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Análisis Político

Print version ISSN 0121-4705

anal.polit. vol.24 no.72 Bogotá Aug. 2011

 

COLOMBIA: ¿UN PAÍS DÓNDE SE MUERE EN VANO?
Una interpretación antropológica de la vida y obra del humorista Jaime Garzón (1960-1999)

COLOMBIA: A COUNTRY WHERE PEOPLE DIE IN VAIN?
An anthropological interpretation of the life and works of the comedian Jaime Garzón (1960-1999)

Jorge Salazar Isaza

Licenciado en filosofía de la Universidad Javeriana, estudios en comunicación, agregación en filosofía y certificado en teología de la Universidad de Lovaina, actualmente profesor de religión en el Instituto Don Bosco de Bruselas. Amigo de Jaime y de la familia Garzón Forero, esta interpretación se nutre de los recuerdos del autor y es de su única responsabilidad. Correo electrónico: soleildelune@skynet.be


RESUMEN

A la luz de la teoría mimética de René Girard la vida y obra del humorista Jaime Garzón se presenta como una acción profética que devela las causas de la violencia en Colombia. Celebrar la memoria de este artista se erige en un deber ciudadano: un instrumento que contribuye a formar una opinión pública ilustrada y un pensamiento por la paz enraizado en la cultura del país. Este artículo es un aporte sobre la religión en términos antropológicos y abre nuevas perspectivas para considerar la fe cristiana como una dimensión trascendente que se manifiesta en el camino de la justicia social. 

Palabras clave: humor, política, violencia, chivo expiatorio, cristianismo.


SUMMARY

Under the light of the mimetic theory of René Girard, the life and works of the comedian Jaime Garzón is shown as a prophetic motion revealing the causes of violence in Colombia. Celebrating this artist.s memory stands a civic duty: an instrument that contributes to building an educated public opinion and a thought for peace, rooted in the country.s culture. This article is a contribution on religion in anthropological terms and opens new perspectives to regard the Christian faith as a transcendent dimension that manifests itself on the pathway to social justice.

Key words: Humor, politics, violence, scapegoat, Christianity.


1. INTRODUCCIÓN

El asesinato de Jaime Garzón fue una masacre. Aquel 13 de agosto mataron a Heriberto de la Calle,  Néstor Elí,  Inti de la Hoz, William Garra, John Lenín, Émerson de Francisco, Dioselina Tibaná y tantos otros personajes que poblaron nuestra risa. En el entierro hubo además tres muertos por un puente peatonal que se cayó. Los colombianos recordamos el momento preciso en qué nos enteramos de la muerte de Jaime. Al país se le heló la sangre. Doce años después del crimen muchas preguntas quedan en el aire. Tal vez nunca sabremos quiénes fueron los asesinos, sus motivaciones y su manera de operar. El solo hecho de imaginar cómo este crimen fue posible nos desespera de Colombia. Aún resuena aquella frase del presentador de TV después de dar la noticia: "Buenas noches, país de mierda". Sin embargo quien hizo la vida más amable nos invita a pensar en su destino de artista. Jaime Garzón vive en el alma del pueblo colombiano que se reconoció en su voz. Su muerte hace parte de nuestro dolor y esta herencia nos marca como nación. Recordar a Jaime es probar que la muerte y los Godofredo Cínico Caspa no tienen la última palabra. Nuestro deber de memoria es también de imaginación de cara a la historia. Mirar la violencia y ser capaces de plantar futuro, es el legado de quién supo ver la sociedad colombiana por el arte del humor.

Esta interpretación es antropológica en el sentido de la teoría mimética de René Girard.  Su obra, que parte de la crítica literaria, nace marcada por la pregunta sobre el origen de la violencia. El deseo humano surge de la imitación del otro y está estrechamente ligado a la envidia. El sujeto desea el objeto porque un rival también lo desea, no por el objeto mismo. Girard se concentra en una hipótesis mayor: el conflicto social se resuelve por el sacrificio del chivo expiatorio y su divinización. A partir de la mitología de diferentes culturas este autor muestra cómo funciona el mecanismo de lo sagrado en su dimensión sacrificial y unificante (Girard, 1972: 212-230)(1). El crítico francés encuentra en la tradición bíblica y en particular en los evangelios, la dinámica insoslayable para salir de la espiral de violencia. Algunos ven esta teoría como una apología del cristianismo y desconfían de sus explicaciones por su carácter realista y cultural. Sin embargo, las ciencias humanas contemporáneas no pueden eludir el aporte de Girard. A partir del contexto colombiano nosotros iniciamos aquí la reflexión sobre esta obra que muestra cómo cualquier discurso sobre Dios, ante todo, dice de la humanidad.

La política como búsqueda del bien común forja el trabajo de Jaime Garzón. El reír, propio del ser humano y el animal político que somos se entrelazan en su obra. El humor asciende aquí a la estética al manifestar la sensibilidad que nos cobija como colombianos. El lado cómico del existir surge gracias a la creación y nos ayuda a sobrellevar y mejorar nuestro destino. La alegría de estar juntos en la risa nos ayuda a tomar distancia de las tragedias. Un humor como el de Jaime es una emancipación del lenguaje que nos descubre la pluralidad de la palabra, la arquitectura del relato y el lado oculto del discurso. El humor forja entonces esperanza y se convierte en un oficio medular de la sociedad. Nuestras costumbres son develadas, se tornan pregunta y nos dan el sentimiento de pertenecer a la misma raíz. Por eso el genio de la risa, como en el caso de Jaime, es ante todo humor político que se dirige a nuestra inteligencia, al sentido crítico y a la capacidad de pensar juntos el futuro.

¿Pero quién puede ser tan bruto para matar la risa? En un país desorbitado, lleno de intolerancia, existen estos personajes tenebrosos. Este crimen es otro magnicidio de nuestra historia. ¿Quién podía ver a Jaime tan perjudicial para matarlo? Era un crimen fácil, saldría hasta barato, los asesinos acribillaron la gracia desarmada... ¿Cuáles fueron las causas para odiarlo tanto? ¿Acaso le cobraron su irreverencia o su mediación humanitaria o su burla del poder? Tal vez halla algo de todo esto pero lo que nunca calcularon sus asesinos fue el dolor del pueblo. El asesinato de Garzón fue un 9 de abril del alma. La perversidad quedó al desnudo y los colombianos supimos, una vez más, que el quemando central existe, ridículo y tóxico. Hay colombianos convencidos que el país necesita crímenes en vez de reformas y como bestias defienden sus privilegios. Esta locura sale a flote en este y otros asesinatos y muestra el absurdo de una sociedad anegada en el crimen. Con su muerte Jaime contribuye a mostrar la sinrazón de una violencia que se ensaña en víctimas inocentes para colmar un vacío de país, de pertenencia común. La justicia social y la conciencia ciudadana, fundamentos de cualquier nación, se ven suplantadas por el asesinato. A modo de la serpiente que se devora por la cola surge así un círculo infernal donde la envidia, de que nos hablara Cochise Rodríguez(2), se anida entre los colombianos.

