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Análisis Político

Print version ISSN 0121-4705

anal.polit. vol.26 no.61 Bogotá Dec. 2007

 

Guerra y Política Mundial. Dimensiones De La Hegemonía De Los Estados Unidos

War and World Politics. Dimensions Of The Hegemony Of The United States

Stephen Launay (1)
Doctor en ciencia política con Habilitación a Dirigir Investigaciones (Escuela de los Altos Estudios en Ciencias Sociales de Paris). Profesor en la Universidad de Marne-la-Vallée (Paris).

RESUMEN
El analista tiene que evitar la ilusión fatalista retrospectiva que hace de la hegemonía de Estados Unidos una tendencia nacida con la independencia o poco después (con la doctrina Monroe). Esta hegemonía aparece realmente a partir de las últimas décadas del siglo XIX, para desarrollarse en el siglo siguiente, en particular a causa del declive europeo. En cambio, el periodo pos-11/09 es muy especifico en cuanto a la nueva política que combina una amplia doctrina de intervención sostenida por la vuelta a la antigua doctrina de la guerra justa, una dificultad para tomar en cuenta las transformaciones de la guerra y un olvido de los términos clásicos de la conducta diplomático-estratégica. Los próximos años dirán si la irrupción de la "diplomacia transformacional" de Condoleeza Rice representa o no un verdadero viraje.

Palabras claves: Guerra, hegemonía, Estados Unidos.


SUMMARY
Analysts should avoid the retrospective illusion of believing that the US hegemony, as a trend and a firmly entrenched practice occurred during the Independence or a little later (with the Monroe Doctrine). In fact, the onset of hegemony took place during the last decades of the XIXth century and strengthened during the following century, particularly because of the European decline. Moreover, the period following 09/11 has been a very crucial one, with the emergence of a new foreign policy that combines a large element of the doctrine of intervention, with the ancient just-war doctrine, a difficulty to take into account the change in the art of war, and the forgetfulness of the classical terms of the diplomatic and strategic behavior. The successive years will reveal if the eruption of Condoleeza Rice's "Transformational Diplomacy" represents a real epoch-making turning point.

Words Keys: War, hegemony, United States.


« Tous ceux qui creusent le tombeau de l'Amérique préparent leurs propres funérailles. »
Romain Garya1 (2)

El 11 de septiembre 2001 provocó un cambio mayor en la política exterior de Estados Unidos. La acción terrorista fue considerada como la "fase ultima del terrorismo", no porque el evento no pueda repetirse, sino porque traduciría la incapacidad de los terroristas para aniquilar la potencia americana. También fue considerada como expresión de un "terrorismo hiperbólico", la violencia en todos sus aspectos es una meta en sí misma, y también como piratería, por su carácter transnacional, su enfoque hacia las poblaciones desarmadas y la imposibilidad de erradicar el fenómeno particularmente por la falta de definición inequívoca2-4 .

La respuesta americana ha suscitado más reacciones negativas que nunca. Nos arriesgamos, sin embargo, a adherirnos a la cita del epígrafe. En efecto, si Estados Unidos fuera un simple Estado entre otros, las innumerables páginas que le son dedicadas no tendrian razón de ser y las intervenciones internacionales salvadoras serían pocas.

Ahora bien, hace unos veinte años que la decadencia de Estados Unidos es un tema de moda, sin que la caída del Muro de Berlín haya cambiado esta tendencia. Immanuel Wallerstein, por ejemplo, volvía hace poco sobre el tema para adjuntar a las causas económicas razones ideológicasa5. Los límites de estas profecías provienen de problemas conceptuales y de una situación de hecho: la innegable predominancia de la superpotencia mundial.

Los problemas conceptuales tienen que ver con las nociones de declive, decadencia, e incluso de civilización, tema que Samuel Hungtinton volvió a poner de moda en una extraña mezcla de Spengler y de Toynbee: se acude a las civilizaciones sólo para oponerlas entre si a través de Estados vectores de la acción belicosa, y como portadores de valores antagonistas. Si los Estados Unidos no se retiran de una buena parte de sus zonas de intervención, podrían declinar por las innumerables guerras en las cuales están arrastradosa6 .

La dominación, la intervención, el imperio, el ejercicio de la hegemonía tienen entonces un fin difícil de encontrar pero cuyos elementos pueden ser delimitados. La reflexión de Hungtinton tenía la ventaja de hacernos salir del mito paneconómico (en el cual el corazón de la vida colectiva sería económico, lo que nos hace olvidar que las decisiones políticas son precisamente decisivas y deben ser así). No obstante, su diagnostico no es más convincente por eso, ya que no hace una distinción clara entre lo cultural o civilizaciónal y lo político.

Para reintroducir la política y lo político como lugares de definición de los principales rasgos de la vida colectiva, uno debe recordar su difícil emancipación, en el pensamiento moderno, de la visión global de la historia que suponen las nociones de Progreso y Decadencia. Esta emancipación retoma algunos elementos de la filosofía aristotélica y se desarrollo con el momento de las filosofías críticas de la historia de Dilthey, Simmel, Rickert y Weber entre el fin del siglo XIX y entre las dos guerras mundialesa7. El hegelianismo había encontrado una de sus últimas expresiones voluntaristas (fuera de corrientes marxistas) en la Realpolitik de Treitschke quien, en el final del siglo XIX, desarrolló una moral practica del Estado, haciendo de la conquista una ley de supervivencia de la entidad política, que si no estuviera aplicada, lo condenaría al declino y a la desaparición. Los vaticinios actuales sobre el fin del imperio americano en sus diversas versiones retoman el mismo tipo de filosofía, a pesar de las diferencias ideológicas.

Otra concepción existe, la que concentra la atención sobre factores significativos (políticos, económicos, culturales o ideológicos) para evaluar la adecuación de sus evoluciones con la misión que se dan los dirigentes de la unidad política considerada. El sociólogo anglo-americano Michael Mann, en esta perspectiva, difundió recientemente la idea de un peligroso empobrecimiento de la política exterior norte-americana dado a un imperialismo esencialmente militar. Subraya la inadecuación de la "potencia de fuego" de Estados Unidos con los desafíos de los grupos armados, guerrillas o terroristas. Señala la distancia entre la exigencia imperial clásica de amplias intervenciones sobre el terreno y el ideal del "cero muerto". Muestra que la economía de Estados Unidos es fuerte en su dimensión financiera pero frágil por su dependencia respecto al exterior: es la economía más endeudada del mundo. Además, la "esquizofrenia política" americana hunde los Estados Unidos en el dilema insuperable del multilateralismo y del unilateralismo, más aún cuando el soft power cultural e ideológico, no tiene la fuerza de influencia deseada y disminuyo ampliamente durante estas últimas décadasa8 .

