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Análisis Político

versión impresa ISSN 0121-4705

anal.polit. v.24 n.73 Bogotá sep./dic. 2011

 

DISCURSOS, GEOPOLÍTICA Y SIONISMOS EN EL CONFLICTO PALESTINO - ISRAELI. UN ANÁLISIS SISTÉMICO.

SPEECHES, GEOPOLITICAL AND ZIONISM IN THE PALESTINIAN - ISRAELI CONFLICT. A SYSTEMIC ANALYSIS

Luis Alexander Montero Moncada1

1Asesor de la Embajada de Palestina en Colombia. Estudiante del Doctorado de Estudios Políticos, Universidad Nacional de Colombia


RESUMEN

El conflicto palestino israelí propone un escenario de análisis que parte de la construcción de discursos nacionales mediado por intereses políticos y económicos sistémicos y no solamente de elementos endógenos como propone la lectura común del sionismo. Desde allí, la originalidad de discursos nacionales basados en argumentos religiosos debe revisarse para entender procesos transversales que disimulan intereses hegemónicos. No obstante, los discursos religiosos que han intervenido a lo largo del conflicto palestino israelí, con mayor intensidad luego de la guerra de 1967, han sido un catalizador de expresiones del sionismo religioso, ocultando intereses geopolíticos por el control territorial en Palestina.

Palabras clave: Sionismo político, Sionismo Religioso, Nación, Conflicto Palestino Israelí, Ocupación


SUMMARY

The Israeli-Palestinian conflict scenario analysis suggests that part of the construction of national discourses mediated by systemic political and economic interests and not only of endogenous elements as proposed by the common reading of Zionism. From there, the originality of national discourses based on religious grounds should be reviewed to understand transverse processes conceal hegemonic interests. However, religious discourses that have intervened along the Israeli-Palestinian conflict, with greater intensity after the 1967 war, have been a catalyst for expressions of religious Zionism, obscuring geopolitical interests for territorial control in Palestine.

Keywords: political Zionism, Religious Zionism, Nation, Israeli Palestinian Conflict, Occupation


INTRODUCCIÓN

El manejo mediático occidental, y en buena medida de la academia, del conflicto palestino israelí hace visible cosas erróneas y por otro lado, hace invisible elementos de fondo. El conflicto es presentado de forma distorsionada con un origen milenario, ligado falsamente a un enfrentamiento "histórico- religioso" entre judíos y palestinos y equivocadamente como un simple conflicto territorial por un "pueblo" que quiere regresar a su tierra con la cual tiene lazos "entrañables". Nada de esto es cierto. Por otro lado se hace invisible un elemento central sin el cual es imposible comprender el conflicto o siquiera aproximarse a él de una manera reflexiva, el tema de la ocupación israelí de Palestina.

El conflicto hay que sacarlo de estos falsos y simples lugares comunes y ubicarlo más preciso en el siglo XX, con antecedentes en los procesos liberales europeos de fines del siglo XIX. De hecho, las ideas políticas liberales europeas, fundadoras de nacionalismos, fueron el trasfondo del sionismo político, punto de partida de las reivindicaciones nacionales judías, e inicio de los procesos sistémicos liderados por el Reino Unido y Francia. Con este punto de quiebre, discusiones subsiguientes relacionadas con la idea de nación judía, definición política, identidad religiosa y jurisdicción geográfica aparecieron en la arena sionista-europea, que sin embargo fueron apocadas por los intereses de las potencias coloniales, aquellas que irradiaron el camino futuro de las aspiraciones sionistas, con la influencia del principio ordenador del sistema internacional liderado por los británicos.

Si bien este fue el punto de partida del conflicto, bautizado con la Resolución 181 de Naciones Unidas del 29 de noviembre de 1947 por medio de la cual nace de manera artificial el Estado de Israel, no fue el común desarrollo del mismo. La Guerra de los Seis Días, 1967, marcó el inicio de una segunda etapa en el conflicto palestino - israelí. Dimensiones completamente nuevas como una franca ocupación por parte de Israel sobre tierra palestina -a diferencia de la ocupación disimulada de 1948 -, la subsecuente necesidad israelí de justificar la ocupación y la usurpación de Gaza y Cisjordania, la expulsión de más palestinos, o el más aberrante hecho, de hacerlos parecer extranjeros en su propia tierra, aparecieron en la escena política internacional. Estos elementos introdujeron variables adicionales al análisis, alejadas de dimensiones sistémicas y más pertenecientes a los giros en la política israelí y al manejo del discurso del conflicto, el cual aún hace escorar a Israel entre un Estado religioso o un Estado étnico, según convengan las circunstancias.

Por tal motivo, el eje central del artículo gira sobre el hecho que la construcción artificial del Estado de Israel fue catalizada por elementos sistémicos (exógenos) apartados de la dinámica de la identidad judeo-religiosa, de las interacciones entre las unidades del Imperio Otomano o por un intento de generar un equilibrio de poder en el Medio Oriente resultante de la primera Guerra Mundial. No obstante, luego de la Guerra de los Seis días, elementos subsistémicos (endógenos) e interdependientes, como el reforzamiento del sionismo religioso o el interés de Israel por el control de recursos hídricos han determinado el curso del conflicto hasta entrado el siglo XXI.

ELEMENTOS SISTÉMICOS DETERMINANTES DE LAS PROPUESTAS SIONISTAS EUROPEAS DE FIN DEL SIGLO XIX

La noción de sistema (internacional) y las relaciones que esta noción plantea, se convierten en norte teórico para la comprensión del eje central de trabajo. Comprender que, desde un punto de vista determinado por teóricos como K. Waltz (1988), las relaciones que establecen las unidades que componen el sistema están determinadas, no por causas endógenas sino por orientaciones sistémicas que vienen en una influencia verticalmente descendente (Waltz, 1988), de lo general a lo particular, de arriba hacia abajo, se vuelve una tarea metodológica fundamental. Esta influencia es denominada, por el neorrealismo en las Relaciones Internacionales, como un principio ordenador, que irradia las partes del sistema y determina desde sus roles dentro del sistema, hasta las capacidades relativas que, en consecuencia, el mismo sistema asigna a las partes (Sodupe, 2009). "Este planteamiento tiene, no obstante, algunas limitaciones epistemológicas evidentes, como el hecho de mezclar por momentos las nociones de sistema con estructura" (Sodupe, 2009), presentar a las unidades sistémicas como elementos vacíos, incapaces de determinar si quiera su propia organización socio-política-cultural - de paso proscribiendo cualquier posibilidad de materialismo dialéctico o histórico- o ser débil teóricamente a la hora de explicar formatos de alianzas ante la inexistencia de valores universales comunes, reemplazados por intereses nacionales (Salomón, 2002). A pesar de estas limitaciones, el neorrealismo sirve para entender la posibilidad que una propuesta nacional netamente europea y laica en sus orígenes, como era el sionismo de Hertz (Garaudy, 1997), "cambie en función de los intereses sistémicos -el sionismo de Weizmann- y tome visos religiosos, coloniales y sobretodo económicos direccionados a un espacio extra europeo, como el Medio Oriente y en particular a Palestina" (Garaudy, 1997). En otras palabras, desde el neorrealismo se puede explicar cómo el principio ordenador del sistema internacional de fines del siglo XIX, fundamentalmente británico, determina desde arriba el cambio en el discurso y reclamaciones sionistas, le asigna valores, contenido y potencia al sionismo resultante de Weizmann y lo encamina a un modelo de dominación colonial en el Medio Oriente.

