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Análisis Político

Print version ISSN 0121-4705

anal.polit. vol.23 no.69 Bogotá May/Aug. 2010

 

El voto de opinión en Bogotá: una mirada crítica

 

Independent voting in Bogotá: a critical view

Antonio Barreto Rozo

Profesor, investigador y director del Observatorio de Constitucional de la Universidad de los Andes.


RESUMEN

En materia electoral, Bogotá se ha proyectado, en las dos últimas décadas, como un escenario particular del contexto colombiano en el que predomina el voto de opinión. El presente texto asume una posición crítica frente a esta descripción del estado de cosas, y estudia las siguientes tres falacias que han ayudado a generalizar dicha representación: (i) El voto urbano bogotano puede aglutinarse en un cuerpo relativamente homogéneo y compacto frente a las otras zonas del país; (ii) El voto urbano capitalino es independiente, mientras el voto rural es amarrado; (iii) El voto de opinión bogotano, es muestra de una superación definitiva de la lógica bipartidista tradicional.

Palabras clave: política, sistema electoral, voto de opinión, Bogotá.


SUMMARY

When it comes to electoral affairs, Bogotá has been characterized throughout the last two decades as a singular voting district in Colombia where independent voting prevails. This article criticizes this depiction of Bogotá’s electoral reality by analyzing three fallacies which have facilitated the expansion of such representation: (i) Bogotá’s urban voting, is relatively homogeneous and compact when compared to the rest of the country, (ii) Voters of Bogotá cast an independent type of vote whereas countryside districts cast a patronage type of vote, (iii) The prevailing status of independent voting in Bogotá confirms the elimination of traditional bi-partisan practices.

Key words: politics, electoral system, independent voting, Bogotá.


INTRODUCCIÓN

En materia electoral, Bogotá se ha proyectado, en las últimas dos décadas, de manera relativamente generalizada, como un espacio privilegiado en Colombia que constituye"el símbolo de la independencia de espíritu, del voto de opinión"(Gutiérrez Sanín, 1998: 34)(1); esto es, un ámbito de cierto modo alejado de los condicionamientos clientelistas y las prácticas corruptas asociadas con la forma tradicional como se ha hecho política en nuestro país(2).

En efecto, Bogotá se ha identificado como el sitio donde se manifiesta con particular fuerza la madurez del votante urbano (Pizano y Rivera, 2003: 195)(3), la ejecución de una campaña política moderna –donde se confiere relevancia particular a elementos como el marketing político o la publicidad e imagen de las campañas– (Dávila y Corredor, 1998: 89), y el afianzamiento de una nueva manera de votar más"independiente"(Pizano, 2002: 54)(4). Tales son las particularidades atribuidas al proceso electoral bogotano, e incluso ha tomado cierto impulso la idea de que ‘Bogotá es una isla’ dentro del contexto del voto nacional(5).

Es cierto que, desde la década del noventa, el electorado bogotano le ha apostado a un perfil de alcalde que guarde diferencias significativas con los que tradicionalmente han ocupado el cargo, en particular porque no han sido candidatos de los partidos tradicionales (liberal y conservador) y, no obstante, han logrado ascender al poder(6). También es cierto que desde entonces la ciudad ha experimentado una transformación urbana sin precedentes (Colón, 2007; Martin, 2007). Pero, ¿en qué medida ello ratifica la idea de que en Bogotá ahora hay una nueva manera de votar? ¿Hasta qué punto es cierto que los bogotanos, en contraste con muchas regiones y localidades del país, ejercemos un"voto de opinión"cuando elegimos a las autoridades locales?

Antes de seguir adelante, vale la pena detenerse brevemente en las ideas que evoca la noción"voto de opinión"en el contexto colombiano. Usualmente se le contrapone al"voto amarrado", entendiendo por el primero aquel donde el ciudadano, sin ataduras o prebendas clientelistas o proselitistas de tipo alguno, expresa su convicción personal genuina en las urnas, mientras el segundo consiste en un voto de algún modo pactado y condicionado para obtener favores o ventajas derivadas de la manipulación del mismo. En este sentido, el"voto de opinión"se ha asociado con el"voto independiente"(Dávila y Corredor 1998: 87, 91, 137)(7). También guarda relación con el denominado"voto sofisticado"(Hoskin et. al,. 2003: 58)(8), mediante el cual el ciudadano respalda la opinión de su voto en una valoración elaborada del candidato teniendo en cuenta aspectos como su plataforma política, compromisos morales y políticos básicos, simpatías partidistas, desempeño de cargos anteriores como servidor público, entre otros(9).

Ahora bien, ¿es el caso que Bogotá, como un todo, exhibe una nueva forma de votar en la que el voto de opinión aparece como la tendencia indisputable y predominante? En el presente artículo sostendré que no es adecuada la descripción según la cual Bogotá es una esfera electoral peculiar completamente inspirada por el voto de opinión. Con este fin, expondré tres falacias que, en mi consideración, han ayudado de forma significativa a difundir esta representación errónea del proceso electoral bogotano. Ellas son, que el voto urbano bogotano puede aglutinarse en un cuerpo relativamente homogéneo y compacto frente a las otras zonas del país (falacia 1), que el voto urbano –incluyendo por supuesto a Bogotá como el territorio más densamente poblado del país– es independiente mientras el voto rural es amarrado (falacia 2), y, finalmente, que el voto de opinión bogotano es muestra de una superación definitiva de la lógica bipartidista tradicional (falacia 3). En lo que sigue desarrollaré estas tres falacias, con el objeto de relativizar la imagen electoral bogotana anotada.

FALACIA 1: EL VOTO URBANO BOGOTANO ES RELATIVAMENTE COMPACTO Y HOMOGÉNEO

Bogotá es un territorio que ha experimentado con gran fuerza, particularmente en las últimas seis décadas, un proceso agigantado de urbanización masiva. Entre muchas consecuencias, esta transformación ha traído consigo la generación de espacios cada vez más homogéneos y estandarizados para el intercambio social, político y cultural de los proyectos e intereses que abrigan sus habitantes. No por casualidad municipios que tiempo atrás se encontraban por fuera de su radio de influencia, y que con el paso del tiempo han sido absorbidos por la ciudad capital, han tenido que confrontar en carne propia la tendencia homogeneizante que de forma acelerada impone la gran ciudad(10). Al respecto, en relación con el tema examinado en este artículo, la pregunta que podría formularse es en qué medida dicho proceso de homogenización ha afectado el proceder electoral de los bogotanos. La postura que tiende a ver el voto de opinión como factor común del electorado bogotano, presupone una integración ciudadana relativamente intensa y compacta(11).