Con el asesinato todos perdemos. La sociedad cae en un pozo sin fondo donde lo humano, en medio de la impunidad, no puede construirse. El afán de riqueza, la sed insaciable de tener, nuestro débil respeto hacia los demás y la exclusión social de un gran número de colombianos, contribuyen al desmadre de violencia que nos arrastra. Además de reformas sociales y económicas necesitamos una ética para construir la paz en Colombia. Ninguna victoria se puede obtener por medio del crimen, es imposible alcanzar la justicia por vías injustas como el secuestro, la desaparición y los atentados. Así lo entendió Jaime Garzón, lo mostró en su tarea pedagógica sobre la Constitución del 91 y en la denuncia de toda expresión violenta. Su valor y su entereza, su agilidad física y mental, fueron prueba de un gran talento al servicio de la alegría. Pocas veces en la historia del país la gente ha podido reconocerse en la voz de un actor. Jaime tuvo la fuerza de amar a su pueblo y vive en su memoria. En una sociedad donde el olvido cunde actualizar este recuerdo es un deber ciudadano.

El asesinato de un artista como Jaime es una puñalada matrera. Todo crimen es tiniebla pero la perversión es abismal cuando mata la esperanza. Negar el bálsamo del humor y el consuelo de la narración es querer sumirnos en el caos: mantener el río revuelto para ganancia de pocos. Jaime Garzón a partir de nuestra tragedia nos educó. Por la risa se empeñó en darle sentido a una realidad disparatada que nos apabulla. Nos hizo menos ignorantes de nosotros mismos y nos invitó con su ejemplo a compartir relatos. En compañía de Jaime, con lluvia o con niebla, hacía un tiempo radiante. Mientras otras naciones hacen de sus cómicos un patrimonio artístico aquí son asesinados. Pero esto no se debe a algún gene o a algún hado que nos haga especialmente agresivos. La mal llamada cultura de la violencia es una aporía. La violencia nunca puede ser culta. Lo que existe entre nosotros más bien es un culto a la violencia. Una mentalidad arcaica, de orden mágico y religioso, que considera la inmolación de los excluidos como la única manera de construir la unidad del grupo. Esto es viejo como el mundo y no es carácter de ningún pueblo. En distintos momentos las naciones, incluso las más civilizadas, acuden a este mecanismo para soslayar una crisis o dirimir rivalidades. Somos hijos de Caín. La violencia no es patrimonio de nadie, a todos nos cobija y participamos de ella por activa o por pasiva. Un humorista como Jaime devela este comportamiento, nos da un referente estético y contribuye así a buscar formas de verdad social. El arte así entendido crea la unidad del grupo sobre un valor solidario que busca incluir a todos sin necesidad de víctimas. El gesto preciso, la mueca y el apunte oportuno anticipan la justicia a que aspira la gente. Gracias a este juego crítico los privilegios, que se nutren del sacrificio de inocentes, son desenmascarados. Esto se llama talento y en general es mal soportado por los poderosos.

Más en Colombia se mata muy fácil. Las cifras nos sitúan entre uno de los países más violentos del mundo. Existe la difundida opinión de que el crimen en este país paga. Con una impunidad tan alta todo está permitido. La consigna de los sicarios "mata que Dios perdona" muestra la confusión imperante. Como si todo estuviera en venta y a cada quien su precio; mucha gente no le tiene miedo a la sanción, le teme a la falta de plata. La manida explicación de la violencia por causa de la pobreza cae de su peso. Países más pobres que Colombia, con mayor desequilibrio social y más desempleo arrojan índices de criminalidad inferiores. El informe de los violentólogos (Universidad Nacional de Colombia, 1987) tuvo el mérito de brindarnos una mirada subjetiva de este fenómeno. En el medio académico se empezó a ver la agresión y el conflicto como una peste que a su vez toma su origen en la desintegración familiar, en la ausencia de referentes éticos y en la falta de estima de sí mismo. La decisión de oprimir un gatillo compete la historia y la educación de la persona que lo hace. En Colombia se pierde el valor de la vida, se le rinde culto al dinero fácil y no va quedando más moral que las matas de mora.  En medio de esta quiebra de valores surge y permanece la obra de Jaime Garzón como remanso de esperanza.

2. SUS PRIMEROS SOLOS

La vocación de Jaime fue la de maestro. Cursó sus estudios secundarios en la Normal del barrio Santander, en el sur de Bogotá, dirigida por las hermanas de Nuestra Señora de la Paz. Esta comunidad religiosa juega un papel fundamental en la formación del artista. Jaime, el menor de cuatro hermanos, poco conoció a su padre que murió joven víctima de una enfermedad. Un hombre visionario que en los años cincuenta tenía una escuela de computación por tarjetas. Doña Deisy, esposa y madre, guardó luto por el resto de sus días, tuvo el tesón para sacar adelante sus cuatro hijos y contó con la solidaridad de su familia y de las hermanas de Nuestra Señora de la Paz. Esta comunidad, fundada por Monseñor Bernardo Sánchez, párroco e ilustre restaurador de la Iglesia colonial de San Diego, (donde Doña Deisy rezó por tantos años) es un referente clave en la historia de la familia. Doña Deysi era una mujer perspicaz, con una amabilidad a toda prueba. Su casa, como la obra humorística de su hijo Jaime, está situada entre la Perseverancia, el Bosque Izquierdo y el Hotel Tequendama. Siempre había un puesto en la mesa para quien llegara. Doña Deisy murió en el 2006 después de una larga dolencia, con la pena insondable de haber visto a su hijo asesinado.

Como alumno Jaime fue muy inquieto. Comprendía rápido las lecciones y el resto del tiempo, se dedicaba a imitar el profesor, a hacer preguntas capciosas o a improvisar malabares para regocijo de sus compañeros. Contaba con público propio, en los recreos daba ocasión a grandes ruedas donde desplegaba calambures y muecas. En sus prácticas pedagógicas, como aprendiz de maestro, hacía gala de un sabio principio: aburrido todo el mundo es bruto. Se inventaba juegos y acertijos para interesar a sus alumnos. Después de sus clases, los niños lo seguían por el placer de estar un poco más en su compañía.

De temperamento cerrero, curiosidad insaciable y espíritu rebelde Jaime exigió gran paciencia de sus formadores. Su actitud frente a la autoridad era crítica, en su último año de bachillerato agotó la paciencia de las directivas que lo expulsaron del colegio. A pesar de este percance fue allí en la Normal de Nuestra Señora de la Paz del Barrio Santander donde el artista forjó al unísono su talento y su preocupación por el bien común. Su humor se arraiga en el medio cristiano donde vivió Jaime desde temprana edad. La irreverencia que mostró frente a los estamentos de poder en parte se inspira de la libertad evangélica. Su creatividad se aguzó al compás de este referente y profesoras como las hermanas Margarita y Domaira, inculcaron en Jaime el sentido de la justicia social. Garzón nunca hizo gala de doctrinas de ningún tipo y siempre hizo humor político. Rechazó varias propuestas de quienes trataron de orientarlo hacia el chiste vulgar tan celebrado en nuestro medio. En esta síntesis entre educador y humorista yace la genialidad de Jaime y por esto también hoy no está entre nosotros.

