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Análisis Político

Print version ISSN 0121-4705

anal.polit. vol.23 no.70 Bogotá Sept./Dec. 2010

 

Tradiciones De Resistencia Y Lucha: Un análisis sobre el surgimiento y la permanencia de las guerrillas en Colombia(1)

Tradition of resistence and struggle: An analysis on the rise and the continuance of the guerrilla warfare in Colombia

Andrea Lissett Pérez

Docente de la Universidad de Antioquía (UDEA), doctora (2008) y maestra (2004) en Antropología Social, Universidad Federal de Santa Catarina, Brasil (UFSC), formada en Antropología en la Universidad Nacional de Colombia (UNAL).Correo: andreaperez71@hotmail.com


RESUMEN

Con base en la perspectiva cultural este artículo busca ampliar el marco explicativo de un hecho que se ha vuelto paradigmático en el contexto colombiano: la larga duración de las guerrillas y, particularmente, del Ejército de Liberación Nacional (ELN), que se mantiene, después de 45 años, como proyecto de lucha armada. En esa exploración, se discuten elementos históricos de la tradición política y del conflicto colombiano, así como las formas de resistencia de los sectores subalternos, que constituyen parte del acumulado simbólico y de la memoria política que se activa ante nuevas coyunturas. Las raíces de esta tradición se rastrean en las identidades partidarias y en el sentido de "hacer justicia", en la formación de una tradición guerrera como forma privilegiada de resolución de los conflictos y en el aprendizaje político que se propicia en las corrientes alternativas o "márgenes" del partido liberal.

Palabras claves: guerrillas, tradiciones, resistencia, lucha.


SUMMARY

Based on the cultural perspective this article is looking to expand the explanatory framework of a fact that has become paradigmatic in the Colombian context: the long duration of the guerrilla warfare and, particularly, of the Army of National Liberation (ELN), that it has maintained itself, after 45 years, like a project of an armed fight. In that exploration, historic elements of the political tradition and of the Colombian conflict are being discussed, as well as the forms of resistance of the subordinate sectors, that constitute part of the accumulated symbolic and of the political memory that activates itself before new joints. The roots of this tradition are tracked in the partisan identities and in the sense of "doing justice", in the formation of a warlike tradition as a privileged form of resolution of the conflicts and in the political learning that favors itself in the current alternatives or "margins" of the liberal party.

Keywords: guerrilla warfare, traditions, resistance, struggle


INTRODUCCIÓN

Cuando tuve la oportunidad de ver la película El Violín(2) y escuché el diálogo entre Plutarco y su nieto de ocho años, en el momento en que el viejo campesino le intenta explicar las razones por las cuales su familia estaba luchando, logré comprender con más claridad la noción de las tradiciones de resistencia que, como las profundas raíces de un árbol, sustentan diferentes formas de lucha y de protesta social. Véase a continuación un fragmento de este diálogo:

    Nieto: ¿Por qué se fue mi padre?

    Abuelo: mi nieto, déjeme contrale una historia: En el inicio de los tiempos, los dioses hicieron la tierra, el cielo, el fuego, el viento y los animales, y luego también hicieron el hombre y la mujer, y todos vivían felices. Pero, uno de esos dioses era muy cabrón y puso la envidia y la ambición, luego los otros dioses se dieron cuenta y castigaron a ese dios juguetón y sacaron de la tierra a los hombres ambiciosos. Pero los hombres ambiciosos se reprodujeron y se hicieron más y más, y se quisieron adueñar de todo, y engañaron a los hombres verdaderos y les fueron quitando de poquito en poquito, hasta que les quisieron quitar todo... Entonces, los hombres verdaderos vieron que eso no era justo y pidieron ayuda a los dioses, y los dioses les dijeron que pelaran ellos mismos, que su destino era luchar. Pero, los hombres ambiciosos eran muy fuertes y los hombres verdaderos decidieron esperar. Y su tierra se llenó de oscuridad y se llenó de tristeza.

    Nieto: ¿Así acabó la historia?

    Abuelo: No. Luego, los hombres verdaderos regresaron a luchar por sus tierras y sus bosques, porque eran suyos, porque los dejaron sus abuelos para sus hijos, y los hijos de sus hijos. Eso mismo vamos a hacer nosotros, vamos a regresar (El Violín, 2005).

Ese relato podría ser, como apunta el propio cineasta Francisco Vargas: "una historia sin tiempo ni espacio", porque parece representar las muchas historias de lucha y resistencia de sectores sociales subalternos(3). La explicación del viejo Plutarco se nutre de fuertes referentes culturales, del arquetipo mítico del cristianismo, de su lógica binaria de oposición entre el bien y el mal y, sobre todo, de los valores primos, del sentido de equidad y justicia social. Plutarco reorganiza esos elementos simbólicos para fundamentar su discurso en defensa de los intereses de los desfavorecidos. El valor de esta historia radica, entonces, en que ayuda a visualizar la existencia de tradiciones culturales de resistencia, de respuestas activas por parte de los sectores subalternos, que se sustentan en discursos alternativos, reconstrucciones simbólicas y diversas prácticas sociales transmitidas por generaciones.

Hago alusión a esa historia porque logra una extraordinaria síntesis de la perspectiva que me interesa abordar en este artículo: el papel de las tradiciones de resistencia en los conflictos sociales. Con base en ese foco de análisis intentaré ampliar el marco explicativo de un hecho que se ha vuelto paradigmático en el contexto colombiano: la larga duración de las guerrillas y, particularmente, del Ejército de Liberación Nacional (ELN), organización que se mantiene, después de 45 años, como proyecto de lucha armada.

Argumentar que las tradiciones culturales de resistencia tienen relación con el fenómeno del surgimiento y desarrollo de las guerrillas en el país y, en especial del ELN, es bastante controvertido. Primero, porque, pese a existir una importante producción académica sobre la problemática del conflicto colombiano, hay, por así decirlo, ciertas rutas de análisis o "lugares comunes" que han prevalecido y que condicionan la reflexión hacia determinados tópicos. Me refiero a la perspectiva de la violencia y de la guerra centrada en los efectos de la confrontación y en los aspectos políticos y militares, que, en mi criterio, terminan siendo sobredimensionados. Y no es que desconozca la relevancia de tales aspectos, sólo que me parecen limitados a la hora de explicar un fenómeno tan complejo como la permanencia del conflicto en el país. Este es justamente el vacio que detecto en relación a la dimensión cultural (objeto de la presente reflexión)(4), notoriamente ausente del análisis, y cuando se aborda es de forma tangencial, como dato de referencia, como ilustración o anécdota, sin que esto constituya un argumento explicativo de valía dentro del marco interpretativo.

Así, para el caso de la explicación sobre el origen del ELN, domina el discurso del énfasis analítico en la iniciativa del grupo de estudiantes que viajó a comienzos de los años sesenta a la Habana, y que, "influidos místicamente por la Revolución Cubana", deciden fundar una guerrilla revolucionaria (Vargas, 1998: 47). En esa misma dirección, Eduardo Pizarro caracteriza al ELN como una "típica guerrilla militar", cuyo origen se circunscribe a la "expresión de una iniciativa política (que tiene) ruptura o no conexión con tradiciones de lucha de los agentes sociales" (Pizarro, 1991: 11).

No comparto esa posición. Pues, aunque el ELN surge como proyecto de lucha por la iniciativa de unos jóvenes estudiantes, recuérdese que muchas de las propuestas de este voluntarioso sector no logran tener continuidad, como, por ejemplo, la experiencia del Movimiento Operario Estudiantil (MOEC), que surge en 1959 y al poco tiempo fracasa en su tentativa de organizar focos de lucha guerrillera. ¿Por qué el ELN logra consolidarse y perdurar en el tiempo? ¿Cuál es su diferencia?

