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Análisis Político

Print version ISSN 0121-4705

anal.polit. vol.20 no.60 Bogotá May/Aug. 2007

 


Internacional


Globalización y desarrollo:
¿Cómo opera la correlación?


Globalization And Development:
How Does The Correlation Operate?


Hugo Fazio Vengoa
Profesor Titular del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia y de la Universidad de los Andes.


RESUMEN

El texto reflexiona sobre la contundencia del impacto que ha tenido la globalización sobre los estudios del desarrollo. ¿Cómo ha incidido la globalización en el desarrollo y porqué la centralidad que el saber académico le ha concitado a la globalización ha distorsionado la valoración misma del desarrollo? ¿Puede volver a pensarse el desarrollo en un contexto de globalización o más bien en lugar de países desarrollados y en vías de desarrollo deberíamos acuñar los términos de países "globalizados" y "en vías de globalización"? ¿Cómo se pueden rearticular propuestas de desarrollo en un escenario tan complejo como el que se vive en los inicios de este siglo XXI?

Palabras clave: desarrollo, globalización, historia.

SUMMARY

This text presents a reflection on the impact of globalization over development studies. How has globalization influenced development and why has the academic preponderance conferred to globalization distorted development appraisal? Can development be thought again within a globalization context or we should rather speak of globalized and globalizing countries instead of developed and developing countries? How can development proposals be articulated in such a complex scenario as the one we are facing in the outset of the XXI century?

Key words: development, globalization, history.


A finales de la década de los ochenta, en sincronía con el remesón sistémico que produjo la caída del muro de Berlín, los estudios sobre el desarrollo entraron en barrena; comenzaron a experimentar grandes dificultades para seguirse definiendo como un campo del conocimiento y muchas de sus propuestas empezaron a quedar en el vacío. Esta situación, en parte, obedeció a la fragilidad de muchos de sus referentes y a la cada vez más complicada puesta en marcha de sus propuestas.

Pero, en esta pérdida de cohesión también intervino un conjunto de situaciones que alteraron la atmósfera y el escenario en el que se debatía el desarrollo. Algunas respondían a nuevas tendencias intelectuales, entre ellas la crítica -desde posiciones posmodernistas, posmarxistas y posestructuralistas- a las grandes construcciones teóricas que conformaban el núcleo central de este pensamiento. En esta pérdida de consistencia también incidió la reorientación experimentada por buena parte de esta literatura para encontrar explicaciones y respuestas a graves problemas más circunstanciales que experimentaban las naciones en desarrollo, tales como la deuda externa, la pobreza, el impacto medioambiental, etc..

En este impasse en que entraron los estudios sobre el desarrollo también participaron algunas grandes transformaciones que estaban sacudiendo al entonces llamado Tercer Mundo, sobre todo el éxito alcanzado por varios países del Asia-Pacífico, situación que se tradujo en un privilegiamiento de los estudios de área, por zonas geográficas - que se procediera a acometer comparaciones entre las cada vez más disímiles trayectorias de desarrollo entre países de las distintas regiones- y a que se rompiera el consenso antes existente en torno al "Tercer Mundo", como escenario global para el desarrollo.

Una conmoción en ningún caso menor le correspondió a la severidad de las políticas de ajuste, aplicadas en Asia, África y América Latina, que se tradujeron en una progresiva economización y mercantilización de los temas conexos al desarrollo. Por último, intervino el estruendoso fracaso del socialismo real, principal sistema conocido alternativo al capitalismo, que pareció demostrar la inviabilidad de los esquemas diferentes al imperante en el entonces llamado "Primero Mundo".

Si bien es innegable el importante papel desempeñado por este conjunto de situaciones en el desgaste de los estudios sobre el desarrollo, no es exagerado sostener que nada sacudió tanto sus cimientos epistemológicos como la intensificación que experimentó la globalización, proceso de larga data, pero que registró una profunda transformación a partir de los sesenta y una fuerte aceleración precisamente a partir de los años ochenta.

Desde un punto de vista general, se puede decir que desde dos ángulos la globalización estremeció las propuestas y el pensamiento sobre el desarrollo. De una parte, porque las diferentes posturas académicas, intelectuales y políticas que se han asumido frente a la globalización comportan en su esencia misma una concepción sobre el desarrollo. El choque de vagones entre estas distintas lecturas de la globalización no ha sido otra cosa que un enfrentamiento en torno a diferentes concepciones sobre el desarrollo, posible y/o anhelado". De la otra, porque la globalización "desnacionalizó" el problema del desarrollo. Toda la experiencia histórica reciente parece demostrar la impracticabilidad e inviabilidad de las tentativas de desarrollo autocentrado.

Es rigor, cuando se reúne este último par de condiciones se puede observar que la mayor intensificación de estas tendencias en el transcurso de las últimas décadas ha ido creando un escenario en el cual el desarrollo ha quedado incluido dentro de las dinámicas mismas de la globalización1. Dada la contundencia del impacto que ha tenido la globalización sobre el desarrollo, varias preguntas se agolpan inmediatamente en la mente. ¿Cómo ha incidido la globalización en el desarrollo y porqué la centralidad que el saber académico le ha concitado a la globalización ha distorsionado la valoración misma del desarrollo? ¿Puede volver a pensarse el desarrollo en un contexto de globalización o más bien en lugar de países desarrollados y en vías de desarrollo deberíamos acuñar los términos de países "globalizados" y "en vías de globalización"? Por último, ¿Cómo se pueden rearticular propuestas de desarrollo en un escenario tan complejo como el que se vive en los inicios de este siglo XXI?

No es fácil responder a estos interrogantes. Más aún, cuando el desencanto y la frustración, tal como la expresan millares de personas en estos inicios del siglo XXI, confirman la importancia de tratar imaginativamente de responder a estas preguntas. El problema, sin embargo, es mucho más complejo que la simple inclusión de nuevos indicadores de "felicidad" o de solidaridad cuando se quiere promover un verdadero desarrollo. Pero tampoco se puede caer en la postura contraria y reducir toda la cuestión a una reconsideración de los viejos conceptos o a someter a críticas las incongruencias que encierra el actual pensamiento "único". Más importante es, a nuestro modo de ver, el hecho de considerar que la perspectiva analítica por la cual se opte se convierte, por regla general, en una guía orientadora argumentativa que incluye de antemano sus posibles respuestas.

Así, por ejemplo, el procedimiento más usual ha consistido en mostrar los cambios que en el mundo habría entrañado la globalización para, de ahí, inferir el impacto que esta dinámica ha generado sobre el desarrollo2. Un procedimiento tal, a nuestro modo de ver, adolece de varias fallas. Primero, no especifica cuales y en qué contexto ciertos factores han potenciado estas transformaciones, a no ser los que se derivan de la lógica argumentativa de la misma globalización. Segundo, cuando se emprende un análisis en términos de la misma globalización, esta dinámica se convierte en un argumento auto referencial, lo que conduce a que se termine privilegiando o reconociendo como válidas sólo aquellas variables que se pueden explicar o que se inscriben dentro de sus mismos términos. Por último, pero no por ello menos importante, la globalización comporta unas determinadas velocidades y cadencias de tiempo y se despliega dentro de ciertas espacialidades, a veces, preexistentes y otras que ella misma construye, lo cual invariablemente conduce a que se opte por unas lecturas -económica, social, política y cultural- que se ubican dentro de ese registro espacio temporal (la celeridad, el cambio, los avances científicos y tecnológicos) y que desestime todo aquello que se reproduce dentro de otros planos de tiempo y espacio (v. gr., el "atavismo" de lo local o el reforzamiento de las identidades).

Dada las insuficiencias que comportan enfoques de este tipo, consideramos necesario señalar de antemano nuestro punto de vista, el cual, se inscribe dentro de una perspectiva que hemos definido como historia global 3, pero que, por ser una mirada que se sitúa en una escala muy amplia de observación, debe compactarse con otra más específica, la que puede definirse como una economía política neobraudeliana .

Nos inclinamos por una perspectiva de economía política por la necesidad de articular argumentativamente las transformaciones económicas del período con las principales dinámicas políticas y sociales que en las últimas décadas han sacudido al mundo. A nuestro modo de ver, sólo desde este ángulo se puede crear un marco de observación que le otorgue inteligibilidad tanto a la globalización como al desarrollo. Entendemos que la unión de ambos fenómenos no es un asunto fácil, más aun cuando, como ha demostrado Saskia Sassen, más allá de recurrir a la habitual medición de factores que trascienden las fronteras, la economía política de la globalización debe demostrar los niveles, así como el lugar, que ocupa la transnacionalización en la nueva geografía económica transnacional4.

La pertinencia que representa un enfoque en términos de economía política también puede justificarse desde otro ángulo: una de las constantes de la globalización es que pone en competencia a los distintos sistemas sociales y, en ese sentido, un enfoque que privilegie esta variable debe propender por reinsertar las complejas interrelaciones entre hábitos, prácticas políticas y formas culturales con los elementos propiamente económicos.

Al mismo tiempo, esta perspectiva de economía política debe inscribirse dentro de unos referentes neobraudelianos porque, a nuestro modo de ver, tres tesis del historiador galo resultan de gran importancia cuando se quiere descifrar la interrelación que existe entre la globalización y el desarrollo. La primera consiste en que Braudel acometió su estudio sobre el capitalismo a partir de un esquema tridimensional, es decir, reuniendo en un mismo enfoque tres capas y dinámicas, cada una de las cuales dispone de una determinada cobertura espacial y una manifiesta cadencia temporal, de cuya interacción se desprenden los modos específicos del desarrollo económico.

