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Estudios de Filosofía

Print version ISSN 0121-3628

Estud.filos  no.44 Medellín July/Dec. 2011

 

¿Qué es ver? por José Gil

What it is to see? By José Gil

Por: José Gil

Ensayista portugués

Traductor: Carlos Vásquez Tamayo

Grupo de investigación: Filosofía y Literatura

Instituto de Filosofía

Universidad de Antioquia

Medellín, Colombia

teseo@une.net.co


Resumen: El presente artículo tiene por objeto analizar los límites y exigencias de la mirada en la poética de Alberto Caeiro, heterónimo de Fernando Pessoa. Esta mirada, sostiene Gil, es singular, supone un proceso de crítica de la tradicional relación sujeto - objeto en el acto de conocer. Una especie de epojé en el sentido fenomenológico. No es una mirada empírica, no apela a los sentidos, es una mirada que tiene más bien el carácter de “una intuición intelectual de los sentidos”. El propósito de fondo del artículo es mostrar cómo el paganismo preconizado por Caeiro apela a un “objetivismo absoluto” y reivindica como su invención más propia una armonización del acto de sentir con el de pensar. El ensayo de Gil desarrolla sus argumentos siguiendo minuciosamente algunos de los poemas del poeta caeiro así como algunas de las afirmaciones dedicadas a él por el propio Pessoa.

Palabras clave: mirada, ver, sensaciones, sentir, pensar, intuición, idea, ser, naturaleza, cosas.

Abstract: The present article aims at analyzing the limits and requirements of the poetical view of Alberto Caeiro, pseudonym for Fernando Pessoa. This view, maintains Gil, is singular, it supposes a process of criticism of the traditional subject-object relationship in the act of knowing. A type of epojé in the phenomenological sense of the term. It is not an empirical outlook, nor does it appeal to the senses, it is an outlook which has more the character of “an intellectual intuition of the senses”. The deeper purpose of the article is to show how the paganism advocated by Caeiro appeals to an “absolute objectivism” and claims as it most proper invention a harmonizing of the act of feeling with the act of thinking. Gil´s essay develops his arguments following step by step some of the poems of Caeiro the poet as well as some statements on him by Pessoa himself.

Key words: view, seeing, sensations, feeling, thinking, intuition, idea, being, nature, things.


1

Sabemos con entera certeza lo que hace de Alberto Caeiro el ‘maestro’ de los heterónimos: su modo de resolver las aporías, de colmar las fallas, de soldar las fracturas que no dejan de desgarrar a álvaro de Campos, Ricardo Reis, Bernardo Soares y Fernando Pessoa ortónimo, el no heterónimo heteronímico.

Lo que en los demás ahonda y amplía la distancia entre vida y pensamiento, sensación y consciencia, entre sí mismo y los otros, entre existencia y escritura, halla en Caeiro una expresión tranquila y ‘armoniosa’. Al rechazar cualquier trascendencia, vive ‘a ras de la naturaleza’ por así decirlo; al aspirar a la exterioridad pura, se mofa de la metafísica y de sus mundos ‘interiores’; escribe la ‘prosa de sus versos’ como si la poesía – la falsa poesía anterior a la suya – conservase aún la amenaza de esas profundidades literarias que él aborrecía.

¿De dónde proviene la maestría de Caeiro? ¿No detenta él la clave de la unidad, esa unidad cuya carencia constituye el motor mismo de las obras de Campos, Reis, Soares? ¿Acaso no es Caeiro el maestro de la unidad? ¿No hay que considerarlo como el poeta del reverso de la desgarradura heteronímica, el poeta por excelencia de lo Uno y lo Mismo?

Conviene ponerlo en duda. Todo eso no haría de él el más original de todos los poetas, el cantor y profeta del neo paganismo, el más alto pensamiento desde los griegos, aquel que nos condujo, al ‘umbral de una nueva era’. En efecto, llueven elogios de las plumas de los discípulos. Pessoa no deja de asombrarse por haber creado a Caeiro, un prodigio. ¿De dónde deriva Caeiro esa naturaleza prodigiosa? Del hecho de ser un poeta de la diferencia, de la diferencia absoluta, “en sí misma”, no relativa; lo que, de modo paradójico, le permite escapar de las oposiciones y tensiones que en apariencia reclamaban la unidad. Dado que él no resuelve las contradicciones: se coloca más allá de su órbita (que es la del pensamiento). Más exactamente: es una cierta ontología de la diferencia la que permite a Caeiro  vencer todos los obstáculos del pensamiento tradicional de la separación.