Pero, estas fragilidades no significan que haya decadencia (lo que es una conceptualización a posteriori como lo mostró Montesquieu), sino más bien un simple, aunque importante, error de política. Tal aproximación lleva a la cuestión de la permanencia y de las formas de la acción exterior estadounidense, de su imperialismo si uno quiere, de lo cual Mann ubica el carácter específico en su militarismo. Otra cuestión surge: la de la articulación o de la contradicción entre tal militarismo y el liberalismo que está en el fundamento de la vida política estadounidense.

Ahora bien, el tipo de dominación que da cuenta de la hegemonía americana es, para parodiar las categorías de Weber, una mezcla de dominación racional-legal (las instituciones internacionales y la internacionalización del derecho americano), dominación cultural y dominación militar. Esa mezcla es suficientemente compleja como para no reducir el imperio a uno de sus aspectos. Sin embargo, tal reducción esta sugerida por los mismos responsables americanos por la brusca inflexión de política de estos últimos años.

Demuestran así sus incertidumbres frente a un imperio al cual hubieran querido dar el último toque acompañando su acción de un halo de la antigua doctrina de guerra justa, resucitada en un arranque de olvido de Clausewitz y de los rasgos históricos de la "República imperial".

El Imperio Inacabado

¿Cuándo y cómo Estados Unidos han comenzado a intervenir? ¿Podemos distinguir una doctrina de intervención única, coherente y duradera?
Uno debe evitar la ilusión fatalista retrospectiva que hace de la hegemonía estadounidense una aventura iniciada desde hace mucho tiempo y planeadapor sus dirigentes desde los primeros pasos de la república.

La historia estadounidense permite, al contrario, comprender la reticencia a los "compromisos ineludibles"(entangling alliances) que Washington condenó en su mensaje de despida de 1796. La nueva democracia fue edificada sobre el rechazo de la política europea, política de guerras permanentes, de conflictos jamás resueltos. Una nueva historia debía desarrollarse, sin que la fibra realista no haya sido presente por eso en los Fundadores de la república americana. Tenían que ponerse a salvo de las incursiones europeas y así asegurar los fundamentos de su supervivencia y de su prosperidad. Desde el tercer articulo del Federalista (1787-1788), John Jay presentaba la doble preocupación al origen de la argumentación de los autores:
"Entre los muchos objetos en que un pueblo ilustrado y libre encuentra necesario fijar su atención, parece que debe ocupar el primer lugar el de proveer a la propia seguridad. Esta seguridad del pueblo se relaciona indudablemente con una porción de circunstancias y consideraciones y, por lo tanto, ofrece amplio campo a quienes desean definirla de un modo preciso y comprensivo. Ahora sólo pretendo considerarla en lo que se relaciona con la conservación de la tranquilidad y de la paz y en conexión con los peligros provenientes de las armas e influencia extranjeras, así como de las amenazas de igual género que surjan de causas domésticas".a9

La desconfianza respecto a la Europa llevaba así los autores del Federalista a advertir a sus compatriotas en contra de la permanencia de trece Estados separados resultantes de las trece colonias. Así, Hamilton escribe en el artículo VI:
"Es necesario que un hombre se halle muy absorto en especulaciones utópicas para poner en duda que si los Estados estuvieran completamente separados o sólo unidos en confederaciones parciales, las subdivisiones en que podrían partirse, contenderían frecuente y violentamente unas con otras. La conjetura de que faltarán causas para dichos conflictos es un mal argumento contra su existencia, pues significa olvidar que los hombres son ambiciosos, vengativos y rapaces. Esperar que puede continuar la armonía entre varias entidades soberanas vecinas, independientes e inconexas, sería volver la espalda al curso uniforme de los acontecimientos humanos, desafiando la experiencia acumulada a través de los siglos".a10
La idea es sencilla y de prudencia clásica: si los Estados de la Confederación se quedan separados, el resultado será la debilidad porque los americanos son hombres y forman grupos políticos como los otros. Son susceptibles (es inevitable) de caer en las mismas querellas que el resto del mundo. La desunión llegaría a la guerra civil porque la dispersión es una fuente de disensión.

La "doctrina Monroe", tan citada para apoyar la idea de un imperium inscrito en los genes históricos norteamericanos, no confirma mucho tal perspectiva si lo volvemos a ubicar en su contexto. En efecto, el presidente Monroe pronuncia su discurso de diciembre de 1823 en un momento de tensión con algunos países europeosa11 . En 1822, Estados Unidos reconocen la independencia de Argentina, Chile, Perú, Colombia y México. No obstante, en 1823, Francia y España, con el apoyo de la Santa-Alianza (Rusia que quería extender su influencia de Alaska hasta California, en este momento mexicana, Prusia y Austria), proyectan una acción de reinstalación de los Borbones en América Latina. Inglaterra, apoyada por Jefferson y Madison, propone entonces a Estados Unidos juntar esfuerzos para impedir la realización de tal proyecto. El secretario de Estado americano John Quincy Adams opta por una posición prudente y esencialmente declarativa que representa el fundamento del famoso discurso presentado en frente del Congreso por el presidente James Monroe. Monroe afirma que "los derechos e intereses americanos son implicados" en la defensa del principio según cual "el continente americano, a partir de la condición de independencia y de libertad que ha conquistado, no pueden consecuentemente ser súbdito a una futura colonización de parte de las potencias europeas." La separación con Europa continental es entonces total. Tocqueville, además, va a constatar en 1830 que la democracia americana se manifiesta por la substitución de la energía bélica por la del trabajo. Esta democracia teme la guerra como la peste. Se suma el hecho de la proximidad geográfica y de la experiencia emancipadora compartida con los vecinos del sur, con los cuales Estados Unidos "son necesariamente inmediatamente en relación." Además, "el sistema político de las potencias aliadas es esencialmente diferente […] del presentado en América". Monroe prosigue insistiendo, en la lógica de los Padres fundadores, sobre el imperativo de no interferencia entre los dos sistemas (el americano y el europeo): "en lo que concierne los gobiernos quienes han declarado y mantenido su independencia, y que hemos reconocido, no podemos considerar una intervención con la meta de someterlos o de controlarlos […] por parte de un Estado europeo sino como la manifestación de una disposición hostil respecto a Estados Unidos". En este contexto, marcado por la experiencia reciente de la emancipación americana, por la ausencia en Estados Unidos de un ejército permanente, podemos considerar la "doctrina Monroe" como una profesión de fe anticolonialista. Se trató de conservar los logros de la experiencia revolucionaria. Monroe pronunció una declaración de principio, sobre todo en un contexto en que la seguridad de los Estados Unidos estaba asegurada por la marina británicaa12,13.

