SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.26 issue77VIOLENCE, RESISTANCE AND CITIZENSHIP IN RURAL LOCATIONS OF COLOMBIA. COMPARISONS author indexsubject indexarticles search
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

Related links

  • On index processCited by Google
  • Have no similar articlesSimilars in SciELO
  • On index processSimilars in Google

Share


Análisis Político

Print version ISSN 0121-4705

anal.polit. vol.26 no.77 Bogotá Jan./Apr. 2013

 

RESITUAR LA CIUDAD: CONFLICTO VIOLENTO Y PAZ*

RELOCATE CITY: VIOLENT CONFLICT AND PEACE

Carlos Mario Perea Restrepo a

*El presente artículo hace parte de la investigación comparada de los conflictos de Medellín, Cali, Bogotá, Río de Janeiro y Ciudad Juárez realizado por la Corporación Región, el Observatorio Social de Cali, la Universidad Federal de Río de Janeiro, el Colegio de Chihuahua y el IEPRI. La financiación proviene de Colciencias y el International Development Research Centre (IDRC) de Canadá. Este texto hubiera sido imposible sin el decidido aporte de Andrés Rincón, Sayra Rodríguez, Nancy Guzmán, Gloria Bermúdez, María Eugenia González y Ricardo Moreno, el equipo de investigación en Bogotá.

a Director Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI), Universidad Nacional de Colombia. carlosmarioperea@gmail.com


RESUMEN

Este artículo aborda el tema de la Ciudad para evidenciar su singularidad como productora de violencias y su conexión con las dinámicas del conflicto. En su primera parte, el texto visualiza la creciente urbanización de la que es objeto hoy Colombia, haciendo notar la magnitud de sus violencias. Luego se enfrentan los vínculos entre conflicto armado y ciudad. Después se aborda la contextualización de lo urbano con las dinámicas de los conflictos en lo nacional y lo regional. Una vez practicado el recorrido d doble vía entre conflicto y ciudad se analiza una primera imagen de la singularidad del conflicto violento urbano en Colombia. Por último en el epílogo, frente a los múltiples estrechamientos de los que es objeto la ciudad, se sugiere la noción de conflicto violento como especie de antídoto contra la reducción y el olvido.

Palabras clave: Ciudad, Urbano, Conflicto, Paz, Colombia


SUMMARY

This paper deals with the City to demonstrate its uniqueness as a producer of violence and its connection with the dynamics of the conflict. In its first part, the text displayed increasing urbanization of the object that is now Colombia, noting the extent of their violence. After facing the linkages between armed conflict and city. After contextualizing addresses the urban with the dynamics of conflict in the national and regional levels. Once practiced the two-way travel between city conflict and discusses a first look at the uniqueness of urban violent conflict in Colombia. Finally, in the epilogue, versus multiple narrowings of the city which is the subject, we suggest the notion of violent conflict as a kind of antidote to the reduction and oblivion.

Keywords: City, Urban Conflict, Peace, Colombia

Fecha de Recepción: 12/11/2012 Fecha de Aprobación: 12/12/2012


En el proceso de paz que inicia a finales de 2012 en Colombia, ¿dónde está la ciudad? En otros términos -unos que nos introduzcan en las nociones que emplearemos-, ¿la paz es la finalización del conflicto armado o, en sentido más amplio, la supresión del conflicto violento? La pregunta adquiere total pertinencia toda vez que entre los años de 1980 y 2010 se cometieron 652.356 homicidios, de los cuales 364.716 -es decir el 56%-, tuvieron lugar en las ciudades (DANE, 1980-2010). Tal cantidad de homicidios deja fuera de duda la importancia del contexto urbano en la búsqueda de la paz; finalmente durante las últimas tres décadas, las más convulsas de la historia moderna del país, algo más de la mitad de las muertes letales fueron producidas en la calle de la ciudad 1.

Sin embargo, pese a su enorme contribución, la ciudad posee un lugar paradójico en la conciencia pública sobre el conflicto y la paz. De un lado está invisibilizada en el universo del conflicto armado: en la reflexión académica no llega ni al estatuto de capítulo autónomo digno de mención independiente, en los medios de comunicación aparece sólo cuando la guerra la asalta y en las políticas públicas hacia la paz apenas si se menciona. Del otro lado la ciudad es objeto de atención al interior de ella misma, así como lo ponen de manifiesto los sentimientos de inseguridad capturados en los sondeos de opinión realizados cada tanto entre sus pobladores. Tal atención pública, no obstante, no conecta la ciudad sino consigo misma, enlazada por excepción con aquello que tome cuerpo fuera de los confines del perímetro urbano. Cada ciudad construye su propia visión acudiendo a la noción, no de conflicto o guerra, sino de seguridad.

En este complejo entrecruzamiento de miradas se mueve la ciudad: desconocida y marginada frente al conflicto armado, atrapada y circunscrita a la seguridad. Es preciso resituar la ciudad. Primero poniendo en evidencia su singularidad, mostrando que ella produce violencias cuyas gramáticas no se reducen al conflicto armado pero que con todo aportan la mitad del homicidio nacional. Segundo, una vez captada su singularidad, conectando la ciudad a las dinámicas del conflicto, tanto de la nación en su conjunto como de la región donde cada ciudad se inscribe.

Resituar la ciudad, así las cosas, interpela las formas de representación del conflicto. De un lado el olvido de lo urbano se produce sobre la reducción del conflicto violento al conflicto armado, todo lo cual viene cargado de consecuencias. El foco centrado en el actor armado, en su palabra y sus estrategias, suprime otros escenarios y otras violencias (como la ciudad y su experiencia), confinando la sociedad al papel de mero actor pasivo al que no le cabe responsabilidad alguna sobre el curso de la violencia. Del otro lado, en la orilla opuesta, el confinamiento en la seguridad emborrona la ciudad en general -la Ciudad con mayúscula-, haciendo imposible su conexión con algo más allá de la situación doméstica de cada urbe. La noción de seguridad, extendida por el mundo entero, ha de sufrir acomodos una vez busca interpretar un país con un conflicto armado de más de 60 años de permanencia.

Resituar la ciudad conecta también con las prácticas colectivas adoptadas a fin de conjurar el conflicto. Aquí la ciudad vuelve a ser objeto de doble mella. En los muchos esfuerzos puestos en marcha desde la década de los 80 la paz parece no conferirle papel alguno a la ciudad; a cambio, otra vez, los emprendimientos urbanos frente a las violencias se circunscriben a la iniciativa particular del gobierno local. Conflicto, paz y ciudad parecen escindirse, plantando un inquietante interrogante al proceso que apenas comienza: ¿la paz estable y duradera no pasa por la ciudad, esa gran productora de violencias?

Con el interrogante en mente emprendemos el trabajo de ponerle sustento a más de una afirmación lanzada en esta introducción. Antes de nada es indispensable visualizar la creciente urbanización de la que es objeto hoy el país, haciendo notar la magnitud de sus violencias. ¿Cómo no pensar la paz desde y hacia la ciudad en una nación cada vez más urbana? (apartado I). Luego se enfrentan los vínculos entre conflicto armado y ciudad. ¿Dónde se ubica la ciudad en la conciencia pública sobre el conflicto y qué tanto avanza la guerra sobre la ciudad? (apartado II). Después se aborda la contextualización de lo urbano. ¿Qué nexos mantiene la ciudad con las dinámicas de los conflictos en lo nacional y lo regional? (apartado III). Una vez practicado el recorrido de doble vía entre conflicto y ciudad se ingresa en una primera imagen de la singularidad del conflicto violento urbano. ¿Cómo se conecta la singularidad urbana con el conflicto que está más allá de la ciudad? (apartado IV). Por último en el epílogo, frente a los múltiples estrechamientos de los que es objeto la ciudad, se sugiere la noción de conflicto violento como especie de antídoto contra la reducción y el olvido. ¿A qué nuevas dimensiones de la paz abre la tarea de resituar la ciudad -la equidad y la convivencia-, una vez dado un paso más allá del conflicto armado?

I. URBANIZACION Y VIOLENCIAS

El mundo está marcado por una poderosa tendencia a la urbanización. Si en el año de 1950 habitaba la ciudad el 29% de la población mundial, para el año de 1980 había ascendido al 39% y para el 2010 llegó a ser más de la mitad, el 52% (United Nations Organization, 2011a). El proceso varía de manera considerable de una región a otra. En el 2010 en Africa y Asia estaba urbanizado el 39 y el 44% de su población, al tanto que en Europa y América del Norte lo hacían el 73 y el 82% 2. América Latina hace parte del impulso urbanizador con ritmos pronunciados. En 1950 en América del Sur hacía parte de la ciudad el 43% de sus habitantes, subió al 67% en 1980 y alcanzó el 83% en 2010. Colombia no es la excepción. En 1950 tenía el 33% de sus pobladores en las urbes, en 1980 llegó al 62% y en 2010 ascendió al 75%. Las tres cuartas partes de la población colombiana habitan la ciudad.

Pero, ¿cómo entender la ciudad? Según el World urbanization prospects, sobre una muestra de 231 países se identifican cuatro atributos en su definición: administrativos, económicos, población/densidad y características urbanas, combinados de maneras variables de un país a otro (United Nations Organization, 2011b)3. En el caso colombiano la definición se adopta sobre la separación de cabecera y resto acuñada por el DANE, una división hecha de la combinación de criterios administrativos y características urbanas (DANE, 2005)4 . Emplearemos otro criterio 5. Se entiende "ciudad" como toda aglomeración de 100 mil o más habitantes, una frontera enérgica que disipa cualquier duda respecto a su definición: el número de 100 mil personas incorpora, por la fuerza de la aglomeración, las características que definen lo urbano, esto es grandes conglomerados de personas que habitan territorios contiguos dotados de niveles de densidad residencial.

Para propósitos comparativos se establecerá una diferencia entre ciudad y poblado, separados sobre el mojón de los 100 mil habitantes. Cada uno de los dos, a su vez, se divide en cuatro categorías. La ciudad contiene Megalópolis con más de 4 millones de pobladores; Ciudades Grandes con habitantes entre 1 y 4 millones; Ciudades Intermedias entre 300 mil y un millón; y por último Ciudades Pequeñas de 100 a 300 mil personas. Dicho en breve en el siguiente Cuadro.

Validos de la clasificación, la comparación entre México y Colombia confirma la mencionada tendencia a la urbanización (Cuadro No. 2). Ya en 1990 la ciudad congrega más de la mitad de los habitantes, 52% en Colombia y 54% en México; dos décadas después esos porcentajes han crecido a 59% en Colombia y 64% en México. El poblado, por el contrario, disminuye en los dos países. La urbanización se produce hacia arriba de la pirámide urbana, esto es sobre las ciudades6.

Si se trata de países sometidos a intensos procesos de urbanización, ¿qué sucede con la violencia? Ninguna afirmación unificada puede ser lanzada al respecto, el homicidio de la ciudad se comporta de manera diferente en cada país. Los casos de Brasil y México lo muestran (Gráficos No. 1 y 2). Mientras la tasa de homicidio de la ciudad brasilera se mantiene siempre por encima de la tasa del poblado, con un descenso a partir de 2003 pero sin perder su primacía, el homicidio urbano en México permanece por el contrario siempre por debajo del homicidio del poblado, hasta cuando en 2007 se produce un crudo escalamiento del conflicto7.

