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Análisis Político

Print version ISSN 0121-4705

anal.polit. vol.24 no.71 Bogotá Jan./Apr. 2011

 

La pasión por la historia regional.

Zuluaga Gómez, Víctor. El Camino del Quindío y las Guerras Civiles: Cartago, Boquía, Salento, Ibagué. Pereira, Buda, 2010, 202 págs.

Miguel Borja

Profesor de la Escuela Superior de Administración Pública. Catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Colombia. Investigador del IEPRI. Autor de varios libros sobre la geohistoria nacional.


De nuevo, el maestro Víctor Zuluaga entrega a sus lectores una obra esencial para comprender las dinámicas de la guerra y la sociedad en la Colombia regional en la geografía del Antiguo Caldas. Espacio geohistórico cardinal para la construcción y consolidación de la nación colombiana: territorio donde se forjó la Colombia moderna a partir de los procesos de la colonización desarmada que habrían de dar lugar a la primera economía exitosa del país: la producción cafetera.

Zuluaga es profesor e investigador de la Universidad Tecnológica de Pereira y ha realizado publicaciones sobre la historia de los pueblos indígenas de Colombia, de la comunidad indígena Chamí, de los pueblos indígenas del área cafetera y del Chocó, de la Conquista en la región, de la historia de Pereira, de Marulanda, etc... Una serie de obras que han brindado a los lectores una mirada sobre el pasado y el presente regional y, en su conjunto, se consolidan como una diversidad de historias: la indígena, la del poblamiento, la de la génesis de las ciudades, la de la cotidianidad, la de la sociedad y la economía, en fin, una historia integral de este espacio.

Ampliamente conocido en los medios académicos y culturales, Zuluaga es un historiador cuyas investigaciones dan cuenta de las dinámicas históricas de la región y han articulado nuevas y diferentes miradas sobre los territorios de sus estudios, hasta incluso revisar los mitos comunes sobre la fundación de la ciudad de Pereira. Basado en fuentes documentales de primera mano, esto es, fuentes primarias, revisó las narrativas tradicionales sobre un supuesto acto de generosidad (la donación de terrenos por parte de un terrateniente), para demostrar cómo esa tesis no era sino un infundio, pues consistió, por el contrario, en una expropiación de tierras realizada por Guillermo Pereira Gamba, con el fin de valorizar un latifundio adyacente al área actual de la ciudad: “Los terrenos en donde se levantó la ciudad no eran terrenos baldíos ni pertenecían a la familia Pereira. Eran terrenos “realengos” cuyos propietarios eran cartagüeños como los Pereira, que en su momento hicieron la reclamación ante la Nación, por haber repartido tierras que eran propiedad privada”(1). De este modo, Zuluaga derrumba la historia oficial de la ciudad y lo realiza a partir de fuentes del archivo Municipal de Salento, el Histórico de Cartago y el Central del Cauca (Popayán); asimismo, se fundamenta en el archivo General de Indias (Sevilla (España)) y en el General de la Nación (Bogotá).

En su libro, el autor recrea la historia del camino del Quindío, trayecto entre Cartago e Ibagué. Su texto se centra en la parte occidental de la cordillera Central y su análisis cubre un lapso aproximado de cinco siglos. La historiografía de Zuluaga es, por ende, de tiempos estructurales, de tiempos geográficos, de acuerdo con las nociones de Fernand Braudel. Asimismo, es una historia tejida con los parámetros de la geohistoria, pues cruza en su hilo narrativo sociedad, espacio y tiempo. Este entrelazamiento le permite superar las visiones tradicionales de una historiografía heredera de las memorias de los viajeros del siglo XIX que recorrieron el área (Humboldt, Boussingault e Isaac Holton, entre los más destacados). La estrategia geohistórica le posibilita al autor transponer el tratamiento tradicional de los temas de la colonización antioqueña, usualmente una historia exegética que oblitera las tensiones y dificultades de dicho proceso, a excepción de los meritorios trabajos de Olga Cadena y Otto Morales Benítez.

El texto de Zuluaga muestra las tensiones entre los colonizadores y los dueños de latifundios, entre los propietarios coloniales de la tierra (desafortunadamente validados por la primera República) y, en la orilla de enfrente, los arrojados de todos los espacios, los sin tierra, los campesinos colonizadores llegados desde Antioquia, el Cauca, Boyacá y Cundinamarca, hacia el Viejo Caldas. Campesinos que valorizaron con su sudor una amalgama de latifundios mal demarcados, ámbito de la violencia y la guerra. La vida campesina en el área se trocó en una fuente de renta de la tierra, de valorización de baldíos, de ganancias fáciles para unas pocas familias con ínfulas cortesanas.

