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Análisis Político

versión impresa ISSN 0121-4705

anal.polit. v.26 n.61 Bogotá dic. 2007

 

De La Globalización A La Historia Global: Hacia Otra Representación Del Mundo Contemporáneo

From Globalization To Global History: Toward Another Representation Of The Contemporary World

Hugo Fazio Vengoa
Profesor Titular del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia y del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes.


RESUMEN
La tesis central que recorre el artículo consiste en la manera como las profundas transformaciones del mundocontemporáneo han puesto en duda las bases epistemológicas clásicas de las ciencias sociales. Para ello, el autor realiza una breve incursión en los principales problemas de nuestra contemporaneidad, procedimiento que muestra la brecha existente entre la "realidad" y el "pensamiento". Enseguida, el artículo se concentra en las razones que han llevado a convertir el concepto de la globalización en un eje en torno al cual se ha pretendido decodifi car de otra manera la realidad contemporánea. Finalmente, el autor propone una nueva manera de hacer aprehensible la realidad contemporánea a través del concepto de historia global.

Palabras clave: globalización, ciencias sociales, relaciones internacionales, historia global, nación, Estado, modernidad, modernidad mundo.


SUMMARY
The core thesis of the article deals with the way in which deep transformations of our contemporary world have generated incertitude in the classic epistemological basis of social sciences. To show that, the author briefl y examines the main problems of our contemporary times in a procedure that denotes a gap between reality and thought. Then, the article focuses on the reasons leading to positioning the concept of globalization as an axis around which the contemporary reality has been intendedly decoded. Finally, the author proposes a new way to make contemporary reality apprehensible through the concept of global history.

Key words: globalization, social sciences, international relationships, global history, nation, state, modernity,
world modernity.


Un mundo turbulento

Desde hace varios lustros el mundo viene atravesando por un período de prolongadas y profundas redefiniciones. El filósofo italiano Giacomo Marramao nos ofrece un retrato existencial de esta transmutación, cuando escribe: "El mundo al que comenzamos a pertenecer, hombres y naciones, es sólo una "figura parecida" al mundo que nos era familiar"1. Otro italiano, el escritor Alessandro Baricco, también ha mostrado un sensible interés por entender los elementos de novedad que encierra nuestro presente. Ya hace algunos años nos brindaba una sugestiva descripción sobre la globalización y el mundo que se iniciaba en el recodo del cambio de siglo2. De modo más reciente, en otro atractivo ensayo3, de esos en los que se va pensando mientras se escribe, sostiene que pareciera que la tierra está siendo saqueada por predadores "sin cultura ni historia".

En los hechos, no existe ningún ámbito social que escape a esta regla; todas las esferas sociales se encuentran atravesadas por vertiginosas dinámicas de cambio. Esta aseveración es válida tanto para los grandes procesos como para los asuntos aparentemente tan frugales, como los que conmueven y turban al escritor italiano: la producción y el nuevo gusto por el vino, que se ha convertido en un drink, ajeno al alma de las viejas tradiciones, el espectáculo del fútbol que privilegia la espectacularidad en detrimento de la genialidad, o el consumo de libros, por parte de personas que no leen libros, el cual tiende a ordenarse de acuerdo con un formato mediático. 

Pero, lo que más poderosamente llama la atención son otras dos derivaciones que se despenden de esta situación: primero, que estas transformaciones ya no se confinan dentro de los límites de un respectivo ámbito; más bien, tienden a ramificarse enrevesadamente por todo el conjunto de lo social: lo político deviene económico, lo cultural resemantiza lo social, este último ecualiza lo político, y así sucesivamente. Pareciera que los viejos compartimientos estancos en que se gustaba subdividir a la sociedad estuvieran estallando desde dentro. Puede ser que este problema tenga mucho de ilusión óptica o de perspectiva, como gustaba decirse en el Renacimiento. Quizás, las subdivisiones convencionales a las que se habituó el saber científico no fueran del todo valederas. Aún si las perspectivas frecuentes de análisis puedan pecar de ciertas falencias, debe destacarse que el enmarañamiento y la promiscuidad de las dinámicas sociales sobrepasa con creces no sólo a los guiones más visionarios que hayan podido concebirse, sino también a los tipos de interacción a los que antes estábamos acostumbrados.

Segundo, estos cambios tampoco respetan las fronteras en otro sentido: ya no se confinan al lugar donde primariamente se manifestaron. Esto ha llevado a que no sólo sea bien difícil determinar dónde, cómo y bajo que circunstancias se originan estas transformaciones, más complejo aún es precisar hasta dónde se extienden estos cambios, tanto en su espacialidad como en su temporalidad.

Seguramente no resulta nada difícil de imaginar a que nos referimos cuando hablamos de la extensión espacial de estas dinámicas: sus expresiones prosiguen a grandes distancias de sus eventuales epicentros. Más complicado es entender su dilatación temporal. Estamos acostumbrados -quizá, antes en ello intervino la distancia que separaba a las civilizaciones y hoy el vértigo y la urgencia a la que nos han acostumbrado los medios de transporte y comunicación-, a suponer que los eventos siempre generan consecuencias inmediatas. Pero en la historia no ocurre siempre así. Muchas circunstancias –acontecimientos y procesos- se insinúan en un primer momento, después se desarrollan en silencio, es decir, pareciera que se congelaran en el tiempo, pero las más de las veces prosiguen su desenvolvimiento en clave subterránea, y mucho después vuelven a reaparecer.

Un buen ejemplo de ello son la mayor parte de los tópicos conexos con los temas de la memoria, que tanto interés suscitan en nuestro presente. Pero no sólo esta gama de cuestiones difíciles de aprehender se propagan arrítmicamente a través del tiempo. Se puede observar que se ha asistido a una situación de análoga con la emergencia de una nueva generación de movimientos sociales, los cuales después de alcanzar una alta visibilidad durante los ochenta, sobre todo en Europa Centro Oriental y América Latina, prácticamente desaparecieron durante buena parte de los noventa, para volver a emerger con impresionante fuerza por doquier, en momentos en que se asistía al reciente cambio de siglo. En cada una de estas fases, sin embargo, no obstante el hecho de que compartan ciertas propiedades comunes, comportan expresiones propias al lugar desde el cual se enuncian y/o a la especificidad del momento por el que se atraviesa. Como acertadamente señala Marramao "el sistema de causas que gobierna la suerte de cada uno de nosotros se extiende en adelante a la totalidad del globo, lo hace resonar por completo a cada conmoción. Ya no hay cuestiones terminadas por haber sido terminadas en un punto"4.