Colombia, por su parte, sigue una curva por entero diferente (Gráfica No. 3). La información del homicidio entre los años de 1980 y 2010 arma una serie histórica de duración media donde es factible visualizar su comportamiento a lo largo de tres décadas. En contravía de lo esperado -como se encarga de repisar la mirada centrada en el conflicto armado-, las ciudades mantienen tasas de homicidio equiparables (y en largos tramos más altas) respecto a los poblados. Durante buena parte de los años 80 la ciudad y el poblado son casi iguales, hasta cuando en el año de 1988 la ciudad comienza un ascenso vertiginoso que la coloca por encima hasta el 2000. Durante los siguientes ocho años el poblado permanece un poco arriba, momento en que la ciudad repunta colocándose de nuevo en valores más altos.

Vista la situación desde el número de homicidios se ratifica la elevada participación de la urbe. En cada una de las tres décadas permaneció igual o por encima del poblado (Gráfica No. 4): en los años 80 puso el 50% del total de homicidios, en los 90 el 61% y en la primera década del 2000 el 54%. En abierta oposición con una vehemente literatura empeñada en desconocer el homicidio de la calle los datos muestran8, con suficiencia, el peso de la ciudad sobre el período crítico de la violencia reciente de Colombia. La ciudad pone más de la mitad de los homicidios de los últimos 31 años, el 56% como se afirmó al comienzo de la introducción.

Tal participación de la ciudad no proviene del mayor número de pobladores que alberga, como si bastara con afirmar que la violencia se produce ante todo en el contexto urbano. La relación entre participación en el homicidio y participación en la población lo muestra (Gráfico No. 5). A lo largo de las dos décadas recientes las ciudades de Colombia tienen una participación en la población siempre por debajo de la participación en el homicidio. Dicho en breve, ponen más homicidios que población. No es el caso de México, donde la contribución al homicidio se mantiene por debajo de la contribución a la población otra vez hasta 2007, cuando la contribución al homicidio se pone por encima. Ambos países experimentan una urbanización de igual magnitud, mas la relación homicidio-población es diferente.

El panorama de la violencia urbana colombiana se completa echando mano de un indicador adicional, las lesiones personales. Haciendo uso de informaciones reportadas en Forensis por el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, esta vez con una serie más corta, de nuevo se revela el mayor protagonismo de la ciudad frente al poblado (Gráfico No. 6) : entre 2005 y 2010 la tasa de lesiones personales de la ciudad está siempre por encima. Si la curva de la ciudad no baja en ningún año de 30, la de los poblados no pasa en ningún momento de 23.

En Colombia la ciudad desempeña un papel crucial en el acontecimiento violento -lo revelan el homicidio y las lesiones personales-, afirmación que no cumple del mismo modo en México. Las diferencias entre las naciones ponen en alerta frente al intento de atribuir la violencia urbana a un efecto sin más de la aglomeración. Bogotá lo confirma. Siendo una ciudad en franca expansión9, sus tasas de homicidio descienden de manera sostenida a lo largo de los últimos veinte años. Es preciso buscar explicaciones alternativas, unas que den cuenta tanto de las dinámicas propias de lo urbano como de su inscripción en el conflicto nacional.

II. CIUDAD Y CONFLICTO ARMADO

La intensidad de la violencia en Colombia ha disminuido una vez se la compara con años anteriores, en particular con la década del 90. Sin embargo el país sigue atrapado en una violencia alta, así como lo atestigua la tasa nacional de 36 homicidios por 100 mil habitantes de 2011 (Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, 2011). En medio de la intensa crisis de los últimos años México alcanzó en 2011 una tasa de 25 (Azaola, 2012), mostrando que la violencia colombiana sigue siendo elevada. Confirmando la tendencia en operación desde los años 80, el 65% de los 16.554 homicidios de ese año fueron perpetrados en aglomeraciones de más de 100 mil habitantes10. La participación urbana subió, dando cuenta de la manera como el relativo declive del conflicto armado deja en la ciudad una violencia de elevadas proporciones11. Ante la arremetida urbanizadora y el ingente homicidio urbano -dos tendencias presentes desde hace 30 años-, la paz enfrenta otro complejo dilema al que tendrá que dar alguna respuesta: el procesamiento de la violencia en la ciudad es una pieza clave de la paz estable y duradera. En este contexto, el primer paso supone hacer claridad sobre los nexos entre ciudad y conflicto armado dando cuenta de dos fenómenos: de un lado la conciencia pública sobre el conflicto, del otro el desarrollo de la guerra misma. Frente a la una y el otro, ¿dónde está la ciudad?

1. La conciencia pública

Resituar la ciudad lanza un recio interrogante a las formas de representación del conflicto tal como se han impuesto en Colombia. La conciencia pública se construye mediante ideaciones puestas en circulación desde la academia, el estado y los medios de comunicación, entre otras mediaciones. Como veremos en los tres ámbitos la ciudad tiene un lugar precario, por decir lo menos: en cada uno la lógica de comprensión se construye desde el actor armado de la guerra, produciendo la reducción del conflicto violento al conflicto armado y, como consecuencia, achatando las posibles maneras de comprender el conflicto.

En primer término en la academia. Sus estudios visibilizan realidades y generan categorías de representación de la sociedad y sus procesos. Colombia ha acumulado un rico y variado saber sobre la violencia, así como lo ponen de manifiesto diversos balances bibliográficos12. Empero, entre los vacíos que pueden endilgarse a esa producción académica figura con prominencia la ciudad, en ningún balance llega a constituir un tema con identidad reconocida13.

Dos grandes tipos de estudios se han propuesto una visión comprehensiva del conflicto, unos comprometidos en una visión panorámica, otros empeñados en una interpretación global14. Los primeros han hecho de los mapas y la estadística su herramienta preferida, al tanto que los segundos se empeñan ante todo en la interpretación conceptual15. En unos y otros, no obstante, la ciudad no constituye nada parecido a un capítulo independiente digno de mención autónoma. En algunos momentos se le menciona -es imposible no hacerlo16-, pero en ningún caso hasta el grado de alcanzar una elaboración independiente.

Un libro tras una mirada totalizante de la violencia, Violencia política en Colombia (González, Bolívar y Vázquez, 2006), revela bien el silencio en el que permanece sumida la violencia urbana. El horizonte de larga duración en que se inscribe la reflexión obliga a los autores a pasar por una compleja multiplicidad de factores determinantes del prolongado conflicto nacional. El nunca resuelto conflicto agrario, los perversos modos de conexión política entre las regiones y la nación, el partidismo recalcitrante y el narcotráfico, las decisiones conscientes de los actores y la búsqueda de rentas, entre otros, aparecen como resortes desde los cuales la violencia gana presencia histórica en la tramitación del conflicto. En medio de ese considerable intento de síntesis y articulación resulta notable la ausencia del tema urbano, en un doble sentido. En primer término en cuanto no aparece articulado a los factores explicativos de las explosiones violentas. Mientras en la literatura internacional la urbanización es considerada un destacado activador del episodio violento, en Colombia, de manera distinta, la ciudad parece no coadyuvar sino de manera episódica17. Como consecuencia, en segundo lugar, la ciudad no constituye un objeto temático en sí mismo. En contraste con las amplias descripciones de los actores y su evolución por las regiones, la ciudad aparece como un territorio ausente cuyo destino resulta indescifrable en medio de ese gran despliegue violento.

Naturalmente el vacío de lo urbano no es un error de apreciación imputable sin más a los autores, ellos hacen parte del pensamiento que hegemoniza la mirada sobre la violencia. Se trata de una corriente de pensamiento que arranca con la investigación sobre los episodios de mediados del siglo XX. Pese a que la gran movilización social de los años 30 y 40 tomó como escenario la ciudad, la irrupción de la violencia a mediados de la década del 40 desplazó el foco de atención hacia los sectores rurales18. La mirada se ruraliza marcando distancia con la ciudad. La prolija investigación sobre el período no la contempla, ni dentro de sus determinantes explicativos ni tampoco en sus temáticas de interés19.

La perspectiva ajena a lo urbano pareciera ser puesta en su sitio con el libro Colombia: Violencia y Democracia, un texto producido en la segunda mitad de los años 80 que cumpliera un papel decisivo en la configuración del pensamiento sobre la violencia nacional. En él se afirma que "mucho más que las del monte, las violencias que nos están matando son las de la calle" (Comisión de Estudio de la Violencia, 1987, 18). La frase, enunciada en la introducción, no sólo hacía virar la mirada hacia el olvidado contexto urbano sino que además sugería que en él se venía gestando la mayor cantidad de procesos violentos. Sin embargo la afirmación, pese a su contundencia, no halló respaldo en el desarrollo ulterior del libro. Por un lado, pese a que el texto se empeña en dar cuenta de la multiplicidad de las violencias, algo así como la violencia urbana no constituye un capítulo digno de mención independiente; por el otro la parte final, encaminada a formular las recomendaciones de política pública, mencionó el problema pero no a la manera de un espacio que ameritara una intervención en función de su especificidad.

Algunos años más tarde hace irrupción otra interpretación, de todo a todo en oposición con las conclusiones de la Comisión de 198720. La violencia no tiene que ver ni con la inequidad ni con un estado precario y ausente, se decía; el fermento de la violencia ha de buscarse más bien en la poderosa presencia de actores criminales que actúan racionalmente en la consecución de sus intereses. Lo urbano cobra relieve en la discusión sobre la extensión de la violencia en el tiempo y la geografía. En lo atinente a esta última se afirmó que la violencia sigue una cartografía con presencia en unas regiones pero con ausencia en otras; puesto que las localidades más violentas vienen a ser pequeños municipios rurales donde apenas si clasifica la atormentada Medellín, la afirmación de "las violencias que nos están matando son las de la calle" se acusó de carente de fundamento científico y, por ende, producto de la posición ideológica de quienes la formularon. Con dicho aserto lo urbano entra en un callejón sin salida. Qué se mira y cómo se mira, es el punto álgido de discusión una vez se toca el tema de la configuración de la opinión pública: mientras se hacían estas afirmaciones la violencia de la ciudad, como se vio, desbordaba con creces la de los poblados21. La delimitación de la práctica violenta a unos actores criminales que actúan en la persecución de sus intereses materiales -sin atribución de racionalidad social alguna-, se llevó hasta sus últimas consecuencias durante los ocho años del gobierno Uribe. Con la notable salvedad que los actores criminales fueron a su vez reducidos casi en exclusivo a la guerrilla, estrechando aún más la asociación entre violencia y actor armado. La ciudad desaparece del debate sobre el conflicto armado.

Naturalmente la ciudad tiene estudios, algunos de los cuales abrieron un camino que la investigación posterior tendrá que seguir recorriendo22. Dos grandes momentos históricos han creado, cada uno en su contexto, un respectivo pico de producción académica sobre lo urbano. El primero fue la crisis de Medellín, cuando el cartel de Pablo Escobar y su empleo sistemático de sicarios llevaron la violencia a niveles insospechados23. Es la ciudad donde mayor desarrollo ha alcanzado la reflexión sobre su violencia interna, en buena medida como resultado de una conciencia académica forzada a pensar una profunda tragedia. Los temas son indicativos, narcotráfico, sicariato, combos de barrio24, todo en el contexto de una violencia que ha dado origen a sugerentes desarrollos temáticos25.

El segundo momento histórico se constituye alrededor de la invasión paramilitar de la ciudad. Como lo anunciara Carlos Castaño en 1999, sus fuerzas emprendieron de ese momento en adelante una toma de las ciudades que alcanzó importantes grados de penetración en varias de ellas. Se posesionaron en zonas populares controlando la circulación de las rentas ilegales, extorsionando los negocios locales y administrando la violencia26; impusieron su dominio sobre negocios estratégicos como Corabastos y los Sanandrecitos en Bogotá, al tiempo que hegemonizaron empresas como las apuestas y los juegos de azar; en algunos casos tomaron por la fuerza el control de prominentes negocios legales, como fue el caso de los gremios lecheros en la Costa Caribe; y en algunas otras ocasiones detentaron el control de las arcas de los estados locales27. Hay una producción sobre lo urbano; empero, pese a sus notables avances, ella no alcanza a resolver el olvido de la ciudad en la reflexión sobre la violencia.

