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Análisis Político

versión impresa ISSN 0121-4705

anal.polit. vol.26 no.78 Bogotá mayo/ago. 2013

 

LA EROSIÓN CONTEMPORÁNEA DEL PODER ESTADOUNIDENSE: ELEMENTOS PARA UN ORDENAMIENTO TEÓRICO Y UN PRINCIPIO DE ANÁLISIS

EROSION CONTEMPORARY OF U.S. POWER: ELEMENTS FOR A THEORETICAL ORDERING AND AN ANALYSIS PRINCIPLE

Santiago Cataldo*

* Intemacionalista, Universidad Torcuato Di Tella (Buenos Aires , Argentina).

Fecha de Recepción: 12/11/2013
Fecha de Aprobación: 15/03/2013


RESUMEN

El debate sobre la "declinación" de Estados Unidos se reeditó en los años recientes. El gran problema del mismo, sin embargo, radica en la relativa falta de claridad conceptual con que los autores estudian el fenómeno. Este estudio problematizará la idea de declinación y propondrá reemplazar dicha noción por una más básica: la de erosión de poder. Se detallarán las virtudes de este enfoque , se definirá el concepto y finalmente se propondrá una tipología de las formas que puede adoptar este. Luego se describirá la metodología a seguir para seleccionar autores de alto impacto académico con fines a estudiar el caso particular de la erosión de poder de Estados Unidos entre 2003 y 2011. Seguidamente se desarrollarán los argumentos de cada uno de dichos autores, haciendo especial énfasis en a qué tipo de erosión de poder se refieren, a qué causas se debe y las variaciones del tema a lo largo del período. Finalmente, se presentarán las conclusiones de este estudio.

Palabras clave: declinación, Estados Unidos, erosión , poder


SUMMARY

The debate on the "decline" of the United States was reissued in recent years. The big issue of it, however, lies in the relative lack of conceptual clarity with which the authors study the phenomenon. This study problematize the idea of decline and propose to replace this notion by a more basic one: the erosion of power. Detailing the virtues of this approach, we define the concept and finally propose a typology of the ways you can take this. Then describe the methodology for selecting high-impact academic authors purpose to study the particular case of the erosion of U.S. power between 2003 and 2011. Arguments are then developed for each of these authors, with special emphasis on what kind of erosion can relate to what causes must theme and variations throughout the period. Finally , we present the conclusions of this study.

Keywords: decline, United States , erosion, power


"Si Esparta y Roma perecieron, ¿qué Estado puede tener la esperanza de durar siempre?" (Rousseau, 2005, p 142)

Los últimos tiempos no han sido benignos con Estados Unidos, o por lo menos así lo creen sus habitantes. El pesimismo sobre la suerte de la nación se ha instalado en la psicología colectiva. Las encuestas dan cuenta de ello: promediando el 2010, un 62% de la población consideraba que el país, "como civilización", está en declinación, mientras que sólo un 26% atinó a responder que se encontraba en ascenso (Blanton, 2010). Asimismo, a finales de 2011, realizada la pregunta "¿está Estados Unidos en declinación?" ante probables votantes, un 69% respondió afirmativamente y un mero 15% se mencionó negativamente. Como es lógico pensar, estos resultados se traducen a su vez en preocupaciones sobre el futuro del país: un 83% se considera entre "muy" y "algo preocupado" por el porvenir, a la vez que el 16% se mostró "no muy preocupado" o "en absoluto preocupado" (Pulse Opinion Research, 2011).

No es sólo la opinión pública la que percibe malos augurios sobre la posición y el poder de Estados Unidos. Como señala el último informe del National Intelligence Council (2008), su principal diferencia con el reporte anterior es el supuesto de que el futuro se vislumbra multipolar. Estados Unidos ya no dominará el sistema, sino que se tendrá que adecuar a un rol de primus inter pares. Asimismo, una encuesta hecha a académicos especializados en relaciones internacionales parecería estar de acuerdo con esta burocracia. Si el 0 indicara ninguna influencia sobre el mundo y el 10, máxima, entonces una tercera parte de los encuestados respondieron que Estados Unidos en 2010 contaba con una influencia ponderada entre 8 y 10 puntos. Cuando se les hizo la misma pregunta pero evaluando el 2020, la cifra de quienes ubican a dicho país en lo más alto de la escala se reduce a la mitad. Esta tendencia tendría su correlato en un aumento de la influencia china en el globo (Long et al, 2012), pronóstico que a su vez se condice con la creciente (y ahora mayoritaria) percepción de la opinión pública de 18 países de que la potencia sínica ha desplazado o desplazará a Estados Unidos en el futuro (Wike, 2011).

