje. Dicha fragmentación es anárquica, puesto que es el medio ideal para propagar deseos no tutelados de cualquier clase (Graham, 1999: 105).

Al problematizar el uso de la democracia sin ningún tipo de límites, Graham invita tácitamente a limitar el discurrir virtual de los discursos ‘dañinos’ a favor de hacer menos ‘anárquico’ el universo web, lo que resulta por lo menos inquietante en cuanto a quién puede determinar esos límites y hasta qué punto es de la esfera Internet acomodarse a prácticas que son propias de la tradición moderna del conocimiento. En tal sentido, la construcción de ese intangible que es Internet se erige por encima de las consideraciones de verificación o de contraste, dando cuenta de un léxico último que se hace y se deshace con los léxicos anidados en él, incluso a sabiendas de que se puede desembocar en una equivocación colectiva. No está aquí en juego, lo reitero, la posibilidad de demostrar cuán atinado está el discurso de unos en relación con los de otros, lo que está en juego es la posibilidad de hacer uso libre y democrático del instrumento web. Podría asimilarse con lo que (Dery, 1998), citado por María Asunción Gutiérrez López, denomina el Tecnopaganismo:

Es la oposición popular a las autoridades científicas cuya opinión ‘objetiva’ determina lo cierto y lo falso en nuestra cultura. La ciencia tiene prejuicios culturales y políticos. La ciencia está determinada socialmente por los prejuicios de la sociedad que la creó, y su objetivo consciente e inconsciente es reforzar esa visión del mundo. También corresponde a un deseo extendido de situar lo sagrado en nuestra sociedad tecnológica, cada vez más secularizada. […] denotan un resentimiento inconsciente hacia la autoridad científica y dan voz al deseo de democratizar la ciencia, es decir, reunir un conjunto de explicaciones culturales del universo gracias a una colaboración más amplia de toda la sociedad (López, 2002:31).

Si aceptamos que dentro de esa red conviven múltiples individuos y que cada uno se comporta de manera singular dentro de la construcción colectiva, debemos entonces admitir que los submundos creados por ellos no resisten ser evaluados con un único criterio, y más aún con el criterio delimitado por quien pueda designar lo que es o no razonable. Un escenario de esta naturaleza intimida, desde luego, porque ello puede llevar a una opacidad profunda producto de la heterogeneidad de los discursos que hace muy difícil moldear la historia a la que asistimos dentro de los términos unívocos de la estructura monolítica en la que se ha protegido el pensamiento científico moderno.

 

El homo-web se resiste a unificar los pensamientos y proveer verdades reveladas sobre el devenir humano. Es un individuo que se quiere emancipar, muy a pesar de la férrea concepción de la metafísica ilustrada así por Vattimo:

La metafísica es un modo violento aún de reaccionar ante una situación de peligro y de violencia; busca, efectivamente, hacerse dueña de la realidad por un ‘golpe de mano’ que atrapa (o cree ilusoriamente haberlo atrapado) el principio primero del que todo depende (asegurándose, así, ilusoriamente, el dominio de los acontecimientos). […] De modo que, si por el multiplicarse las imágenes del mundo perdemos, como se suele decir, el ‘sentido de la realidad’, quizá no sea ésta, después de todo, una gran pérdida. Por una especie de perversa lógica interna, el mundo de los objetos medidos y manipulados por la ciencia técnica (el mundo de lo real según la metafísica) se ha convertido en el mundo de las mercancías, de las imágenes, en el mundo fantasmático de los mass media. ¿Deberíamos contraponer a este mundo la nostalgia de una realidad sólida, unitaria, estable y con ‘autoridad’? Una nostalgia de tal índole corre continuamente el riesgo de transformarse en una actitud neurótica, en el esfuerzo por reconstruir el mundo de nuestra infancia, donde las autoridades familiares eran a la vez amenazadoras y afianzadoras. (Vattimo, 1998: 82)