2

Si Caeiro escapa a las aporías de la ‘vieja’ metafísica, es debido a que no piensa como los demás: no piensa especulativamente, incluso no piensa con sus ojos. El primer principio de su ‘filosofía’ – y de su práctica – se enuncia así: Simplemente hay que ver. O mejor aún: basta con ver.

Pero, dado que ver no es un acto natural en este ser artificial en que se ha convertido el hombre de hoy, ver sin artificio requiere un gran esfuerzo, quizás incluso toda una ciencia. Caeiro es el único ser humano capaz de ver de un modo natural, sin esfuerzo. Todos los demás necesitan aprender a ver. Aprender y desaprender, como escribe Caeiro, a fin de poder acceder a una visión espontánea y natural. ¿No significa ello, en alguna medida, volver a la infancia, a la frescura e ingenuidad de la mirada infantil?

Es cierto que el maestro hace referencias constantes a la infancia, y sobre todo los discípulos, cuando se refieren al maestro. De tal modo que la visión infantil del mundo aparece como el modelo de la mirada de Caeiro. No obstante, importantes matices distinguen una mirada de la otra: en principio se trata de una mirada de adulto, puesto que se asemeja a la de los griegos; esa mirada va incluso más lejos, dado que representa “la reconstrucción íntegra del paganismo, en su esencia absoluta, lo que ni griegos ni romanos, quienes la han vivido sin pensarla, lograron hacer” (Ricardo Reis)

Además, aunque la visión de Caeiro sea identificada sin cesar con la del “primer hombre”, ella no surge sino al final de un largo proceso histórico, una vez acontecidas las civilizaciones, griega, romana y judeo – cristiana. Su misma obra, escribe Reis, no resulta de la elaboración consciente o de la reflexión sobre culturas pasadas. “Ignorante de la vida y casi ignorante de las letras, casi sin frecuentar a los hombres y casi sin cultura, Caeiro realizó su obra gracias a un proceso imperceptible y profundo, como el que dirige, a través de las consciencias inconscientes de los hombres, el desarrollo lógico de las civilizaciones”.

La obra de Caeiro incorpora la mirada del primer hombre una vez se han  construido y destruido  las civilizaciones que se han sucedido en Europa. él no tuvo que aprender y desaprender: es el resultado espontáneo de todo ese proceso, halla la visión de la infancia y la del alba de la humanidad como si todas las miradas adultas de la historia se hubiesen metabolizado naturalmente – es decir, aprendido y desaprendido – en él. De ahí la carga crítica que esta poesía lleva en sí misma, su efecto revolucionario sobre los espíritus que se acercan e impregnan de ella; de ahí que Caeiro sea capaz de escuchar y comprender las más finas sutilezas del pensamiento especulativo (apartándose por completo de él, como si hubiese un pensamiento infantil para el uso de los adultos).

Para alguien diferente a Caeiro, el aprendizaje de la ciencia del ver resulta penoso y laborioso. Pues el principio “simplemente hay que ver” se revela mucho más complejo de lo que parece a primera vista. Ahora bien, el lector de Caeiro – yo soy uno de ellos – no puede acceder al ‘ver’ ahorrándose la complejidad. En un sentido, debe rehacer por sí mismo el camino de esta historia que condujo a Caeiro.

Cabe preguntar entonces: “¿qué es ver, para Alberto Caeiro?” centrando nuestra indagación en dos preguntas. La primera, se enuncia así: ¿en qué consiste el ‘objetivismo absoluto’ que Caeiro reclama como suyo? ¿En qué sentido su visión del objeto puede ser llamada ‘objetiva’ si ella no comporta ninguna determinación del saber científico? Al mismo tiempo, no accedo a dicha objetividad sino a condición de que mi mirada alcance la simplicidad y claridad extremas, aquellas de las que sólo yo soy capaz, en resumen, sino en el momento en que alcance una suerte de subjetividad pura, despojada de cualquier determinación empírica, sentimental o emocional. He aquí una objetividad a la vez no objetiva (en el sentido de no científica) y no – subjetiva (al modo de un yo empírico): ¿Cómo llegar a comprender esta doble no – determinación paradójica que se aloja en el corazón mismo de una relación con  el objeto (ver)?