Observemos además que este discurso fue saludado con entusiasmo por parte de las elites latinoamericanas como el vicepresidente de la Gran Colombia quien declaró: "Tal política, consolante para la humanidad, puede asegurarle un aliado poderoso en el caso de que su independencia y su libertad sean amenazadas por las potencias aliadas." Bolívar expresó, sin embargo, dudas sobre la interpretación de su vicepresidente. Y Carlos Rangel, el escritor venezolano del cual tomamos la cita, duda también en la misma página, que exista una comunidad de interés entre todos los países americanos de sistema político republicano. Es necesario decir que se refería a la tentativa norteamericana de fundar un panamericanismo en 1889. Ya comenzamos a cambiar de épocaa14. Esto no le impidió a un gran jurista colombiano considerar, en la mitad del siglo XX, que: "La doctrina Monroe fue, desde el inicio, un escudo de la independencia de América Latina y al mismo tiempo, un pilar de la solidaridad continental"15.

América Latina, o más bien las relaciones entres "las dos Américas" como decía Washington, representan entonces un punto de referencia importante para evaluar los primeros pasos de Estados Unidos en la arena internacional. En efecto, el panamericanismo, en forma incipiente en la doctrina Monroe, podía aparecer como el primer impulso, afirmado y voluntarista, de una subversión de la configuración práctica y doctrinal anterior (el derecho de la gente europeo) cuyas primeras manifestaciones claras se dan a propósito del Congo, durante la conferencia de 188516.
Antes, las dudas de Bolívar a propósito del gran vecino del norte le habían conducido a reunir un Congreso de los países libres de América central y del Sur en 1826 en Panamá. Sin éxito porque Argentina, Chile y Brasil habían declinado la invitación por temor a su anfitrión. Estados Unidos, por su parte, demostró su voluntad de proyectarse hacia el exterior próximo y lejano únicamente al final del siglo XIX. Así, desarrollaron, con la conferencia "panamericana" de 1889 en Washington17, lo que solo puede considerarse hasta ahí como una posibilidad inscrita en el discurso de Monroe, pero también en la tentativa panamericana de Bolívar. Acuerdos comerciales fueron firmados a partir de 1890 y fue creada la Unión de las repúblicas americanas, la cual se volverá Unión panamericana en 1910.

Por lo tanto, es solo en esta época que podemos encontrar el impulso del intervencionismo norteamericano. En 1895, el secretaria de Estado Richard Olney, interviniendo en el diferendo fronterizo entre Guyana británica y Venezuela, declaró: "Hoy Estados Unidos son en la práctica soberanos sobre este continente y su luz dicta la ley en los campos en los cuales intervienen"18. La intervención de 1898 en el conflicto hispano-cubano, después de tres años de expectativa, restableció la paz y estableció vínculos estrechos entre Estados Unidos (bajo la presidencia de McKinley) y Cuba. Además, Estados Unidos expulsó a los españoles de Porto Rico y de Guam. La enmienda Platt ratificó la posibilidad por parte de ellos de intervenir en Cuba, en particular contra los eventuales manejos belicosas de Europa.

Las intervenciones al exterior del territorio americano se multiplicaron de tal manera que se impuso la necesidad, bajo Theodore Roosevelt (con su famoso "corolario" de 1904 al discurso de Monroe), de edificar una marina de guerra a la altura de las nuevas exigencias. La doctrina del almirante Mahan, pensada durante la década 1890, había venido estimulando y defendiendo el papel de esta herramienta hasta en los tiempos de paz. El interés nacional americano y la noción de seguridad vinculada, empezó a definirse en combinación estrecha con la seguridad mundial, o por lo menos con anchos aspectos de esta última19. El siglo XX manifestó una dialéctica de la retirada y del alistamiento que las falaces expresiones de "aislacionismo" y de "intervencionismo" trasforman desafortunadamente en doctrinas a pesar de que se trate, frecuentemente, de actitudes coyunturales. En efecto, si Estados Unidos tomó cierto tiempo antes de intervenir en la dos Guerras mundiales, tiene que ver con el hecho de que no formaban parte del origen ni del desarrollo de los conflictos europeos. Pero, cuando tomaron la decisión de cruzar el Atlántico, propusieron formulas de institucionalización de las relaciones internacionales – europeas y transatlánticas – que los comprometieron de manera duradera. Siguiendo su pensamiento fundador, Estados Unidos vaciló frente a este compromiso irremediable con naciones cuyas relaciones turbias no dejaban espacio a su potencia apenas incipiente. ¿Cómo edificar vínculos institucionales duraderos con países que siguen conociendo disensiones problemogenas? Dos elementos debieron ocurrir: el debilitamiento de Europa y la supresión de la regla del no entangling alliances de George Washington. El primero se impuso a causa de los mismos europeos y el segundo llegó con la cumbre institucional constituida por la firma del Tratado del Atlántico Norte, el 4 de abril de 1949.

La política exterior americana durante la segunda mitad del siglo XX se presenta como una alternancia y una mezcla de "idealismo" y de "realismo", de intervenciones combinando estos dos aspectos político-filosóficos, como lo testifica la culminación que representa la guerra de Vietnam, cuando los Americanos relevaron a los Franceses, al inicio de los años sesenta, en el nombre de la política de containment promulgada en marzo de 1947 por el presidente Truman20. Esta política se desplegó en el contexto de una configuración bipolar que debía terminar a partir de octubre de 1989 con la caída del Muro de Berlín. En cambio, la década de los noventa con los discursos de George Bush (padre) y de Michael Gorbatchev, llevarían la idea de un nuevo orden mundial organizado según las reglas del derecho internacional, con la idea de una presencia permanente de la ONU, y que desembocó en por lo menos una década de intervenciones esporádicas y permanentes (especialmente en Somalia, en Bosnia, en Kosovo y en Irak, siendo en este último caso parte del origen de la intervención de 2003) bajo los dos mandatos del presidente Clinton. América Latina no era olvidada ya que el Plan Colombia, que consagró la implicación masiva de Estados Unidos en la región andina, fue concebido en 1998 bajo Clinton y el presidente colombiano Andrés Pastrana.