Pero, ¿qué tan cierto es eso? Tal imagen parece concederle demasiado énfasis a los procesos conjuntos de intercambio ciudadano(12), y le resta importancia o simplemente ignora del todo aquellas manifestaciones asimétricas, inequitativas y discontinuas que también son parte del día a día de la capital colombiana. Frente al carácter relativamente compacto y homogéneo que se afirma tiene el voto de opinión en Bogotá, mi postura, por el contrario, resalta la forma drásticamente heterogénea y diferenciada en la que toman forma los procesos electorales en los distintos espacios que ocupan los sujetos y grupos de ciudadanos bogotanos. Al respecto, vale la pena citar una aclaración realizada en un análisis sobre las dinámicas electorales de las áreas metropolitanas colombianas:

Resulta pertinente indicar que los calificativos del comportamiento electoral con los que se señala que las ciudades"votan independiente"(o que su desarrollo ha generado por sí mismo condiciones de existencia de un voto independiente, antítesis del"tradicional"o"partidista"), no asumen los efectos derivados de las características recientes del proceso de urbanización en Colombia, las cuales impiden hablar contundentemente de un voto urbano definido de manera clara y compartido homogéneamente por los habitantes de las ciudades en su condición de tales, sin contemplar el acceso diferencial de éstos a los bienes y significados culturales que incorpora la ciudad contemporánea a su interior (...) Sin duda, la urbanización afectada por la violencia y otros fenómenos como el desplazamiento masivo, entre otros, hace que en la ciudad formal habiten personas que no han sido participes del proceso de ciudadanización y que no poseen lo que comúnmente se entiende como una identidad urbana (Pizano y Rivera, 2003: 195 -197)

Quizá uno de los mayores peligros de asumir a Bogotá como un cuerpo relativamente unívoco de voto de opinión, es que pasa por alto el hecho que el sistema bogotano, si bien formalmente constituye una democracia que permite el voto universal, en la práctica es un territorio en el que sus habitantes tienen un acceso considerablemente asimétrico y diferencial a bienes como el caudal político y electoral que se encuentra en juego cuando se elige a las principales autoridades que gobernarán los destinos de la ciudad. Tal es el grado de asimetría y heterogeneidad que, sobre grupos enteros de personas (desplazados e indigentes, entre muchos otros), resulta cínico sostener que se encuentran amparados por un proyecto de ciudadanización equivalente al que tienen los otros ciudadanos que formamos parte de la comunidad política distrital. En esos casos, hablar de voto de opinión es simplemente usar un eufemismo irresponsable(13).

No obstante, podría reclamarse que realidades tan adversas como las señaladas no son las que vive el bogotano promedio que forma parte del censo electoral de la ciudad, que es justamente a quien se le atribuye el ejercicio del voto de opinión. Al respecto, debo aclarar que no intento afirmar que en Bogotá no hay expresiones individuales y colectivas de voto de opinión, pues ciertamente las hay. Diversos tipos de personas en Bogotá logran expresar sus creencias y convicciones genuinas en las urnas, muchas de los cuales respaldan su voto en valoraciones atentas de los candidatos en contienda así como las plataformas políticas que lideran. Pero el punto es que hay otra diversidad de sectores bogotanos que también forman parte del censo electoral no logra hacerlo, y la diferencia entre unos y otros, en distintos escenarios, más que relativa, es drástica y profunda.

Ese es el caso de zonas deprimidas de la ciudad, donde su situación socioeconómica débil y problemática llega a puntos tales de vulnerabilidad que en no pocas ocasiones constituyen un riesgo serio para los procesos electorales que allí tienen lugar. Para acudir a una ilustración concreta, los habitantes de la desatendida localidad de Sumapaz, parte del distrito capital de Bogotá, en 1997 no pudieron participar en la elección para designar al alcalde mayor de la ciudad debido a insistentes presiones ejercidas por actores armados(14). Al efectuar un reconocimiento del área para instalar los respectivos puestos de votación, la Registraduría advirtió la presencia amenazante de miembros integrantes de la guerrilla de las FARC, quienes les advirtieron a las autoridades electorales que no dejarían llevar a cabo las elecciones en esa localidad. En vísperas de la celebración de los comicios, mientras la ciudad se preparaba para votar, lo cual se hizo con relativa calma, los habitantes de Sumapaz tuvieron que presenciar la interceptación y posterior quema por parte de la guerrilla del material electoral (tarjetones de voto, cubículos, etc.) destinado para el sector. Ante tal situación, y debido al comportamiento errático y poco coordinado desplegado por la fuerza pública y las autoridades electorales del sector(15), la Registraduría tuvo que tomar forzosamente la decisión de no realizar votaciones en dicha localidad. Por tanto, le consultó al Consejo Electoral si se podía declarar elegido al alcalde de Bogotá sin los votos de Sumapaz. Al responder afirmativamente la consulta, se publicaron los resultados finales de la votación distrital sin las cifras faltantes de toda una localidad, la de Sumapaz(16).

Este es un ejemplo diciente de realidades electorales complejas que, ciertamente, han sufrido otros puntos cardinales de la ciudad(17). Luego de estudiar las bases equívocas en las que se apoya la visión que asume un cuerpo relativamente compacto y unívoco de voto de opinión en la capital, pasaré a analizar la segunda de las falacias mencionadas.

FALACIA 2: EL VOTO URBANO BOGOTANO ES INDEPENDIENTE, MIENTRAS EL VOTO RURAL ES AMARRADO

Son diversos los contrastes y las continuidades que existen entre los espacios que dividen la inmensa urbe bogotana de todos los territorios rurales que lindan con ella. Aún así, la imagen que busca identificar casi del todo el voto capitalino con el voto de opinión, tiende a conferirle mayor importancia a los contrastes presentes entre lo urbano y lo rural, y no tanta a las continuidades allí involucradas. En términos generales, se alude a esferas distanciadas la una de la otra, donde el voto urbano se aglutina alrededor de prácticas y valores compartidos políticamente dentro de la ciudad, un perímetro que, así entendido, excluye las prácticas y los valores menos aglutinados –esto es, más dispersos– del voto rural. Esta postura se ha visto reforzada por la tendencia de los análisis electorales a reducir su universo de sondeo, casi de modo exclusivo, a los"espacios citadinos"del país(18).