Mi hipótesis es que se debe trascender la mirada sobre el origen de esta organización, visto como un hecho coyuntural y centrado en los estudiantes como únicos protagonistas, para entenderlo como un proceso en el que convergen situaciones y actores que posibilitan la articulación de esa propuesta de lucha. Pues, si bien es cierto que el ELN no surge como una propuesta originaria de la población donde comienzan las actividades, esta iniciativa logró enraizarse en estas comunidades campesinas de la región del Magdalena Medio Santandereano un importante "tejido de solidaridades y apoyos regionales, producto de construcciones a través del tiempo en las propias luchas sociales" (Vargas, 1998: 102). Otros sectores que respaldan y se integran a esta propuesta de lucha armada son los obreros petroleros de Barrancabermeja, portadores de una importante tradición de protesta social y los cristianos seguidores de la corriente de la teología de la liberación que se identificaban con el grupo luego del ingreso a éste del carismático líder religioso Camilo Torres Restrepo en 1967. Lo que quiero decir es que el proyecto del ELN realmente cobra vida a través de las alianzas y del entramado de relaciones con sujetos sociales de significativas trayectorias de lucha y resistencia social, con los cuales logran profundos lazos de interpenetración, donde la memoria histórica juega un papel fundamental.

Para comprender con mayor profundidad la forma en que se configuraron las tradiciones de resistencia y lucha en los sectores subalternos de la sociedad colombiana, así como los mecanismos a través de los cuales se articularon a los proyectos de lucha armada surgidos en los años sesenta y, específicamente al ELN, es necesario revisar algunas dinámicas históricas que fueron relevantes a lo largo de la vida republicana del país y que dejaron huellas indelebles. Véase.

IDENTIDADES PARTIDARIAS Y EL SENTIDO DE "HACER JUSTICIA"

La historia política de Colombia está demarcada por la larga duración del bipartidismo, que se prolongó desde el inicio del periodo republicano hasta finales del siglo XX. Además de convertirse en eje de la vida social y política, este modelo político tendió a totalizarse y perpetuarse en el régimen bajo una estructura dicotómica, de profunda oposición y rivalidad entre las partes.

En efecto, ese antagonismo se arraigó poderosamente en las distintas esferas sociales, a pesar de no tener visiones políticas substancialmente diferentes, fuera del tema de la religión, en el que los conservadores se inclinaron por la defensa de la tradición católica y los liberales asumieron posiciones más libertarias en pro de la secularización. Lo cierto es que alrededor de esas dos colectividades partidistas se constituyeron importantes procesos de identificación social que van más allá de lo estrictamente político y/o ideológico y "se volvía un sentimiento fuerte, casi religioso, de ser parte de una de esas agrupaciones" (Leal, 1984).

¿Qué significa ese "fuerte sentimiento, casi religioso" presente en la identificación con tales colectividades políticas? ¿Qué está en juego en esa relación? ¿Por qué se construyeron esos sentidos de identidad sin existir visiones del mundo verdaderamente contrarias?

En mi criterio, este fenómeno se relaciona con el hecho de que en el proceso de configuración de tales identidades partidarias se unieron dos matrices de valores de distinta naturaleza. De un lado, los valores pre-modernos, en los que predomina el sentido de lealtad, el valor de la palabra, la honra, la venganza y los lazos de parentesco; de otro, los valores propios de la sociedad moderna: la democracia, el ejercicio de la ciudadanía, la participación política, entre otros. Esta es la razón por la cual en Colombia, durante un largo periodo histórico, la afiliación a un partido político no era un asunto de mera preferencia ideológica, sino algo que se transmitía por herencia: las personas "nacían" liberales o conservadoras, y esa era una marca de distinción para toda la vida.

Entonces, si se analiza el trasfondo de esas construcciones identitarias, se evidencia que están fundamentadas en la oposición esencialista contra el otro, en este caso, el del partido político contrario. El otro era visto, por principio, como el enemigo, el culpable y/o responsable por los problemas sociales y políticos que aquejaban al país. No había puntos intermedios; la construcción del universo social se daba en términos de una dualidad social antagónica, que llevaba a posturas radicales, de exclusión e intolerancia, y que incentivaban el uso recurrente de la violencia como método privilegiado de ejercicio del poder.

Un elemento decisivo para la permanencia y fortalecimiento de esa dinámica política, fue la adopción del esquema bipartidista dentro de la estructura estatal. El control social quedó completamente a merced del partido político que estaba en el poder, prevaleciendo un estilo de gobierno parcial y de exclusiones. En realidad, se careció, stricto sensu, de una democracia mediadora, pues el partido que estaba en el gobierno hacía uso de los recursos y de la fuerza estatal para imponerse. El Estado entraba, así, en el circuito de la violencia, como una fuerza represiva en beneficio del partido que ostentaba el poder.

Eso ocasionó que la regulación de la justicia entrara en otra lógica, fuera de los cánones establecidos por la modernidad y por la democracia, sin autoridades imparciales ni la mediación del Estado, porque éste hacía parte activa del conflicto. La justicia quedó, así, en manos de la misma población, haciendo uso de mecanismos de normativización que podrían ser pensados como una modalidad, o por lo menos con trazos bastante próximos, del antiguo derecho germánico, en el cual, como señala Foucault "los litigios pasaban a ser regulados por los individuos", y las acciones penales "siempre eran una especie de duelo, de oposición entre individuos, entre familias o grupos" (Foucault, 1974: 43).

En ese caso, la oposición se presentaba entre grupos partidistas, siendo que el Estado tomaba clara posición a favor de uno de ellos según las fuerzas de poder. Otra característica de esa práctica justiciera era el hecho que las sentencias judiciales obraban como continuación de la lucha entre los individuos. Era una especie de guerra particular, en donde el procedimiento penal se convertía en "apenas la ritualización de esa lucha entre los individuos" (Foucault, 1974: 43). Eso significa, siguiendo a Foucault, que el ejercicio de esa justicia era una manera normalizada de hacer la guerra, o mejor, de continuar la guerra bajo ciertos parámetros reconocidos, donde la venganza se volvía un acto judicial legitimado por los sujetos implicados.

La resolución de los conflictos también obedecía a esa misma lógica, o sea, al ejercicio de un acto de fuerza, a la imposición del más fuerte sobre el más débil. Nótese que no se trataba de demostrar la inocencia o la culpabilidad a través de la razón, sino de someter al contrario, de "hacer justicia" por medio de la venganza, como algo válido e, inclusive, necesario en este tipo de orden social. A mi juicio, esa fue una vía a través de la cual la violencia se "naturalizó" como recurso sintomático y recurrente en la práctica efectiva de la justicia.

FORMACIÓN DE UNA TRADICIÓN GUERRERA

Colombia é un país que ha vivido en "estado de guerra", es decir "situaciones en las que prevalece la voluntad manifiesta e indeclinable de no someterse a la autoridad instituida y de no aceptar un poder distinto al propio, manteniendo la posibilidad de combatir al enemigo con las armas en la mano si fuese necesario" (Uribe, 2001: 11). Y ha vivido en "estado de guerra" como una constante histórica, con periodos de acentuada confrontación seguidos de otros de baja intensidad bélica, pero siempre con el predominio del uso de la violencia como forma privilegiada de resolución de los conflictos, y, conforme ya dicho, de "hacer justicia".

