Introducción
La historia -en tanto memoria de lo vivido- constituye para el hombre concreto la determinación de su lenguaje, creencias, hábitos y tradiciones; en buena medida, también de su destino. Pertenece al ámbito del pasado, de lo acontecido, y también al de aquello que acontece; vivir es a su vez hacer historia. Esta afirmación señala un hecho evidente, un lugar común; es decir, un lugar dónde detenerse, pues en los lugares comunes suele habitar el asombro.
Dicha certeza histórica no siempre ha sido un lugar común, en tanto la historia es un hecho reciente; lo anterior se afirma teniendo en cuenta el alcance limitado de la evidencia historiográfica y la ausencia de escritura en muchas comunidades humanas, pasadas y presentes.1 Hay un elemento ahistórico de la existencia, y esta a su vez arroja al olvido buena parte del acaecer; es una condición que cada uno puede constatar en su propia experiencia: en la vida y en la historia, es más lo que olvidamos que aquello que recordamos.2 Este es un hecho que el ámbito del pensamiento de la época de Nietzsche, exaltada de historicismo, parecía soslayar en aras de una pretendida objetividad y primacía del conocimiento histórico, de su estatus científico, fuente de certeza para el estado de cosas presente.3
La filosofía, en cuanto es conciencia de su época, es también reflexión histórica. En la Segunda consideración intempestiva, Nietzsche señala tres formas de la memoria histórica, a las que designa: monumental, anticuaria y crítica. Tras pensar el significado y las implicaciones de cada uno de estos posibles modos del ser histórico para el presente, esta reflexión pregunta por la actualidad de dicha visión y su valor como filosofía para ser pensada hoy. Por otra parte, se hace énfasis en la importancia de la crítica que la filosofía tiene que ejercer hoy sobre la historia; ante la urgencia de que el pensamiento asuma la dirección del devenir humano, de que este no sea determinado por la técnica ciega o por la irracionalidad, esta crítica es también y, ante todo, conciencia de la historia que hacemos como individuos y sociedad.
1. Relevancia de la reflexión acerca de los usos de la historia
Es necesario señalar el lugar que ocupa la reflexión sobre los usos, ventajas y desventajas de la historia, tanto en el contexto de la obra de Nietzsche como respecto a su época.4 Esta crítica de los métodos y del enfoque de los estudios históricos es el tema de la Segunda consideración intempestiva; sin embargo, resulta significativo que este problema particular es exclusivo de dicha obra, y no presenta un desarrollo posterior, es decir, en la obra tardía de Nietzsche, al menos en los términos planteados por la segunda consideración.5 Las categorías -monumental, anticuaria y crítica- no aparecen en adelante, con lo cual se puede sugerir que la discusión allí entablada se encuentra superada, sin que por ello pierda valor como tema de reflexión -así como para el momento contemporáneo, con su particular experiencia de lo histórico.
En todo caso, estos problemas, en otros términos y categorías, se encuentran presentes en las discusiones tardías. La historia crítica es definitiva en las etapas posteriores de la obra: en el periodo medio más científico y objetivo (Aurora; Humano, Demasiado Humano), previo a un período más alegórico (Así habló Zaratustra); y al final, en el periodo decididamente crítico (El Anticristo), y apelando a la historia como ámbito de la reflexión filosófica -en el sentido más fuerte y no en el más formalmente académico, del que el propio Nietzsche se aleja tanto en su vida como en su obra-. La Genealogía de la Moral es otro caso ejemplar de la crítica ejercida sobre la verdad histórica, crítica de la cultura, de la moral y en general de la verdad establecida, apoyada en la base de un conocimiento profundo y erudito de la historia; conocimiento, en todo caso, apropiado para sí y transformado en valor para el futuro.