La academia no es la única mediación de la conciencia pública del conflicto donde la ciudad se invisibiliza, otro tanto acontece con los medios de comunicación28. Durante los últimos 25 años existen dos momentos en que lo urbano cobra vida en el interés de las informaciones de los medios29. El primero se produce cuando un actor armado ejecuta incursiones de cierta espectacularidad sobre la ciudad o sus alrededores; el segundo, más escaso, cuando el conflicto armado parece encontrar alguna forma de "solución"30.

En 1985 apareció un artículo bajo el título de la "La guerra llega a los barrios", seguido de un sugestivo subtitulado que rezaba "más que en el campo, es en las ciudades donde se juega la suerte de la paz" (Semana, junio 17 de 1985). La afirmación se armaba sobre la ocurrencia de algunos eventos que por ese entonces enervaban los ánimos31. Los hechos y la preocupación que generan tienen legitimidad, no cabe duda; el punto es, no obstante, la lógica mediante la que se construye el texto: la ciudad hace su incursión en los medios conectada a esos momentos en que "la guerra llega a los barrios". Así lo hará durante los siguientes 25 años. Los campamentos de paz visibilizarán a Cali y Bogotá a mediados de los años 80; Pablo Escobar con sus particulares y en extremo sangrientos modos de actuación destacarán a Medellín a finales de la misma década; el cartel de los Rodríguez Orejuela producirá la presencia mediática de Cali en los primeros años de los 90; la presencia de las FARC en inmediaciones de la capital pondrá en primer plano a Bogotá entre 1996 y 2001; la incursión paramilitar evidenciará algunas ciudades a comienzos del 2000. Cada tanto un notable acontecimiento -nunca faltan- sube a la palestra una ciudad, como el secuestro masivo de feligreses en la iglesia de la María y pocos días después el secuestro masivo de diputados en Cali ("Por qué Cali". Semana, octubre 23 de 2000).

Ciertamente la ciudad accede a las informaciones de los medios de comunicación. Con todo, ella habla a través de su conexión con el conflicto armado, despojada de su singularidad. En realidad los medios posan su atención sobre el conflicto armado, la ciudad es la circunstancia. Naturalmente no se trata de una circunstancia despreciable, el proyecto estratégico de la insurrección se corona con la toma de la ciudad. De allí que, por lo general, la noticia urbana se cargue de aseveraciones grandilocuentes como aquella recién citada de "más que en el campo, es en las ciudades donde se juega la suerte de la paz". Como acontece con el universo de la academia, también en el de los medios el conflicto armado engloba y subsume el conflicto violento opacando sus otras facetas. La reducción del conflicto violento al conflicto armado, no obstante, se produce de modo distinto en cada mediación. En la academia como olvido, en los medios en cuanto sólo la guerra parece hablar de la ciudad32.

La precariedad de lo urbano, en tercer y último término, se revela aún más todavía en el terreno de las políticas públicas respecto a la violencia y la paz. En ninguno de los esquemas globales hasta hoy adoptados el asunto urbano merece un tratamiento particular. La tesis de la conexión entre pobreza, ausencia del estado y violencia, que rigiera las administraciones de Belisario Betancur y Virgilio Barco entre 1982 y 1990, presuponía la inversión en zonas rurales apartadas con el fin de cerrar la brecha de exclusión y aislamiento que sirviera de caldo de cultivo a la violencia33. La Política Integral contra la Violencia, enunciado con el que César Gaviria (1990-1994) tituló su política pública una vez sancionada la Constitución del 91 y una vez fracasadas las conversaciones de Caracas y Tlaxcala, tampoco contempló medida alguna en la dirección de visibilizar la ciudad; el calificativo de integral presidiendo una política donde se soslaya lo urbano, da buena cuenta del precario lugar que ocupa el homicidio de la calle en las preocupaciones colectivas sobre la violencia. Lo confirmarán luego Pastrana y Uribe entre los años de 1998 y 201034. El primero al centrar su política en la zona de despeje y la negociación con los alzados en armas, el segundo al focalizar el esfuerzo estatal en la persecución y aniquilamiento de la FARC en sus zonas de apoyo y abastecimiento en el campo35.

En estos términos, toda vez que se aborda el conflicto armado la ciudad se desdibuja. Sucede en la academia, pero también acontece en los medios de comunicación y las políticas estatales. Es un modo establecido de la conciencia pública: la guerra es la que cuenta. Por supuesto el privilegio del conflicto armado tiene razones de fuerza histórica y política, la ascendencia de la guerra sobre el curso de la vida colectiva es en verdad impresionante. Los actores armados controlan un sinnúmero de procesos de la vida de las gentes que habitan los lugares donde se implantan, llegando al extremo de administrar justicia sobre asuntos granados de la vida de todos los días; detentan poder sobre los estados locales y los fiscos municipales, pasando por la imposición de extorsiones a toda obra de beneficio público; poseen empresas económicas de grandes rendimientos como el narcotráfico, mientras someten multitud de empresas grandes y pequeñas al pago de cuotas forzadas. Entretanto, mientras la guerra sigue su curso, Colombia ha vivido uno de los desastres humanitarios más críticos del planeta, atiborrado de desplazados, desaparecidos, torturados, ejecutados, asesinados ... La esfera pública de las últimas décadas no ha podido evitar ser construida en conexión con la existencia del conflicto armado, desde los grandes emprendimientos institucionales como la constitución de 1991 hasta las masivas inversiones regionales al estilo de los planes de rehabilitación. Las ocho elecciones presidenciales de 1982 a hoy han discurrido todas bajo el signo de la guerra y la paz, del conflicto armado y el intento de exorcizarlo.

Frente al peso abrumador de la guerra la paz pasa, en primera instancia, por la desactivación del conflicto armado que sobreviene con la desmovilización de los combatientes irregulares. No hay la menor discusión al respecto. No obstante, la importancia histórica de la guerra no suprime sus complejas implicaciones sobre las formas de interpretación e intervención del conflicto. El propósito de erradicar la práctica de la violencia -de reducirla a términos internacionales razonables36-, halla en la reintegración civil de los alzados en armas uno de sus notables logros; empero, el diálogo con las guerrillas está lejos de resolver una enorme cantidad de realidades del conflicto violento, buena parte de ellas incrustadas en la calle atendiendo a las gramáticas del asfalto y la congestión. La desactivación de la violencia urbana es un nodo crucial del establecimiento de las condiciones que garanticen una paz estable y duradera.

2. Conflicto armado y ciudad

La invisibilidad de lo urbano en la conciencia pública del conflicto se vincula, de buen modo, al hecho de que la guerra ingresa sólo de manera parcial a la ciudad. En ningún caso se sugiere que la guerra no llegue a la calle. El escenario urbano es un engranaje primordial de la confrontación, no sólo porque la ciudad desempeña una función estratégica en la inteligencia militar, el avituallamiento de los ejércitos y la ampliación de la base social de la guerra, sino porque la toma de la ciudad encarna el triunfo de la lucha insurgente. Quien tiene la ciudad tiene el poder. De allí que el plan estratégico de las FARC pasó por el intento de cercar la capital Bogotá. El ingreso recortado de la guerra a la ciudad significa entonces que, salvo contadas excepciones37, los actores de la guerra no consolidan allí un dominio ni de cerca parecido al que logran implantar en zonas rurales, donde imponen leyes de estricto cumplimiento, administran justicia, cobran "impuestos" y en general imponen su voluntad. Así pues, ¿hasta dónde llega la guerra a la ciudad? Abordamos el interrogante acudiendo a cinco indicadores del conflicto armado: el desplazamiento, el secuestro guerrillero, las acciones bélicas, la violación del derecho internacional humanitario y la violación de derechos humanos.

Primero el desplazamiento forzado, un prominente indicador del desastre humanitario en cuanto él supone el abandono del lugar de origen dejando la vida y los bienes al arbitrio de los victimarios. La información de Acción Social arma el cuadro de las personas expulsadas entre los años de 1998 y 2011 (Gráfico No. 7)38. Con entera claridad desde el poblado se genera el gran monto del desplazamiento. En el año de 1998 produjo el 94% y en 2011, tras un sostenido descenso, sigue produciendo el 61% de las expulsiones. La ciudad se comporta de manera inversa. En 1998 fue asiento de un pequeño 6% pero tras una curva de ascenso llegó al 39%. Si bien el desplazamiento desde la ciudad cobra proporciones alarmantes -llega a ser casi las dos quintas partes en 2011-, el mayor volumen ha sido y sigue siendo producido desde el poblado.

El seguimiento de los restantes indicadores del conflicto armado acude a la revista Noche y Niebla del Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP), la más antigua base de datos sobre derechos humanos existente en Colombia39. En primer término se mira el 2001, un año de importancia histórica en el curso del conflicto armado en tanto representa un punto culminante de la llamada fase de recrudecimiento del conflicto -desarrollada entre los años de 1996 y 2002- (Restrepo y Aponte, 2009)40. Tanto el crecimiento de la guerrilla como el del paramilitarismo tiene en este momento su máximo esplendor; además el proceso de la negociación con las FARC en el Caguán pasa por su tercer año y se prepara el ascenso de la administración Uribe, cuyas ejecutorias modificarán el curso del conflicto. Finalmente, y no menos importante para nuestro empeño, el año 2001 coincide con el momento en que la opinión pública habla de la toma urbana por parte de la insurgencia, motivada en el cerco que por ese entonces las FARC tiende sobre Bogotá.

Iniciamos con uno de los delitos más envilecidos, el del secuestro guerrillero. Pese a la posible predicción -cabría esperar que la ciudad con sus recursos fuera epicentro de este tipo de secuestro-, los datos confirman el panorama bosquejado ya en el desplazamiento. En el año 2001, cuando la acción guerrillera alcanza uno de sus picos y el secuestro nacional llega a su segundo punto más alto41, se comenten en el poblado el 88% de estos delitos (Cuadro No. 3). El 65% toma lugar en los municipios intermedios y pequeños. El cuadro desconcierta, la ciudad es asiento de nada más que 12% de los secuestros ejecutados por uno de los más fuertes actores armados de ese momento.

La revista Noche y Niebla categoriza la violencia política en tres categorías dependiendo de quién la ejerza y el modo como la ejerza42: agentes del Estado o particulares que actúan con aquiescencia del Estado, en cuyo caso se trata de violación de los derechos humanos; grupos insurgentes que se atienen a las leyes y costumbres de la guerra, referida como acciones bélicas; y grupos insurgentes que quiebran las normas que regulan la guerra, tipificadas como violación del derecho internacional humanitario43. En primer lugar las acciones bélicas, un excelente indicador del conflicto armado que describe las acciones de combate de las guerrillas, incluyendo 10 tipos de acciones44. El desarrollo de la acción insurgente en los poblados es evidente (Cuadro No. 4). En ellos tomó cuerpo el 90% de las acciones bélicas del año 2001, otra vez de modo privilegiado en poblados intermedios y pequeños que agregados sirven de escenario al 66% de las incursiones guerrilleras. Las ciudades sólo presenciaron un 10%, la mayoría en ciudades pequeñas entre 100 y 300 mil pobladores.