El objetivo de visualizar esa faceta de la historia colombiana no es engrandecer el sentido de la guerra, sino comprender el papel que ésta cumplió y aún cumple en el contexto colombiano: el hecho de reconocer que en este país existe una tradición guerrera que ha marcado el curso de la política, de las relaciones económicas y de su vida social y cultural. Y que, en este sentido, ha generado transcendentales implicaciones en la propia caracterización de esta sociedad, así como es resaltado por varios autores cuando afirman que la presencia histórica de la guerra tiene vínculos determinantes con la construcción de la nacionalidad colombiana y con el sentido de afiliación a ésta (Sánchez, 2006: 33; Uribe, 2001: 10).

Para comprender esta perspectiva histórica es necesario ampliar el concepto de guerra, tradicionalmente entendida en las estrechas márgenes de la acción bélica - armas, combates, violencia - y aproximarnos al universo social que ésta engloba. Para eso, se requiere dimensionar, en primer lugar, la participación de la población civil. Las guerras en Colombia tuvieron y tienen un carácter eminentemente civil. Esto significa que incluye personas comunes, de distintas procedencias, clases sociales, sexo, edades e intereses.

Otra singularidad es su carácter holístico, de abarcar diversos ámbitos sociales. Aunque tradicionalmente los conflictos colombianos hayan sido enmarcados como producto de las diferencias políticas y la lucha bipartidista, estudios recientes han mostrado distintas motivaciones de la guerra, no siempre explícitas. Las guerras han sido un medio importante a través del cual un buen número de colombianos han buscado dirimir sus conflictos de distinto orden (político, económico, social, religioso, personal etc.).

También cabe mencionar el significado de las guerras en el campo de la participación social y política. Pues, dado el carácter cerrado y excluyente del sistema político colombiano, y el uso relativamente frecuente de formas represivas contra los movimientos sociales, las confrontaciones bélicas tendieron a convertirse en espacios de "participación social y política y que tuvieran su expresión, entre otros, en la formación de guerrillas y en el ejército, ambos vistos como normales, estructurales y estructurantes de la vida colectiva y cultural del país" (Ortiz, 2004: 187).

A lo largo del proceso histórico colombiano se legitimó, de esta manera, una tradición guerrera como medio privilegiado de resolución de los conflictos y, al mismo tiempo, como modo de participación política y social. Sin embargo, aún sigue sin esclarecerse la cuestión que motiva el presente análisis: ¿Cómo ha sido la participación de los sectores "populares" en esa historia de guerras de Colombia, y más precisamente, cómo en ese contexto se constituyó una tradición de resistencia y de lucha "popular"?

De acuerdo con los registros historiográficos, el espacio donde los sectores "populares" comienzan a construir una tradición de lucha diferenciada es en la guerrilla. La configuración de la "guerrilla moderna" tiene su origen en España, como respuesta de los sectores "populares" a la invasión Napoleónica (1804 – 1814). Ante el debilitamiento de las fuerzas regulares españolas, el "pueblo" decidió asumir la resistencia armada, llevando adelante un tipo de lucha autónoma, patriótica, popular y regional, de carácter irregular, pero con grande eficacia en sus acciones de sorpresa (Perez, 1992). Desde ese entonces, las guerrillas fueron formadas, predominantemente, por personas comunes, que, en general, procedían de las zonas de confrontación, con excelente conocimiento del territorio y con el respaldo de las comunidades locales. Aspectos que, pese las distintas singularidades, se mantienen hasta hoy.

Esa modalidad de lucha se popularizó en España y se divulgó más allá de sus fronteras, desempeñando un significativo papel en las guerras de independencia americanas, y afirmándose en muchos países - Perú, Chile, Venezuela, Colombia e México - como tradición de larga duración (Ortiz, 2004: 50). Las guerrillas "siempre han jugado un importante papel" (Jaramillo, 1991: 92) en la historia colombiana. Durante las Guerras Civiles del siglo XIX, las guerrillas fueron recurrentes, usadas bajo distintas motivaciones por el partido liberal y por el conservador durante el transcurso de sus inúmeras contiendas bélicas (Ortiz, 2004: 52). Esa modalidad de lucha volvió a florecer en el período de la Violencia (1946-1966) con las guerrillas partidistas, liberales y comunistas, que se organizaron como grupos de autodefensa ante la dura represión promovida por los organismos estatales en favor del partido Conservador.

En ese orden de ideas, Ortiz sugiere la existencia de una continuidad histórica en la tradición guerrillera en Colombia, que se extendería, de manera indirecta, desde las guerras de la independencia, ganando fuerza en las Guerras Civiles (en particular la de 1876 y la de los Mil Días, en las que predominaron modalidades de guerra propias de guerrillas), hasta su auge en la época de la Violencia, cuando se constituye en el escenario y en el marco de referencia más inmediata de las guerrillas contemporáneas (Ortiz, 2004: 49). De manera similar, Eduardo Pizarro afirma que un factor relevante en el origen de las guerrillas revolucionarias en el país es la existencia de experiencias guerrilleras previas:

    La evidencia histórica sugiere que los experimentos guerrilleros emprendidos en los años setenta florecieron justamente en las mismas áreas rurales y entre la misma población que acababa de experimentar el fenómeno conocido como la 'Violencia'. Esta evidencia no puede ser ignorada o calificada como mera coincidencia" (Pizarro, 1996: 111).

Esta es justamente la hipótesis de esta reflexión: la existencia de una larga historia de lucha guerrillera y el papel que ésta cumple como elemento forjador de una tradición de resistencia y lucha en los sectores "populares". A ese respecto, podría retomarse varios factores claves: en primer lugar, el hecho que la composición social de las guerrillas sea fundamentalmente por personas comunes, del "pueblo". Eso crea, en principio, un sentido de identidad con esa modalidad de lucha, lo cual se muestra bastante evidente en el caso colombiano. Inclusive, durante las Guerras Civiles, desarrolladas en el marco de las disputas de las clases dominantes, las guerrillas fueran "constituidas principalmente por iletrados del campo, campesinos sin tierra, pequeños propietarios y colonos, trabajadores independientes, negros de los litorales e indígenas" (Jaramillo, 1991: 117). Ese trazo se intensifica aún más en las guerrillas de la época de la Violencia, pues, aunque la composición social sea la misma, se produce un importante salto cualitativo en relación a las guerras civiles: el paso de la conducción militar e ideológica de la guerra a manos del "pueblo", y particularmente de los campesinos (Sánchez, 1985: 222).

Esta participación activa de los sectores "populares" en las guerrillas fue creando, de manera informal, una "escuela de aprendizaje" que va más allá de los aspectos estrictamente bélicos y se relaciona con la formación política de la población de la región, una vez que, a través de esas formas de confrontación, los sectores populares comienzan a tener consciencia de su condición social, a adquirir visibilidad política y a participar efectivamente en la esfera pública. Pues, en esa condición de "beligerantes" tienen acceso a diferentes instancias sociales y políticas, como el Estado, el ejército, la Iglesia, los partidos políticos, etc., que anteriormente les eran vedados. Como ilustración, veamos el siguiente relato de Eduardo Fonseca, guerrillero liberal de la época de la Violencia:

    Nosotros no teníamos a quien reclamarle, a duras penas a los jefes del partido, pero ellos se declaraban impotentes (...). Si por profesar unos principios claramente amparados por la ley se perseguía a nuestras familias, ¿por qué no rebelarnos antes de que fuera demasiado tarde para nosotros mismos? Esa fue la resolución que tomamos al marchar a los Llanos para organizar a nuestros copartidarios que querían luchar por la libertad y la justicia (Fonseca, 1987: 41).