Aunque con el nacimiento de los desarrollos técnicos anteriores a la Internet el mundo de lo unitario se había venido fragmentado paulatinamente, el control por parte de las instancias veedoras ha estado siempre presente, pues si bien los soportes de divulgación aumentaron el número y los tipos de relatos ausentes en la historia de la Historia, éstos todavía no representaban las visiones de muchos grupos que en su momento no eran, e incluso hoy, importantes para el statu quo del conocimiento (Brea, 2007)[9]. Lo que intento decir con esta reflexión es que las fuentes del conocimiento están atadas al poder de quienes las controlan y por tanto sus historias no son del todo plurales, en la medida en que el aura de los intelectuales oscurece muchas de las luces que pueda arrojar el mundo de los legos:

Los sabios son los delegados de la especie, y los triunfos del conocimiento exacto son los de la humanidad en su conjunto. Por lo mismo, el horizonte de un ciberespacio que reputamos de universalista es interconectar todos lo bípedos hablantes y hacerlos participar en la inteligencia colectiva de la especie en el seno de un medio ubiquitario. De manera completamente diferente, la ciencia, las religiones universales, abren lugares virtuales donde la humanidad se encuentra a sí misma. Aunque cumpliendo una función análoga, el ciberespacio reúne a la gente de una manera mucho menos “virtual” que la ciencia o las grandes religiones. La actividad científica implica a cada uno y se dirige a todos por medio de un sujeto trascendental del conocimiento, del cual participa cada miembro de la especie. La religión reúne por la trascendencia. Por el contrario, para su operación de hacer presente la humanidad a sí misma, el ciberespacio pone en obra una tecnología real, inmanente, al alcance de la mano. (Levy, 2007: 223)

En este sentido, insisto, la Red le permite a las minorías contrarrestar esta desventaja a través de los discursos múltiples que multiplican enormemente la posibilidad de conocer nuevas realidades. Considero entonces, que el caos de realidades y los claroscuros de las verdades son más explosivos en los tiempos de la Internet, del correo electrónico, de los blogs, de la Web 2.0 y 3.0[10], porque es allí donde los propios ciudadanos construyen sus mundos y los dan a conocer más allá de lo que podrían hacer de manera autónoma los medios tradicionales. En este escenario de la posmodernidad hecha comunicación la humanidad adquiere sus multi-facetas y pone en evidencia con más fuerza la debilidad de una única razón[11] para entender las cosmogonías de los internautas:

Decir que la sociedad moderna es esencialmente, la sociedad de la comunicación y de las ciencias sociales, no significa, entonces, poner entre paréntesis el alcance de la ciencias naturales, y de la tecnología que éstas han hecho posible, en la determinación de la estructura de la sociedad, sino más bien, constatar que: a) el “sentido” en que se mueve la tecnología no es tanto el dominio de la naturaleza por las máquinas, cuanto el específico desarrollo de la información y de la comunicación del mundo como “imagen”; b) esta sociedad en la que la tecnología alcanza su cima en la “información” es también esencialmente la sociedad de las ciencias humanas (Vattimo, 1998:95).

Aunque Vattimo no se refiere específicamente a la Internet, no es errado aproximar su cita a este entorno, pues lo que fluye por la Red no son más que historias en el sentido en que lo plantea el autor italiano, entendidas éstas no como lo que nos es lejano en el tiempo, sino como una dinámica en la que se construyen relatos de manera simultánea a través del registro diario de los discursos, de las narraciones de cada uno de los diferentes sujetos que intervienen, tanto para el encuentro como para el desencuentro, para el acuerdo o el desacuerdo, para la pertinencia o la impertinencia, o para el activismo o la indiferencia. Son estos sujetos y sus discursos los que proveen los instrumentos con los que emerge la weltanschauung signada por los tiempos de la Internet, como una visión del mundo que quiebra estereotipos y obliga a reconsiderar creencias hasta hace poco inamovibles:

La producción de concepto (soportada en la producción de textos o imágenes) es entonces el resultado del nomadismo y entrechoque interno de los puntos del sistema en sus actos de contraste y comunicación, en su capacidad, -la de cada nodo de la red- para transfigurarse o valer por otro o en otro lugar. El concepto –la producción intelectiva, significante, asociada a la relación con narrativas o imaginarios circulantes-es invención, interlocución y viaje, y no ya abstracción y modelo. No más el platonismo y la regulación de las series por lo idéntico, por el modelo, por el concepto-idea. No más aquella construcción del canon basada en arquitecturas docu / monumentales de la memoria, levantando “grandes catedrales” en las que albergar, acoger y transmitir un sentido concéntrico, patrimonial y ensimismado de la producción de las grandes narrativas y los imaginarios presumiblemente universales, sino una fábrica disgregada en una multiplicidad de estratificaciones y planos, de nodos y escenarios –cuya única condición de funcionamiento es el estar enlazado: la interconexión. (Brea, 2007: 203)

Dado que en cada interconexión se hacen presentes los sujetos en la medida en que tiene algún rastro lingüístico o simbólico que los delate o visibilice en el entorno digital, su mayor o menor reconocimiento estará dado por la capacidad de navegar que tengan sus discursos. Es más, el homo-web puede simular múltiples identidades, ser equívoco en sus palabras o proveer intencionalmente discursos errados, lo que no hace más que propiciar un debate acalorado acerca de lo que significa creer en el entorno virtual, como lo advierte Gordon Graham:

Hay una evidente ingenuidad en los entusiastas de Internet, especialmente en los fanáticos de la educación y en otros que saben relativamente poco del asunto. Se debe a su fácil suposición de que en Internet existe un inmenso depósito de información. La suposición se mantiene de manera errónea a causa del uso técnico que se le da al término ‘formación’. En la expresión ‘información digital’, la palabra información está utilizada en su sentido más simple y no es más que un conjunto de impulsos electrónicos capaces de producir texto e imágenes en una pantalla. La información en tal sentido carece de implicaciones epistemológicas: no implica que dicha información transmita ningún conocimiento genuino. Esto es lo que la hace engañosa, porque en el discurso normal, la ‘información’ es un término epistemológicamente normativo: tener una nueva información implica que ahora sabemos algo que no sabíamos antes. Pero la ‘información digital’ puede almacenar desinformación en el sentido ordinario, y también verdad, de manera que el texto o la imagen que genera pueden llegar a producir creencias erróneas en vez de conocimiento. (Graham, 2001: 95)

El llamado de atención de Graham es atinado en la medida en que es necesario reconocer que en la Red hay todo tipo de historias y discursos, calificados como falsos o verdaderos, con o sin argumentos. Pero es precisamente esa condición la que provee las características del ágape universal de los individuos-discurso. Allí la simulación juega un papel preponderante en la medida en que las palabras construyen universos disímiles con retazos de lo aceptado como real. Dicho de otra forma, el simulacro hecho discurso crea sujetos posiblemente inexistentes (o falsos) desde la ‘realidad’ pero absolutamente ‘asibles’ desde el constructo de las palabras y que por eso no dejan de de ser reconocidos:

Las técnicas de comunicación y simulación digital representan una nueva etapa en la vertiginosa carrera contra el tiempo y el espacio, que conduce hacia la disolución de los marcadores de la realidad, en un gran y perpetuo simulacro en el que lo material y lo inmaterial se disuelve en una sucesión de mensajes numéricos conducidos por un flujo continuo de impulsos eléctricos.
Un simulacro permanente en el cual es cada vez más difícil distinguir lo representado de su representación y donde las distancias territoriales parecen haber perdido la compañía de la duración, eliminada por la teletransmisión instantánea de los atributos simbólicos de la presencia de cuerpos y objetos. Sonidos, imágenes y texto que se dirigen que a nuestra percepción estableciendo una estimulante, y a veces también frustrante, ilusión de proximidad con lo lejano, con lo ausente, en un simulacro de presencia temporal y, en algunos casos también espaciales. (Levis, 1999: 131)