Esta pregunta supone otra: ¿qué es este objeto que la visión devela en su singularidad absoluta? No se trata de un objeto tan sólo pensado, sentido o vivido; y, sin embargo, ni el pensamiento ni la sensación están ausentes de la visión del objeto. Si lo estuvieran, el objeto no sería percibido. ¿Qué transformaciones sufren éstas para que la percepción aprehenda un objeto absolutamente singular y, no obstante objetivo? El problema se torna aún más complejo si se lo mira desde otro ángulo: ¿en qué consiste ese real absoluto que, como lo indican con entera claridad los poemas inconjuntos, escapa al tiempo, al momento en que es visto? ¿Qué es una singularidad por fuera del tiempo sin que ella sea ideal?

Preguntas difíciles y embrolladas que suponen en alguien que no sea Caeiro una oscuridad fundamental dado que los polos opuestos, subjetivo – objetivo, singular – universal, parecen estar al mismo tiempo presentes y ausentes de la visión del objeto.

3

Hay un texto en El libro del desasosiego que puede ayudarnos a responder esas preguntas. Se trata del célebre fragmento en que se halla la expresión “ver al policía como Dios lo ve”. En ese texto Bernardo Soares opone una visión de la Realidad absoluta a la que está a punto de acceder, a la visión banal de la vida en la que recae cuando suena la hora en las campanas de una iglesia. La primera visión es la de Caeiro: todo lo indica, las palabras empleadas para caracterizarla u oponerla a la visión común, son las mismas que emplea el maestro. Un solo ejemplo: el fragmento termina con la descripción de la vida banal: “avanzo lentamente, ya muerto, y mi visión no es ya la mía, no es ya nada: tan sólo la del animal humano que heredó involuntariamente de la cultura griega, del orden romano, de la moral cristiana y de todas las demás ilusiones que forman la civilización en la cual tengo sensaciones”.

El interés que tiene este texto se debe a que hace referencia a un estado intermedio, inestable, entre la visión – Caeiro y la del sentido común; se puede incluso seguir el movimiento que lleva de una a la otra.

Resumiré del siguiente modo la sucesión de estados – de espíritu y de visión – de Bernardo Soares.

A. El día despunta: las cosas surgen una a una, los movimientos de los ‘peatones’ se separan unos de otros y de este modo aparecen ante la mirada del narrador quien emplea expresiones muy caeiranas para describir el estado de las cosas antes del despertar: “Las tiendas, a excepción de las lecherías y los cafés, no han abierto aún pero el reposo no está hecho de torpor como el del domingo; está hecho tan sólo de reposo. Hay una bruma ligera”.

B. He aquí el tipo de visión que corresponde a este estado de cosas: “navego, sin otra atención que la de los sentidos, sin pensamiento ni emoción. Me levanté temprano; bajé a la calle sin prejuicios. Observo como quien medita. Veo como quien piensa”. Reconocemos sin dificultad la manera de ver de Caeiro: él siente con sus pensamientos, no posee emociones subjetivas y autónomas; por completo abstractas, sus sensaciones se confunden con sus ideas.

Pero, lo que sigue en el texto, muestra que la visión de Bernardo Soares no es pura: contiene elementos subjetivos: “soy como alguien que piensa. Y una bruma ligera de emoción se dirige hacia mí de un modo absurdo”.

De hecho, es esa bruma la que impide a la visión de Soares convertirse en la pura visión de Caeiro, la cual describe así: “Creí que no hacía más que ver y oír, que no era sino un reflector de imágenes dadas, una pantalla blanca en que la realidad proyecta colores y luces en lugar de sombras”.