En este discurso se evidencia el nivel de consciencia expresado por el campesino frente a su situación social y, sobre todo, la voluntad de asumir su propio destino, de entender que el futuro dependía de su acción. Así, en el acto de empuñar las armas para defenderse, construyen su sentido de autonomía e independencia como sujetos sociales. Un sentido que, además del objetivo primario de defender la integridad de su colectividad, también los conduce al terreno de la misma legitimidad del sistema social, es decir, a pensar en términos de lo que significa la justicia, la equidad, la libertad. Ideales que se fueron ligando a la acción bélica, como única alternativa que les quedó en ese estado de conflicto, y que originó una asociación simbólica entre guerra/guerrero y los valores de justicia social. A través de la guerra visualizaron, así, la posibilidad de restituir la justicia. Una justicia, como fue visto, hecha por sus propias manos.

Como recuerda Ortiz (2004), ese sentido de autonomía estuvo acompañado de un aprendizaje más amplio sobre el mundo social, de modo que las guerrillas tuvieron un tipo de funcionamiento al estilo de "formaciones culturales". Además de ampliar el espectro de relaciones con distintas instancias sociales y políticas, anteriormente restrictas a un manejo tutelar hecho por terceros (sus representantes políticos), también ensanchan su movilidad espacial, entrando en contacto con distintos territorios y poblaciones con los que establecen nuevas formas de comunicación e intercambio. O sea, su mundo local, rural y estacionario, se expande en nuevas dimensiones.

Como resultado de estos factores y, principalmente, en su proyección como sujetos autónomos con un universo social más amplio, se dimensiona el sentido de la diferencia, del reconocimiento de sí mismos y del otro, y en esa medida, su actitud en defensa de sus derechos como un acto "legítimo", así como la posibilidad de confrontar al otro que lo subyuga y de aprender, en la práctica, que también es vulnerable. Así, la participación de los sectores "populares" en las guerrillas representó la posibilidad de abrir un horizonte político y social y de construir una fuerte simbología en torno del valor de la resistencia y de la lucha "popular".

El periodo en que se puede rastrear con mayor claridad la transmisión de esa tradición beligerante es el de la Violencia. Ese es el contexto social y político que dio origen a las actuales formas de lucha. Esta es también la memoria que se reconoce como legado histórico y, sobre todo, vivencial de las generaciones anteriores. Los fundadores de las nuevas guerrillas revolucionarias son, en su gran mayoría, protagonistas directos de esas luchas o hijos de esa generación:

    Durante esos cuatro años nacieron millares de niños, arrullados por el fuego de los combatientes (...) esos niños concebidos por guerreros, frutos de la semilla de la rebelión, descendientes de héroes que mañana cuando sean hombres recordarán las hazañas de sus padres dispuestos a seguir la lucha si así lo exigen, pues la revolución está en el corazón de los oprimidos y ellos nacerán predestinados para hacerla (Fonseca, 1987: 61).

Ese relato hace referencia a la lucha guerrillera de los años 1949-1953, surgida en el seno de las comunidades campesinas, de filiación liberal, como medida de defensa frente a la represión desencadenada por los agentes del Estado. Aunque refleja el sentido de continuidad de esa tradición de lucha que estoy queriendo demostrar, ese elemento es aún más notorio en el caso de las guerrillas influenciadas por el Partido Comunista (en el sur del departamento del Tolima). Éstas contaban con una importante tradición organizativa contra los hacendados debido al problema de la propiedad de la tierra y de la explotación laboral en el campo. Esa experiencia acumulada les sirvió para reagruparse y desarrollar una eficaz respuesta de resistencia armada (Medina, 1991: 327).

La trayectoria de esos dos tipos de guerrillas es distinta. Mientras la resistencia campesina del sur del Tolima se orientaba por ideas revolucionarias que defendían transformaciones sociales, los guerrilleros liberales se centraban en la contienda bipartidista. De modo que, después del golpe militar del general Rojas Pinilla en 1953, cuando todos los grupos guerrilleros entraron en una etapa de negociación y entrega de armas, a diferencia de la mayoría de los guerrilleros liberales que se reintegraron a sus antiguas actividades o se organizaron en grupos de bandoleros, un núcleo de las guerrillas comunistas se estableció en la región de Marquetalia, preservando las bases organizativas del movimiento agrario y dando origen a la actual guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC) (Medina, 1991: 338-342).

El caso del ELN, como fue dicho, es diferente. Ellos no son herederos directos de un movimiento de resistencia campesina. Sin embargo, el proceso de formación del núcleo armado se convirtió en un espacio de interacción en el que se actualizó la tradición de lucha y resistencia campesina preexistente en los habitantes de la región del Magdalena Medio Santandereano donde se inserta esta propuesta. De este modo, podría decirse que el ELN no sólo se une, sino que se configura y nace como grupo a partir de ese entroncamiento.

Uno de los eventos que marca profundamente la memoria de los pobladores de esta zona es la presencia de la guerrilla liberal de Rafael Rangel durante la época de la Violencia. La guerrilla surgió como consecuencia de la violencia política desencadenada por el asesinato del líder Jorge Eliécer Gaitán. Ese episodio provocó el levantamiento del "pueblo liberal" en diversos lugares del territorio nacional, siendo que en la región de Santander se vivió una verdadera insurrección "popular", que culminó con la toma del poder por parte de los revoltosos durante varios días en municipios como San Vicente de Chucuri y Barrancabermeja. En esta experiencia de poder "popular", Rafael Rangel ejercerá un papel fundamental en el liderazgo del movimiento. No obstante, cuando el gobierno (conservador) y la fuerza pública retoman el control de esos lugares, Rangel será amenazado y perseguido, situación que, conforme a Vargas, lo "forzó a tomar el camino de la guerrilla" (Vargas, 1992: 109). Así, en el año de 1949 nace la llamada "guerrilla liberal de Rangel" compuesta en su gran mayoría por campesinos y contando con el apoyo de distintos sectores sociales "populares" del Partido Liberal. El carácter de esta guerrilla fue básicamente defensivo, de resistencia y de autodefensa frente a la represalia estatal y a la violencia partidista que se extendió por los campos y ciudades, llevando al engrosamiento de las filas guerrilleras (Vargas, 1992: 120-21).

Esta guerrilla operó hasta el año de 1953, cuando entran en negociación con el gobierno militar que ofreció amnistía a todos los grupos alzados en armas. Pero, esa entrega no fue total, pues, de un lado, surgieron grupos de bandoleros y, de otro, se mantuvieron algunos grupos que a pesar de no tener una clara posición política de confrontación con el gobierno, desconfiaban de las medidas pacificadoras (Vargas, 1992: 142). Entre los remanentes de la guerrilla de Rangel, cabe resaltar el núcleo guerrillero liderado por José Ayala en la zona de San Vicente de Chucuri, que posteriormente se integrará al ELN, y que, según Vargas, "buscaba sin mucha claridad (...), a pesar de que con cierta influencia del Partido Comunista (...), emprender un nuevo tipo de lucha guerrillera que superase el problema liberal-conservador" (Vargas, 1992: 188).

Sobre estos importantes referentes de lucha se inscribirá el proyecto revolucionario del ELN. Eran referentes vivos en la memoria de estas personas, no sólo como hechos célebres del pasado, sino como movilizadores de su acción social. La lucha guerrillera era vista como una forma de defensa legítima y, en cierta forma, una "esperanza" de cambio social y político. Rafael Rangel, como su líder máximo, y en general los guerrilleros esa época, fueron erigidos como símbolos de lucha, como "héroes populares" que alimentaban un sentido de identidad y de "utopía social".