Las cosas, sin embargo, tampoco en este caso son tan simples. Analíticamente se puede distinguir las expresiones espaciales de las temporales, pero en la realidad las cosas no siguen trayectorias independientes, pues ambas manifestaciones reiteradamente se encuentran compenetradas. Un fenómeno puede expresarse en un momento distinto, pero también en un lugar muy distante. La causalidad lineal, por tanto, pierde su capacidad operativa; cede el paso a la explicación en términos de resonancia.

Pero tampoco debemos olvidar que la dificultad que se experimenta cuando se quiere hacer inteligible estas situaciones es que el mundo no es un tablero plano en el cual geométricamente se pueda disponer o representar la ubicación de las cosas. Se ha convertido más bien en un entramado de naturaleza topológica, razón por la cual no puede haber regularidad y simetría en la manera como se desenvuelven los acontecimientos mundiales, debido a que en ello interviene, entre otras tantas cosas, la propia carga temporal que registran los distintos colectivos humanos. Por tanto, cuando una dinámica se temporaliza y se extiende en el tiempo, vuelve a realizarse en un contexto nuevo pero, con toda seguridad, sus manifestaciones van a registrar vibraciones muy distintas de las inaugurales. La toma de conciencia de esta compleja realidad nos pone frente a un importante dilema, el cual podemos sintetizar en un par de interrogantes: ¿podemos aún seguir hablando genéricamente de fenómenos comunes a todo el mundo? O, más bien, ¿deberíamos suponer que son dinámicas que se "glocalizan" en el mundo?

Esta disimilitud en términos de espesor es un factor de gran relevancia cuando se quieren valorar los niveles de adaptación a las dinámicas planetarias contemporáneas. Si tomamos el ejemplo de la cultura, podemos observar que en América Latina existen naciones portadoras de densas o relativamente densas culturas y otras mucho más tenues. "No es lo mismo la presencia de la música anglo, difundidas por las transnacionales de la música en el país del tango, del vallenato, de la cumbia, de la samba y del bossa nova, que en un país en el que el baile nacional –la cueca- es apenas una cuestión de una vez al año durante las fiestas patrias, un baile más bien carente de prestigio simbólico en un alto porcentaje de la población…"5. Este espesor, empero, no es un asunto que se pueda decodificar de manera genérica. De hecho, se expresa con particularidades propias en los distintos registros. Países, aparentemente más frugales, pueden disponer de mayores recursos al momento de poner en práctica sus dinámicas de inserción internacional porque comportan una larga trayectoria histórica en este sentido. Otros países que carecen de esa densidad les resulta más difícil realizar los necesarios ajustes cuando quieren insertarse en los intersticios globalizantes.

Pero también este asunto se puede complejizar desde otro ángulo: el acoplamiento a las tendencias actuales del mundo no siempre se representa como una importación de aquello que ocurre externamente. Existen innumerables casos en los que la tendencia ha sido precisamente la opuesta: el éxito alcanzado por los países de la Europa Centro Oriental en su proceso democratizador a partir de inicios de los noventa fue posible porque coincidió con un retorno a la soberanía, y no por una superación de la misma. Estos fueron países que, por más de cuarenta años, hicieron parte de un subsistema de "soberanías limitadas", no como efecto de la extensión de la globalización, sino por un acentuado nacionalismo imperial por parte de la potencia rectora, a la sazón, la Unión Soviética. En las nuevas coordenadas de los noventa, se requería de un anclaje que hiciera posible la transición de estas sociedades en dirección al contexto posnacional europeo, cosa que finalmente ocurrió en mayo de 2004, con la adhesión de la mayoría de estas naciones a las estructuras de la Unión Europea. En este caso que acabamos de observar dos tiempos que representan dinámicas espacio temporales singulares terminan amalgamándose para producir una nueva síntesis, la cual, tras la adhesión formal se ha convertido en una dinámica, evidentemente, contradictoria con el empuje que venía registrando la integración europea.

Si quisiéramos parafrasear a Reinhart Koselleck6, podría sostenerse que en la actualidad el mundo asiste a particulares formas de articulación entre los espacios de experiencias y los horizontes de expectativas, correspondencia que se puede expresar figurativamente en torno a las siguientes fórmulas: "la contemporaneidad de lo no contemporáneo" (alineamiento de múltiples temporalidades con diferentes espesores), así como "la no contemporaneidad de lo contemporáneo" (cortocircuito entre temporalidades), la "sincronicidad de la asincronía" (confluencia de experiencias diacrónicas en torno a una matriz), así como "la asincronía de lo sincrónico" (glocalización).

Todo esto que sucintamente acabamos de presentar nos muestra el gran trecho recorrido por el mundo en un corto tiempo. Con toda seguridad, si ha sido poderoso el imaginario que se ha forjado en los últimos años en torno a que el mundo contemporáneo vive un período inédito en la historia, ello seguramente obedece en buena parte a esto.

Las ciencias sociales y los dilemas del presente

Y, por supuesto, como ocurre siempre, de modo invariable, el pensamiento social, aunque deba reconocérsele sus denodados esfuerzos, se mantiene a la saga de esta borrascosa realidad social. Con su acostumbrado despliegue en ralenti, no alcanza a descifrar un enigma, cuando el problema en cuestión ya está planteando nuevos y más complejos interrogantes. No debe sorprendernos, por tanto, que en medio de este escenario, muchas de las anteriores certezas intelectuales hayan perdido cierta dosis de su anterior maestría para explicar los ejes definidores del mundo y de las sociedades actuales. Tampoco es fortuito que en la academia reine cierto espíritu de confusión y que sean cada vez más numerosas las voces que se alzan cuestionando la pertinencia de las bases epistemológicas de las ciencias sociales7 - 9.

Evidentemente, la conducta de la academia frente a esta importante cuestión no ha sido uniforme. No sólo se observan marcadas diferencias en cuanto a la perspectiva política que sustenta muchas de estas posiciones10, también son variadas las maneras en que se ha intentado responder a esta turbulencia desde una perspectiva intelectual.

Tal vez el grupo más numeroso ha procurado seguir tratando de encapsular la realidad dentro de sus viejos mapas cognitivos, asumiendo que los cambios -cuando se les reconoce-, serían cosméticos, pero que no atañen al contenido. Para estos analistas, el mundo actual no difiere en sus líneas fundamentales del pasado y, por consiguiente, los referentes teóricos habituales que ha acumulado el saber social conservarían toda su vigencia. A título de ejemplo se puede citar a Justin Rosemberg, gran experto en temas internacionales, cuando en su polémica con la literatura sobre la globalización, concluye con una defensa irrestricta de los usuales paradigmas en este campo de estudio: "Gústenos o no nos guste, no hay manera de trascender el realismo realizando esguinces a su alrededor. Porque, aunque esté mal concebido, el realismo se asienta en raíces intelectuales (las determinaciones generales) que nosotros también necesitamos para darles sentido a las relaciones entre los países. Si la abstracción general conserva su vigencia, ninguna cantidad de relaciones transnacionales, por más estrechas y fructíferas que sean, abolirá la importancia analítica de lo internacional, y es por eso que la idea de reemplazar la problemática de lo internacional por aquellas de la globalización o de la economía política global, o de la sociedad mundial, acaba siendo en últimas incoherentes"11.

