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Estudios de Filosofía

Print version ISSN 0121-3628

Estud.filos  no.59 Medellín Jan./June 2019

https://doi.org/10.17533/udea.ef.n59a13 

Reseñas

Onfray, M. (2018). Solstice d’hiver. Alain, les Juifs, Hitler et l’Occupation. Paris: Editions de l’Observatoire.

Eguzki Urteaga 1  

1Departamento de Sociología y Trabajo Social, Facultad de Relaciones Laborales y Trabajo Social, Universidad del País Vasco. Vitoria, España. E-mail: eguzki.urteaga@ehu.eus

Onfray, M. . (, 2018. )., Solstice d’hiver. Alain, les Juifs, Hitler et l’Occupation. ., , Paris: :, Editions de l’Observatoire, .


Michel Onfray acaba de publicar su última obra titulada Solstice d’hiver. Alain, les Juifs, Hitler et l’Occupation en las Editions de l’Observatoire. En la introducción, el autor constata que, más de medio siglo tras finalizar la redacción de su diario, Les Editions des Equateurs acaban de publicar el Journal inédit (2018) de Alain, redactado entre 1937 y 1950 (p. 11). A propósito de la Segunda Guerra mundial en general y de los judíos, Vichy, Pétain y Hitler en particular, este volumen contiene informaciones que conducen a cuestionar la representación ampliamente extendida que se tiene de este filósofo.

De hecho, hasta la fecha, Alain era asociado al sentido común campesino y a las pruebas de filosofía del bachillerato (pp. 11-12). Era

el profesor de [las clases preparatorias para las Grandes Escuelas en el prestigioso Liceo] Henri IV que subyugaba a sus alumnos, [entre los cuales figuraban] Simone Weil, Raymond Aron, Julien Gracq, André Maurois, Michel Dufrenne o Georges Canguilhem” (p. 12). Fue igualmente un antimilitarista que, en sus libros Mars ou la guerre jugée (1921), Echec de la force (1939a) y Convulsions de la force (1939b), utilizó toda su inteligencia y sensibilidad para criticar “la guerra, todas las guerras, las pasadas, las presentes y las futuras (p. 12).

Asimismo, fue un intelectual que, en Eléments d’une doctrine radicale (1925), Citoyen contre les pouvoirs (1926) o Propos de politique (1934), aparecía como un radical-socialista que criticaba “los poderosos y los notables, los burgueses y los militares” (p. 13). Por último, Alain era “el filósofo que [escribía] en los periódicos y que, inventando la forma y la fórmula de los Propos”, desarrollaba su pensamiento. Los periódicos La Dépêche de Lorient y, posteriormente, La République de Rouen et de Normandie, acogían con agrado las contribuciones de “un filósofo que pensaba la actualidad en hombre libre” (p. 13).

En otras palabras, hasta la publicación del Journal inédit, Alain era

un hijo de veterinario orgulloso de sus raíces (…), un profesor excepcional que [dejaba una impronta en] sus alumnos, (…) [un] pacifista que [hizo] la guerra sin amarla a fin de poder criticarla sin pasar por un [cobarde, un] radical- socialista que [creía] en la eficacia de la política de los banquetes republicanos y del escrutinio de distrito, [un] filosofo cuya obra se halla publicada (…) en la prestigiosa colección de [la editorial] Gallimard (p.13).

En suma, “Alain era una institución” (p.13).

Pero, leyendo su diario, se descubre otro Alain, difícilmente imaginable. En efecto, “¿Cómo podríamos imaginar, bajo la pluma de este hombre, unos propósitos antisemitas, unos elogios a Hitler, unas lecturas entusiastas de Mein Kampf, unos [recelos hacia] de Gaulle que Alain no quería ver triunfar, unas relativizaciones de la Ocupación [alemana]? (p.14). De la misma forma, ciertos elementos relevantes no figuran en su Journal inédit, empezando por hechos históricos de primera importancia. Peor aún, en ningún momento realiza un ejercicio de autocrítica, a pesar de que hayan transcurrido dieciséis años entre el inicio y la finalización de su diario, lo que, en principio, propicia un distanciamiento crítico (p. 14). A partir de estas constataciones, Onfray se pregunta: ¿Cómo comprender el contenido de estas 832 páginas sin caer en el moralismo y el juicio sumario?