En efecto, esa era una tradición presente en su mundo afectivo, en su simbología, en su praxis social y, como tal, permeaba espacios de vital importancia como los de la socialización de las nuevas generaciones. Los jóvenes de la región de tradición liberal y comunista, crecieron en torno al imaginario de esos "héroes" que se sublevaron contra el régimen, visto como injusto y represivo. Ese imaginario se recreaba en las historias de lucha de los personajes de la región y de las historias de sus propios padres:

    Los viejos le hablaban a uno de lo que les tocó vivir, de las marchas que hicieron, y las peleas que formaron, del tiempo en que resistieron, de las famosas comunas de poder popular en Barrancabermeja; incluso, aún se conservan muchas historias leyendas de personajes que hicieron parte del acervo revolucionario de ese tiempo (Gabino, Medina, 1996: 33).

También es necesario tener presente que esas tradiciones orales son mucho más que una serie de testimonios del pasado; son, sobre todo, maneras de entender e interpretar los hechos vividos, y, en especial, de recrear aquellos que dejaron huellas memorables en la vida de sus protagonistas. Por eso, como subraya Marc Auge (1998), lo que se olvida o recuerda no son los hechos en sí, tal como ocurrieron, sino la "impresión" - también sujeta a múltiples transformaciones - que dejaron en la memoria. En este caso, la memoria que se recrea está fuertemente relacionada con el imaginario del guerrero, que se enaltece en el plano heroico y mítico. De ahí la fuerza de la identidad de tales referentes, y, especialmente, como valor ejemplar para sus vidas. Alrededor de la figura del guerrero-héroe, se crean pautas y principios de ser, de comportarse, de actuar, que se traducen en valores como los de la lealtad, el compromiso, el sentido de justicia y libertad, así como la capacidad de entrega y sacrificio por los demás, tal como lo hace el guerrero-héroe.

Esta socialización de valores y principios, en medio de vivencias que refuerzan ese imaginario, es lo que perfila una disposición hacia la lucha, una disposición tan incorporada que inclusive es vista como un "asunto de sangre o de corazón" (Fonseca, 1987). Todos esos elementos permiten pensar, de acuerdo con Alejo Vargas (1992), en "una verdadera continuidad" de las guerrillas liberales con la guerrilla revolucionaria del ELN. Una continuidad que podría ser analizada en varios sentidos: como proceso histórico que se erige sobre un importante acumulado de lucha y organización "popular" y como reactivación simbólica, que actualiza idearios de lucha y de liberación "popular" en el ámbito de una nueva propuesta.

APRENDIZAJE POLÍTICO EN LAS MÁRGENES DEL LIBERALISMO

Siguiendo las huellas de las formas de resistencia social que surgieron en el contexto colombiano, cabe anotar que en medio del modelo político bipartidista, aparentemente cerrado y hegemónico, también aparecieron alternativas políticas y sociales que se salían de ese esquema "totalizante". Esas alternativas estuvieron estrechamente relacionadas con el Partido Liberal, que permitió la apertura a los llamados sectores "populares" y/o progresistas como parte de una estrategia política, usada por muchos de sus dirigentes, que consistió en proyectarse públicamente como abiertos y democráticos, además de representantes legítimos del "pueblo". Esto, de hecho, llevó a que muchos sectores de origen "popular" se identificaran con las banderas del liberalismo durante un largo periodo de la historia colombiana.

Aquí se abrió una brecha. En la abertura del liberalismo como espacio amplio y democrático para los diferentes sectores sociales, y en especial para los "subalternos", surgieron corrientes progresistas que albergaron interesantes experiencias de participación política "popular", cuya dinámica se salió del esquema político tradicional, propiciando el desarrollo de nuevas posibilidades. Entre ellas, se destaca el llamado liberalismo radical, encabezado por sectores de artesanos que se organizaron en torno de un pensamiento libertario a mediados del siglo XIX y que consolidaron: "unos patrones propios de conducta individual y colectiva, enraizados en una interpretación mestiza de la historia y de su clase, y desarrollaron mecanismos de resistencia frente a las formas clericales y conservadoras dominantes" (Vega, 2002: 80).

Esas formas de protesta estuvieron fundamentadas en ideas libertarias y anticlericales que reivindicaban un modelo de sociedad "democrática" y con pleno ejercicio de los derechos civiles. Este es un significativo referencial de identidad de los llamados sectores sociales progresistas, que tendrá influencia en las futuras expresiones políticas alternativas y, especialmente, en el socialismo que surge en Colombia a comienzos del siglo XX, y que irá a compartir "(...) buena parte de esa trayectoria cultural y simbólica de los artesanos, porque asimiló parte de ese tejido histórico de tradiciones y costumbres que identificaban a ciertos sectores de las clases subalternas" (Vega, 2002: 80).

Esta es la razón por la cual el socialismo tendrá mayor presencia e incidencia en aquellas regiones donde hubo mayor influencia de los colectivos de artesanos radicales, o sea, en los departamentos de Santander, Tolima y Valle. Acá se encuentra un importante hilo histórico relacionado al proceso de implantación del ELN, ya que una de las regiones con mayor presencia liberal y también cuna de los movimientos más "radicales" fue justamente Santander, territorio que escogieron como epicentro para desarrollar su proyecto de lucha revolucionaria.

Sin duda, el socialismo introdujo nuevos elementos a la práctica política colombiana. Además de integrar parte de la tradición liberal radical, también incorporó una nueva concepción sobre las contradicciones sociales y diferentes nociones de carácter "revolucionario", oriundas de las diversas tendencias socialistas del contexto internacional - anarquismo, marxismo, comunismo etc. Así, por primera vez, se consideró la posibilidad de trascender el capitalismo y se proclamó una sociedad "igualitaria" y "democrática", basada en la concepción que tenían en ese entonces del socialismo.

Otro factor importante a considerar son los ideales revolucionarios que influyeron en la formación del pensamiento socialista en Colombia. Básicamente, fueron dos. De un lado, los principios universales y democráticos provenientes de la Revolución Francesa (1789), que en el movimiento "popular" tuvieron una resonancia más prolongada que lo que comúnmente se reconoce. Los socialistas de inicios del siglo XX continuaban defendiendo los principios consagrados por esa revolución: la igualdad, la libertad y la fraternidad, dándole apenas una interpretación más amplia que la formulada en la visión formal de la democracia. Así, a cada uno de esos conceptos le agregaban la perspectiva de la soberanía "popular", y más precisamente del "pueblo", entendido como sinónimo de explotado y oprimido (Vega, 2002).

De otro lado, está el ideario de la Revolución Rusa (1917) que produjo un significativo impacto en las organizaciones socialistas de Colombia. El universo simbólico y conceptual del socialismo se amplió de manera considerable, incorporando nuevos rituales (la Internacional, la conmemoración del 1º de mayo), nuevas consignas ("Proletarios del mundo entero, uníos", "Muerte al capitalismo", "Muerte al imperialismo" etc.), nuevos iconos (la hoz y el martillo) y nociones que tenían una tendencia claramente marxista-leninista (lucha de clases, proletariado, imperialismo). El conjunto de esos elementos ayudó a instaurar una "nueva tradición revolucionaria (...) que entró a formar parte del imaginario socialista, para influir desde allí a importantes sectores de las clases subalternas" (Vega, 2002: 168).