El papel de los estudios históricos en la propia formación del filósofo, y por supuesto en su obra, es de gran importancia y no se puede perder de vista:6 Nietzsche es filólogo clásico, lo que en el fondo significa, en gran medida, ser historiador de las obras clásicas, esto es, estudiar la historia de las palabras y, con ello, la historia del propio sentido que ha ido adquiriendo el mundo a través de sus diversas -sucesivas o contemporáneas- configuraciones. Pero su relación vital con la filología se comporta de forma análoga a su relación con la historia: no puede ver en ella un ejercicio académico, objetivo y frío como pura materia inerte que se observa; como ocurre con la filología clásica, la relación de Nietzsche con la historia deriva en reflexión filosófica, comprometida a fondo con la vida. Esta postura, como es bien sabido, significó una relación problemática de Nietzsche con la filología académica de su tiempo.7
Lo que se quiere señalar es que esta relación polémica con la filología clásica es, a su vez, confrontación con la historia académica -en tanto, para el historicismo como corriente de pensamiento hegemónica en la época, la historia clásica y sus obras son la fuente de formación en los valores que la cultura necesita preservar-. La polémica de Nietzsche con la filología académica es también polémica con su propio tiempo: la filología clásica es una ciencia objetiva, a la medida del historicismo y el objetivismo en boga. La concepción de la filología para Nietzsche no está imbuida de historicismo, sino que es una mirada alegórica, la mirada intempestiva del filósofo. Tanto en la crítica como en la creación de su propia obra, Nietzsche encarna la relación agónica entre historia y filosofía, entre pasado y presente, para la creación del porvenir.
2. Los usos de la historia y su importancia para la vida
En tanto ser histórico, la propia actitud que frente a la historia muestra un hombre, pueblo o civilización es determinante para la medida de su salud y fuerza. Es su forma de asumir lo histórico, de otorgarle valor, de incorporarlo a la propia cultura por vía de la formación y educación de los individuos:
La historia forma parte del ser vivo en tres aspectos: en tanto que éste es activo y aspira, en tanto preserva y venera, y en tanto sufre y necesita de liberación. A esta trinidad de relaciones corresponde una trinidad de formas de historia: cabe distinguir una forma monumental, una forma anticuaria y una forma crítica de la historia (Nietzsche, 2011, p. 703).
Estas formas son actitudes o modos de asumir el pasado, que definen el modo en que la historia influye en el hombre en su formación:8
en tanto es activo y aspira: como inspiración y ejemplo para el presente, para transformar su realidad y hacer su historia,
como justificación y sentido para la acción presente; en tanto preserva y venera
el pasado, y
si a causa de su propio pasado, sufre y necesita liberarse; su actitud frente a él es, en consecuencia, de ruptura, e incluso, destrucción.
En tanto modos de relacionarse con el propio pasado, estas actitudes forman parte de la cultura, en el sentido profundo y fuerte de esta palabra: como síntesis9 armónica y vital de la experiencia. La importancia de su estudio radica en este carácter, determinante para la época presente y para la formación del hombre futuro.10
2.1. El uso monumental de la historia
Existe, en primer lugar, un uso monumental de la historia: “Pertenece la Historia ante todo al individuo activo y poderoso, a aquel que sostiene una magna lucha, necesita modelos, maestros, confortadores, y no puede encontrarlos entre sus compañeros en el presente” (Nietzsche, 2011, p. 703). Historia como testimonio de que es posible superar la mediocridad, indiferencia y medianía del presente; de que son posibles belleza, gloria y sabiduría.11
Esta observancia activa de la historia propicia un tipo de hombre a su vez superior, en la medida en que son más importantes para el enriquecimiento de la vida, los seres ejemplares que las obras de arte en sí mismas. Los genios y hombres ejemplares demuestran a los hombres del presente que es posible sobreponerse a los instintos animales y a la mediocridad, convertirse en creadores: en enriquecedores y justificadores de la vida;12redimen la vida, que es perecedera, precaria y limitada, imperfecta en todos los sentidos. Como el arte embellece la miseria del mundo, lo hacen -con su ejemplo- las vidas de seres excepcionales que trascienden no sólo a sus adversidades, sino también a las comodidades, deseos, vicios e instintos vulgares y gregarios.13
La forma monumental de la historia tiene un uso ejemplarizante, que pretende conservar y mantener vivos los valores considerados supremos, en los que la humanidad aspira a alcanzar su máxima realización. Es necesaria una historia monumental para preservar la esperanza en el porvenir y en sus posibilidades, y perseverar en la lucha por engrandecer vida y cultura:
Que los grandes momentos en la lucha de los individuos forman una cadena, que en ellos perdura a través de los milenios un plano estelar de humanidad, que lo supremo de tal momento, caducado hace ya mucho tiempo, continúa siendo para mí algo vivo, claro y grande: he aquí la idea subyacente a la fe en la humanidad, idea que se corresponde con la exigencia de una historia monumental (Nietzsche, 2011, p. 703).