El autor observa que algunos investigadores han buscado la respuesta a esta pregunta en la senilidad del filósofo galo. Según ellos, “el Journal sería [la obra] de un anciano que habría perdido la mente” (p.15). Para Onfray, sin embargo,

le lectura del Journal muestra un Alain disminuido físicamente, que se desplaza en cochecito, que sufre terriblemente de las piernas, de las muñecas, de las manos, de los brazos, hasta el punto de no poder escribir, pero en forma intelectualmente. [De hecho,] su lectura de Hegel, todo lo que escribe sobre la Phénoménologie de l’esprit, su comentario de los Principes de la philosophie du droit, lo que dice (…) de la Science de la logique, todo ello [muestra] un Alain (…) intelectualmente vivo (p. 16).

En efecto, estudia con detenimiento las obras de Dickens y Stendhal.

Lee tanto Balzac como (…) Sand, la monumental Histoire socialiste de la Révolution française de Jaurès [y la obra no menos monumental] de Thiers, la poesía de Mallarmé que comenta con sagacidad, pero también Saint-Simon y otros tantos [autores y libros] (p.16).

Onfray avanza otra hipótesis para intentar comprender de qué manera posicionamientos aparentemente tan contradictorios pueden convivir “en un mismo cuerpo, una misma alma, una misma sensibilidad, una misma inteligencia” (p. 18). Subraya que Alain, cuyo verdadero nombre era Emile Chartier, había conocido la guerra al estar en el frente de la Primera Guerra mundial que transcurre entre 1914 y 1918. En su obra Souvenirs de guerre (1937), relata cómo ha olido los olores de la guerra, el incendio y la podredumbre, ha conocido los piojos y la escoria, ha visto llegar los gases verdosos y caer sobre su capote la tierra enviada al aire por los obuses, ha padecido los tiros de artillería (…), ha vivido al lado de numerosos caballos muertos, ha temido la muerte en el barro con las ratas, [etc.] Para Alain, la guerra no es una idea, un concepto, [sino] una realidad (…) concreta (p. 18).

Esta guerra sangrienta ha provocado la muerte de más de dieciocho millones de soldados (p. 18). En ese sentido, Alain forma parte de los veteranos de guerra y, al volver a casa, se ha dicho a sí mismo y ha dicho a los demás que semejante tragedia jamás podía repetirse (pp. 18-19). Esto significa que ese filosofo galo piensa la guerra con “una inexpugnable voluntad de paz” (p. 19).

A su vez, Onfray subraya la necesidad de leer el Journal inédit de Alain precisando las fechas, ya que su diario cubre un amplio periodo histórico, que oscila entre 1937 y 1950, que coincide con la preguerra, la guerra y la posguerra, para tener en cuenta lo que acontecía y se sabía en cada momento (p. 20). Es la única manera, nos dice el autor, de “pensar en historiador de las ideas y no en moralista del pensamiento” (p. 20).

Todo empieza con la “cuestión judía”, en alusión a la obra de Marx (1844). De hecho, el 20 de enero de 1938, Alain escribe sobre Léon Brunschvicg que fue miembro fundador de la Société française de philosophie y de la Revue de métaphysique et de morale, catedrático en la Sorbona y miembro de la Academia de las ciencias morales y políticas, además de ser judío (p. 21). A su propósito, Alain considera que “los judíos son unos seres con prejuicios, [y como Brunschvicg es judío], es un hombre con prejuicios”, lo que explica que se posicione a favor de Einstein, que es de la misma confesión. Esta actitud resulta, según Alain, de la supuesta “solidaridad de raza” (p. 22). Poco después, el 28 de enero de 1938, la manera de Rembrandt de pintar unos judíos da pie a nuevas consideraciones antisemitas. A su vez, descalifica el estilo de Bergson por ser judío. Además de hacer gala de un antisemitismo sin tapujos, lleno de odio, realiza afirmaciones falaces, dado que Bergson “es un admirable estilista, claro y simple, fluido y límpido, de una extrema legibilidad, al tiempo que de una gran precisión” (p. 24).