Sin embargo, las iniciativas socialistas en las primeras décadas del siglo XX no pasaron de intencionalidades que no lograron, de hecho, desarrollar ningún proyecto "revolucionario" en la perspectiva política da transformación práctica de la sociedad colombiana (Vega, 2002). Eso no disminuye su valiosa contribución, especialmente la relacionada con el trabajo organizativo desarrollado por el Partido Socialista Revolucionario (PSR), que, a pesar de su corta vida (1926-1930), dejó un imborrable rastro en el imaginario colectivo. Aún hoy en día continúan siendo punto de referencia en las luchas de los sectores subalternos, que recrean varios de sus iconos, como el de la beligerancia y la movilización social, o a la memoria de sus principales líderes, como María Cano, llamada la "flor del trabajo", José Ignacio Torres y Raúl Mahecha, que se volvieron figuras emblemáticas.

Pero, si se quisiera hacer una síntesis del legado de esas experiencias socialistas en lo que se refiere a la consolidación de la tradición de lucha, se tendría que mencionar dos aspectos claves: el proceso organizativo de los obreros (concientización, organización, creación de sindicatos, huelgas) en los principales puertos del río Magdalena y centros de explotación imperialista y la preparación de un levantamiento armado: la insurrección de los "Bolcheviques" en el año 1929, cuyo objetivo era la toma del poder a la manera de la Revolución Rusa. Aunque a última hora decidieron no adelantar tal plan, la contra-orden no alcanzó a llegar a todos sus seguidores y en las poblaciones del Líbano, Barrancabermeja, San Vicente de Chucuri y Puerto Wilches la insurrección se llevó a cabo según lo previsto. Dichos levantamientos locales fueron controlados por el gobierno de turno (conservador). No obstante, estas acciones pasaron al imaginario colectivo como eventos heroicos del "pueblo" que simbólicamente representa el desafío al poder dominante.

Ese es otro importante eje histórico que se relaciona con el proceso del ELN, pues engloba uno de los centros obreros más estratégicos de la época: los petroleros de Barrancabermeja, ubicados en el área de surgimiento del ELN. Este sector será un bastión de apoyo esencial en los orígenes y durante buena parte del trayecto histórico de la organización; siendo que gran parte de su fuerza política y beligerante es resultado del legado organizativo que desde la época del PSR se venía desarrollando. La insurrección de los "Bolcheviques" también tuvo impacto en la zona en que el ELN se estableció, especialmente, en San Vicente de Chucuri, patria chica de esa agrupación, que fue uno de los epicentros de ese levantamiento. Este fue un lugar de importante influencia del liberalismo radical desde mediados del siglo XIX, origen de muchos liberales ex-combatientes de las guerras civiles y, dada a su proximidad geográfica y comercial con el puerto petrolero de Barranca, también fue un sitio de especial influencia del PSR.

En este marco histórico no se puede dejar de mencionar al movimento político conocido como el "gaitanismo", en homenaje a su inspirador y líder máximo Jorge Eliécer Gaitán, quien logró ganar no sólo la acojida, sino el apoyo masivo e incondicional del "pueblo" colombiano, en especial, los de tradición liberal y algunos simpatizantes de las tendencias socialistas. Este movimiento surge en los años 1930, en el seno del partido liberal y se convierte en una de las más amplias expresiones populistas de Colombia, llegando, inclusive, a generar una de las mayores revueltas "populares" de la historia del país, ocasionando la tomade las grandes y pequeñas ciudades por la turba embravecida y la eclosión de la violencia en el campo, a raíz del asesinato de ese carismático líder el 9 de abril de 1948.

Aún cuando ese movimento siguió el modelo convencional del caudillismo – caracterizado por la centralidad del líder máximo, el endiosamiento de su persona, la acentuada pasividad de sus seguidores, manipulables a la voluntad del caudillo –, es importante señalar que también aportó elementos significativos al proceso de lucha y resistencia "popular". La dimensión de ese impacto podría resumirse en una frase bastante común entre los gaitanistas: "por fin nosotros, los pobres, tenemos rostro", expresando, de esta manera, el hecho que a través de ese movimiento político los pobres ganaron un lugar visible en la esfera pública. Esta es, en mi criterio, la principal conquista del gaitanismo. Gaitán incorpora en sus múltiples facetas el valor del "pueblo" y su derivación política: el populismo, como fuerza simbólica y afectiva, como instancia social, como sujetos de poder, en fin, como eje del proyecto político. Sin embargo, detrás de esa investidura ideológica estaba presente el interés del caudillo por llegar al poder, también es cierto que, bajo las banderas del gaitanismo, se origina un interesante movimiento de organización "popular".

El "pueblo" ganó reconocimiento como sujeto político, no sólo en el discurso, sino en la misma práctica, pues el movimiento gaitanista organizó estructuras de participación "popular", de carácter horizontal, en las que se articulaban diferentes seguidores de los sectores "populares" para discutir, organizar y llevar a cabo distintas acciones del movimiento. En esa dinámica, se instituyeron los denominados "viernes culturales", que eran espacios de encuentro, de debate, de socialización, y donde eventualmente asistía el "jefe" Gaitán. Igualmente, se obtuvieron importantes niveles de conciencia y desveló las relaciones de dominación, de injusticia, de inequidad social, y, sobre todo, el énfasis en la identificación de las condiciones de poder, cambiando las nociones clásicas de la teoría marxista de "clases sociales" por conceptos más genéricos y de carácter nacionalista, como el de "país político", formado por los sectores oligárquicos tanto del partido liberal como del conservador, y el del "país nacional" entendido como el "pueblo" (también de los dos partidos) que carecía de poder de decisión (Otálora, 1989).

Así, por primera vez en la historia partidista de Colombia se cuestionaba la filiación política tradicional y se entraba en el terreno de las relaciones de poder, entre a oligarquía y el "pueblo", en un sentido que parecía ir más allá de las márgenes de los mismos partidos. En ese postulado se evidencia una contradicción entre la filiación partidista y las relaciones de poder, que el caudillo Gaitán intenta superar por medio de la idea que el liberalismo, por su tradición histórica, en defensa de los principios libertarios, se podía volver un instrumento político para transformar esas relaciones de dominación. Gaitán siempre jugó con esa disyuntiva: de permanecer bajo las banderas del liberalismo, pero como representante del "pueblo" en general.

Esa contradicción se ve reflejada en la misma trayectoria del movimiento, pues en 1933, en medio de las dificultades encontradas al interior del partido liberal, Gaitán decide formar otro partido, la Unión Nacional de la Izquierda Revolucionaria (UNIR), para conducir con más libertad las propuestas de reforma radical. Sin embargo, fracasa en esa tentativa, y en 1935 retorna a las filas del liberalismo. ¿Por qué retorna? ¿Por qué busca abrigo en el partido liberal nuevamente? Gaitán comprende que la tradición política colombiana desempeña un papel fundamental en las convicciones políticas del "pueblo", las cuales, más que obedecer a principios doctrinarios, son el resultado de la herencia atávica transmitida por generaciones:

    Nadie se sorprenderá entonces al constatar que cuando los hombres gritan un viva al partido conservador o liberal, no están proclamando una doctrina diferente, sino que están confirmando el hecho de que son un simple eco de pasadas ideologías que nos dejaron de herencia los viejos sentimientos (GAITÁN apud Otálora, 1989: 41).