La primera es lo que el autor denomina como vida material , es decir, aquel ámbito en el que se desenvuelven cotidianamente las actividades de las comunidades. La segunda está representada por la economía de mercado, o sea, aquella espacialidad en la cual diferentes comunidades entran en un proceso natural de intercambio entre sí. Por último, el capitalismo, el cual desde sus orígenes ha tenido una vocación global5. "¿Los Fugger o los Welser acaso no eran firmas transnacionales?", se preguntaba Braudel en este célebre texto.

El reconocimiento de la existencia e interpenetración de estos tres estratos de la economía representa, a nuestro modo de ver, una alta importancia analítica, más aún cuando la mayor parte de la literatura especializada los ha olvidado u omitidos en sus estudios sobre el desarrollo. Uno de los grandes méritos de esta perspectiva braudeliana ha consistido en haber demostrado que la vida material y la economía popular constituyen aquel sustrato donde se desenvuelve la reproducción de las condiciones de vida. En ese sentido, la vida material no constituye un ámbito circular, repetitivo y periférico, opuesto a los sectores más móviles y modernos (mercado y capitalismo), sino un importante y necesario complemento. No está demás recordar que para Braudel, ningún elemento de "lo social" se puede explicar de manera unidimensional, si no que debe entenderse como un "conjunto de conjuntos". "La historia económica del mundo, es la historia del mundo entero, pero visto desde un solo observatorio, el de la economía. Elegir este observatorio es privilegiar una forma de explicación unilateral y peligrosa"6.

A partir de estos presupuestos, se puede inferir que el desarrollo debe pensarse como una necesaria compenetración entre estos distintos niveles y no puede focalizarse exclusivamente en sólo uno de ellos, como ocurre, por regla general, cuando los economistas pretenden monopolizar el tema o, en particular, cuando se refieren a la globalización en su vertiente económica. Esta perspectiva braudeliana, en síntesis, es un adecuado correctivo al excesivo eurocentrismo y ayuda a romper con la linealidad del desarrollo dentro del tríptico, progreso, excepcionalismo occidental y modernización.

De la anterior premisa se derivan otras dos: de una parte, la larga duración braudeliana constituye un adecuado enfoque que permite incluir a los sectores tradicionalmente marginados y sus resistencias en la historia no sólo como periferia y objeto, sino también como sujeto7 . No está demás recordar que toda historia lineal ha sido siempre una historia de exclusiones. La historia total propuesta por Braudel es un enfoque que procura compilar la historia de todos los hombres y mujeres en su globalidad, es decir, incluyendo la totalidad de espacios, culturas y grupos sociales.

La larga duración y la correspondiente dialéctica de las duraciones permiten también entender las singularidades de las distintas trayectorias históricas y las resonancias y los encadenamientos que se presentan en nuestro presente entre los distintos itinerarios de modernidad. El tiempo, como enseñaba Braudel, es multidimensional, se descompone en variadas duraciones y cuando se acomete el estudio de la experiencia de un país es tanto más plural porque alude a la coexistencia de una amplia gama de realidades temporales, las cuales en determinadas coyunturas se aceleran y en otras se ralentizan.

Es la convivencia entre disímiles estratos de tiempos lo que explica la existencia de diferentes trayectorias de modernidad y, por ende, también de disímiles itinerarios de desarrollo, tal como lo ha sostenido G. Therborn cuando distingue cuatro rutas básicas hacia la modernidad. Como señala el mencionado autor, estas trayectorias son en realidad pasajes a la modernidad existentes históricamente, sintetizados en diferentes momentos cruciales: las revoluciones francesa e industrial, la independencia del continente americano, la típica doble experiencia colonial de la conquista de Bengala y la independencia de la India , y en cuarto lugar, la restauración Meiji japonesa. La singularidad de un país como Rusia consistió en que a partir de Pedro el Grande, el vasto imperio reprodujo elementos de la cuarta ruta, pero inscritos dentro de la primera8.

De la otra, en una perspectiva neobraudeliana los sures o periferias también participan en la construcción del mundo moderno. Claro está que esta postura incluyente requiere de un radical cambio de perspectiva, tal como lo ha venido realizando Fernández-Armesto, a partir de su extraordinario libro Millenium , una de cuyas tesis centrales es esbozada de la siguiente manera: " La imagen tradicional de un mundo extra europeo pasivo, que esperaba, retirado o en decadencia, con un desarrollo estancado o detenido, la marca de la fuerza única y vital de Europa, es una imagen que debemos descartar a favor de una más fluida"9.

Sin embargo, para una adecuada comprensión del papel del sur, no sólo se debe optar por una visión más fluida, que destaque las múltiples interconexiones existentes, también debe entenderse a través del rol desempeñado por el sur en el mismo desarrollo del norte. Sólo mediante esta inclusión de la "periferia" en la historia de la modernidad podemos entender la doble vía en la relación que ha entretejido Europa con el resto del mundo. Fue precisamente el "resto" el que ayudó a sufragar el desarrollo económico y tecnológico de Europa, al tiempo que quedaban privados de recursos para su desarrollo económico interno10.

Pero este enfoque debe ser neobraudeliano, porque en algunos puntos disentimos con Braudel. Mientras para el historiador francés, el espacio ralentizaba la duración, para nosotros la globalización temporaliza el espacio. Pero también porque para Braudel la importante relación entre las distintas temporalidades, enfoque que permite distinguir las diferentes velocidades, aceleraciones y retrasos, así como comprender la complejidad temporal del cambio histórico, las interpreta geométricamente, como una acumulación de pisos en un edificio, cuando, en rigor, se deben analizar topológicamente.

En síntesis, una perspectiva neobraudeliana invita a acometer una historia estructural , en donde entren en juego las ideas, las instituciones y las fuerzas materiales, de cuya dialéctica se puede desprender una amplia variedad de itinerarios de desarrollo, y donde coexisten varios niveles de agentes, prácticas y dinámicas, perspectiva que allana el camino para entender la diversidad, la desigualdad, las contradicciones y las relaciones de poder como elementos consustanciales de esta compleja realidad mundial.

Una historia estructural se diferencia sustancialmente de los análisis histórico funcionalistas, tan en boga hoy en día, e inherentes además a la mayor parte de las teorías sobre el desarrollo, y a las corrientes explicativas de la globalización11, donde los diferentes componentes se conciben en referencia a un principio, al cual se le conceden rasgos de universalidad, como ocurre con la mayor parte de los neoinstitucionalistas, para quienes la adecuada o insuficiente existencia de marcos institucionales explicaría la expansión o el anquilosamiento del mercado, como si este último fuera una actividad eminentemente natural en la historia y en las sociedades.

Una historia estructural también se diferencia de los enfoques funcionalistas desde otro ángulo: no presupone que la historia comporte un esquema universal, representado en una flecha de tiempo, linealidad en la cual se reproducirían determinadas leyes universales de desarrollo, llámense modos de producción o estadios en el desarrollo. La historia estructural parte del reconocimiento de que cualquier personalidad histórica colectiva es el resultado de la manera como se estructura un conjunto societal, el cual se conforma por una densa pluralidad de tiempos y secuencias espaciales en interacción, conjunto que articula unas lógicas propias de continuidad y discontinuidad y coyunturas de ralentización, mutación y crisis, en retroalimentación permanente con otras personalidades históricas colectivas .

En una historia estructural la coherencia del conjunto se encuentra determinada por las cadencias temporales de sus distintos componentes. Estas interacciones así como la consistencia del conjunto se definen por el curso mismo de la historia, razón por la cual el análisis histórico estructural privilegia la historicidad del proceso, perspectiva que explica la importancia del adecuado uso de la periodización. Una periodización, empero, no consiste en simples conjeturas sobre las eventuales fronteras temporales, sino que representa una perspectiva de análisis que excede la lógica formal de la causalidad (explicación en términos de antecedentes, causas, efectos y consecuencias) porque debe además descifrar el cúmulo de fenómenos que incluye en términos de resonancia o de correlación, es decir, estableciendo enlaces diferenciados entre los distintos acontecimientos.

¿Dónde se ubica el momento axial que explicaría los marcos cronológicos de esta periodización, así como de la compenetración entre globalización y desarrollo? A nuestro modo de ver, esta se ubica en el tránsito en la historia mundial y la naciente historia global. Esta última, que se representa como el entrelazamiento de la diacronía de los entramados históricos particulares con la sincronía de la contemporaneidad globalizada, denota la puesta en escena de una intensa concordancia de un sinnúmero de temporalidades relativas. Es dentro de esta perspectiva, en la cual se entreteje una historia global, como podemos entender el papel desempeñado, desde finales de la década de los sesenta, coyuntura en la cual comenzó a sobreponerse este tipo de historia, por la economía política de la globalización en la transmutación del desarrollo y del pensamiento sobre el desarrollo.

Los antecedentes

Ha sido un lugar común en la literatura especializada situar los inicios del pensamiento sobre el desarrollo en el discurso de posesión de Harry Truman como presidente de Estados Unidos, el 20 de enero de 1949. En aquella ocasión, Truman declaró: "Lo que tenemos en mente es un programa de desarrollo basado en los conceptos del trato justo y democrático (…) Producir más es la clave para la paz y la prosperidad. Y la clave para producir más es una aplicación mayor y más vigorosa del conocimiento técnico y científico moderno". El trasfondo ideológico de esta preocupación era evidente: el propósito fundamental consistía en crear las condiciones para reproducir los rasgos básicos de las sociedades avanzadas en las naciones en desarrollo12.