La historia monumental narra y crea, a la vez, un pasado digno y edificante de la nación, la raza, la iglesia, del pueblo:
Mientras el alma de la historiografía esté en los grandes incentivos que extrae de ella un poderoso, mientras el pasado tenga que ser descrito como algo digno de emulación, como algo susceptible de emulación y repetición, él mismo se halla desde luego expuesto al peligro de ser desviado un poco, embellecido y así aproximado un poco a la libre invención; hasta se dan épocas que no saben discernir entre un pasado monumental y una ficción mítica; porque de uno y otro mundo pueden extraerse los mismos incentivos (Nietzsche, 2011, p. 705).
El historiador transfigura los hechos y los narra con un efecto preciso: edificar, ejemplarizar, inspirar. La historia debería ser escrita por individuos excepcionales: la grandeza del historiador está en ser también artista.14 Esta transfiguración del pasado, a la vez que declaración en favor del arte, de la vida y de la acción (frente a la historia, el conocimiento y la ciencia),15 es en sí misma una experiencia estética del pasado y determina, por lo tanto, su interpretación y valor para el presente.16 Finalmente, se debe recalcar que el propósito último de esta forma de asumir la historia es el de emular a las grandes personalidades del pasado, justamente en lo que éstas tienen de ejemplar: su voluntad de ruptura y de establecimiento de la propia historia.17 En este sentido, la historia monumental cumple un fin enriquecedor y útil; de lo contrario, es perjudicial para la vida.
2.1.1. Perjuicios de la historia monumental para la vida
El uso monumental de la historia no es un recurso exclusivo de individuos fuertes, inspiración para hacer historia en el ámbito de las ideas, el arte o la política. También se requiere de un uso de la historia monumental para dirigir el pensamiento de las mayorías, por sugestión y adoctrinamiento, en todo caso, desde la formación. Por esta razón, debe gobernar al mundo “la sorda rutina”, con su indiferencia -odio incluso- por todo aquello que no sea actual e inmediato, provechoso -que sea intempestivo18-:
Pero precisamente en esta exigencia de que lo grande deba ser eterno se desencadena la más terrible lucha. Pues todo lo que todavía vive grita: “¡No!” lo monumental no debe producirse -tal es la contraconsigna. La sorda rutina, lo mezquino y lo vil que llena todos los rincones del mundo y como pesado vaho envuelve todo lo grande, se vuelca entorpeciendo, engañando, rebajando y asfixiando en el camino que lo grande ha de recorrer rumbo a la inmortalidad. Pero ¡este camino corre por las mentes humanas!, por las mentes de animales azorados y efímeros que se asoman siempre de nuevo a los mismos apremios y a duras penas logran conjurar por breve tiempo la perdición. Porque lo que por lo pronto quieren es una sola cosa: vivir a cualquier precio (Nietzsche, 2011, p. 704).
