SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 issue47Philosophical Letters: Friendship and SimplicityContributions to a hermeneutical phenomenology of the mystic author indexsubject indexarticles search
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

Related links

  • On index processCited by Google
  • Have no similar articlesSimilars in SciELO
  • On index processSimilars in Google

Share


Estudios de Filosofía

Print version ISSN 0121-3628

Estud.filos  no.47 Medellín Jan./June 2013

 

ARTÍCULOS DE INVESTIGACIÓN

 

Paul Valéry y sus reflexiones biologicistas sobre la estructuración, fragilidad y contingencia de la vida*

 

Paul Valéry and his biologicist reflections about restructuring, fragility and contingency of life

 

 

John Fredy Ramírez Jaramillo**

** Grupo de investigación Teoría e Historia del Arte en Colombia Departamento de Artes Visuales Facultad de Artes Universidad de Antioquia Medellín, Colombia E-mail: jframija@yahoo.com

 

Fecha de recepción: 22 de septiembre de 2012 Fecha de aprobación: 20 de abril de 2013

 


Resumen.

Este artículo analiza los argumentos biologicistas a través de los cuales Paul Valéry interpreta el fenómeno de la vida. Para ello, se empieza por mostrar el poder creativo que revela la naturaleza en virtud de las leyes de estructuración y orden que comienzan a hacerse visibles a nivel de las estructuras moleculares que dan forma al universo. Después de eso, se estudia la redefinición que el autor hace del concepto de materia, a la luz de los hallazgos científicos alcanzados en su época. Luego, son expuestas las características esenciales de la vida, determinadas por la integración complementaria entre la ley de conservación y la ley de transformación de la naturaleza. Asimismo, son presentados los planteamientos por los cuales el fenómeno de la muerte es tomado como una propiedad característica de la vida, al igual que los argumentos por los cuales la vida es considerada como producto del azar. Finalmente, se hace referencia a la precariedad y finitud de la vida, explicitadas por Valéry desde la teoría del evolucionismo.

Palabras clave: Paul Valéry, vida, estructura, materia, ley de conservación, ley de transformación, muerte, proliferación, reproducción, azar, finitud.


Abstract.

This article analyzes the biologicist arguments through which Paul Valery interprets the phenomenon of life. To this end, we first show the creative power that nature reveals under the laws of restructuring and order which begin to be visible in the molecular structures that give shape to the universe. After that, the redefinition that the author does of the concept of material is examined in the light of the scientific findings reached in his time. Then, the characteristics essential to life are presented and determined by the complementary integration between the conservation and transformation laws of nature. In the same way we present the statements for which the phenomenon of death is taken as a characteristic of life; in the same way that the arguments for which life is considered a random product. Finally, the scarcity and finiteness of life are presented, which are explicitly stated by Valery based on evolutionist theory.

Key words: Paul Valéry, life, structure, material, conservation law, law of transformation, death, growth, reproduction, randomness, finitude.


 

Introducción

A lo largo de su vida, Paul Valéry mostró un gran interés por los estudios científicos partiendo de las matemáticas, pasando por la física y la química hasta alcanzar la biología. En sus ensayos y en muchas de las anotaciones de sus famosos Cuadernos, es habitual encontrar reflexiones que pretenden dilucidar, o bien cuestionar, teorías científicas de los más diversos órdenes. Es así como lo vemos transitar los terrenos de las ciencias exactas, de la termodinámica, de la biología molecular, de la física cuántica, del evolucionismo, de la reproducción y otras tantas áreas del conocimiento científico, haciendo aportes aquí y allá de una extraordinaria riqueza reflexiva. De hecho, resulta pertinente indicar que muchas de esas apreciaciones sirvieron para apoyar y fortalecer algunas de las teorías, descubrimientos y debates que, como lo recuerda Judith Robinson (1983), alcanzaron a darse durante su época en tales ámbitos.

Este escrito se propone brindar un análisis del modo como Valéry interpreta el fenómeno relacionado con el surgimiento, conservación y transformación del sistema viviente. Para ello tomaremos las apreciaciones que sobre estos tópicos aparecen a lo largo de sus escritos publicados y en sus Cuadernos. La tesis que orienta el presente trabajo pretende demostrar que las reflexiones valerianas sobre los distintos mecanismos a partir de los cuales se consolida el sistema de conservación y crecimiento de la naturaleza viviente, tienen como objeto primordial configurar una noción del fenómeno de la vida donde, a la par que se pretende acentuar su principio de regularidad y orden, se pone de presente el carácter frágil y contingente de su propia existencia. Para este propósito la exposición la dividiremos en cinco secciones. La primera tendrá por objeto presentar la relación que existe entre el mecanismo funcional de la vida y la organización estructural de la materia. En la segunda sección abordaremos el concepto valeriano de materia, mostrando que esta noción es concebida en unos términos similares a los que la física atómica y cuántica de comienzos del siglo XX empieza a describirla. Aquí explicitaremos, además, las razones por las cuales Valéry mantiene que la vida es inseparable de la materia. En la tercera parte presentaremos la interpretación que el autor hace de la potencia de conservación y la potencia de transformación, entendidas como dos principios que operan de forma integrada para el sostenimiento de la vida. En las restantes dos secciones analizaremos, respectivamente, las razones valerianas por las que la muerte es tomada como una de las características de la vida, y los aspectos que determinan el carácter contingente y finito de ésta.

 

1. Las pautas de estructuración y organización de la naturaleza

En Valéry existe una preocupación por explorar las diversas dimensiones en que se presenta la problemática de la forma. Indudablemente, donde más se observa su reflexión al respecto ha sido en el terreno de la estética, del arte, del lenguaje y de la filosofía (Rey, 1997). No obstante, esta inquietud también la ha trasladado a sus estudios sobre la fenomenología de la realidad sensible y, más específicamente, a sus análisis sobre la exterioridad e interioridad morfológica de la naturaleza. Como Goethe, admite que el surgimiento y desarrollo de las formas organizadas de la naturaleza se encuentra gobernado por una idea de sistema o principio organizador. El ejemplo más sobresaliente que le permite abordar este razonamiento, lo encontramos en su ensayo ''El hombre y la concha'' donde, a través de una lúcida intuición, pone en evidencia la estrecha relación que existe entre la contemplación estética y las formas naturales interpretadas como resultado de una capacidad productiva de tipo morfogenético (Petitot, 1995).