Se observa que en el fondo, no se trataba de un problema ideológico, sino de elementos de orden afectivo y "cultural" que históricamente ligaron a los colombianos a determinadas colectividades políticas. Por eso, Gaitán regresa al liberalismo, porque entiende que esa es la manera más eficaz de obtener éxito político, penetrando en ese campo de sentimientos afectivos del "pueblo", donde pudiese ser escuchado sin ir en contra de su identidad. En síntesis, acaba ingresando a un lugar donde el "pueblo" era sensible, "tocando fibras que (ayudarían) a desatar la rebeldía popular" (Otálora, 1989: 42). Evidentemente, cuando asesinan a Gaitán se produce una revuelta "popular" sin precedentes que va a desembocar, como consecuencia de la dura represión estatal, en un proceso de resistencia armada campesina, que en algunas regiones adquiere enormes dimensiones. Esa rebeldía "popular" que el gaitanismo consiguió despertar entre sus seguidores irá a reforzar la tradición de lucha y de resistencia "popular". Los partidarios gaitanistas se concebían a sí mismos como "revolucionarios", y, en esa medida, se convirtieron en importantes bastiones de futuros movimientos sociales alternativos. Las esperanzas de una sociedad más justa, con espacio para los pobres, avivadas por el gaitanismo, serán las simientes que alimentarán los ideales de lucha social, política y también armada. Ellos serán los que crearán y apoyarán las guerrillas liberales, y muchos de los cuales también integrarán las guerrillas revolucionarias.

Otras raíces políticas interesantes de explorar en relación al surgimiento del ELN es la llamada "nueva izquierda", surgida a finales de los años 1950 y conformada por diversas organizaciones derivadas del Partido Comunista Colombiano (PCC) y/o por disidencias del ala izquierdista del liberalismo. Esos movimientos políticos fueron dirigidos, en su gran mayoría, por sectores intelectuales de las clases medias en expansión que estaban fuertemente influenciados por la corriente del "romanticismo revolucionario" que se extendió por Latinoamérica bajo la influencia de la Revolución Cubana de 1959 (Leal, 1991). También hubo incidencia de los vientos de renovación oriundos de la Revolución China y, en particular, las posiciones críticas asumidas en relación a la necesidad de una lucha frontal contra el imperialismo, que provocó la revisión de los métodos tradicionales usados por los partidos comunistas pro-soviéticos. El fervor revolucionario era cada vez más creciente y avivado por la idea que la revolución no era una utopía distante, que "era posible realizarla ahora y aquí" (Arenas, 1971: 9). Esta atmósfera política contribuyó a la radicalización de la izquierda colombiana y su reorganización en nuevas estructuras, que colocaron en cuestionamiento la plataforma de lucha del PCC (las propuestas reformistas y de participación electoral), y buscaron nuevas alternativas de lucha revolucionaria, que, en buena parte, constituirán, conforme Francisco Leal, los cimentos de las posteriores guerrillas radicales (Leal, 1991: 11).

Entre esos nuevos movimientos políticos alternativos, es de especial importancia para el presente análisis el Movimiento Revolucionario Liberal (MRL), surgido en 1958 como una disidencia del partido liberal que confrontó al liberalismo oficial y, en particular, el sistema de gobierno del Frente Nacional, que instauró la alternancia de la presidencia entre liberales y conservadores durante un lapso de 16 años (1958-1974). Aunque parezca una simple división de lucha por la dirección política, lo cierto es que en ese proceso de oposición, el MRL se alía con sectores de izquierda como el PCC y se posiciona ideológicamente, por lo menos inicialmente, como una tendencia de izquierda, de apoyo irrestricto a la Revolución Cubana. Sin embargo, esa inclinación es relativa porque a pesar de que se apele a la "revolución", símbolo que en la época tenía gran poder de convocatoria, al interior de este movimiento se presentaron importantes diferencias en torno de su significado, lo cual dio origen a la "línea blanda", cuyo alcance revolucionario era la sustitución de la "clase dirigente", y la "línea dura", cuyos integrantes buscaban la "organización revolucionaria de las masas para la captura del poder" (Child, 1989: 76).

En esa última tendencia se sitúan las Juventudes del MRL, que nacieron como un grupo de apoyo al MRL, pero, debido a la radicalización de sus posiciones revolucionarias, se convirtieron en una organización independiente, seguidora de los principios del marxismo-leninismo y del modelo de la Revolución Cubana. De ese proceso político provienen varios de los fundadores del ELN, tales como Fabio Vásquez, dirigente máximo del grupo por cerca de diez años, y su hermano Manuel Vásquez, que también hizo parte de la dirección. Además de tales figuras, este movimiento desempeñó un importante papel en el fortalecimiento de la organización, a través del trabajo inicial de agitación y difusión política, principalmente en el sector estudiantil y urbano, hasta su disolución en 1965 (Child, 1989; Arenas, 1971).

Como se puede apreciar, es clara la tendencia histórica del partido liberal de albergar importantes corrientes políticas alternativas que huyeron del control de las clases dirigentes y que se volvieron espacios de estímulo y desarrollo de la lucha "popular". De hecho, es posible establecer una línea de continuidad que se inicia a mediados del siglo XIX con las formas organizativas de los artesanos radicales que confrontaron fuertemente al régimen conservador, guarda nexos con el movimiento socialista de comienzos del siglo XX, vive su apogeo en los años 1930-40 dentro de las filas del movimiento populista liderado por Gaitán, hasta las citadas Juventudes del MRL en los años 60, que tuvieron claro vínculo con el surgimiento del ELN. Se puede constatar, así, la existencia de hilos que tejen una tradición política de resistencia y lucha "popular", que persiste en el tiempo y se identifica con las raíces partidistas del liberalismo. Este fue un escenario fundamental en la formación de una disposición de lucha en los sectores subalternos de Colombia.


CONCLUSIONES

Luego de las reflexiones realizadas sobre las raíces de las tradiciones de resistencia entre los sectores subalternos colombianos, podría afirmarse que hay por lo menos cuatro factores esenciales que nutren esa disposición de lucha: el fuerte sentido de identidad política, la estrecha relación establecida entre expresiones políticas y lucha armada, la utopía libertaria y la subjetividad creada en torno de lo "popular".

Con respecto al primer factor, es de resaltarse que ese fuerte sentido de identidad política se formó a través de las colectividades partidistas del liberalismo y el conservatismo. Allí se forjó una identidad que transcendió lo meramente político y constituyó un sentido de vida, abarcando el campo afectivo, los valores, las actitudes, el tejido social y familiar. Así se perfiló una disposición política de asumirse como sujeto social en razón de la afiliación a una determinada agrupación (política). Nótese que ese "asumirse" trae implícito un sentido íntimo, afectivo, que compromete a la persona con esa colectividad y con los principios que ésta defiende. Esa es una marca identitária esencial de la práctica política colombiana que servirá como base para la implantación del proyecto de lucha revolucionaria, porque en el proceso de conversión a otras propuestas organizativas lo que probablemente se hace es cambiar de rótulo, manteniéndose los lazos de identidad y de filiación, que, como se sabe, para la guerrilla es un principio fundamental para asegurar su existencia y continuidad. Pues, el guerrillero es, por principio, alguien que se identifica con la causa revolucionaria y se compromete totalmente con ella: moral, afectiva, ideológica, política y socialmente. En el siguiente testimonio de un viejo campesino, militante del ELN, se puede apreciar el sentido de compromiso creado con la organización guerrillera, que parece identificarse con la afiliación política tradicional:

    En 1994 el ELN se fue temporalmente de esta región. Estuvimos solos un buen tiempo (...) Las personas me decían: 'tenemos que pasarnos para las FARC, ¿qué vamos a hacer solos?', pero yo les respondía: '¿cómo se van a pasar para allá? El que se pasa de una organización para otra es como el que se quiere cambiar de política: si es liberal, se queda ahí, y si es conservador, lo mismo.