En su forma monumental, la historia entraña un peligro para la vida, si la primacía de los valores mediocres de la mayoría desalienta el crecimiento de cultura auténtica;19 si sólo se acude a ella como al espectáculo administrado de una cultura, por demás, característica de un hombre que no conoce nada propio, aunque devora experiencias, datos, interpretaciones y opiniones.20 El espíritu de grandeza que alentó las obras ejemplares del pasado carece de valor, si su influencia se limita a la veneración, al conformismo y a la comodidad, que son enemigos de lo grande: “Pues no quieren que surja lo grande; su recurso es decir: “¡Mirad, lo grande ya está ahí!”. En verdad lo grande que ya está ahí les importa tan poco como lo grande que surge: como lo atestigua su vida” (Nietzsche, 2011, p. 706; la cursiva es del autor).
La veneración exacerbada de un supuesto pasado monumental es, al contrario, terreno propicio para el fanatismo, el uso astuto de la agitación y la propaganda, la manipulación de masas e incluso su aprovechamiento en causas siniestras:21
La historia monumental engaña mediante analogías: con seductoras similitudes tienta al valiente a la temeridad y al entusiasta al fanatismo, y si se imagina esta historia hasta en las manos y mentes de los egoístas con talento y de los malhechores exaltados, se destruyen reinos, se da muerte a príncipes, se instigan guerras y revoluciones y se aumenta aún más el número de “efectos en sí” históricos, esto es, de efectos sin causas suficientes. Esto, para recordar los daños que la historia monumental puede ocasionar entre los poderosos y los activos, ya sean buenos o malos; ¡y no digamos cuando se apoderan y se valen de ella los impotentes y los inactivos! (Nietzsche, 2011, p. 706).
La historia monumental es útil a la vida si la exaltación del pasado inspira ruptura de la propia historia, superación: el hombre no se supera a sí mismo sin superar sus obras, si de ellas no surge algo nuevo y grande, si la grandeza del pasado es simple objeto de contemplación;22 es decir, si la imagen que prevalece del pasado lo glorifica al punto de reducir el presente con la idea fatal de que la gloria pasada es insuperable. Si el pasado monumental es un instrumento del poder para perpetuarse y producir efecto entre las masas mediocres, egoístas y exaltadas, representa una inconveniencia del historicismo para la vida, en tanto se reduce la vivencia de la historia a una mímesis manipulada.23
2.2. El uso anticuario de la historia
Como se ha señalado, lo que conserva la memoria es tan determinante como aquello que olvida; la historia es aquello que logramos no olvidar.24 La historia anticuaria es una permanente veneración y respeto hacia el pasado en su integridad, no una exaltación de sus aspectos heroicos:
La historia pertenece, pues, en segundo lugar, al que preserva y venera, a aquel que con lealtad y amor mira allí de donde proviene y en donde se ha formado; con esta piedad expresa, en cierto modo, su gratitud por su existencia” (Nietzsche, 2011, p. 707).
La historia anticuaria encuentra justificación y conformidad en la fría concreción de los hechos, en su pretendida objetividad.25 La cultura anticuaria es fiel a su legado, leyes y costumbres. Busca identidad, instinto de comunidad, sentido de pertenencia. Gracias a su influjo se instituye un nosotros: “de esta manera, con este ‘nosotros’, mira por encima de la efímera y curiosa vida individual y se identifica con el espíritu de su hogar, de su linaje, de su ciudad” (Nietzsche, 2011, p. 707).
Para la historia en su uso anticuario, tanto lo grande y fuerte como lo absurdo hallan -en la razón- finalidad y justificación.26 No hay una valoración del pasado para extraer de él vivificación y fuerza, sólo se pretende documentarlo objetivamente.27
El sentido anticuario de un ser humano, de un vecindario, de todo un pueblo, siempre se caracteriza por un campo visual limitadísimo; es muy poco lo que percibe, y este poco lo ve demasiado cercano y demasiado aislado, no es capaz de medirlo y, por consiguiente, considera todo igualmente importante, es decir, atribuye a todo lo individual una importancia excesiva (Nietzsche, 2011, p. 709).