Las violaciones del derecho internacional humanitario, de su lado, incluyen 8 tipos de acciones45. Pese a que el listado incorpora amenazas, ejecuciones extrajudiciales, toma de rehenes y otras que bien podrían tomar cuerpo en la ciudad, las violaciones al derecho internacional humanitario tienen lugar, otra vez, en los poblados de menos de 100 mil habitantes (Cuadro No. 5). Los municipios intermedios y pequeños parecen ser el escenario "natural del conflicto": en esta oportunidad agregan el 57% de las violaciones46. La ciudad, entretanto, recoge el 22%, más de la mitad en ciudades pequeñas.

El panorama es todavía más indicativo en el caso de la violación de derechos humanos. De nuevo, sus acciones incluyen un conjunto de ejecutorias que bien podrían tomar cuerpo en las calles de la ciudad47. En efecto el indicador es el más elevado de todos los indicadores hasta ahora examinados, en la ciudad tiene lugar el 36% de las violaciones, una vez más con un 21% cometido en ciudades pequeñas (Cuadro No. 6). La anotada prelación de los poblados entre 10 y 50 mil habitantes se mantiene, en esta oportunidad agregando un 47% de los casos48.

El panorama descrito para el 2001, el de una guerra que llega sólo de manera tangencial a la ciudad, no es el caso de este año en particular. Varios años antes y otros tantos después la distribución geográfica del conflicto armado ha sido y sigue siendo la misma (Cuadro No. 7). Se tomarán como eje de referencia los años de 1997 y 2005, dos momentos diferenciados no sólo por su distancia en el tiempo sino por las condiciones de la guerra en cada uno de ellos. El año de 1997 representa el comienzo de la fase de recrudecimiento de la guerra; el 2005 habla de un instante donde se hacen visibles los éxitos de las operaciones militares del Estado. Pese a las distancias en el tiempo el cuadro dibujado para 2001 se confirma haciendo posible la afirmación de un comportamiento generalizado de la guerra49. Ciertamente las acciones bélicas -que en 2001 tuvieron en la ciudad un valor de 10%-, en 1997 son el 12% y en 2005 el 13%, dando cuenta de la inexistencia de variación alguna. La violación del DIH lo mismo -en 2001 fue 22%-, mientras en los otros dos años 17 y 24% respectivamente, igual sin variaciones de consideración. La violación de derechos humanos -en 2001 fue 36%-, en 1997 bajó a 21% y en 2005 subió a 36%; entre los años noventa y el comienzo de la década hubo aumento pero en 2005 se mantiene igual.

La ciudad no es el escenario del conflicto armado, sus calles no provocan ni el grueso del desplazamiento ni tampoco la mayor cantidad de secuestros guerrilleros, acciones de guerra y violaciones de derechos fundamentales. Lo urbano encierra una verdadera paradoja: pese a su invisibilidad en la conciencia colectiva en torno a la violencia -en buena medida porque la guerra llega con precariedad a la ciudad-, aporta más de la mitad de los homicidios nacionales.

III. SEGURIDAD Y CONEXION REGIONAL

Si las ciudades enfrentan un fenómeno crítico de violencia pero no son el escenario del conflicto armado, ¿será porque lo urbano se sujeta a una violencia autónoma, reglada por sus lógicas intestinas? Es la tendencia dominante. La reclusión de la ciudad en la seguridad construye, por una vía distinta, otra invisibilidad de la ciudad: la que proviene del ensimismamiento en sí misma. La ciudad ha sido olvidada en la reflexión académica, se señaló; no obstante, se señaló también, dos coyunturas históricas generaron una respectiva oleada de investigación urbana revelando el talante del ánimo imperante en torno a la ciudad y su reflexión. Salvo una excepción todas están centradas en el conflicto de una ciudad en particular50. Las comparaciones entre ciudades escasean51 y menos se avanza en la comparación del conflicto urbano del país con el conflicto de otros países52.

La ciudad está encerrada, contenida en sí misma. Su singularidad, suprimida por el conflicto armado, es llevada al otro extremo, el del ensimismamiento. Por supuesto la analítica de la ciudad hacia sí misma registra notables avances. No sería posible dejar de mencionar las investigaciones de las Cámaras de Comercio de una buena cantidad de capitales, quienes atentas a la demanda de seguridad que entraña el funcionamiento del gremio bajo su atención, habilitan sistemas de vigilancia de los delitos de alto impacto, algunas con elevados niveles de sofisticación53. Sin embargo -mostraremos a continuación-, lo urbano tiene más de un nexo con el conflicto ampliado del país. Resituar la ciudad (visibilizarla), generando su inclusión en las políticas públicas sobre la violencia y la paz, supone tanto conectar el homicidio de la calle a la dinámica de la violencia nacional y regional, como reconocer el aporte que entraña su singularidad en la comprensión de la producción del hecho violento. En lo que sigue nos ocupamos de la primera afirmación.

1. El vínculo con lo nacional

Ateniéndonos a la curva del homicidio entre los años de 1980 y 2010, el conflicto violento de Colombia sigue una trayectoria dividida en seis fases (Gráfico No. 8). La primera entre los años de 1980 y 1984, caracterizada por la estabilidad alrededor de una tasa de 30. Durante esos años se da inicio al primer proceso de paz (en 1982) mientras el narcotráfico no irrumpe todavía en la escena pública. Lo hará en mayo de 1984 cuando asesina al ministro de justicia Rodrigo Lara Bonilla en una calle de Bogotá. El efecto se deja sentir de inmediato, la tasa de homicidio se dispara a partir de ese instante siguiendo una línea de ascenso que culmina en el año de 1991, el pico más alto de la historia documentada del país: 86 homicidios por 100 mil habitantes. Es la segunda fase (1985-1991), marcada por la guerra del narcotráfico en el intento de desmontar la extradición, pero también por la carrera de fortalecimiento de las guerrillas y el incipiente desarrollo paramilitar. El proceso constituyente de 1991 marca el punto de inflexión, acompasado por la entrega del cartel de Medellín y la posterior captura de los capos del cartel de Cali. El homicidio desciende hasta 1997 fijando la frontera de la tercera fase (1992-1997), año de un nuevo ascenso prolongado hasta el 2002 como resultado de la expansión territorial y geopolítica de los dos grandes actores armados: la guerrilla de las FARC y la fuerza paramilitar de las AUC (1997-2002). La quinta fase, entre 2002 y 2008, se define sobre la caída vertiginosa que produce la estrategia combinada de la seguridad democrática: guerra contra la guerrilla y negociación con los paramilitares. Por último la sexta fase (2008-2010) arranca con el agotamiento de la doble estrategia -la guerrilla se acomoda a la guerra y los paramilitares se remozan en nuevas formas-, abriendo un momento de estabilización con oscilaciones que bordea la tasa de 40.

Resulta sintomático que la narración recién elaborada considere ante todo el conflicto armado y las respuestas institucionales emprendidas en el intento de conjurarlo, pasando de manera inadvertida la ciudad. No existe un relato de lo urbano con la capacidad de impactar el curso de los acontecimientos nacionales54. Por lo pronto impacta el hecho de la profunda compenetración del conflicto nacional con el conflicto urbano, así como se desprende de la comparación de las dos curvas en el Gráfico No. 9. Coinciden casi punto por punto, excepto cuando lo urbano se levanta por encima a lo largo de la década que corre entre 1988 y 1998, año en que la ciudad se pone ligeramente por debajo otra vez durante una década (hasta el 2008). La ciudad sigue paso a paso las tendencias que rigen las seis fases del conflicto nacional, con dos particularidades dignas de mención. En primer lugar la segunda fase no termina en 1991 sino en 1993, aunque el ascenso se detiene igual en 1991; en segundo término la cuarta fase (1997-2002) es menos pronunciada, poniendo en evidencia que el recrudecimiento del conflicto impulsado por el ascenso guerrillero y paramilitar toma cuerpo ante todo en los poblados.

En efecto la curva de los poblados muestra que la ofensiva bélica de la cuarta fase realmente comenzó en 1995 (Grafico No. 10). Los poblados, como las ciudades, coinciden con el patrón nacional pero también siguiendo sus particularidades. La fase 2 es menos intensa y se prolonga hasta 1992 (aunque también detiene su crecimiento en 1991). La fase 3 es más corta, la caída se detiene en 1995 como se acaba de señalar, dando inicio a un ascenso de mayor realce que se coloca por encima de la ciudad a partir de 2000. El coeficiente de correlación entre la curva de la ciudad y de los poblados es elevado (0,74), poniendo sobre la mesa una estrecha conexión entre lo que sucede al interior de las ciudades y lo que acontece con el conflicto armado en los poblados55 .

2. La conexión regional

La ciudad está conectada a lo nacional, sus grandes tendencias así como sus inflexiones hacia el aumento o la desaceleración coinciden con las fases del conflicto nacional. La ciudad marca el conflicto, éste marca a la ciudad. Otro tanto habrá de aseverarse en torno a la inscripción regional, el conflicto urbano permanece en estrecha relación con sus contextos inmediatos armando definidos patrones regionales. El caso de las ciudades de la subregión Medellín es ilustrativo56, incluyendo no sólo los municipios de su zona metropolitana (Bello, Envigado e Itaguí), sino también la ciudad de Rionegro donde se encuentra el aeropuerto57. El modelo regional salta a la vista, el más fidedigno al modelo nacional de las seis fases (Gráfico No. 11). Naturalmente son varias las especificidades. Desde su intensa magnitud Medellín marca la curva nacional y la curva de las ciudades, su comportamiento se apega a las seis fases excepto por el nuevo escalamiento que arranca en 2008. Las menos coincidentes son Envigado y más todavía Rionegro, las que sin embargo no dejan de atenerse al patrón regional.

La Costa Caribe encarna otro patrón, visible aún entre ciudades sin contigüidad espacial alguna. Las seis fases del homicidio nacional aplican sólo en el caso de Montería, excepto en la sexta fase por cuanto entra en un enervamiento conectado a la presencia violenta de los neoparamilitares58. Las restantes ciudades de la Costa configuran un patrón regional cuyo rasgo viene a ser una marcada estabilidad una vez se le coteja con los cambios bruscos del país y Antioquia. Barranquilla oscila entre tasas de 20 y 50 salvo en el pico de 1996, cuando se dispara hasta una anormal tasa de 85 (Gráfico No. 12). Cartagena tiene un ascenso entre 1985 y 1993 pero de allí en adelante permanece estable variando entre tasas de 20 y 40. Entre las ciudades capitales de la región Caribe, Santa Marta es el caso un tanto atípico, en particular por sus tres picos hacia arriba (en 1982, 1992 y 2000-2001) y sus dos picos hacia abajo (en 1983 y 2009), pero de resto permanece con variaciones entre tasas de 40 y 60. Valledupar y Sincelejo son también ciudades representativas del modelo violento de la Costa, oscilan entre magnitudes que van de 20 a 60 con la excepción de un ascenso en Valledupar entre 2000 y 200359. En comparación con el patrón antioqueño, el modelo costeño está marcado por tasas más bajas y por la relativa estabilidad a lo largo del tiempo.

El último caso para ejemplificar el comportamiento regional es el del departamento del Valle (Gráfico No. 13). En esta ocasión se sacaron dos curvas, una que reúne las ciudades de Cali, Buga y Buenaventura y otra que condensa las ciudades de Jamundí, Palmira, Tuluá y Yumbo. Otra vez, la coincidencia entre las dos curvas muestra la existencia de un patrón regional caracterizado por una primera fase de crecimiento sostenido hasta 1994, con una caída hacia finales de la década de los 80; luego viene una segunda fase hasta 1997-1998 que abre paso a un tercer momento de ascenso hasta 2000-2001. La siguiente fase tiene un descenso pero en ningún caso tan pronunciado como lo hace la curva nacional, sino que permanece en tasas altas por encima de 60 con una tendencia al alza durante los últimos dos años.