El segundo factor es, en buena parte, resultado del aspecto anteriormente analizado, pues ese sentido de identidad se erige en la confrontación con la diferencia, con el otro: el de la agrupación partidista contraria. Eso produce una dicotomía amigo-enemigo, en la que cada cual se afirma en el contraste y en la negación con el otro. Dicho antagonismo termina invadiendo el mundo social, constituyéndose en un discurso dominante que penetra las distintas instancias sociales y reproduce ese esquema dicotómico tendiente a la intolerancia. Así, en el campo político se instituye una práctica sectaria, de exclusiones y de duras represiones partidistas, que recurre, constantemente, a la violencia para imponerse sobre el otro. A pesar que esa haya sido una práctica compartida por ambos partidos, los gobernantes del partido conservador fueron particularmente extremistas en el uso de la violencia estatal como medio privilegiado para ejercer el control político. Esa situación llevó a que los sectores de oposición del partido liberal desarrollaran distintas formas de clandestinidad como medidas de protección y de acción, que, con el tiempo, se transformaron en actitudes conspiradoras. Actitudes que, en los momentos de recrudecimiento de la violencia, en las guerras civiles o en periodos de extrema represión, derivaron en formas de resistencia y defensa armada, e, inclusive, en iniciativas ofensivas e insurreccionales.

El uso de métodos violentos hizo parte de la práctica política colombiana, aún cuando para el caso de los sectores de oposición liberal, tuvo un significado diferenciado: una vía de defensa y también de lucha por los derechos. De ese modo, era relativamente fácil la apropiación de proyectos de carácter armado y revolucionario, porque existían fuertes lazos históricos que permitían establecer esa mediación. Una conexión que transciende los eventos históricos particulares y penetra los imaginarios de lucha "popular". Por ese camino se activa la dicotomía fundamental, ahora entre los revolucionarios y las clases dominantes, otrora liberales y conservadores.

El tercer factor se refiere a la utopía "libertaria" de defensa de los derechos sociales e individuales, inspirados en los ideales de la Revolución Francesa que, desde los inicios del liberalismo, fue el grande paradigma ideológico que identificó a esa colectividad política. A pesar que esos principios se convirtieron en rótulos que abrigaron distintos intereses y mentalidades, y que fueron manipulables por los sectores dominantes de ese partido, también sirvieron como medios de lucha de fuerte contenido simbólico para los movimientos políticos alternativos que surgieron dentro del liberalismo. En torno a ese gran ideal, la "libertad", se agruparon y se movilizaron importantes sectores sociales que protestaban y luchaban por mejores condiciones de vida. Por tanto, bajo la insignia de esa utopía libertaria se fueron incorporando, ampliando y reinterpretando distintas nociones asociadas a ella, tales como la justicia, la equidad, la igualdad etc., según las problemáticas sociales y políticas de cada momento histórico.

Efectivamente, aquí parece residir una importante clave de esta discusión: el profundo sentido de lucha contra la opresión - anti-libertad - que fue impregnando y constituyendo las bases ideológicas de una tradición de lucha y resistencia social. Ese hecho, por ejemplo, tiene una clara expresión en la mentalidad anticlerical de los liberales como respuesta radical frente a las parcialidades e injusticias de la Iglesia, y que los lleva a afrontar una institución con gran peso social, cultural y moral, pese a las implicaciones y dificultades que eso representaba. En ese sentido, considero que tal abertura de pensamiento (y también de acción) permite y/o facilita establecer los puentes simbólicos para asimilar los ideales libertarios y revolucionarios proporcionados por las revoluciones socialistas del siglo XX: la rusa, la china y la cubana. Hay, por así decir, una lógica discursiva e interpretativa que aproxima esas formas de ver y actuar en el mundo. De ahí que sea comprensible que las expresiones socialistas de principios del siglo XX se constituyeran en la imbricación de los ideales provenientes del liberalismo radical con los del socialismo marxista-leninista. De igual forma, lo hace Gaitán que "ideológica y teóricamente se nutre de los postulados del socialismo (en la medida) de que ellos buscan eliminar la miseria social" (Otálora, 1989: 30), o el MRL que "arranca con verdaderos presupuestos de izquierda que comprometen la estructura socio-política y económica del país" (Child, 1989: 74). En síntesis, el liberalismo, y especialmente sus movimientos alternativos, ayudaron a crear una mentalidad libertaria y abierta a las ideas revolucionarias, que se convirtieron un importante capital simbólico aprovechado por las organizaciones armadas revolucionarias.

Por último, está la subjetividad formada alrededor de lo "popular" y del "pueblo", históricamente alimentada por el liberalismo. Aunque este haya sido un valioso recurso político en las estrategias proselitistas y electorales, también se volvió una arma de doble filo que se salió de las manos del grupo político, una vez que la visibilidad política y la abertura de espacios de participación de los sectores "populares" les posibilitó ganar formación política y, sobre todo, construir una conciencia colectiva acerca de su condición social: pobres, explotados y excluidos. Evidentemente, aquí se origina una mirada crítica que transciende la filiación política, y que piensa la sociedad en términos de las relaciones de poder entre las llamadas clases oligárquicas y los sectores "populares". Esa subjetividad será un factor clave que ayudará a la receptividad del proyecto revolucionario, que se afianza justamente en esa perspectiva de lucha de clases y en la centralidad dada al sujeto subalterno: el "pueblo".

Por fin, sólo me resta reiterar que esta indagación a los factores socioculturales presentes en la historia política colombiana es una tentativa de ampliar el marco explicativo del conflicto en el país, mostrando otras voces y dimensiones de esa compleja realidad. Especialmente, recuperando el protagonismo de los sujetos subalternos que desde las márgenes de un sistema excluyente han construido formas de resistencia social que han terminado alimentando nuevas dinámicas de un conflicto no resuelto.


COMENTARIOS

1.Este artículo está basado en la tesis doctoral: "O sentido de ser guerrilheiro: Uma análise antropológica do Exército de Libertação Nacional da Colômbia", realizada por la autora, Universidad Federal de Santa Catarina, Brasil, 2008.

2.Película mexicana, estrenada en 2005, que trata, en palabras de su director: "sobre la realidad oculta de México... los que Luis Buñuel llamó Los Olvidados en 1950 (que) Para hacerse oír, esas voces olvidadas recurren incluso a las armas" (Francisco Vargas, Mundo Cine, 2007).

3.Para la noción de subalterno/subalternidad me fundamento en el enfoque de Raymond Williams (1989), que parte del reconocimiento de las desigualdades entre las clases sociales y de las relaciones de poder frente a las formas de dominación y subordinación, pero incluye dos nociones claves: el abordaje de las relaciones económicas e ideológicas como parte de un proceso total y la óptica del poder como proceso, continuamente resistido, limitado, desafiado. En algunas ocasiones también usaré otros términos derivados de la matriz de "pueblo" ("popular", "pobre"), frecuentes en la literatura y en los discursos nativos, pero, dada su polisemia siempre irán entre comillas y en un sentido semejante al de subalterno.

4.La noción de cultura en la que me baso sigue la perspectiva de la "práctica", que coloca el eje de análisis en la acción de los sujetos, la experiencia, la interacción, las relaciones de poder y los contextos de vida (ORTNER, 1984)


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