El hecho de que en la Red se pueda dar esta simulación solo puede ser posible gracias a tales sonidos, imágenes y textos que acompañan la invisibilidad del sujeto. Invisibilidad que puede ser un objetivo consciente de quien se esconde gustoso, o simplemente ser el resultado tácito de quien sólo puede hacerse presente gracias al uso de esos recursos que conforman la construcción de su léxico. Esta discusión parte, insisto, de la existencia de un homo-web que existe en cuanto puede navegar, y navega en cuanto está representado por un discurso que lo identifica más allá de la valoración de acierto o error que tengan sobre él sus iguales en la Red. Es posible que la dicotomía cierto-falso sea una arista que valga la pena plantear como objeto de estudio, pero en este caso sobre lo que llamo la atención es que, por encima de esa controversia, hay una colonia de seres humanos fabricando un termitero-web a partir de múltiples versiones del mundo en las que florecen innumerables cosmogonías donde hay cabida para el choque o la conjunción de ideas de diverso origen y reconocimiento.

En este punto el concepto de último léxico acuñado por Richard Rorty pone en evidencia el juego de las palabras al servicio de las concepciones individuales del mundo:

Todos los seres humanos llevan consigo un conjunto de palabras que emplean para justificar sus acciones, sus creencias y sus vidas. Son ésas las palabras con las cuales formulamos la alabanza a nuestros amigos y el desdén por nuestros enemigos, nuestros proyectos a largo plazo, nuestras dudas más profundas acerca de nosotros mismos, y nuestras esperanzas más elevadas. Son palabras con las cuales narramos, a veces prospectivamente y a veces retrospectivamente, la historia de nuestra vida. Llamaré a esas palabras el ‘léxico último’ de una persona. (Rorty, 1991: 91)

Y son precisamente esos “últimos léxicos” los que propician el encuentro de los múltiples mundos de los sujetos-discurso que se rozan sin remedio a pesar de lo distantes que puedan estar sus vidas, a pesar de lo alejados que puedan estar los razonamientos con los que defienden sus concepciones individuales. Cada voz, cada ruido, cada imagen, cada clic denota la existencia de un individuo que bien podría ser identificado como un ironista en los términos de Rorty:

Llamaré ‘ironista’ a la persona que reúna estas tres condiciones: 1) tenga dudas radicales y permanentes acerca del léxico último que utiliza habitualmente, debido a que han incidido en ella otros léxicos, léxicos que consideran últimos las personas o libros que han conocido; 2) advierte que un argumento formulado con un léxico actual no puede ni consolidar ni eliminar esas dudas; 3) en la medida en que filosofa acerca de su situación no piensa que su léxico se halle más cerca de la realidad que los otros, o que esté en contacto de un poder distinto a ella misma. Los ironistas propensos a filosofar no conciben la elección entre léxicos ni como hecha dentro de un metaléxico neutral y universal ni como un intento de ganarse un camino a lo real que esté más allá de las apariencias, sino como un modo de enfrentar lo nuevo con lo viejo. (Rorty, 1991: 91)

Aunque los sujetos-discurso habitantes de la Red no se comportan todos como los ironistas descritos por Rorty, de esa conjunción emerge un tipo de “comunidad” que sí relaciona su definición. Quiero decir que de la suma de los sujetos activos, pasivos, neutrales o indiferentes que componen los diferentes roles de sujetos, el termitero web muestra en su conjunto un tipo de homo apartado de la pesadez de saberse representante de un único canon, de una única creencia, de un único lenguaje, de un único mundo posible. No el homo typographicus de Gutenberg, sino un homo desprovisto de las certezas construidas con las palabras de quienes vieron en el libro el método eficaz para imponer su egocentrismo. Nuestro individuo, el homo-web, navega solitario, pero la Red lo abarca como un todo para dar cuenta de una construcción colectiva que proporciona un conocimiento cooperativo lleno de virtudes y de fracasos, pero elaborado de manera solidaria sin acuerdos explícitos a partir de los léxicos y metáforas como única señal de existencia. La solidaridad así entendida encuentra puntos de toque en el texto del profesor Olimpo Suárez alusivo al neopragmatismo rortiano:

[…] el neopragmatismo asume la comunicación intersubjetiva como un asunto de evaluación y limitación de la interpretación en el lenguaje a partir de la creación de léxicos y metáforas que desechan las formas argumentativas tradicionales, optando por el papel de ejemplos convincentes en el seno de una comunidad determinada. De este procedimiento se destaca, en particular, la introducción de la noción de ‘solidaridad’ como alternativa a la búsqueda tradicional de la objetividad, basada ésta en la función de la mente o en el significado de las expresiones. La solidaridad así establecida no hace otra cosa que implantarse en la senda histórica del pragmatismo, para el que la verdad entendida como correspondencia debe ser sustituida por la relación entre creencias y estándares sociales que permiten a su vez prescindir de la noción de ‘realismo metafísico’ en sentido tradicional.
La apuesta rortiana por sustituir la ‘objetividad’, entendida ésta como la noción que estipula la existencia de un mundo ahí afuera, que goza de la extraña propiedad de tornar verdaderos o falsos nuestros anunciados, por la noción de ‘solidaridad’, entendida como un acuerdo no forzado realizado al interior de una comunidad de hablantes, ofrece, decimos, un par de conceptos básicos en el discurso neopragmatista: etnocentrismo y prácticas sociales. (Suárez, 2005: 15)

Si bien, en este horizonte virtual es posible concebir la existencia de acuerdos solidarios para llevar a cabo prácticas sociales, dichos acuerdos no forzados no son siempre establecidos previamente, sino que por el contrario los sujetos-discurso llegan a ellos en la medida en que coinciden con sus intereses comunes. No necesariamente son, entonces, el resultado de una propuesta común que se oficializa, sino de una propuesta heterogénea que se consolida por los bordes y que se hace y rehace en la medida en que aparecen otros léxicos:

No hay un punto de reposo para indagación humana que signifique que se ha alcanzado la verdad y en el que esté representada la unión del pensar y la realidad. En términos rortianos no hay reposo para la búsqueda humana. […] Las diferencias entre las diferentes áreas del conocimiento no dependen del método ni de la objetividad supuesta como objeto, sino del grado de consenso que cada comunidad de investigación haya alcanzado frente a sus intereses y temas problemáticos. (Suárez, 2005: 47)

Ante la insaciable búsqueda de reconocimiento del ser humano y su esfuerzo por hacer de su metáfora el mundo verdadero, lo que entra en discusión no es tanto el acuerdo, sino la posibilidad que tiene el homo-web de visibilizar su universo sin importar que éste sea una simulación, porque su escenario es un lugar expedito que le da vida a esos mundos en cuanto sean capaces de sostenerse con las palabras que los representan, o de disolverse cuando pierden la capacidad de convencimiento. Este lugar sería un sitio en donde la sociedad liberal que imagina Rorty podría tener cabida:

Una sociedad liberal es una sociedad cuyos ideales se pueden alcanzar por medio de la persuasión antes que por medio de la fuerza, por la reforma antes que por la revolución, mediante el enfrentamiento libre y abierto de las actuales prácticas lingüísticas o de otra naturaleza con las sugerencias de nuevas prácticas. Pero ello equivale a decir que una sociedad liberal ideal es una sociedad que no tiene propósito a parte de la libertad, no tiene meta alguna a parte de la complacencia en ver como se producen tales enfrentamientos y aceptar el resultado. No tiene otro propósito que hacerles a los poetas y a los revolucionarios la vida más fácil mientras ve que ellos les hacen la vida más difícil a los demás sólo por medio de palabras, y no por medio de hechos. Es una sociedad cuyos héroes son el poeta vigoroso y el revolucionario porque reconoce que ella es lo que es, tiene la moralidad que tiene, habla el lenguaje que habla, no porque se acerque a la voluntad de Dios o a la naturaleza del hombre, sino porque ciertos poetas y ciertos revolucionarios del pasado han hablado como han hablado. (Rorty, 1991: 79)