Resulta pertinente recordar que la reflexión sobre la génesis de la forma de los organismos se remonta a Aristóteles (2010), quien plantea la existencia en la naturaleza de dos grandes tipos de procesos dinámicos: por un lado, estaría el relacionado con el movimiento físico de los cuerpos y, por otro, el asociado con el proceso de la embriogénesis o desarrollo morfogenético de los organismos. Sin embargo, la importancia aristotélica de esta última clase de movimiento sólo puede entenderse en la medida en que se inscriba dentro del principio biológico fundamental de la forma. Para Aristóteles, en efecto, la organización de la materia se halla indisolublemente condicionada por la regulación de la forma (Nuño, 2005). Ahora bien, la vigencia de este planteamiento biológico por el cual se da cuenta de un principio de estructuración que opera en la naturaleza, vuelve a aparecer en el siglo XX en filósofos de la talla de Henri Bergson y John Dewey. Precisamente, en La evolución creadora, Bergson recuerda la existencia de una cierta organización en la naturaleza que se traduce a través de la regencia de unas leyes, y en una figuración de la materia partiendo de unos órdenes geométricos: ''No se puede describir el aspecto del objeto —señala— sin prejuzgar acerca de su naturaleza íntima y su organización. La forma no es completamente aislable de la materia'' (Bergson, 1963: 606-607). De igual modo, Dewey (2008), al reflexionar sobre el germen del equilibrio y la armonía vital, mantiene que, a partir de los niveles más elementales de la naturaleza, hay una tendencia interna que va más allá del mero flujo y cambio, cuyo propósito consiste en establecer relaciones de orden. Considera que este orden tiene, por demás, un carácter activo ya que incluye dentro de su movimiento de tensiones y equilibrios, una mayor posibilidad de entrelazamientos, sostenimientos, cambios y expansiones orgánicas.

Valéry se siente fuertemente atraído por la exploración que la física molecular de su época ha hecho del orden inmanente del mundo. Justamente, una de las razones por las cuales desde su juventud expresa una gran admiración por Lord Kelvin, se debe a los estudios que este destacado físico británico adelanta respecto a la constitución molecular de la materia (Kimura, 2007). A su juicio, uno de los méritos más notables de dicho científico consistió en haber reemplazado la idea del átomo, concebido en el pasado como un elemento inerte, por un mecanismo complejo ''que se convierte en una construcción lo bastante perfeccionada como para cumplir las muy diversas condiciones que debe cumplir'' (Valéry, 1987: 58). Así pues, esta idea de estructura conduce a una noción del universo y de la vida entendida en términos de simetrías, de equilibrios o, como el mismo Lord Kelvin lo refiere, de ensamblajes isótropos.

A su vez, Valéry reconoce que el proceso evolutivo de la vida adquiere mayor sentido de clarificación cuando las transformaciones estelares y planetarias son analizadas a partir de la cadena de transformaciones de las estructuras moleculares. Observa que en este infinito proceso de disoluciones y ensamblaje de formas, participa el carácter inventivo de la naturaleza: ''La vida ligada a la constitución de edificios moleculares complejos y a la evolución de esos edificios, por reacciones específicas nuevas. Invención'' (Valéry, 1974: 746).

De manera paralela al carácter organizativo de la vida —que se ve definido en el crecimiento y producción de la naturaleza hasta en sus más mínimos detalles—, Valéry destaca el proceder aparentemente espontáneo y no reflexivo que acompaña dicha impulsión: ''La maravilla de la vida reside en la combinación de la espontaneidad aparente y de la organización'' (Valéry, 1974: 726). En el ensayo ''El hombre y la concha'', el autor va a recordar, incluso, que ambos aspectos constituyen cualitativamente el rasgo por el cual se distingue y diferencia el modo de producción de la naturaleza con respecto al modo como el hombre fabrica sus objetos.

Valéry estima que el sentido de la vida, analizada desde sus manifestaciones más simples, debe ser hallado a partir de una teoría materialista. La toma de partido en favor de este criterio la justifica, entre otras cosas, aduciendo que es un modo de conocimiento que indaga en los fenómenos, y que exige además establecer una relación fundamental con la observación y la experiencia (Ducol, 2004). Considera el autor que este criterio, a diferencia del idealismo y del espiritualismo filosófico —en el que se inscribiría Bergson—, permite desarrollar una reflexión más precisa que va más allá del mero juego del lenguaje, obligando por esta misma razón al pensamiento ''a desplegar una ingeniosidad extraordinaria'' (Valéry, 1973: 619).

Justamente, uno de los ámbitos donde observa incrementado este esfuerzo de interpretación motivado por el conocimiento materialista de la realidad, es en el estudio de las estructuras moleculares que dan forma a la totalidad del universo. Valéry descompone toda la variabilidad de cosas, sustancias, fenómenos y seres que existen en el mundo inorgánico y orgánico, hasta convertirlos en conjuntos y redes de estructuras atómicas. Así, desde esta perspectiva puramente molecular, la vida queda reducida a una infinita y compleja estela de constelaciones de átomos: ''A escala atómica, no hay seres vivientes ni otros —un átomo de hidrógeno no sabe si compone un océano, un cerebro, una atmósfera'' (Valéry, 1974: 762). No obstante, llama la atención mostrando que, tras este fraccionamiento e indiferenciación cualitativa de las formas visibles, surgen ahora nuevos problemas de indagación en torno al desciframiento de combinaciones de vectores de fuerza, de resistencias y de enlaces simétricos.

Valéry toma la naturaleza como una fuente de conocimiento que, a partir de sus distintos modelos estructurales y geométricos dados a nivel microcósmico, otorga pautas que permiten pensar en un principio integral de orden que se manifiesta y extiende en un grado más complejo a medida que se avanza en la definición del reino orgánico de la naturaleza (Celeyrette, 1987). Para el autor, en efecto, el mundo natural está tejido de disposiciones regulares que se distribuyen de manera desigual en todos sus reinos. Tal argumentación la ejemplifica en los siguientes términos:

El mundo está irregularmente sembrado de disposiciones regulares. Los cristales lo son; las flores, las hojas; muchos ornamentos de estrías, de manchas sobre la piel, las alas, los caparazones de los animales; las huellas del viento en la arena y el agua, etc. (Valéry, 1987: 34).