Pero lo que no se debe olvidar, pero que de manera corriente ha omitido buena parte de la literatura especializada, y sobre todo su vertiente modernizadora, es que esta defensa del desarrollo en las naciones pobres constituía simplemente un ingrediente más de una estrategia de mucho mayor calado. En efecto, el tema del desarrollo ocupó el cuarto punto en el discurso de Truman. Los tres primeros estaban dedicados al apoyo norteamericano a la ONU , al plan Marshall y a la OTAN. Esta clasificación jerárquica demuestra que, desde sus inicios, las sistemáticas preocupaciones norteamericanas sobre el desarrollo han constituido un elemento que integraba el vasto designio estratégico global de Washington, donde los ejes fundamentales lo conformaban la lucha contra el comunismo ( la OTAN ) y la apertura de la economía mundial (el Plan Marshall). La concatenación de estos elementos es lo que nos lleva a afirmar que para hacer inteligible la evolución del desarrollo se deba acometer una historia estructural , en donde intervienen las ideas, las instituciones y las fuerzas materiales.

Estas últimas experimentaron grandes cambios precisamente durante esas décadas. Los años comprendidos entre 1945 y finales de la década de los sesenta constituyeron un momento muy particular. De una parte, surgieron sólidos visos de mundialidad política, bajo el ropaje de la guerra fría, y económica, a través del crecimiento del comercio internacional y de la movilidad de los flujos financieros. Pero, no obstante estas trazas de mundialidad, nunca fueron tan fuertes y poderosos el Estado y lo nacional, como en las décadas inmediatas de la posguerra. Debido a esta paradójica situación, el período en cuestión constituyó un estadio bisagra, coyuntura en la cual se comenzó a dejar atrás la anterior configuración propiamente internacional y empezó a prefigurarse una nueva etapa de más globalización, aun cuando se representara todavía bajo el ropaje de la mundialidad.

Los rasgos generales de este período se pueden resumir en los siguientes aspectos: el sistema capitalista estaba ingresado en una nueva fase de su desarrollo, caracterizado por el mayor dinamismo que estaban comenzado a tener los procesos de naturaleza internacional, los cuales cumplían una función agregadora de las disímiles economías nacionales. La creación del Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial, el GATT, e inclusive la Organización de las Naciones Unidas fueron fieles testimonios de esta transformación.

Estas organizaciones de Bretton Woods reafirmaron la preeminencia norteamericana, porque el dólar, como principal unidad de referencia, permitiría a Estados Unidos mantener un permanente déficit de balanza de pagos, financiar sus bases militares en el extranjero, disponer de un importante volumen de ayuda exterior y facilitar inversiones extranjeras directas. Para los demás países, esta preeminencia del dólar y de las políticas de acompañamiento otorgaba un marco de estabilidad en la medida en que garantizaba grandes flujos de bienes y capitales a sus respectivos mercados, así como facilidades para colocar sus productos en el gran mercado norteamericano.

Esta internacionalización traspasó las fronteras nacionales y vinculó a pueblos y civilizaciones diversas para comenzar a situarlos dentro de su propia racionalidad. La mundialización, sin embargo, no pudo transformar totalmente el espacio mundial porque chocaba con varios procesos que mantenían el perfil de la anterior configuración.

Los Estados seguían siendo la articulación principal de la vida internacional. La creación de nuevas instituciones que tenían una vocación universal se construían con base en acuerdos interestatales, y en los Estados, por tanto, recaía la legitimidad de las mismas. La tarea de reconstruir las economías nacionales en la mayoría de las naciones desarrolladas, duramente golpeadas por la segunda conflagración bélica, así como la necesidad de conformar nuevos pactos sociales que impidieran que se amplificara el descontento social latente en los países desarrollados, llevó a que se fortaleciera el capitalismo dentro de una modalidad "nacional", que estimulaba el desarrollo económico básicamente dentro de las fronteras territoriales de los Estados y favorecía principalmente el crecimiento económico interno.

La universalización de esta modalidad capitalista enfrentaba un serio obstáculo debido a que coexistía con otros dos modelos de desarrollo que, desde una posición de mayor debilidad, pretendían competir su liderazgo y hegemonía: las estrategias desarrollistas entre las naciones del Tercer Mundo y el modelo soviético en los países del Este. Al igual que el prevaleciente en las naciones industrializadas, estos modelos predominantes en el Este y en el Sur se estructuraban sobre bases nacionales y concebían el desarrollo a través de una controlada vinculación de sus economías con la economía mundial.

Por último, el surgimiento de dos superpotencias con pretensiones hegemónicas a escala mundial se convirtió en un freno a la tendencia hacia una globalización más densa porque al centrar la actividad internacional en torno a la lucha intersistémica, catalizada por el poderío económico, político y militar de los grandes Estados, comprimió la mundialidad a la que tenía lugar dentro de los respectivos bloques.

Pero fue, en efecto, a través de los intersticios de esta internacionalización mundializada como comenzó a intensificarse la globalización. De una parte, por la misma guerra fría, en la medida en que este sistema de bloques entrañaba una ruptura con respecto al viejo orden interestatal. "Las fronteras de la violencia se extendieron más allá del Estado-nación, implicando grupos de países. Los bloques, más que los Estados, se convirtieron en ámbitos de poder delimitados por fronteras (...) Lo internacional se convirtió en nacional dentro de los bloques, lo que proporcionó el marco para el desarrollo de un sistema de organismos multilaterales que regulasen las relaciones económicas globales y para el surgimiento de la sociedad civil transnacional, al menos en Europa occidental"13. Eric Hobsbawm, al respecto, ha sugerido una idea adicional, cuando escribe: "Fue la guerra fría la que les incitó a adoptar una perspectiva a más largo plazo, al convencerlos de que ayudar a sus futuros competidores a crecer lo más rápido posible era la máxima urgencia política. Se ha llegado a argüir que la guerra fría fue el principal motor de la expansión económica mundial"14.

A nivel económico, la transmutación de lo internacional en global fue mucho más evidente. El nervio central del desarrollo económico mundial en la década de los cincuenta estaba conformado por la poderosa economía norteamericana. Por razones geopolíticas (lucha contra el comunismo) y económicas (ampliación de nuevos mercados), Estados Unidos estimuló la rápida recuperación de lo que serían sus dos principales socios: Japón y Alemania. Había, sin embargo, una diferencia de fondo entre la economía norteamericana y las de sus principales contendores: mientras la primera se orientaba prioritariamente en dirección al mercado interno, las otras dos anclaron su desarrollo en el fomento de las exportaciones, para lo cual se beneficiaron de sus entonces bajos costos laborales y un creciente aumento de la productividad en la producción de bienes que gozaban de una alta demanda.

Con su gran crecimiento exportador, Alemania y Japón participaron de la conformación de importantes bloques económicos regionales, institucional, el primero, dentro de los marcos del mercado común europeo y después de las comunidades europeas, e informal el segundo, puesto que el país del Sol Naciente simplemente involucró a varios países del Sudeste asiático en sus redes comerciales financieras y productivas, procesos que ayudó a redoblar de dinamismo a sus respectivas economías. Con este importante potencial, las dos "potencias mercaderes" no sólo le arrebataron significativas porciones del mercado internacional a Estados Unidos, sino que también lo terminaron desplazando en varios de los sectores más rentables de su economía doméstica.

Esta nueva realidad geoeconómica se tradujo, en el breve tiempo, en un poderoso estímulo para que las corporaciones manufactureras estadounidenses prefirieran colocar una parte creciente de sus inversiones en las economías de las nuevas potencias mercaderes. Fue esta situación la que condujo al inicio de los grandes déficit de cuenta corriente en Estados Unidos y los correspondientes superávit en Japón y Alemania, situación que se resolvió coyunturalmente con grandes endeudamientos por parte de la potencia del Norte y, a más largo plazo, mediante una drástica devaluación de la divisa norteamericana, con lo cual Japón y Alemania tuvieron que entrar a asumir el costo de sostener la economía mundial15 .

En resumen, la exacerbación de la competición entre estos tres países no sólo estimuló un mayor crecimiento del comercio internacional (9,2% y 13,1% entre 1953-1963 y 1973-1973) por encima de la producción mundial (6,7% y 8,0% en los mismos años), también supuso un radical cambio en la esfera financiera mundial, lo cual prefiguró la creación de las condiciones para el despegue de la globalización financiera. El sistema monetario se flexibilizó, se concentró en las actividades a corto plazo, le imprimió una veloz aceleración a la rotación del capital, dinamizó las relaciones económicas internacionales, y se orientó hacia otras actividades lucrativas, las cuales no siempre eran productivas. Los Estados no tan sólo perdieron el control sobre el capital, sino que se vieron obligados a empezar a competir por atraerlos y conservarlos.

Pero se observa un error muy recurrente en cierta literatura cuando se identifican estos procesos con la globalización. Como acertadamente escribe Eric Hobsbswm, "La edad de oro de la economía seguía siendo más internacional que transnacional. El comercio recíproco entre países era cada vez mayor"16. Este fue un período de mundialidad que entrelazaba una consolidación de los proyectos nacionales con el despliegue de nuevas formas de interdependencia, las cuales se realizaban internacionalmente. El crecimiento último de la edad de oro reposó fundamentalmente en el aumento de la demanda interna, situación que estimuló los intercambios productivos y permitió que el comercio internacional simplemente se aproximara a los niveles que había alcanzado antes de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, se puede vislumbrar en estas dinámicas un nuevo potencial para que las prácticas internacionalizadas derivaran con el tiempo en un formato nuevo, en una globalización de la economía, proceso que como tal sólo debuta en las últimas décadas del siglo XX.

En medio de este contexto, floreció el pensamiento del desarrollo, el cual, independientemente de las diferencias que existían en el mayor o menor énfasis en determinados aspectos, era un fiel reflejo de las transformaciones estructurales que experimentaba la economía mundial, así como de la lógica de actuación de sus principales agentes.