¿Nos encontramos frente a un fenómeno novedoso? Al respecto, Arthur Herman (2009) sostiene que, a lo largo de toda la historia estadounidense, cada vez que las condiciones económicas son adversas, resurgen los mismos pronósticos sombríos. Así, hubo lúgubres predicciones en 1873, 1893, 1929 y en los setentas. Pero desde que se ganó el mote de superpotencia, los especialistas en relaciones internacionales llevan otras cuentas. Samuel Huntington (1988) había contabilizado cinco "olas de declinismo" hasta finales de los ochenta (p 94). La primera se produjo entre 1957 y 1958, como producto del lanzamiento del Sputnik por parte de los soviéticos, lo que generó la percepción de superioridad tecnológica del modelo rival. La segunda se expresó en el anuncio del fin del orden bipolar por parte de Richard Nixon y Henry Kissinger y el advenimiento de la multipolaridad a finales de los sesenta, con Europa, Japón y China como los otros vértices del "pentágono de poder". En 1973, el embargo petrolero de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) afectaría profundamente la psique de Occidente en general y de Estados Unidos en particular, configurando una nueva ola. La cuarta, difusamente ubicada a fines de los setenta y antes de la llegada de Reagan al poder en 1981, se puso de manifiesto nuevamente en la percepción de que la Unión Soviética estaba tomando la delantera en la Guerra Fría, aunque incluyó cuestiones diversas como la derrota en Vietnam, el avance comunista en Angola, un nuevo shock petrolero y Watergate. La economía dictaría el ritmo de la quinta ola (que se hace más severa a finales de los ochenta), producto del temor estadounidense a los crecientes déficits comercial y fiscal y al modelo nipón. Y si obviamos su estruendoso pase al campo declinista con El choque de civilizaciones, por ser ciertamente excepcional en un momento histórico más marcado por el triunfalismo de Francis Fukuyama (1992) y Charles Krauthammer (1990), entonces la actual ola vendría a ser la sexta. Por su parte, JosefJoffe (2012) cuenta hasta la actualidad cinco, mientras que Fareed Zakaria (2006) entiende que se dieron "al menos cuatro" (pág. 14). Parecería ser que el famoso "destino manifiesto" de los Estados Unidos no es otro que el de la declinación.

Independientemente del conteo que se lleve, es relevante enmarcar el presente debate dentro de un contexto histórico más amplio. Este mismo recurso ha sido utilizado por los "renovacionistas" (quienes rebaten a los declinistas) justamente para destacar la enorme cantidad de veces que los pronósticos sombríos sobre Estados Unidos han sido erróneos en el pasado, como forma de levantar una barrera de sano escepticismo frente a los cíclicos agoreros. Los argumentos declinistas en realidad nunca son idénticos, sino que se van reciclando y, de generación en generación, también pueden aprender de sus errores (Dumbrell, 2010). Surgieron del debate clichés como "ustedes ya se equivocaron en el pasado", a lo que se ha respondido con un "pero esta vez es real" (Layne, 2012). Además, también apareció una curiosa tendencia entre los renovacionistas a encontrarle el lado positivo al declinismo. Así, este fenómeno le serviría a Estados Unidos para darse cuenta de los errores cometidos y corregir lo que se considere necesario. De acuerdo con esta lógica, las mismas predicciones declinistas sembrarían las semillas de sus propios errores (Huntington, 1988, 1989, Zakaria, 2006), configurando entonces el declinismo una "profecía autofallida". Desde luego, no todos coinciden al respecto, y algunos alertan sobre los peligros de abrazar prematuramente este tipo de pronósticos (Herman, 2009). Por último, no faltan quienes desacreditan al declinismo tildándolo de "ideología por otros medios" (Lieber, 2008)