Otros, sobrellevados por el halo de misterio que encierra la incertidumbre, han preferido "refugiarse" en las ambigüedades que comporta el pensamiento posmoderno y asumir como propio el relativismo y la textualidad del conocimiento. Por último, existe un grupo de científicos sociales que reconoce que los conceptos intelectuales usuales se "han encorvado o simplemente roto", como sostuviera alguna vez el historiador Fernand Braudel, ha aceptado el inmenso desafío intelectual que suscita el presente y ha decidido zambullirse en una nueva aventura del espíritu con el ánimo de aproximarse de manera novedosa al mundo actual.

No obstante la persistencia de esta pluralidad de posturas intelectuales que se asume de cara al presente, no es errado sostener que, en general, subsiste una evidente disonancia, una arritmia, entre la desaforada fuga hacia delante que registran los cambios sociales, de una parte, y la persistencia de unos enfoques académicos propios a una contextualidad histórico-social que parecen haber ido quedando irremediablemente atrás, de la otra.

El reconocimiento de esta discordancia fáctica y temporal que se presenta entre "lo real" y "lo mental" reviste, a nuestro modo de ver, una alta significación por dos motivos fundamentales. El primero obedece a que el conocimiento social se ha desarrollado en sus líneas fundamentales dentro de un espíritu de pensamiento que ha privilegiado, por obvias razones históricas, "los espacios de experiencia" y "los horizontes de expectativa" de las sociedades nacionales, tal como se configuraron a partir de una experiencia particular. Al respecto, no está demás recordar que las ciencias sociales institucionalizadas aparecieron en un contexto particular (la Europa Occidental), buscaban responder a los problemas que planteaba el momento particular que en su momento se vivía (la modernidad), para lo cual recabaron información fundamentalmente en la bien estudiada experiencia continental.

De esta experiencia nació la práctica que Ulrich Beck ha denominado el nacionalismo metodológico, cuya tesis central se organizaba en torno a la idea de que "la humanidad se halla dividida en un número finito de naciones, cada una de las cuales debe cultivar y vivir su propia cultura unitaria, garantizada por el Estado, el Estado-nación. Trasladado a la sociología, esto significa que la mirada sociológica está encerrada en el Estado-nación, que es una forma de ver las sociedades desde el punto de vista del Estado-nación"12.

Este nacionalismo metodológico no representaría un problema mayor si no fuera porque el mundo se encuentra en medio de un contexto muy distinto al de antaño. La mayor parte de las transformaciones actuales tienden precisamente a trascender ese aparato categorial, así como también la axiomática articulada en torno a lo nacional, elemento también, sin duda, propio y característico de lo que fuera el recorrido de aquel itinerario histórico que fue aceptado como fundamento para la determinación de los distintos campos de experiencia de las ciencias sociales. Observemos este asunto más de cerca.

Es indudable que en el mundo se expresan numerosas tendencias que apuntan hacia una mayor integración, la cuales fuerzan a los distintos colectivos humanos a una serie de reajustes y de readaptaciones. Al mismo tiempo, sin embargo, vemos que se reafirma la tendencia opuesta: esta mayor integración se ha convertido en un acelerador que reproduce la diferencia, la especificidad, la particularidad. ¿Por qué ocurre esto? ¿No es lo último una negación de lo anterior? En realidad, no. Lo que ocurre es que la comprensión espacio temporal que registra el mundo contemporáneo, al acentuar la "proximidad", no elimina, sino que refuerza la diferenciación, es decir, potencia la identificación de los distintos colectivos con lo particular, con lo específico, lo propio, incluso con lo que se ha considerado usualmente como tradicional. Esto podría interpretarse como una reedición de la vieja contraposición entre lo local y lo universal, fenómeno tan característico de la historia de la humanidad en los últimos siglos. Pero no es así. Nos encontramos distantes de aquellos escenarios característicos del siglo XIX, porque una de las cosas que más particulariza al mundo actual es el hecho de que lo que se ha erosionado en parte es el nivel intermedio que antes existía entre la comunidad y la integración mundial: la nación y el Estado nación, y todas las propiedades que le eran inherentes, razón por la cual la interpenetración entre lo local y lo global es más directa, fluida y contradictoria.

El asunto, sin embargo, no para ahí. Para mayor perplejidad debe reconocerse que, al mismo tiempo, la misma dinámica global ha comenzado a integrar las experiencias "otras". Sobre este último aspecto, no está demás recordar que si hasta hace algunas décadas una gran máquina civilizatoria parecía moldear la fisonomía del mundo en su conjunto13, ahora su figura resulta de una síntesis que se produce a partir de un proceso intercivilizatorio, en tanto que experiencias distintas a la europea también han entrado a organizar el presente. De todo esto que acabamos de señalar surge la imperiosa necesidad de tener que entrar a pensar unas ciencias sociales, cuyos objetos se han desnacionalizado y parcialmente deseuropeizados.

El segundo, en alto grado derivado del anterior, apunta a explicar el entusiasmo que ha suscitado el concepto de la globalización, noción lo suficientemente flexible y maleable como para que pudiera ser asimilada e incorporada por los esquemas teóricos predominantes en las más variadas disciplinas sociales. Para entender el quiebre que se presenta en este punto debemos retomar sumariamente el itinerario recorrido por este conjunto de tipos de saber.

Por regla general, este grupo de disciplinas tuvo su expansión en medio de un contexto de desarrollo de la modernidad, razón por la cual todas ellas se convirtieron en unas perspectivas que debían responder a los desafíos y problemas que suscitaba la condición moderna. En razón de ello, la mayor parte de estas ciencias se vio impulsada a determinar un campo particular de experiencia, establecer un conjunto de problemas prioritarios a la respectiva esfera social privilegiada en el análisis y desarrollar el instrumental teórico y metodológico para resolver en sus mismos términos las cuestiones que el respectivo campo de experiencia le planteaba. Dentro de este espíritu, el gran acierto del saber científico, condición sin duda válida para sus distintas especialidades, fue haber podido llegar a responder con una alta dosis de precisión y regularidad a los problemas y preguntas que el mismo se formulaba.