Después del bachillerato, a finales de los setenta, vino un período inestable donde Jaime empezó mil cosas con el mismo entusiasmo y la misma inconstancia. Una incursión en la mecánica de motocicletas, un curso de locutor de radio, alguna simpatía de izquierda (de la cual se desencantó), vendedor de zapatos a domicilio y hasta un curso de piloto de avión que no tuvo manera de pagar... En esa época respondía al teléfono como si estuviera hablando desde una torre de control. Cuando le dio por seguir cursos de derecho imitaba el tono grandilocuente del profesor Umaña Luna. Pasaba mucho tiempo en la sala de la casa con el televisor prendido y con ese mirar boquiabierto y de gafas caídas seguía los personajes y acontecimientos de la vida nacional. Jorge, su hermano mayor, que desde muy joven trabajó en un banco y estudió por la noche, se desesperaba a veces con este hermano que poco ayudaba en casa. Jaime no se daba por enterado de los apuros de la familia y fundó el movimiento Rotundo Vagabundo. Sacó un manifiesto hilarante y amplió el círculo de sus amistades gracias a sus apuntes chistosos y a las primeras imitaciones de políticos, como Álvaro Gómez y Alfonso López.

Cuando en 1984 su hermano Alfredo, realizó los murales de la iglesia de Tocaima, Jaime coordinaba los voluntarios que iban a dar una mano en la coloreada de los frescos. Cuando había problemas de alojamiento Jaime llamaba por teléfono a la casa de retiros de la diócesis, suplantaba el párroco italiano y daba órdenes para que todos fueran bien atendidos. Para los colaboradores pintar sobre los andamios se constituía en un peligro: no podían tenerse de la risa cuando a Garzón le daba por imitar el catequista. Una vez se adelantó en una motocicleta al vehículo donde viajaban los voluntarios y después de una curva paró y se acostó sobre la moto en medio de la carretera. El susto de sus compañeros cuando lo vieron allí tirado fue enorme. Cuando el conductor se bajó del carro Jaime se levantó, prendió la moto y continuó la ruta. En el pueblo el chofer cogió una tableta de una caja de mangos y le zampó un lapo en la nalga para castigar su imprudencia. Jaime no reaccionó y se limitó a decir, días después, que le había quedado un morado.

Doña Deisy no sabía que hacer con Jaime y lo matriculó en el pastranismo para ver si lo ocupaban en algo. Fue nombrado alcalde menor de Sumapaz, región que pertenece al distrito de Bogotá. Esta función marca el inicio de la vida pública de Jaime Garzón. Fue allí donde por primera vez tuvo contacto con la TV nacional. En el Sumapaz ha existido una tradición de resistencia desde la violencia de los años 40 que ha producido leyendas como Juan de la Cruz Varela. El joven alcalde visitó esa región y tuvo la oportunidad de dialogar con los guerrilleros de las FARC que tenían arraigo en la zona. Su diálogo con estos comandantes fue cordial pero firme. Para Jaime, como lo repitió en varias ocasiones, la guerrilla en Colombia era obsoleta desde cualquier punto de vista. Él sabía que la guerra no puede ser la solución para el cambio ni para el conflicto que atraviesa el país desde hace más de 50 años. Con su estilo simpático y valiente se ganó la escucha de algunos guerrilleros de las FARC, los confrontó a la ceguera política de la lucha armada y nunca cesó de llamarlos a engrosar las filas del diálogo. Ya desde esa época, varias familias golpeadas por el flagelo del secuestro le pidieron a Jaime que mediara en situaciones desesperadas. Esta intervención humanitaria nunca le fue perdonada por figuras de la élite social y política que solo conciben la muerte como solución al problema guerrillero. Aquí reside el origen del asesinato de Jaime Garzón. Instancias paramilitares y finqueras deciden quién vive o quién muere en este país. Su condena fue inapelable: Jaime Garzón "daba dedo" y se beneficiaba del secuestro. En momentos en que la guerrilla se paseaba como Pedro por su casa, la popularidad del artista alimentó la paranoia del plomo.

3. MORIR EN SU MISIÓN

Jaime sabía que lo iban a matar y en vez de huir optó por dar la cara a sus agresores. Semanas antes de su muerte había recibido múltiples amenazas de las cuales él mismo hacía chiste. Decía que se cambiaba de calzoncillos y medias todos los días para que la muerte lo cogiera limpio, que ya había prevenido a las autoridades para que no fueran a robarle una joya que llevaba e imitaba las voces y acentos de quienes llamaban a amenazarlo...  "Eso le cambia a uno la vida", decía.

La actitud de Jaime frente a la muerte no se entiende sin un trasfondo religioso.  Jaime no le teme a inmolarse, lejos de cualquier sentido masoquista. En el curubito de su fama sabe que tiene autoridad para hacernos pensar sobre el absurdo de la violencia y toma la decisión de mirar de frente a la muerte. Así Jaime está presente en nuestra historia y nos pregunta a cada uno de  nosotros por nuestra actitud frente al país. No huye, no se refugia, al parecer habla por teléfono con Castaño y arregla viaje para ir a encontrarse con el jefe paramilitar, para que le diera razón de su acto criminal. Jaime quería ir hasta el corazón de las personas que deciden condenarlo, mostrarles el horror de su decisión y el sin sentido de su actitud violenta frente al país. Cómo artista era su manera de intervenir. Tocó a la puerta de los criminales para aportar soluciones a la violencia del país. La pregunta que le quería hacer a Castaño, cara a cara, coincide con un versículo del Evangelio de San Juan: "¿Por qué quieren matarme?"(Jn 7, 19).

Sin miedo, como siempre lo hizo frente a Colombia, Jaime quiere entender el país, mostrarnos la sin razón de su violencia... No hay nada que justifique matar a quién piensa distinto. El atentado es fruto de de una mentalidad mítica de tipo sacrificial y Jaime la quiere desmontar, desea develarla, mostrar su brutalidad. El artista se inscribe así, sin discurso religioso alguno, en la tradición profética judeo-cristiana. Fue su opción, su última puesta en escena. El sabía que encarar sus asesinos le podía costar la vida pero asumió su muerte como pregunta para nosotros y para sus victimarios. Fue la manera última y radical que encontró Jaime para luchar por la paz en Colombia. El no quería guardaespaldas, ni medidas de seguridad, ni salir del país... Su decisión nos cuesta entenderla, más para Jaime no podía ser distinto. La diáfana inspiración de su humor y de su vida hace que aparezca a la luz pública el absurdo de esta violencia que nos carcome. Algunos lugartenientes de Castaño cuentan que éste no se recuperó del crimen, lo lamentó y nunca lo admitió (Elespectador.com, 2008).(3). Más aún este asesinato y la ola de protesta que levantó, contribuyó a restarle cualquier asomó de legitimidad a las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) que presidía Castaño. El crimen de Garzón, como otros tantos, se devuelve contra los violentos como un bumerán. Su invento les estalla en la mano, se torna contra ellos mismos y el delirio asesino los roe del interior como un pandemónium. Al parecer Castaño, en condiciones atroces, es ejecutado por su propio hermano Vicente, también jefe paraco.