La existencia de patrones regionales se resume en el Gráfico No. 14, donde se plasman las curvas que agrupan las tasas de las respectivas ciudades de cuatro regiones. Una vez más las diferencias entre los patrones saltan a la vista. Primero en el comportamiento, luego en la intensidad de las tasas Desbordadas de Antioquia; las Muy Altas y sostenidas del Valle; las Altas y Medias también sostenidas de la Costa Caribe. La ciudad no se contiene a sí misma, hay patrones que dan cuenta de los intercambios con su contexto regional. Las explicaciones del conflicto violento en la ciudad han de ser ligadas al entorno, a los comportamientos y modalidades de acción de los actores de la región en donde ella está inscrita.

III. LA SINGULARIDAD URBANA

La noción de "conflicto violento urbano" evoca la existencia de una violencia cuyo rasgo característico pasa no únicamente por la condición de su ocurrencia en la calle de la ciudad, sino también y quizás lo más importante por su conexión con dinámicas de naturaleza propia a los avatares de la vida urbana. La ciudad -lo hemos mostrado- no es el escenario privilegiado del conflicto armado pero mantiene más de una conexión con el conflicto nacional. ¿Qué sucede entonces al interior de la ciudad? ¿Cuál es la naturaleza de su violencia y cómo se conecta con las dinámicas de la guerra? Avanzaremos en la pregunta considerando, primero el nivel de homicidio de la ciudad en Colombia, y segundo la naturaleza singular de su conflicto violento.

1. Colombia: Ciudades violentas

Las ciudades colombianas son violentas. Su intensidad se visualiza atendiendo a un criterio que establece el punto de 25 como corte a partir del cual se asume la violencia Elevada60, entre 25 y 11 violencia Media (en color gris) y de 10 para abajo violencia Baja (en color verde). A su vez la violencia Elevada está dividida entre violencia Desbordada por encima de 100 (en color rojo), Muy Alta entre 50 y 99 (en color zapote) y Alta entre 26 y 49 (en color curuba). En el Cuadro No. 8 aparecen las 60 ciudades de Colombia con sus respectivas tasas de homicidio de las últimas tres décadas61. El primer fenómeno digno de mención es la escasez de violencias Bajas en el Cuadro -escaso color verde-: un mínimo de 6% de los 180 cuadros62; asimismo resulta destacable el hecho de que ninguna ciudad se mantenga en nivel Bajo durante las tres décadas, sólo algunas de la Costa lo hacen las dos primeras63. El nivel Medio entre 11 y 25 tiene mayor presencia (el color gris suma el 25% de los cuadros), pero sobresalen ante todo los valores de la violencia elevada en sus tres categorías: Alta, Muy Alta y Desbordada, que hacen el 69% de los cuadros. Es el rasgo dominante, durante los últimos 30 años las ciudades colombianas han estado sometidas a violencias elevadas64. Nada más 9 se mantuvieron las tres décadas con valores medios y bajos, mientras las restantes 51 tuvieron al menos una década con violencia Elevada.

El Cuadro No. 9 ofrece un panorama adicional de los elevados niveles de violencia de la ciudad colombiana. En los 31 años en consideración siete ciudades tuvieron una tasa promedio Desbordada, esto es por encima de 100 (rojo); 21 tuvieron tasas Muy Altas, entre 51 y 100 (zapote); 15 tasas Altas entre 26 y 50 (curuba). Tan sólo 17 puntuaron en valores medios y bajos (gris y verde), lo cual significa que el 72% de las ciudades nacionales vivieron los últimos 30 años en violencia Elevada. El cuadro contrasta de manera notable con México, donde apenas un 13% de sus ciudades tuvo una tasa promedio Elevada entre los años de 1985 y 2010, aunque menos con Brasil, país donde el 53% tuvo un promedio Elevado entre los años de 1996 y 200965 . La ciudad colombiana está sometida a intensas violencias. Mientras la tasa de sus ciudades con violencia Elevada es de 95, la de Brasil es de 44 y la de México de 40, más de 50 puntos de diferencia66. Las ciudades colombianas, no cabe duda, vienen sometidas a crudas violencias.

Tal magnitud, en un contexto de escasa presencia del conflicto armado, exige claridad sobre la naturaleza del homicidio urbano. Para el efecto apelamos a la información del Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses entre los años de 2005 y 201167. Se trata de una valiosa información sobre la que no obstante es preciso entrar en toda suerte de matizaciones sobre sus alcances. En realidad -es el punto de partida-, el saber sobre el homicidio en Colombia es fragmentario, poco se esclarece la identidad de los victimarios y las condiciones en que produce sus actos. La disponibilidad de información varía de manera considerable de una a otra variable. El sexo de las víctimas se determina en el 100% de los casos pero de allí en adelante los porcentajes comienzan a disminuir. La edad se establece en el 85% y la escolaridad en el 55%. Los porcentajes disminuyen de manera dramática una vez se entra en el detalle del homicidio: la circunstancia se determina en un 27% y el presunto agresor igual68. Por demás el monto de esclarecimiento varía de año a año, a veces con distancias considerables, lo mismo si se mira la ciudad o el poblado. En cada caso se harán las claridades que tales condiciones fuerzan a hacer

.

2. Variables sociodemográficas

En materia del sexo de las víctimas -la única con información completa todos los años-, no existe diferencia alguna entre ciudad y poblado 69. Tanto en la una como en el otro (no importa si es la megalópolis o el poblado pequeño), los hombres son asesinados en el 91% o más de los casos y las mujeres en el 9% o menos (Gráfico No. 15). La estabilidad en el tiempo y la constancia sobre la geografía pone al abrigo de sospecha el hecho de que el conflicto violento recae de forma trágica sobre los hombres, una condición que no discrimina entre la calle de la ciudad o la vereda rural.

La edad ya tiene diferencias, en este caso en el tiempo. El sistema mejora en la captación de información pues si entre 2005 y 2008 se logra determinar la edad en el 73%, entre 2009 y 2011 se logra hacerlo en el 99% de los casos. Los datos a tomar en cuenta, así pues, se limitan a los últimos tres años distribuidos en generaciones separadas cada 15 años70. Más de la mitad de las muertes violentas son producidas sobre los jóvenes entre 16 y 30 años, seguidas después por los adultos jóvenes entre 31 y 45 (Gráfico No. 16). En tales condiciones las personas entre 16 y 45 años son objeto de más de las cuatro quintas partes de los homicidios. Mas en contravía de lo esperado el asesinato de jóvenes, el que se lleva más de la mitad del total, no es con preeminencia urbano: la ciudad está apenas 3 puntos porcentuales por encima del poblado, compensados por la pequeña diferencia de los adultos jóvenes y los adultos en los poblados. Puesto que la clasificación por generaciones cada 15 años no deja de tener dificultades71, la reclasificación cada 10 años tampoco arroja una diferencia significativa. Los jóvenes entre 16 y 25 años caen víctimas de homicidio en la ciudad en un 36% y en los poblados en un 33%. En consecuencia la edad tampoco hace la diferencia en el homicidio de la ciudad respecto al del poblado.

La última variable sociodemográfica, la escolaridad, sigue el mismo patrón de la edad en tanto la información disponible para los años 2005-2008 da cuenta del 46% de los casos, mientras los siguientes tres años se incrementa al 68%. Considerando únicamente la información entre 2009 y 2011 se deja ver la primera diferencia entre los dos contextos, una diferencia esperable si se atiende a los mayores niveles educativos de la ciudad (Gráfico No. 17). Ciertamente el nivel primaria crece a medida que se camina hacia el extremo del poblado menor, pasando de 39% en la ciudad grande al 57% en los poblados menores -con la excepción de la megalópolis Bogotá-. De contramano el nivel secundaria sigue la dirección opuesta disminuyendo a medida que se avanza hacia el poblado menor, decreciendo del 49% en la ciudad grande al 24% en el poblado menor (otra vez Bogotá quiebra la tendencia). Los niveles de educación media y superior no manifiestan diferencias, pero no deja de ser cierto que las víctimas de homicidio de la ciudad tienen un nivel de educación más alto.

La gran mayoría de las víctimas tienen un nivel educativo bajo: el 46% tiene primaria y el 41% secundaria, esto es el 87% del total. El porcentaje de Sin Ninguna educación hace un pequeño 4%, los asesinados han ingresado a la escuela. De tal suerte aparece que las víctimas de homicidio en Colombia durante años recientes son abrumadoramente hombres, en su gran mayoría entre los 16 y los 45 años con niveles de educación entre primaria y secundaria.

3. Las condiciones

Los datos sociodemográficos muestran cierta consistencia. El salto a las condiciones en las que se produce el homicidio, por desfortuna, no viene acompañado de la misma afirmación. Dos variables de la mayor trascendencia para nuestro propósito, la circunstancia y el presunto agresor, reportan información sobre un escaso 27% de los homicidios. La precariedad de esta información obliga a moverse con extrema precaución. En primer lugar y en especial frente a la circunstancia. La categoría Sin Información alcanza su punto más bajo en 2005 con el 66% de los casos (se esclarece el 34%), pero de ahí en adelante oscila entre 70 y 79%. El panorama de la ciudad es más grave, se esclarece nada más el 24% de los casos mientras en el poblado el 32%. Puesto que no se produce una mejoría en los últimos años se emplearán los datos de los cinco años como un modo de compensar las dificultades de información.

La variable circunstancia se sometió a un ordenamiento en cuatro tipos72: política, económica, social y de la intimidad (Cuadro No. 10). Cada tipo de violencia, a su vez, incluye varios escenarios. Cada escenario, por último, incorpora las clasificaciones empleadas por Medicina Legal en la categoría "circunstancia". Dos clasificaciones de Medicina Legal ofrecen enorme dificultad. Primero la "venganza-ajuste de cuentas" parece funcionar como un comodín en el que cabe cualquier situación. En el intento de precisarla se hizo un cruce con la categoría "presunto agresor" dando lugar a ajustes de cuentas en cada uno de los tipos de circunstancias, un procedimiento que permite un manejo un tanto más discriminado de una categoría que agrupa situaciones dispares. En segundo lugar el "conflicto entre barras, pandillas y bandas" introduce en una sola casilla circunstancias por entero distintas en su naturaleza. De una parte la pandilla es un fenómeno que pasa por la constitución de una identidad local y una apropiación territorial, mientras la banda es una agrupación cuyo propósito expreso es la acumulación de dinero al margen de toda visibilidad local. La barra, entretanto, habla de una agrupación congregada alrededor de una afición deportiva cuyos nexos con la pandilla no son ni mucho menos directos. La barra y la pandilla clasificarían en la circunstancia de tipo social mientras la banda en el tipo económico. Sin embargo es imposible desagregar la categoría, se optó por dejarla en el tipo social.

En esta oportunidad, a diferencia de las variables sociodemográficas, los datos muestran una diferencia que confirma el hallazgo sugerido a propósito de los indicadores del conflicto armado: éste no es el agente dominante de la violencia en la ciudad. El Gráfico No. 18 lo ilustra. En la ciudad la violencia política hace nada más el 11% de los homicidios mientras la violencia cotidiana se lleva el primer lugar con el 28% -en la mitad se sitúan la económica con el 17 y la social con el 11%-. El contraste con el poblado es notorio: la circunstancia de tipo político carga las dos terceras partes de los casos con el 66%, seguido de lejos por la cotidiana con el 15%. Los ajustes de cuentas sin agresor identificado son protuberantes en la ciudad (33%), menos en el campo (11%)73.