Los rasgos generales de este pensamiento se pueden resumir en los siguientes puntos: primero, en todas sus versiones, las propuestas modernizantes (así era como se conceptuaba el desarrollo en esos años) compartían una visión optimista de la historia, de un progreso, una flecha de tiempo. Este progreso venía determinado por la experiencia de los países más desarrollados, pues sólo ahí se habían alcanzado un estadio superior: la sociedad de consumo masivo. Modernizarse no sólo era deseable, también era posible siempre y cuando se siguieran los caminos señalados por las experiencias más exitosas.

La industrialización era el pivote de la modernización y el Estado debía apoyar la consolidación de este sector de la economía mediante subsidios, protección a los sectores más sensibles y el establecimiento de una adecuada política de cambio. En paralelo a la industrialización, pero en una posición subalterna, se sugería emprender una reforma agraria, a la cual se le asignaban tareas no menores, pero sí más contingentes: expansión del mercado interno, estímulo a la acumulación, la modernización del campo y freno a las situaciones sociales disruptivas.

Era común para todas estas concepciones que el desarrollo se pensara en términos nacionales, en la medida en que era menester construir un sector social moderno, capaz de sostener la propuesta modernizadora y al Estado se le reconocía un papel fundamental en el impulso modernizador. Este era el principal instrumento que debía garantizar el tránsito a la sociedad moderna. El carácter estado céntrico y nacional del desarrollo no se contradecía con los atisbos de mundialidad que experimentaba el mundo. En realidad, los Estados desempeñaron un importante papel en el proceso de adaptación de los espacios nacionales a las lógicas de acumulación imperantes y, de esa manera, crearon importantes premisas para una mayor sincronización de las economías nacionales con ciertas dinámicas mundiales.

Subsistían, empero, divergencias en algunos aspectos, como, por ejemplo, la escuela estructuralista latinoamericana, la cual ponía en duda la teoría convencional del comercio internacional, dado que cuestionaba la tesis de que las ventajas comparativas permitían a los países exportadores de materias primas mejorar sus términos de intercambio17. Lo mismo puede decirse de la corriente de la dependencia, la cual proponía una ruptura radical (revolucionaria), un desenganche con el sistema imperante. Ambas, sin embargo, sugerían como solución la construcción de un sector económico moderno, bajo la conducción de un poderoso Estado, y el estímulo a la consolidación de sectores sociales igualmente modernos. En este sentido, no obstante la radicalidad de sus propuestas, terminaban compartiendo muchos de los principios fundamentales antes expuestos18. También se presentaban variaciones en otro sentido. La conformación de un sector social moderno constituía una prioridad y cuando no fuese posible alcanzar esta situación por medios democráticos, entonces se podía recurrir a medidas autoritarias. La justificación de la ola militar en América Latina fue una clara demostración de ello.

La intensificación de la globalización y el nuevo contexto para el desarrollo

Con las transformaciones sistémicas que tuvieron lugar a finales de los sesenta se dio inicio a un nuevo período, el cual, grosso modo , se extiende hasta nuestro presente. Durante este período la globalización se ha intensificado y se ha desenvuelto en tres direcciones fundamentales, las cuales se retroalimentan mutuamente: de una parte, la globalización se ha convertido en un proceso central que ha entrado a definir el contexto histórico , en el cual tienen lugar las actuales actividades humanas y, de la otra, se ha transmutado en un conjunto de dinámicas en las cuales se expresan y realizan muchas de las transformaciones que se despliegan en los más variados ámbitos sociales. Por último, pero no por ello menos importante, la globalización se ha convertido en una forma de representación y de entendimiento del mundo.

Este triple movimiento de la globalización es lo que permite entender un rasgo particular del momento que nos ha correspondido vivir. La globalización, como se ha profusamente demostrado, no es un fenómeno nuevo, es un proceso que contiene una alta densidad histórica19, pero ha sido sólo en nuestro presente cuando ha dado un salto cualitativo que ha hecho que sus manifestaciones actuales sean esencialmente diferentes de las anteriores. Si existe la convicción de que nuestro mundo es diametralmente distinto de los que nos antecedieron, ello obedece a que con esta intensificación de la globalización el mundo ha ingresado a una etapa cualitativamente diferente en su desarrollo.

En esta idea, que sintetiza una de las principales particularidades del mundo actual, un papel muy importante le ha correspondido a los imaginarios y a las nuevas formas de representación del mundo, situación que se inició a finales de los sesenta con los viajes al espacio que permitieron ver, por vez primera, la esfericidad de la tierra y con los primeros grandes eventos transmitidos por televisión en directo, pero se acentuó a finales la década de los ochenta, momento que, de acuerdo con Roland Robertson, comenzó a aparecer una conciencia global20.

Como contexto histórico, esta intensa globalización, cuyos inicios se remontan un poco más atrás, a finales de la década de los sesenta, momento de inflexión en el cual se empieza a presentar el tránsito de la mundialidad a la globalidad, podemos dividirla esquemáticamente en cuatro ciclos o subperíodos, los cuales se ligan y retroalimentan mutuamente21 Cada uno de estos ciclos posee particularidades propias, pero todos tienen en común el hecho de inscribirse dentro de un gran marco de intensificación de la globalización. Ninguno de ellos constituye una ruptura con respecto al ciclo inmediatamente anterior. Sus énfasis diferenciados pueden interpretarse como simples variaciones y vicisitudes en torno a un mismo tema.

El primero constituyó una fase que hemos denominado como globalización planetarizada , abarca los años comprendidos entre finales de la década de los sesenta ("mayo del 68" ) y los primeros años de los setenta (fin de la convertibilidad del dólar y la primera crisis del petróleo) hasta 1989. Definimos este ciclo como planetarizado porque la globalización sólo tiene lugar en una dimensión mundializada, representada como una gran macro espacialidad que recubre el globo (v. gr., la división Este-Oeste); porque aún predomina una determinada forma de anclaje de las relaciones con respecto al territorio; y porque también se proyectó en nuevas condiciones el predominio de los esquemas tradicionales de ejercicio del poder, tanto a nivel económico como político, pero, a diferencia de los ciclos anteriores, durante esta fase de la globalización, estas tendencias se realizaron en lo fundamental dentro de una dimensión planetaria.

Fue, en el fondo, un período de extendida globalización, pero con manifestaciones todavía dispares en cuanto a su alcance en los distintos ámbitos y confines del globo. No obstante las diferencias que asumía este formato en las distintas regiones del planeta, fue durante este ciclo cuando se asistió a una mayor intensificación de la globalización en la medida en que las transformaciones sociales, económicas, políticas y culturales empezaron a crear regularidades en las estrategias de cambio en todas partes del mundo –consolidación del tiempo mundial- y se exacerbó la competencia entre los distintos sistemas sociales dentro de una lógica globalizante. Algunos, como los países socialistas europeos no pudieron adaptarse a las nuevas formas de competición y simplemente sucumbieron; otros principalmente entre las naciones del sur, con sus innumerables flaquezas y disfuncionalidades, capitularon cuando sobrevino la crisis de la deuda externa y se vieron impulsados a reorientar sus esquemas de acumulación y desarrollo a través de la inserción en la economía mundial; los últimos, las naciones desarrolladas tuvieron, no sin dolor, que aprender a asimilar el cambio hacia nuevos esquemas de acumulación más acordes con la naturaleza de un mundo que ya no reconocía las viejas fronteras ni respetaba las tradiciones heredadas.

Durante esta fase entró en escena un actor el cual, desde ese momento, comenzó a desempeñar un importante papel en la reorganización del planeta: el globalismo del mercado, es decir, aquel conjunto de agentes, como las empresas transnacionales, entre otros, que actúan directamente en un plano global y que generan procesos moleculares de acumulación del capital tanto espacial como temporal.

El segundo ciclo se representa como una globalización sincronizada (1989-2001). Su particularidad consiste en que conjuga las heterogéneas tendencias globalizantes anteriores pero las ubica dentro de un gran movimiento envolvente. Es, en ese sentido, que se puede afirmar que esta fase multiplica en nuevas condiciones el despliegue de la globalización. Este ha sido, por tanto, un breve pero fundamental momento histórico que se inició, por coincidencia casi numerológica, luego de la caída del muro de Berlín (9/11) y perduró sin mayores sobresaltos hasta el ataque terrorista contra las Torres Gemelas en Nueva York (11/9).

Durante esta fase se interiorizaron y proyectaron en nuevas condiciones las tendencias de la fase anterior, con la diferencia de que estas distintas manifestaciones globalizantes acentuaron su desterritorialización, se sincronizaron, se retroalimentaron mutuamente y adquirieron una dimensión propiamente planetaria, en razón de que desaparecieron muchas de las anteriores "fronteras" (v. gr., el mundo socialista, las ecológicas), las cuales obstaculizaban la continua expansión de estas tendencias, al tiempo que se construyeron nuevos tipos de emplazamientos, bajo la fórmula de los mercados segmentados dentro de los circuitos de las empresas transnacionales, los procesos de integración o de los circuitos transnacionalizados.

A nivel temporal, las distintas manifestaciones globalizantes quedaron inscritas dentro de un gran movimiento envolvente y se proyectaron por todo el mundo a través de toda la década de los años noventa. Este movimiento envolvente fue fundamentalmente económico y consistió en un acortamiento dramático de la distancia entre el mercado mundial y los asuntos internacionales22. Con esta radical transformación espacio temporal entraron en desuso muchas de las viejas categorías geográficas que jerarquizaban el mundo a partir de un núcleo, una semiperiferia y una periferia o una división internacional del trabajo. En las nuevas formas de compenetración de la economía mundial participan algunos polos, ciudades y regiones de distintas partes del planeta, independientemente de sus niveles de desarrollo, mientras otros pasan a una situación de exterioridad con respecto al sistema.