En Colombia, cómo se ha comprobado, el paramilitarismo no hubiera podido llegar tan lejos sin la complicidad de estamentos políticos, económicos y militares. Este fenómeno, además del parte de derrota institucional, representa un descalabro ético. A falta de proyectos de integración social las élites reclaman un tributo de unidad que se cobran por derecha en vidas inocentes. Lo mítico en su dimensión destructora teje la idolatría de violencia en que estamos presos los colombianos. Un grupo de políticos y paramilitares llegan incluso a firmar la fundación de un nuevo pacto social basado en el crimen. Jaime Garzón fue víctima de este culto que copa la creencia mágico-religiosa de los poderosos difundida como verdad de acuño. Más con su martirio Jaime expuso a la luz del día esta forma viciosa y macabra de "construir" país. Nos dio un ejemplo de honestidad para que cada quién, según su conciencia y su destino, enfrente el mal con la verdad de su vida. Contra la peste del crimen nuestro deber es trabajar por el bien común allí donde estemos. La peor arma de la violencia es su disimulación, su poder solapado, hacernos creer en la guerra como única vía y llamarnos a todos, como un solo hombre a engrosar sus filas. Jaime consagró su vida a develar esta mentira, a mostrar que existen otras posibilidades de abordar los conflictos y que el lenguaje no se agota en un discurso único. Cuando esta enseñanza cale entre nosotros con Pablo de Tarso, como el afiche de Jaime envuelto en la bandera de Colombia, podremos decir: "¿Donde está, oh muerte, tu victoria?" (1 Co 15, 55).

4. EL CREDO DE LA RISA

Jaime Garzón profesaba la alegría. Su preocupación por la ciudad se inspira en el arte y en la fe hacia aquello que le importa de manera absoluta: el humor y la política. Nunca dio lecciones chatas y su pedagogía del reír se acendró en la sabiduría popular, crítica y desconfiada del poder.

Jaime llegó al humor por la vía de la imitación y sus representaciones de personajes políticos le granjearon amistades y algunas enemistades. La imitación es una manera de revelar los resortes ocultos de una personalidad, es un espejo que agranda los defectos físicos y morales de personajes frente a los cuales el público toma distancia y se divierte. Sin cierta tolerancia, sin capacidad de sonreír de nosotros mismos, la imitación puede verse solo como burla. Hubo quienes no comprendieron el arte de Jaime y así nutrieron su odio. En un país donde la cosa pública rima tantas veces con el bolsillo propio Garzón practicó una profesión peligrosa. Antes de él pocas veces en la historia del país los colombianos nos habíamos atrevido a reír de la corrupción, la impunidad y el clientelismo. Esta pertinencia sobre el ethos colombiano contribuyó a cambiar nuestras costumbres frente a la ciudad. Con la obra de Jaime el país ganó en lucidez sobre sus males pero su voz incomodó una élite egoísta y ciega.

En una sociedad donde existe tanta superchería "de tejas para arriba", donde la religión nos sirve con frecuencia para camuflar nuestros intereses, el testimonio de Jaime Garzón es un ejemplo de compromiso ético. Lejos de cualquier capilla, Jaime asumió su arte como contribución a la paz y la justicia en Colombia. El valor al encarar el crimen, la nobleza frente a sus enemigos y la sonrisa frente a la vida son signos de confianza que desarman la muerte. En la tradición de los profetas perseguidos la obra de Jaime Garzón permanece como recreación del lenguaje y fuerza poética. Al horadar el discurso dominante, al mostrar otras posibilidades de expresión y al señalar diferentes caminos de subir la montaña, este humor nos invita al futuro. A pesar de la impunidad reinante, de la sombra de silencio que tejen los asesinos, recordar este artista es preservar una obra indispensable de nuestra cultura. Los colombianos conoceremos días mejores cuando las voces humilladas y ofendidas, al ejemplo de Jaime, ganen un lugar en nuestro corazón.

Dentro de un medio donde importa de manera absoluta el prestigio social, el éxito y la riqueza, Jaime Garzón dejó todo esto de lado para encarar la muerte. En un contexto donde las relaciones humanas, las convicciones personales y la creación a menudo son sacrificadas en aras del arrivismo, un cómico nos enseñó a caminar sin miedo la senda de la libertad. Este gesto nos resulta incomprensible desde una mera visión técnica de la historia. El simple criterio funcional, la concepción pragmatista y ese "pasar de agache" tan difundido en Colombia nos impide tener fe en la vida. Hoy por hoy los valores, la religión, las posibles formas de verdad o de absoluto, son despojados en gran medida de su sentido crítico y trascendente para ponerlos al servicio de intereses materiales. Cuando se limita el horizonte al reino de la necesidad y al apetito individual, se contribuye a la pérdida de la libertad que envilece el sentido de la existencia. Por el contrario, la fe, aquello que nos incumbe de manera incondicional, ya sea en el campo del arte, del conocimiento o de la religión, es un acto libre, que unifica la persona. Esta fe adviene como el acto más íntimo del espíritu humano y puede en determinado momento llegar a ser más importante que la vida misma. Estamos hechos de la misma tela que nuestros sueños cuando éstos son infinitos. Ellos nos permiten hallar un abrigo humano dentro de la realidad tozuda, transitoria y conflictiva de todos los días.

Jaime Garzón, elige hacerle frente al peligro y comprende en un acto inmediato el sentido del absoluto. De esta manera es capaz de ir hasta las últimas consecuencias de la pasión irrestricta que lo habita y no está dispuesto, en ese momento clave de su historia, a esconderse o a trasegar como un paria. Días antes de su muerte Jaime había hablado con el general Rosso José Serrano, Director Nacional de la Policía, sobre las amenazas que sufría y sin embargo no pidió protección. "A él no le gustaba eso" afirmó el general quién fue uno de los primeros a hacerse presente en el lugar del crimen. "Él nos estaba ayudando para que la guerrilla dejara libres a nuestros policías" (El Tiempo, 1999: 6-A).