El Sistema y su influencia en las unidades

Lo planteado por K. Waltz en su teoría sistémica o neorrealista identifica desde un inicio el espacio de discusión teórico central, esto es el análisis de los elementos que definen las continuidades del sistema internacional, no las diferencias. "El sujeto de análisis de estas continuidades sin duda es el Estado, que en el planteamiento de Waltz, no tiene capacidades, atribuciones o funciones logradas por construcción endógena sino por determinación del sistema a través de la estructura" (Sodupe, 2009). Esta característica es el objeto de la discusión planteada por Waltz (1988) para diferenciar y criticar las teorías reduccionistas -aquellas que definen al Estado como su propio agente a la hora de construir atribuciones, capacidades y funciones.

Afirmar que lo fundamental en un análisis sistémico es la influencia del sistema sobre las unidades no implica que se desconozca de plano algunos elementos estatales. De hecho Waltz (1988) explica que el análisis de los atributos internos sirve para describir algunos elementos de política exterior de un Estado, pero no sirve para explicar las grandes continuidades de la política internacional sistémica. De este planteamiento deriva otro aún más trascendente, las continuidades del sistema internacional no se puede explicar a través de la simple sumatoria de las políticas exteriores de los Estados, para esto se requiere identificar el principio ordenador existente en cada sistema y expresada a las unidades a través de la estructura (Sodupe, 2009).

Con esto, Waltz delimita y aísla metodológicamente el objeto de su teoría neorrealista, el sistema internacional, soportado en un dominio concreto, el plano internacional. (Buzan, 1993) por su parte ofrece una interesante definición de sistema, entendido como "un conjunto de partes o unidades cuyas interacciones son lo suficientemente significativas para ser percibidas como un grupo coherente. (Así) Un grupo de Estados forma un sistema internacional cuando el comportamiento de cada una de las partes es un factor necesario en los cálculos que realizan el resto de sus componentes. Un sistema, pues está compuesto por unidades, interacciones y estructura".  En esta construcción conceptual, un sistema está materializado en una estructura, la cual a su vez está integrada por unidades interactuantes. Sin embargo, la dificultad radica en la adecuada definición de estructura que hace Waltz, a la cual, aun corriendo el riesgo permanente de caer en las críticas reduccionistas, le asigna tres elementos definitorios principales: en primer lugar, el principio ordenador; en segundo lugar, la diferenciación y especialización de las unidades; y en tercer lugar, la distribución de recursos y capacidades entre las unidades (Sodupe, 2009).

En cuanto el principio ordenador, el cual es posiblemente uno de los elementos centrales del neorrealismo y el aporte más sólido de Waltz:

Éste parte de una condición inherente al sistema internacional, la anarquía. De hecho, similar al estado de naturaleza de Hobbes, la anarquía prevalente en el sistema internacional obliga a que las unidades busquen ante todo la seguridad, convirtiéndose así el poder, sólo en un medio para lograr dicha meta. Ahora bien, la búsqueda de la seguridad por parte de las unidades parte de dos supuestos básicos, por un lado, que las unidades son agentes individuales movidas por intereses egoístas, y por otro, que las unidades actúan bajo el principio de la autoayuda, o en otras palabras, "la misma unidad se provee de los medios para lograr así las herramientas de poder suficientes para conseguir la seguridad" (Waltz, 2007).

Con estos supuestos consolidados, las unidades se lanzan entonces en una carrera marcada por una clara racionalidad de maximización de beneficios -seguridad- donde los resultados pueden ser muy disímiles.

Es posible encontrar, a la luz de Waltz, múltiples escenarios de equilibrio de poder, entendiendo éste, como la mutua anulación de los alcances del adversario, quien tiene la misma racionalidad que el propio jugador y en parte los mismos atributos iniciales, o escenarios de equilibrio denominado bandwagoning, o simplemente la práctica de alinearse con el más fuerte (Sodupe, 2009). Esta, entre otras cosas, es la separación del Neorrealismo y Waltz (2007) con Hobbes, para quien el estado de naturaleza termina con un orden sólido, predecible, sostenible y reproducible como es el Estado logrado a través de un pacto. En el neorrealismo, el sistema continuará siendo anárquico y ningún actor deseará acumular tanto poder para constituirse en una especie de gobierno mundial porque por un lado, se ha enfatizado que el poder no es un fin en sí, y por otro, ante tal eventualidad, dicha acumulación en un gobierno mundial estimularía fuertes luchas por hacerse con esa instancia, privando toda posibilidad de equilibrio sistémico.

El principio ordenador, a partir de este desarrollo, tiene dos orientaciones.

En primer lugar, debido a la anarquía sistémica, todas las unidades actuarán o pretenderán hacerlo, como se acabó de mencionar, con el objetivo de incrementar su posibilidad de influencia de manera que su seguridad sea garantizada por su propia acción y acumulación de herramientas de poder (Salomón, 2002), (Waltz, 1988), (Sodupe, 2009). En segundo lugar, a manera de principio ordenador subsidiario, los mayores acumuladores de poder sistémico, guiarán y determinarán el comportamiento del resto de unidades del sistema, controlando o determinando la estructura y por intermedio de ella, la asignación de funciones, atribuciones y características de las unidades (Sodipe, 2009). En este orden de ideas, el principio ordenador, de un sistema internacional colonial franco-británico, y no una motivación endógena del movimiento judío europeo, fue lo que determinó que la dirigencia sionista tuviera un notable giro y pasara de ser una propuesta genuina de reclamo nacional laico para los europeos judíos a ser una propuesta determinada por los intereses británicos -fundamentalmente- con intentos de legitimación en aproximaciones religiosas, como se explicará más adelante (Sodupe, 2009, p. 88).

En cuanto el segundo de los elementos centrales de la concepción de estructura, consistente en la diferenciación y especialización de unidades, el neorrealismo plantea que no dependen de atributos estructurales, o dicho de otra manera, la estructura -por sí misma- no asigna ni la diferenciación ni la especialización de las unidades. De hecho, como plantea claramente Waltz:

Las unidades del sistema no se encuentran diferenciadas por las funciones que desempeñan a partir de atributos endógenos. De hecho las funciones que las unidades puedan proyectar de sí mismas son irrelevantes pues, apalancado en los principios de anarquía internacional, búsqueda de seguridad y el principio de autoayuda, es el sistema, a través del principio ordenador, quien hace dicha valoración funcional de cada una de las unidades, diferenciándolas y especializándolas según las necesidades sistémicas, siempre y cuando se dé el proceso de distribución de capacidades de una manera simultánea (Sodupe, 2009, p. 86-90).

En consecuencia, el tercer elemento de análisis de la estructura dentro del neorrealismo, la distribución de capacidades de las unidades, es enmarcado en la apreciación Waltziana a partir de lo planteado anteriormente a manera de principio ordenador subsidiario:

Si se parte del hecho que la anarquía internacional no tiene, en sí misma, que favorecer una especialización de las unidades, dichas unidades pudieran ser en principio similares. Lo que diferenciaría contundentemente una unidad de otra sería la capacidad comparada que tendrían tales unidades para realizar tareas similares. Así la estructura debe identificar la unidad que responde mejor a determinada tarea, aquella que tiene mayores capacidades de desarrollo. La tarea de la estructura vendría siendo entonces una tarea de distribución de capacidades y recursos de poder. (Sodupe, 2009, p. 86-90)

Así quien más capacidades de proyectar recursos de poder tenga, a partir de la racionalidad de maximización de beneficios y el principio de autoayuda, determinará su poder relativo frente a otras unidades menores, así como determinará las acciones de las unidades menores en función del beneficio de la unidad mayor (la de mayor capacidad de proyectar poder) creando la noción de principio ordenador subsidiario.