Bajo esta diferenciación relativamente rígida entre lo urbano y lo rural, con frecuencia se ha entendido que el electorado urbano, dado su grado de secularización y su mayor nivel de educación, se encuentra menos cautivo de las relaciones proselitistas tradicionales patrón-cliente características del electorado rural. Así mismo, se ha dado por sentado que el elector de las ciudades es un votante más difícil, en la medida que hay que"persuadirlo", mientras que al votante rural basta con"comprarlo"(19). Es este el sentido reiterado en que se afirma que el voto urbano es"de opinión", mientras el rural es"amarrado". Pero esto no es todo. También se ha asociado, de forma indiferenciada, el voto de las ciudades con un voto más urbano, más sofisticado, en contraste con el voto raso y poco complejo de las zonas rurales(20). De hecho, se ha llegado a entender el"apasionamiento cívico de la Bogotá de los últimos años"(Gutiérrez Sanín, 1998: 50)(21) –el cual ha ido de la mano de las grandes transformaciones implementadas en el perímetro urbano– como un modo de alejarse de"lo natural tosco", esto es, de intentar dejar atrás el"estado de naturaleza caótico"que se percibía venía imperando en la ciudad capital:

En la medida en que la vida cotidiana de la ciudad aparecía como sucia y"cercana a la naturaleza"y en cambio el voto de opinión –uno de los indudables patrimonios históricos de la ciudad– como puramente reflexivo y autónomo, se creó un hiato entre dos ciudades que se negaban mutuamente, una natural-premoderna y la otra cívica-moderna(22). Ese hiato comenzó como algo externo a la política y a la participación, pero terminó enquistándose en ellas en la medida en que las exhortaciones pedagógicas a cambiar las costumbres y portarse mejor no surtieron ningún efecto (Gutiérrez Sanín, 1998: 51)

Así, el voto de opinión como paradigma por excelencia de lo cívico-moderno (ámbito reflexivo y autónomo), supone una superación de las dinámicas pre-modernas asociadas con lo natural, lo rústico, lo rural (ámbito salvaje y espontáneo)(23). Se trata, en últimas, de un viejo debate entre"civilización"y"naturaleza"(24), sólo que esta vez ubicado dentro del contexto particular de la Bogotá de los últimos veinte años. Ahora bien, ¿qué tan adecuado resulta el cuadro que presenta al voto urbano bogotano como"independiente"y contrapuesto al voto"amarrado"del ámbito rural, entendidos de la forma como se ha enunciado?

Seguramente, si se compara el proceso electoral bogotano con todos aquellos que tienen lugar en distintos ámbitos del sector rural colombiano, se pueda concluir que en Bogotá, por regla general, hay más espacios y oportunidades para que florezca y se dé el voto de opinión(25). Ello es aún más cierto si se tiene en cuenta que el conflicto interno colombiano –junto a la amenaza constante al ejercicio del voto de las personas afectadas– se libra con más intensidad en las zonas rurales que en los espacios urbanos(26). Pero aceptar estas afirmaciones como condicionamientos generales tiende a relegar en un segundo plano, o simplemente a ignorar del todo, la precisión atrás realizada al abordar la falacia anterior, a saber, que los espacios urbanos que componen el territorio bogotano –al igual que varios de los que conforman el ámbito rural– son mucho más discontinuos y asimétricos de lo que dicha aproximación genérica tiende a suponer. Esto es, solo ciertos procesos y espacios del territorio urbano bogotano estimulan en momentos determinados el voto de opinión de forma más decidida que otros ciertos espacios y procesos asociados con el ámbito rural. Lo urbano no es simplemente una esfera continua y regular que colinda con otra exterior, la esfera rural, de textura igualmente continua y regular: por el contrario, ambas se desenvuelven a través de escenarios porosos y flexibles que se afectan mutuamente y crean puntos cambiantes de cercanía y de distancia entre uno y otro con el paso del tiempo.

Por ello, es un error identificar de forma invariable y continua a Bogotá con el voto independiente y, del mismo modo, asociar, sin mayores matices y distinciones, al sector rural con el voto amarrado. Al respecto, se ha precisado que"las tendencias a un voto urbano más independiente y un voto rural más amarrado no parecen sostenerse como tendencias alternativas y aglutinantes del conjunto de preferencias de dos tipos de electorados"(Dávila y Corredor, 1998: 92)(27). Así mismo, se ha hecho énfasis en los procesos de simbiosis y coexistencia que afectan las realidades de los electorados que le dan forma al voto rural y al voto urbano:

Al revisar la literatura que discute la formación de un nuevo tipo de electorado, sin tener en cuenta las estrategias de los partidos y las variaciones en el modo de competencia entre sus candidatos, se encuentra que –en un plano real– no se puede establecer unívocamente la distinción entre voto urbano y voto rural, cuando en las ciudades colombianas coexisten y conviven simultáneamente elementos propios de lo urbano y de lo rural, expresados en la conformación de espacios informalmente establecidos, donde las relaciones de familiaridad y parentesco sustituyen los vínculos y afiliaciones propios de aquella racionalidad moderna instrumental con que se ha buscado caracterizar la vida propiamente urbana (Pizano y Rivera, 2003: 196)

De otra parte, es inadecuado relacionar el voto urbano bogotano con un voto ‘más civilizado y racional’, que aquel ‘prosaico y menos racional’ del campo. Seguramente el bogotano promedio goza de un mayor grado de educación en comparación con el habitante promedio del sector rural. Pero de ello no se sigue que el votante de la ciudad se encuentre en una fase superior (estadio moderno) a aquella en la que se encuentra el votante del campo (estadio pre-moderno), como si se tratara de un recorrido evolutivo unidireccional con la lógica de lo urbano en la cima máxima de la trayectoria. Tampoco de allí se desprende la generalización según la cual el habitante urbano vota de forma ‘más racional’ que el habitante rural. De nuevo, ello depende del contexto concreto y de los distintos significados que, para el electorado –rural o urbano–, suscite la combinación de los procesos en los que opta por participar democráticamente a través del voto.

Una vez analizados los elementos y algunas implicaciones de la postura que incorrectamente identifica de forma cabal al espacio bogotano con el voto independiente y al ámbito rural con el voto amarrado, pasaré a examinar la tercera y última falacia.

FALACIA 3: EL VOTO DE OPINIÓN BOGOTANO ES MUESTRA DE UNA SUPERACIÓN DEFINITIVA DE LA LÓGICA BIPARTIDISTA TRADICIONAL

En las últimas dos décadas, la hegemonía histórica de los partidos tradicionales colombianos –conservador y liberal– ha sido fuertemente cuestionada en diversos puntos del país, siendo Bogotá una de las plazas más destacadas(28). En 1994, el bipartidismo fue literalmente pulverizado en Bogotá, año en el que Antanas Mockus obtuvo un mandato claro del electorado bogotano para regir los destinos de la ciudad(29). Desde entonces, la fuerza política bipartidista no ha podido recuperar el codiciado fortín electoral de la alcaldía de la ciudad capital(30). Pero en este escenario, particularmente cuando se asestó el primer golpe con la victoria de Mockus, no sólo se destacó la fuerza política que había sido ampliamente derrotada (el bipartidismo), sino también aquella por cuyas manos había resultado vencida: el voto"cívico independiente", e incluso el"voto antipolítico"que demostraba el descontento bogotano con la clase política tradicional. Así, en los años 1990, con el cambio suscitado por el proceso electoral bogotano, se llegó a hablar de la"telúrica revolución de los antipolíticos"(Gutiérrez Sanín, 1995: 73). Por supuesto, dicha"revolución"guardaba una estrecha relación con el cambio constitucional de 1991, en el que los colombianos habían depositado sus anhelos para construir nuevas formas de hacer política, siendo el fenómeno Mockus y su identificación como"el mejor representante de la antipolítica"(Pizano, 2002: 53), una de ellas. La siguiente descripción retrata adecuadamente lo que allí estaba y aún está en juego:

Inmersos en una especie de Zeitgeist latinoamericano y quizás universal, que denigra de la clase política y rechaza la política como actividad corrupta y desdeñable, los colombianos también quisimos conducir nuestra propia reforma del marco que regula el juego político sin los políticos. Aunque esto tenga su explicación en la conducta visiblemente corrupta, antirreformista y auto-referenciada que han mostrado los políticos colombianos durante las últimas décadas, los costos que hemos debido pagar por esta exclusión no son pocos (Bejarano, 1999: 202)

Pero en este escenario, para muchos no es del todo claro qué significaba exactamente ser un votante o un candidato"antipolítico"o de corte"cívico independiente"(31). La respuesta más generalizada era de tipo negativo: ser antipolítico, cívico o independiente es todo aquello que no es liberal ni conservador, es decir, es todo lo que no pueda llegar a ser cooptado por el bipartidismo (Pizano, 2002: 52)(32). Sea lo que fuere, con este telón de fondo, en Bogotá desde entonces tomó fuerza una percepción generalizada que asume a las administraciones distritales –particularmente las de Jaime Castro, Antanas Mockus, Enrique Peñalosa y Luis Eduardo Garzón– como un continuo(33), y no como ejercicios desconectados de poder(34).

De esta forma, Bogotá empezó a ser considerada por muchos como un espacio político particular de estímulo para las denominadas iniciativas cívicas independientes(35). Así, en el plano electoral, los años noventa dieron origen a una"doble migración"en la ciudad capital (Gutiérrez Sanín, 1998: 52-53). De un lado, las preferencias políticas capitalinas, constantemente asediadas por espirales complejas de violencia –inseguridad urbana, narcoterrorismo, discriminación, etc.– empezaron a girar hacia el voto cívico, esto es, hacia un"autorreconocimiento de clase en la arena electoral como no se veía hacía mucho tiempo"(Gutiérrez Sanín, 1998: 52)(36). De otro lado, cambió el significado de la noción de ‘lo cívico’: si durante las décadas de 1970 y 1980 lo cívico estaba relacionado con manifestaciones de participación y protesta, con reivindicaciones impulsadas desde las bases populares, en los años noventa lo cívico en Bogotá empezó a ser rápidamente colonizado por el discurso de incentivar una mayor domesticidad y obediencia en los bogotanos para vivir mejor en comunidad(37). La percepción de una Bogotá sumida en un estado de naturaleza feroz y amenazante empezó a ser cotidianamente contrarrestada con un ideario cívico, impulsado desde la administración distrital, que apelaba al respeto y autocontrol de las conductas ciudadanas.

Es en el contexto de esta doble migración que adquiere particular relevancia"el giro pedagógico"por el que fue reconocida la administración de Antanas Mockus, particularmente en tres puntos(38): (i) Entender lo pedagógico como antónimo de lo represivo, lo cual causó bastante resistencia en las autoridades militares y en las filas partidistas tradicionales(39); (ii) Equiparar la ciudad con una gran escuela, imagen que asumía a la administración, a las autoridades y a los particulares suficientemente formados como los educadores, y a todos los ciudadanos desaconductados como los educandos; (iii) Establecer un principio de redistribución colectiva de la responsabilidad cívica, conforme al cual, si de cierto modo ‘todos somos responsables’ en haber alcanzado los puntos de caos y desorden a los que se llegó, entonces es labor de cada quien aceptar que también debe invertir energías para auto-reformar su comportamiento. El perfil ‘antipolítico’ de Mockus, contrapuesto al tradicional bipartidista, fue definitivo para lograr la aceptación de esta nueva mirada en la ciudadanía capitalina(40).

Curiosamente, todo este contexto circundante al votante cívico independiente bogotano se identificó de manera casi exclusiva con la alcaldía de Bogotá, y no con otro tipo de entidades distritales, particularmente el Concejo, que constituye el foro democrático máximo de la ciudad. Mientras la alcaldía apelaba a un idioma ciudadano pedagógico muy distinto al lenguaje político tradicional(41), el Concejo seguía siendo percibido por la ciudadanía como un fortín dinamizado por las prácticas políticas proselitistas tradicionales(42). De hecho, se ha señalado que la visión cívica independiente de Mockus adquirió un peso contundente en Bogotá, entre otras razones, gracias a que la misma implicaba un menosprecio por el modo como venía funcionando el Concejo del Distrito: se esperaba que el alcalde, a diferencia del político tradicional, no pactara cuotas burocráticas ni se dejara doblegar por las prácticas clientelistas características del cabildo distrital (Pizano, 2002: 53).

Ahora bien, una vez examinado el panorama bajo el que tomó forma en Bogotá una alternativa de hacer política distinta a la bipartidista tradicional, ¿en qué medida se puede afirmar que el fortalecimiento en los últimos años de un voto de opinión, cívico e independiente entre los bogotanos ha conducido a la claudicación completa del esquema bipartidista? Frente a los vientos adversos que ha vivido el bipartidismo en las dos últimas décadas, no se debe pasar por alto el aplastante peso histórico que el mismo ha tenido en el modo como los políticos y el electorado entienden y ejercen la política(43). El proyecto bipartidista posee una larga trayectoria histórica en la mentalidad colombiana –y en la bogotana–, y es así como los partidos liberal y conservador hasta los años 1990 llegaron a obtener cerca del 95% del total de votos depositados en elecciones del nivel nacional (Hoskin et. al,. 2003: 53)(44). Pero es justamente desde la década de 1990 hasta la actualidad que el bipartidismo ha sufrido reveses continuos en su intento por reconquistar la alcaldía de Bogotá. ¿Están extinguidas sus fuerzas para gobernar la ciudad? Mi posición se inclina por responder esta pregunta negativamente, y, por ello, considero que constituye una falacia creer que el impulso reciente del voto de opinión, cívico e independiente en Bogotá haya acabado del todo con las prácticas políticas de viejo cuño enmarcadas dentro del bipartidismo tradicional.