Por supuesto la prevalencia de una circunstancia no suprime la existencia de las demás. La política no es el tipo de circunstancia predominante en la ciudad, sin embargo del total de 10.769 homicidios asociados a ella -cometidos entre los años de 2005 y 2011-, una cantidad de 2.199 tomaron como escenario la ciudad (Cuadro No. 11). Una suma nada despreciable que alerta frente a las maneras como se dirimen las luchas políticas urbanas. Del mismo modo tampoco son menospreciables las violencias económica, social y de la intimidad en los poblados: de los 15.105 asesinatos asociados al tipo social la considerable cantidad de 3.380 sucedieron en ellos.

El cuadro desagregado por escenarios termina de clarificar la diferencia entre ciudad y poblado (Gráfico No. 19)74. En este último se producen las dos terceras partes y más de los homicidios en los cuatro escenarios de tipo político: el 85% por grupos armados ilegales, el 81% por el Estado y el 79% por eventos del conflicto armado. La situación opuesta se verifica en los otros tres tipos, donde la ciudad se pone por encima en todos los escenarios. En el económico y social provoca más del 70% de los homicidios en los cuatro escenarios. Finalmente, con una diferencia menor la ciudad también domina los tres escenarios de la circunstancia de tipo cotidiano, un poco menos en el homicidio asociado a lo sexual.

75

La siguiente variable de las condiciones en las que se produce el homicidio se refiere al perpetrador, uno de los indicadores de mayor valor en la tarea de esclarecimiento del homicidio. Afortunadamente el acopio de su información mejora en los dos últimos años pasando de 21 a 44%76. Como en el caso de la circunstancia el agresor ha sido clasificado en cuatro tipos: cercano; crimen y seguridad; estado; y conflicto armado. Cada tipo está a su vez clasificado en actores77 y cada uno de ellos, del mismo modo, contiene el victimario tal y como la reporta Medicina Legal. Partiendo de tal clasificación el presunto agresor confirma la situación de la ciudad. En ella prevalece la violencia proveniente de personas cercanas (51%), seguida de la criminalidad (32%), sumando entre los dos el 83% de los homicidios urbanos -los otros dos, Estado y conflicto, suman un pequeño 17%- (Gráfico No. 20); en contraste en el poblado los tipos Estado y conflicto agregan el 65% de los homicidios, mientras cercanos y crimen el 35%.

La misma situación pero vista desde la distribución de cada tipo de agresor ratifica la abismal diferencia entre las violencias de la ciudad y el poblado (Gráfico No. 21). En la ciudad se genera una mayoría de agresores entre los cercanos y el crimen, en el poblado entre el Estado y el conflicto.

La ciudad posee una singularidad, una condición particular asociada a las gramáticas de la vida privada y la criminalidad; el poblado, por el contrario, liga el ejercicio de su violencia al contexto del conflicto armado. El trabajo etnográfico lo confirma, los actores armados de la guerra no son, ni muchos menos, el eje del conflicto urbano y su resolución sangrienta78. Claro, la guerra y sus incidencias aterrizan en la calle -lo mostramos páginas atrás-, pero lo hacen trabando un complejo intercambio con las dinámicas propias de la ciudad.

Medellín, sede de astronómicas violencias, la única ciudad grande donde el conflicto armado ha llegado al punto de inducir desplazamientos masivos de zonas enteras79, revela la anudada trama entre singularidad urbana y guerra. La fuerza paramilitar no tuvo que ser exportada al estilo de un frente declaradamente interesado en tomarse la ciudad80, ella tenía asiento de tiempo atrás como resultado de la prolongada historia de mafias internas. Las guerrillas también hicieron su ingreso triunfal, unas veces transfiguradas en milicias y otras bajo el marbete de su denominación habitual. Con todo, para uno y otro agente de la guerra, sus modos de inserción y operación fueron cribados por la existencia "previa" de los combos (el nombre doméstico de las pandillas), muchachos regados en los barrios populares enfrascados en una confrontación armada que ya bordea los 30 años de permanencia. Un fenómeno paradigmático del contexto urbano -la pandilla-, opera como clave de anudamiento de la intensa y prolongada violencia de Medellín. Luego de la operación militar del ejército en 2002 el poder mafioso paramilitar se tomó a sus anchas la ciudad, una vez el Estado les terminara de librar de la contención de la insurgencia. De en ese momento en adelante el poder centralizado en un solo "señor" (Don Berna), significó el control de bandas cuyo poderío, a su vez, descansa sobre la afiliación de los combos diseminados en las barriadas de la periferia81. La guerra se procesa en la singularidad de la ciudad; por supuesto, en el camino de vuelta, la frenética agresividad de los combos paisas proviene de su conexión directa con la guerra.

PARA CONCLUIR

La separación de las violencias hace carrera en la reflexión internacional. El texto Carga Global de la Violencia Armada introduce una diferenciación de gran pertinencia para el punto en consideración (Geneva Declaration, 2008). Existen tres clases de violencia -dice el informe-: aquellas producidas de manera directa en un conflicto, producto de los enfrentamientos entre las fuerzas en choque, incluyendo soldados y civiles; otras provocadas de forma indirecta por un conflicto, conectadas a las enfermedades, el hambre y la desnutrición ocasionadas por la destrucción de las condiciones de vida durante la guerra; y una más articuladas a violencias que no guardan relación alguna con un conflicto armado. La clasificación se justifica una vez se contempla el panorama mundial. Entre los años 2004 y 2007 murieron 740 mil personas en situaciones de violencia letal, distribuidas entre un reducido 7% en contextos de conflicto armado (directas), un 27% por la destrucción de la guerra (indirectas) y un 66% en situaciones ajenas a la confrontación bélica (no asociadas)82.

El panorama mundial se reproduce en Colombia -aún en medio de un agudo conflicto armado-, según lo confirma la baja participación del homicidio político en el conjunto del homicidio nacional (González, Bolívar y Vázquez, 2006; Gutiérrez, 2006)83. La ciudad es el gran escenario del homicidio generado por fuera de la guerra, agenciada por una multiplicidad de actores: crimen organizado, delincuencia común, pandillas, grupos de seguridad vecinales, muertes espontáneas (ligadas a riñas), cercanos (repartidos entre familiares, amigos, vecinos y próximos por alguna relación) y operaciones de limpieza (las que jamás aparecen en los registros y discursos oficiales).

La violencia cotidiana, producida por personas cercanas pero dotadas en los registros de considerable presencia -de seguro sobre registrada dada la comparativa facilidad de establecer su circunstancia y agresor-, en todo caso pone al aviso de los intensos niveles de penetración de la "solución" violenta en los intercambios de la vida diaria. El tema de la convivencia salta a la palestra de las urgencias de la paz. En un país arrastrado por un largo e intenso conflicto violento -marcado por un penetrante homicidio urbano-, la reconstrucción de los tejidos sociales se instaura en condición primordial del establecimiento de las condiciones que sirvan de garantes de una paz estable y duradera.

Otro tanto hace la violencia económica. Sus indicadores no dejan de ser altos -y con seguridad sometidos a un elevado sub registro-, dando cuenta de una violencia que se libra en el contexto de una nación y unas ciudades, por un lado cruzadas por una de las inequidades más flagrantes del planeta y por otro invadidas por toda suerte de circuitos mafiosos e ilegales. En el cruce de caminos de la inequidad y la ilegalidad aparece presta la violencia. En dirección por completo opuesta a la sostenida tesis de la disociación entre la pobreza y la violencia -según la cual la violencia en Colombia se dispara en los lugares de las grandes rentas84-, las ciudades con sus elevadas violencias evidencian que la muerte se implanta allí donde campean la pobreza y la marginalidad85. Es el otro franco desafío que lanza la ciudad a la paz. El horizonte del logro de la equidad es la otra condición esencial de una paz que pretende ser sólida y permanente en el tiempo.

El conflicto violento no se agota entonces en el conflicto armado. Perseverar en el achatamiento supone enfrentar la paz ateniéndose a una lógica que visibiliza e invisibiliza violencias según el nexo que ellas guardan con el conflicto armado. La operación de limpieza, una violencia de naturaleza social, ilustra bien el punto desde el extremo de una violencia urbana considerablemente olvidada; pese a ser un actor permanente en varias ciudades, ni siquiera se menciona hasta cuando los actores armados la emplean, como aconteció con las incursiones urbanas de los paramilitares a comienzos de la década anterior86.

Resituar la ciudad: frente a la reducción mostramos que la ciudad tiene su singularidad -no se agota en el conflicto armado-, pero mostramos también que tampoco es autónoma respecto al curso de la guerra. El diálogo y la concertación con los alzados en armas es el primer paso (obligado) del proceso de la paz; mas el conflicto violento va más allá de la guerra, en particular hacia un contexto urbano con mayor presencia de violencias asociadas a situaciones de otra naturaleza. Guatemala y El Salvador produjeron violencias más intensas y fragmentadas una vez celebraron acuerdos de paz; Colombia posee ya una violencia fragmentada e intensa en las ciudades que la paz debe voltear a mirar con renovados ojos. El país, imbuido como tiene que estar en el logro de la paz, dirigirá un considerable monto de sus energías hacia los sectores rurales como consecuencia del peso histórico de varios factores: el conflicto agrario nunca resuelto y la tantas veces demandada reforma agraria; la acumulada deuda histórica con las víctimas, en su mayoría pertenecientes al campo -en la ley las víctimas se definen de nuevo como "víctimas del conflicto armado"-; la política de restitución de tierras; la desmovilización de los combatientes de las FARC con gran fuerza hacia zonas campesinas. El país se volcará sobre el agro. La ciudad vuelve y queda en un limbo y de allí la pertinencia de estas páginas.

La ciudad le habla a la paz desde la inequidad y la convivencia rota. De todo eso trata pues el empeño de resituar la ciudad: de urbanizar la conciencia pública del conflicto, de politizar la mirada sobre la ciudad.

NOTAS AL PIE

1 Se entiende por ciudad la aglomeración de más de 100 mil habitantes. El criterio adoptado se explica más adelante.

2 En 1950 África y Asia estaban urbanizadas en un 14 y 18%; Europa y América del Norte en un 51 y 64%.

3 El informe adopta los criterios de cada país para diferenciar lo rural de lo urbano.

4 "Cabecera" es un área definida por un perímetro urbano establecido por el Concejo Municipal, donde se ubica la sede administrativa del municipio. "Resto" supone la inexistencia de características como calles e instalaciones de servicios públicos al modo urbano.

5 Un trabajo reciente coloca en duda la división cabecera y resto del DANE, mostrando que lo rural tiene una mayor extensión de la reconocida oficialmente (PNUD, 2011).

6 El proceso tiene énfasis distintos en cada país. En México crecieron en particular las ciudades grandes con una razón de crecimiento poblacional equivalente al 129%; en Colombia las ciudades intermedias con una razón de 72%.

7 Las tasas de homicidio y de lesiones personales están calculadas por 100 mil habitantes.

8 El desconocimiento del papel de la ciudad en el homicidio en Echandía (1999) y Rubio (1999).

9 Entre 1990-2010 Bogotá tuvo una razón de crecimiento poblacional del orden del 49%, la más alta entre las ciudades capitales de Latinoamérica.