Dado que el proyecto pragmatista deposita en el lenguaje la construcción de metáforas como representación de las ‘verdades’ últimas, a partir de lo que el hombre considera bueno, la transmisión continua de esas metáforas dentro de la Red es también un síntoma de lo que implica para el sujeto-discurso enfrentarse a la valoración de sus concepciones mundanas:

[…] la verdad se asume como la contextualización del lenguaje referido únicamente al mejoramiento de la vida humana. En sentido estricto, la verdad no sería un asunto ni particularmente importante ni mucho menos esencial para las consideraciones filosóficas en clave pragmatista de donde siempre es posible recuperar y avalar el dictum de James según el cual la verdad ‘es aquello cuya creencia puede resultarnos beneficiosa’ (Suárez, 2005: 223)

Es posible que de esa fuente inacabada de creencias individuales que buscan el beneficio colectivo a través de la voz de cada individuo se generen piezas de conocimiento diverso, pero la endogamia discursiva es también una posibilidad que está allí en el termitero web. Esta endogamia puede ser el resultado de que los sujetos-discurso de los que he hablado incorporen a su discurso textos idénticos de otros sujetos, convirtiendo la red en una multiplicación infinita de léxicos iguales donde es posible que un mismo contenido circule dando la sensación de una de redundancia. En este caso, la unanimidad con visos de pluralidad será también un síntoma de los tiempos de la Internet, que bien puede promover una discusión metafísica frente a las lesiones que produce en el proceso de conocimiento de los seres humanos, o por el contrario generar como respuesta una indiferencia, sustentada en la defensa de la democracia del discurso y en lo que Alain Finkielkraut denomina “libertad fatal”:

Encerrado en su demanda, librado a la satisfacción inmediata de sus deseos o de sus impaciencias, preso de lo instantáneo, el hombre del control remoto no está condenado a ser libre, está condenado a sí mismo por su fatal libertad. Nada está prohibido para él, salvo quizá quedar él mismo inhibido o desconcertado. Y esta condena se agrava: al poder de hacer ‘zapping’ y de interrumpir agrego ahora el de navegar, cliquear e intervenir. (Finkielkraut, 2006: 25)

Condenado a su libertad el individuo autor pierde además toda su autonomía cuando deja escapar sus palabras o sus signos para que sean reelaborados o multiplicados. La posesión es una pérdida constante que se compensa con la alternativa de hacer suyos los pensamientos de otros. No hay tiempo para el sedentarismo, el homo-web que nace de esta reconfiguración de los discursos es un nómada eterno que se hace y deshace urdiendo léxicos o recomponiéndolos en una espiral sucesiva en donde el valor que tiene la participación democrática es una posibilidad permanente que facilita la transición instantánea y ubicua de quien siendo receptor es a la vez emisor-autor de lo que lee:

           
Internet es necesaria para poner las palabras en movimiento, para hacerlas volar, ¡para acabar con el ‘scripta manent’! Es necesaria Internet para pasar del autor y de la consideración que le debemos a la ‘comunicación’ exuberante y al ‘derecho de ser autor’, que ahora se le reconoce a todo el mundo. Es necesaria Internet para disolver toda sacralidad, toda alteridad, toda trascendencia en la información y en la interacción. Es necesaria Internet para pasar de la obra a lo que, en los sesenta, se llamaba, con mayúscula rebelde, el Texto’. (Finkielkraut, 2006: 29)

El extrañamiento al que asistimos nos pone en una vigilia permanente en donde se disuelve el sujeto real dándole la potestad al texto de hablar en su nombre, haciendo a un lado consideraciones de carácter moral alrededor de lo que interpretamos como válido o razonable. Es una interacción de palabras mas no de individuos, es una reelaboración del mundo como resultado de contingencias del lenguaje utilizadas por sujetos-discurso que pueden o no estar presentes en el momento en que sus léxicos hablan, que pueden o no ser vigentes en el tiempo, que pueden o no tener la “razón”, porque la red luce como un eterno estar al que es posible acudir siempre y en todo momento, y en la que es válido abandonarnos como sujetos en las palabras o los símbolos que dejamos como huellas que podrán permanecer, incluso, cuando desaparezcamos,[12] al margen de que esas huellas puedan ser o no valoradas en términos de lo que es o no cierto.