Jaime resuelve darle la pelea a la violencia con la única arma que sabe usar: la palabra. Su obra, su fama, su presencia en este país, todo su ser decide apostarlo a la paz entre los colombianos. En marzo de 1998 Garzón juega un papel clave en la liberación de los secuestrados de la carretera de Villabo en la primera "pesca milagrosa" del frente 53 de las FARC dirigido por Romaña. Esta y otras mediaciones, como en la entrega de los pasajeros del avión de Avianca o en el secuestro de Fernando Ramírez en Soacha, le merecen el agradecimiento de muchos y el odio de otros que lo consideran auxiliar de la guerrilla. Poco antes de su muerte estaba empecinado en echar a andar el proceso de paz con el ELN y se había convertido en puente entre la organización guerrillera, el gobierno y la sociedad civil. Según la oficina del Zar Antisecuestros, La Fundación País Libre, la Consejería de Paz de Cundinamarca y otros testimonios Garzón nunca usó su gestión facilitadora para sacar provecho del drama de gente que lo buscaba como última esperanza (El Tiempo, 1999: 8-A).

Nos cuesta entender la relación entre su actitud osada en la mediación humanitaria y su papel de artista. Para Garzón no había diferencia entre estos dos compromisos. El sabía mejor que nadie que la novedad de su humor y su creatividad se nutrían de esa realidad social y política de la cual siempre fue un observador atento. Bien hubiera podido dedicarse a administrar su fama para beneficio propio y desentenderse del drama de la guerra. Amigos y conocidos le advirtieron del riesgo que corría. "No me puedo quedar cruzado de brazos ante esas familias", respondía (Santos, 1999: 4A). Jaime había optado por dar un paso decisivo hacia la paz y poner en escena, de cara a la violencia en Colombia, su fe en la risa como manto que a todos nos cobija. Ya en sus años de alcalde menor de Sumapaz (1988-1990), entre chiste y chanza había conseguido que la guerrilla respetara la población civil y permitiera la construcción de obras. Él ve que se le puede ir la vida en este intento de buscar acercamientos entre la insurrección y el establecimiento pero sabe también que no tiene mejor obra para dejarle a su público. Jaime se debía a su gente desde su preocupación última por el bien común. Alguna vez le preguntaron en Radionet qué lo hacía feliz y respondió: "Ver felices a los demás" (Álvarez, 1999: 4-A). Con esta simplicidad Jaime fue él mismo, vivió unificado en su centro personal a pesar de las lentejuelas que lucía como parte de su personaje.  El asesinato de este artista se torna una pregunta lancinante: ¿Quién soy yo de cara a este país violento donde la vida es injusta para buena parte de los colombianos?

5. "...Y QUE DIOS LOS PERDONE"

Esta era una de esas frases enigmáticas con que despedía Jaime Garzón algunos de sus programas. Después de su muerte podríamos aplicar esta frase para sus asesinos como si Jaime hubiera sabido desde ese entonces el riesgo que corría. Más bien esta frase se dirige a todos nosotros, espectadores pasivos muchas veces frente a la violencia endémica que carcome el país. Jaime como buen pedagogo fustigó nuestra indiferencia y no ahorró esfuerzos en convocar las partes en conflicto y la sociedad civil para buscar la paz. Esto lo hizo con tenacidad hasta el punto que se había convertido en una piedra entre las botas de los violentos, temerosos de la difusión de su ejemplo. El conflicto colombiano, con todos sus ingredientes de guerrilla, narcotráfico, para-militarismo y violaciones de los derechos humanos, se ha convertido en el modus vivendi del país. Ante una ausencia de proyecto de nación, de falta de oportunidades, de reformas postergadas, ante el culto al dinero fácil, la codicia y la injusticia social tenemos el futuro hipotecado en la guerra. Los asesinos, de todas las pelambres, no están dispuestos a dejar que se les dañe el negocio. Esto lo vislumbró Jaime Garzón y supo como pocos que la paz empieza a construirse en la alegría de estar juntos. A esto dedicó su talento. Los asesinos como solo se ríen de su ferocidad, no pueden estar contentos y en consecuencia se dedican a expandir la muerte. Un proverbio oriental dice: sólo un ser feliz puede hacer el bien. Garzón era eso. Trabajó, sin distingos, para hacer felices a los colombianos y procurar que seamos mejores. El sabía de nuestra falta de grandeza de alma y se dedicó a sembrarla.

El domingo después del asesinato un periodista escribió: "Que Dios, si existe, nos explique la locura de esos miserables criminales que ordenaron apretar el gatillo el viernes en la madrugada" (Cañón, 1999: 4-A). El mal se puede volver desengaño o duda sobre el sentido de la vida. Por lo tanto, una lectura de la Biblia desde la perspectiva de Girard nos muestra el origen de la violencia y las pistas para superarla. Tomemos por ejemplo en el libro del Génesis el llamado pecado original. Desprendámonos por un momento de la imaginería y los prejuicios que rodean el mito de Adán y Eva y miremos su enseñanza. Primero que todo aparece el regalo de la vida, el don del paraíso terrenal. Pero Dios pone una condición, del fruto del árbol que está en medio del jardín no pueden comer. Esta prohibición no obedece a ningún capricho, es condición fundamental de la vida no consumir todo, dejar para semilla, limitar nuestro deseo para que la vida continúe. Aparece la serpiente, el más astuto de todos los animales y pregunta: "¿Cómo es que Dios os ha dicho: No comáis de ninguno de los árboles del jardín?"(Gn 3, 1) La pregunta es pérfida porque hace aparecer el límite de no comer de un solo fruto como restricción a toda nuestra libertad. Eva explica que la veda atañe solo el árbol que está en medio del jardín y la serpiente replica: "Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal." (Gn 3, 5)  La serpiente siembra la duda y logra su cometido. El fruto es ahora visto como un obstáculo que impide tomar el lugar de Dios; la desconfianza y la codicia se instalan en el corazón humano (Girard, 2004: 73). Adán y Eva comen del fruto prohibido para ser como Dios, amos del bien y del mal. Esta es la primera gran lección de la Biblia: la vida es un regalo bueno pero la condición humana permeada por la envidia puede echar todo a perder. Para corroborar esta enseñanza el Génesis, en el capítulo siguiente, nos cuenta el relato del primer homicidio.

Resulta que Caín fue labrador y Abel pastor de ovejas. Dios acepta el holocausto de Abel y no mira propicia la oblación de Caín. Una lectura ligera podría señalar a Dios como culpable del conflicto que va a nacer entre los dos hermanos. Más el relato bíblico se limita a señalar una diferencia, un desequilibrio que de hecho se presenta en la vida. En la complejidad del acaecer histórico existen situaciones que pueden producir esas diferencias. El problema surge cuando una de las partes juzga en un momento dado que la otra persona ha tomado su lugar. Caín es el mayor, lugar de prerrogativas en las culturas semíticas y decide que no hay derecho a que su hermano menor tenga algún privilegio. Caín se irrita, empieza a andar cabizbajo y a rumiar la envidia contra Abel. Dios le advierte: "¿Si actúas bien no levantarás tu rostro? Pero si no actúas bien a tu puerta está el pecado acechando como fiera que te husmea, pero tú puedes dominarla" (Gn 4, 7). Caín hace caso omiso del consejo y por el contrario invita a su hermano a dar un paseo por el campo, allí se abalanza sobre él y lo mata. Viene entonces la pregunta de Dios: "¿Dónde está tu hermano Abel?". Y la respuesta de Caín: "No sé. ¿Soy acaso el guardián de mi hermano?" Dios replica: "¿Qué has hecho? La voz de la sangre derramada de tu hermano se queja ante mí desde el suelo" (Gn 4, 9-10).Dios no le paga a Caín con la misma moneda, lo condena a errar por el mundo y lo protege incluso para que nadie lo mate. Caín se establece finalmente en el país de Nod y allí construye una ciudad, que lleva el nombre de su primer hijo, Henoc. Este mito nos muestra hasta donde la violencia está arraigada, como fundamento de la cultura y dato de nuestra condición (Girard, 1978: 219-225).