Conviene precisar al respecto que Brunschvicg obtuvo una plaza de profesor en la Universidad de la Sorbona a la que aspiraba Alain y que Bergson integró el prestigioso Colegio de Francia que él mismo quiso igualmente integrar. En ese sentido, un fuerte resentimiento hacia sus rivales académicos parece encontrarse en el origen de su antisemitismo (pp. 24-25).

Asimismo, el 16 de junio de 1938, Alain descalifica el judaísmo y asimila los judíos a la búsqueda del beneficio (p. 25). En efecto, “ataca el capitalismo, la banca, la bolsa, el beneficio, (…) la especulación, la usura, las letras de cambio” y estima que “el judío se encuentra detrás de ese mundo moderno [que] opone al sentido común campesino” (p. 26). El filósofo francés asocia igualmente los judíos a la guerra al realizar un vínculo “entre el invento del billete [de banco] por los judíos y el hecho de que las guerras se hallan iniciadas por ellos para nutrir el sistema que han contribuido a [crear]” (p. 26). A ese respecto, Alain reconoce que fue antisemita desde su juventud cuando era estudiante en la Escuela Normal Superior, aunque precisa que su antisemitismo no era ni “vulgar” ni “trivial” (p. 27), lo que indica que su antisemitismo fue la consecuencia de una profunda y larga reflexión.

Alain prosigue con consideraciones tanto sobre Hitler como sobre su libro Mein Kampf al que encuentra ciertas “virtudes”. Así, el 22 de julio de 1940, habla de “elocuencia extraordinaria” y de “notable sinceridad” de Hitler sobre la “cuestión judía” (pp. 31- 32). Alaba el arte oratorio del dictador nazi sin preocuparse por el contenido de sus discursos. En ese sentido, prefiere la retórica de los sofistas a la moral kantiana (pp. 35-36). El problema es que Hitler ha puesto su arte oratorio y el carácter espectacular de sus discursos al servicio de la quema de libros; de la detención y posterior internamiento de oponentes al poder nacional-socialista; de la exterminación de los discapacitados y de la persecución de los judíos, gitanos, masones, testigos de Jehová, comunistas, socialistas y republicanos (p. 36). A su vez, Alain valoriza la propagada que “fabrica unos individuos determinados, combatientes, dispuestos al sacrificio” (p. 39).

Simultáneamente, el filósofo galo justifica el imperialismo alemán en nombre de su búsqueda de espacio vital y se posiciona a favor de una clara política de colaboración con la Alemania nazi “a fin de regenerar la política francesa y europea” (p. 39). Asimismo, Alain escribe explícitamente contra de Gaulle y los ingleses, hasta el punto de prever “un desembarco de soldados nazis en Inglaterra” (p. 39). Además, comparte la tesis hitleriana según la cual “la política no es un asunto de mayorías silenciosas sino de minorías actuantes”, lo que implica dar su visto bueno a los golpes de Estado y a las acciones paramilitares de las milicias (pp. 44-45).

Y, cuando, el 2 de agosto de 1940, aborda la cuestión del antisemitismo de Hitler, dice que el dictador nazi “va en la buena dirección que es la de la genealogía” (p. 48). Además, estima que los judíos son los principales responsables del antisemitismo. En ese sentido, Alain invierte la fórmula de Sartre al afirmar que “es el judío el que hace el antisemitismo” y, más aún, “es el Dios de los judíos el que lo produce” (p. 48). A su vez, coincide con la propaganda nazi según la cual los judíos serían injustos, vanidosos y cupidos y no cuestiona “la eliminación de los judíos de [cualquier forma de] poder”, lo que equivale a suscribir las leyes de Nuremberg promulgadas por Hitler y sus partidarios el 15 de septiembre de 1935 (p. 52).

Paralelamente, no hace referencia a una serie de acontecimientos relevantes y de acciones llevadas a cabo por los nazis.