Referencias

* Este artículo hace parte de la investigación de maestría “Navego, luego existo: la vida en el universo de la virtualidad”, en proceso de publicación en la Editorial de la Universidad de Antioquia.

[1] El término náufrago se refiere en este caso un tipo de individuo que no tiene como objetivo particular de su discurso a un sujeto determinado, ni espera respuesta a una solicitud dada como lo que ocurre con el correo electrónico, pues asumida así la Red sería apenas un soporte- canal que facilita la conversación entre dos interlocutores como podría hacerlo el teléfono. Por el contrario, como plantearé más adelante la Web adquiere una dinámica propia al margen de que ella sea también utilizada como medio de “comunicación”.

[2] Uno de los roles más comunes que adopta el internauta es el que tiene que ver con el uso de internet como “biblioteca” universal a la que se acude como consulta, sin que esto signifique que lo que allí se encuentre sea necesariamente cierto o susceptible de ser corregido.

[3] En el entendido de la importancia que tiene la observación, la hipótesis, la predicción, la deducción y la verificación como elementos fundamentales del método científico.

[4] El autor (José Antonio Pérez Tapias) hace alusión al término “hechos brutos” como aquellos que describe la física en el contexto de la obra de John R. Searle: La construcción de la realidad social (1995), Paidós Barcelona.

[5] Los termiteros son estructuras complejas construidas por termitas, insectos extremadamente pequeños comparados con sus nidos que pueden alcanzar varios metros de altura. Son consideradas como las “obras de arquitectura” más grandes creadas por un animal, o en este caso por un conjunto de animales que llevan a cabo una tarea colectiva de la que no necesariamente son conscientes, de tal manera que el trabajo individual da origen a una estructura que es superior a la sumatoria de los esfuerzos de cada termita. Esta estructura es utilizada por Ricardo Solé en su texto Redes Complejas (reseñado a continuación), para hacer alusión a la interacción entre elementos en sistemas complejos.

[6] Estas huellas-código están representadas incluso en toda la información digital que de manera tácita deja cada individuo dentro del universo virtual, pues con solo hacer uso de la plataforma hay un rastro seguido por programas informáticos cuya manifestación más simple puede observarse en los contadores que miden las visitas a los diferentes sitios.

[7] Quiero hacer énfasis en que en los términos sujeto-palabra o sujeto-discurso involucro también representaciones de carácter visual, simbólico y sonoro a los que pueda nombrar en términos lingüísticos, lo que obliga a entender el sujeto en la red como aquel que deja una pista de información que lo hace asible virtualmente.

[8] Una síntesis sobre la discusión histórica acerca del concepto de “verdad” puede encontrarse en en el Diccionario de Filosofía de J. Ferrater Mora (Ferrater Mora, 2004: 3660).

En lo referente a la valoración de La verdad como oposición a lo falso, o a la verdad como antagonista de lo irreal, he afirmado que para la discusión que planteo la valoración individual de los discursos que viajan por la Web no es tan importante cuando se sobrepone la posibilidad de multiplicar las visones del mundo, erradas o no, reales o aparentes, que a su vez le pueden dar vida a un “termitero” al que al margen de someterlo a una validación, es una manifestación de un hecho palpable virtualmente en la medida en que puede ser reconocido como resultado de lo que piensa cada termita navegante, aunque el conjunto final no coincida con la visón particular de alguna de ellas o de ninguna. En ese sentido, el termitero está construido con retazos de verdades o trozos de ilusiones que por serlas no lo despojan de su condición.