Es cierto, el ideal de la Constitución de 1991 de"renovar"la política colombiana introdujo variables antes inexploradas en relación con la forma de legitimar el sistema democrático(45): con ellas, la crisis de los partidos tradicionales hizo casi inevitable que la ciudadanía tuviera que probar otro tipo de alternativas políticas. En este escenario se presenta una desagregación considerable del bipartidismo y una agregación de nuevas iniciativas como la cívica independiente en Bogotá (Gutiérrez Sanín, 1995: 73; Pizano 2002: 52). Las tendencias cambiantes de los procesos electorales que desde 1991 han tenido lugar así parecen corroborarlo: nuevos partidos y movimientos políticos han emergido desde entonces(46), la volatilidad electoral se ha incrementado notablemente(47), los adherentes oficiales a los partidos tradicionales han disminuido en número y la cantidad de aquellos que se declaran independientes, vinculados a otros partidos o simplemente sin identificación partidista alguna ha aumentado de forma significativa(48). Pero, nuevamente, ¿ello implica que el esquema bipartidista se encuentra del todo vencido en sus aspiraciones de gobernar la ciudad capital? ¿El voto de opinión, cívico e independiente no tiene ante sí ningún rival político considerable en el proceso electoral bogotano?

No lo creo. Para empezar, se debe tener en cuenta que las victorias de los proyectos políticos, en materia electoral, usualmente están sometidas a oleadas cíclicas. Así parece sugerirlo el proceso irregular que experimentó el bipartidismo en la elección popular de alcaldes a finales de los ochenta y a lo largo de los años noventa en todo el país, sufriendo grandes derrotas en momentos determinados, pero obteniendo triunfos nada despreciables en otras coyunturas(49). A ello debe sumarse la ausencia de continuidad y estabilidad de los partidos y movimientos alternativos que han buscado ocupar el lugar del viejo esquema bipartidista(50). En Bogotá, una excepción notable lo ha sido el caso del partido político Polo Democrático Alternativo, el cual ha obtenido las dos últimas alcaldías –de la mano de Luis Eduardo Garzón y del hoy alcalde Samuel Moreno–, pero que infortunadamente ha padecido graves episodios de crisis, reveses y conflictos internos, al punto que no pocos consideran que en las próximas elecciones perderá la alcaldía distrital(51). La sombra del dominio bipartidista no cesa de estar al acecho(52), particularmente en plazas políticas tan codiciadas como Bogotá, por ello no es extraño que luego de ocho años de cogobierno del partido conservador con el Presidente Álvaro Uribe, hoy algunos medios de comunicación hablen incluso de la"resurrección conservadora"(53).

La persistencia de la inercia ancestral del esquema bipartidista en Bogotá no debe ser menospreciada, sobre todo por la ambigüedad ideológica que se esconde detrás de lo que se entiende por ‘voto independiente’ (Pizano, 2002: 58). Es cierto: varios de los candidatos a la alcaldía propuestos por los partidos liberal y conservador en los últimos tiempos ni siquiera han logrado quedar en los dos primeros lugares de preferencia de los electores bogotanos(54). Es más, una estrategia política que ha parecido generalizarse entre los candidatos para obtener la alcaldía es desvincular su nombre de las filas oficialistas tradicionales(55). Pero es allí donde se puede evidenciar la persistencia de la lógica bipartidista, ya que ha logrado adaptar su rostro de viejo cuño a las nuevas realidades políticas. Así, varios de los candidatos que se presentan como independientes, en realidad no lo son, ya que guardan vínculos estrechos con los partidos tradicionales, o más aún, les deben a ellos sus primeras incursiones en las riesgosas arenas de la vida política(56). Y este es un fenómeno que también se extiende al electorado:

Como resultado de una muy intensa y consistente campaña de los medios de comunicación en contra del establecimiento político tradicional, se ha hecho común que muchos votantes"cívicos", especialmente en la clase media, se alejen formalmente de cualquier compromiso con los partidos Liberal y Conservador. Así, sería razonable postular que existen liberales y conservadores"encubiertos"o en el"clóset"; es decir, votantes que niegan cualquier afiliación partidista, pero mantienen sentimientos hacia uno de los partidos tradicionales (Hoskin et. al., 2003: 56-57).

De este modo, debido a la obstinación y flexibilidad que ha mostrado tener el esquema bipartidista para acomodarse a las nuevas condiciones de la disputa electoral, considero que es un error considerar de plano que el auge del voto de opinión, cívico e independiente en Bogotá constituye una superación definitiva del bipartidismo. La política tradicional aún sigue siendo un rival de pesado gramaje para todas aquellas alternativas que, como el voto cívico independiente, luchan por abrirse vía en el complejo territorio electoral bogotano.

CONCLUSIONES

En las dos últimas décadas el sistema electoral bogotano, al igual que la ciudad, ha experimentado un extraordinario proceso de transformación. El surgimiento de nuevas fuerzas políticas, el apogeo sorprendente del voto de opinión cívico e independiente, la generalización del sistema de tarjetón que remplazó la repartición menudeada y personal de votos, el establecimiento de la opción de revocar el mandato del alcalde mayor, la ampliación de los mecanismos de participación, entre muchas otras iniciativas, le han brindado una nueva coloración a la elección democrática de los gobernantes capitalinos.

Pero ello no significa que las dinámicas electorales de la capital hayan podido desprenderse completamente de las prácticas políticas tradicionales –clientelares y proselitistas– que han marcado honda e históricamente el modo como se distribuye el poder político distrital. En este escenario, el voto de opinión bogotano tiene ante sí retos extremadamente exigentes para que se pueda seguir profundizando una cultura genuinamente democrática en la ciudad. Uno de ellos es no perder de vista sus actuales limitaciones. A ese fin se orientó el presente escrito, analizando una serie de falacias –el voto de opinión bogotano como cuerpo homogéneo, como instancia que distingue la ciudad de lo rural, y como plataforma que ha vencido el bipartidismo– con la esperanza que, al trazarlas, se tengan en cuenta las enormes dificultades aún presentes en un largo camino que nos queda por recorrer.


COMENTARIOS

1.El antropólogo y profesor asociado de la Universidad Nacional de Colombia también señala que es en Bogotá "donde hay una larga e importante tradición de política para profesionales y clases medias (el llerismo y el galanismo, valgan por casos); es allí donde el sistema bipartidista se resquebrajó de manera espectacular, dando paso, en 1994, a un profesor de filosofía que decía `no tener compromiso con nadie' (Antanas Mockus); es allí donde los problemas de gobernabilidad y gestión pública han encontrado su máxima expresión." (Gutiérrez Sanín, 1998: 2).

2.Desde los inicios de su vida republicana, Colombia se ha caracterizado por una forma de hacer política donde ha predominado el sectarismo partidista (que tocó su punto más álgido en el período conocido como la Violencia, en las décadas de 1940 a 1960), la democracia cerrada (cuya máxima muestra fue la repartición del poder, por períodos alternos de 4 años, entre conservadores y liberales durante el Frente Nacional, 1958-1974) y el clientelismo. Se trata de una historia desbordada por "el aprovechamiento del poder para obtener ventajas electorales de tipo personal." (Leal y Dávila, 1990: 36).