¿Por qué somos tan violentos?  Dentro de las posibles respuestas la perspectiva antropológica no recibido la atención que merece. Con frecuencia el anticlericalismo, el materialismo u otras ideologías impiden un análisis de lo sagrado como hecho central. El fenómeno de la violencia requiere ser comprendido desde sus raíces, es decir, a partir de las representaciones simbólicas de nuestro deseo mimético. Más allá de los discursos morales, necesitamos criticar la dimensión mítica y el imaginario social de una cultura que basa su legitimidad en las perseguidoras. "Los perseguidores creen siempre en la excelencia de su causa pero en realidad ellos odian sin razón" (Girard, 1982: 156). La religión no puede quedar sólo en manos de funcionarios o en manos de prejuicios. En cualquier época la intolerancia, la exclusión y toda forma de injusticia propician las manifestaciones violentas. Pero resulta muy cómodo, erigirse en jueces de otras épocas con el ideal de los derechos humanos como referencia. El historiador puede emitir juicios de valor dentro de su investigación para provecho nuestro, pero debe tener la modestia de ceñirse al contexto cultural del período estudiado. Considerar, por ejemplo, las causas de la violencia en Colombia como mero fruto de una formación social clerical y terrateniente, es un análisis parcial (Ospina, 2009). Sin lugar a dudas las instituciones, la Iglesia incluida, pueden generar en un momento dado mecanismos violentos y es necesario entonces denunciar esta ideología. Más a la base del problema de la violencia, hay una dimensión subjetiva, personal y sagrada que rebasa ciertas categorías sociológicas.

La violencia crea más violencia, este es el círculo de las estirpes condenadas a la soledad. En la medida en que la imitación del deseo del otro sea el resorte de mis actos genero una rivalidad que tiende al conflicto. Miremos por ejemplo, una guardería donde yace abandonado un palo de escoba al que nadie le presta la menor atención. Basta que un niño empiece a jugar con este objeto, convertido en caballito por ejemplo, para que aparezca otro niño alegando ser el dueño. Este mimetismo negativo, como lo llama Girard, genera tal antagonismo que el objeto en disputa se olvida y el conflicto tiende a contagiar el grupo en una lucha de todos contra todos. La sola reconciliación posible, el solo medio de salvar la comunidad de la autodestrucción, es la convergencia de la rabia colectiva en una víctima adoptada por unanimidad. Nada raro que sea castigado como provocador del desorden el niño que inventó el juguete. Este mecanismo, conocido como chivo expiatorio, canaliza la violencia colectiva contra un miembro de la comunidad escogido de manera arbitraria. La víctima, por lo general inocente o tan culpable como cualquiera, es declarada enemigo común. En torno a su sacrificio se reconcilia el grupo y se preservan las estructuras. Viene luego la divinización de la víctima para tratar de prolongar su efecto conciliador mientras el poder prepara otras víctimas para salir de nuevas crisis.

Dios no se resigna a este modo injusto de construir la Historia. La tradición judeo-cristiana denuncia el mecanismo victimario mostrando una realidad antropológica: la víctima es inocente y todo reposa sobre el mimetismo. Relatos como José vendido por sus hermanos, el rey David que sacrifica a Urías, el joven Daniel que defiende a Susana, los profetas que denuncian la idolatría, el justo perseguido de los salmos, el siervo de Yahvé... nos muestran cómo la revelación se propone liberar la humanidad de la violencia. Existe una pedagogía divina en la Biblia que consiste en desenmascarar el poder nefasto de la violencia disimulado en nuestras relaciones humanas. Dios mismo en Jesús de Nazaret, participa en la dolorosa experiencia de ser víctima para desarticular el mecanismo del chivo expiatorio y proponernos la no-violencia como camino de vida. La muerte aquí no tiene la última palabra. Los discípulos de Jesús, quienes participan con su silencio de la unanimidad sacrificial, reciben después la fuerza del Espíritu para denunciar la turba y desmontar, desde el corazón humano, toda forma de violencia (Girard, 2004: 94-136). "No es la sabiduría de este mundo, ni la de los príncipes que reinan sobre el mundo que están destinados a la destrucción. No, yo anuncio la sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para participar de su gloria y desconocida de todos las príncipes de este mundo. De haberla conocido ellos no hubieran crucificado el Señor de la gloria" (1 Co 2, 6-8).

¿En últimas qué es lo importante por conocer? ¿Cuál es el saber sin la cual la vida no es posible?  ¿Cuáles son las causas de la violencia y de la guerra? Los evangelios creen a pie juntillas que sin un desmonte radical de los mecanismos de agresión, es el conflicto quién dará cuenta de todos. Este es el sentido del libro del Apocalipsis. La sociedad requiere entonces de figuras proféticas como Jaime Garzón, capaces de desenmascarar la violencia: un artista entusiasta con el proyecto de divulgar la Constitución del 91 en lenguas indígenas, capaz de codearse con los poderosos y de no comer en su mano. Fue la libertad de Jaime la que le permitió su versatilidad de actor y su compromiso con la urgencia de la paz. Por el contrario, los asesinos, ciegos de envidia, arrasan con lo que se les atraviese en su deseo desorbitado. Jaime nos enseñó el valor de ser nosotros mismos y el arrojo de osar lo imposible por la paz. Tal vez así, Dios nos perdone...