No obstante, encuentra que estas múltiples combinaciones regulares y simétricas de la naturaleza son las que le han permitido a la inteligencia humana tener un acercamiento relacional, clasificatorio y, por lo tanto, comprensible del mundo, constituyéndose por ello en ''las primeras guías del espíritu humano'' (Valéry, 1987: 35).

Si bien reconoce que en ciertos aspectos la producción de formas de la naturaleza está determinada por el azar —como lo podemos observar, por ejemplo, a través de la producción de rocas y la población aleatoria de plantas que pueblan un paisaje—, sabe también que en su acción productiva opera un principio de simetría con el cual los objetos fabricados alcanzan a tener una consistencia, una permanencia y un límite. Ahora bien, Valéry encuentra que es en virtud de esta configuración simétrica que la potencia vital —como lo diría Aristóteles— contenida por cada objeto natural, alcanza su realización e integración dentro del conjunto de la naturaleza. Ciertamente, esta organización es la que permite pensar en una especie de correspondencia o armonía general existente en la actividad productiva de toda la naturaleza:

Otros [productos naturales], como la misma planta o el animal, o el pedazo de sal cuyas facetas purpúreas se aglomeran misteriosamente, hacen pensar en un crecimiento simultáneo, seguro y ciego, a lo largo de una duración en la que parecen estar contenidos en potencia. Se diría que lo que esas cosas han de ser aguarda a lo que fueron, y también que crecen en armonía con las demás cosas de alrededor... (Valéry; 2000: 63).

Podemos concluir aquí advirtiendo que la noción de orden ocupa un lugar central en el marco de la reflexión valeriana. De una parte, porque su aplicabilidad va a permitir comprender, en unos términos más objetivos y sintéticos, la abigarrada multiplicidad de fenómenos que acontecen en el mundo natural; de otra parte, porque a través de esta idea va a poderse discernir, con amplias implicaciones teóricas, los procesos de la vida humana tanto a nivel mental como a nivel social (Lioure, 1988).

 

2. La redefinición del concepto de materia

Valéry difiere de la noción de materia que durante siglos la filosofía manejó y asumió como si se tratase del sustrato más simple y aparentemente mejor conocido del mundo. De hecho, cuando habla de materia la concibe en los términos en que la física atómica y cuántica de comienzos del siglo XX empieza a describirla, rebasando las concepciones tradicionales que un Platón, un Descartes e, incluso, un científico decimonónico cualquiera, habían considerado como evidentes:

Toda la física moderna, que en cierta forma ha creado repetidores, relevos para nuestros sentidos, nos ha persuadido de que nuestra antigua definición [de materia] carecía de un valor absoluto, o especulativo. Nos muestra que la materia es extrañamente diversa e indefinidamente sorprendente; que es un conjunto de transformaciones que se confunden y se pierden en la pequeñez, incluso en los abismos de esa pequeñez; se nos dice que, quizá, se realice un movimiento perpetuo. Que en los cuerpos anida una fiebre eterna (Valéry, 1993: 102-103).

En efecto, hasta finales del siglo XIX la materia fue considerada una substancia concreta, tangible, poseedora de una estructura determinada y continua, que ocupaba un lugar bien definido en el espacio. Por igual, se pensaba que era relativamente estable y permanente, y que estaba caracterizada por una inercia o pasividad fundamental (Robinson, 1963). Sin embargo, las indagaciones modernas sobre la constitución del átomo demostraron que la materia no es ni sólida ni continua, que no es posible precisar su ubicación en el espacio y que, además, no tiene nada de permanente. A fin de ejemplificar tal carácter de la materia, Valéry la equipara con la energía misma y su constante transformación de un estado a otro, a través de los distintos tipos de reacciones. El autor acude a los hallazgos de la física óptica en relación con los fenómenos de la interferencia de los rayos luminosos (Virtanen, 1975), para referir que, de igual modo que hay presencia de ondulaciones lumínicas imperceptibles para el ojo en la franja de sombra creada por la superposición de los rayos de luz, de igual modo hay propiedades de la materia que, aun cuando sean desconocidas para nuestros sentidos por encontrarse a niveles remotos del inframundo, con todo están allí, ejerciendo su acción:

La idea misma de materia se distingue mínimamente de la energía. Todo se profundiza en agitaciones, en rotaciones en intercambios, y en irradiaciones. Nuestros propios ojos, nuestras manos y nuestros nervios están hechos así; y las apariencias de muerte o de sueño que nos ofrece en primer lugar la materia, su pasividad, su abandono a las acciones exteriores, están compuestas en nuestros sentidos como esas tinieblas obtenidas a cierta superposición de luces (Valéry, 1993: 102-103).

Vale indicar que en unos términos cercanos a los planteamientos valerianos, la ciencia actual define la materia como una sustancia que está compuesta de torbellinos de actividad y movimiento, y de una constante inestabilidad, o como diría Ilya Prigogine, de un ''caos dinámico'' (Prigogine, 1999: 28) por el cual se posibilita toda suerte de combinaciones y ordenamientos de estructuras.

Las observaciones dadas por Valéry respecto al fenómeno de la vida, vinculan de manera intrínseca la materia. De este modo, considera que vida y materia son inseparables. Mantiene que si la vida produce y se produce de modo incesante logrando una transformación continua y una diferenciación progresiva, es porque ella expresa las propiedades y comportamientos de la misma materia, sus movimientos, sus cambios y sus relaciones siempre fluctuantes de fuerzas recíprocas y fuerzas divergentes: ''La vida es inseparable de la materia —ya que ella no es más que una modificación de alguna materia—, pero inseparable como una ola lo es del agua. No hay ola sin agua, sin embargo no hay ola de la misma agua'' (Valéry, 1974: 743), afirma el autor.