C. La descripción de la visión que muestra la intensificación de los elementos ya referidos: ruidos, luces, pasos lentos, carreras; surgen otros movimientos, “la oscilación de los panaderos, vueltos monstruos a causa de sus cestos”. Se alcanza un umbral de intensidad a partir del cual la visión puede bifurcarse y tomar la dirección, bien sea de la objetividad absoluta de Caeiro, o bien de la banalidad del tiempo cotidiano. De hecho el texto presenta ambas direcciones, una en forma de deseo, llevaría a la intensificación última de la visión desnuda de las cosas – “ver al policía como Dios lo ve” –; y la otra a la que en últimas llega el narrador: “me despierto de mí por el hecho banal de tener horas”.

El umbral marca la posibilidad de un vaivén desde la visión impersonal, objetiva y naciente de las cosas hacia una visión que las agrupa, las viste y les da un sentido. Es el “momento invisible de la ascensión del día” que anuncia esta “contemplación de todo como si yo fuera el viajero adulto que arriba hoy a la superficie de la vida”, que el narrador desearía poseer.

Se trata de un umbral de máxima intensidad de “partes sin un todo”: movimientos singulares que se separan y distinguen unos de otros, “igualdad divergente de las vendedoras”; “colores que divergen más que las cosas”; movimientos de los lecheros que hacen sonar sus “cántaros desiguales”, etc.: todo diverge, todo se diferencia en el movimiento más y más rápido del surgimiento de las cosas. Por este camino, se corre el riesgo de una dispersión completa, de una fragmentación esquizofrénica de las cosas. Pero es el riesgo que asume todo arte, y en particular el arte de la visión de Caeiro. ¿En qué consistiría la visión extrema, última, de ese mundo diferenciado, de ese mundo de singularidades? “¡Cuánto desearía – lo siento en este momento – ver esas cosas sin tener con ellas otra relación que verlas, simplemente – contemplar todo eso como si fuera un viajero adulto que llega hoy a la superficie de la vida! No haber aprendido, desde el día de mi nacimiento, a dar sentidos recibidos a todas esas cosas, ser capaz de verlas en la expresión que poseen en sí mismas, arrancadas de la que se les ha impuesto. Poder conocer la vendedora de pescado en su realidad humana, independiente de que se llame pescadera y del hecho de saber que existe y vende pescado. Ver al policía como Dios lo ve. Tomar consciencia de todo por primera vez, no apocalípticamente, como una revelación del Misterio, sino directamente como una floración de la Realidad” (4)

He ahí el modo de ver de Alberto Caeiro.

D. En una última fase, esta visión, o lo que ella anunciaba en la mirada de Soares, se disuelve, se desvanece de golpe. Suena el reloj y la bruma exterior se filtra en  el alma del narrador y en el “interior de las cosas”. “Perdí la visión de lo que veía. Mientras veía me he quedado ciego. Siento las cosas con la banalidad del conocimiento. Y eso no es ya la Realidad, es tan sólo la vida. Sí, la vida a la que pertenezco y que también me pertenece; y no ya la Realidad que no pertenece sino a Dios o a sí misma, que no contiene ni misterio ni verdad, y que, puesto que es real, o finge serlo, existe en alguna parte, fija, libre de ser temporal o eterna, imagen absoluta, idea de un alma que sería exterior”.

La bruma representa, a la vez, la pantalla que impide ver y lo que prolonga mi alma en el interior de las cosas. La bruma es el polvo de la civilización que viste las cosas de conocimiento, impidiendo que aparezcan desnudas, tal y como son. ¿Y cómo son las cosas cuando aparecen desnudas, como el primer día?

4

Se pueden ya adelantar algunos de los rasgos característicos de la visión de Caeiro y del proceso que conduce a ella:

a. Ver las cosas tal como son es verlas despojadas de las significaciones que han grabado en ellas la cultura y las civilizaciones. Es verlas desnudas, en su pura existencia. “Las cosas no tienen significación: tienen existencia”, escribe Caeiro.

b. De este modo, Caeiro opone significación a existencia., así como opone artificial a natural, conocimiento a realidad. La significación procede del hecho de que el pensamiento liga las cosas unas a otras, creando así totalidades de sentido. Ver las cosas en su realidad implica la fragmentación de conjuntos significantes: he ahí el principio primero de la deconstrucción de la cultura, el primer elemento de la ciencia del ver.

¿Qué es desaprender? Es actuar sobre el sentido constituido a fin de desagregarlo; se despeja así el terreno sobre el que recaerá la visión. Se trata de dos momentos, uno negativo y otro positivo y que, no obstante, coinciden: se ve más y más, conforme y en la medida en que se desestructura.