6. ESOS PERSONAJES QUE POBLARON NUESTRA RISA

A Jaime Garzón, le importaba la gente y como artista observó las personas. Su trabajo es una contribución fundamental a la creación audiovisual en Colombia que tuvo el mérito de interesarse en los pobres y ofendidos. Jaime como pocos supo desentrañar esa sabiduría popular. El crítico Luís Alberto Álvarez (1992), al referirse al fracaso estético, bastante general, del cine colombiano (que podríamos aplicar en buena medida a la TV) anota: "En nuestros largometrajes la ausencia de la Colombia real es apabullante. Se emplean lugares auténticos y por esos lugares caminan actores que no aprenden jamás a comportarse como los habitantes reales de esos mismos lugares, porque no son de ahí ni les importa serlo, porque ni siquiera son de un ambiente similar y ante todo, porque el director no se ha tomado el duro y difícil trabajo de integrarlos visual y dramáticamente a un espacio, de introducirlos en la piel de seres reales. El resultado es un cine de comparsas, de figurines, ni siquiera de tipos sino de estereotipos y de los más obvios."  Lejos de los clichés y del facilismo, Garzón encarnó la voz del pueblo en su sentido justo y a partir de allí desplegó una conciencia crítica que incomodó los poderosos. "A esa pinta la mataron porque decía muchas verdades", comentaban los lustrabotas el día de su entierro. Observemos algunos de sus personajes:

Heriberto de la Calle: es el apogeo de la carrera de Jaime Garzón como humorista.  Su docta ignorancia cambió nuestra mirada sobre los emboladores y la gente del común. Heriberto pregunta desde un no saber que le da autoridad. Su maestría en la representación del genio popular se manifiesta en su actitud: el uso del lenguaje (cortés y mordaz al mismo tiempo), la forma como nombra las personalidades (doctor, don...), su mezcla de desparpajo y humildad, su acento, la forma de embolar o de dar la mano y sobretodo la carcajada mueca que suelta comentarios en sordina: "tan lindo...". En esta risa desdentada, a la que nadie resiste, está el mayor logro del personaje. Gracias a ella la entrevista no se vinagra, no cae en una espiral de acusaciones y hace de la embolada, ante todo, un encuentro humano lleno de interrogantes. La empleada de muchos años de la familia Garzón Forero tenía una risa parecida. Clovis, si mal no recuerdo, soltaba ese tipo de carcajada y añadía el "tan lindo", entre dientes que tampoco tenía, cada vez que recibía una respuesta que no le cuadraba. Ella pensaba distinto, posaba una mirada de niña sobre el mundo y sobre las visitas, que atendía con esmero. Era común que a cuanto amigo viniera lo tratara de "padre". Doña Deisy la llamaba "mi tontica".

Heriberto es ágil en la réplica, busca su entrevistado en los puntos más álgidos, le pregunta lo que todo el mundo piensa y nadie se atreve a mencionar: la robadera de los políticos, la mala fe de la guerrilla, la brutalidad de los paracos, la postración del gobierno frente a la política norteamericana, el celibato de los curas o la flaqueza intelectual de las reinas de belleza... Heriberto entrevista en la cuerda floja, un funámbulo entre el humor y la política que guarda un equilibrio frágil. Trabaja sin protección, corre riesgos desconcertantes y logra mostrar de sus entrevistados aspectos triviales que nos son comunes. No saca conclusiones, respeta la persona pero no tiene miedo de confrontar su actuación pública desde la conciencia ciudadana. Heriberto se protege detrás del rumor, él se presenta como sólo un portavoz de la voz del pueblo y está a los pies del entrevistado como servidor y bufón. Al preguntar sobre lo que le dicen en el barrio o en la calle, Heriberto crea un evento y siembra una mirada crítica entre el público.  Es muy probable que nadie en la historia de Colombia haya fustigado tanto y con tanta lucidez la corrupción en que estamos presos los colombianos. Su caja de embolar también fue oráculo porque en algunas de sus entrevistas se presiente el trágico destino del actor. Algún político le dice en tono de menaza "usted jode mucho". El hijo de Galán le pregunta por la opinión que le merecía su padre y Heriberto responde: "por una causa hay que dar la vida". Ante la persecución desatada por Castaño contra intelectuales y periodistas Heriberto dice: "a mí me gustaría hablar con ese man, a lo decente..."

Néstor Elí: como celador del edificio Colombia representó la vigilancia que ejerció Jaime sobre las instituciones. A pesar del aumento de la seguridad privada, en un país donde gran parte de los nuevos empleos están vinculados a las armas, por primera vez un celador tomó la palabra. Ellos forman parte de la mayoría silenciosa cuyo único interlocutor es el radio. A pesar de la indiferencia que los rodea, los vigilantes se forman una opinión sobre el vaivén del barrio o del edificio. Jaime supo darle la palabra a Nestor Elí porque se tomó el tiempo de hablar con los celadores, captar sus gestos,  su entonación, sus expresiones. Ellos no conocen las personas: las distinguen. Cuando no saben algo responden: lo que le diga es mentira... Se dan de cuenta quién entró  y casi no se echan de ver en su arriesgada labor. Todo por un salario de miseria y en malas condiciones de trabajo. Al encarnar este personaje, Jaime supo darle dignidad a la gente que ejerce este oficio. Nos recordó el nombre de otros celadores, como Crisóstomo ó Joaquín, quiénes a su manera también tenían un espíritu crítico.

Dioselina Tibaná: en un país de machismo asentado la cocinera de Palacio nos devela el tinglado del poder. Con frecuencia, en Colombia, el nivel cultural de las señoras es inferior al del servicio doméstico. Por eso los diversos intríngulis de la vida diaria, los conflictos, las envidias y demás tensiones de la familia se resuelven a costa de la empleada. "Como si la culpa fuera de una" nos dice Dioselina con su acento opita. Su cocina es su puesto de observación y desde allí descubre para nuestro gusto las intrigas palaciegas. Su uniforme no le impide también imitar a los patrones y ofrecernos diferentes puntos de vista de la acción.

Godofredo Cínico Caspa: representa la caverna del país. Son personas obtusas, cerradas sobre sus intereses, tinterillos peligrosos y de pensamiento elitista. Carecen por completo del sentido del humor y viven encerrados en su mundo de sombras, entre rumas de papeles amarrados con cabuyas. Para ellos el principal y único problema de Colombia es la guerrilla y cualquier medio para acabarla, por más criminal y delirante que sea, es bueno. Representar personajes como este muestra la valentía de Garzón. Carlos Castaño, dice en su libro que él se dedicó a "anularles el cerebro a los que en verdad actuaban como subversivos de ciudad" y Garzón, o "Betún" como al parecer lo llamaba, figuraba en cabeza de lista. El escabroso paramilitar describe el Grupo de los Seis, crema y nata de la sociedad colombiana, que aprobaba el nombre de las personas que él debía asesinar. Godofredo Cínico Caspa, sin lugar a dudas forma parte de ese grupo tétrico. Jaime Garzón, que nunca se amilanó ante ningún representante del poder, supo interpretar esta mentalidad excluyente y sacrificial que carcome a Colombia y nos brindó su caricatura patética.

7. CONCLUSIÓN

¿Hasta qué punto la vida y obra del artista Jaime Garzón contribuye a una comprensión del fenómeno de  la violencia  y traza pistas de acción por la paz? Las conmemoraciones de su asesinato con frecuencia están marcadas por el tinte pasivo « todo sigue lo mismo o peor ».  El testimonio de Jaime fue todo lo contrario: su obra marca un hito en la cultura y el arte del país, pone de manifiesto las causas de la violencia en Colombia y nos invita a todos a caminar hacia la paz. 