Ahora bien, el tipo de problemas que planteaba la modernidad, así como el perfeccionamiento que experimentó este tipo de saber, supuso que la tendencia de aproximación a la realidad social se visualizara en término historicistas, como propios a una particular contingencia histórica, donde un lugar central le correspondía a los desarrollos lineales, secuenciales, es decir, que tenían que corresponder a precisas etapas en el desarrollo. Los conjuntos de transformaciones por los cuales estas disciplinas se interesaban, entre las cuales, a título de ejemplo, se pueden citar dinámicas tales como la racionalización, la industrialización, la urbanización, la burocratización, la individualización, la secularización, la alfabetización, etc., han sido, en efecto, procesos que, disponen de expresiones espacio temporales particulares, comparten el hecho de ser desarrollos que se extienden en el tiempo, se materializan con diferentes ritmos en las distintas latitudes y, por doquier, desencadenan poderosas fuerzas de cambios.

Un rasgo común de estas especialidades fue concebir estos macro procesos como dinámicas que cobran vida dentro de determinadas espacialidades nacionales y/o regionales, pero sin que existiera de manera necesaria una concordancia entre ellos; eran dinámicas que comportaban itinerarios diacrónicos, los cuales, a lo sumo, en el mejor de los casos, producían cierto tipo de interconexiones a nivel internacional. Del entendimiento que se hizo de este tipo de desarrollo, así como el tipo de inferencia intelectual que fue su evidente corolario, dio lugar a que las ciencias sociales tendieran a privilegiar las miradas sectoriales y nacionales a los principales problemas que a ellas interesaban.

Si la linealidad fue una de sus constantes no debe olvidarse que estas dinámicas eran decodificadas dentro de un perspectiva historicista, es decir, a partir de aquellos enfoques que han tendido a concebir el desarrollo de los fenómenos económicos, políticos, culturales y sociales como históricamente determinados, perspectiva de la cual se ha colegido que cada época produce valores y dinámicas que no pueden ser aplicables a otros momentos históricos. Esta es una de las razones de la proclividad en la utilización del prefijo pre (v. gr., premoderno, preburgués, precapitalista, etc.) con lo cual se presume la inclusión del fenómeno estudiado en cuestión tanto en una secuencia cronológica lineal, donde lo moderno permite descifrar lo premoderno, así como dar cuenta de su necesaria evolución (1), como en una perspectiva teórica que reconoce una unicidad del devenir histórico, lo cual, a la postre, ha terminado sirviendo para asignarle un rango de universalidad a una determinada experiencia histórica particular.

En términos generales, este historicismo gobernó el espíritu de la época y se mantuvo como un referente implícito, habitual e incuestionable hasta que se tomó conciencia de que se estaba asistiendo al desencadenamiento de otra serie de dinámicas, las cuales comenzaron a ser interpretadas bajo el concepto de la globalización.

¿Cómo se ha explicado la globalización?

Se puede decir que para la tradición intelectual contemporánea, la importancia que ha cobrado la inclusión de la noción de la globalización en el entendimiento social ha radicado precisamente en que constituye también un macro proceso el cual ha alcanzado una gran significación histórica porque actúa como un enlace, un encadenamiento, una retroalimentación y, en ese sentido, de manera implícita supone una radical conmoción epistemológica, pues ha entrado a cuestionar la presunta linealidad de todas aquellas transformaciones por las cuales se había interesado el saber científico14. La radicalidad que supone la globalización no puede ser ignorada, pero su impacto fue relativizado al inferirla implícitamente como una consecuencia del avance que registraba la modernidad. De esta manera, si bien era evidente que denotaba elementos de novedad, se le podía seguir inscribiendo dentro de los cánones establecidos.

La trascendencia de la globalización para las ciencias sociales no radica simplemente en ser una dinámica que enlaza todo aquello que antes era descifrado en su autonomía, en validar el papel de la sincronía y de los encadenamientos, más importante aún es el hecho de que en la medida en que ha entrado a sustanciar todo aquello que antes se entendía laxamente como interconexión o internacional, le otorga un contenido específico a la unicidad de la diversidad actual. O, para decirlo en otros términos, compendia lo que hemos conceptualizado como una naciente modernidad mundo15.

Desde su debut en la década de los ochenta la globalización cautivó la imaginación de los científicos sociales, porque pareció ser una noción lo suficientemente revolucionaria ya que inducía a un cambio en la escala de análisis, servía de fundamento explicativo para dar cuenta de las transformaciones que estaba experimentando el mundo, permitía redefinir las posturas políticas o, en su defecto, proporcionaba una excelente coartada para endosarle todo aquello que "racionalmente" no se podía explicar en los términos convencionales.

Desde que la globalización se convirtió en un concepto recurrente los especialistas provenientes de las distintas disciplinas sociales comenzaron a desarrollar importantes ideas sobre su naturaleza, funcionamiento y alcance. Diferentes taxonomías se pueden hacer en torno a la manera como se ha entendido la globalización16. Para los objetivos de este trabajo, optaremos por una clasificación simple en términos de las lecturas que se han propuesto a partir de las distintas disciplinas sociales. Seguramente, los primeros que se interesaron por entender sus coordenadas fueron los expertos en temas de comunicación y, en seguida, vinieron los economistas.

Para los primeros, el factor tecnológico ha actuado como la punta de la lanza de la globalización. La principal idea fuerza que convoca a estos analistas consiste en que la globalización actual está dando vida al surgimiento de la "aldea global", es decir, al achicamiento del planeta como resultado de los avances registrados por los modernos medios de comunicación, los cuales han puesto en comunicación permanente e instantánea a la población de todo el planeta17 y han hecho posible igualmente el surgimiento de inéditas formas de identificación. Esta revolución informática se asienta en la ampliación de la cobertura que ha alcanzado la televisión satelital y en la mercantilización de un amplio universo multimediático contemporáneo. Todos estos fenómenos habrían tenido por corolario la acentuación de la interacción entre las civilizaciones y culturas a lo largo y ancho del mundo y ha alimentado el surgimiento de una conciencia unitaria en torno a los grandes problemas de la humanidad.

Si la paternidad en la introducción del término recayó en los comunicadores, fueron los economistas quienes posteriormente lograron popularizar el término y ellos han sido los responsables de que durante largo tiempo el concepto se identificara con temas conexos a la economía. Dada la amplia gama de economistas que se han interesado en el tema de la globalización, existen numerosas lecturas particulares sobre el fenómeno. Unos la han identificado con las empresas transnacionales, otros, con la expansión del comercio internacional, y los últimos con la inevitabilidad del ajuste por parte de las economías nacionales. Sin embargo, toda esta amplia gama puede congregarse en dos tendencias que convocan a la mayoría de estos especialistas.

Para los primeros, la globalización no es otra cosa que un concepto que denota una forma más novedosa e intensificada de internacionalización. Así, por ejemplo, Guillermo De La Dehesa la define como "un proceso de creciente libertad e integración mundial de los mercados de trabajo, bienes, servicios, tecnología y capitales" 18. De igual manera, el magnate George Soros identifica la globalización como el libre movimiento de capitales y el aumento del dominio por parte de los mercados financieros y las corporaciones multinacionales de las economías nacionales19.