Esta aspiración a racionalizar completamente la realidad y el pasado corresponde a la necesidad humana de sentido, de ser parte de un “proceso universal”;28 para esta concepción teleológica de la historia dicho sentido puede explicarse porque:
el propósito de la vida humana es la salvación (concepción teológica): el proyecto de la historia del hombre es el proyecto de Dios, la realización de su voluntad; o
el propósito de la vida es la realización de la conciencia (concepción racionalista): la historia es el progreso y despliegue del Ideal, y toda historia es parte de un desarrollo y, por lo tanto, es racional.
Tal interpretación tiene raíz suprahistórica: para ella, la historia tiene fin, propósito o meta. Porque está predestinada y su destino es ineludible, ella concibe cada paso del obrar humano como necesario dentro de la historia de la salvación y como encarnación de una voluntad superior y divina. Es la encarnación de una filosofía del éxito,29 de la justificación, sublimación e idealización de las estructuras dominantes; su reverencia lógica hacia dichas realidades concretas de la historia se consuma en la filosofía de la historia hegeliana: toda la realidad es racional.30 Cada nuevo hecho, dato, artilugio técnico o conocimiento científico significa evolución y progreso, está justificado y justifica a su vez las configuraciones y estructuras -sociales, económicas, políticas, religiosas- del presente.31
En esta dinámica de racionalización de la historia efectiva,32 Nietzsche pone de manifiesto la irrupción del carácter irracional de la existencia.33 Esto es, la imposibilidad de definir un fundamento racional, el desconocimiento de las más profundas motivaciones de los actos históricos, soslayadas éstas en la explicación teleológica racional, para la cual todo lo que acaece posee un sentido.34 La mentalidad moderna resuelve a su vez el elemento irracional, privilegiando una visión en la que todo poder o valor histórico ostenta un carácter necesario y racional, en tanto se ha hecho efectivo en la historia.35 Suprime así toda reinterpretación del pasado en cuanto lo considera acaecido, conocido y justificado objetivamente; descarta la posibilidad de que las cosas sean de otra forma, de una realidad distinta posible.36 En este horizonte, las condiciones bajo las cuales se vive quedan definidas por una lógica suprahistórica o por un poder divino, mientras sus auténticas razones y raíces históricas permanecen ocultas, olvidadas en el abismo de la ahistoricidad.37
2.2.1 Perjuicios de la historia anticuaria para la vida
La historia anticuaria alienta la indiferencia general; resta peso, valor y significado a la vida de seres concretos cuya participación en la historia consiste en el anonimato y la intrascendencia: síntoma de lo anterior es que en la época contemporánea el instrumento de medición de la masa es la estadística. Esta actitud medrosa y mediocre es responsable de que haya historias, pero ningún acontecer: ocurren cosas todo el tiempo, y, sin embargo, el espíritu reposa, satisfecho y conforme, sin que actos genuinamente creadores irrumpan en el devenir, y se manifiesten en la historia como espíritu creador.38
La concepción de justicia del historicismo se encuentra del lado de la historia, el conocimiento y la ciencia. Se trata de una concepción de lo justo como aquello que se debe alcanzar, basada en el modelo del estado de cosas al que la historia supuestamente justifica.39Nuevamente, se construye el relato de un estado de cosas justo, sobre la base de una historia esencialmente injusta. Y se justifica, no solamente el estado de cosas, sino la historia que lo ha propiciado y, con ella, las configuraciones de poder particulares que lo han hecho posible. Sin embargo, la libertad posible para el hombre es la renovación del vínculo entre su vida y su pasado, es decir, su historia propia. Esta concepción es contraria a la de una historia absoluta, donde la vida individual está ya determinada por la realidad concreta.