Los ocho primeros meses de la presidencia de George W. Bush (hijo) no rompieron fundamentalmente con la presidencia Clinton (a pesar de los discursos) sino por la insistencia en la colocación de un escudo antimisil más amplio de lo concebido anteriormente. En cambio, las ataques del 11/09 generaron un trastorno radical de su política, que el politólogo francés Pierre Hassner denominó el "Wilsonismo con botas" y que el politólogo americano Daniel Mahoney ve como unq señal de "monomanía democrática"21,22. La situación sería nueva porque una nueva forma de guerra se reveló hasta en el corazón de Estados Unidos, vista como "asimétrica", que puso en escena una estrategia de insurrección de gran amplitud, una guerrilla que sobrepasa las fronteras nacionales y regionales, para proyectar los actos terroristas sobre toda la tierra23. En contraparte, una política imperial muy activa fue puesta en marcha, sostenida por una nueva estrategia general buscando una respuesta a un desafió de nuevo tipo.

El momento de la guerra justa

Numerosos autores consideraron, por lo tanto, que la nueva política extranjera estadounidense estaba completamente definida por su "militarismo". Para algunos, se trata de su dimensión esencial mientras otros ven en ella un hilo conductor entre otros que es un aspecto importante y que uno debe asumir como tal24. Si la nueva política asume unos aspectos interiores importantes (Patriot Act y creación de un Department of Homeland Security) con restricciones controvertidas, el conjunto tiene su conceptualización en una National Security Strategy publicada en septiembre de 2002 y reformulada en marzo de 2006.

Lo que fue particularmente notado en el primer documento tiene que ver con la fórmula de "guerra preemptiva", traducida inmediatamente en "guerra preventiva", lo que no es la misma cosa en la mente de sus creadores. Es necesario, como lo sugiere el historiador británico Timothy Garton Ash, tomar en serio las intenciones de los actores: "Si Estados Unidos hubiera sido ese matón sediento de petróleo de las caricaturas antiamericanas, nada de esto [la invasión de Irak] hubiera tenido demasiada importancia. (…) Nadie podía acusar a esta administración, dirigida por un antiguo petrolero, de ser indiferente a los intereses de la industria petrolera. (…) Pero Estados Unidos no era esa simple caricatura. Como tampoco lo eran los temidos "neoconservadores". Podían ser la gente más dispuesta a usar unilateralmente el poderío militar estadounidense para favorecer los intereses de su país, pero también eran los más comprometidos con un ambicioso plan para difundir la democracia en Oriente Próximo, que empezaba estableciendo un faro democratizador en el Irak pos-Saddam"25.

Nos encontramos entonces ante dos problemas. Por un lado, el del uso de la fuerza armada para lograr, por otro lado, lo que parece antes de todo como una voluntad de subversión política de la situación internacional. En lo que concierne el primero punto, el presidente Bush fue claro en su discurso sobre el estado de la Unión de enero de 2003 cuando anunció oficialmente la ofensiva contra el Irak de Saddam Hussein. No hizo nada menos que – siguiendo más allá de la simple reivindicación de legítima defensa prevaleciendo durante la intervención en Afganistán para derrotar los campos de entrenamiento de Al Qaida – anunciar el retorno a la guerra justa después de Tony Blair en 1999.

Este resurgimiento americano de la antigua doctrina de guerra justa tomó lugar en el contexto de un conflicto diplomático trasatlántico. Del lado europeo (3), la idea de paz perpetua estaba sostenida por la edificación de una Europa solipsista después de la Segunda guerra mundial, idea defendida por Francia. Del lado americano, es en la alocución de enero de 2003 que el presidente Bush invocó los criterios de la guerra justa para explicar las buenas razones de conducir la guerra contra el régimen de Saddam Hussein. Este régimen desestabilizaba la región porque atacaba sus vecinos; era inhumano en el trato de sus poblaciones y poseía armas de destrucción masiva. A este rasgo predador añadió la ayuda al terrorismo. Pues, Bush retomó a su cuenta el criterio de la justa causa. Constituía una de las condiciones para que la entrada en acción sea legítima, y se ubica en esta parte de la doctrina de guerra justa formalizada por el pensamiento escolástico llamada jus ad bellum. El carácter justo de la causa viene en este caso para denunciar los graves perjuicios soportados por varios actores, locales (las poblaciones, los vecinos) o más lejanos (Estados Unidos víctimas del terrorismo islamista). La intervención tenía además que ser conducida por una autoridad legítima y suprema (el gobierno de los EE.UU.) y esto, en la búsqueda de un fin justo: el establecimiento de la paz, en la estabilidad regional, gracias a la difusión de la democracia.

Con el fin de que la intervención americana aparezca plenamente legítima y responda al quid de las exigencias de la doctrina de guerra justa, necesitó adjuntar un principio de legitimación esta vez interno a la guerra. Lo que remitió a la codificación del comportamiento de los beligerantes durante el desarrollo de las operaciones: el jus in bello. Su filosofía fue resumida por Montesquieu: "El derecho de gentes esta naturalmente fundado sobre este principio: que las diversas naciones deben hacerse, en la paz, lo más de bien y, en la guerra, lo menos de mal que sea posible, sin perjudicar sus verdaderos intereses."26 Herederos de dos siglos de auge del jus in bello, Estados Unidos debían respetar estas condiciones del derecho en la guerra, las cuales son la utilización de medios proporcionados al objetivo perseguido (derrocar el régimen de Saddam Hussein) y no tomar como blanco los no-combatientes. Sin embargo, pese a la referencia a una tradición prestigiosa, la movilización de esta doctrina es sorprendente por tres razones.

Se trata, en primer lugar, de una doctrina olvidada. Su resurgimiento más reciente se encontró, entre las dos guerras mundiales, en las obras de teólogos belgas y franceses y en la del jesuita francés Gaston Fessard. Reapareció en Estados Unidos como crítica social y filosófica de la guerra del Vietnam, antes de ser utilizada por los teólogos al inicio de los ochenta para poner en tela de juicio no sólo el uso de las armas nucleares sino la idea misma de que podemos pensar en su uso. Es en este contexto de pos-guerra del Vietnam que fue publicado el importante libro de Michael Walzer27 lo cual sacó el debate de su ámbito teológico para darle una dimensión moral y política. Si el discurso de los presidentes americanos había sido frecuentemente teñido de moralismo y si el pensamiento político americano había incluido desde sus origines unos elementos de la doctrina de guerra justa, esta había salido de los círculos del poder para ser el objeto de una reapropiación sólo en la sociedad civil.