Variadas técnicas, algunas de las cuales son inventariadas por Bernardo Soares, llevan a la fragmentación de la visión: sobre todo las del sueño a través de estados particulares como el tedio, la fatiga, el insomnio. No parece que Caeiro preconice una sola de estas técnicas. Toda su técnica parece condensada en su poesía: su escritura tiene una fuerza tal que destruye las significaciones más sólidas, abriendo la mirada a la realidad desnuda de las cosas. Su lenguaje niega las determinaciones habituales de los objetos vistos, induciendo a la vez una visión absoluta, como la de Dios que ve al policía.

c. Fragmentar, separar, singularizar las cosas, lleva  a diferenciarlas unas de otras: “Comprendí que las cosas son reales y diferentes unas de otras/Comprendí eso con los ojos, nunca con el pensamiento. /Comprender eso con el pensamiento sería hallarlas todas idénticas”, escribe Caeiro. Existir es ser diferente. Recíprocamente, sólo lo diferente existe, pues lo que no es diferente no es singular, simplemente no es.

Ver las cosas tal como son, implica verlas en su diferencia o singularidad. Pero, ¿cómo ver una cosa en su diferencia si ésta no comporta ninguna significación? La diferencia, ¿no es por definición indecible e inexpresable? Indecible, sin duda, pero no inexpresable.

En todo caso, esta dificultad mayor para quien interroga a Caeiro, no lo es para el maestro, quien nunca se pregunta eso. Ella nos lleva al núcleo de su ciencia del ver, al corazón del mutismo propio del acto de ver.

No es posible ver la cosa singular si entra en relación con otra: se la vería a través de una significación. Por una razón idéntica no podría vérsela ligada a un yo – sujeto:ella y yo perderíamos nuestras singularidades respectivas en provecho de un sentido común (de ese modo yo proyectaría en ella significaciones ‘ocultas’,como dice Caeiro, ‘interpretaciones’).

Pero, de otro lado, no sabría ver la realidad de las cosas si las viera separadas del resto. Como explica el maestro a Fernando Pessoa en las Notas para recordar a mi maestro Caeiro: “Ser real implica la existencia de otras cosas reales, porque nada puede ser real aisladamente. Y como ser real es ser alguna cosa diferente del resto de las cosas, es ser diferente del resto”.

Aparece aquí una suerte de impasse: ¿cómo ver una cosa teniendo y a la vez no teniendo relación con ella?

d. La respuesta a esta pregunta nos abre a la ontología de la diferencia de Alberto Caeiro. Resumámosla en tres principios:

1. Lo único ‘decible’ de un ser (de un ente) en su singularidad, en su diferencia, es su existencia (o su realidad, su ser).

2. Lo que relaciona los seres (entes) unos con otros, es una no – relación: la existencia.

El tercer principio se deriva naturalmente de los dos anteriores:

3. El ser se dice en un solo sentido de todos los entes: es. Ser es simplemente ser.

La univocidad del ser obsesiona la poesía de Caeiro: “Para mí, que no tengo sino ojos para ver, /veo ausencia de significación en toda cosa / Lo veo y me amo, porque ser una cosa es no significar nada / Ser una cosa es no ser susceptible de significación”.

Así, el ser de una cosa será lo que la mirada vea en ausencia de toda significación: y lo que ella ve es la existencia de la cosa. “Basta existir para estar completo”. “La sorprendente realidad de las cosas / He ahí lo que descubro cada día / Cada cosa es lo que ella es”.

¿Es necesario decir que las cosas no tienen sentido? Pero Caeiro escribe: “El único sentido íntimo de las cosas / Es que no tienen ningún sentido íntimo”. O, incluso: “Las cosas no tienen significación: tienen existencia. / Las cosas son el único sentido oculto de las cosas”.

Lo que se presenta aquí en forma paradójica, de hecho enuncia la univocidad del ser: la existencia no reemplaza la significación, ella es el único “sentido” del ser que es más que sentido, puesto que es el ser. He ahí por qué el lenguaje no basta para “decirlo”, es necesaria la visión; he ahí por qué los versos de Caeiro son más que versos, nacen como los árboles, crecen con la misma naturalidad que las plantas; he ahí por qué el sentido se da en el acto de sentir: “…comer un fruto es saber su sentido”.