Los otros se inclinan más bien por identificar la globalización con la consolidación de nuevos segmentos y agentes económicos de naturaleza transnacional 20. En razón de ello, la globalización sería una dinámica mucho más abarcadora que la convencional internacionalización, puesto que estaría evidenciando el tránsito de la anterior economía internacional, basada en la interdependencia entre las economías nacionales, a otra mundial, en la cual habrían entrado a operar dinámicas de naturaleza global, que trascienden las fronteras nacionales, fenómenos que son muy evidente en las nuevas tendencias que se han impuesto en el mundo de las finanzas, la producción y el comercio.

La diferencia de fondo entre estas dos tendencias recaba en que la primera privilegia como elemento de base a la economía internacional, de lo cual se infiere que sigue siendo amplio el papel que le corresponde a los Estados y que los espacios económicos nacionales siguen siendo el armazón principal de la organización económica mundial, mientras los segundos consideran que se ha operado el tránsito hacia una economía globalizada, la cual se distingue por subsumir y rearticular al conjunto de las economías nacionales y reducir el margen de actuación del Estado en la materia.

No obstante las diferencias, ambas tendencias comparten la idea de que detrás de la globalización se encuentran los desarrollos tecnológicos, el despliegue de un liberalizado mercado y que ante todo alude a una cuestión económica que puede generar secuelas en los otros ámbitos (social a través de lo laboral, cultura a través de la mercantilización, etc.), pero cuya esencia se realiza únicamente en el plano de la producción, los intercambios y los movimientos financieros.

Los estudiosos provenientes de las restantes disciplinas sociales no se quedaron atrás. Los antropólogos y sociólogos han compartido muchos presupuestos, por lo que es difícil analizarlos por separado. Algunos se han preocupado por evidenciar los crecientes niveles de conectividad compleja 21, de "glocalización"22sy mestizaje23. Con el tiempo, esta visión se ha convertido en una importante y sutil propuesta analítica que ha tenido el destacable mérito de posicionar el reconocimiento dialéctico y, en ocasiones, también simbiótico, entre lo local y lo global. Desde esta perspectiva, la globalización, por tanto, no alude a una espacialidad más abarcadora que recubre el planeta y que subsume a las restantes organizaciones espaciales, sino a complejos entrelazamientos entre distintos ámbitos sociales, incluidos los propiamente locales y territoriales.

Otros se han interesado mayormente por los cambios que ha entrañado la consolidación de relaciones sociales a escala de todo el planeta, presenciales y "fantasmagóricas", y también se han preocupado por las maneras cómo la globalización ha modificado ciertos fundamentos sobre los cuales se ha edificado lo moderno24. Valga recordar que de un sociólogo, en efecto, ha brotado una de las más simples y diáfanas definiciones de la globalización, la cual es entendida como "la intensificación de relaciones sociales por todo el mundo, de tal manera que los acontecimientos locales están configurados por acontecimientos que ocurren a muchos kilómetros de distancia y viceversa"25.

Los historiadores también decidieron asumir el desafío intelectual que ha suscitado la globalización y se han interesado por el estudio de las experiencias globalizantes que se presentaron en períodos anteriores de la historia humana26, perspectiva que, a la postre, ha tenido el importante atractivo de mostrar la historicidad que reviste el fenómeno, pero sobre todo porque ha permitido situar el presente globalizador, con las particularidades que le son inherentes, dentro de una perspectiva de larga duración27 y, en ese sentido, ha suscitado el debate sobre relación existente entre la globalización y la occidentalización.

Los geógrafos, quienes hace tiempo dejaron de ser cartógrafos para asumir una geografía social, por lo general, han centrado su atención en la concatenación de las nuevas formas en las que se organiza el espacio28, con sus nuevas polarizaciones, dispersiones y aglomeraciones de población, recursos, riqueza y poder. Otro tema que los ha llevado a una convergencia con las preocupaciones sociológicas ha consistido en la metropolización del mundo actual y en su organización como un "archipiélago metropolitano mundial"29, así como en la distribución "geohistórica" del mundo actual30, en la que concurren la tridimensionalidad y la globalidad31.

Los politólogos han librados grandes discusiones sobre la manera como la intensificada globalización ha transformado al Estado32 y la política33, así como la manera en que el Estado y la política han acelerado la implantación de muchas de las tendencias globalizantes actuales. Otra preocupación ha consistido en precisar ciertas coordenadas de la arquitectura institucional actual, interés que ha permitido repensar de manera novedosa el universo de lo político dentro de un contexto globalizante34.

Los filósofos se han interesado por la discusión sobre la necesaria resemantización de ciertos conceptos fundamentales del quehacer contemporáneo (universalidad, globalidad, relativismo, etc.), tratando de captar "lo continuo y lo discontinuo, el proceso y el viraje", discusión que se ha alimentado de las profundas transformaciones que ha experimentado la sociedad, la política y la cultura, y que busca clarificar la toma de posiciones en torno a principios tales como el cosmopolitismo, el universalismo, el nacionalismo, la diferencia, etc.35.

Por curioso que pueda parece, quienes más afinidad temática deberían tener con las dinámicas que comporta el concepto de la globalización, los expertos en relaciones internacionales, fueron quienes más tardíamente asumieron el desafío de precisar su relación. Se negaron por largo tiempo a darle carta de ciudadanía al nuevo concepto. Sin duda que en ello intervino, de modo más evidente que en otros campos, el hecho de que el conjunto de tendencias que comprende la globalización sacudía los cimientos de sus más preciados referentes teóricos y metodológicos. Además, la centralidad que habitualmente estos análisis le han acordado al Estado, a la diplomacia, a lo político, a la soberanía, a la territorialidad, a la negociación intergubernamental, etc., así como la persistencia de una visión simplificada de la globalización, la cual, a lo sumo, ha sido identificada como una forma de interdependencia, explica en alto grado que se tardara en avanzar en la comprensión de que éste es un fenómeno polivalente que atraviesa indistintamente todos los ambientes sociales y transforma la naturaleza de "lo internacional". A la postre, sin embargo, tampoco pudieron resistirse a su tentación36 y han comenzado a emprender importantes esfuerzos para pensar la interacción entre las relaciones internacionales y la globalización, tratando, eso sí, de constreñir al máximo la aplicabilidad del término con el fin de conservar la "pureza" de sus cimientos epistemológicos37.

En suma, tal como se puede observar de lo reseñado anteriormente, la noción de la globalización ha tenido un importante desarrollo a lo largo de las dos últimas décadas. Poco a poco, ha permeado muchos de los nuevos enfoques propuestos por las ciencias sociales y ha inducido a significativos cambios en las escalas de análisis, así como a una modificación en el orden en que se perciben y se organizan las cosas.