El panorama resultante de estos tres elementos pudiera ser sombrío. Se podría concluir erróneamente que se ha instaurado el estado de naturaleza Hobbesiano en una carrera por contener las mayores capacidades y recursos de poder sistémicos y así determinar el comportamiento de los subordinados, siempre actuando de una manera individual. Este panorama se afirma cuando Waltz (2007) proscribe los equilibrios de poder basados en las alianzas y enfatiza los equilibrios de poder basados en el mutuo bloqueo debido a la competencia por el poder. Sin embargo, no es del todo un desolador panorama. La cooperación es viable pero concebida solo en el plano de la primacía de las ganancias relativas sobre las ganancias absolutas (Sodupe, 2009). Dicho de otro modo, la pregunta que determina la cooperación no es cuánto ganan todas las unidades, sino cuánto beneficio logra una unidad determinada que le permita tomar distancia de sus competidores inmediatos.

Estos límites teóricos sugieren algunos elementos definitivos. Al tratarse de un sistema internacional dominado por los británicos y los franceses, el sionismo resultante de la dirección de Weizmann, a diferencia del sionismo de Hertzl, fue determinado plenamente en función de las necesidades sistémicas, así como las capacidades y atributos de poder de las unidades más fuertes, que para fin del siglo XIX e inicio del XX, se soportaban en una estructura de dominación colonial. Esta idea es aún más cruda, los planes de partición de Palestina no pretendían una reivindicación nacional identitaria europea-judía, sino que se constituyó en una imposición sistémica colonial bajo la égida del principio ordenador británico. El desarrollo ya no teórico sino ahora histórico de este argumento, viene a continuación.

Del Sionismo político de Hertzl al Sionismo colonial de Weizmann

La construcción de las naciones y los Estados-nación europeos ha sido un proceso muy convulsionado. De hecho, puede resultar una seria quijotada intentar identificar el punto exacto de inicio de este proceso, pues siempre hay que regresar más y más en el pasado europeo. En ese orden de ideas, las ideologías liberales que modificaron el mapa político de Europa en el siglo XIX tiene antecedentes tanto en la revolución industrial como en la revolución francesa, al igual que en el enciclopedismo y la ilustración. No obstante se puede ir más atrás y citar a la Paz de Westfalia, gran definidora de los intereses nacionales de las grandes potencias continentales y de allí hasta el renacimiento, cuando se marcó una fractura con la autoridad papal y por ende se iniciaron los principales procesos definitorios entre católicos y protestantes en Europa central que catalizaron las rivalidades futuras de franceses y alemanes. La ilusión que con este hecho se puede iniciar la delimitación temporal no es sino un vano espejismo. Las identidades católicas y protestantes deben encuadrarse en los elementos culturales propios de los pueblos que infiltraron el Imperio Romano y dieron origen a la misma Edad Media, de los cuales algunos abrazaron más rápidamente los preceptos católicos, incluso con fines integracionistas como en la Península Ibérica o Francia, mientras que otros perduraron más en el paganismo, como algunos pueblos de Europa central pertenecientes a familias nórdicas. No obstante, es pertinente volver al inicio, esto son las ideologías liberales europeas de fin del siglo XIX y su influencia en los nacionalismos en Europa.

En este contexto, el sionismo pretende ser entonces una propuesta nacional para los europeos judíos, fundamentalmente en sus orígenes dirigida a los europeos orientales (Tuchman, 1984). Sin embargo, la consolidación de una nación para este mismo grupo es un tanto difícil. Si se sigue a Anderson, nación es una comunidad política e imaginada, que cumple además con las características de ser limitada y soberana (Anderson, 2007).

Imaginada, según Anderson, porque "aún los miembros de la nación más pequeña no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán siquiera hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión". Es política, porque las comunidades basadas solo en normas sociales e incluso religiosas no conducen a la existencia de un Estado en sus conceptos modernos, deben perseguir un ideal común, de proyección de poder y sobre todo, un interés por permanecer unidas. Es limitada porque "incluso la mayor de ellas, que alberga tal vez a mil millones de seres humanos vivos, tiene fronteras finitas, aunque elásticas, más allá de las cuales se encuentran otras naciones. Ninguna nación se imagina con las dimensiones de la humanidad. Los nacionalistas más mesiánicos no sueñan con que habrá un día en que todos los miembros de la humanidad se unirán a su nación, como en ciertas épocas pudieron pensar los cristianos, por ejemplo, en un planeta enteramente cristiano" (Anderson, 2007, p. 22-26).

Este es uno de los puntos centrales para entender por qué el sionismo no podía ser, en el contexto europeo de construcción de naciones del siglo XIX, un movimiento nacional soportado en la religión. Las identidades meramente religiosas, según lo expuesto por Anderson (2007), no son congruentes con el tiempo y procesos europeos que dieron origen al mismo sionismo.

La comunidad imaginada de Anderson, también es soberana porque:

El concepto nació en una época en que la ilustración y la Revolución estaban destruyendo la legitimidad del reino dinástico jerárquico, divinamente ordenado. Habiendo llegado a la madurez en una etapa de la historia humana en la que incluso los más devotos fieles de cualquier religión universal afrontaban sin poder evitarlo el pluralismo vivo de tales religiones y el alomorfismo entre las pretensiones ontológicas de cada fe y la extensión territorial, las naciones sueñan con ser libres y con serlo directamente en el reinado de Dios. La garantía y el emblema de esta libertad es el Estado soberano. Según Anderson, nuevamente el binomio religión (divinidad)-nación, sustento pretendido del sionismo religioso, es impracticable (Anderson, 2007, p. 22-26).

La discusión sobre la invalidez de este binomio es de suma importancia. Si bien hay que reconocer que las comunidades religiosas son en sí mismo comunidades imaginadas, no son bajo ninguna forma, comunidades políticas imaginadas, en términos de Anderson, pues de hecho, como el mismo autor lo afirma, su "coherencia inconsciente se desvaneció a partir de fines de la Edad Media".

Para Renan, la nación moderna tiene otros componentes. Según este autor, se trata de:

Un resultado histórico producido por una serie de hechos que convergen en igual sentido. La unidad ha sido realizada o bien por una dinastía, como en el caso de Francia, o bien por la voluntad directa de las provincias, como en el caso de Holanda, Suiza y Bélgica, o bien por un espíritu general tardíamente vencedor de los caprichos del feudalismo, como en el caso de Italia y de Alemania. Siempre ha presidido a estas formaciones una profunda razón de ser (Renan, 2000, p. 53-56).

Lo destacable de la definición de Renan está en el reconocimiento de un determinismo histórico en la definición de las naciones modernas, determinismo tan potente que logra imponerse a diferencias étnicas o lingüísticas, que son componentes irrenunciables en la mayoría de los autores que discuten sobre los componentes y alcances del sentimiento nacional. Este determinismo debe ser incuestionable por todos los miembros de la comunidad. Bajo este precepto, el sionismo religioso sale profundamente mal librado como delineador nacional, en cuanto la identidad religiosa era superada por la identidad política de los europeos judíos sobre todo los pertenecientes a las sociedades europeas occidentales. Sobre este argumento, Renan menciona que "ya no hay religión de Estado; se puede ser francés, inglés, alemán, siendo católico, protestante, israelita (judío), o no practicando ningún culto. La religión se ha vuelto cosa individual; mira a la conciencia de cada uno. No existe ya división de las naciones católicas y protestantes." (Renan, 2000, p. 63).