3.Estos autores exponen que, si bien la idea del voto "de opinión" se ha fortalecido particularmente en Bogotá, ello forma parte de una tendencia de renovación ocurrida en Colombia "en la década de los años noventa, como consecuencia de la importancia que tomó el discurso de la `antipolítica' desde la realización de la Asamblea Nacional Constituyente en 1991, el triunfo de Antanas Mockus como alcalde de Bogotá en 1994, y la fuerza electoral que tuvo el movimiento de Noemí Sanín en las principales ciudades en 1998." (Pizano y Rivera, 2003: 195).

4.Podría entenderse que es "más independiente" de las prácticas impuestas por la lógica partidista tradicional. No obstante, la autora aclara que "una consideración sobre el voto amarrado no debe fundamentarse en la comprensión de lo `independiente' como lo no partidista: al fin y al cabo ni los `votos independientes' (así entendidos), ni los candidatos que éstos eligen ejercen mejor la representación." (Pizano, 2002: 54).

5.Según Pizano y Rivera 2003: 197, "la idea de que `Bogotá es una isla' (?) suele presentarse en contraposición al comportamiento observado en las otras ciudades del país, destacando solamente la magnitud o peso de su participación." En este sentido, defienden la tesis de que los comportamientos de las principales áreas metropolitanas de Colombia presentan similitudes significativas.

6.Es común escuchar diversos tipos de versiones que indican que Bogotá emprendió un nuevo rumbo con el saneamiento de las finanzas distritales que logró el liberal Jaime Castro entre 1993 y 1994, quien a su turno materializó el Estatuto Orgánico que rige a la ciudad. Pero en materia de superación del bipartidismo tradicional, fue Antanas Mockus quien, al ser elegido como candidato cívico independiente, dividió la historia electoral de la ciudad en dos. Luego de él llegarían a la alcaldía como candidatos no adscritos al oficialismo tradicional, Enrique Peñalosa (quien, no obstante, provenía de las filas liberales), nuevamente Antanas Mockus, Luis Eduardo Garzón (del partido de izquierda Polo Democrático) y el actual alcalde, también del Polo Democrático, Samuel Moreno. (Véase Pizano, 2002: 45).

7.Aún cuando en otra de sus acepciones comunes, el "voto independiente" hace referencia al no depositado en favor de los partidos tradicionales, liberal y conservador.

8.Para su identificación, los autores se proponen elaborar un "índice de sofisticación" de la votación basado en cuatro variables aplicadas al votante: "nivel de educación formal, recordación de los lemas de campaña, identificación de los temas de campaña de los candidatos y uso de información de los medios de comunicación para tomar la decisión de voto." (Hoskin et. al. 2003: 58)

9.En este sentido, el "voto de opinión" también mantiene nexos con el llamado "voto temático", en el cual el individuo es capaz de orientar su voto "por aquella opción política que presente las propuestas o la plataforma política que resulte más cercana a su posición personal." (Hoskin et. al., 2003: 76).

10.A partir de la reforma constitucional de 1945, dada la importancia evidente que ganaba aceleradamente Bogotá frente a sus municipios circunvecinos, se permitió que quedara regida por una normatividad especial en los siguientes términos: "La ciudad de Bogotá, capital de la República, será organizada como un Distrito especial, sin sujeción al régimen municipal ordinario, dentro de las condiciones que fije la ley" (Art. 1 del Acto Legislativo 1 de 1945, en: Restrepo Piedrahita (comp.) (1995: 453). En los años 1950, bajo el gobierno dictatorial de Gustavo Rojas Pinilla, se reformaron los límites de Bogotá y se incluyeron en ella los municipios de Usaquén, Suba, Engativá, Bosa, Usme y Fontibón.

11.De hecho, se ha sostenido que las dinámicas de anexión de municipios contiguos por parte de Bogotá estimula un grado considerable de integración electoral en toda la región: "En los territorios en los cuales los municipios conurbados tienen un mayor grado de incorporación a la capital (?) se presentan tendencias más homogéneas de comportamiento electoral." (Pizano y Rivera, 2003: 208)

12.Piénsese, por ejemplo, en todas las iniciativas que se han dado, particularmente desde la alcaldía de Antanas Mockus, para crear un sentido de pertenencia del bogotano con su ciudad, lo cual va desde ideales políticos más o menos compartidos, hasta actividades recreativas mancomunadas como la ciclovía.

13.Incluso los bogotanos sabemos que, en materia de distribución de recursos sociales, políticos y económicos, son hondas las diferencias que separan la cotidianeidad de unos y otros: "Evidentemente hay un consenso sobre lo que significa vivir en el norte o vivir en el sur. Al norte los ricos, al sur los pobres. Pero este consenso deja de tener validez absoluta cuando se examinan los estratos en cada una de las zonas. Bogotá no es una ciudad homogénea: en las zonas del norte, por ejemplo, conviven barrios marginales y de invasión con los estratos más altos." (Botero, 1998: 147).

14.En esos comicios electorales el candidato que a la postre resultó ser el vencedor fue Enrique Peñalosa. La información del deplorable caso de Sumapaz la tomo de Pizano y Rivera, 2003: 197 y Botero, 1998: 155-156.

15.En efecto se dispuso un plan de contingencia para llevar una nueva papelería electoral a la zona bajo la protección del ejército, pero, según se afirma, ésta nunca fue entregada al personal de la Registraduría sino a alguien ajeno a la institución, dilapidándose así el segundo intento. Véase Botero 1998: 155.

16.Hasta entonces, tampoco se había podido realizar en Sumapaz la elección de ediles para las Juntas Administradores Locales (JAL), ya implementadas en la mayoría de zonas de la ciudad. Finalmente pudo llevarse a cabo, luego de estimar conveniente que el ejército no se hiciera presente en las inmediaciones de los puestos de votación. Ibíd.: 156.

17.Otro ejemplo que se menciona con cierta frecuencia es el del municipio de Soacha, "absolutamente integrado a las dinámicas de la ciudad y no asumido legamente como parte de la misma (?) ¿Qué pasa con los contextos geográficos anexos a las ciudades que experimentan su influencia, pero que no son formalmente parte de ellas?" (Pizano y Rivera 2003: 197) Así mismo, en línea con la heterogeneidad bogotana que he intentado destacar, "¿qué pasa con los espacios que formalmente constituyen la ciudad, pero que informalmente tienen dinámicas absolutamente diferentes a las de los ejes urbanos?" (Id.)

18.Incluso Pizano y Rivera, (2003: 195) señalan que en "los estudios sobre los resultados electorales de las ciudades colombianas -grandes e intermedias- se ha privilegiado un análisis circunscrito al municipio cabecera (ciudad capital del departamento), desconociendo con ello el hecho de que varias ciudades tienen actualmente un carácter plurimunicipal."