La globalización y la epistemología de las ciencias sociales

No obstante los elementos de novedad que comporta, que han servido para refrescar la mirada sobre muchos de los principales asuntos contemporáneos, la mayor parte de estos enfoques adolece, a nuestro modo de ver, de varias insuficiencias. Estas carencias han terminado encapsulando muchos de los elementos de novedad que planteaba la globalización en unos parámetros que no sólo no se ajustan a su naturaleza, sino que han disipado su verdadero alcance.

La primera de estas insuficiencias tiene que ver -una vez más- con la epistemología que ha gobernado a las ciencias sociales. Si estas formas de conocimiento habían desarrollado su acervo estableciendo los correspondientes mecanismos y supuestos que le permitían responder a los interrogantes que ellas mismas se planteaban, la globalización, debido a su propia condición, no puede interpretarse dentro de esos estrictos cánones. En rigor, la globalización no puede representarse como una figura geométrica en cuanto a su espacialidad ni a partir de los parámetros de una concepción que se inspira de los fundamentos de la mecánica newtoniana, como en efecto ha ocurrido con la economía clásica, porque, en los hechos, la globalización carece de un fundamento último que la sustancie.

Es por ello que las miradas que se han desarrollado desde estos presupuestos, a lo sumo, han podido llegar a reconocer la existencia de intermediaciones y de interconexiones, fenómenos que en ningún caso abarcan el sentido mismo de la globalización. Esta es un fenómeno "causado y causante"38 y, por esta razón, debe representarse topologicamente; no es una pieza monótona, más bien se organiza como un poliedro, en tanto que atiende a las interposiciones no lineales que se presentan entre los diferentes conjuntos; comprende mediaciones que se producen bajo la forma de resonancias. Es decir, el cambio de perspectiva a que induce la globalización consiste en que, aunque "no invente casi nada, pero lo reconceptualiza todo"39, los problemas no pueden seguirse conformando a las necesidades de las disciplinas; más bien son estas las que deben cambiar para acomodarse a la naturaleza de los problemas40, pues, como sugestivamente sostenía el legendario Einstein: "No es posible resolver un problema utilizando el mismo lenguaje que dio origen al problema"41.

En rigor, la globalización conduce a una representación distinta, y en muchos sentidos novedosa, de los asuntos sociales, porque al traspasar todas las fronteras, territoriales y/o mentales, ha terminado destruyendo muchas convenciones e ideas preconcebidas, como son los compartimientos estancos entre los distintos ámbitos sociales, entre países, etc., porque sugiere que la realidad contemporánea es menos sistémica de lo que comúnmente se ha imaginado y mucho más plástica y elástica. En el fondo, nada hay más distante de la globalización que un enfoque plano, coyuntural o segmentado. También debe tenerse siempre en cuenta que la globalización es un proceso y como tal no constituye un avance inexorable hacia un fin determinado, sino que su movimiento está plagado incluso de contradicciones, oposiciones ralentizaciones e incluso de reflujos.

Seguramente este necesario cambio de perspectiva es lo que explica la audiencia que han vuelto a tener las tesis de autores, como Fernand Braudel42-45, quien, no obstante la celebridad alcanzada en vida, con el correr del tiempo sus concepciones fueron quedando en cierto ostracismo intelectual. Como claramente establece André Burguière, el enfoque relacional, su atención a las dinámicas de intercambio, a los movimientos de circulación en detrimento de la estaticidad de la sociedad, en síntesis, su propuesta más  cercana a la antropología histórica, resulta muy fecunda e innovadora, tanto a nivel epistemológico como teórico para comprender varias de las principales coordenadas de nuestra contemporaneidad.

En el plano epistemológico, la necesidad de pensar las transformaciones del mundo físico en su interacción con las del mundo social obliga a renunciar a los modos de imputación causal utilizados por la física y transmitidos a las ciencias sociales como modo obligado de racionamiento científico. Se trata de reemplazar la causalidad simple por una causalidad compleja, reversible, y tomar en cuenta los regímenes de transformación que no se limitan a una homología de fuerza y de dirección entre la causa y el efecto. En el plano teórico, Braudel, al situar sus investigaciones en las fronteras de la historicidad y al preocuparse por las temporalidades más lentas, más cercanas a la inercia, pero también a los cambios que relacionan el mundo físico con el simbólico, se aproxima a la definición kantiana de la antropología: estudiar la condición humana en su diversidad ensayando de comprender "el interior por el exterior"46.

Si buena parte de las tradiciones intelectuales contemporáneas admite que se está asistiendo a un escenario de intensificada globalización, pero si se le sigue interpretando de manera convencional y se persevera en analizarla a partir del acostumbrado pensamiento que se organiza en torno a lógicas binarias, como la oposición entre lo universal y lo particular, lo racional y lo irracional, o, en registros temporales, como los que observan a través de la contraposición entre tradición y modernidad o en protocolos espaciales, por medio del contraste entre fronteras y apertura47, la globalización queda atrapada en un círculo vicioso, y no es extraño que termine generando más confusión en lugar de servir para clarificar el entendimiento. Por su misma lógica, la globalización requiere de un radical cambio de perspectiva que ayude a escapar a la férrea lógica de la causalidad simple y que permita descifrar el cúmulo de fenómenos que incluye en términos de resonancia, estableciendo enlaces diferenciados entre los distintos elementos.

El problema de fondo consiste en que el conocimiento social sigue inscrito dentro de un esquema que se desenvuelve a partir de "los espacios de experiencia" y "los horizontes de expectativa" de las sociedades nacionales y, a la fecha, no se ha podido desarrollar un aparato categorial ni unas nuevas miradas que trasciendan la axiomática de lo nacional y permitan conceptuar lo global dentro de su misma globalidad. Es decir, lo global se ha seguido pensando como una forma más sutil, elaborada o desarrollada de la internacionalización, pero no se ha concebido como conjuntos de relaciones translocales, transnacionales, locales y globales, nacionales y globales y globales con globales.

La segunda insuficiencia radica en que la globalización también ha quedado inscrita dentro de la prolongada tradición intelectual de los desarrollos lineales. En su aplicación a los diferentes campos, la globalización es interpretada como un nuevo estadio en el avance inexorable hacia un mayor desarrollo en la historia de la humanidad. Es el punto culminante de un determinado progreso y ello permite presuponer cual será el desarrollo futuro tanto de la globalización como del mundo.