Ahora bien, el choque del 11/09 había provocado la necesidad de un discurso dirigido a la nación americana para manifestar la "energía" del gobierno. A continuación, la ideología de los neoconservadores utilizó el "excepcionalismo americano" para desarrollar una concepción americana de la razón de Estado expuesta así por el politólogo Robert Tucker: "Desde el inicio de nuestra existencia como nación, hemos tenido la convicción que nuestra seguridad y nuestra supervivencia fueron sinónimas de la seguridad y de la supervivencia de la libertad en el mundo. Por eso, nuestra razón de Estado posee no sólo una dimensión que sobrepasa la razón clásica, sino que era frecuentemente vista como cualitativamente diferente de ella"28,29. Así pues, esta aparición explicita de la doctrina de guerra justa en el discurso oficial parece surgida de la obligación de definir la inmensidad metafísica de la tarea que cumplir. Las categorías básicas del juicio moral, el bien y el mal, encontraron entonces y naturalmente su lugar, siendo incluso subsumidas por la referencia a la guerra justa. Pero, debemos precisar que "lo que se sabía antaño, a saber que el mal no sólo es una categoría moral, apropiada para el juicio normativo (…) sino es un principio de explicación (…). Hay un poder causal del mal, irreducible a la lógica del interés. Bajo la forma del resentimiento, de la envidia, de los celos, del odio destructivo, el mal puede granjear una potencia considerable, moliendo en su camino todo lo que, poniéndolos a distancia unos de los otros, permiten a los hombres vivir juntos"30. El presidente Bush se percato de este choque de resentimiento contra los símbolos odiados cuando se asombró de que una parte del mundo no amaba a Estados Unidos. Los americanos tal vez habían olvidado lo trágico de la existencia histórica. Su gobierno, repropiándose el discurso de la guerra justa, les recordó su existencia.
           
Se trata también de una doctrina nueva. Conoció un pleno florecimiento en la Edad Media, en una época inundada de cristianismo y sostenida por la idea de república cristiana. Durante los siglos XVI y XVII, el concepto de guerra se trasformó en el derecho público europeo, lo cual ponía en igualdad los Estados beligerantes y borróla idea de que una guerra sea justa de un lado más que del otro. La Primera guerra mundial anunció el fin de este derecho y enterró la guerra estrictamente interestatal e igualitaria que llevó, para dar lugar a una intensificación a la vez técnica y ideológica de las guerras. Carl Schmitt añoró esta desaparición y odió a este advenimiento31. La nueva combinación que apareció entonces y se afirma plenamente hoy en día, mezcla un elemento no extranjero a la doctrina medieval de la guerra justa: la criminalización del enemigo, con un elemento propio al derecho público europeo (formando el corazón de la doctrina de Schmitt), el decisionismo de la potencia estatal soberana. Por eso, la referencia a la idea de guerra justa revela una nueva doctrina que pretende justificar la acción de la guerra en una época en que el mismo rotulo que evoca esta "plaga" (Carta de la ONU), desapareció de los discursos oficiales. Esta referencia posee su virtud útil de justificación porque Estados Unidos se encuentran tan comprometidos en territorios belicosos que es necesario defender el recurso a la fuerza armada hasta en situaciones no regidas por el derecho internacional (o que prohíben dirigirse al Consejo de Seguridad). Remite también al idealismo de los neo-conservadores quienes defienden un cambio de paradigma político en la justificación de la entrada en guerra. Esta puede, en adelante, aspirar a la transformación del régimen interior de otros países para volverlos democráticos. El nuevo paradigma de la guerra justa no parece entonces conocer más limite interno en la medida en que el establecimiento de regímenes democráticos es un trabajo sin fin. La meta intelectual de Estados Unidos es tendencialmente pandemocrática (4) y autores neoconservadores escriben: "Decidir la línea de conducta a adoptar es capital porque se trata claramente de mucho más que Irak. Se trata de mucho más que el futuro del Medio Oriente y que de la guerra contra el terrorismo. Se trata del papel que Estados Unidos quisiera jugar en el mundo en el siglo XXI. Se trata de un mundo en lo cual los Americanos desean vivir: un mundo a favor de los Estados Unidos y donde se aplican las normas de conducta civilizada, o un mundo en lo cual los dictadores se sienten libres de fabricar armas de destrucción masiva y no vacilan en cometer actos de agresión y en sostener el terrorismo"30,31 (5). No obstante, existen limitaciones de hecho al ejercicio de esta potencia y por otro lado, una virtud limitativa inherente a la noción misma de guerra justa. Su invocación permite la guerra en algunas condiciones y su enunciación gubernamental ofrece las armas de la crítica a quien quiere evaluar el uso de las armas.
           
Se trata, finalmente de una doctrina revolucionaria. La paradoja aparente del uso actual se encuentra en el hecho de que esta doctrina, limitativa o permisiva dentro de ciertos límites, justifica una operación de trastorno del statu quo defendido por el derecho internacional público. Se impone como un trastorno en la medida en que, incorporando los mismos principios directores que el derecho internacional establecido (como la autodeterminación de los pueblos, la igual soberanía de los Estados), viene sin embargo chocar de frente con la versión ONU del derecho internacional porque la coyuntura actual debe hacer prevalecer la decisión y la acción por lo menos tanto como la deliberación.
           
Doctrina revolucionaria que viene chocar como una mónada sin puerta ni ventana con otra mónada más blanda que representa el derecho de la ONU, la doctrina renovada de la guerra justa incluye al menos unos límites que derivan de la configuración de la relación de las fuerzas regionales y mundiales, es decir también de los medios de gran estrategia que Washington pueda movilizar. Un realismo de hecho informa entonces el idealismo del discurso. Este realismo señala la textura original de la idea de guerra justa, formada en sus inicios por la mente antigua que marcaba a la vez una separación entre los Griegos y los bárbaros y una extensión tan amplia como fuera posible de los límites del imperio romano y de su ciudadanía. Uno se explica así el renovado interés por los Antiguos que atestiguan algunas películas y unos libros32 (6). De eso, resulta entonces una extraña combinación de cautela puritana en cuanto al sacrificio de los soldados americanos sobre el terreno y de afirmación de una estrategia guerrera que fundamenta su prudencia solo en las circunstancias que frenan el movimiento indefinido inherente a una política de democratización del mundo.