19.Los autores, al describir dicha posición y tomar distancia de ella, agregan que la misma supone una madurez completa del votante urbano en contraste con la inmadurez propia del votante rural (Pizano y Rivera, 2003: 194-195).

20.Pizano y Rivera (2003: 195) señalan que en la última década, particularmente en Bogotá, ha ganado bastante reconocimiento la idea de que "en las ciudades se manifiesta un voto más informado, un voto más racional." Los autores también indican que las teorías electorales de la modernización asociada a la urbanización constituyen uno de los puntos de referencia donde se ha vuelto recurrente "encontrar la asociación indiferente del voto urbano con el voto de las ciudades, de lo cual se derivan varias implicaciones." (Ibíd.: 194)

21.El tema del voto cívico en Bogotá será también analizado en la siguiente sección (falacia 3).

22.Al respecto, Gutiérrez Sanín (1998: 51) recuerda que un comercial de la Alcaldía de Mockus comparaba el tráfico vehicular bogotano con una selva y a los conductores con animales. Luego venía un llamado a comportarse racionalmente, civilizadamente.

23.Resulta clara la alusión a las categorías clásicas contractualistas `estado de naturaleza (pre-social)' y `estado civil (social)'. Para una exposición de estas categorías y una visión crítica frente a las mismas, véase Durkheim, 1990 (1918); Lowe, 2005 y Nussbaum, 2005.

24.Sócrates manifiesta en el Diálogo de Critón que prefiere perder la vida antes que abandonar la ciudad y extraviarse en suelos desconocidos (Platón 2003 (Siglo IV a.C.)). En el contexto latinoamericano, el debate `civilización-naturaleza' gozó de una centralidad evidente bajo la configuración de las repúblicas independientes en el siglo XIX (Véase Escalante, 1992).

25.De hecho, el estudio de Leal y Dávila 1990, uno de los más conocidos en el ámbito colombiano en materia de clientelismo, se centra más en escenarios rurales que en zonas urbanas densas, al analizar en detalle las expresiones patrón-cliente presentes en el casco rural y municipal del pueblo de Rionegro.

26. No por casualidad el fenómeno de la `parapolítica' -a saber, las alianzas non sanctas que varios congresistas y políticos en general han efectuado con grupos paramilitares- se ha presentado con mayor intensidad en el nivel regional colombiano. Véase Congreso Visible, mayo-junio 2008.

27.Véase también Pizano y Rivera, 2003: 196.

28.La antropóloga Sonia Lucía Peña señala que en los inicios de los años 1990 el país vivió una marcada época de transición, en la cual uno de los objetivos más visibles era "cambiar las formas políticas tradicionales que sostienen un sistema de gobierno que ha sido descrito como bipartidista, presidencialista y autoritario." (Peña, 1995: 22) Por su parte, al analizar los resultados de las elecciones de alcalde en 1997, Dávila y Corredor (1998: 106) recalcan que "en la capital del país parece ahondarse el cuestionamiento al bipartidismo, al igual que en otras capitales como Barranquilla."

29.Mockus fue elegido como Alcalde de Bogotá con 492.389 votos, los cuales "no representaban a ningún partido tradicional: era el prototipo de un alcalde cívico y antipolítico." (Botero, 1998: 143)

30. Después del mandato de Mockus de 1994 a 1997 han sucedido la alcaldía bogotana candidatos no oficialmente afiliados a los partidos liberal y conservador: Enrique Peñalosa (aún cuando su vinculación con el partido liberal era ampliamente conocida), el segundo período de Mockus, Luis Eduardo Garzón (afiliado al partido de izquierda Polo Democrático) y el actual alcalde Samuel Moreno (también presentado por el Polo Democrático).

31. Gutiérrez Sanín anota que en los años noventa se difundió en Bogotá la idea del ‘cívico-antipolítico’. Al respecto, agrega: “semejante categoría tiene de todo menos de evidente”. (Gutiérrez Sanín, 1998: 34).

32.Gutiérrez Sanín ensaya una respuesta de tipo más afirmativo: “En cuanto a los críticos/cívicos, los definimos como candidatos que explícitamente se niegan a participar en el bipartidismo, y/o hablan a nombre de sectores subordinados o movimientos sociales, y/o repudian la ‘vieja política”. (Gutiérrez Sanín, 1995: 74).

33.Así, conforme a esta percepción, Jaime Castro fue el que saneó las finanzas del distrito, Antanas Mockus el que infundió la cultura ciudadana entre los bogotanos, Enrique Peñalosa el que introdujo grandes obras de infraestructura urbana en la ciudad capital y Luis Eduardo Garzón el que ‘humanizó’ la ciudad al centrar su atención en las personas y grupos históricamente desaventajados y discriminados de la comunidad política distrital. Pizano 2002: 55 afirma que “se podría señalar que desde 1997, y particularmente desde el año 2000, los bogotanos han elegido alcalde como consecuencia de un cálculo de utilidades que les reportó el gobernante anterior”.

34.El caso del alcalde actual Samuel Moreno es difícil de evaluar, porque su gestión y la mayor parte de los compromisos asumidos en su programa político, aún se encuentran en proceso de ejecución. No obstante, hasta el momento su administración ha sido blanco de duras críticas provenientes de diversos sectores, a tal punto que un número considerable de comunidades en Facebook se está moviendo para lograr la revocatoria de su mandato. Véase Semana.com, febrero 2009.

35. Peña señala que la elección popular de alcaldes de 1994 se caracterizó por “el auge de las coaliciones y candidaturas independientes.” Por su parte, Dávila y Corredor (1998: 93) precisan que en los comicios de 1997 “uno de los hechos que caracterizaron la inscripción de candidatos fue la presentación de sus nombres bajo coaliciones y movimientos cívicos, rasgo notorio especialmente en la elección popular de alcaldes, pero con derivaciones a los demás procesos eleccionarios en juego”. (Peña, 1995: 23).

36. El autor señala que el fenómeno del voto cívico adquirió una fuerza particular en los sectores acomodados de la ciudad.

37. El Plan Formar Ciudad de la administración distrital de Mockus buscaba infundir un mayor sentido de respeto y obediencia en las interacciones ciudadanas. (Véase Gutiérrez Sanín, 1998: 51).

38. En esta explicación continúo siguiendo a Gutiérrez Sanín (1998: 52-53).

39.En su momento, fueron recurrentes las afirmaciones que señalaban que los bogotanos ‘aún no estamos preparados’ para compartir tal grado de civilidad, o que ‘no vivimos en Dinamarca sino en Cundinamarca’. Ibíd: 53.