Como producto de esta sincronización y del indefectible cierre de un intenso período fue que a inicios de la década de los años noventa se popularizó la idea de que la globalización representaba un fenómeno singular, inédito en la historia, y que estaba dando origen a una nueva era en la historia de la humanidad. Lo cierto es que a raíz de estas transformaciones se ingresó en una nueva fase en el desarrollo de las tendencias globalizadoras, más intensas, más sistematizadas, que las que habían tenido lugar en épocas anteriores, y mucho más abarcadoras y sincronizadas. La fuerza que adquirió la globalización durante este ciclo es lo que revela su nuevo rostro: se convirtió en una representación, es decir, en una manera de entender el mundo y sus elementos, en un contexto histórico y también en una práctica inquebrantable. Fue precisamente durante esta década cuando se solidificó el poder del globalismo del mercado.

Con el 11 de septiembre se dio inicio a un ciclo que se puede definir como una colisión de globalizaciones , porque las tendencias que venían desplegándose desde los ciclos inmediatamente anteriores se proyectan todavía durante esta fase, pero con grandes diferencias. La primera consiste en que se fragmentó el movimiento envolvente en el que antes se ubicada la globalización, estalló su unidad temporal, circunstancia que ha obedecido a que, además del desvanecimiento de los últimos referentes universalistas (v. gr., el neoliberalismo), se intensificaron sus manifestaciones no económicas, las cuales no sólo asumieron formas de expresión distintas a aquellas, sino que también reprodujeron alcances diferenciados.

Mientras en los dos ciclos anteriores lo económico realizaba en lo fundamental la convergencia entre el sentido, la direccionalidad y el poder, en estas nuevas circunstancias, los factores económicos perdieron esa capacidad aglutinadora, lo que explica que tanto el sentido, la direccionalidad y el poder, así como las otras condiciones y manifestaciones globalizantes empezaran a transitar por disímiles y laberínticas galerías.

De la otra, durante este ciclo, no sólo sufrieron un revés los referentes que antes convocaban, sino que también se acentuó la tendencia por parte de numerosos actores por revertir muchas de las preferencias y predisposiciones anteriores, lo cual se ha traducido en una mayor competencia por la direccionalidad anhelada de la globalización. Esto ha sido el producto de que el miedo, el riesgo y la incertidumbre se han convertido en constantes que han empezado a acompañar el despliegue mismo de la globalización y, dentro de este contexto, la inseguridad generada por el 11 de septiembre no hizo más que exacerbar.

Por último, se pudo percibir un cambio paradigmático que alteró la balanza entre la libertad y la seguridad en favor de este último. Como corolario de todo ello, se asistió a un reposicionamiento del Estado (nacional, en ocasiones, y transnacional y cooperante, en otras), el cual tuvo que volver a entrar a competir con el globalismo del mercado en la orientación de la globalización anhelada. Se creó así un escenario inédito de competencia entre los agentes transnacionales del mercado y los redimensionados Estados, los cuales, en sus distintas constelaciones, nacionales o supranacionales, pretendieron reapropiarse de lo global para encauzarlo bajo una fórmula universal, que pueda ser controlada por ellos mismos (v. gr., los presagios de Bush de llevar la democracia y la economía de mercado hasta el último rincón del planeta a lomo de la guerra preventiva).

Todo permite prever que hacia finales del primer lustro del nuevo siglo ha comenzado a debutar un nuevo ciclo, cuyas dinámicas principales se están sobreponiendo a las tendencias catalizadas por el 11 de septiembre y redimensionando algunos elementos que germinaron a finales de la década de los sesenta, pero que, desde entonces, han tenido expresiones erráticas, con momentos de esplendor y otros de decadencia. Todavía es temprano para presentar de manera cabal el sentido intrínseco de esta fase, pero ciertos hechos permiten ilustrar algunas tendencias.

Este nuevo ciclo de la intensa globalización se puede definir como de resonancia de múltiples temporalidades y, en sus rasgos más generales, aun cuando comporte elementos propios, se inscribe dentro de los lineamientos catalizados por la caída del muro de Berlín, algunos de los cuales se encontraban en estado latente. El más importante de todos ellos ha sido la reemergencia de nuevos movimientos sociales de alcance global, lo que permite presuponer que una nueva sociedad civil está ingresando en la escena política global, la cual se está emancipando de la racionalidad estatal nacional y que, por tanto, está también contribuyendo a mermar la anterior hegemonía que detentaban los agentes del globalismo del mercado.

Otro elemento de significación que comporta esta emergente sociedad civil consiste en que ha entrado a disputarle al Estado la pretensión de orientar la globalidad, pero no para realizarla bajo las banderas de la universalización, sino de manera cosmopolita, adherida fuertemente a las expresiones locales23. Estas nuevas indicaciones sociales y políticas no obedecen únicamente a una coyuntura sincrónica globalizadora. Su carácter más innovador consiste en que está dando lugar a un escenario que redimensiona lo local dentro de lo global y donde, por tanto, las trayectorias diacrónicas encuentran un nuevo terreno abonado para manifestarse y procurar realizar sus demandas e intereses.

En síntesis, esta somera presentación que hemos realizado sobre la globalización como contexto histórico permite entender varios componentes de este proceso: primero, la calidad de las transformaciones que han entrado a modificar el panorama mundial. Segundo, la dificultad que se experimenta cuando se quiere aprehender la esencia misma de la globalización, por cuanto este es un proceso muy plástico y elástico, el cual permanentemente altera sus expresiones. Tercero, la amplia gama de agentes que son potenciados por la misma globalización, los cuales, a su vez, entran a competir por la direccionalidad del proceso. Por último, las disimilitudes espaciales y temporales de los principales agentes: el globalismo del mercado se desenvuelve en un escenario propiamente global y requiere para su existencia de un tiempo en permanente cambio, el Estado, con alcances territorializados, se realiza a través del tiempo de la política y los movimientos sociales, en tanto que expresiones más enraizadas localmente, se hacen portadores de la densidad histórica de sus respectivas colectividades. En resumidas cuentas, podemos concluir que el actual contexto histórico, catalizado por la globalización, no es sólo un ambiente donde se desenvuelve un conjunto de situaciones económicas, sociales, políticas, culturales ideológicas e imaginarias, es, ante todo, un modelador de la política global y, de suyo, de la misma globalización.

Globalización y desarrollo: el peso del globalismo

Hasta aquí, hemos visto la manera como la intensificada globalización se ha convertido en el telón de fondo de este nuevo entramado histórico. Decíamos anteriormente que otra de sus características consiste en ser un conjunto de dinámicas nuevas que han modelado profundas transformaciones en todos los ámbitos sociales. Pero ¿Cuál es esta dimensión de la globalización? ¿Cómo se expresa? y ¿En que medida y cómo ha entrado a redefinir la naturaleza del desarrollo?

En un artículo anterior24, realizábamos un balance sobre la literatura especializada que se ha producido en las dos últimas décadas sobre la globalización. En dicho trabajo, aglutinamos el pensamiento acumulado sobre la materia en cuatro vertientes interpretativas principales, las cuales sintetizamos en la globalización como interconexión, la globalización como compresión espacio temporal, la globalización como representación del mundo y la globalización como transformación histórica.

Es, a nuestro modo de ver, está última la que mejor da cuenta de la naturaleza de este fenómeno, porque incorpora los presupuestos más relevantes de los tres enfoques anteriores, la que de modo más preciso permite entender la cambiante naturaleza que ha experimentado la globalización y el desarrollo e incluso porque sugiere elementos nuevos para imaginar el mundo de cara a las profundidades del siglo XXI.

Recapitulando brevemente, se puede señalar que, como transformación histórica, la intensificación de la globalización se identifica con un entorno histórico, pero este no es simplemente un nuevo contexto, sino ante todo un cambio de época, cuyos principales contornos estarían conformados por la constitución de contextos posnacionales25. Es precisamente esta manera de entender la globalización la que permite pensar el desarrollo como una perspectiva histórico estructural, que pone en juego la dialéctica entre las ideas, los agentes y las fuerzas materiales.

Varios son los aspectos novedosos que encierra esta concepción. De una parte, considera la necesidad de un cambio de paradigma para explicar las situaciones, articulaciones y representaciones de esta nueva era histórica. De la anterior que se articulaba en torno a la nación, el territorio, la sociedad y el Estado nacional se impone la necesidad de construir una perspectiva que de cuenta del mundo como un entramado unitario. De la otra, asume que uno de los rasgos del mundo actual consiste en la compresión del espacio por el tiempo, pero no pretende identificar esta transformación con una práctica que se ciñe y deriva únicamente de la experiencia de Occidente, pues, en un mundo globalizado, existen numerosas trochas para comprimir en el tiempo el mentado desarrollo. Pero también, estos últimos, en varios aspectos, son los que le muestran a los primeros la imagen de su propio futuro.

¿Cómo esta intensificada globalización ha transformado el pensamiento y la práctica del desarrollo? Varios elementos se deben tomar en consideración. El primero, en lo que atañe al mundo de ideas, consiste en que, sin que su naturaleza se corresponda con lo que generalmente se sostiene, la intensificación de la globalización ha sido un poderoso estímulo para la amplia difusión y aceptación de todos aquellas concepciones que sostienen que el mundo se está integrando y, por tanto, que todos los países tienen que adaptarse a unas nuevas circunstancias planetarias. Así ocurre, en efecto, con aquellos analistas que insisten en definir la globalización como una intensificación de las interconexiones, de lo cual infieren que, en estas coordenadas, los Estados y las sociedades deben aumentar sus niveles de competitividad internacional. Es decir, a medida que se ha ido intensificando la globalización se ha asistido a un momento particular en el cual grandes conjuntos de ideas han contribuido a estructurar y a orientar las dinámicas globalizantes y a adaptar a los distintos colectivos en torno a estas prácticas.