El camino del Quindío era central en la articulación del espacio nacional, de acuerdo con la visión de los dirigentes políticos de la Colonia y la República. Su consolidación fue un punto de la mayor consideración en los planes de quienes miraban más allá de sus intereses provinciales y buscaban consolidar la unidad en la Colonia y la unidad nacional durante la República. Sin embargo, a pesar de la importancia que se le otorgaba, hasta bien entrado el siglo XIX no fue más que una trocha habitualmente tapada por la naturaleza.

En su narrativa histórica, el autor muestra cómo durante el siglo XIX sólo se encontraban tres fundaciones en las áreas circundantes al camino del Quindío: San Sebastián de la Balsa, Valdecillas y Boquía (posteriormente Salento). Para la fundación de estas poblaciones se tuvo en cuenta los intereses del poder militar, pues los gobiernos generales querían a toda costa tener presencia y dominio sobre el camino. Con este propósito, se fundaron establecimientos penitenciarios y se encargó a los presos el mantenimiento del camino. Prueba de que durante el siglo XIX la organización territorial estaba determinada, entre otras cosas, por los intereses del poder militar y del poder nacional, que vislumbraron la trascendencia del camino del Quindío en las dinámicas sociales y económicas, y de la guerra.

Zuluaga muestra la trayectoria histórica del camino del Quindío, que de ser una ruta de indios, llegó a ser un camino nacional. La temática de los caminos de indios en Colombia es un capítulo casi inédito de la historiografía patria. Quizás por esto no se han encontrado indicios de caminos de la extensión y la complejidad de los caminos del Perú. El autor ahonda en la polémica actual de los historiadores, divididos en dos grupos frente a la existencia o no de caminos importantes en la geografía de los pueblos indios antes y durante la Colonia. Algunos consideran que sí existían, pues eran necesarios para los intercambios comerciales entre las diferentes tribus; otros, afirman que no superaban los límites de las antiguas provincias de los distintos pueblos indígenas. El autor indica que en el caso de San Agustín y en el de la Sierra Nevada de Santa Marta, se puede constatar la existencia de una red de caminos. Señala que en la región del Viejo Caldas y las zonas aledañas, existen relaciones de los cronistas españoles dando cuenta de la existencia de caminos. Así, las crónicas de Sardela y Sarmiento, hablan de la existencia de puentes y caminos que unían a las distintas provincias de los indígenas. Estos caminos no fueron descubiertos por los conquistadores; Robledo no pudo cruzar la Cordillera Central, pero es sabido que los pijaos constantemente la atravesaban. Se vislumbra la relevancia geoestratégica de los caminos indígenas en las guerras de resistencia, un campo de estudio novedoso. (15 y ss.)

Frente a las necesidades del centro del imperio colonial ubicado en Santafé de Bogotá de comunicarse con Cartago La Antigua (hoy Pereira) y Popayán, los españoles exploraron diversas posibilidades parta establecer un camino que permitiera superar las dificultades que implicaba el cruce de la Cordillera por el Páramo de Herveo, o los obstáculos del camino que comunicaba a Popayán con el Huila, el llamado camino de Guanacas. Este último, un camino llamado por los españoles Páramo Bellaco debido a que si los caminantes no se morían de frío, eran atacados por los indígenas.(20) En suma, la resistencia indígena tuvo como uno de sus baluartes, el conocimiento y el manejo de los entornos naturales.

En su afán por construir el camino, los españoles fundaron la ciudad de Ibagué en el año de 1550, poblamiento dirigido por Andrés López de Galarza. Francisco Trejo organizó una expedición y cruzó la cordillera Central hasta llegar a Cartago La Antigua. A partir de entonces, comerciantes españoles y funcionarios reales comenzaron a transitar entre las dos ciudades, a pesar de los ataques sin tregua de los pijaos. Un tal Pedro Sánchez salió de Cartago en el año de 1584 y, después de llegar al Quindío, encontró el camino utilizado por los pijaos, lo que le permitió invadir ese territorio y realizar una de las primeras masacres en la región: asesinatos, torturas y robos se sucedieron luego a granel.(21,22) Zuluaga narra cómo el camino del Quindío fue inicialmente un escenario de las guerras entre indígenas, posteriormente entre conquistadores e indígenas y entre colonizadores y terratenientes y, más tarde, un campo de Marte para los actores de las guerras civiles del siglo XIX.

El autor centra sus análisis en la relación entre la génesis del camino del Quindío y las dinámicas de las guerras civiles durante el siglo XIX: espacio y conflicto armado. Plantea una axial y novedosa hipótesis: durante el siglo XIX no hubo asentamientos de colonos de manera significativa a la vera del camino, debido a la presencia continua de tropas gubernamentales o rebeldes, hostiles a los colonos.(10) De hecho, el área estudiada formaba parte del espacio geohistórico de las guerras del siglo XIX: contiene la frontera geoestratégica del Estado del Cauca, la que se formó alrededor de la actual ciudad de Cartago con teatros bélicos cardinales como el sitio de Santa Bárbara, Piedra de Moler, Cerritos, y los territorios entre Manizales, Cartago y Pereira.