Si la existencia no tiene que tomar el lugar de la significación es porque, en un sentido, ella la reabsorbe en ella misma o la incorpora y de ese modo la transforma. Lo cual quiere decir que la tensión entre el sentido y la existencia revela su parentesco: la significación no basta por sí misma, busca siempre rebasarse en un reenvío incesante a otras significaciones. La existencia, tal y como es aprehendida por la visión de Caeiro, detiene ese juego: no porque comporte un sentido total, o el sentido del Todo, sino porque satisface, en otro plano, lo que el sentido exigiría. 

El sentido exigiría el Todo: la existencia proporciona la “parte”, o “las partes”, o “la cosa singular”. El sentido querría la conexión, la relación, la existencia abre la separación, la no – relación. No obstante, no – relación no quiere decir ruptura, sino completitud. 

“Basta existir para estar completo”: lejos de apuntar hacia una totalidad auto suficiente, la visión capta la singularidad de cada cosa, lo que es en sí misma (fuera de toda significación común); o aún más, la visión capta cada cosa en su diferencia pues una cosa no es ella misma sino en su pura existencia. Ver es aprehender la existencia de una cosa, es decir, su singularidad. En resumen, cada cosa existe o es lo que es y eso constituye toda su singularidad. El ser se dice en un solo “sentido” de cada cosa y, no obstante, ese “sentido” es otro cada vez, se hace otro encarnándose en una cosa singular, permaneciendo el mismo: el del ser o de la existencia. El ser se dice en un solo sentido paro hay diferentes modos de decirlo.

Pero, ¿cómo puede una cosa condensar toda su singularidad en su existencia, sin compartir con las demás cosas ese mismo sentido de “existencia” que le otorga su singularidad? La “existencia”, ¿no se convierte así en un género común, un atributo universal, una “significación”? Y, ¿esta existencia que hace singular cada cosa: no es lo no compartible por excelencia? El ser se diría en una infinidad de sentidos y la teoría de su univocidad parecería quedar comprometida.

Es eso precisamente lo que impugna Caeiro; a todo eso respondería: ustedes se colocan aún en el plano de la significación pura. Por el contrario, si se trata de existencia, se trata de visión. Hay que callar la especulación filosófica, situarse en un punto de silencio (del que brota la visión) para comprender de qué modo la “existencia” es a la vez ese “sentido” en el que el ser se dice unívocamente, y lo que hace surgir la cosa en sí misma, en su singularidad, despojada de toda significación.

Lo que aquí se patentiza es toda una idea del proceso de individuación presente en la concepción de Caeiro. En el terreno de la ontología, el ser o la existencia no es una determinación o atributo sino lo que hace que una cosa sea lo que es, lo que hace que todas las cosas sean diferentes unas de otras. Ahora bien, la existencia es para Caeiro, la existencia natural: si se deja a la vida ser, sin apresarla en significaciones, se hace evidente que ella no necesita de ninguna determinación para afirmarse. Dejar afirmarse la vida o la existencia es dejarla diferenciarse, singularizarse. He ahí el rasgo diferencial de la mirada de Caeiro.

Pero, ¿cómo no caer en una visión por completo fragmentada, dispersa en cosas diferentes? ¿Cómo no aislarlas unas de otras, y aislarlas  de mí, si afirmo radicalmente su singularidad y mi diferencia?

La no relación que implica la mirada de Caeiro, se acompaña paradójicamente de un acoger con afecto a las cosas, y de la armonía de la naturaleza: “Amo la piedra porque es una piedra, / la amo porque no siente nada, / la amo porque no tiene ningún parentesco conmigo”.

¿Acaso es ésta una nueva relación que se instaura más allá de esa no – relación?

El amor de Caeiro por las cosas no significa fusión, menos aún proyección o identificación. Por el contrario, ese amor afirma un principio primero de diferenciación al interior del sujeto mismo; porque soy en mí algo distinto a mí, amo la piedra distinta a mí. Es mi diferencia conmigo lo que me hace amar la piedra en tanto diferencia exterior a mí. Dado que siempre estoy fuera de mí, yo que aspiro a la exterioridad absoluta.