 

3. La integración complementaria de la potencia de conservación y la potencia de transformación de la vida

Valéry piensa que la vida se define por una unidad inmanente de contrarios absolutamente indisociables e irreductibles (Ducol, 2004). Así, desde este punto de vista, es que presenta la integración de la potencia de conservación y la potencia de transformación que operan en la dinámica rectora de la vida: ''La vida es conservación de propiedades que sólo se realiza por una actividad incesante de intercambios y de modificaciones'' (Valéry, 1974: 768). No sobra indicar que los estudios y experimentaciones de la termodinámica, han puesto en manifiesta evidencia la relación interdependiente que existe entre los principios de conservación y transformación. Esta interdependencia es la que incluso ha permitido corroborar que, aunque la energía puede transformarse en otra clase de energía, nunca puede destruirse, disminuir o aumentar, manteniéndose constante (Hougen, 1982). En consonancia con este hallazgo científico Valéry remarca que, aun cuando los cambios de los sistemas materiales implican permanentes consumos de energía e incesantes transformaciones de un estado físico a otro, tales modificaciones son las que aseguran la conservación del sistema de la vida: ''Lo que más impresionante hay en la vida es el consumo continuo, la transformación permanente. Ella es un modo de alteración del medio —Pero esta actividad es también conservación'' (Valéry, 1974: 745-746).

Contrario al planteamiento nietzscheano que interpreta en clave de debilidad e indigencia el principio biológico de conservación (Nietzsche, 1998), Valéry estima que este instinto, justamente, es el que mejor explica, desde el punto de vista de la economía de los procesos vitales —algo que toca aspectos tales como la nutrición, la generación, el movimiento, la reproducción, las funciones fisiológicas—, el sostenimiento y la duración de todos los seres vivientes. Esto por cuanto, en su opinión, la vida afirma su poder de autoconfiguración, de creación de nuevas formas, a través de la permanente capacidad de construcción y reasimilación de las diversas sustancias, materiales, actos y estados que a cada momento son disueltos por las fuerzas divergentes de la vida. Estas apreciaciones nos permiten constatar que la conservación no es vista aquí como una simple respuesta de sobrevivencia que realizan los seres vivos para aferrarse de una u otra forma a la vida, sino que es comprendida como una oportunidad que estos sistemas orgánicos tienen para desplegar su inagotable capacidad de configuración y construcción de múltiples estrategias y modos de vida:

Los seres vivientes construyen para durar —duración es construcción, vida es construcción, reconstrucción. Sin agotarse, reconstruir— nos[otros] admiramos un insecto que recomienza el trabajo indefinidamente cuando nos[otros] destruimos indefinidamente su obra; del mismo modo el mundo lo hace con nuestro cuerpo, y éste se defiende como el insecto. Cada pulsación, cada secreción, cada sueño retoma ciegamente la obra. La conservación es la adquisición fundamental (Valéry, 1974: 731).

Resulta interesante constatar que, desde el terreno de la ciencia moderna de comienzos del siglo XX, la aplicación de las leyes de conservación ha servido para describir de un modo más preciso lo que sucede en los diversos campos y sistemas universales. Como lo refieren Gerald Holton y Stephen Brusch (2004), a través del principio de conservación se han descubierto y hecho más inteligibles características específicas que permanecen constantes dentro del fenómeno vital, siendo por esta razón que dicho principio se ha constituido en una de las herramientas más poderosas y apreciadas de la ciencia física. En consonancia con esta consideración formulada desde el campo de la historia de las ciencias modernas, Valéry estima que la caracterización esencial de la vida adquiere mayor grado de inteligibilidad y suficiencia cuando se intenta definirla, más que a partir de las leyes del movimiento —las cuales, a través de Newton, innegablemente en su momento revolucionaron los conceptos básicos de la física moderna, logrando configurar una nueva concepción del mundo—, a partir de las leyes de la conservación:

Pero la vida no es movimiento. La vida es conservación, y no se prodiga de forma tan activa más que en las circunstancias en que la conservación lo requiere, incluso a expensas del individuo. El prodigio vital se observa mucho mejor en esas semillas que conservan durante años, e incluso a temperatura bajísimas, la propiedad de germinar (Valéry, 2007: 304).

De acuerdo con esta consideración, el principio de conservación sería, pues, el punto de partida fundamental del propio conocimiento científico que permitiría hacer más coherentes y significativos los distintos abordajes sobre el proceso de la vida. Incluso allí donde se encuentra manifiesta la suspensión del ciclo vital y el fenómeno mismo de la muerte.

 

4. La muerte como una de las propiedades características de la vida

Valéry reconoce que la propia naturaleza no guarda ningún miramiento, ni otorga ninguna prelación al ser individual. Esto por cuanto lo que le importa a ella no es la conservación del espécimen particular, sino de la especie. A este respecto, justamente Schopenhauer anota que la preservación de la especie es aquello en lo que se empeña por completo y con todo derroche la naturaleza ''a través del enorme excedente de gérmenes y el gran poder del instinto de fecundación'' (Schopenhauer, 2004: 332). Esta cruda realidad, por la que se pone en evidencia que el individuo no tiene ningún valor para la naturaleza, señala a su vez la fragilidad y finitud que marca la vida del hombre. Con eso y todo, el autor de El cementerio marino va a mostrar que en el ser humano hay una tendencia a oponerse a la naturaleza, ya que su misma inteligencia, evolutivamente hablando, se ha estructurado afianzando sus procesos en contradicción con los mecanismos que universalmente regulan la proliferación y el sostenimiento de la vida: ''La naturaleza no se preocupa por los individuos. Si el hombre prolonga o suaviza su existencia, actúa, pues contra natura, y su acción es de aquellas que oponen el espíritu a la vida'' (Valéry, 1945: 84).

Asimismo, desde el punto de vista cosmológico, Valéry observa que la existencia de las cosas y de todos los seres vivientes participa de una completa contingencia. Este aspecto, de alguna manera, nos hace recordar la teoría de Lucrecio (2001) sobre la finitud y precariedad a la que están sometidas todas las formas inertes y vivientes que pueblan el escenario universal. Ahora bien, al mirar la vida en su absoluta desnudez —con aquella helada claridad que, como se expresa en El alma y la danza, puede detener el corazón hasta de los hombres más fuertes, a raíz de ver las cosas tal y como son (Valéry, 2000)—, Valéry alcanza a reconocer tres verdades que para el hombre resultan ser en extremo inquietantes. La primera, que la vida imprime en los seres vivientes de una manera extremadamente poderosa, y a través de distintos medios, el instinto de conservación de su existencia aun cuando ésta siempre sea perecedera. La segunda, que en el hombre este instinto de conservación se desarrolla extendiendo en su conciencia un mayor grado de ilusión respecto a la aparente invulnerabilidad de su ser individual. La tercera, que por fuera de cualquier creencia determinista o pretensión de finalidad última que pueda atribuírsele a la vida, ella simplemente busca producir y aniquilar seres vivientes para poder —a través de un regreso de los átomos y moléculas a su existencia física normal— seguir siendo vida. Así, dentro de estas coordenadas la reflexión valeriana se amplía para señalar lo siguiente:

La existencia de cada ser viviente es contra la vida, y la vida contra la existencia individual —que ella produce para ser y retira para ser—, produciendo al mismo tiempo el apego frenético a la conservación de lo que sólo debe ser transición —la creencia en el valor infinito / individual / de lo que no es más que un elemento estadístico—. Es necesario que el individuo tenga en exceso lo que es necesario que él pierda —y es necesario que él se crea único y esencial para reemplazar su rol estadístico e indistinto y fungible.