A este pensamiento, aunado a los altos niveles de compenetración de la economía mundial, le ha correspondido un papel de primer orden en las grandes transformaciones que han sacudido al mundo en las últimas décadas. De una parte, porque con base en él se ha procedido a las poderosas reconversiones en gran parte del Sur, en los antiguos países socialistas, y también de no pocas naciones del Norte.

Entre los primeros, las políticas de ajuste patrocinadas por el FMI y el Banco Mundial como medidas para salir de la crisis, además de restablecer en su momento los grandes equilibrios macroeconómicos, propiciaron en todas estas regiones el establecimiento de un nuevo patrón de acumulación, el cual se caracterizó por la adaptación de estas economías a las normas prevalecientes en torno a un capitalismo que desplegaba su vocación transnacional. Con estas reformas, América Latina, buena parte de Asia y del continente africano no sólo se sincronizaron sino que también se adaptaron de modo más penetrante a un tiempo y a unas espacialidades globales.

Un elemento no siempre destacado fue el papel jugado por la reconversión de los antiguos países socialistas en la legitimación de la democracia de mercado en todo el mundo, parte integrante del imaginario del tiempo mundial, por el que ha propugnado el discurso neoliberal. Si la democracia fue percibida como una consecuencia natural del derrumbe del comunismo, en la medida en que la casi totalidad de estos países puso rápidamente en práctica los principios y las instituciones de la democracia, la reconversión de la economía demostraba el rotundo fracaso de las estrategias planificadoras y la imposibilidad de cualquier país de resistirse a la fuerza del mercado. De aquí nació la asociación entre democracia y mercado, la democracia de mercado , que en su pretensión universalizante comenzó a ecualizar a todo el planeta (tiempo mundial neoliberal), y al eliminar los obstáculos económicos, políticos e institucionales al libre desarrollo del mercado universalizó, expandió y aceleró la intensificación de la globalización económica.

De tal suerte, los referentes implícitos y explícitos de estas reconversiones alimentaron una inédita sincronicidad de situaciones análogas a lo largo y ancho del mundo, en la medida en que contribuyeron a develar la intimidad de los distintos sistemas sociales y, en ese sentido, forzaron a las distintas naciones a ajustarse en torno a ciertos patrones comunes.

Más importante aún, este pensamiento ha sido una de las principales expresiones de un nuevo y poderoso agente mundial -el globalismo del mercado-, el cual sintetiza dos dinámicas fuertemente compenetradas: la consolidación de los agentes supranacionales y transnacionales globalizantes (empresas y corporaciones transnacionales, bancos, organismos económicos y financieros multilaterales, agencias evaluadoras de riesgos, etc.)26, y la emergencia de polos exitosos de acumulación, es decir, conjuntos de empresas e instituciones que no siempre se inscriben en una dimensión territorial, pero que funcionan según normas mundiales, muy abiertas hacia el resto del mundo en términos de flujos de productos, tecnología, capitales e información27. Este doble proceso ha redundado en la consolidación de "redes transnacionales de poder".

En el nuevo escenario que se impone desde los noventa, se asiste a un entramado el cual consiste en la emergencia y consolidación de polos de acumulación, y ya no en el florecimiento de ciertas economías nacionales. Este cambio invalida cualquier intento de pensar en una nueva o remozada división internacional del trabajo, porque con los polos exitosos se recrea un esquema de tipo transnacional en el cual entran a competir, en condiciones más o menos análogas, productores de diferentes países con productos análogos por los mismos mercados. Los polos exitosos entran, por tanto, a cuestionar la metodología que sugiere que lo que cuenta es la competitividad entre países, Estados o bloques, por cuanto su misma razón de ser, es el hecho de ser parte constitutiva de poderosas redes transnacionales imbricadas en las dinámicas globalizantes.

A nivel de los espacios nacionales, el globalismo del mercado ha desencadenado cuatro tipos de procesos, congruentes los unos con los otros. Primero, ha supeditado al "resto" de los sectores económicos nacionales a su lógica de funcionamiento en la medida en que se erige en el principal motor de la economía transnacionalizada y porque representa el eslabón principal que articula el espacio interno con las dinámicas globales y transmite las normas globales al ámbito propiamente nacional. Esta centralidad del globalismo del mercado ha tenido dos derivaciones igualmente importantes: de una parte, ha acentuado la dualización de las economías nacionales entre un sector moderno globalizado o transnacionalizable y otro "tradicional", nacional y en ocasiones disfuncional en relación con el primero. De la otra, con independencia de si los bienes y servicios que se intercambian en el espacio nacional cuentan con la participación de los polos transnacionales, en la economía nacional también se empieza a responder a unos estándares globalizados de calidad y costo, lo que acentúa la importancia de las tendencias sincronizadoras, situación que globaliza, en condición de dependencia, a los sectores "tradicionales".

La centralidad que ocupa este discurso ha conducido a que se opte por la consolidación de los polos exitosos como motor de los procesos de crecimiento, acumulación y desarrollo y que el resto de los sectores domésticos tengan que adoptar los criterios de rentabilidad y calidad globales. La suscripción de los tratados de libre comercio son un buen testimonio de esto porque, además, producen un "amarre" del modelo a la lógica del globalismo del mercado, con lo cual se torna muy difícil ensayar fórmulas diferentes de desarrollo.

La aceptación de la vitalidad de los polos explica igualmente el papel que le ha correspondido desempeñar a la descentralización en el proceso de modernización, pues existe un deliberado esfuerzo por permitir una mayor y mejor articulación entre lo local y lo regional (ámbitos predilectos de actuación de los polos transnacionales) con lo global, haciéndole un "esguince" al espacio nacional, con lo cual se deja fuera de juego al Estado y se mina su capacidad de negociación28.

Segundo, los polos exitosos han transformado el tejido económico social y político de los distintos países en la medida en que operativizan una recomposición que favorece a los espacios urbanos, los cuales se convierten en los principales lugares de producción, consumo, estilos de vida y de decisión. Un elemento muy particular de este esquema consiste en que estos espacios urbanos no pueden actuar por sí solos. Su existencia es posible en la medida en que hagan parte de una red global de centros urbanos, lo que los lleva a convertirse en sitios estratégicos para las operaciones económicas globales. Tal como ha sostenido Saskia Sassen, por definición, la ciudad global es parte de una red de ciudades29.

Tercero, difícil es encontrar un agente distinto al globalismo del mercado que haya hecho más en favor de la transformación de la democracia de mercado en algo similar a una política de desarrollo. Valga recordar que el armazón de la democracia de mercado está conformado por la sociedad de mercado, es decir, por aquel tipo de organización social que extiende la esfera comercial a sectores que se encontraban parcial o totalmente excluidos30.

Este último punto constituye uno de los principales problemas a que da lugar la globalización, pues el problema de fondo consiste en saber si la entrada en competencia de los sistemas sociales es de una naturaleza tal que valoriza el capital no mercantil de las sociedades y, de ese modo, incrementa el debate general sobre el contenido social y cultural de las distintas sociedades, o si, por el contrario, cuando se toman en cuenta los sistemas sociales en la competición se les debe considerar simplemente como costos. La primera hipótesis permite suponer que se vive en sociedades de economías de mercado, es decir, en sociedades que estiman indispensable preservar los espacios no mercantiles, al lado de un mercado aceptado por todos. La segunda conduce a una sociedad de mercado, o sea, a una sociedad donde el vínculo social será exclusivamente mercantil. Este es uno de los dilemas centrales que plantea la globalización31.

La sociedad de mercado, por el que procura este globalismo, se articula en torno a la creciente mercantilización de las más variadas actividades sociales como en la proclividad por representar la esfera social como un mercado. La sociedad de mercado se ha convertido en un componente tan avasallante que tanto los Estados como las sociedades y los individuos tienden a referenciar sus actividades en el mercado. Este mercado, sin embargo, tiene una doble fisonomía: es, de un lado, una institución que ha remodelado en profundidad los paisajes nacionales, pero, de la otra, y esto es quizá lo más importante, sus normas y criterios corresponden a los del mercado global, o sea, a los que establece el mismo globalismo del mercado.

Cuarto, el globalismo del mercado constituye la quinta esencia de la competitividad internacional, transnacional y global. La acentuación de la competitividad exhibe de manera muy evidente las fortalezas y debilidades de las distintas sociedades, lo cual permite entender la manera como la intensificación de la globalización descubre la intimidad de las sociedades y las obliga a reacomodarse para adaptarse a los parámetros de esa misma competitividad. Ello significa que en un mundo como el actual la competitividad no es sólo un asunto de indicadores económicos. En realidad, son los sistemas sociales los que entran en competencia. Todo país debe ajustarse a unos indicadores de buena gestión del desarrollo, entre los cuales se encuentran la existencia de un adecuado marco legal que otorgue previsibilidad a los agentes económicos transnacionales, fiabilidad en la información, transparencia, Estado de derecho, mano de obra calificada, etc.

Esta concurrencia de prácticas y de marcos institucionales a que da lugar el globalismo del mercado muestra otra constante de la actual globalización la cual tiene una influencia directa en las opciones de desarrollo. En cuanto a su expresión temporal, el globalismo del mercado, y por ende, la manera como usualmente se entiende la competitividad, sólo reconoce una dimensión del tiempo: la vertiginosa duración del cambio, inscrito en un presente inmediato, que no es otro que el tiempo del mercado. El tiempo histórico, la densidad temporal, es desdeñado porque para los agentes del globalismo del mercado carecen de importancia los itinerarios históricos y los diferentes estadios de desarrollo32, en razón de que la expansión del mercado sincroniza y de esa manera anula la historicidad.