El camino del Quindío era la ruta privilegiada de los actores armados con asiento en los núcleos geopolíticos del Cauca y Antioquia y el centro del país. Para la época, el tramo entre Cartago y aldeas como Valdecilla se constituyó en un escenario bélico para los protagonistas de los conflictos armados. La construcción de la vía y la consolidación del dominio sobre ella y su vereda constituían un hecho geoestratégico de la mayor importancia: puerta de entrada a los principales escenarios de la guerra, ruta inevitable para la expansión territorial de los conflictos militares cuando se buscaba extender la llama de la guerra. Esto explica, en parte, que fuera declarado como camino nacional en el año de 1850, y que el Gobierno General de la Federación estimulara el poblamiento de su vereda con la donación de tierras baldías. Fue, por consiguiente, una ruta geoestratégica para los gobiernos generales y los federales de los Estados aledaños, una de cuyas metas era la consolidación y dominio del camino.

El autor entreteje las relaciones entre guerra y poblamiento para demostrar cómo la lucha armada determinó la orientación del poblamiento regional en los entornos del camino, configurado como una ruta de guerra, permanentemente impactada por los conflictos armados y contenedor de santuarios militares. El camino del Quindío fue la ruta central de quienes llevaban la guerra del oriente al occidente del país y viceversa. Por allí desfilaron las tropas liberales de Tomás Cipriano de Mosquera, José María Obando, Julián Trujillo y las conservadoras del Padre de la Patria y del general Casabianca. Igualmente, el libro, al par de los hechos bélicos, registra la vida cotidiana de las poblaciones, los intercambios comerciales, los problemas de la propiedad de la tierra, la construcción de los poblados y la implantación de las instituciones. También dirige su mirada sobre los efectos colaterales de los enfrentamientos militares, en especial sobre la economía, la cual termina siendo una economía de guerra, característica explicativa de por qué la vereda del camino del Quindío no tuvo en la época un desarrollo urbano. Igualmente, en desarrollo de su tesis principal, registra cómo las guerras civiles del siglo XIX fueron el principal obstáculo para que campesinos procedentes de Antioquia o de otros estados colonizaran la región entre Cartago e Ibagué, a orillas de los distintos ramales del camino. (54)

Zuluaga dilucida cómo en la región se forja una economía para la guerra, por una parte, y una política para la guerra, por la otra. Se conforma una serie de imaginarios derivados en dos subculturas enfrentadas no sólo en el terreno de las luchas por el poder, sino también en el de la guerra: se da una interrelación entre guerra y política que torna difícil distinguir si es la guerra una continuación de la política, o la política una continuación de la guerra. Allí liberales y conservadores se enfrentan en forma tal que el Derecho de Gentes es desconocido en nombre de la patria y la religión. Se reduce a prisión a los rivales contrarios debido a sus ideas políticas: “Ordeno a usted que proceda inmediatamente a reducir a prisión a cada individuo que esté caracterizado en esa aldea como conservador”, reza una orden emitida en Cartago el 5 de enero de 1864. (79)

La obra literaria de Zuluaga no se pierde en el laberinto de las relaciones monocausales, sino que estudia al unísono los diversos ámbitos de la vida social: las dinámicas de construcción de los estados aldeanos, de las instituciones culturales como las escuelas de primeras letras, la iglesia, la economía, los núcleos societales, las tensiones políticas, las luchas de clases entre terratenientes y campesinos, entre ilustrados y no ilustrados, etc. El libro proporciona una serie de censos sobre la propiedad urbana y rural, su extensión, valor para la época, procedencia, número de bestias y otros medios de producción. Estos datos permitirán la realización de ejercicios de macro y microeconomía aldeana del siglo XIX. El lector es informado sobre la formación económica y social de una región dominada por una economía agraria de subsistencia.

Esta obra enriquece el acervo histórico nacional con nuevas herramientas teóricas y desde un espacio específico: el regional. El autor enlaza con maestría la historia regional con la nacional, al establecer relaciones entre las guerras civiles y los caminos de la patria. Escrito con un estilo sobrio, es un texto agradable para el lector por la documentación precisa y colorida; con información de interés para el público en general, y especializada para los estudiosos de la temática.


COMENTARIOS

1. Zuluaga, Víctor. La nueva historia de Pereira: Fundación. Pereira, Litoformas, 2005, p. 16.

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