Ya que la vida es una especie de forma que únicamente existe en movimiento, levanta la materia, y la abandona en desechos y en cadáveres.

Y no hay fin ni causa para esta oleada. Fin y causa son del individuo —son contra ella— como todo lo que nos[otros] inventamos para luchar [...] (Valéry, 1974: 755).

Valéry analiza el fenómeno de la muerte teniendo como referente sus caracteres más observables, esto es, comprendiéndola como el final de un ciclo orgánico o de una duración individual, pero también como desaparición del pensamiento, del movimiento, de la sensibilidad, del calor, al igual que como detención definitiva del funcionamiento de una máquina biológica. Ahora bien, con el propósito de dar un orden diferencial a estas determinaciones, tal fenómeno es abordado por él, como lo venimos apreciando, dentro de dos contextos significativos: uno, dado a partir del aspecto individual, y otro, dado a partir del plano puramente biológico (Rognon, 1996). Aun cuando reconoce que a nivel individual la muerte será siempre tomada como un desastre de enormes repercusiones psicológicas, que la conciencia se esfuerza por ignorar o negar a través de distintos mecanismos —como por ejemplo, rechazando ser semejante de ''quienes aparente y razonablemente son nuestros semejantes'' y, por la tanto, rechazando la condición de ''ser mortal'' (Valéry, 1995: 140)—, desde el punto de vista objetivo recalca su valor como ''una de las propiedades características de la vida'' (Valéry, 1988: 61) que, con todo, permite su continuidad. De ahí su interés en hacer ver este evento ''como un accidente normal y un detalle secundario'' (Valéry, 1974: 574) que desde el punto de vista biológico hace más comprensible el sistema de la vida. En el ''Discurso a los cirujanos'', esta idea es nuevamente reiterada:

Primera definición de la vida: la vida es una propiedad que se puede abolir mediante ciertos actos. Además, sólo se conserva normalmente devorándose a sí misma en forma vegetal o animal. Todo un torrente de vida es perpetuamente engullida en un abismo de otra vida (Valéry, 1993: 167).

Debemos reconocer que, en muchos aspectos, la reflexión valeriana sobre la muerte se encuentra en estrecha correspondencia con el planteamiento existencial y biológico que sobre este tópico desarrolla Schopenhauer (Ernst, 2008). Ahora bien, sabemos que, desde el punto de vista físico, para este filósofo el proceso de nacimiento y muerte es un mecanismo por medio del cual las especies vegetales y animales hacen efectiva su propia conservación e inmortalidad temporal donde ''nada se pierde —expresa así en sus Complementos— a pesar de milenios de muerte y de putrefacción, ni un átomo de materia, y menos aún de la esencia interna que se presenta como naturaleza'' (Schopenhauer, 2003: 532). En consonancia con esta idea schopenhaueriana de la conservación de la naturaleza, Valéry admite que la vida y la muerte, al igual que la nutrición y la eliminación, hacen parte del mecanismo de regulación que ha tomado la naturaleza para ser temporalmente eterna (Celeyrette, 1970). En efecto, la vida como fenómeno obligado de la materia requiere de la muerte para no devenir en un estado inmóvil. Pues sin este factor no podría producirse ningún cambio en el universo. Es por este motivo que el autor toma la muerte, desde el punto de vista biológico, como un evento natural que no reviste ninguna gravedad. Vale la pena indicar que, en la actualidad, esta consideración de la utilidad de la muerte para el beneficio de la vida ha sido nuevamente abordada desde el terreno de la biología, ofreciendo, a través de los más amplios puntos de vista, criterios que muestran cómo se interrelacionan sus mecanismos con el funcionamiento general de lo viviente (Klarsfeld & Revah, 2000).

 

5. El surgimiento azaroso de la vida

Si bien hemos visto que Valéry concede una gran importancia dentro del sostenimiento y la evolución de todo el universo vital a la interrelación existente entre el principio de conservación y el principio de transformación, nota, sin embargo, que el desarrollo del proceso vital se logra en la medida en que también participan otra diversidad de principios y factores. Numerosos apuntes de sus Cuadernos que se inscriben bajo la sigla Bios, hacen mención a este conjunto de condiciones invariables de tipo físico y químico tales como el principio de constancia, de duración natural, consumo continuo, reproducción y multiplicación de masas, entre muchísimas otras.

No obstante, al tratar de comprender los aspectos claves por los cuales se origina la vida, no deja de llamarle poderosamente la atención el carácter de lo fortuito, de la simple posibilidad estadística que está allí también presente. De hecho, los principios de propagación y reproducción que ve manifiestos en el mundo vegetal y animal, el principio de la fluctuación cuántica que permite pensar en la creación de partículas y de mundos, todo ello, le sirve como referente para admitir la teoría del azar en el surgimiento de lo viviente:

Pienso ya sea en la producción por gran número de esperma y semillas, ya sea en la fluctuación de átomos y en sus impactos. Una porción solamente alcanza a chocar los flancos del vaso. Una porción —para vivir. Diferencia de la vida de una célula fecundada y de una no fecundada —favor estadístico (Valéry, 1974: 729).