Es decir, a la globalización le ha ocurrido lo mismo que a las legendarias teorías de la modernización, las cuales marcaban un mapa de deseabilidad con base en unos cuantos elementos que servían para explicar el cambio económico y social, con lo cual terminaban haciendo una historia "anhelada", porque sólo se interesaban por estudiar las herramientas que se ajustaban al enfoque propuesto. Con la globalización ha comenzado a ocurrir lo mismo. Globalizarse se ha interpretado como una condición de ser. O se asume o simplemente se desaparece porque se será devorado por la providencia de la historia.

Es decir, ha sido común para la amplia mayoría de las interpretaciones que se han interesado en discutir la naturaleza de la globalización pensarla de manera historicista, es decir a partir de un enfoque que concibe los fenómenos culturales y sociales como históricamente determinados y que cada época entraña valores, instituciones y prácticas que no pueden ser aplicables a otros momentos históricos48. De ello resulta que la globalización se asimila, para bien o para mal a lo moderno, y todo aquello que no se ajusta a sus parámetros es percibido como tradicional, como premoderno y que indefectiblemente tiene que evolucionar, cambiar, convertirse en global player, o simplemente desaparecer.

También se llega a casos en los cuales simplemente se relavitiza la mera posibilidad de su existencia, porque algunas de sus manifestaciones no se inscriben dentro de los parámetros de lo que ha sido habitual en el desarrollo europeo. Danilo Zolo, por ejemplo, se identifica con aquellos que consideran impropio hablar de una "cultura global", porque a esa cultura le faltan "los rasgos de lo que, en la Europa moderna, se ha designado clásicamente con este término, a saber: una visión del mundo –entretejida de mitos fundadores, leyendas, símbolos, héroes, historia vivida y recordada colectivamente- que da identidad y conciencia colectiva de sí mismo a un pueblo"49.

Pero podríamos preguntarnos ¿por qué deberíamos reducir el significado de la cultura a un conjunto particular de propiedades que fueron comunes a la experiencia europea, incluso cuando en el mismo Viejo Continente la cultura ha sido un concepto cambiante? Sobre el particular, no está demás recordar que el término de cultura adquirió una connotación nueva cuando se produjo el advenimiento de la modernidad. Con anterioridad a esta época, el término se empleaba para señalar asuntos relacionados con el campo. Fue durante la Ilustración cuando la cultura se empezó a identificar con un progreso material y espiritual; la cultura se convirtió en sinónimo de civilización.

A lo largo del siglo XIX cuatro cambios se operaron con el concepto de cultura: de una parte, se asistió a un paulatino divorcio con el concepto de civilización, pues el primero fue adquiriendo un sentido dinámico, propio de las nuevas capas de intelectuales y de artistas, mientras el segundo quedaba asociado a prácticas y a agentes pertenecientes a un mundo que paulatinamente iba quedando atrás. De la otra, la cultura perdió su aureola de universalidad, pues se tornó cada vez más una práctica nacional, particular. Un tercer cambio se debió a su mayor identificación con las artes y, por último, con la difusión de la antropología, fue adquiriendo un contenido más social, pues entraron a ser parte de la cultura elementos tales como los modos de vida, las costumbres, etc.50.

En el XX, y particularmente hacia finales de la centuria, por cultura se ha comenzado a entender la manera como los seres humanos confieren significados a través de la representación simbólica51. Es precisamente esta nueva matriz de significados culturales lo que ha redimensionado el tema de la identidad en el último cambio de siglo. Como vemos, el significado del término cultura ha variado a lo largo del tiempo. Ha tenido que irse ajustando a las nuevas realidades sociales. No es cierto, por tanto, que la cultura comporte un contenido básico, valido para todas las épocas y menos aún que sus determinantes fundamentales correspondan a una experiencia en particular. Al igual que ocurrió en el pasado, la cultura ha ido dotándose de nuevos contenidos. Como señala Tomlinson, la globalización altera el contexto de construcción de significados e influye en el sentido de identidad y eso ocurre porque lo global "existe cada vez más como un horizonte cultural en el que, en diversas medidas, forjamos nuestra existencia"52. Con esto no queremos señalar que exista como tal una cultura global, pero sí queremos destacar que la cultura está siendo resemantizada por la globalización.

La tercera insuficiencia, derivada en buena parte de la anterior, radica en la implícita asociación que se ha establecido entre la globalización y la modernidad. En muchos autores de manera implícita, pero en particular para Anthony Giddens, que lo expuso de manera manifiesta, la globalización habría sido una consecuencia de la modernidad. Ahora bien, como esta última habría tenido su epicentro en Europa Occidental y desde ahí se habrían propagado sus ambientes instituciones por todo el mundo, la globalización constituiría la manera como el mundo asume la modernidad de la mano de Occidente.

Esta tesis, ha sido duramente cuestionada porque la relación entre globalización y modernidad es mucho más compleja que una simple derivación de la primera por la segunda. Como señalara Martin Albrow53, la modernidad llega a su fin cuando se desvaloriza la noción de progreso. La globalización, por su parte, no es un proyecto, ni un programa, ni tiene un final, salvo el que resulte de la manera como se conjuguen las distintas dinámicas históricas que comporta y que enlaza.

Sin embargo, el problema de fondo en realidad es mucho más profundo: en realidad, podemos invertir la correlación que se ha establecido entre ambas y sostener que no sólo la globalización no es una consecuencia de la modernidad, sino que ha sido la sistematización de la globalización la que ha engendrado la modernidad en Europa y en el resto del mundo.

Esta inversión del problema conduce invariablemente a una representación distinta tanto de la modernidad como de la globalización, por tres razones fundamentales: de una parte, porque sólo desde esta perspectiva se puede romper el nudo gordiano que se ha establecido entre la modernidad y la particular experiencia de Occidente54. De la otra, porque permite entender la manera como la experiencia del mundo cobró presencia en las distintas prácticas y condiciones de modernidad. Como bien ha demostrado Gruzinski, la modernidad cambia radicalmente de contenido cuando se le observa desde los confines del mundo55.

Por último, porque pluraliza las experiencias de modernidad, es decir, remite a la idea de la existencia de múltiples modernidades. Sobre el particular Charles Taylor recientemente escribió: "Si definimos la modernidad en términos de ciertos cambios institucionales, como la difusión del moderno Estado burocrático, la economía de mercado, la ciencia y la tecnología, es fácil seguir alimentando la ilusión de que la modernidad es un proceso unificado destinado a producirse en todas partes de la misma forma, hasta llevar cierta convergencia y uniformidad al mundo. Mi convicción fundamental es que debemos hablar más bien de múltiples modernidades, de diferentes formas de erigir y animar ciertas formas institucionales"56.