La discusión de la validez del sionismo político, y aún más el religioso, como elemento generador de una idea de nación para el futuro Estado de Israel, se vuelve más compleja a partir de los planteamientos de Eric Hobsbawm, quien al respecto de Renan, afirma que "los vínculos entre religión y la conciencia nacional pueden ser muy estrechos, como demuestran los ejemplos de Polonia e Irlanda. De hecho, la relación parece hacerse más estrecha allí donde el nacionalismo se convierte en una fuerza de masas en su fase de ideología minoritaria y movimiento de activistas. (Hobsbawm, 1998, p. 73)" Esta aparente contradicción con Renan y que abriría la puerta a la posibilidad de contemplar con alguna hipotética validez los tan redundantes argumentos religiosos sionistas como soportes para la usurpación de Palestina, son atacados por el mismo Hobsbawm, cuando aclara que "Los militantes sionistas en los tiempos heroicos de la Yishuv de Palestina eran más dados a comer bocadillos de jamón de forma demostrativa que a tocarse con gorros rituales, como los fanáticos israelíes lo hacen hoy día" (Hobsbawm, 1998, p. 76). Con esto, Hobsbawm prueba que si bien en algunos casos la religión y la conciencia nacional pueden acercarse, también es argumentable que poco de identidad religiosa había en un comienzo del nacionalismo europeo judío y que el Sionismo de Hertzl no podía apalancarse en una identidad religiosa o en un reclamo religioso (tierra prometida, tierra ancestral, pueblo de Dios o cualquier otra categoría subjetiva y anti positivista) inexistente por demás, para proponer a Palestina como opción principal para la creación de un Estado (Sand, 2009, p. 45). Por consiguiente, se regresa al argumento del aparte anterior, donde  Shlomo exponía que la escogencia de Palestina como sitio de emigración de los europeos judíos y de la posterior creación artificial y arbitraria del Estado de Israel por parte de la ONU, no obedeció de ningún modo a un reclamo nacional identitario "judío", sino a intereses sistémicos basados en una estructura colonial británica. El discurso religioso fue una posterior herramienta de propaganda.

Hobsbawm (1998) defiende fuertemente este planteamiento y, aunque reconociendo cierta diferenciación entre los europeos judíos y los demás pueblos de Europa, afirma que:

Asimismo, aunque los judíos, dispersos por todo el mundo durante algunos milenos, nunca, dondequiera que estuviesen, dejaron de identificarse a sí mismos como miembros de un pueblo especial y totalmente distinto de las diversas variantes de no creyentes entre los que vivían, en ninguna etapa, al menos desde su vuelta al cautiverio en Babilonia, parece que esto entrañara un deseo serio de tener un Estado político judío, y no hablemos de un Estado territorial, hasta que se inventó el nacionalismo judío en las postrimerías del siglo XIX por analogía con el recién inventado nacionalismo occidental. Es totalmente ilegítimo identificar los vínculos judíos con la tierra ancestral de Israel, cuyo mérito se deriva de las peregrinaciones a dicha tierra, o la esperanza de volver a ella cuando llegase el Mesías -pues a ojos de los judíos, era obvio que no había llegado-, con el deseo de reunir a todos los judíos en un estado territorial moderno situado en Tierra Santa. Sería lo mismo que argüir que los buenos musulmanes, cuya mayor ambición es peregrinar a La Meca, lo que pretenden realmente allí es declararse ciudadanos de lo que ahora es la Arabia Saudí (Hobsbawm, 1998, p. 56-57).

Con esto Hobsbawm, siendo él mismo judío, aclara que es ilegítimo, además de inútil en términos de teoría política, utilizar un argumento religioso como argumento nacional para apropiarse de Palestina, porque, entre otras cosas, bajo una perspectiva teológica, solo es legítimo para un judío creyente, constituir una entidad análoga a un Estado en la "tierra prometida" solo y únicamente al momento de la llegada del mesías (Sand, 2009: 53). Previo a esto, está la herramienta de la peregrinación, permitida durante la mayor parte de dominio árabe musulmán de Palestina (Garaudy, 1997: 56).

En 1998 Hobsbawm, la nación, para el momento de surgimiento del sionismo político a fines del siglo XIX, estaba compuesta por otros elementos. En primer lugar, era fundamental cierta asociación histórica con un Estado que existiese en aquellos momentos o con un Estado cuya tradición fuese sumamente potente. En segundo lugar, era igual de importante, la existencia de una rancia élite cultural, poseedora de una lengua vernácula literaria y administrativa nacional y escrita. En tercer lugar, un pasado épico, refrendado con una gran capacidad de conquista. A este respecto, Hobsbawm textualmente afirma que "No hay como ser un pueblo imperial para hacer que una población sea consciente de su existencia colectiva como tal". Todos estos elementos, surgidos de tradiciones liberales burguesas, triunfantes en Europa y catalizadoras, entre 1830 y fines de siglo XIX, de los reclamos nacionales. Este triunfalismo liberal burgués, entre otras cosas, se da en gran medida porque "el desarrollo de las naciones era indiscutiblemente una fase de la evolución o el progreso humano desde el pequeño grupo mayor, de la familia a la tribu y la región, a la nación y, finalmente, al mundo unificado del futuro" (Hobsbawm, 1998: 28), tal y como lo afirma Hobsbawm. Debido a la fortaleza conceptual de estos elementos, la identidad judía presentada por el sionismo político de Hertzl, en las postrimerías del siglo XIX, de hecho enfrentó cuando menos dos serios problemas.

En primer lugar está que en términos de asociación lingüística, el yiddish, principal dialecto que reemplazó al hebreo (el cual era lengua muerta para ese momento) como una de las lenguas de identidad dentro de los europeos judíos askenazis, era tomado dentro del nacionalismo alemán como parte de los dialectos alemanes de la región central, al ser el yiddish mismo un dialecto germano derivado del alemán medieval (Hobsbawm, 1998: 31).

En segundo lugar, para los revolucionarios franceses el determinismo lingüístico no era un problema mayor de inclusión. De hecho, daba los mismo si un francés judío sefardí hablara ladino mientras un francés judío askenazi hablara yiddish, ya que en su identidad política ambos eran franceses, puesto que eran hijos de la revolución y habían adquirido derechos ciudadanos franceses, los cuales incluían evidentemente hablar también francés. Adicionalmente, el caso Dreyfus se volvió una reafirmación de la inclusión identitaria política de los franceses judíos, puesto que el argumento que este infortunado no podía ser francés por su ascendencia judía, fue interpretado, según Hobsbawm (1998), como un desafío a la naturaleza misma de Revolución Francesa, a su definición de nación y a su carácter integrista. Si a los argumentos anteriores mencionamos que un componente importante de alemanes judíos combatió en la primera guerra mundial para hacer prevalecer la idea imperial alemana, vemos que el sionismo de Hertzl tenía un alcance seriamente limitado.

¿Cuándo entonces se dio el giro trascendental y se puede encontrar un nuevo sionismo que termina popularizando la idea de un hogar nacional judío, que se originó con el compromiso británico de la Declaración Balfour y terminó con la ocupación y división de Palestina en 1947, la creación unilateral de Israel por las Naciones Unidas?

El sionismo de Hertzl era laico. No obstante, el sionismo de la primera década del siglo XX integró el elemento religioso como uno de los pilares de la negociación con los británicos, pero sobre todo de la emigración. Esta segunda etapa del sionismo está profundamente marcada por la influencia del británico Weizmann, y de otras figuras centrales provenientes de la familia Rothschild, de origen alemán y con variantes importantes en el Reino Unido, Austria y Francia, especialmente el Barón Lionel Walter Rothschild, destinatario de la Declaración Balfour. Este sionismo inició una nueva etapa de colaboración con los intereses británicos y franceses, en el momento en el cuál la suerte del Imperio Turco Otomano estaba decidida y era necesario una serie de apoyos importantes para controlar las zonas petroleras estratégicas del Medio Oriente, las cuales lograron su visibilidad justo en el periodo comprendido entre 1908 y 1932, desde el inicio del auge petrolero iraní hasta la consolidación del petróleo saudí (Said, 2003).