Asimismo, al observar el sistema ecológico, encuentra que todos sus procesos se realizan de manera indirecta y discontinua; que en ningún caso existe un desarrollo único que determine el surgimiento y sostenimiento de las formas vivientes. De ahí que, para el estudio de un sistema orgánico cualquiera, considere necesario tener en cuenta tanto sus variaciones propias como las variaciones vecinas. De este modo, si nos detenemos, por ejemplo, en el surgimiento de una flor encontramos que, además de los procesos internos de asimilación de nutrientes proporcionados por la planta, ella necesita de otros factores externos para lograr, en este caso, el ciclo de polinización y germinación. Nos referimos a la participación que aquí tienen cierta clase de insectos y de aves.

Si tomamos, a su vez, la vida de un insecto o un pájaro, encontramos que su subsistencia está tejida por distintas variables de orden interno y externo. Valéry reseña tales variables externasde la siguiente manera: ''Un universo de insecto (abeja), de pájaro, está tejido por completo de ''geodésicas'' —con puntos singulares, flores, colmena, sol, quizás, y tiempos—'' (Valéry, 1974: 741). Al analizar el crecimiento de un árbol, encontramos que su desarrollo está determinado, en buena medida, por el tipo de terreno donde ha caído la semilla. Sin embargo, a partir de allí hay otra serie de variables a las que debe enfrentarse como, por ejemplo, las condiciones climáticas, la coexistencia de otros organismos que se apropian de las sustancias de las que él mismo depende. En suma, Valéry reconoce que el surgimiento y mantenimiento de la vida —no importa el nivel de desarrollo que tenga— está sujeto a unos factores reducidos, inesperados e improbables:

La vida exige condiciones numerosas singulares, excepcionales en el espacio y en el tiempo, puesto que su ámbito espacial es muy pequeño y puesto que el reino de la vida en un astro parece no ser posible más que en un intervalo ínfimo (Valéry, 2007: 305).

Ahora bien, si nos trasladamos al escenario cósmico, observamos que es infinitamente más cuantioso lo que se escapa y desperdicia por infinidad de ranuras, que lo que se atrapa y concretiza en estructuras vivientes. La vida, de acuerdo al planteamiento valeriano, se establece a través de grandes despilfarros. Pues es sólo de esta manera que logra, por leyes de probabilidad, afianzar el surgimiento y desarrollo de cada una de sus estructuras vivientes:

La inmensa proliferación de gérmenes es una acción menor para la Naturaleza inventora. Le cuesta menos a ella hacer 1 millón de millones de gérmenes que asegurar el buen éxito de uno sólo.

Volver probable más fácil para ella que asegurar, lo que indica la ausencia de procesos directos —uniformes, que eliminen los posibles menos uno (Valéry, 1974: 738-739).

Valéry contempla, desde el plano macrouniversal y microuniversal, las probabilidades del surgimiento de la vida. Considera, no obstante, que en ninguno de los dos extremos están definitivamente asegurados los medios que son rigurosamente necesarios para dicha aparición. Respecto a la hipótesis sobre la existencia de vida en el universo expresa:

La vida —cosa que se observa sobre [la] Tierra— exige tantas condiciones simultáneas que la probabilidad de su existencia sobre otros astros depende del número de éstos y es extremadamente pequeño si es extremadamente grande. Tal vez podamos considerar que t[odo]s esos astros son un puñado de semillas de las cuales algunas germinan (Valéry, 1974: 748).

Así, observamos que la contingencia es lo que define en un primer momento el origen de la vida y el entramado riguroso de sus leyes: ''La vida tiene algo de un accidente... que se ha creado leyes'' (Valéry, 1988: 61).

Apoyándose en Leibniz y su idea de mónada, Valéry señala la existencia de elementos últimos constitutivos de la realidad que son de naturaleza impenetrable y en los que, con todo, se encuentra un principio de fuerza activa y potencia de origen. Vale indicar, adicionalmente, que el autor concibe el yo puro como una mónada poseedora de fuerza, de posibilidad y de acción y, sin embargo, de naturaleza incognoscible (Marty, 2004). De igual manera, la semilla espermática que contiene la vida humana es tomada por él como una mónada poseedora de una estructura simple que es absolutamente indiscernible. Frente a esto último, no deja de llamarle poderosamente la atención el hecho enigmático, que roza los límites de lo místico, de que sea un elemento sólo captable a nivel microscópico (un sistema de representación infinitamente diminuto, cuyas partes conforman una unidad y una acción de unificación) lo que transporte la vida y el conjunto de caracteres complejos —hoy lo denominamos código genético— que conforma a un individuo:

Un espermatozoide, una pequeñez, ¡lleva la efigie moral y física de su autor! ¡Es desconcertante! ¡Qué mónada! Qué sistema de representación tan impenetrable. No veo nada en ningún género que sea más místico, más exorbitante que ese hecho. Un cristal cayendo en un líquido saturado, cristaliza todo (Valéry, 1992: 92).

Ahora bien, a esta impenetrabilidad que rodea las condiciones de existencia de la vida humana, se suma la regencia del principio de azar. En efecto, los individuos, no importa de quiénes se trate, sólo existen porque han sido engendrados por un encuentro azaroso de un gameto masculino y uno femenino. De las miríadas de espermatozoides que se abalanzan sobre el óvulo para fecundarlo, sólo uno alcanza a transformarse en hombre, mientras que los otros mueren. Esto vendría a significar, entre otras cosas, que la reproducción humana tiene un carácter selectivo y contingente:

Desde esta fase, ¡cuántas llamadas para un elegido! Se distingue los más robustos que sobreviven a millones de otros ya inmóviles. (...) La elección es el producto del vigor del germen por las circunstancias locales favorables. Tengo hijos y veo bajo el cristal, esos seres, esas mitades de posibilidades humanas (Valéry, 1974: 724).

A partir de este plano reproductivo podemos constatar, nuevamente, lo que le interesa remarcar a Valéry —algo que va a expresar a lo largo de su vida a través del lenguaje poético, estético, psicológico, filosófico y sociológico—: que la vida ''no es en el fondo más que posibilidad'' (Valéry, 1995: 116).