Sea como fuere, en vista de todos los clichés y metaargumentos, resulta evidente que el debate ha alcanzado un alto grado de madurez. Sin embargo, no menos cierto es que existe una crónica falta de claridad a la hora de abordarlo. La incomodidad de algunos autores al insertarse en este se pone en evidencia, por ejemplo, en Walt (2011), dadas las diferentes variantes que se le pueden encontrar al mismo fenómeno observado. Otros (Nye, 1989, 2004) se sienten forzados a comenzar a definir gran cantidad de términos para evitar confusiones.

En función de la falta de claridad conceptual y la polisemia reinante, este estudio se pretende, en primer lugar, ordenar el debate sobre la declinación de Estados Unidos. Fundamental resulta para ello reservar el concepto de declinación para otro fenómeno (que será oportunamente explicado), a la vez que utilizar un más genérico "erosión de poder". A partir de esta reconceptualización es que se dará cuenta de la diversidad de matices y enfoques observados por quienes estudian el tema, y como forma de lograrlo se propondrá una tipología de la erosión de poder elaborada a partir de sus características definitorias.

En segundo lugar, el otro propósito del presente trabajo de investigación es estudiar la erosión de poder estadounidense en el transcurso de los últimos años. Ante la imposibilidad de dar cuenta de todas y cada una de las voces que se expresan sobre la pérdida de preeminencia, influencia o poder estadounidense en el mundo, este estudio deberá necesariamente recortar de alguna forma el universo de juicios. Por ello, se centrará específicamente en los autores que hayan tratado el tema en cuestión en los últimos años y que gocen de mayor impacto o repercusión en el ámbito académico. Se desentrañarán los argumentos que estos presenten a la hora de explicar la erosión del poder de Estados Unidos y se identificará la forma que adopta el fenómeno, así como las causas a las que obedece, para cada caso en particular. Será relevante considerar las variaciones, en caso de que las hubiera, que adopta el tema conforme transcurren los años y se suceden distintos hechos de relevancia.

Llegado este punto es menester delimitar temporalmente el dominio del estudio. Concretamente, los años a considerar serán los comprendidos entre el 2003 y el 2011, inclusive. El año de inicio de este lapso temporal queda marcado por una maniobra muy controversial y onerosa para Estados Unidos: la Guerra de Irak. A partir de allí resurgen debates en el ámbito de las relaciones internacionales y se vuelve a mencionar la posibilidad de que Estados Unidos esté sufriendo una erosión de poder. Por ello es más relevante tomar este año y no el 2001, cuando dicho país fue golpeado en su propio suelo por Al Qaeda. El año de cierre, 2011, por el contrario, no es digno de especial consideración en sí mismo, pero lógicamente es necesario para darle una forma definida al período a estudiar. El debate sobre la erosión del poder estadounidense prosiguió en 2012 y posiblemente acompañe a la disciplina por varios años más.

Para las relaciones internacionales, el estudio de la erosión de poder de Estados Unidos es sin duda alguna fundamental. Políticamente, lo cierto es que una transformación semejante no podría sino afectar al mundo entero, directa o indirectamente. Esto es especialmente cierto porque la presencia militar de Estados Unidos tiene alcance global y su gravitación política y económica no tiene parangón, al punto de que resulta un cliché comparar el poder que detenta este país en la actualidad con el de las potencias de antaño. Al respecto, Paul Kennedy (2002) abdica en su afán por encontrar alguna experiencia histórica que logre compararse con la situación política y militar de Estados Unidos por entonces. Siendo Estados Unidos la economía más importante del mundo con anterioridad al inicio del siglo XX, potencia política reconocida internacionalmente desde 1898 y superpotencia a partir de la Segunda Guerra Mundial, además de creador de un orden internacional que perdura hoy en día, y "potencia solitaria" o "nación indispensable" desde que cayó la Unión Soviética, las consecuencias de este suceso tendrían largo alcance e implicarían una amplia transformación del mundo tal como lo conocemos.