Esta segunda etapa del sionismo se caracterizó por manejar dos dinámicas, una hacia la comunidad judía y otra hacia los líderes sistémicos. En ese sentido, el discurso hacia la comunidad judía fue el rescate de la idea de Sion como idea de hogar nacional histórico, la reconstitución del hebreo como idioma común -aunque lo que más prosperó fue una adecuación del yiddish-, el cooperativismo y la migración a Palestina bajo la idea del retorno. La insistencia sionista sobre el hogar nacional dejaba de lado las fuertes identidades nacionales de los europeos judíos occidentales -mayoritariamente asimilados- con sus países de origen, la identidad finalmente europea de los europeos judíos orientales -que si bien no habían sido asimilados en el mismo grado de los europeos judíos occidentales y se identificaban aparte de otros pueblos, se sentían indisolublemente atados a una idea de europeidad, como era el caso de los polacos- y la identidad de los palestinos judíos que eran nativos en Palestina y no entendían por qué era necesario un hogar nacional para los judíos pues por un lado ellos ya tenían su propio hogar nacional, por otro lado quienes veían llegar como inmigrantes eran europeos no practicantes y finalmente no era necesario un hogar nacional judío para ir en peregrinación a sus lugares sagrados de culto religioso (Said, 2003).

El discurso de la segunda etapa del sionismo hacia los líderes sistémicos (Reino Unido y Francia) fue distinto. Este discurso fue matizado por los recursos financieros de los Rothschild y la alineación de Lord Balfour, Weizmann y la élite sionista francesa e inglesa con un proyecto que beneficiaba a estos dos países (Tuchman, 1984). Con el fin de la primera guerra mundial y la derrota del Imperio Turco Otomano, la repartición a manera de protectorado de sus despojos, dejó un sabor entre los árabes, a quienes los británicos a través de múltiples negociaciones secretas les habían prometido su independencia política (Pappé, 2009), de alta traición, así como de ampliación del esquema colonial británico y francés, ya generalizado para entonces. La élite sionista, que a su vez era en gran medida la élite sistémica, se apoderó del Medio Oriente, determinó la estructura económica de los futuros Estados independientes árabes, consolidó inversiones especialmente las que le permitían el libre acceso al petróleo regional y luego de casi 20 años dio luz verde a una vida política para los Estados del Medio Oriente (Pappé, 2009). Palestina no obstante fue la excepción. La élite sistémica encontró en Palestina una excelente cabeza de puente para influir y controlar la región de la cual debía retirarse debido a la presión árabe para que el Reino Unido y Francia cumplieran su palabra de la facilitación de Estados independientes. Así, el argumento religioso de apropiación, tan débil y tan discutido teóricamente, se abre camino y carga hacia la creación del Estado de Israel, un hogar nacional judío muy diferente del que se concibió a fines del siglo XIX, e impulsado irrefrenablemente por los acontecimientos mediáticos y los dilemas morales de la segunda guerra mundial.

La Geopolítica del Medio Oriente. Elementos de impulso e interés sistémico agenciados por el discurso sionista

Es necesario tener claro que Medio Oriente, Mundo Árabe y Mundo Musulmán son variables diferentes. Tal vez la más difusa es la definición de Medio Oriente pues se enfrenta a varias percepciones. En primer lugar aquella que identifica su límite occidental en la Cirenaica. Una segunda que amplía el límite occidental hasta el Sahara Occidental. Una tercera que identifica su límite oriental en Irán. Una cuarta, presente en la política exterior y de defensa de Estados Unidos luego del 11 S, que amplía el límite oriental incluyendo amplios sectores de Asia Central hasta llegar a Afganistán y Paquistán. Esta es la visión de Medio Oriente Ampliado que presentó George Bush en los planes de defensa de Estados Unidos en la región. La definición de Mundo Árabe es un tanto menos difusa y se concentra en la región de expansión musulmana del siglo VI y VII, excluyendo a Irán y Turquía. La definición de mundo musulmán también es un poco más clara, siendo sin embargo la más grande de los tres conceptos. Incluye todo el norte del África, parte del África subsahariana, Turquía, algunas regiones balcánicas, la cuenca del Golfo Pérsico, la Península Arábiga, Asia Central, partes de la India e Indonesia, siendo éste el país con el mayor número de musulmanes actualmente (Fawcett, 2009).

El petróleo del Medio Oriente fue la mayor amenaza para el mundo árabe. Las potencias aún dentro de un marco europeo se apresuraron en administrar los recursos de la región, interés heredado cuando el sistema pasó a actores preponderantes extra europeos. Este interés se sostiene en un hecho tremendamente fuerte, el 60% de las reservas petroleras del mundo en 2010 están ubicadas  en el Medio Oriente. Para la década del veinte del siglo XX, esta relación era aún mucho más preponderante para la región medio oriental. De hecho de los 10 grandes países con reservas probadas, ocho son medio orientales, uno Africano, Nigeria, y uno solo es un actor externo, Venezuela (Uc, 2008).

Este panorama está compuesto en su orden de importancia por Arabia Saudí, Irán, Irak, Kuwait, Emiratos Árabes, Libia, Qatar y Argelia. (Uc, 2008)

Para los años de dominio europeo del Medio Oriente, se consolidó la explotación privada multinacional de estos recursos, favoreciendo enormemente a los capitales inversionistas británicos y franceses particularmente, y de paso a Europa, quien encontró un espacio de estabilidad en precios muy adecuado para su reconstrucción luego de las guerras mundiales. Solo, hasta cuando en los sesenta, las empresas privadas se enfrentaron a la oleada de nacionalismos árabes y pretendieron regular unilateralmente los precios petroleros, ocurren los primeros sobresaltos significativos en el precio internacional, originando el nacimiento de la OPEP (Uc, 2008).

Ahora bien, este panorama de fortaleza geopolítica se ve ampliado por otra condición a tener en cuenta. Resulta importante para un actor sistémico, controlar las principales rutas de evacuación del petróleo, esto es oleoductos y puertos. En ese sentido, el Medio Oriente está determinado por dos grandes rutas petroleras, la primera que surte a China y Japón por oriente, mientras que conecta a Europa vía Turquía por occidente. El centro de gravedad de esta ruta es Irán, desde donde se hacen estas dos proyecciones. La segunda ruta, surte a India y el Sud este asiático por oriente, recoge las rutas del sur de los oleoductos provenientes del Mar Caspio y del Cáucaso ex - soviético y termina integrando a Israel con Egipto en un gran puerto de salida del petróleo por el Mar Mediterráneo. Nuevamente el centro de gravedad de esta ruta es Irán (Klare, 2003).

Juntando estos dos factores, petróleo y rutas de evacuación, se puede explicar la presencia y control político y militar de la región por los principales actores sistémicos y la oportunidad que vio el Reino Unido y luego Estados Unidos, a la hora de tener una cabeza de puente aliada y que además le permitiera exportar de una manera segura los inmensos recursos petroleros, Israel.

En el caso del sistema internacional colonial dominado por los británicos, la materialización del control consistió en ampliar y sostener su sistema de colonias en Asia Central, Egipto y la cuenca del Golfo Pérsico, a la vez de constituir el protectorado en Palestina, Jordania, Irak, Kuwait y la zona litoral de Arabia (Pappé, 2009). La acción final fue consolidar la propuesta del Estado de Israel. En el caso del sistema internacional de Guerra Fría, el papel de sopesar alianzas le correspondió a Estados Unidos, de manera que el primer Estado que reconoció la independencia de Israel y quien desde 1970 hasta el 2011 le ha dado más de 100 mil millones de dólares en asistencia militar es Estados Unidos (Collom, 2011).