2.3 El uso crítico de la historia
Un tercer modo de la historia es el crítico. La crítica impulsa adelante a la ciencia histórica y la cultura, dinamiza la historia al reinterpretar los hechos, interroga al pasado sustrayéndolo del conformismo y comodidad de su uso anticuario:40
Es preciso que, para poder vivir tenga la fuerza y la emplee de tanto en tanto, de quebrar y disolver un pasado: para cuyo fin abre juicio sobre él, lo hace objeto de una estricta investigación y, por último, lo condena; pero todo pasado merece ser condenado -pues en las cosas humanas siempre han privado la violencia y la debilidad humanas.41 No es la justicia la que aquí juzga; y menos es la clemencia la que aquí pronuncia el veredicto: es, exclusivamente, la vida, ese poder oscuro e impulsor que con insaciable afán se desea a sí mismo. Su fallo es siempre implacable, siempre injusto, porque jamás ha fluido de la fuente pura del conocimiento; pero en la mayoría de los casos el fallo sería el mismo aunque lo pronunciase la justicia. “Pues todo lo que nace merece sucumbir. Por eso sería mejor que nada naciese” (Nietzsche, 2011, p. 710).
Esta actitud crítica ante la historia cumple una labor revitalizadora:42 los valores del presente se abren paso, arrebatan al pasado su carácter irrevocable, monumental y anticuario, ejemplar y venerable. La auténtica creación implica quebrar los valores contemporáneos aceptados, la opinión y el gusto común. Es necesaria una labor de ruptura, desmitificación y desenmascaramiento de las ilusiones que constituyen la historia y la cultura.
La crítica de la cultura y de la historia necesitan la labor del docto y el erudito, la objetividad científica necesaria para asumir de forma objetiva sus resultados, aunque estos socaven la legitimidad de lo aceptado como verdad;43 la historia crítica prefigura a la genealogía.44 El relato histórico da forma al pasado para favorecer una historia particular, ya que la historia como acontecer (Geschichte) es inabarcable, mientras que la historia narrada (Historie) de esos acontecimientos es siempre interpretación; no hay objetividad completa posible. De igual forma, el curso de la historia puede exigir que tales privilegios y ocultamientos salgan a la luz y propiciar, por ejemplo, un cambio en la distribución de fuerzas de la sociedad:
Pero a veces la misma vida que necesita del olvido pide la destrucción por un lapso de tiempo de ese olvido; precisamente entonces ha de ponerse en evidencia la injusticia inherente a la existencia de tal o cual cosa, de tal o cual prerrogativa, casta o dinastía, y hasta qué punto esa cosa merece desaparecer (Nietzsche, 2011, p. 710).
Esta renovación de la cultura como permanente reinterpretación de la historia se opone al olvido. Escribir permanentemente la historia implica crítica como labor destructora y creadora a la vez, pues la crítica juzga las verdades de anticuario y monumentales que son los hechos “oficiales” con sus interpretaciones, para traer del olvido verdades nuevas. Aquello en lo que fija su mirada la crítica (“tal o cual prerrogativa, casta o dinastía”) es examinado ahora sin el respeto y la veneración que hasta ahora le otorgó la historia.45
La perspectiva crítica de la historia juzga el pasado y el presente en aras de la justicia o el bien del hombre futuro. Mientras tanto, el anticuario mide la historia según el valor que tenga para su propia preservación; el monumental la mide según le inspire a actuar y según explote a su vez sus impulsos de reconocimiento. El modo crítico de la historia es en este sentido, el más objetivo: la crítica no busca olvidar, enaltecer o reducir ningún hecho, obedece al impulso más auténtico de búsqueda de la verdad. La historia anticuaria y la monumental miran al pasado; la crítica mira al futuro, en el sentido en que su mirada obedece a una visión histórica particular de la justicia y de la verdad, y por lo tanto a un ideal de justicia y verdad. En su tarea dinamizadora de la historia, la crítica representa tanto una necesidad como un peligro.