Pero para comprender la naturaleza de los potenciales cambios resulta necesario recurrir a la teoría de las relaciones internacionales. Desde esta otra óptica, este debate se ha caracterizado por ser uno de los más ricos y por haber engendrado una serie de conceptos que pasaron a constituirse en las herramientas analíticas fundamentales de cualquier estudioso de la disciplina. "Soft power", "choque de civilizaciones", "sobreexpansión imperial", por mencionar algunos ejemplos, tuvieron su origen en la literatura sobre este tópico. Pero además, la erosión del poder estadounidense potencialmente significaría la transformación sistémica de la rara avis unipolar en una más "normal"1. En caso de que esto ocurriera, distintas teorías nos sugieren que una serie de variables podrían verse afectadas, como la provisión de bienes públicos, la justicia y el orden internacional y la gobernanza global (Kindleberger, 1986; Gilpin, 1981). Especial vigencia tendría la pregunta que ha desvelado a los teóricos de las relaciones internacionales desde sus orígenes: ¿qué es lo que determina la existencia o no de la guerra? Varios académicos avizoran distintos escenarios en función de una (super)potencia cuyo poder se erosiona: desde titánicas guerras preventivas y de transición (Gilpin, 1981; Levy, 1987; Tammen et al, 2000) hasta potenciales escenarios más bien ordenados y calmos (Macdonald y Parent, 2011a), pasando por conflagraciones regionales (Brzezinski, 2012).

Este estudio prosigue como se detalla a continuación. En la siguiente sección se problematizará la idea de declinación y propondrá reemplazar dicha noción por una más básica: la de erosión de poder. Se detallarán las virtudes de este enfoque, se definirá el concepto y finalmente se propondrá una tipología de las formas que puede adoptar este. Luego se describirá la metodología a seguir para seleccionar autores de alto impacto académico con fines a estudiar el caso particular de la erosión de poder de Estados Unidos entre 2003 y 2011. Seguidamente se desarrollarán los argumentos de cada uno de dichos autores, haciendo especial énfasis en a qué tipo de erosión de poder se refieren, a qué causas se debe y las variaciones del tema a lo largo del período. Finalmente, se presentarán las conclusiones de este estudio.

CONCEPTO Y TIPOLOGÍA DE LA EROSIÓN DE PODER

"El poder de un hombre (considerado universalmente) viene determinado por sus medios actuales para obtener algún bien futuro aparente" (Hobbes, 2007, p 100, énfasis en el original)

"Poder significa la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aun contra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad" (Weber, 1992, p 43)

Antes de empezar siquiera a analizar la actual coyuntura política estadounidense, es menester definir algunos términos. Como se mencionó en la introducción, el concepto de declinación (a veces apellidada "relativa") no termina por dar cuenta la pluralidad de enfoques con que se observa un la pérdida de poder de Estados Unidos. Diversos autores han destacado la necesidad de analizar el mismo fenómeno desde otra óptica (Walt, 2011, Nye, 1989). Después de todo, ¿de qué se trata la declinación? En referencia a la economía de las naciones, Carlo Cipolla (Cipolla et al, 1989) define a la "decadencia" (decline) como "grosso modo una pérdida de preeminencia" (p 14). La definición es expresamente lata por que, por un lado, intenta no quedar atrapada en la estrechez de una declinación absoluta, pero, por el otro, una declinación relativa padece del defecto inverso: es casi universal. Es decir, si las sociedades crecen a ritmos desiguales, entonces, a nivel macro, siempre todas menos una están declinando relativamente. Reducir el espectro que se contempla no está exento de riesgos analíticos tampoco. Comparar las tasas de crecimiento de China y de Estados Unidos bien puede servir para indicar que existe una declinación bilateral en relación al segundo país, pero no menos cierto es que se pierde de vista así numerosas economías grandes y medianas que también están creciendo a pasos acelerados. Lógicamente, el lente con que se observe el fenómeno siempre es propiedad del investigador.