Cuando el mercado se convierte en el principio organizativo de la vida social, cambia no sólo la economía sino también la cultura y la forma de hacer política, dado que el mercado se convierte en el principio rector a partir del cual se redefine el conjunto de relaciones sociales. Con la implantación de la sociedad de mercado, la democracia y la libertad, por tanto, se empiezan a entender básicamente dentro de la acepción neoliberal del término en la medida en que se propende por el desmonte de la mayor parte de las regulaciones, se amplía la esfera de acción de la libre iniciativa individual, se personalizan e individualizan las preferencias y se termina admitiendo que las expectativas públicas e individuales deben realizarse a través del consumo.

En la medida en que muestren capacidad para adaptarse a las contingencias de este tiempo de voraginoso cambio, todos los agentes, en principio, se encuentran ante las mismas condiciones. El consenso que el globalismo del mercado ha logrado imponer sobre esta noción de tiempo constituye una de sus grandes fortalezas porque, a partir de esta interpretación, reconceptualiza las distintas experiencias, estimula la adaptación de los distintos colectivos en torno a este tiempo sincronizado, con lo cual amplía el campo de acción del mercado y reacondiciona todos los espacios, incluso los más territorializados, para que se conviertan en lugares que actúan de acuerdo con la lógica del globalismo del mercado.

En esta adaptación al tiempo del mercado y de la correspondiente sincronización otro procedimiento ha entrado en juego: el desmedido énfasis en la flexibilidad. Se arranca siempre del supuesto de que los viejos modelos económicos basados en la producción a gran escala adolecían de una importante falla: su rigidez. Funcionaban relativamente bien cuando había estabilidad económica y se expandían los mercados, pero mostraban su malformación cuando debían adaptarse a los cambios en los ciclos económicos, cuando variaban los gustos o cuando simplemente se incrementaba la competencia. En este proceso de ajuste a un tiempo mundial, la flexibilidad en los distintos ámbitos (producción, trabajo, mercados, consumo, ahorro, educación, identidades, etc.) ha sido interpretada como un remedio a los males que comportaba el exceso de rigidez.

Si bien en torno a esta idea de tiempo se presenta una lucha de poder, somos de la opinión de que esta tendencia escapa al discurso y se ha convertido en una constante inmanente al mundo de hoy. Esto es lo que sugiere la importancia de la sincronicidad, es decir, de aquellas horizontalidades temporales que entrecruzan a los distintos colectivos humanos.

Llegado a este punto es pertinente destacar también lo que el globalismo del mercado esconde. No es del todo cierto que se esté asistiendo a la conformación de una espacialidad o una temporalidad global única, un mundo plano, como sugiere Friedmann. Más bien lo que ocurre es que el espacio y el tiempo se han convertido en escenarios de competencia entre distintos actores en su afán de reconfigurar o de perpetuar el poder. El globalismo del mercado promueve una idea de tiempo "urgente", el cual carecería tanto de una proyección de futuro como de profundidad histórica.

Este sentimiento de vivir la urgencia o la inmersión en el tiempo presente se explicaría porque hasta hace no mucho nos enfrentábamos a un mundo que se estructuraba en torno al tiempo de la política lo que implicaba constantes referencias al pasado para el manejo del presente y mantenía el objetivo de proyección hacia el futuro. El predominio del presente acentúa el individualismo porque rompe con la solidaridad entre generaciones y entre los individuos de una misma generación. Con los cambios económicos, tecnológicos y comunicacionales de las últimas décadas y por el importante rol que le ha correspondido al globalismo del mercado, se ha asistido a una gran transformación cultural que ha desplazado el tiempo de la política como vector estructurador por el tiempo de la economía y, sobre todo, del mercado, el cual a partir de la velocidad del consumo, de la producción, de los intercambio y los beneficios desvincula el presente del pasado, transforma todo en presente e involucra los anhelos futuros en la inmediatez.

La hipermovilidad a que dan lugar el liberalizado mercado, la financiarización de economía y la acelerada renovación de las nuevas tecnologías es un asunto muy real y existe de manera evidente. Equivocados estaríamos nosotros si pretendiéramos negar su existencia o minimizar su importancia. Pero lo que sí se puede cuestionar es que cuando sólo se destaca esta dimensión del problema se pierde de vista la estrecha relación que sigue existiendo entre el poder político y el económico, así como las temporalidades propias de los ámbitos locales y de los globales. En este punto se debe recordar que, no obstante los elementos de novedad que comporta este discurso, la historia ha extensamente documentado que no existe acumulación de capital sin una correspondiente acumulación de poder. A lo largo de los siglos esta correspondencia se ha hecho simplemente más expansiva, más abarcadora espacialmente y, en ese sentido, se ha tornado más difusa la correlación entre poder político y acumulación de capital, pero no por ello menos efectiva33.

Por último, otra de las grandes fortalezas del globalismo del mercado ha consistido en reconstruir los espacios sociales, mediante el estímulo para que emerjan unas clases transnacionales en cuanto a sus motivaciones y funcionamiento. Esta situación es lo que explica el acentuado dualismo de muchas de las sociedades latinoamericanas. Esta duplicidad, sin embargo, ya no se expresa tanto en términos de clases, aun cuando este tipo de contradicciones siga subsistiendo, como con respecto a la escasa capacidad de muchos para acceder a los circuitos globalizados. Los espacios nacionales se dualizan socialmente y todos ellos comportan un primer y un segundo mundo. Quienes ocupan el primer mundo se sitúan en una dimensión temporalizada mientras los segundos quedan inscritos en una dimensión más territorial.

¿Cuál es la lectura del desarrollo que se desprende de la lógica de actuación del globalismo del mercado? En general, este arranca del supuesto de que en su esencia la "apertura al mundo" constituye la única propuesta de desarrollo posible. Del globalismo del mercado han surgido dos corrientes principales de pensamientos sobre el desarrollo: la teoría de la interdependencia y el neoliberalismo.

La primera fue un pensamiento nacido en los Estados Unidos como respuesta a la alta difusión y aceptación que en los años setenta alcanzó la teoría de la dependencia. La interdependencia ha sostenido que el Estado no es el único agente en la vida internacional, pues otros actores también actúan en este plano. El Estado deja de ser percibido como un actor unitario porque se sostiene que, al interior del mismo, existe una multiplicidad de agentes que poseen diversos grados de influencia y disponen de variadas motivaciones en sus acciones. Pero lo más importante consiste en que la interdependencia centra su atención en el hecho de que en el mundo actual se han construido sólidas y densas relaciones económicas y comerciales que, al tiempo que debilitan la capacidad del Estado para defender sus propios intereses nacionales, convierten al respectivo país en un nudo de confluencia de variados procesos transnacionales. La interdependencia, en síntesis, redimensiona el papel del comercio internacional y de la apertura en el estímulo al desarrollo, procura diluir las categorías de países desarrollados y en desarrollo (de ahí que se popularizara la bella y aséptica expresión de "países emergentes"), al reubicarlos desigualmente en una interdependencia multilateral y argumenta en torno a la necesidad de una participación más activa de todos los países en los nuevos esquemas transnacionales de acumulación.

La segunda, el neoliberalismo, recuerda a la lejanía la anteriormente popularizada teoría de la modernización, en la medida en que constituye una abstracción de deseabilidad y condicionalidad a partir de la cual se analizan las distintas experiencias históricas, se reconoce un solo camino para el progreso, en donde la economía internacional prevalece sobre la nacional, la lógica de las empresas a la del Estado, el crecimiento y la competitividad de los sectores modernos por encima de los tradicionales. El neoliberalismo contiene un recetario que precisa como se debe estimular el crecimiento y el desarrollo entre las naciones atrasadas. El neoliberalismo, al igual que su antecesora, la teoría de la modernización, prescribe desde Occidente la introducción de un modelo nuevo para las naciones en desarrollo.

A pesar de las similitudes que existen entre las viejas teorías de la modernización y el neoliberalismo, subsisten, empero, significativas diferencias. La más importante es que la primera argumentaba la necesidad de crear un poderoso Estado mediante un equilibro entre los sectores público y privado, pero, desde la década de los años ochenta, con el ascenso del neoliberalismo se ha respaldado básicamente el desarrollo del sector privado, el mercado y las estrategias de desregulación de la economía34.

En síntesis, las transformaciones que acabamos se resumir y que se organizan en torno al globalismo del mercado, constituyen prácticas que ninguna estrategia de desarrollo puede, hoy por hoy, desconocer. Pero sí se presenta un serio problema cuando se piensa que estas dinámicas constituyen la esencia del mundo actual y de la globalización y, por ende, del único desarrollo posible. Del neoliberalismo, y su corolario, el ajuste no pueden inferirse políticas de desarrollo porque, "como lo indican sus propias denominaciones, no tienen como fundamento los problemas del desarrollo de las naciones y pueblos, sino la adaptación de los espacios económicos nacionales a las exigencias de funcionamiento y de coherencia del espacio económico internacional, es decir, en última instancia, también a los criterios internacionales de la valorización del capital"35. Por último, pero no menos importante, porque las uniformidades por las que boga "constituyen hoy el sello imperial de la negación de la belleza y de la complejidad del mundo"36.

Esbozo para un desarrollo alternativo en la historia global

Una manera más precisa y distinta de entender la globalización que la que promueve el globalismo del mercado es volviendo a la idea de que en la actualidad se está asistiendo a una particular y radicalizada comprensión del tiempo y del espacio, la cual ha dado lugar al surgimiento de un entramado que hemos definido como una historia global. De ello se infiere que lo que, en efecto, ha cambiado ha sido la manera cómo las relaciones sociales se sitúan en distintas dimensiones espacio temporales. Sin entrar a negar los elementos antes señalados por el globalismo del mercado, la globalización no consiste simplemente en el surgimiento de espacialidades más grandes y sincrónicas (mundiales) que enlazan a las más pequeñas (nacionales, regionales y/o locales) con las diacrónicas. Alude a formas complejas de entrelazamiento que se producen entre todas ellas.