2.3.1 Peligro y necesidad de la historia crítica para la vida
La labor crítica en sí entraña peligro porque socava la naturaleza de la cultura; es peligrosa para la misma vida por cuanto ella -la vida- habita y se nutre en ese suelo histórico, en creencias y convicciones, en su identidad, que incluye la religión, la tradición, el orgullo patrio: “Es siempre un proceso peligroso, peligroso para la vida misma: y los seres humanos o las épocas que sirven a la vida juzgando o destruyendo un pasado siempre son individuos y épocas peligrosos y expuestos a peligros” (Nietzsche, 2011, p. 710). La crítica es peligrosa en la medida en que, quien cuestiona su pasado y su historia, se cuestiona a sí mismo desde su origen, pues su presente es resultado de las generaciones pasadas, de sus aciertos y errores, incluso de sus crímenes.46
El pasado histórico conserva nuestra naturaleza; de modo que ahondar en lo oscuro y olvidado de esa naturaleza es una labor constructora de conocimiento, a su vez que destructora de convicciones, discursos y creencias. Socavar el pasado y la historia de una cultura implica reemplazar su naturaleza por otra. Por otra parte, la crítica del pasado y la tradición puede también revalorizar la cultura; la historia crítica conlleva un efecto de superación del pasado, de su desmitificación.47 Superar el pasado implica un cambio en la medida de su valor para la vida presente, y ésta es tarea de la crítica histórica, a la vez que su necesidad: un incesante interrogar al pasado heredado, inculcado. Esta tensión entre la historia establecida por verdad y su permanente indagación, implanta en su lugar una nueva disciplina, una nueva verdad ajustada al ideal de la época, una segunda naturaleza.48
Finalmente, se hace importante señalar que el principal peligro de la actitud crítica ante la historia es el hecho de que esta crítica no signifique en el fondo peligro alguno: es decir, que de su uso debería resultar un incremento de fuerza y permanente revalorización de la vida. La crítica, si es auténtica crítica del arte, la historia, la ciencia o la política, tiene valor en tanto sea un elemento dialéctico de transformación de la propia vida o de la historia. Lo que esto significa es que la crítica para ser auténtica ha de corresponder a una vivencia, a una praxis, a una determinación: debe poseer valor. Y no ser, por el contrario, simple actividad, trabajo intelectual. La ciencia recaba conocimiento; el uso que de este se haga en beneficio o perjuicio de la vida es justamente el centro del problema planteado aquí.
3. Actualidad y pertinencia de los usos de la historia para la vida presente
En general, en su uso crítico la historia puede, como en el monumental o el anticuario, significar ventajas y peligros para la vida. Puede señalarse cómo, en primer lugar, las tres formas o usos de la historia se encuentran presentes no sólo en la labor historiográfica de escritura y fijación de la historia, sino en la propia vivencia de la historia. Las tres son formas de concebir el pasado, a la vez que actitudes frente a éste y ante el presente.
Cada uno de los tres modos de historia existentes se justifica precisamente en un único suelo y en un único clima: en cualquier otro se convierte en una mala hierba que todo lo invade. El ser humano que aspira a crear algo grande se apropia del pasado, si es que lo necesita, mediante la historia monumental; en cambio, quien se inclina por detenerse en lo acostumbrado y tradicional cultiva lo pasado como historiador anticuario; y únicamente aquel al que un apremio actual oprime el pecho y que ansía sacarse de encima esta carga, cueste lo que cueste, tiene una necesidad de historia crítica, esto es, la necesidad de una historia que juzgue y condene(Nietzsche, 2011, p. 707; las cursivas son del autor).
Sólo el hombre exalta, venera o problematiza su pasado, porque sólo el hombre es histórico. Esta condición de ser histórico es la raíz misma de la conciencia: como ser que tematiza su pasado y entabla con él una relación de veneración, conformidad o crítica, el hombre es a su vez el ente capaz de determinar su propia historia.
En este sentido, la pregunta por la actualidad de estas consideraciones tendría que hacerse de cara a la experiencia de la historia en la época contemporánea. Se puede empezar por señalar un peligro de manipulación de lo histórico, de construcción -y destrucción- de discursos a voluntad del poder dominante. Una reescritura del pasado, posible gracias a las omnipotentes redes de la información, hace parte de una realidad mediada desde estructuras de poder sin precedentes en la historia misma; y hace posible, además, que la historia en cuanto relato que justifica el pasado, sea un discurso hegemónico difundido y aceptado de forma general y sin crítica.