Por otra parte, el concepto de declinación en la disciplina de las relaciones internacionales es utilizado para referirse a un poder político menguante. ¿Pero cuál es la relación entre una declinación entendida en términos económicos (sobre la que normalmente descansa la idea de declinación) y otra de corte político? La pregunta no es tan simple como parece, ya que existen ejemplos históricos de naciones con grandes economías que no pudieron convertir sus recursos en un mayor peso político2. Asimismo, los países con mayores activos económicos y militares no siempre han logrado su cometido3. Por otra parte, como señala Nye (1989), ¿cuánto sentido tiene hablar de declinación en un mundo en que los recursos tradicionales de poder adquieren menor relevancia? El despreocupado uso del término "declinación" puede conllevar entonces desorientadoras implicancias analíticas para el estudio de las relaciones internacionales.

Llegado este punto, resulta conveniente hacer a un lado momentáneamente el concepto de "declinación" para remplazarlo por el de "erosión de poder". Las ventajas de utilizar este último derivan de que, por un lado, explícitamente elude a la naturaleza política del fenómeno observado (que es, después de todo, lo que nos interesa aquí). La declinación, por el contrario, está lo bastante emparentada al mundo de la economía (aunque no sólo a esta) como para ser de utilidad en este punto. Por otro lado, la erosión de poder como concepto analítico resulta tan lato que posee la capacidad de contener el marco conceptual de quienquiera que reflexione sobre la menor gravitación política de una potencia.

Pero aquí no se trata simplemente de remplazar un término por otro. No debemos condenar a la declinación al ostracismo teórico, puesto que su uso en la literatura de las relaciones internacionales está bastante difundido, además de poseer elementos analíticos valiosos. Por el contrario, el procedimiento conceptual a realizar puede pensarse en los términos descritos por Giovanni Sartori (1987). Según el autor, para hacer un concepto más abarcativo (o aumentar su extensión) se debe disminuir el número de propiedades que se le asignan a este (o reducir su intensión). Es decir, de ahora en más, la declinación será entendida como una de las formas que puede adoptar la erosión de poder, siendo el primero un concepto de mayor densidad semántica que el segundo.

Habiendo remplazado el concepto de declinación por el de erosión de poder como fenómeno general, pero a la vez situando a ambos en distintos niveles de abstracción, queda todavía especificar la naturaleza de los mismos. Para ello, primero se debe empezar por el más genérico.

En esencia, la erosión de poder no es más que una pérdida del mismo. Lo verdaderamente complejo de definir, como es natural, es el concepto de poder per se, puesto que sobre este se ha reflexionado desde que existe la teoría política. Como bien sentencia Robert Gilpin (1975, citado en Baldwin, 2002), "el número y variedad de definiciones [de poder] debería ser motivo de vergüenza para los cientistas políticos" (p 24)4. Sin embargo, numerosos han sido los intentos por dotar de cierta estructura y ordenamiento al universo de las definiciones de poder. En el presente estudio se adoptará una clasificación bipartita que dará cuenta de la que quizás sea la mejor forma de dividir aguas en la literatura de las relaciones internacionales (Baldwin, 2002)5. Este criterio fue seleccionado por ser uno de los que más relevancia tiene para el desarrollo teórico de la disciplina, puesto que distintas escuelas y académicos, de forma más o menos clara, fueron adoptando uno u otro en cada una de sus trayectorias.

En primer lugar, es posible identificar una forma de entender el poder centrada en una serie de recursos. Es la disponibilidad de los mismos en el inventario de un actor determinado la que le confiere a este el poder, aunque lógicamente queda aún por resolver la cuestión de qué recursos son los especialmente valorados cuándo. Controlar minas de oro o disponer de unidades de caballería ya no son tan importantes como tener la capacidad de imprimir los billetes que el resto del mundo aceptará gustosamente o un arsenal nuclear. Pero más allá de cómo varía su ponderación en el tiempo, es la misma disponibilidad lo que le confiere poder a un actor en particular.