La manera como se compenetran no sigue solamente una secuencia vertical y/o jerárquica, de mayor a menor o de menor a mayor, sino que también da lugar a la aparición de relaciones transversales y horizontales. Sin duda que ello explica uno de los grandes problemas que enfrenta cualquier análisis que se proponga determinar la naturaleza de la globalización: estas distintas escalas espaciales y temporales se entrecruzan sin que ninguna de ellas asuma una posición de liderazgo, que configure un mapa valorativo y les de un sentido a las otras. En su representación espacial, la globalización se expresa como una desordenada y caótica concatenación de estas disímiles espacialidades, las cuales son portadoras de distintos grados de intensidad, cobertura y radio de acción y se despliegan diferenciadamente en sus expresiones temporales.

En su dimensión temporal, la globalización alude a la separación del tiempo del lugar, la transformación del tiempo universal en una dimensión social, su pluralización en distintas duraciones, la alteración en la manera como se relacionan los individuos con sus hábitat tradicionales al incorporarse a las nuevas espacialidades temporalizadas. Al igual que ocurre con el espacio que desde el advenimiento de la modernidad se ha fragmentado en múltiples dimensiones, muchas de ellas disociadas con respecto al lugar, el tiempo se ha convertido en una categoría social plena que ha hecho posible profundas alteraciones en el funcionamiento de las sociedades.

El énfasis en esta dimensión de la globalización sugiere perspectivas nuevas para emprender análisis sobre los temas del desarrollo. Primero, porque cuando se sostiene que el núcleo de la globalización consiste en una compresión del espacio por el tiempo, se está optando por una lectura que sobrepasa el anterior pensamiento economicista, pues se destaca que la globalización es un fenómeno multidimensional, que se expresa con diferentes ritmos, intensidades y alcances en la totalidad de ámbitos sociales y, por tanto, sólo puede explicarse en términos globales.

La interpretación predominante sobre la acumulación en condiciones de globalización puede ayudar a ilustrar este punto. El economicismo del globalismo del mercado tiende a ver en la acumulación simplemente un proceso técnico de reproducción ampliada del capital. Lo que usualmente se olvida es que la acumulación es también un proceso de diferenciación social, de reproducción de las desigualdades y de disimilitud en términos de poder entre las cosas y las personas.

Segundo, cuando se habla de compresión espacio temporal se despliega una perspectiva que va más allá de la concepción del globalismo del mercado que se aferra a la contraposición entre lo local y lo global, la cual le asignaba al primero el sentido de continuidad y al segundo el de cambio. La globalización no es una macro estructura que extiende sus tentáculos por encima de las naciones, sino que se realiza global y localmente al mismo tiempo. " La globalización –escribe Beck- no significa precisamente lo que parece significar: globalización. Significa, antes que nada, localización. En las circunstancias actuales, en que el mundo se ha vuelto global, en el que los viejos ordenamientos y fronteras ya no tienen la fuerza, el lugar adquiere una nueva trascendencia e importancia. Es, pues, esencial esta visión dialéctica de la globalización como glocalización"37. Con la intensificación de la globalización entra a convivir una pluralidad de tiempos, los cuales en determinados puntos se concatenan, confluyen y/o colisionan.

Otro aspecto novedoso de esta concepción de la globalización consiste en que permite identificarla como un proceso, historizarla, es decir, aprehender las singularidades, dinámicas y diferencias de cada una de sus etapas. Y, en ese sentido, permite pensar más allá de la lógica del globalismo del mercado porque no es en este último donde está contenida la clave misma de la globalización. El globalismo del mercado es una realidad a la que nadie puede sustraerse, pero reconocer su existencia no significa aceptar la universalidad de su discurso y de sus prácticas.

Por último, como transformación histórica la globalización muestra que, a diferencia del globalismo del mercado que equipara globalización con interdependencia, se sostiene que se está presentando una superación del espacio por el tiempo, con lo cual la globalización se identifica con un proceso de interioridad del mundo y, por ende, de la totalidad de espacios sociales, incluido los más localizados. De ello se puede inferir que la intensificación de la globalización ha derivado en el surgimiento de un espacio social global, donde se realizan las nuevas formas mundiales de espacialización de la economía.

Es precisamente este último punto, es decir, la emergencia de un espacio social global, lo que le ha dado un vuelco al funcionamiento del capitalismo y nos permite entender la materialidad de las transformaciones del mundo actual. El capitalismo dejó de ser un sistema que se desarrolla y organiza dentro de un espacio territorial específico, para después expandirse, como ocurrió entre los siglos XV y gran parte del XX. Hoy en día el capitalismo es global en sus mismos fundamentos38.

Este espacio social único que sustenta la globalización de la economía tiene una importancia mayor en cualquier tentativa de repensar el desarrollo, pues las nuevas jerarquías ya no son geográficas, en el sentido que existiría un centro, una semiperiferia y una periferia, tal como sostenían Braudel39 o Wallerstein40, para los siglos XVI y XX, sino sociales, dentro del marco de un espacio social mundial, por cuanto la globalización se realiza en las distintas espacialidades, incluidas las más localizadas.

Esto nos lleva al siguiente punto: el globalismo del mercado nos mostró la fuerza que hoy en día tienen los elementos sincronizadores (polos exitosos, organizaciones multilaterales, la competitividad, la flexibilidad), un enfoque que realza la dimensión histórica, y la pluralización de los ambientes espacio temporales, nos muestra la vitalidad que siguen teniendo los factores diacrónicos en este mundo global. No está demás recordar a Castells quien ha sostenido que "para que una sociedad pueda anclarse en su especificidad y en su autonomía social y cultural, jugando al mismo tiempo la estrategia del desarrollo informacional, hace falta un ancla identitaria, sin la cual la sociedad se fragmenta en individuos-redes. Pero no es una fuerza productiva directa. En cierto sentido, es el elemento de construcción identitario de una sociedad o de grupos sociales, o de individuos para no ser simplemente átomos en las redes"41.

Es aquí donde la historia global entra a jugar de manera poderosa como explicación y verificación: de una parte, porque con la intensificada globalización la adaptabilidad de unos y otros colectivos difiere en razón de la densidad de su trayectoria historia. Así, por ejemplo, es más dúctil un sistema económico extravertido donde previamente existieron prácticas en tal sentido (v. gr., la República Checa ) que donde no (Rusia). La densidad histórica, de tal suerte, se convierte en un factor central que permite realizar la sincronicidad, sin mayores situaciones disruptivas.

Por último, por el grado de susceptibilidad que puedan tener frente a factores externos. Sin pretender que las dificultades socioeconómicas y políticas en los países de la Comunidad Andina obedezcan a factores externos, es evidente que en la mayor parte de ellos el contagio se ha amplificado como resultado de un alto grado de exposición no controlada frente a dinámicas externas similares.

En sí se puede concluir que en condiciones de intensificada globalización no es cierto que exista sólo una posibilidad de desarrollo. Con la globalización se transforman pero no se extinguen las trayectorias de las sociedades. Se asiste a un entrelazamiento de la diacronía de los entramados históricos particulares con la sincronía de la contemporaneidad globalizada. La globalización, por tanto, puede convertirse en una creadora de oportunidades de desarrollo, pero siempre y cuando se comprenda su cambiante naturaleza y sus complicadas reglas de juego.

Para que la globalización se pueda convertir en una oportunidad para el desarrollo se debe repensar esta relación a partir de dos categorías histórico-antropológicas, que son las que tematizan, en última instancia, el tiempo histórico: los espacios de experiencia y los horizontes de expectativas. Como enseña Koselleck42, la experiencia es un pasado presente espacial que reúne simultáneamente muchos estratos de tiempo, pues "evoca posibilidades de recorridos de acuerdo con múltiples itinerarios, sobre todo de reunión y de estratificación en una estructura en capas que hace que el pasado acumulado de este modo escape a la simple cronología"43.

El horizonte es aquella línea siempre distante que abre en el futuro el despliegue de un hipotético espacio de experiencia. La modernidad dentro de esta perspectiva ha sido concebida como un tiempo nuevo donde las expectativas se alejan de las experiencias hechas anteriormente. En condiciones como las actuales, cuando ha entrado a debutar una historia global, el divorcio entre experiencias y expectativas ya no es sostenible, porque se desvaneció la linealidad a la que nos había acostumbrado la modernidad. El desarrollo debe por tanto pensarse como una rearticulación y sincronización entre experiencias y expectativas, es decir, como espacios de expectativas que se horizontalizan. Tiene que ser un desarrollo, dentro de una perspectiva histórica no lineal, que recupere todo aquello que deliberadamente ha sido olvidado. Como en su momento escribía Fontana para la historia "Al proponer las formas de desarrollo económico y social actuales como el punto culminante del progreso –como el único punto de llegada posible, pese a sus deficiencias y a su irracionalidad-, hemos escogido de entre todas las posibilidades abiertas a los hombres del pasado tan sólo aquellas que conducían a este presente y hemos menospreciado las alternativas que algunos propusieron, sin detenernos a explorar las posibilidades de futuro que contenían"44. Tiene que ser también un desarrollo que restituya la diacronía en la sincronía del mundo globalizado. En síntesis, las políticas más eficaces de desarrollo son aquellas que conjugan los factores de la modernidad con los elementos sociales y culturales propios.


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