De este modo, es la no – relación o la diferencia con las cosas de la naturaleza lo que me permite experimentar y sentir las “sensaciones verdaderas” de las que soy el “Argonauta”; es también ella la que funda la capacidad única de Caeiro de devenir otro, devenir piedra, planta, cosa natural. La no – relación hace posible, no una relación de unión, sino un proceso de devenir. He ahí por qué Caeiro se siente vivir como ser natural, “a ras de la naturaleza”, “vivir por vivir” sin otra razón que vivir…Ser natural es ser diferente, ser sí mismo y singular, ser real y aceptarse en su diferencia.

Se comprende que la poesía de Caeiro afirme sin cesar la diferencia: ella constituye un “código” (que no obstante se niega en tanto tal) de interpretación de la diferencia, por decirlo así. Es ese “lenguaje” de la diferencia, que no es un lenguaje, lo que enuncia Caeiro: “porque no soy más que esa cosa seria, un intérprete de la naturaleza, / porque hay hombres que no comprenden su lenguaje, / porque ella no es ningún lenguaje”.

La naturaleza no tiene lenguaje y ese su/ese lenguaje (el hecho de que no haya uno) es lo que descifro con mis poemas. Ellos dicen tan sólo la univocidad del ser en mi ontología de la diferencia:

La sorprendente realidad de las cosas

Es mi descubrimiento de cada día.

Cada cosa es lo que es

Y es difícil explicar a alguien cuánto me alegra eso

Y hasta qué punto me basta.

 

Basta existir para estar completo.

 

Escribo muchos poemas

Escribiré muchos más de seguro.

Cada poema mío dice eso,

Y todos son distintos

Porque cada cosa que hay es un modo de decir eso.

5

Volvamos a nuestra pregunta: ¿qué es ver? ¿De qué modo la visión de Caeiro contiene el principio de individuación y diferenciación que le permite ver cada cosa en su realidad singular, la que le ofrece su existencia desnuda?

Remitámonos al texto citado del Libro del desasosiego, en el momento en que se intensifica la percepción de las cosas. Podrían distinguirse dos planos de intensificación: a) aquel en que se acentúa el movimiento de diferenciación, en que se aceleran las series divergentes – movimientos de pasos y siluetas, de colores y formas; b) y aquel en que las cosas, tomadas una por una, ganan más y más individualidad, una individualidad cada vez más singular, más y más “impersonal y pre individual” (Deleuze): se trata de detalles, percepciones parciales que se aíslan más en la visión de conjunto: es el “paso rápido y ágil de la vendedora de pescado”, la oscilación de los panaderos, los “colores que se diferencian más que los objetos”. Esos detalles importan más que el todo, y despojan de humanidad a las percepciones: es el paso de las vendedoras más que las vendedoras, la monstruosidad de las siluetas de los panaderos, los colores separados de los objetos, las llaves, “huecas y absurdas”. Se trata de singularidades  pre – individuales que asumen aquí toda una pregnancia perceptiva: “paz a todas las cosas pre humanas, incluido el hombre”.

Es claro que ambas series se interfieren: mientras más se acelera el movimiento de las cosas, horizontalmente, más resaltan sus detalles y se autonomizan. Pero, de otro lado, esas dos series pueden entrar en discordia: su movimiento horizontal tiende a la vez a ligarlas unas con otras, a dotarlas de sentido y unidad, a contrarrestar  el movimiento de autonomía y de aislamiento de cada objeto. En resumen, las series divergen y a la vez pueden de golpe converger. La frase que concluye la descripción de esta etapa de la visión lo muestra de un modo contundente: “los agentes de policía se estancan en los cruces, desmentido inmóvil de la civilización en el invisible ascenso del día”. En los cruces, es decir, en los entre cruzamientos de las series de movimientos, ahí donde se arriesga que se produzcan conexiones, los agentes cuya percepción ataviada de civilización se opone al movimiento del alba, es decir, de diferenciación de las cosas, se quedan inmóviles – o cabría agregar: como unidades de sentido y esencias universales.

Ahora bien: ¿en qué consiste el movimiento de diferenciación y singularización de las cosas?