En 1933: incendio del Reichstag, apertura del primer campo de concentración en Dachau, prohibición de la función pública a los judíos, [quema] de 20.000 libros en Berlín, instauración del partido único; en 1934: noche de los Cuchillos Largos, abolición de la República de Weimar; en 1935: recuperación de la Sarre, privación de los derechos políticos y de ciudadanía a los judíos, leyes contra los discapacitados mentales y físicos; en 1936: ocupación y remilitarización de la Renania en violación del Tratado de Versalles, persecución de los gitanos, creación de un campo para encerrarlos; en 1937: bombardeo de Gernika, [internamiento] de los testigos de Jehová y de los objetores de conciencia en campos de concentración; en 1938: anexión de Austria al Reich alemán, acuerdos de Múnich, noche de Cristal; en 1939: ocupación de Checoslovaquia, pacto germano-soviético, ocupación de Polonia (p. 34).

En resumidas cuentas, además de elogiar a Hitler, el filósofo galo celebra algunas de sus tesis fundamentales, justifica el expansionismo nazi y la Ocupación alemana, y no menciona acontecimientos relevantes de los años 1930.

En cuanto a la guerra, Alain reafirma una y otra vez su pacifismo, cueste lo que cueste. Así, el 11 de septiembre de 1938, “firma una petición que invita los gobiernos francés e inglés a no utilizar la violencia contra Hitler y la Alemania nazi, y a preferirle la diplomacia” (p. 55). Y, cuando, el 30 de septiembre de 1938, Hitler y los principales líderes europeos firman los Acuerdos de Múnich, Alain habla de “acontecimientos admirables”, aunque desemboquen, poco después, en la invasión de Checoslovaquia y la anexión de los Sudetes (p. 56). El 18 de octubre de 1938, considera que es preciso negociar tras los bombardeos aéreos realizados por la aviación alemana (p. 57). En este caso, Alain peca por ingenuidad cuando se imagina que se debería negociar con Hitler a propósito del bombardeo de varias ciudades europeas, ya que Hitler era perfectamente consciente de lo que hacía y estos bombardeos formaban parte de su estrategia de “guerra total” (p. 57). Como lo indica Onfray, “la ultranza de su pacifismo, ha convertido a Alain en intelectualmente irreconocible” (p. 61).

En una óptica similar, para el filósofo galo, la Ocupación alemana no fue una invasión, a pesar de que, “desde la ratificación del Armisticio, el 22 de junio de 1940, existe (…) una zona ocupada (…). El 3 artículo del convenio de armisticio estipula que ‘en las regiones ocupadas de Francia, el Reich alemán ejerce todos los derechos de la potencia ocupante’” (p. 70). Asimismo, Alain estima que la Ocupación no fue inhumana, entre otros para los judíos, al considerar que “se mantienen en puestos importantes”, aunque los hechos demuestren lo contrario. No solamente, el régimen de Vichy aprobó cerca de mil textos, decretos y reglamentos antisemitas, como las leyes sobre el estatus de los judíos que los excluían de la función pública y de las funciones comerciales e industriales, sino que, además, numerosos judíos fueron detenidos, encarcelados y deportados a los campos de concentración situados en Alemania y Polonia.

En definitiva,

nadie hubiese podido imaginar que las páginas escritas por el filósofo [galo] sobre los judíos [responsables] de la guerra y las cualidades de Hitler, sobre las bellas y buenas ideas de [Mein Kampf, sobre] el deseo de que fracase el general de Gaulle en su empresa de resistencia, sobre la imposibilidad de oponerse a la fuerza nazi y la impertinencia del concepto de Ocupación (…), hayan podido ser escritas por el autor de [la obra] Propos (p. 81);

más aún, teniendo en cuenta que el Journal inédit cubre un espectro temporal lo suficientemente amplio como para poder manifestar algún arrepentimiento fruto de un ejercicio de autocrítica. Pero, nada de ello se produce.

En realidad, Alain prioriza el pacifismo a cualquier precio. Quiere evitar la guerra por todos los medios, incluso cuando Hitler invade varios países europeos, ocupa a Francia y extermina a los judíos. Sigue siendo fiel a unos principios y hace gala de una obstinación que le impiden ver la realidad histórica (p. 83). No en vano, subraya Onfray, “la naturaleza radicalmente dictatorial y europea del nacionalsocialismo debería haberle obligado a cambiar de opinión. [Pero], Alain no quería cambiar de opinión” (p. 83). Por lo tanto, por fidelidad a su pacifismo, fue infiel a su antifascismo. Ha preferido la paz a la guerra y, prefiriendo la paz, ha obtenido la guerra (p. 83).