Su estudio, por consiguiente, se dedica a analizar cómo están distribuidos dichos recursos dentro de un universo de actores, quiénes los poseen, en qué grado, y quiénes no. Para esta tradición, el poder es un atributo de cada actor en particular y es factible calcularlo a través del conteo de recursos de los que se dispone. Sin embargo, es necesario hacer hincapié en un matiz importante: los recursos, considerados aisladamente, poco le sirven a esta tradición. En realidad, es la distribución relativa de los mismos lo que verdaderamente importa a varios estudiosos del poder: más recursos implican más poder en la medida en que los demás actores no se aprovisionen en mayor cantidad que el primer actor. Así, las nociones de escasez y de suma cero quedan simbióticamente unidas a la de poder.

Por otra parte, los recursos de los que los actores disponen (y que les confieren poder) se agregan normalmente de forma unidimensional, no pudiendo equipararse a quienes son poderosos en materia económica pero no disponen de recursos militares con quienes detentan poder en el ámbito militar y resultan económicamente débiles. Es decir, los recursos no son sustituibles o intercambiables entre sí a la hora de pensar el poder. En este sentido, Kenneth Waltz (1988) sostiene:

Las capacidades económicas, militares, etc., de las naciones no pueden ser sectorizadas y evaluadas por separado. Los Estados no se hallan en la jerarquía más alta porque sobresalgan de una u otra manera. Su rango depende del modo en que se sitúen en todos los aspectos (...) (pp. 193-194, énfasis en el original).

Esta forma de entender el poder tiende a la analizarlo, como se dijo, a través de la medición de los diversos recursos disponibles para todos los actores. Una vez hecho esto, y como forma de expresar quiénes son los actores más poderosos en un contexto espacio-temporal determinado, lo típico de esta tradición es confeccionar rankings en los que se posicione a todos los actores pertinentes. De esta forma es que nacen las nociones de "superpotencia", "gran potencia", "potencia intermedia", "potencia de segundo orden", etcétera, según cómo los actores se ubiquen en la escala. Si bien en algunos casos este ordenamiento puede estar cruzado por una dimensión geográfica (como en el caso de "potencia regional"), lo cierto es que el análisis del poder tiende a ser normalmente universal.

Por otra parte, la posesión de grandes cantidades de recursos en términos relativos es vista como una condición le confiere a un actor la capacidad de obtener los resultados que se propone. Cuando esto no ocurre, esta tradición tiende a pensar en la subutilización de los recursos disponibles: esto es, por falta de voluntad, negligencia, etcétera, es que el actor poderoso no logró alcanzar sus metas. Estamos frente a lo que David Baldwin (1979) llama "la paradoja del poder no realizado".

Las relaciones internacionales por mucho tiempo se han nutrido de este enfoque centrado en los recursos. Contemporáneamente, Hans Morgenthau (1993) podría ser su referente más cercano. Si bien su definición de poder comprende "el control del hombre sobre las mentes y las acciones de otros hombres", con lo que se aleja de la tradición hobbesiana, su preocupación central radica en la distribución de los elementos de poder en el sistema interestatal.

Queda aún por resolver una cuestión: ¿cuáles son los recursos a considerar? La literatura normalmente distingue entre recursos materiales y no materiales (Nye, 1989). Entre los primeros se encuentran los vinculados a lo militar, la economía, la tecnología, la geografía y la población. En general, es relativamente fácil cuantificarlos y agregarlos. Por su parte, los recursos no materiales suelen referirse a la moral, la cohesión nacional, el nacionalismo, el "carácter nacional" y la "calidad del gobierno" (Morgenthau, 1993), una cultura universal (Chua, 2007) y la atracción

generada por un país (Nye, 1989, 2004), el liderazgo y la "voluntad política", etcétera. Por lo general, ambos tipos de recursos tienden a ser ponderados, ya que su complementariedad es evidente. Pero la variedad de los recursos intangibles, sumada al hecho de que resulta más dificultosa su cuantificación, complejizan la parsimonia de un análisis centrado en los recursos tangibles. Pese a lo anterior, la distinción entre unos y otros no pierde sentido, ya que no pocos estudiosos de las relaciones internacionales tienden a primar a unos sobre otros y, porque como se verá en las páginas siguientes, resulta plausible realizar esta distinción para evaluar las diferentes formas que puede adoptar la erosión de poder como fenómeno general.