Somos de la opinión que en lugar de múltiples modernidades se debería hablar de modernidades entramadas, porque si se pluraliza hasta el extremo la noción misma de modernidad, se convierte en un concepto vacío de contenido y poco operativo; con esta conceptualización queremos privilegiar los numerosos entrecruzamientos que registran las diferentes experiencias históricas, sus variadas superposiciones, las que, en su conjunto, van definiendo el sentido que adquiere la modernidad global. No está demás recalcar que, en su naturaleza intrínseca, unas modernidades entramadas no pueden ser locales o regionales, sino que tienen que realizarse mundialmente.

De todo lo antes dicho se puede extraer una primera conclusión: la globalización requiere de una narrativa que de cuenta de lo global desde la misma globalidad, que rompa con el historicismo predominante, pues este termina proponiendo una visión particularista de una dinámica que de por sí es global y, por último, que incluya dentro de su misma narrativa a la totalidad de regiones donde estas dinámicas cobran vida.

De todo esto que hemos señalado se puede colegir que la globalización es un excelente punto de partida para reproblematizar los principales temas de nuestra contemporaneidad, sean estos planetarios, continentales, regionales, nacionales o locales, o económicos, sociales, políticos, etc., y para reinterpretar muchos de los supuestos habituales que siguen gravitando sobre el pasado.

De la globalización a la historia global

No obstante sus bondades, un enfoque en términos de la globalización se queda corto, y no resulta muy adecuado, cuando se le quiere convertir en un punto de llegada, porque esconde tanto como descubre y porque reduce el espectro de problemas sólo a los que se pueden enunciar y explicar en sus mismos términos. Es decir, la globalización fácilmente corre el riesgo de convertirse en un enfoque auto referencial que sólo concibe y explica lo que se desarrolla dentro de sus fronteras, en el interior de sus cadencias temporales y/o alcances. Todo aquello que no se ajusta a su dinámica termina siendo minusvalorado o desdeñado.

Por esta razón, somos de la opinión de que para hacer inteligible el mundo actual se debe optar por un enfoque distinto, el cual debe tomar como fundamento la globalización, las reflexiones a que ha dado lugar y las dinámicas que comporta, pero desde un observatorio distinto, perspectiva que definimos como una historia global.

La historia global no ha tenido existencia en épocas pasadas; es una historia que sólo corresponde a nuestro presente. Se le puede definir como la sincronización y el encadenamiento que registran las disímiles trayectorias históricas, las cuales entran en sincronicidad, resonancia y retroalimentación. Con esta definición se quiere señalar varias cosas: primero, ya no se puede seguir pensando ningún país o región del planeta como una categoría analítica aislada, puesto que todos ellos se encuentran insertos dentro de una totalidad de la que constituyen segmentos o intervalos. Esto significa que como la unidad básica ya no son las partes, las dinámicas en el mundo no pueden seguirse pensando como relaciones inter-nacionales, sino como una política interior mundial o unas relaciones globales internas.

En una historia global se fortalece el entrelazamiento de la diacronía de los entramados históricos particulares con la sincronía de la contemporaneidad globalizada. En la historia global, se asiste, por tanto, a una intensa concordancia de un sinnúmero de temporalidades relativas, fenómeno que obviamente pluraliza y en ningún caso singulariza al mundo. Es una historia que carece de una dirección de la flecha del tiempo y la causalidad lineal se desvanece ya que su entramado sólo se puede realizar bajo la fórmula de la sincronicidad, la resonancia y los encadenamientos.

Como resultado de lo anterior, en un escenario de historia global se transforman las trayectorias de las sociedades, pero no se extinguen sus propias historias. Más bien ocurre lo contrario. Al ser un resultado de la intensificación de la globalización, este nuevo entramado desnuda la intimidad de las distintas las sociedades, exterioriza sus fortalezas y debilidades, exacerba la competición y redimensiona las particularidades de sus trayectorias históricas. Esta sincronización, propia de la historia global, rehabilita la dimensión diacrónica en la que se han forjado los diferentes colectivos. Por eso nada hay más lejano a la globalización y a la historia global que la homogeneidad y la uniformidad. En sí la globalización, y de suyo, la historia global existen porque subsisten múltiples espacialidades y temporalidades, algunas de ellas construidas por las mismas tendencias globalizadoras, que acentúan las diferencias, las oposiciones y las inclusiones. Ambas actúan como elementos diferenciadores de los espacios nacionales y subnacionales de acuerdo con el grosor y las formas de articulación que cada uno de ellos tenga con relación a los circuitos globalizados.

La historia global constituye una narrativa que rescata y reposiciona a los actores y a aquellas situaciones que, por circunstancias de poder y de direccionalidad, han permanecido en la sombra y en ese sentido alude a algo más abarcador que la linealidad de la modernidad occidental. A diferencias de las historias universal y mundial, la historia global es más contemporánea y menos europea. "El conocimiento de la simultaneidad entre eventos que se verifican en lugares muy lejanos ha contribuido a difundir la sensación de vivir todos dentro de un mismo espacio: el espacio del mundo. Gradualmente, la distinción entre la contemporaneidad cronológica y la contemporaneidad histórica, entre desarrollo de Europa y atraso de los otros continentes, basado en la centralidad europea en la historia de la civilización, se ha tornado insostenible"57

Esta es una historia, por tanto, que ha perdido su centro unificador y en la que ya ningún país o actor se encuentra en condiciones de cumplir el papel que desempeñó Europa en la anterior historia universal. Otro cambio que comporta esta historia global consiste en el abandono del viejo universalismo; todo referente análogo sólo puede pensarse en términos de cosmopolitismo. La integración de los distintos colectivos en torno a una unidad –la historia global- debe llevar a pensar las distintas experiencias sociales no como cosas dadas, sino como un proceso cosmopolita de diálogo intercultural, como la concreción de un paisaje global, escenario que produce inéditas modulaciones a partir de las contradicciones y de la diversidad.

En síntesis, la historia global es una matriz, pero no un sistema en el sentido en que sus diferentes flujos no constituyen un todo rígido. Es una historia que se representa barrocamente ya que integra la existencia de una pluralidad de temporalidades, con diferentes ritmos e intensidades, resalta los encadenamientos, que simbolizan la convergencia de disímiles trayectorias de modernidad y que, como producto de los entrelazamientos, rompen con la secuencialidad de las causas y los efectos; destaca la sincronización, a través de la cual se articula la diacronía (los disímiles itinerarios históricos) con la sincronía (la convergencia de experiencias que producen nuevas síntesis); por último, se realiza en las resonancias, es decir, en las réplicas, cuyas ondas penetran y transforman las viejas fronteras entre los distintos ámbitos sociales y entre los diferentes colectivos humanos. En suma, la historia global es una nueva cartografía topológica de un mundo que se globaliza.


COMENTARIOS

1. Esta postura recorre buena parte de la obra de Karl Marx, quien sostenía que "la así llamada evolución histórica reposa en general en el hecho de que la última forma considera a las pasadas como otras tantas etapas hacia ella misma".


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