El olvido de Clausewitz

Doctrina revolucionaria, esta nueva vuelta a la guerra justa se enfrenta hoy a realidades tales como la atracción por el terreno iraquí de diversos grupos armados y, generalmente, a transformaciones de la guerra no tomadas en cuenta por numerosas potencias, Estados Unidos en primer lugar; lo que demuestra la dificultad de hacer un cambio de paradigma sugerido por los acontecimientos. A pesar del desafió de la resistencia española (la guerrilla) contra las tropas de Napoleón I en 1808, de la rebelión árabe (guerrilla también) contra el imperio otomano a partir de 1916, del hecho de que los conflictos armados después de 1945 ya hayan salido durante mucho tiempo del modelo interestatal o del de la "guerra industrial", este ultimo tipo queda como la norma de los actores estatales y multinacionales32. Pues, para Sir Rupert Smith en particular, la guerra de Vietnam confirmaba la persistencia del paradigma de la guerra industrial en Estados Unidos, incluso hasta la intervención en Irak de 2003.

Pero, las grandes dificultades que conocen Estados Unidos y sus aliados en Irak muestran el olvido de la supremacía de la inteligencia política sobre el uso de las armas, supremacía puesta en relieve por Clausewitz desde hace dos siglos. Sir Rupert Smith dio un resumen del problema en un libro defendiendo la idea de que la guerra industrial dejó lugar a lo que designa como "guerra en el seno de las poblaciones". "La guerra ya no existe", escribe este autor al inicio de su obra. Tomando el ejemplo del empleo del tanque, precisa que después de la guerra israelí-árabe de 1973 "el tanque no fue utilizado como herramienta de guerra desplegado en formación para librar batalla y obtener la victoria decisiva". Ya no se trata entonces de "romper las amarras con el pensamiento clauzewitziano", como lo dijo un historiador israelí, con el pretexto de que "en el futuro, la guerra no será el hecho de ejércitos sino de grupos, hoy llamados terroristas, guerrilleros, banditos, salteadores de caminos"33. Rupert Smith nos invita a volver a lo que Clausewitz llamó la "maravillosa trinidad": "Verdadero camaleón, la guerra cambia de naturaleza en cada caso particular y, si tomamos en cuenta todos los modos de ser suyos, si consideramos sus características fundamentales, ella está hecha de una maravillosa trinidad. Encontramos en ella la violencia original de su elemento, hecha de odio y de hostilidad que opera como un instinto natural ciego; el juego de las probabilidades y del azar que hacen de ella un libre juego de la mente; y su naturaleza subordinada de instrumento por la cual pertenece al entendimiento puro"34. Estos tres elementos corresponden al pueblo, la dirigenciamilitar y al gobierno, el conjunto formando la entidad política. El lugar del primero elemento cambió: "Hoy en día, es la voluntad de la población que es el objetivo a alcanzar; pese a esto existe todavía una tendencia a emplear la fuerza militar de manera aplastante con la esperanza de debilitar la voluntad del adversario gracias a la victoria en la prueba de fuerza." Sin embargo, el autor insiste: "[El combate] tendrá que ser ganado por el alcance del objetivo final que consiste en obtener la adhesión de la población"35.
           
Los seis rasgos de la "guerra en el seno de la población" resumen este cambio: 1) Las metas del combate ya no son las mismas; ya no son claras ni absolutas pero "imperceptibles, relativas a individuos y sociedades que no son Estados." 2) El combate tiene lugar "en el seno de las poblaciones", tanto en los medios de comunicación "como en las calles y los campos de la zona del conflicto." 3) El combate es sin fin porque lo que se busca no es la solución decisiva pero la creación de "condiciones particulares" propias al establecimiento de un acuerdo…lo que puede tomar años. 4) La economía de las fuerzas humanas se volvió un imperativo categórico. 5) Las armas previstas para luchar contra fuerzas y materiales pesados ("Herramientas de la guerra industrial") son inadaptadas y tienen que cambiar de uso. 6) Los partidos en conflicto no son (todos)(7) estatales36.

El diagnostico sobre la estrategia americana es entonces sin equívocos: la "guerra contra el terror", que pretende una victoria decisiva "no tiene significación real, por lo menos para describir la manera de entrar en esta confrontación"37. Hay una necesidad de cambios organizacionales que se refieren a la primacía clausewitziana de lo político: "Pero para que tales cambios organizacionales puedan operar, es necesario también que cambie nuestra manera de considerar las intervenciones armadas. Tenemos que pensarlas como un conjunto y no como una sucesión discontinua de eventos: preparación, invasión, ocupación, reconstrucción de un Estado, retirada. Las primeras acciones tienen que ser dirigidas de manera a contribuir al éxito de las últimas (o, por lo menos, evitar su fracaso)"38. El ámbito de esta reflexión proviene de una interrogación sobre el concepto de utilidad de la fuerza pese a que los debates sobre las fuerzas armadas siguen (incluso en Europa) apoyándose ampliamente sobre los presupuestos, los materiales, la legalidad y la moralidad más que sobre la significación de la fuerza y de su utilidad en tal situación39.