Por ese mes de agosto de 1999 Jaime tenía suficiente información para saber que corría alto riesgo de que lo mataran. ¿Por qué no exigió medidas de protección? ¿Por qué no se escondió? ¿Por qué no se fue del país? En lugar de huirle a la muerte Jaime se dedicó en los últimos días a tratar de detener la orden de su muerte que al parecer ya había sido dada por Castaño. El no quería ocultarse, no estaba dispuesto a huir como un bandido y decidió frentiar los asesinos. Nos cuesta aceptar esa decisión, varias personas allegadas le advirtieron del peligro inminente que corría pero él, como en todo lo referente a su vida y a su escena pública, siguió el dictado de su libertad y de su irreverencia. Jaime nunca se sintió inferior a nadie porque confiaba en la razón y el humor para tratar con cualquiera de igual a igual. En un país muchas veces enseñado a las venias esta actitud levanta ampolla. Jaime había aceptado la misión de ponerse al servicio de la paz como tarea prioritaria en su vida. Estaba dispuesto a correr los riesgos necesarios para acercar las partes, tender puentes y contribuir al desarme de los espíritus. En el fondo el artista sabía que su éxito se lo debía a la gente humilde, víctima a su vez del conflicto y por eso quería poner su nombre al servicio de la reconciliación. Las amenazas contra su vida significaban para Jaime la oportunidad de conversar con los enemigos del diálogo y tejer lazos que contribuyeran a pacificar los ánimos. Esta actitud nos puede parecer suicida pero Jaime la asumió como su única opción posible, él decidió apostar su vida a la reconciliación entre los colombianos. Para él no podía ser de otra manera, su humor en el fondo siempre fue un proyecto político, en el sentido noble del término y a su entender había llegado la hora de convocar los mismos asesinos. Su crimen es un no rotundo al diálogo por parte de los enemigos de la paz pero al mismo tiempo, dado el símbolo que representa Jaime para Colombia, su memoria contribuye de manera decisiva a la deslegitimar la violencia terrorista, venga de donde venga, como solución al conflicto armado.

La contribución de Jaime Garzón a la paz no se puede definir como un tema exterior a la voluntad de los colombianos. Cuando alguien muere por una causa que nos concierne su muerte se transforma en pregunta para cada uno de nosotros. Por eso la vida y la obra de este artista es un interrogante sobre nuestro ser histórico que nos invita a examinar las raíces de nuestro modo de ser como personas y como nación. Jaime nos deja la gran lección de la palabra, en todas sus expresiones creativas, como instrumento eficaz para formar una opinión pública ilustrada. A través de la palabra la paz puede llegar a ser una forma de pensamiento, con aceptación general, enraizada en la cultura del país.

Esta dinámica de reconciliación exige que nos interroguemos sobre los valores que nos animan como pueblo y sobre aquello que nos importa de manera absoluta como personas. La mentalidad mágico-religiosa, corriente entre nosotros, eleva los objetos, las relaciones humanas y los intereses personales a la categoría de absolutos, es decir, de ídolos. Las realidades materiales y finitas son necesarias a la vida pero si las "divinizamos", si les rendimos culto y sacrificio, el centro se desplaza a la periferia y se rompe la unidad de la persona. Esto tiende a hacer de nosotros seres insatisfechos, descentrados, en continua comparación y propensos a la envidia. Cuando lo que nos importa de manera absoluta consiste en aspectos provisorios y en intereses materiales, un vacío espiritual se instala y nuestros valores se confunden con las ambiciones.

Lo que nos preocupa de manera última, aquello por lo que estamos dispuestos a arriesgar la vida, lo podemos calificar de sagrado. Lo sagrado es algo fascinante y tétrico a la vez. El ser religioso forma parte de nuestra realidad antropológica y hereda este doble carácter. El corazón humano busca lo infinito porque es allí dónde lo finito quiere yacer. Por esta razón toda manifestación del infinito, incluida la irrupción de la muerte, nos cautiva. En su origen lo sagrado significa separar, poner aparte las realidades terrenas y lo que pertenece al infinito. Lo lejano se torna así presente sin perder su lejanía. En la tradición bíblica lo sagrado es alguien radicalmente otro que se revela en el camino de la libertad de un pueblo. Los profetas del Antiguo Testamento denuncian como contrario al ser humano todo intento finito por apropiarse de lo infinito. La idolatría, así entendida, es adoración de una realidad terrestre que desencadena el elemento demoníaco y destructor que se esconde en lo sagrado. En la Biblia, por el contrario, lo sagrado es creador por antonomasia, advenimiento de verdad y justicia en la historia. Como seres destinados a lo infinito nuestra sed sólo se calma en la fuente de la vida (Tillich, 1968: 19-33).

En este sentido la actitud de Jaime frente a su muerte es una acción profética. Más allá de sus intereses personales, como gran artista, él sabía por qué hacía humor. Independiente de cualquier credo Jaime Garzón Forero asumió como preocupación última la paz de Colombia. Llevó a sus últimas consecuencias su destino de alma rebelde. Vivió del saber ligero y de la agilidad propia del pensamiento. Su vida pasó entre nosotros como un deslizarse por el rápido de un río, sin miedo a las piedras, juagado de la risa y confiado en el remanso donde caería. Sus personajes aún ventilan nuestros males y su capacidad infantil de observación nos invita al reino de la libertad.


COMENTARIOS

1. El capítulo VI de La violencia y lo sagrado, "Del deseo mimético al doble monstruoso", es considerado por Girard como la punta de lanza de su teoría mimética (las traducciones son nuestras).

2.  Martín Emilio "Cochise" Rodríguez, campeón mundial de ciclismo, hoy líder cívico de la ciudad de Medellín pronunció aquella frase que impactó la opinión pública: En Colombia la gente se muere más de envidia que de cáncer.

3. Entrevista con el líder paramilitar Hebert Veloza  (alias HH). "Cuando sucedió lo de Garzón a Carlos le dio muy duro y se arrepintió totalmente porque el crimen impactó al país y todo el país se vino encima. Fue un hecho que marcó a Carlos. El problema de un movimiento político-militar es que hay hechos militares que acaban con todo lo político y con la muerte de Garzón pasó eso. Carlos toma la decisión y matan a Garzón. Eso que dicen que Garzón se dio cuenta que lo iban a matar y fue a la Picota y que Ángel Gaitán Mahecha lo puso al teléfono, todo eso es verdad. Carlos le negó ahí que lo iba a matar pero las cosas no se arreglaron porque la orden ya estaba dada y todo estaba andando. La información que se tenía era que él tenía alguna vinculación con el ELN y que venía siendo intermediario entre familiares de secuestrados y esa guerrilla. Gente del alto mando del Ejército le dio esa información a Carlos. Eso tenía muy molesto al Ejército. Yo siempre fui cercano a la casa Castaño y por eso me enteré de detalles pero eso era un tema casi vetado para Carlos, porque a lo último ya no hablaba de eso. Llegó al punto de hasta negarlo, como lo hizo en su libro ‘Mi confesión’. No conozco qué militar le dio la información a Castaño. Si lo supiera, lo diría. Así los ex- militares que están tratando de acallarme sigan tratando de hacerlo. Carlos era el único que sabía qué militares hicieron la vuelta". 


REFERENCIAS

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