10 Medicina Legal reporta información del 82% de los municipios del país con un cubrimiento del 99% de la población.

11 Decimos relativo declive en la medida en que, para el año 2011, las FARC han perdido considerable presencia y los paramilitares pasaron por una negociación que desmontó parte de su aparato armado.

12 Entre los mejores balances González, Bolívar y Vásquez (2006), una analítica que incluye la violencia de mediados del siglo XX; otro excelente desde los años 90 en Peñaranda (2007).

13 La ciudad tampoco aparece en recopilaciones que intentan dar cuenta de las dimensiones del conflicto. Leal y Zamosc (1990), Leal (1995), Leal (1996).

14 Entre los estudios panorámicos destacan Daza (1995), Cubides, Olaya y Ortiz (1998) y Echandía (1989). Entre los interpretativos descollan González, Bolívar y Vásquez (2006) y Gutiérrez, Wills y Sánchez (2006).

15 La división entre estudios panorámicos e interpretativos es por completo arbitraria; se la usa nada más en términos descriptivos y de exposición.

16 Sea el caso, Cubides, Olaya y Ortiz (1998) la traen a cuento en más de una explicación y Echandía (1989) habla del avance del conflicto armado sobre la ciudad.

17 Como ejemplo del papel de la ciudad en la violencia y el crimen mirar Centro Internacional para la Prevención de la Criminalidad (2010), un informe mundial.

18 La violencia se volcó al campo una vez neutralizadas las formas organizativas presentes en la ciudad: los sindicatos y la movilización gaitanista. Pécaut (1987).

19 Un balance de la Violencia de mediados del siglo XX en Sánchez (2007), donde resulta igual de visible la ausencia del escenario urbano.

20 El texto más ilustrativo de la argumentación de los llamados economistas en Montenegro y Posada (1995).

21 El libro de la Comisión salió en 1987, un año antes del escalamiento de la violencia urbana. Los economistas lanzan su crítica a mediados de los años 90, momento en que la urbe tiene de lejos una tasa de homicidio superior. Volver al Gráfico No. 3.

22 La relación ciudad y conflicto arranca con el trabajo pionero de Alvaro Camacho y Alvaro Guzmán (1990), primero que convierte la violencia urbana en objeto de reflexión a partir de la situación de Cali. De varios modos esta investigación influyó los planteamientos de la Comisión de 1987.

23 Ana María Jaramillo (2011) hace un excelente balance de la literatura sobre Medellín.

24 Entre los más destacados Salazar (1990), Salazar y Jaramillo (1992), Jaramillo, Ceballos y Villa (1998), Bedoya y Jaramillo (1991).

25 Elsa Blair (2004).

26 Duncan (2005) hace un sugerente texto en que mira la ciudad como una totalidad. Una versión de este artículo aparece en su libro Los señ ores de la guerra.

27 Textos sobre paramilitarismo y ciudad en Pérez (2007), Espinal, Giraldo y Sierra (2007), Avila y Nú ñez (2009), Restrepo (2009), Grupo investigación Casa de Paz (2009).

28 Lo que sigue es apenas un esbozo. Las limitaciones de espacio impiden una elaborada reflexión sobre la ciudad en los medios.

29 La afirmación se construye sobre la revisión de los artículos producidos por la revista Semana a partir del año 1985. La base fue construida por Sayra Rodríguez, Alejandro Pajón y Paola Ocampo para la celebración de los 25 años del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI).

30 Nos ocupamos tan sólo del primer momento. Ejemplo del segundo momento es la crispada preocupación sobre la ciudad al comienzo del gobierno Pastrana cuando la guerra parece hallar solución en las negociaciones con las FARC, el ELN y hasta los paramilitares.

31 El Ricardo Franco incursionó sobre la escuela de carabineros de Suba en Bogotá, el ELN practicó un asalto sobre la cárcel Modelo, el M-19 organizó campamentos en barrios populares

32 Naturalmente aparecen de cuando en vez noticias de aspectos "propios" de la ciudad. Por ejemplo sobre escuadrones de la muerte "Con sus propias manos". Semana, mayo 19 de 1986; en torno a los skinheads "¿Quiénes son estos calvos?". Semana, junio 28 de 1993; o sobre el crimen organizado "Se alquilan para matar". Semana, noviembre 3 de 2002.

33 Una mirada sobre la década en Leal y Zamosc (1990).

34 Samper, ocupado como estuvo en el asunto de los dineros del narcotráfico en su campaña, no tuvo lugar para enunciar alguna política global de paz.

35 La única referencia explícita en Uribe será la guerra de Medellín durante la segunda mitad de 2002, recién subido a la presidencia.

36 La tasa mundial de homicidio es de 8,8. Organización Panamericana de la Salud-Organización Mundial de la Salud (2003).

37 Son tres las excepciones. Primero Medellín, de la que hablará en el último apartado; segundo Barrancabermeja, escenario de confrontación entre guerrillas y paramilitares; y tercero un momento de la expansión paramilitar a comienzos de la década del 2000, cuando hicieron presencia en varias ciudades.

38 En línea en www.accionsocial.gov.co

39 También en línea en www.accionsocial.gov.co

40 El punto más alto de esta fase de recrudecimiento se alcanza en 2002.

41 El secuestro extorsivo alcanzó su mayor nivel en el año 2000, cuando se cometieron 3606. En el 2001 se cometieron 2357. Policía Nacional (1990-2010).

42 Para efectos de nuestro interés se excluye el tercer tipo de violencia especificado en el marco conceptual (la violencia política social), pero se abre en dos la violencia insurgente. Mirar el marco conceptual de la base en http://www.nocheyniebla.org/node/18.

43 La división supone que la guerrilla no viola derechos humanos -sólo lo hacen el estado y sus aliados–, un punto álgido de discusión con la base.

44 Ametrallamiento y bombardeo; ataque a objetivo militar; bloqueo de vías; civiles heridos en acciones bélicas; combate; emboscada; incursión; pillaje; sabotaje; y uso de minas-minado de un campo.

45 Amenaza; ametrallamiento y/o bombardeo indiscriminado; ataque a obras o instalaciones que contienen fuerzas peligrosas, a la estructura vial o bienes indispensables para la sobrevivencia de la población; bloqueo de vías; civiles muertos o heridos en acciones bélicas; colectivo amenazado, desplazado o usado como escudo; ejecución extrajudicial u homicidio sobre persona protegida; perfidia, pillaje, toma de rehenes, tortura, uso de minas y violencia sexual

46 Desde estos mismos poblados se produce el 62% de los desplazamientos forzados, confirmando la importancia de los intermedios y pequeños para el conflicto.

47 Amenaza y atentado; colectivo amenazado y desplazado; desaparición y detención arbitraria; ejecución extrajudicial y homicidio sobre persona protegida; tortura; y violencia sexual.

48 La territorialidad del conflicto armado se completa con la presencia de los actores armados: en la ciudad la guerrilla hizo presencia con el 13% de sus acciones, los paramilitares con el 29%.

49 Según el Observatorio del Conflicto Violento del IEPRI, en el año 2011 las acciones del conflicto armado disminuyen más todavía en la ciudad. La guerrilla está emplazada en sus antiguas zonas de retaguardia.

50 Es el caso de Duncan (2005 y 2006), quien hace una comparación entre ciudades.

51 El caso paradigmático del ensimismamiento es Medellín. Mucho se ha escrito sobre ella pero las conexiones con municipios como Itaguí y Bello (dos municipios por completo ligados al casco urbano), casi ni son tenidos en cuenta.

52 Perea compara ciudades (2007) y también compara con otros países (2008).

53 Un caso ejemplar es el de la Cámara de Bogotá, construida sobre un completo sistema de consulta virtual.

54 Hasta aquí habría que afirmar que el narcotráfico tiene uno de sus asientos en la ciudad, al menos lo fue en la época de los grandes carteles de Medellín y Cali (1984-1993).

55 Una sugerente trabajo comparando Medellín y el país en Giraldo (2011).

56 Entres las 7 ciudades antioqueñas hay dos subregiones, Urabá y Medellín. Hablamos sólo de la segunda.

57 En la definición institucional la zona metropolitana de Medellín incluye varios municipios más; aquí se tienen en cuenta los municipios con más de 100 mil habitantes.

58 Lorica es igual una ciudad costeña en su comportamiento pero igual con el fuerte cambio iniciado en 2007 por la presencia neoparamilitar. Montería y Lorica pertenecen ambas al departamento de Córdoba.

59 Rioacha y Maicao comienzan los años 80 con tasas elevadas debido a que La Guajira fue el escenario de la fiebre de la marihuana a finales de los 70. En los años que siguen Rioacha pasa a ser la prototípica ciudad costeña moviéndose entre tasas de 20 y 60 con un pico en 2000-2003. Maicao se comporta distinto por su condición de ciudad de frontera.

60 Se escogió la tasa de 25 como cota de la violencia Elevada considerando que Brasil tuvo entre los años de 1996 y 2009 una tasa media de 25 y que México, tras su gran crisis, llegó a ese mismo valor. En el contexto internacional tanto Brasil como México son considerados países violentos.

61 Se trata de las ciudades con más de 100 mil habitantes en el año 2011.

62 El número de 180 cuadros resulta de multiplicar 60 ciudades por 3 décadas.

63 Malambo y Soledad en el departamento del Atlántico; Lorica en Montería; y Uribia en la Guajira.

64 27% de los cuadros en violencia Alta, 28% en violencia Muy Alta y 14% en violencia Desbordada.

65 México tiene 175 ciudades de más de 100 mil habitantes, 23 de las cuales tuvieron violencia Elevada. Brasil tiene 273 ciudades, 144 de las cuales tuvieron violencia Elevada.

66 La tasa promedio de las ciudades con violencia Elevada.

67 Nuestra gratitud para Medicina Legal por permitirnos el acceso a esta información desagregada.

68 Los porcentajes reportados son entre 2005 y 2011.

69 Hay un debate en marcha en torno a la necesidad de abrir una casilla independiente para los géneros no convencionales, como el transgenerismo

70 Niños 0 a 15; jóvenes 16 a 30; adultos jóvenes 31 a 45; adultos 46 a 60; y mayores 60 en adelante

71 La discusión en torno a los rangos de clasificación de lo joven no está zanjada. En México se utiliza el rango de 15 a 29 mientras el último documento oficial de Colombia los coloca entre los 15 y los 25.

72 Las categorías de medicina legal se toman tal como ellos las reportan. Aquí se hace simplemente un reordenamiento de esas categorías en categorías más amplias.

73 El dato de venganza-ajuste de cuentas disminuye todavía más la información disponible de la circunstancia.

74 En total en el poblado se cometen el 80% de los homicidios políticos; en la ciudad el 77% de los económicos, el 78% de los sociales y el 66% de la intimidad.

75 Como se anotó la venganza–ajusta de cuentas se distribuyó en los 4 tipos según el presunto agresor.

76 Se trabajará entonces con la información de los años 2010 y 2011.

77 Cercano: familiar, pareja, amigo, contractual y conocido sin ningún trato/ Crimen y seguridad: bandas criminales, delincuencia, pandilla, narcotráfico y seguridad privada/ Estado: fuerzas armadas y seguridad/ Conflicto armado: guerrilla y paramilitares.

78 Nos hemos centrado en información numérica con el propósito de construir un marco general a la investigación de la ciudad. En las seis ciudades en comparación, sin embargo, se avanza un intenso trabajo etnográfico orientado al rastreo del conflicto violento en cada una de ellas.