El conjunto mismo de la "revolución" política advenida con la administración Bush, si presenta un espectro más amplio de mirada sobre el mundo, traduce este olvido de Clausewitz por la marginalización de las políticas realistas. Puede ser expuesto según cinco puntos que definen una doctrina de hegemonía40: 1) El mundo es peligroso y Estados Unidos tienen que sacar de eso lecciones políticas. Lo que fue traducido en el discurso sobre el estado de la Unión de enero de 2002 por la definición de un "eje del mal" que integraba de manera non exhaustiva algunos Rogue States (expresión creada por el consejero de Clinton, Anthony Lake), Irán, Irak y Corea del Norte, y lo que conducía Robert Kagan en 2003 a oponer una Europa imbuida de la idea de regulación por el derecho internacional y la negociación – Europa perteneciendo al mundo de Venus -, y Estados Unidos conscientes de vivir en el mundo de Marte en el cual es mejor estar bien armado. Su filosofía presupone la idea que sólo el diferencial de poder militar explica esta diferencia de concepción política41. 2) Los Estados-naciones siguen siendo los actores centrales de las relaciones internacionales, contrariamente a lo que dejan pensar numerosos universitarios. Este aspecto retoma un elemento clave de la escuela realista y explica por parte (junto con el patriotismo muy compartido en Estados Unidos sobre todo después del 11/09) que Condoleezza Rice se haya unida a la Administración de G.W. Bush y que Henry Kissinger, sin adherirse al nuevo equipo, no lo haya criticado sino indirectamente42 (8). 3) Sin embargo, lo que aleja los realistas clásicos de la posición americana actual tiene que ver con la insistencia del equipo del presidente Bush sobre la importancia crucial de asumir una política de poder militar, de un lado, pero de otro lado una política de poder apoyada por una voluntad inflexible de utilizarla sin reticencia, lo que asegura, según algunos miembros de la primera administración Bush Jr. la fidelidad y la confianza de los aliados y el temor de los enemigos43. Este aspecto retoma una tradición política reciente (relativamente) aparecida con fuerza al inicio de la Guerra fría, cuando algunos políticos americanos opusieron a la "doctrina Truman" del containment, demasiado defensiva según ellos, la doctrina ofensiva antisoviética del roll back (rechazo). Esta tendencia puede ser de nuevo encontrada al final del mandato de Jimmy Carter cuando, en particular, antiguos Liberals con raíces de izquierda radical (algunos trotskistas) hicieron campaña a favor de Ronald Reagan, por ejemplo Norman Podhoretz (editor de la revista Commentary) o Irving Kristol cuyo hijo, William, dirige hoy en día la revista semanal neoconservadora The Weekly Standard. 4) Una consecuencia lógica pero no necesaria de esta posición tiene que ver con la marginalización de las instituciones de acción colectiva internacional, si les parece indispensable a los responsables americanos. La idea de que "la misión hace la coalición y no que la coalición hace la misión" fue popularizada por Donald Rumsfeld, retomada de un esbozo de proyecto de 1992 con la contribución de Paul Wolfowitz y que precisaba: "Deberíamos esperar de las coaliciones futuras que sean asambleas ad hoc, que la mayoría de las veces no duren más allá de la crisis afrontada y que ellas produzcan solamente acuerdos generales sobre los objetivos a cumplir"44. Meses antes del 11/09, un miembro importante del Congreso denunció la ausencia total de legitimidad moral de la ONU en una óptica similar45. 5) El último punto que podemos citar desarrolla esta posición porque afirma la preeminencia y el carácter único de la potencia de Estados Unidos que, de hecho, debe ser utilizada como un ejemplo para alentar la difusión de la libertad, de la paz y de la prosperidad. Esta aproximación fue traducida en doctrina por los duros entre los neoconservadores (Paul Wolfowitz, Richard Perle), antes de su adopción por los responsables de la Casa Blanca. Pero el "wilsonismo con botas" penetraba todo el círculo de los responsables (con la excepción de Colin Powell y de algunos miembros del Departamento del Estado como Richard Haas) por la utilización de los importantes medios del Departamento de la Defensa, mucho más superiores en términos tan diplomáticos como militares que los del Departamento del Estado.

Finalmente, "la inteligencia del Estado personificado" (según la expresión de Clausewitz para designar lo político) era en juego en la política puesta en marcha al final de 2002. La filosofía liberal americana fue puesta en duda de manera más radical que nunca. Locke, Montesquieu, a los cuales se referían con mucho gusto los Padres fundadores (incluso sus adversarios, los antifederalistas), parecieron olvidados. La prudencia y la sabiduría" que según Locke debía orientar la diplomacia (el "poder federativo") estuvieron puestas entre paréntesis durante el asunto iraquí. Este derecho de las gentes que Montesquieu resumió por la formula citada arriba fue desatendida. Sin embargo, este liberalismo filosófico y político olvidado conserva un lugar importante en las corrientes de la teoría de las relaciones internacionales que se llaman "liberales" y "realistas", o en sus articulaciones. Los primeros insisten sobre las instituciones internacionales mientras que los segundos ponen el acento sobre la permanencia de la lucha por el poder conducida por entidades políticas orientadas por sus propios intereses46. A la intersección de estas dos corrientes se encuentra la toma en cuenta del equilibrio regional y mundial, la de los regímenes políticos, en el ámbito de una acción exterior de prudencia y de sabiduría que no excluye la firmeza en la decisión y el uso de la fuerza pero en acuerdo con una apreciación de su utilidad47. Estas aproximaciones y su combinación estuvieron subvertidas por la introducción de la referencia a la guerra justa.

Esta última doctrina había sido elaborada, ante todo, para la opinión americana y respondió a la incertidumbre frente a la dramática aparición de un enemigo indistinto y lejano, de repente próximo, y que era necesario personificar. Respondió también al mismo tiempo a la recuperación del nacionalismo que existía desde el fin de la guerra de Secesión pero que se había quedado, en sus expresiones más radicales, dentro de esferas sociales marginales. Este nacionalismo tiene raíces históricas, religiosas y sociales localizables. El aspecto social se manifiesta en "las ansiedades de la clase media blanca" que provocan el inverso del Credo político americano, "el deseo de vuelta a un pasado idealizado, una nación más pura, étnicamente y culturalmente, una sociedad estable y tradicional y una "economía justa", donde la gente seria, la que trabaja duro, está asegurada de encontrar un bueno empleo"48. Sobre el plano religioso se observo el auge de los evangelistas, ubicados entre los fundamentalistas, hostiles a la idea de la construcción de un mundo mejor, y los cristianos liberales sensibles a un derecho moral casi secularizado. Los evangelistas se comprometen en combates humanitarios en el extranjero (a la diferencia de los fundamentalistas) mientras que desconfían de las instituciones internacionales clásicas (a la diferencia de los cristianos liberales). Tienen mucho apego a la supervivencia de Israel (a la vuelta de los judíos a la Tierra prometida) como a un testimonio de la existencia de Dios mientras que los cristianos liberales defienden el sionismo como la expresión de un pueblo oprimido como cualquier otro49.

El problema siguiente es precisar el lugar de encuentro entre estas fuerzas sociales y las esferas políticas. Pues, nada es más difícil. Primero, si consideramos una tesis difundida que se refiere frecuentemente a la teoría del complot, a saber que el "complejo militar-industrial" edificado durante la Guerra fría alimentó los temores y la mente de seguridad excesiva de los americanos y de las clases medias blancas antes de todo (9). Esta tesis debería sin embargo conducir a cálculos de interés y tal vez a la promoción de rivalidades entre Estados, pero de manera limitada en tiempo y en hombres, más que a una intervención masiva. En el caso de Irak, por cierto, muchos militares de alto rango fueron hostiles a la intervención de 200350. Además, tanto las decisiones como los hombres que los influenciaron (sobre todo Wolfowitz) tienen un pasado de idealistas (defensa de los derechos cívicos según el modelo de Martin Luther King) más que de defensor de las clases medias blancas, idealismo que se encuentra en la promoción de los derechos humanos por Wolfowitz después de su llegada en el Banco Mundial en agosto de 2005.