Como conclusión preliminar, se tiene que tanto el impulso dado a la idea original del sionismo, la caracterización que sufrió la segunda fase del sionismo y por último, la creación artificial del Estado de Israel, no obedecieron a motivaciones realmente endógenas, ni a consideraciones sólidas de un ideal nacional, sino a determinaciones sistémicas, generadas por el principio ordenador principal, la anarquía internacional, la acumulación de poder y el principio de autoayuda de las unidades, al igual que por el principio ordenador subsidiario, que eran los intereses de los líderes sistémicos, en este caso eran significativamente los de obtener beneficios por los recursos energéticos estratégicos de la región.

ELEMENTOS SUBSISTÉMICOS EN JUEGO. EL SEGUNDO AUGE DEL SIONISMO RELIGIOSO Y LA GEOPOLÍTICA DEL AGUA.

La profunda discusión de los relatos religiosos como sustento de prácticas políticas, plantea una relación controversial acerca de la validez de los más importantes pilares argumentales sacrosantos, a la hora de contrastar la fe y los dogmas con la historia y la arqueología.

Por esta razón, establecer una historia de Palestina, ni en la antigüedad en sus diferentes edades, como tampoco en la modernidad, es una tarea fácil. En primer lugar, como lo plantea Thompson, la tentación recurrente de utilizar textos sagrados como fuentes históricas o arqueológicas se enfrenta con la dificultad de encontrar la difusa línea divisoria entre lo abstracto y lo real, entre lo mítico y metafórico por un lado, y los sucesos con prueba histórica por otro. Así, una conclusión histórica basada en un dar por real un hecho metafórico se enfrentará con la inmediata politización de la historia y el sesgo del relato (Thompson, 2008).

En segundo lugar, los relatos religiosos se muestran como una herramienta fragmentada, muchas veces con una linealidad histórica oscura o de difícil ubicación temporal, precisamente por haber sido relatos de construcción oral durante muchas generaciones. Por último, textos religiosos como de tradición judeo-cristiana, no son relatos históricos del pasado de Palestina per se. Son relatos de tradiciones e interpretaciones religiosas de solo una parte de Palestina y sus habitantes (Thompson, 2008).

Bajo una perspectiva histórica, los rastros de Palestina y sus habitantes difiere significativamente de lo planteado en las tradiciones judeo-cristianas. Nuevamente citando a Thompson, éste plantea que:

No sólo una historia independiente de las tierras altas de Judea de los períodos del Hierro I y del Hierro II, tiene poco espacio para los relatos de los libros de Samuel y Reyes, sino que la historia de Palestina no es individual. Tampoco se trata de una historia dominada por Jerusalén. Se la describe mejor como un complejo de historias separadas por regiones diferentes. Las historias regionales de Palestina han sido fuertemente afectadas por sociedades de patronazgo interrelacionadas, que competían con las regiones de Palestina por el dominio y la superioridad en lo económico o en lo político (Thompson, 2008: 12-13)

Incluso, Thompson enfatiza que si un relato egipcio hubiera prosperado de una manera monopólica, las menciones sobre Jerusalén y sobre el reino de Israel o Judá hubieran aparecido mucho después de las que conocemos en la actualidad. El autor plantea que:

Para los que desean aclarar la diferencia entre historia y tradición en la antigua Palestina, son útiles los distintos informes de la campaña del Faraón Sosac contra las principales ciudades de Palestina. El relato más antiguo se origina en la propaganda egipcia contemporánea. La muy posterior reutilización bíblica de la historia de la invasión está incluida en una cadena de historias sobre el tema del saqueo del templo. La versión egipcia nada sabe del reino de Judá que encontramos en la historia bíblica. Nada sabe del Estado, el pueblo o su capital en Jerusalén, que (según los relatos judeo-cristianos) controlaba un imperio desde la frontera de Egipto hasta el Éufrates. Antes bien, según el texto egipcio, Sosac condujo a su ejército contra las principales ciudades de Palestina, al norte, al valle Ayalón, pero no contra Siquén, Tirsá o Jerusalén. Tampoco encuentra él a los ejércitos de Judá o Israel. (Thompson, 2008: 13)

El relato egipcio va en contravía con el relato bíblico, el cual plantea la campaña de Sosac en contra de Jerusalén davídica misma y su templo. Según las fuentes históricas, de este saqueo no se tienen referencias arqueológicas comprobables.

Sin embargo, la toma de decisiones en política no tiene en cuenta los patrones científicos para construir discursos y de hecho priman más fácilmente las construcciones de propaganda. La tradición bíblica, incluso tomada como verdad histórica que trasciende la necesidad de demostración, es la directriz para tomar acciones de política pública y para reproducir las relaciones con el sionismo cristiano. A este respecto, el Senador estadounidense James Inhofe, dijo en su discurso ante el Senado en 2002:

"Dios se le apareció a Abram y le dijo: Te estoy dando esta tierra, la Ribera Occidental. Esta no es en absoluto una batalla política. Es una disputa acerca de si la palabra de Dios es verdadera o no (Wetherell, 2005)"

La anterior afirmación de ninguna manera es aislada. El sionismo cristiano, sobre todo impulsado luego de la Guerra de los Seis Días en 1967, ha marcado la postura del senado estadounidense y la influencia del Lobby judío del AIPAC.  Incluso, ya lo mencionaba el mismo presidente Trumman cuando les explicó a los diplomáticos árabes en 1945 sobre su apoyo estadunidense a la creación del futuro Israel "Lo lamento, caballeros, pero debo responder a cientos de miles que están ansiosos por el éxito del sionismo. No tengo a cientos de miles de árabes entre mis votantes (Wetherell, 2005)". Posteriormente Estados Unidos fue el primer país en reconocer la existencia del Estado de Israel en 1948 (Pappé, 2009: 137).

El sionismo religioso y sus manifestaciones políticas lograron un impulso, como se acabó de mencionar, en 1967. La ocupación de Jerusalén oriental por parte de Israel, al igual que toda Cisjordania, fue interpretada por círculos político religiosos israelíes como una recuperación de la promesa divina, relanzando la pretendida justificación de la usurpación palestina.

Sionismo religioso y los intentos de justificación de la ocupación y el genocidio palestino luego de 1967

La victoria de Israel en la Guerra de los Seis Días cambió el tablero del conflicto Palestino Israelí. A la luz del derecho internacional y de la comunidad internacional, Israel se convirtió en potencia ocupante de Cisjordania, Gaza, el Sinaí y los Altos del Golán. No obstante, el centro de gravedad de las discusiones se concentró sobre Cisjordania, y en particular en Jerusalén, de manera que su desalojo parece un inamovible dentro de la política israelí y para capotear la fuerza de los reclamos sobre la ilegalidad de la ocupación, Israel ha desestimado su impacto o en otros casos, ha intentado desenraizar el conflicto del plano internacional y reducirlo a un mero conflicto interno, donde las aspiraciones palestinas se traducen en una simple independencia de un territorio segregado.

El hecho que Israel planteé la dinámica de este conflicto en términos internos, le exime de las responsabilidades como ocupante y legaliza la apropiación de territorios ocupados, así como la inclusión de colonos en territorio palestino. Por esto su profundo interés en desdibujar el conflicto. Sin embargo, la comunidad internacional ha sido precavida con estas pretensiones y aún hay una luz de aplicación del derecho internacional, al igual que para la aplicación de las resoluciones de Naciones Unidas destinadas a enfrentar la ocupación.

En este escenario, la guerra de 1967 fue un punto de inflexión en el conflicto. Antes de 1967, el espacio para el discurso religioso como elemento legitimador dominante había tenido un pequeño auge con el sionismo de Weizmann, analizado en apartes anteriores, que no obstante había enfrentado importantes obstáculos que hizo muy difícil su apropiación por parte de la totalidad del sionismo y de los actores sistémicos. Fue solo después de 1967, cuando, luego que Israel ocupara los territorios bíblicos y Jerusalén oriental que el sionismo religioso y su pretendida argumentación re aparece.