Aquí puede leerse el fenómeno contemporáneo de lo histórico desde una perspectiva monumental; por ejemplo, en la constante magnificación que la historia hace de acontecimientos o personajes, de si exalta cualidades y virtudes nobles, o si es un instrumento de la propaganda política y económica. La manipulación de la historia con fines monumentales fue una realidad en la época de Nietzsche, como en la época de Tucídides; y con mayor alcance, en la de los grandes conglomerados mediáticos, la concetración del poder privado por encima del estado y las hegemonías globales.49 La verdad histórica está en construcción ahora, en el momento presente, sujeta a la manipulación del poder y exige del ejercicio incontestable de la crítica. Precisamente ahora se escribe la historia del pasado inmediato; pero la propia inmediatez de la información -ese ente inconmensurable- en contraste con la apariencia de una historia abierta, de libre acceso y democrática, ofrece la permanente sospecha y la evidencia de su manipulación, sesgo, de la inevitable hegemonía de interpretaciones particulares. En este caso no se habla ya de una intervención, manipulación e incluso, revalorización del pasado, sino ya, de la determinación de la historia futura, esto es, del presente.
La misma profusión de medios tecnológicos para difundir información y contenido -ninguna de estas palabras significa o implica verdad-, a cambio de garantizar la objetividad en la narración de la historia, propicia más la ambigüedad y la ilusión de rigor científico, de la pretendida verdad. En este sentido una forma anticuaria de la verdad histórica puede explicar el uso que de la historia se sigue haciendo para justificar la configuración presente de poder. La actitud que justifica toda la historia acaecida, con sus injusticias y crímenes, en virtud de un desarrollo racional, está más presente hoy, justamente cuando el poder se permite ese carácter, justificado en la razón y la ciencia.
Conclusión
Aquí revela su valor para hoy la actitud que frente a la historia asumimos: la más remota, la reciente y la historia presente, interpelan la conciencia del ente que piensa con su carga de realidad inobjetable, con sus circunstancias, valores y, sobre todo, con su pretendida verdad. Pero esa experiencia de la historia es mediata, pese a la ilusión de su inmediatez, accesiblidad y evidencia: la sociedad administrada, centrada en la producción, posee el poder necesario para producir también una historia, un pasado, un discurso, una interpretación, una realidad. Frente a ese poder estructural -que constituye bajo su dominio el discurso hegemónico de la historia- el individuo sólo es capaz de participar de la historia en un horizonte limitado a sus circunstancias sociales, políticas, religiosas; pero ante todo, a su propio discernimiento de la historia y de lo inobjetablemente real. Este determinará, si en su visión de la historia es dominante la admiración que quiere superar; la veneración que busca conservar; o la crítica destructora de verdades aparentes, indispensable si se aspira a verdades y valores nuevos.
Esta realidad contemporánea consiste en presenciar el hecho permanente de la historia en tanto acaece: hoy la historia mundial es un hecho que ocurre ante nuestra mirada de espectadores, del que somos testigos simultáneos en virtud de una extraordinaria estructura técnica, racional, que hace posible esa presencia real de la historia en tanto hecho que se concreta. Sin embargo, esta condición sigue siendo la de una experiencia mediata de la realidad: la historia es producida, manipulada y en todo caso es siempre, inevitablemente, una experiencia limitada al horizonte de significación, de valores, de interpretación: a la cultura del hombre concreto que vive su propia historia. Aquí el ejercicio de la crítica se hace tarea filosófica, ejercicio permanente de mostrar el sentido, de ser conciencia activa de su época. Ser conciencia de la época en la medida del propio horizonte de lo posible, consiste en ser testigo y crítico, y en todo caso e indefectiblemente, en ser parte activa de la historia, único propósito razonable de este ser consciente.