40.En la realización de su campaña política, Mockus fue presentado por medios informativos de alta audiencia como un filósofo independiente de la clase política tradicional, como alguien cuyas ideas constituyen la mejor herramienta para ganar votos: la sede de su campaña era su propia casa y su oficina su propia biblioteca (Véase Pizano, 2002: 49-50). Sin movilizar maquinarias políticas, sin realizar grandes promesas a los electores, sin invertir cuantiosas sumas de dinero, ni emprender un gran despliegue propagandístico o de contratación de encuestas, Mockus logró obtener la alcaldía luego de que su trasero hubiera sido exhibido por todos los medios televisivos cuando en una conferencia boicoteada por ciertos grupos del público asistente, decidió –como Rector de la Universidad Nacional de Colombia– bajarse los pantalones ante ellos en una muy particular señal de protesta. Sus diversas acciones poco convencionales han hecho que algunos lo conciban como el precursor de un nuevo modo de entender los compromisos ciudadanos, y que otros lo califiquen como un simple payaso. (Véase Dávila y Corredor, 1998:89; Pizano, 2002: 49-50; Peña, 1995: 29-35).

41.Por ejemplo, la administración de Mockus publicitó el juego de la pirinola –una especie de trompo hexagonal, con distintos mensajes cívicos en cada una de sus caras– para incentivar la participación, responsabilidad y reciprocidad; difundió las ‘tarjetas rosadas’ para que quien se la mostrara a otro señalara con ello conductas que transgreden los límites de la convivencia; entre otras varias iniciativas. (Véase Peña, 1995: 30-31).

42. Pizano señala que el “aumento de la representación y de la eficiencia política logradas desde la Alcaldía de Bogotá (...) no coinciden con los niveles de legitimidad del Concejo. Al tiempo que este último es percibido por la ciudadanía como un foro fragmentado en el que buena parte de sus actores perpetúan prácticas políticas ‘tradicionales’, es una institución cada vez menos conocida por los bogotanos” (Pizano, 2002: 45-46).

43.Este peso histórico del bipartidismo, no obstante, debe ser evaluado al trasluz de la tendencia –tan arraigada como el bipartidismo mismo– del abstencionismo electoral. Según los especialistas del tema, los promedios históricos de abstención en Colombia –esto es, las personas que se abstienen de ejercer su derecho al voto– se ubica alrededor del 40%, una cifra bastante alta (García y Hoskin, 2003: 238).

44.Los autores también citan a Patricia Pinzón, quien sostiene que de 1930 a 1982, el 88% de los municipios del país escogieron el mismo partido, ya sea el liberal o el conservador (Ibíd.: 46)

45.Piénsese, sólo por dar un ejemplo, en la serie de mecanismos de participación establecidos bajo el marco de la Constitución de 1991, tales como la iniciativa popular legislativa, el referendo, la consulta popular, el plebiscito, la revocatoria del mandato y el cabildo abierto.

46. En Bogotá el caso más visible es el del partido de izquierda Polo Democrático Alternativo, el cual ha ganado las dos últimas alcaldías.

47. Esta magnitud se obtiene al dividir entre dos la sumatoria del valor absoluto de las diferencias de porcentaje de votos conseguidos por los partidos de una elección a otra. Básicamente mide el grado de concentración de votos obtenidos por una propuesta política determinada comparándolo con el ponderado obtenido en la elección anterior. La volatilidad electoral entre las elecciones de 1978 a 1982 fue de 2,7%, cifra que en las elecciones de 1998 a 2002 aumentó vertiginosamente a un ponderado de 60,95% (Hoskin et. al., 2003: 53).

48. Al respecto, los mismos autores, afirman: “Los datos revelan que los adherentes a los dos partidos tradicionales han disminuido significativamente, pasando de 61% en 1993 a 43% en 2002, y que el número de quienes se declaran independientes, adherentes a otros partidos y sin identificación partidista, ha aumentado dramáticamente.” (Ibíd.)

49. Al evaluar los datos globales sobre el desempeño de los partidos conservador y liberal en la elección popular de alcaldes, Dávila y Corredor señalan que “si en 1988 le fue mal al bipartidismo, en 1990 se recuperó, en 1992 retrocedió de nuevo y en 1994 recobró posiciones, en 1997, como era de esperarse, sufrió un relativo revés (...) En términos de tendencias y teniendo en cuenta la ausencia de una alternativa coherente que aglutine en alguna medida el descontento frente al bipartidismo, lo que se tiene es un hecho que parece cíclico y todavía azaroso, muy atado a las circunstancias locales”. (Dávila y Corredor, 1998: 106).

50. Dávila y Corredor aluden a la “imposibilidad de consolidar alternativas duraderas” que sirvan para evidenciar el debilitamiento sistemático del bipartidismo. (Dávila y Corredor, 1998: 109).

51. Véase Cambio.com.co marzo 2009, Semana.com septiembre 2007, Semana.com septiembre 2006.

52. Dávila y Corredor reiteran que “hay que hablar de la presencia casi hegemónica de los dos partidos tradicionales, afectada, alterada, transformada, amenazada y reconstituida por varios de los procesos que aquí se examinan, aún cuando no resulten totalmente claras las tendencias de evolución de los distintos asuntos electorales en juego, ni el cuestionamiento del clientelismo como relación eje de tales procesos”. (Dávila y Corredor, 1998: 78).

53. Semana.com, febrero de 2009.

54. En las últimas elecciones, la disputa final por la alcaldía fue librada por dos candidatos no adscritos ni al liberalismo ni al conservatismo: Samuel Moreno y Enrique Peñalosa. La misma situación ya se había presentado entre Luis Eduardo Garzón y Juan Francisco Lozano (2004) y Enrique Peñalosa y Carlos Moreno de Caro (1997).

55. Esa fue justamente la estrategia política a la que apeló Enrique Peñalosa para lograr ser alcalde de Bogotá: en 1994, como candidato del partido liberal, fue abiertamente derrotado por Mockus, pero en 1997, esta vez como candidato independiente, le ganó el pulso por la alcaldía distrital a Carlos Moreno de Caro (Véase Dávila y Corredor, 1998: 106). En el plano nacional, Pizano y Rivera explican el éxito de Álvaro Uribe en el año 2002 debido a “sus críticas permanentes a la ‘política tradicional’ y la imagen de cercanía que proyectó hacia la ‘política independiente’ aprovechando su campaña como liberal disidente y la apreciación generalizada de la estrecha vinculación de su principal opositor –Horacio Serpa– con la institucionalidad desprestigiada del liberalismo”. (Pizano y Rivera, 2003: 202).

56. Así, por ejemplo, en las elección popular de alcaldes de 1997 Dávila y Corredor (1998: 97) destacan que aunque muchos de los candidatos “se presentaron por movimientos cívicos o independientes, como reflejo de los cuestionamientos a la clase política tradicional y al desprestigio relativamente común de la política y los políticos en los años recientes, fue marcado el hecho de que, en últimas, un alto porcentaje estaba en alguna medida apoyado por las maquinarias de los partidos tradicionales, por prácticas clientelistas e incluso por los paramilitares o la guerrilla.”


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