En lo que atañe al plano religioso, W. Russell Mead muestra que los evangelistas declarados, en particular los Blancos, votaron masivamente a favor de G.W. Bush y que los católicos hispánicos practicantes hicieron lo mismo. ¿Cómo puede inferirse una política de esta situación? El mismo Russell Mead reconoce que la importancia del pluralismo religioso impide la dominación de una corriente y que la teología evangelista no conduce necesariamente a una política ofensiva. Ella sabe acomodarse de un compromiso. "Preocuparse por la idea de que la política evangelista va a bloquear los Estados Unidos sobre posiciones inflexibles y extremas es una pérdida de tiempo; trabajar con líderes evangelistas serios para desarrollar una aproximación teológicamente fundada de los derechos de los Palestinos, por ejemplo, ampliara las bases para políticas reflexionadas – si bien nunca anti-israelíes."51 ¿Por otra parte, la política extranjera de G.W. Bush antes del 11/09 no era muy diferente de la siguiente?
Se debe agregar que muchos nacionalistas, universitarios por ejemplo, estuvieron en contra de la intervención en Irak, precisamente por nacionalismo y prudencia con relación a la conducta de la hegemonía imperial que reconocen y asumen52, 53 (10). No estamos lejos de esta posición (sin que ellas se confundan) con la nueva "diplomacia transformacional" planteada por C. Rice en enero de 2006 y formalizada después en la Estrategia de Seguridad Nacional54. Lo mejor es entonces citar los términos de un especialista francés de Estados Unidos: "En política internacional, la religión no es necesaria para explicar la guerra en Irak, la cual, como queda claro, corresponde en primer lugar a algunos intereses estratégicos de Estados Unidos." Entonces, no hay guerra de religión "porque la noción de "cruzada" es muy antigua y corriente en Estados Unidos. El presidente Wilson hablaba de "cruzada para la democracia". Además, para que hubiera una verdadera cruzada, sería necesaria que fuera sostenida por las Iglesias. Y también que lo que estuviera en juego fuera la salvación… La meta actual es convertir el mundo árabe a la democracia, no al cristianismo"55. Una política puede apoyarse sobre la religión, no se vuelve religiosa por eso.

Estos elementos conducen a citar la conclusión que autores tan diferentes como Francis Fukuyama y Fareed Zakaria comparten: la indispensable reconstrucción de la legitimidad norte-americana hacia el exterior gracias a la supresión de la retórica de las amenazas y de las denuncias así que de las acciones que pueden seguirlas, la atención a lo que dicen sus países socios y el uso de las instituciones internacionales tal como existen, o modificadas, para alcanzar tal vez a lo que el primer autor llama un "wilsonismo realista"56.


COMENTARIOS

1. Autor de La pensée politique de Raymond Aron (Paris, Presses Universitaires de France, 1995), de La guerre sans la guerre. Essai sur une querelle occidentale (Paris, Descartes et Cie, 2003) así como de numerosos artículos en los campos de las relaciones internacionales y del pensamiento político.Traducción del autor y de Yann Basset.

2. Por comodidad y porque es una costumbre, utilizaremos "América" y "americano" para significar los Estados Unidos y lo que le concierne

3. Sin que podamos exactamente sobreponer la orientación geográfica y la orientación doctrinal.

4. Del griego "pan" (todo, totalidad). El adjetivo que creamos señala la idea democrática como punta de lanza de la acción americana.

5. Pensamos en Gladiador de Ridley Scott, al Último Samurai, al libro de KAPLAN Robert D., La Stratégie du guerrier. L'éthique païenne dans l'art de gouverner (La estrategia del guerrero. La Ética pagana en el arte de gobernar) (2002), trad. De par Michèle Lévy-Bram et Pascale Michon, Bayard, Paris, 2003. Edward Luttwak hizo una comparación entre la estrategia de la Roma antigua y la de EU en su estudio de La Grande Stratégie de l'empire Romain (La grande estrategia del imperio romano), trad. fr., Economica, 1987.

6. Este oficial fue el jefe de la división británica durante la Guerra del Golfo (1990-1991), el comandante de las fuerzas de la ONU en Bosnia (1995), el jefe del teatro de Irlanda del Norte de 1996 a 1999 et terminó su carrera como comandante en segundo de la OTAN en Europa (DSACEUR).

7. Adjuntamos la paréntesis (SL), el mismo general Smith subrayando muchas veces que las intervenciones de fuerzas multilaterales son frecuentemente difíciles (sobre todo en lo que concierne las de la ONU) y menos eficientes que las que tienen un mando nacional unificado; lo que recuerda que uno de los actores puede ser estatal.

8. Un texto de Henry Kissinger, significativo respecto a esta idea, fue publicado recientemente por el semanario conservador colombiano El Nuevo Siglo, « Antes de salir de Irak, debe recordar Vietnam » ,10 de junio de 2007, Pág.8. Uno puede referirse también, para una aproximación conservadora-realista muy fina a favor de una política exterior prudente que se escapa de la alternativa cerrada del relativismo cultural de un lado y del « progresismo » democrático olvidando la fragilidad de la civilización política occidental, al estudio del politólogo americano Daniel J. Mahoney, « Conservatism, Democracy and Foreign Policy », The Intercollegiate Review, Fall 2006, Pág.3-13.

9. Por cierto, el Pentágono posee una capacidad de influencia determinante, por ejemplo para América Latina por su Comando Sur, pero por una parte, hace parte del complejo institucional de evaluación y de toma de decisión que se reúne en le marco del Consejo de Seguridad Nacional, y de otra parte, los militares son excepcionalmente los más proclives a entrar en una guerra. Entonces, es necesario mirar por el lado de las tendencias civiles que predominan según los momentos en la Administración.

10. Pensamos en particular en John Mearsheimer, en otro artículo escrito con Stephen Walt (« The Israel Lobby and US Foreign Policy », London Review of Books, March the 23, 2006) en el cual critican la dependencia de EEUU con respecto a Israel en sus decisiones de política en Medio Oriente, demasiado influenciadas por el « lobby » judío. Podemos citar también a Robert Dujarric. Ver la posición diferente de Niall Ferguson, defensor de la conducta imperial, la cual debe ser asumida como tal, pero posición que critica el momento, los argumentos y los medios escogidos en el asunto iraquí : « The unconscious colossus : limits of (and alternatives to) American empire », Daedalus, Spring 2005, pág.25-27.


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