Mientras una cosa es más ella misma, más diferente es, dado que la intensificación de la singularidad implica la intensificación de todas las diferencias. Ver al policía como Dios lo ve, es ver directamente, sin la mediación del conocimiento y la cultura, los cuales lo cubren de signos y significaciones; ver directamente, es “poder conocer la vendedora en su realidad humana, independiente del hecho de que existe y vende pescado”. ¿Independientemente del hecho de que existe? ¿No se contradice Pessoa en este punto? ¿Acaso no ha afirmado sin cesar que para Caeiro la única realidad es la existencia? “Las cosas no tienen nombre ni personalidad: / Existen”; “simplemente existir”, ¿acaso no es la única forma de realidad? Pero he aquí que, en ese texto del Libro, en el que Soares describe la visión de Caeiro, se habla de una realidad otra que la puramente empírica. Ver la vendedora despojada de su existencia empírica. En esta formulación extrema del “objetivismo absoluto” de Caeiro, se reivindica una visión meta – empírica de la realidad. ¿Cómo entenderla de un modo más exacto?

En primer lugar, insistiendo en que la visión de Caeiro no coloca un objeto ahí, ante un sujeto: por el contrario, el objeto sólo es visto en una relación “primordial” a un sujeto, pero de tal modo que éste desaparece en tanto sujeto de un alma o un interior. Las cosas vistas no lo son por el sujeto habitual de la percepción: éste oculta un yo interior que lleva consigo todos los fárragos de la subjetividad – sentimientos, emociones, voliciones, humores. En cambio, la visión de Caeiro supone “un alma por completo exterior”: “Mi alma no puede ser definida sino por términos de fuera” escribe Caeiro y aún más: “Me falta la simpleza divina de no ser por completo más que mi propio exterior”.

La visión de Caeiro supone: a) una relación inmediata de un ver que “no tendría con las cosas otra relación que verlas”; b) una realidad no empírica de la cosa que se descubre en su desnudez primera, realidad que podría definirse como “virtual” y que Pessoa llama en otros textos “abstracta”. Sin embargo, aunque no empírica, ella se abre a la visión y a los sentidos; a una visión que sería como un “reflector de imágenes recibidas, una pantalla blanca en la cual la realidad proyectaría colores y luces en lugar de sombras”, en resumen, la visión de un alma que sería exterior, o de un pensamiento que sería pura sensación.

En esa relación inmediata y por completo externa, entre la realidad de la cosa y el cuerpo que sería al mismo tiempo alma (un alma exterior), el objeto se liberaría sin que la menor proyección de subjetividad venga a enturbiar su percepción absolutamente objetiva.

De este modo, cuando Caeiro escribe expresiones como: “No tengo filosofía: tengo sentidos…” o: “mis pensamientos son todos sensaciones”, hay que escuchar “sentidos” y “sensaciones” como haciendo parte de un “alma exterior”, es decir, de un sujeto completamente des subjetivado. Mal haríamos en intentar representarlo, pero si se piensa en que Caeiro es el mayor viajero en las sensaciones (Argonauta de las sensaciones verdaderas), sensaciones que no engañan (porque no son subjetivas), podemos hacernos a una idea de la forma en que siente: “pienso como alguien que siente”, “mis pensamientos son sensaciones”. Ve el objeto con sensaciones abstractas, enteramente objetivadas; y de ese modo puede verlo despojado de toda subjetividad, como algo por completo exterior, “ser real quiere decir no estar dentro de mí”, afirma un poema de Caeiro.

He ahí por qué no es fácil acceder a la visión puramente objetiva, a la visión de un objeto real, exterior y singular: hemos heredado un alma que proyecta su interior sobre las cosas, cubriendo de un vestido lo empírico. La visión objetivista no apunta a lo empírico sino a un real percibido por sentidos no subjetivos, un alma exterior que tornaría al objeto del todo exterior. Lo empírico se desarrolla aún en base a determinaciones interiores, sólo lo virtual o lo abstracto aparece desnudo. Un virtual que sería actual, actualmente percibido; un abstracto que sería singular y concreto – he ahí la extraña visión del objeto según Caeiro: una suerte de intuición intelectual de los sentidos.

Fuente

Tomado de Colloque de Cerisy, Christian Bourgois éditeur, 2000.

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