Como ya lo esbozamos con anterioridad, el autor es igualmente consciente de la fragilidad y caducidad de la vida. Reconoce que las condiciones y medios que han permitido la diversidad de las formas y seres vivientes tiene una duración finita de equilibrio. En este sentido, la extinción de las especies que existen en el planeta es admitida como un hecho que inexorablemente habrá de acontecer, así como aconteció en los períodos prehistóricos del mundo. Aun cuando es cierto que tiene reparos contra algunas de las hipótesis de la teoría evolutiva de Darwin, sobre todo por el hecho de no haber sido profundizadas y verificadas con la exigencia y prudencia que demanda el rigor científico, comparte sí sus principios esenciales (Ducol, 2004). Precisamente, uno de los aspectos más importantes que aborda el autor inglés en su obra La teoría de la evolución de las especies, se relaciona con la extinción de las especies. Allí Darwin manifiesta que este fenómeno hace parte también del proceso evolutivo. De acuerdo a su planteamiento, las especies evolucionan y desaparecen a través de las épocas geológicas debido a los cambios en las condiciones del medio y a la incapacidad de adaptación para superar la competencia por la alimentación y la depredación (Darwin, 2006). Respecto a esta hipótesis, Valéry también la sugiere a través de la siguiente imagen fabular: ''Hubo un día en que la naturaleza lanzó el caracol como última creación, nuevo juguete... y llegará un día cuando el último caracol desaparecerá'' (Valéry, 1974: 738).

A propósito de este señalamiento de los límites de las posibilidades de adaptación de los seres vivos, el biólogo contemporáneo Maurice Marois recuerda que los organismos superiores tienen menos margen de adaptabilidad a los cambios de medio y modificación de las condiciones vitales que las mismas formas primitivas. Precisa que, entre más elevado sea el nivel de organización sistémica de los seres vivientes, mucho más vulnerable y frágil se hace su existencia (Marois, 1992). Ahora bien, en el caso de la especie humana, que es donde desemboca todo el destino de la biología, su aparición es concebida por parte de Valéry como resultado de un proceso evolutivo muchísimo más azaroso y frágil que, de igual modo, está abocado a la destrucción:

Toda la historia humana, en cuanto se manifiesta en ella el pensamiento, quizá no haya sido sino el efecto de una especie de crisis, un brote aberrante, comparable a alguna de esas bruscas variaciones que se observan en la naturaleza vegetal y que se esfuman de forma tan extraña como han aparecido (Valéry, 1977: 113).

Esta alusión a la finitud de la raza humana señala, con todo, el frágil sistema que ampara el mundo organizado desde el cual el hombre afirma su existencia a nivel individual y social. En efecto, Valéry reconoce que no solamente la vida humana singular está sometida a las contingencias y peligros de la existencia; pues sabe que también lo está desde el punto de vista colectivo. De hecho, uno de los llamados que hace a su época de cara a los desastres humanos, morales, políticos y económicos dejados por los horrores de la guerra, tiene que ver con la caducidad de las civilizaciones humanas: ''Nosotras, las civilizaciones, sabemos ahora que somos mortales'' (Valéry, 1945: 23). Con esta inquietante reflexión advierte, pues, que nada es durable, que el mundo está sometido a una inestabilidad, y que todo lo que ha construido el hombre a través del esfuerzo de su propio intelecto y su voluntad civilizatoria resulta ser también, como la vida misma, algo tremendamente vulnerable.

 

6. Conclusiones

Las reflexiones de Paul Valéry sobre la definición general de la vida, interpretada desde el punto de vista biológico, presentan importantes conexiones con todo el sistema de su pensamiento. Así, por ejemplo, encontramos que el principio de estructuración y organización de la naturaleza, le va a servir como referente clave para pensar en su teoría del ornamento, al igual que en su teoría de la lógica imaginativa. Idea ésta con la que pretende mostrar que la inteligencia de los espíritus creadores funciona estableciendo relaciones y combinaciones estructurales que son cada vez más complejas, y que, no obstante, procuran otorgar la definición de un orden único y de una imagen definitiva de cada una de sus invenciones. La existencia de un orden estructural presente en la naturaleza también le va a permitir ahondar, a través del despliegue de una serie de recursos analógicos y contrastes, en el conocimiento de los mecanismos que determinan la voluntad sistémica de orden de la inteligencia humana.

La concepción de la materia como un elemento que está inseparablemente vinculado a la vida, motiva también la importancia de pensar la mente y la materia, por parte de Valéry, comprendidas dentro de una unidad integradora. Esto por cuanto, según su criterio, tal interpretación homogénea va a permitir realizar comparaciones y correlaciones directas entre ambos ámbitos teniendo como componente fundamental el mundo cambiante de la energía.

Asimismo vale destacar que, para el autor, el criterio dinámico de subsistencia con el que también explica la conservación de la materia va a ser utilizado como un referente para comprender los procesos asociativos del pensamiento.

La meditación valeriana sobre la muerte, además de captar el significado que tiene a nivel universal y biológico, busca valorar el sentido que guarda desde el punto de vista existencial individual. Algo que vemos profusamente registrado y problematizado en sus poemas, diálogos, ensayos y entradas a sus Cuadernos.

En lo tocante a la reflexión sobre el surgimiento azaroso de la vida y la caducidad de las formas vivientes, quizás lo más significativo se encuentra relacionado con el origen y el destino de la misma especie humana. Valéry va a señalar que, si bien la civilización humana que se instaura a partir del siglo XX tiene la capacidad científica y tecnológica para autoaniquilarse por medio del empleo de armas desarrolladas cada vez con mayor capacidad de destrucción bélica, también tiene el poder, otorgado por su propia inteligencia, para enfrentar sus distintas crisis dándose a sí misma la posibilidad de perdurar y afirmarse con todo su saber en el terreno del futuro.

 


* Este artículo hace parte del avance de la investigación doctoral ''Individuo, sociedad y arte en Paul Valéry. Análisis de sus procesos de configuración y encrucijadas'', y es producto de investigación del grupo Teoría e Historia del Arte en Colombia, categoría A de Colciencias.