Para vivir con esta contradicción, “solo le quedaba la denegación” y sus silencios “hablan a favor de su persistencia en el error” (p. 84). De hecho, el Journal inédit no habla de aspectos fundamentales de la Segunda Guerra mundial, tales como

el auge de los peligros fascistas en Europa; el régimen dictatorial de Hitler; la militarización de la sociedad alemana bajo el yugo nazi; la persecución de los judíos de Europa (…); la derrota, la debacle y el éxodo; [la firma del] Armisticio; la naturaleza criminal del régimen de Vichy; las leyes antisemitas promulgadas por Pétain; la (…) política de Colaboración; las exacciones de la Milicia, etc. (p. 84).

En ese sentido, “el pacifismo ha destruido en él el antifascismo. Ha [preferido] apoyar los fascismos explicando que no se podía resistir [contra ellos]” (p. 84).

Si ese diario no estaba destinado a la publicación, hasta el punto de no formar parte de su obra según sus defensores, otros escritos y actuaciones de Alain coinciden con varias de las afirmaciones realizadas en el Journal inédit. Así, en su contribución a la revista Libre Propos, Alain permanece sorprendentemente silencioso sobre el acceso al poder de Hitler (p. 86). Más aún, cuando Francia declara la guerra a Alemania, el 3 de septiembre de 1939, el filósofo galo firma una octavilla titulada “Paz ahora”, redactada por Louis Lecoin y difundida a 100.000 ejemplares (p. 87). Más tarde, en 1940, cuando la revista de la NRF retoma su actividad bajo la dirección de un colaboracionista notorio como Drieu la Rochelle, Alain continúa enviando sus artículos a esta revista durante dos años (pp. 89-90). Asimismo, según Simon Epstein (2008), en 1943, Alain se afilia “a la Ligue de le pensée française, una estructura de izquierdas [claramente] colaboracionista creada por su discípulo René Château” (p. 90).

La comprensión de este posicionamiento implica tener en cuenta que Alain ha estado marcado por una experiencia existencial determinante: la Primera Guerra mundial que ha vivido personalmente. “Voluntario con 46 años, sargento en el tercer batallón de artillería, herido [en el] accidente de un convoy que [transportaba] municiones al frente de Verdun, reafectado (…) antes de ser desmovilizado el 14 de octubre de 1917”, tenía un conocimiento íntimo de la guerra. Por lo cual, deseaba que la Gran Guerra fuera la última (p. 93). “Esta columna vertebral [estructura] toda una vida intelectual, espiritual, filosófica [y] existencial” (p. 93). Para Onfray, “es incuestionable que Alain construye su vida política sobre ese axioma” (p. 93).

Cuando [la realidad] no se pliega al orden del imaginario inducido por ese proyecto existencial, hay dos soluciones: bien se hace el duelo de esa promesa que uno se había hecho a sí mismo, pero se pasa ante sus propios ojos por un traidor [y] la vida pierde entonces su sentido; bien se entra en un proceso de denegación de [la realidad] para continuar a vivir con sí mismo, pero, esta vez, en compañía de quimeras. Es la solución [escogida por] Alain (p. 94).

Es la razón por la cual “todo lo que pone en peligro su elección originaria está ausente del Journal”, de modo que “lo que no se dice no existe, [mientras que] lo que se dice existe” (p. 94). En ese sentido, Alain fue pacifista hasta el final, aunque esto suponga vivir “una vida despreciable” (p. 95). Estos años, que transcurren entre 1937 y 1950, “fueron el solsticio de invierno de Alain, su noche más larga” (p. 95).