Como consecuencia de este resurgimiento, los intentos de fundamentación bíblica para la ideología sionista y la política colonial israelí crecieron de una manera importante. Evidentemente, la nueva aparición del sionismo religioso se apalanca en el claro éxito del sionismo político materializado con la ocupación de la totalidad de Palestina luego de la Guerra de los Seis Días. Así, este sionismo religioso impulsó fervientemente el emplazamiento de colonias, bajo la cobertura de movimientos como el Gush Emunim, destacando el aparente legado religioso de la tierra santa. Lustick explora los argumentos iniciales del sionismo religioso pos 1967 y encuentra que buena parte de la simbología bíblica épica, sobretodo expresada en relatos como el de Josué, son recogidos en la victoria israelí. En este punto, Lustick, entrevistando a Hanan Porat, un colono del Gush Emunim, encontró por respuesta que:

Para nosotros (Porat), la tierra de Israel es la tierra del destino, una tierra elegida, no sólo una patria definida existencialmente. Es la tierra desde la cual la voz de Dios nos ha llamado siempre a partir de aquella llamada al primer hebreo: Ven y avanza de tu tierra, donde naciste, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré (Lustik, 1987).

La santidad, que el sionismo religioso descarga en la ocupación militar de 1967, y de la cual Lustick da cuenta, descansa en cuatro pilares resumidos por Gorny (Masalha, 2004):

En primer lugar, existe un fervor mesiánico relacionado con la creencia de santidad de Israel, y de paso con las acciones que un judío creyente realice para garantizar la integridad de esta idea.

En segundo lugar, la existencia del Templo judío en Jerusalén. Dicho templo debe ser restituido en el ligar que los santuarios musulmanes ocupan actualmente en Jerusalén oriental.

En tercer lugar, -el curioso y contradictorio hecho en comparación con las presiones que reciben algunos regímenes musulmanes de parte de la comunidad internacional- del ethos de una utopía religiosa, reflejada en las aspiraciones de un Estado teocrático judío, cuya ley fundamental sea la Halaja, como sustituto de la democracia liberal occidental.

En cuarto lugar, el mandato religioso por establecer una soberanía política sobre "toda" (desde el Nilo hasta el Éufrates) la tierra de Israel.

Paralelamente, el sionismo religioso pretende deslegitimar la importancia de Palestina para el Islam, argumentos presentados de manera sistemática por Masalha

En primer lugar, se niega toda significación de Jerusalén en el Islam y de paso los derechos religiosos islámicos en esta ciudad. Para el sionismo religioso, Jerusalén no fue un centro cultural no para palestinos ni para otros musulmanes y la ciudad nunca desempeñó un rol significativo en la vida del profeta. La santificación se Jerusalén fue una herramienta política de la dinastía Omeya.

En segundo lugar, para el sionismo religioso, la Mezquita de al Aqsa es solo una figura retórica. Niegan los fundamentos que asocian la mezquita con Jerusalén (Masalha, 2004).

En complemento Silverman, analizando las dimensiones y alcances del sionismo religioso, expone que "tanto los nacionalistas como los fundamentalistas religiosos sostienen que la actual lucha por un Estado palestino, con Jerusalén oriental como su capital, contiene un rastro de la pretensión de que Jerusalén es santa para el Islam"... esta sacralidad musulmana es lograda mediante "juegos de palabras y prestidigitación administrativa (Masalha, 2004)". Incluso, las posiciones más extremas citadas por Lustick (2004) (suponen que un conflicto con los "gentiles" de Jerusalén, e incluso la guerra contra ellos (los no judíos) apresuraría la redención mesiánica, de manera que los mismos gentiles se beneficiarían residualmente. De una manera contundente, estos planteamientos suponen un conservadurismo muy fuerte, equivalente a la expresión mediáticamente construida de "fundamentalismo".

El camino de apropiación de este discurso fue abierto luego de 1967, cuando el sionismo religioso, que se había mantenido parco en cuando la aplicación de la Halaha en Israel, logró un papel central en las políticas internas y externas de Israel, determinando incluso la orientación política que le dio el mismo Israel a los asentamientos de colonos, los cuales son estimulados, protegidos como política de Estado, financiados y armados por la institucionalidad de Israel. Nuevamente la relación indisoluble de religión y política aparece con el rabino Kook, un rabino de especial preponderancia en la comunidad religiosa israelí, quien afirmaba:

Se nos manda poseer y colonizar (la tierra). El significado de la posesión es la conquista, y al realizar esta mitzvah, podemos realizar la otra: el mandamiento de colonizar... No podemos evadir esta orden... La Torá, la guerra y el asentamiento son tres cosas en una y nos regocijamos de la autoridad que nos ha sido dada para cada una de ellas (Masalha, 2004: 40).

Juntar una posición clerical dogmática con una política pública estatal, donde los presupuestos son que los palestinos son extranjeros temporales, sus derechos deben ser limitados a los derechos de los colonos e incluso se parte del hecho de negar la existencia de una Palestina histórica o una nación palestina, se vuelve en políticas de expulsión de palestinos, confiscación y expropiación de sus propiedades, e incluso, sugerir políticas -ilógicas y contradictorias- de deportación de palestinos de Cisjordania.

Así las cosas, el sionismo religioso justifica la ocupación. Derivado de este sionismo religioso, otras políticas israelíes han profundizado el rigor del desalojo y la ocupación de Palestina(1). Políticas públicas como la de apropiación y acumulación israelí de las fuentes de agua subterráneas y de superficie tiene una estrecha relación con la dinámica de ocupación. En otras palabras, colonias y fuentes de agua se superponen la una a la otra. Así la política pública de agua israelí, la ocupación y el sionismo religioso pos 1967 es una triada interactuante.

Influencia del Agua en la política de anexión de Israel de los territorios ocupados

Dentro del acceso a recursos en el conflicto Palestino Israelí, un elemento fundamental es el acceso al agua y aún más luego de 1967, cuando Israel ocupó la totalidad de Palestina y sus fuentes de agua y la región estratégica de los Altos del Golán, perteneciente a Siria. En ningún otro conflicto se demuestran de manera tan contundente los problemas de la gestión del agua bajo ocupación como en los Territorios Palestinos Ocupados. Los palestinos bajo ocupación sufren uno de los mayores niveles de escasez de agua en el mundo, pues solo disponen de cerca de 320 mt3 de agua por año a cifras de 2008 (Escuer, Rebelión, 2010). Muy por debajo del umbral de escasez absoluta. Tanto la disponibilidad física como la gestión política de las aguas bajo ocupación por parte de Israel, contribuyen a esta escasez. Las fuentes de agua son sumamente escazas y sobre esto se da una distribución desigual donde la población israelí, que no alcanza a ser dos veces más grande que la de palestina, tiene a su disposición siete veces y media más recursos hídricos, sin contar la mucho más desigual distribución entre los colonos y la población palestina ocupada.

El problema de distribución de agua se profundiza con la gestión de los "acuíferos occidental y costero". El acuífero occidental, que forma parte de la cuenca del Jordán, es la más importante fuente de agua renovable para los Territorios Palestinos Ocupados. Cerca de tres cuartos del acuífero se suplen de nuevo dentro de Cisjordania y fluyen desde ésta hacia la costa de Israel. Buena parte de esta agua no es utilizada por los palestinos puesto que los representantes israelíes del Comité Mixto de Recursos Hídricos son quienes regulan severamente la cantidad y profundidad de los pozos operados por los palestinos, restando opciones a los palestinos bajo ocupación. Para los colonos israelíes se aplican reglas menos estrictas, lo que les permite cavar pozos más profundos. Con apenas el 13% de todos los pozos situados en Cisjordania, los colonos son responsables de cerca del 53% de la extracción de agua subterránea. El agua que no es utilizada en los Territorios Palestinos Ocupados fluye finalmente bajo el territorio israelí y es extraída por medio de pozos (UNRWA). Acá la triada indisoluble de política pública(2) de agua israelí, la ocupación y el sionismo religioso, se hace visible.