 

Bibliografía

1. Aristóteles. (2010) Obra biológica, Trad. Rosana Bartolomé, Madrid: Luarna. Disponible en: http://www.fyl.uva.es/~wfilosof/webMarcos/textos/ Textos_2013/Aristoteles_Obra_biologica.pdf         [ Links ]

2. Bergson, H. (1963) Obras escogidas,Trad. J. Míguez, Madrid: Aguilar.         [ Links ]

3. Celeyrette, N. (1970) Valéry et le moi. Des Cahiers à l'oeuvre, Paris: Klincksieck.         [ Links ]

4. Celeyrette, N. & Robinson, J. (1987) ''Notes'', en: Valéry, P. Cahiers 1894-1914 I, Paris: Gallimard.         [ Links ]

5. Ducol, J. (2004) La philosophie matérialiste de Paul Valéry, Paris: L'Harmattan.         [ Links ]

6. Darwin, C. (2006) ''La teoría de la evolución de las especies'', en: Darwin C. & Russel A. La teoría de la evolución de las especies, Trad. F. Pardos. Barcelona: Crítica.         [ Links ]

7. Dewey, J. (2008) El arte como experiencia, Trad. Jordi Claramonte, Barcelona: Paidós.         [ Links ]

8. Ernst, G. (2008) ''Paul Valéry et la mort face à l'histoire'', en: Pickering, R. (Comp.). Paul Valéry ''Regards'' sur l'histoire, Clermont-Ferrand: Presses Universitaires Blaise Pascal.         [ Links ]

9. Holton, G. & Brush, S. (2004) Introducción a los conceptos y teorías de las ciencias física, Trad. José Aguilar Peris, Barcelona: Reverté         [ Links ].

10. Hougen, O. et al. (1982) Principios de los procesos químicos I. Balances de materia y energía, Trad. M. Herráez, Barcelona: Reverté         [ Links ].

11. Klarsfeld, A. & Revah, F. (2000) Biologie de la mort, Paris: Éditions Odile Jacob.         [ Links ]

12. Kimura, M. (2007) ''Valéry et lord Kelvin'', en: Vogel, C. (Éd.). Valéry et Léonard: le drame d'une rencontre. Genèse de l'Introduction à la méthode de Léonard de Vinci, Frankfurt am Main: Peter Lang.         [ Links ]

13. Kimura, M. (2008) Le mythe du savoir: Naissance et évolution de la pensée scientifique chez Paul Valéry (1880-1920), Frankfurt am Main: Peter Lang.         [ Links ]

14. Lioure, M. (1988) ''L'idée d'ordre et désordre dans L'oeuvre de Paul Valéry'', en: Bertaud, M. (Dir.). Travaux de Littérature I, Boulogne: Association pour la Diffusion de la Recherche Littéraire.         [ Links ]

15. Lucrecio (2001) De la naturaleza, Vol. 2, Trad. Eduardo Valentí, Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas.         [ Links ]

16. Marois, M. (1992) La légende des millénaires. Réflexion sur le vertige de la science et de la condition humaine, Lausanne: L'Age d'Homme.         [ Links ]

17. Marty, P. (2004) ''Monades -Leibniz, Valéry-'', en: Mairesse, A. (Éd.). Paul Valéry, les philosophes, la philosophie. Études valéryennes 96/97, Montpellier: L'Harmattan.         [ Links ]

18. Nietzsche, F. (1998) La voluntad de poderío, Trad. A. Froufe, Madrid: Edaf.         [ Links ]

19. Nuño, L. (2005) Historia filosófica de la idea de forma orgánica. Del hilemorfismo aristotélico a la microanatomía celular, Madrid, Universidad Complutense. Disponible en: http://www.gonzlezrecio.com/bionomos/textos/ Publicaciones/LNuno/txt1.pdf         [ Links ]

20. Petitot, J. (1995) ''La vie ne sépare pas sa géométrie de sa physique''. Remarques sur quelques réflexions morphologiques de Paul Valéry. Disponible en: http://www.crea.polytechnique.fr/JeanPetitot/ArticlesPDF/ Petitot_Valery.pdf         [ Links ]

21. Prigogine, I. (1999) Las leyes del caos, Trad. J. Vivanco, Barcelona: Crítica.         [ Links ]

22. Rey, J. (1997) Paul Valéry. La aventura de una obra, Trad. Laura Estela López Morales, México: Siglo Veintiuno.         [ Links ]

23. Robinson, J. (1963) L'analyse de l'esprit dans les Cahiers de Paul Valéry, Paris: Librairie José Corti.         [ Links ]

24. Robinson, J. (1983) ''Remarques préliminaires'', en: Robinson, J. (Éd.). Fonctions de l'esprit. Treize savants redécouvrent Paul Valéry, Paris: Hermann.         [ Links ]

25. Rognon, L. (1966) ''La signification de la mort dans le processus vital, d'après Valéry'', en: Pickering, R. (Dir.). Paul Valéry, se faire ou se refaire. Lecture génétique d'un cahier (1943), Clermont-Ferrand: Presses Universitaires Blaise Pascal.         [ Links ]

26. Schopenhauer, A. (2003) El mundo como voluntad y representación. Complementos, Trad. P. López, Madrid: Trotta.         [ Links ]

27. Schopenhauer, A. (2004) El mundo como voluntad y representación. Complementos, Trad. P. López, Madrid, Trotta.         [ Links ]

28. Valéry, P. (1945) Política del espíritu, Trad. A. Battistessa, Buenos Aires: Losada.         [ Links ]

29. Valéry, P. (1974) Cahiers II, Paris: Gallimard.         [ Links ]

30. Valéry, P. (1977) Tel Quel I, Trad. N. Ancochea, Barcelona: Labor.         [ Links ]

31. Valéry, P. (1987) Escritos sobre Leonardo da Vinci, Trad. E. Castejón y R. Conte, Madrid: Visor.         [ Links ]

32. Valéry, P. (1988) La idea fija, Trad. C. Santos, Madrid: Visor.         [ Links ]

33. Valéry, P. (1992) Cahiers 1894-1914 IV, Paris: Gallimard.         [ Links ]

34. Valéry, P. (1993) Estudios filosóficos, Trad. C. Santos, Madrid: Visor.         [ Links ]

35. Valéry, P. (1995) Estudios literarios, Trad. J. Díaz, Madrid: Visor.         [ Links ]

36. Valéry, P. (2000) Eupalinos o el arquitecto. El alma y la danza, Trad. J. Arántegui, Madrid: Visor.         [ Links ]

37. Valéry, P. (2006) Cahiers 1894-1914 X, Paris: Gallimard.         [ Links ]

38. Valéry, P. (2007) Cuadernos (1894-1945), Trad. A. Sánchez et al., Barcelona: Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg.         [ Links ]

39. Virtanen, R. (1975) L'imagerie scientifique de Paul Valéry, Paris: Vrin.         [ Links ]