Al término de la lectura de la obra Solstice d’hiver. Alain, les Juifs, Hitler et l’Occupation, es preciso recordar que su autor se inscribe en la filiación de Nietzsche y su deseo de desenmascarar y desbancar a los ídolos. Así, su libro dedicado a Freud, titulado Le crépuscule d’une idole: l’affabulation freudienne (2010), hace explícitamente eco a la obra Le crépuscule des idoles (Nietzsche, 1983) del pensador germano. Asimismo, fiel a su visión hedonista, libertaria y atea del mundo, Onfray pone de manifiesto las formas de alienación y sufrimiento, y especialmente las creencias religiosas, los dogmas políticos, las certidumbres socioeconómicas y las imposturas intelectuales. Tanto a través de sus clases en la Universidad Popular de Caen como de sus libros, desea ofrecer una mirada crítica y abierta de la historia de las ideas al conjunto de la ciudadanía para ayudarla a reflexionar por sí misma. En esta óptica, ha publicado, en trece tomos, una Contra-historia de la filosofía.

En Solstice d’hiver, es obvio reconocer la pertinencia de la tesis defendida por Onfray que explica la dualidad aparente del pensamiento del filósofo Alain durante los años convulsos de la preguerra, guerra y posguerra por su experiencia traumática de la Primera Guerra mundial en la que participó directamente como soldado y por su pacifismo. A su vez, su deconstrucción de la tesis consistente en explicar la deriva del pensamiento de Alain sobre la Segunda Guerra mundial en general y los judíos, Hitler y la Ocupación alemana en particular por su supuesta senilidad es sumamente convincente. Defiende estas tesis basándose en una lectura minuciosa del Journal intime que le permite fundamentar las hipótesis avanzadas. Lo hace renunciando al moralismo y actuando como un historiador de las ideas, lo que implica expresar claramente sus tesis, sin caer por ello en simplificaciones, y haciendo gala de rigor y de precisión en la demostración. Todo ello recurriendo a un estilo literario que constituye una de las características de los libros de Onfray.

No en vano, conviene señalar que el antisemitismo de Alain no resulta únicamente de su experiencia de la guerra, ya que constituye una realidad desde su juventud, como lo reconoce él mismo. A su vez, Solstice d’hiver padece de un defecto de construcción, ya que el autor no elige claramente entre un esquema cronológico y otro temático, lo que conduce el filósofo francés a hablar del mismo tema en varios capítulos. Esto provoca una sensación de repetición que hubiese podido ser evitada dedicando cada capítulo a cada uno de los temas abordados, a saber el antisemitismo, Hitler y el nazismo, la Ocupación alemana, la actitud hacia la resistencia y los aliados, etc. A su vez, la preocupación de Onfray por expresar de manera contundente sus tesis, que se sustentan en la coherencia y sistematicidad de su razonamiento, lo conducen a veces a abusar de superlativos y de adjetivos que no aportan nada a la demostración. Por último, se echa en falta una bibliografía precisa que recoja las principales obras mencionadas a lo largo del libro.

En cualquier caso, la lectura de esta obra, escrita por uno de los filósofos más impactantes, talentosos y prolíficos de Europa, se antoja útil para conocer esta faceta de uno de los pensadores más influentes de la III República gala y para comprender cómo un autor humanista, republicano y radical-socialista puede caer en la promoción del antisemitismo y de la Colaboración activa con la Alemania nazi.

Referencias

1. Alain. (1921). Mars ou la guerre jugée. Paris: Gallimard. [ Links ]

2. Alain. (1925). Eléments d’une doctrine radicale. París: Gallimard. [ Links ]

3. Alain. (1934). Propos de politique. Paris: Editions Rieder. [ Links ]

4. Alain. (1937). Souvenirs de guerre. Paris: Paul Hartmann Editeur. [ Links ]

5. Alain. (1939a). Echec de la force. Paris: Gallimard . [ Links ]

6. Alain. (1939b). Convulsions de la forcé. Paris: Gallimard . [ Links ]

7. Alain. (2018). Journal inédit 1937-1950. Paris: Editions des Equateurs. [ Links ]

8. Epstein, S. (2008). Un paradoxe français: antiracistes dans la Collaboration, antisémites dans la Résistance. Paris: Albin Michel. [ Links ]

9. Onfray, M . (2010). Le crépuscule d’une idole: l’affabulation freudienne. París: Grasset. [ Links ]

10. Marx, K. [1844] (2006). La question juive. Paris: La Fabrique éditions. [ Links ]

11. Nietzsche, F. (1983). Le crépuscule des idoles. Paris: Hatier. [ Links ]

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