Con las aguas de la cuenca costera se presentan problemas similares. Estas aguas escasamente llegan hasta la Franja de Gaza, debido a las altas tasas de extracción en la parte israelí. El resultado es que los pozos palestinos poco profundos, limitados por la ley israelí, ubicados en Gaza no disponen de agua suficiente lo que conlleva una salinización creciente de los pocos recursos hídricos utilizables.

Las limitaciones en el acceso al agua impiden el desarrollo de la agricultura palestina. Si bien este sector representa una parte cada vez menor de la economía palestina, se trata de un sector crucial para los medios de sustento de algunas de las personas más pobres. Actualmente menos de un tercio del área potencial está cubierta debido a la falta de agua.

El bajo acceso de los recursos hídricos significa que muchos palestinos dependen de la liberación de agua por parte de Israel. Esta es una fuente de vulnerabilidad e incertidumbre ya que los suministros son frecuentemente interrumpidos durante los períodos de tensión.

COMENTARIOS FINALES

El sionismo de Hertzl, de fines del siglo XIX, buscaba la creación de un hogar nacional judío en un entorno donde las ideas nacionales y la emancipación de los europeos judíos hacían parte de una serie de procesos políticos que estaban determinando la construcción de Europa contemporánea. Sobre esta huella, diversas opciones para la creación de este Estado fueron planteadas. Es así como Argentina, Uganda, Mozambique e incluso regiones eslavas o polacas, fueron consideradas como opción para la ubicación territorial del futuro Estado. No obstante, una vez iniciado el siglo XX el sionismo cambió su dirigencia y ahora bajo el liderazgo de Weizmann, proponía otras posibilidades y Palestina aparece como la opción santa, la tierra prometida para los judíos y paralelo a la visibilidad que logra la tierra de los palestinos en las aspiraciones sionistas, un sionismo religioso empezó a abrirse camino como legitimador ante la opinión pública para la ubicación de los Europeos judíos allí. La pregunta que debe hacer un estudio que pretenda analizar completa o tangencialmente el origen del conflicto palestino - israelí es si ¿el cambio en la élite sionista mantuvo el carácter genuino de la propuesta del hogar nacional? o si al contrario, ¿la nueva élite, que también era élite colonial francesa y británica, utilizó como herramienta colonial las aspiraciones de los europeos judíos?

La respuesta es profunda pero decisiva. El carácter sistémico de las relaciones internacionales sirve para explicar cómo, en un sistema anárquico, el principio ordenador sistémico, que era contenido en una estructura colonial británica y francesa, fue quien impulsó la idea que se construyera una entidad política en un Medio Oriente, que era un mapa en blanco, y así poder perpetuar la influencia de las grandes potencias europeas en la región con una cabeza de puente definida. El componente específico de esta acción sistémica, fue construir un discurso, incluso contradictorio con la misma teología judaica, que justificara ya no en términos políticos o económicos la creación de este Estado satélite europeo, sino que lo justificara desde un criterio subjetivo, espiritual y pasional.

Una vez creado el Estado de Israel sobre Palestina, y aún más, luego de la Guerra de los Seis Días, momento en el cual las aspiraciones sionistas lograron hacerse con el total de Palestina histórica, incluyendo a Jerusalén oriental, el discurso religioso tomó mucha más fuerza, presentando la ocupación como un requisito divino en el plan del retorno del "pueblo de dios" a la "tierra prometida". Este discurso religioso, o sionismo religioso, ha irradiado con tal profundidad la opinión pública mundial, de manera que ha encontrado adeptos incluso en una nueva forma de sionismo, el sionismo cristiano. De esta manera se puede concluir que el conflicto se inició bajo influencias sistémicas pero se ha alimentado y ha prosperado, aún más luego de 1967, bajo características endógenas, encontrado un curioso espacio teórico que desvirtúa en parte al Neorrealismo clásico de Waltz; las unidades sistémicas sí tienen elementos endógenos que llegan a ser importantes y que impregnan su esencia en el comportamiento de la unidad. Al final, basta decir tanto para el neorrealismo Waltziano como para el sionismo religioso, que no todo viene de arriba.


COMENTARIOS

1. La justificación de la ocupación y de la violación continúa del derecho por parte de Israel, sobre la base de dogmas como el sionismo religioso, permea también  sectores académicos colombianos. Por ejemplo, el artículo realizado por S. Kalmanovitz, en el mismo momento en el cual Israel lanzó la acción militar sobre Gaza denominada "Plomo Fundido", se presenta como una defensa al terrorismo sionista. El artículo, que cuenta con al menos seis distorsiones centrales, inicia por plantear, sin más pruebas que los discursos mediáticos, el triángulo Hammas- Hisbollah-Irán.

La  segunda distorsión, plantea que el objetivo de la resistencia palestina es la destrucción de Israel. Este argumento desconoce cuando menos tres elementos de suma importancia, en primer lugar que es imposible asignarle los mismos atributos de poder militar a la resistencia palestina que a Israel; en segundo, que la seguridad de Israel se la provee él mismo con importantes recursos económicos, tecnológicos, políticos y hasta nucleares y que además cuenta con el apoyo irrestricto de Estados Unidos.

En tercer lugar, desconoce que fue Israel quien propició y defendió el nacimiento y desarrollo de Hammas en la década de los ochenta.

La tercera gran distorsión es afirmar que el Islam palestino es militante y pretende eliminar otras religiones. En contravía de esta afirmación, en términos teológicos, el Corán prohíbe la conversión forzada y aún más la eliminación de otras religiones, especialmente la línea judeocristiana. En adición, el islam palestino comparte históricamente escenarios teológicos con el judaísmo y no hace la separación entre sunitas y chiitas de la misma manera que existen en otras regiones.

En una cuarta distorsión, Kalmanovitz nuevamente afirma, sin argumentación diferente a la mediática, que los "terroristas" se refugian en hospitales, iglesias y escuelas. Esta distorsión es muy grave, pues en primer lugar hace invisible el elemento de la ocupación israelí, y en réplica, que la resistencia militar a la ocupación es una herramienta legal considerada por una batería amplia de resoluciones de las Naciones Unidas, y en segundo lugar, intenta justificar el ataque israelí a sitios de protección absoluta en conflictos armados.

La quinta distorsión es defender el uso excesivo de la fuerza por parte de Israel, planteándolo como un uso moderado. Con esto se desconoce, por ejemplo, el informe Goldstone elaborado por la ONU, el cual probó que Israel violó prácticamente todos los protocolos de conducción de hostilidades, cometió crímenes de guerra y utilizó armamento prohibido e indiscriminado que cobró la vida de más de 1400 civiles, entre ellos cerca de 500 niños.

La última distorsión es recurrir al anacrónico argumento de los atentados suicidas, los cuales no ocurren desde hace casi 8 años, pero que al parecer se volverán un negocio político para el sionismo, de la misma manera que el triste holocausto. Para acceder al artículo ver: Kalmanovitz Salomón. Israel de mis afectos. En: El Espectador, enero 18 de 2009. http://elespectador.com/israel/columna109000-israel-de-mis-afectos. Consultado: Junio 7 de 2011.

2. Entendiendo como política al proceso cíclico de respuestas públicas seguido por (Xinyuan, 2007:31).


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