[9] José Luis Brea en su texto “Cultura Ram” critica incluso el papel actual de la Universidad como generadora de conocimiento frente a las nuevas posibilidades que ofrece la participación colectiva en la Red en el desarrollo de la ciencia. Acota que: “La universidad se nos aparece así, demasiado a menudo, como una institución violentamente refractaria al análisis transformador, justamente por el efecto de legitimación que la enunciación de sus ideales le otorga. Así, y con esto, quiero decir que los discursos invocadores de la independencia y autonomía de la universidad a menudo vienen efectivamente a actuar no sólo como máscaras falseadoras de una realidad funcional -de dependencia y subordinación- que de hecho es muy otra. Sino que además acaban por emplearse con la finalidad de que no se verifique reforma en profundidad alguna y no solo en la realidad efectiva de lo universitario: ni tan siquiera en la idea que le da fundamento” (Brea, 2007: 128)

[10] La Web 2.0 es la evolución de los entornos estáticos que caracterizaban la Internet en sus inicios a favor de una plataforma colaborativa que le permiten al usuario aprovechar las múltiples posibilidades que ofrecen sus servicios.

“En la Web 2.0 los consumidores de información se han convertido en “prosumidores”, es decir, en productores de la información que ellos mismos consumen. La Web 2.0 pone a disposición de millones de personas herramientas y plataformas de fácil uso para la publicación de información en la red. Al día de hoy cualquiera tiene la capacidad de crear un blog o bitácora y publicar sus artículos de opinión, fotos, vídeos, archivos de audio, etc. y compartirlos con otros portales e internautas.” (Una información más amplia puede encontrarse en el sitio http://www.microsoft.com/business/smb/es-es/internet/web_2.mspx)

En cuanto a la Web 3.0, también denominada Web semántica, los usuarios potencian aún más su participación y acceso a través de softwares que les permiten acceder de una forma más efectiva a la información, de tal modo que el internauta adquiere una identidad por medio de la cual comparte, procesa, y transfiere información de manera más sencilla y exacta

(…) ”la Web 1.0 consiste en que el usuario solo es receptor de la información. En la Web 2.0 el usuario es lector y escritor, como en el caso de los Wikis, donde todos somos autores de la Red. En la Web 3.0 se intenta que el usuario tenga una identidad en la red y pueda hacer una búsqueda significativa para él, más precisa y más inteligente.”

(En el sitio http://portal.educ.ar/debates/eid/informatica/publicaciones/que-es-la-web-30-estamos-prepa.php, se puede encontrar una información básica sobre este desarrollo web)

[11] Cuando me refiero a una única razón, utilizo el término en el sentido teórico que le da Kant al concepto en cuanto al conocimiento de la realidad, pero relacionándolo con el significado y la apropiación que hacen los internautas más allá de la definición filosófica, en favor de la comprensión intuitiva que podrían tener quienes construyen sus mundos sobre la base de saberlos ciertos.

[12]Esta idea puede dar cabida a una pregunta inquietante frente a los que significa estar vivo dentro o fuera de la Red, pues si un sujeto decide dejar de estar a la vista de otros internautas, tal vez no esté en la capacidad de hacerlo con solo desconectarse, pues ya sus discursos habrán sido tomados y multiplicados de manera exponencial, impidiendo algún control sobre el mensaje inicial. De igual forma, si muere la huella de su participación no desaparece y puede incluso ser retomado una y otra vez en la medida en que siga existiendo como sujeto-discurso, pues la relación con el resto de internautas no depende exclusivamente de la existencia física del individuo, sino de la vitalidad que tengan sus rastros lingüísticos. Es por lo menos alucinante suponer que los discursos de cualquier sujeto desaparecido continúen interactuando independientemente de la existencia de su autor. Quizá sea esto comparable con los autores que han fallecido y continúan “vivos” en sus textos e interactúan a diario con los lectores, solo que en el universo de la Web esta posibilidad se amplía infinitamente, al tiempo en que es más remota la posibilidad de saber a ciencia cierta si quien está  ”vivo” en la red lo está también fuera de ella, y es allí precisamente donde la dicotomía cierto-falso puede adquirir un valor secundario.

Bibliografía

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2. Brea, José Luis (2007) Cultura-Ram, Barcelona, Gedisa.        [ Links ]

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