79 Medellín, con sus 2.368.282 habitantes en 2011, ingresa en la categoría de ciudad grande.

80 Como fuera el caso de Bogotá, "tomada" por los frentes Capital y Casanare.

81 Mientras se escriben estas páginas Medellín afronta otro ciclo violento, de buen modo ligado a la incesante disputa por el control de los combos y las bandas después de la fractura del predominio de un "señor" una vez extraditado Don Berna (en 2008).

82 El informe muestra la multiplicidad de violencias pero sigue ligando el conflicto a la guerra. Optamos así por la noción de conflicto violento como un universal abierto en diversas violencias.

83 En su pico más elevado la violencia política produjo el 25% del homicidio del país, pero en otros momentos contribuye con menos del 10% de las muertes.

84 Fue la posición de los citados economistas que luego el uribismo llevó hasta sus últimas consecuencias.

85 En la ciudad el mapa de la violencia coincide con el mapa de la marginalidad.

86 De las operaciones de limpieza no se habla ni siquiera hoy día, pero tuvieron publicidad cuando los paramilitares las emplearon en Altos de Cazucá en la frontera de Bogotá con Soacha. La revista Semana (2003) reportó estos sucesos.


BIBLIOGRAFIA

1.Avila, Ariel y Nuñez, Magda (2009). "Bogotá cercada, neoparamilitarismo y bandas"". En: 2009. ¿El declive de la seguridad democrática? Corporacion Nuevo Arco Iris: Bogotá         [ Links ].

2.Azaola, Elena (2012). "La violencia de hoy, las violencias de siempre". En: Desacatos. Revista de Antropología Social. Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS): Ciudad de México.         [ Links ]

3.Bedoya, Diego y Jaramillo, Julio (1991). De la barra a la banda. El propio bolsillo: Medellín.         [ Links ]

4.Blair, Elsa (2004). Muertes violentas. La teatralización del exceso. Instituto de Estudios Regionales (INER). Universidad de Antioquia: Medellín.         [ Links ]

5.Camacho, Alvaro y Guzmán, Alvaro (1990). Colombia. Ciudad y violencia. Foro por Colombia: Bogotá         [ Links ].

6.Centro Internacional para la Prevención de la Criminalidad (2010). Prevención del crimen y seguridad comunitaria. En línea.         [ Links ]

7.Comisión de Estudio de la Violencia (1987). Colombia: Violencia y democracia. Colciencias-Universidad Nacional de Colombia: Bogotá         [ Links ].

8.Cubides, Fernando; Olaya, Ana y Ortiz, Carlos Miguel (1998). La violencia y el municipio colombiano. 1980-1997. Centro de Estudios Sociales de la Universidad Nacional de Colombia: Bogotá         [ Links ].

9.DANE (1980-2010). Estadísticas Vitales. Defunciones por causa externa (1980-2010). Cuadro No. 4A.         [ Links ]

10.DANE (2005). "Conceptos básicos". En: <Í>Censo General 2005. http://www.dane.gov.co/files/inf_geo/4Ge_ConceptosBasicos.pdf        [ Links ]

11.Daza, Fernando (1995)."Una indagación sobre las causas de la violencia en Colombia". En: Dos ensayos especulativos sobre la violencia en Colombia. Fonade - Departamento Nacional de Planeación: Bogotá         [ Links ].

12.Duncan, Gustavo (2005). Del campo a la ciudad: la infiltración urbana de los señores de la guerra. Universidad de los Andes. Documento CEDE 2005-2: Bogotá         [ Links ].

13.Duncan, Gustavo (2006). Los señores de la guerra. De paramilitares, mafiosos y autodefensas en Colombia. Planeta: Bogotá         [ Links ].

14.Echandía, Camilo (1999). El conflicto armado y las manifestaciones de violencia en las regiones de Colombia. Presidencia de la República. Observatorio de Violencia: Bogotá         [ Links ].

15.Espinal, Manuel; Giraldo, Jorge y Sierra, Diego (2007). "Medellín: el complejo camino de la competencia armada". En: Parapolítica. La ruta de la expansión paramilitar y los acuerdos políticos. Corporación Nuevo Arco Iris - Intermedio: Bogotá         [ Links ].

16.Ferro, Juan y Uribe, Graciela (2002). El orden de la guerra. Las FARC-EP: Entre la organización y la política. Centro Editorial Javeriano (CEJA): Bogotá         [ Links ].

17.Flacso Chile (2010). Reportes del sector seguridad en América Latina y el Caribe. Disco interactivo.         [ Links ]

18.Geneva Declaration (2008). Global Burden of Armed Violence. Geneva Declaration Secretariat: Ginebra.         [ Links ]

19.Giraldo, Jorge (2011). "Economía criminal en Antioquia y Valle de Aburrá".En: Jorge Giraldo (editor). Economía criminal en Antioquia: Narcotráfico. Universidad Eafit-ProAntioquia-Empresa de Seguridad Urbana: Medellín.         [ Links ]

20.Gómez, Hernando (2003). Conflicto: callejón con salida. Informe de Desarrollo Humano. Organización de las Naciones Unidas: Bogotá         [ Links ].

21.González, Fernán; Bolívar, Ingrid y Vázquez, Teófilo (2006). Violencia política en Colombia. De la nación fragmentada a la construcción del estado. Cinep: Bogotá         [ Links ].

22.Grupo de Investigación Casa de Paz (2009). "Medellín, la inseguridad cíclica y la permanencia de la ilegalidad". En: 2009. ¿El declive de la seguridad democrática? Corporacion Nuevo Arco Iris: Bogotá         [ Links ].

23.Gutiérrez, Francisco; Wills, María Ema y Sánchez, Gonzalo (editores) (2006). Nuestra guerra sin nombre. Transformaciones del conflicto en Colombia. Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI)-Universidad Nacional de Colombia-Norma: Bogotá         [ Links ].

24.Gutiérrez, Francisco (2006). "Tendencias del homicidio político en Colombia. 1975-2004". En: Nuestra guerra sin nombre. Transformaciones del conflicto en Colombia. IEPRI)-Universidad Nacional de Colombia-Norma: Bogotá         [ Links ].

25.Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses (2011). Forensis: Bogotá         [ Links ].

26.Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses (2000-2008). Forensis. Bogotá         [ Links ].

27.IBGE (1996-2009). MS/SVS/DASIS - Sistema de Informações sobre Mortalidade - SIM. Mortalidade por Agressão no Brasil: 1996-2009.         [ Links ]

28.Jaramillo, Ana María (2011). "Acerca de los estudios sobre conflicto armado y violencia urbana en Medellín". En: Jorge Giraldo (editor). Economía criminal en Antioquia: Narcotráfico. Universidad Eafit-ProAntioquia-Empresa de Seguridad Urbana: Medellín.         [ Links ]

29.Jaramillo, Ana María; Ceballos, Ramiro y Villa, Marta Inés (1998). En la encrucijada. Conflicto y cultura política en el Medellín de los noventa. Alcaldía de Medellín-Programa para la Reinserción-Región: Medellín.         [ Links ]

30.Leal, Francisco (editor) (1996). Tras las huellas de la crisis política. Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI). Universidad Nacional de Colombia-Tercer Mundo-Fescol: Bogotá         [ Links ].

31.Leal, Francisco (editor) (1995). En busca de la estabilidad perdida. Actores políticos y sociales en los años noventa. Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI). Universidad Nacional de Colombia-Tercer Mundo-Colciencias: Bogotá         [ Links ].

32.Leal, Francisco y Zamosc, León (editores) (1990). Al filo del caos. Crisis política en la Colombia de los años 80. Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI). Universidad Nacional de Colombia-Tercer Mundo: Bogotá         [ Links ].

33.Montenegro, Armando y Posada, Carlos (1995). "Criminalidad en Colombia". En: Coyuntura económica. Bogotá, Vol. 25, No. 1.         [ Links ]

34.Noche y Niebla (2008). Marco Conceptual. Banco de datos de derechos humanos y violencia política. Cinep: http://www.nocheyniebla.org/files/u1/comun/marcoteorico.pdf        [ Links ]

35.Organización Panamericana de la Salud - Organización Mundial de la Salud (2003). Informe Mundial sobre la violencia y la salud. Washington.         [ Links ]

36.PNUD: Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (2011). Informe Nacional de Desarrollo Humano 2011. Colombia rural, razones para la esperanza. Bogotá         [ Links ].

37.Policía Nacional (1990-2010). Revista Criminalidad. Bogotá         [ Links ].

38.Pécaut, Daniel (1987). Orden y violencia: Colombia 1930-1953. Cerec-Siglo XXI: Bogotá, II tomos.         [ Links ]

39.Pécaut, Daniel (2003). Guerra contra la sociedad. Espasa: Bogotá         [ Links ].

40.Perea, Carlos Mario (2010). "Colonización, ciudadanía y narcotráfico". En: Diana Bonnett, Michael La Rosa y Mauricio Nieto (Compiladores). Colombia. Preguntas y respuestas sobre su pasado y su presente. Universidad de los Andes: Bogotá. También aparecido en página virtual como "Colonización en armas y narcotráfico. La violencia en Colombia durante el siglo XX". En: Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades. Año 11, No. 22, Segundo semestre de 2009.         [ Links ]

41.Perea, Carlos Mario (2008). ¿Qué nos une? Instituto de de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI). Universidad Nacional de Colombia - La Carreta Editores: Medellín.         [ Links ]

42.Perea, Carlos Mario (2007). Con el diablo adentro. Pandillas, tiempo paralelo y poder. Siglo XXI: México.         [ Links ]

43.Pérez, Bernardo (2007)."El paramilitarismo en Cundinamarca y Bogotá". En: Parapolítica. La ruta de la expansión paramilitar y los acuerdos políticos. Corporación Nuevo Arco Iris - Intermedio: Bogotá         [ Links ].

44.Restrepo, Jorge y Aponte, David (editores) (2009). Guerra y violencias en Colombia. Herramientas e interpretaciones. Centro de Recursos para el Análisis del Conflicto (CERAC)-GTZ-Universidad Javeriana-ODECOFI-Colciencias: Bogotá         [ Links ].

45.Restrepo, Juan (2009)."Estructura paramilitares desmovilizadas en Medellín". En: 2009. ¿El declive de la seguridad democrática? Corporacion Nuevo Arco Iris: Bogotá         [ Links ].

46.Rubio, Mauricio (1999). Crimen e impunidad. Precisiones sobre la violencia. Tercer Mundo-Centro de Estudios para el Desarrollo (CEDE) - Universidad de los Andes: Bogotá         [ Links ].

47.Salazar, Alonso (1990).No nacimos pa`semilla. Región-Cinep: Bogotá         [ Links ].

48.Salazar, Alonso y Ana María Jaramillo (1992). Medellín. Las subculturas del narcotráfico. Cinep: Bogotá         [ Links ].

49.Sánchez, Gonzalo (2007). "Los estudios sobre la violencia: balance y perspectivas". En: Gonzalo Sánchez y Ricardo Peñaranda (compiladores). Pasado y presente de la violencia en Colombia. Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI). Universidad Nacional de Colombia - La Carreta Editores: Medellín.         [ Links ]

50.Secretaría de Salud de México (1990-2010). Sistema de Información en Salud.         [ Links ]

51.Semana (2003). "Masacre gota a gota". Número 1115, 15 de septiembre.         [ Links ]

52.United Nations Organization (2011a). "Urban population 1950-2050". En: World Urbanization Prospects: The 2011 Revision. Department of Economic and Social Affairs/Population Division.         [ Links ]

53.United Nations Organization (2011b). "Methodology". En: World Urbanization Prospects: The 2011 Revision. Department of Economic and Social Affairs/Population Division.         [ Links ]