La segunda forma de concebir el poder es pensarlo como un fenómeno social. Dentro de una relación igualmente social es que emergerían relaciones de poder entre diversos actores, y no de la posesión de recursos de variada índole in abstracto por parte de cada uno de ellos. Por ello es que para esta segunda tradición, el poder no resultaría aprehensible, ya que no se trataría de un objeto a acumular para eventualmente hacer uso. ¿Pero qué es exactamente el poder? Las definiciones varían, pero ontológicamente tienen una matriz común: el comportamiento (entendido de manera amplia) de un actor como causa del cambio en el del otro (Baldwin, 2002). Pero a partir de esta esquelética noción es que se pueden añadir otros componentes. Por ejemplo, un subgrupo dentro de esta tradición tiende a poner de manifiesto la necesidad de que el primer actor "(imponga) la propia voluntad" (Weber, 1992, p 43). Otro elemento que potencialmente puede ser adjuntado a la definición básica de poder es el de la falta de voluntad por parte del segundo actor (sobre el cual el poder se ejerce) para cambiar su comportamiento. De este modo, Robert Dahl (1957) especifica que el cambio del comportamiento del segundo actor debe compararse contrafácticamente con su comportamiento sin que medie la relación con el primero de los actores (el que ejerce el poder). Weber (1992) lo lleva más allá cuando menciona que la voluntad del actor poderoso debe cumplirse "aun contra toda resistencia" (p 43).

La segunda familia de reflexiones acerca del poder posibilita un análisis multidimensional del poder, con eventuales trade-offs entre las distintas dimensiones, que la primera tradición no permitía (Baldwin, 2002). Unos de los pioneros en este enfoque son Harold Lasswell y Abraham Kaplan (1950), que identifican tres dimensiones: el ámbito temático o esfera en la que se ejerce el poder, el dominio (en referencia a las personas sobre las que se tiene poder) y el "peso" (o cantidad de individuos que participan del proceso de toma de decisiones). A esta tríada se pueden agregar los costos y los medios a considerar a la hora de evaluar el ejercicio del poder (Baldwin, 2002)6. En otras palabras, esta tradición entiende que para analizar las relaciones de poder se deben hacer primeramente una serie de preguntas centradas en la situación o contexto: ¿quiénes ejercen el poder sobre quiénes? ¿En qué ámbitos temáticos? ¿Qué tan probable es que un actor tenga éxito en su empresa? ¿Con qué medios y a qué costo? En este sentido, nada podría ser más distinto que una parsimoniosa ecuación que calcule el "poder total" de cada una de las naciones y las ordene en un ranking.

La conexión existente entre el poder entendido como una relación social anteriormente descrito y los resultados, como se adelantó, es mucho más explícita que en la anterior tradición. Los setentas le dieron a Rosenau (1976) sugestivos ejemplos al respecto, al evidenciar la imposibilidad estadounidense de ganar la Guerra de Vietnam contra un adversario inexcusablemente más débil (en términos de recursos) o bien el éxito de la OPEP al imponer a Occidente un embargo. Así, el poder entendido como relación social tiene una vinculación efectiva con los resultados, y no meramente potencial, como así lo comprenden quienes ven al poder como la posesión agregada de recursos.

Las dos tradiciones en realidad no deben entenderse como si fueran irreconciliablemente excluyentes. En realidad, la primera reconoce la importancia de obtener los resultados que se persiguen, y explícitamente admite la disfunción existente entre estos y los recursos poseídos considerados analíticamente valiosos (Mearsheimer, 2003). Asimismo, la segunda nunca desatiende el stock de recursos como una de las variables a considerar dentro de casi cualquier relación de poder, aunque advierte que en realidad esa única ponderación puede prestarse a confusión en el análisis del poder. La metáfora que utiliza Joseph Nye (1989, 2004) en este sentido es la de un partido de póker: se puede tener las mejores cartas y no sacar provecho de ellas si los demás saben que deben irse al mazo. Podría parecer a primera vista que existe una mayor afinidad entre el poder entendido como relación social y los recursos no materiales. En efecto, estos últimos son más compatibles que aquellos más "duros", como las capacidades militares o la economía, con un entendimiento relacional del poder, ya que nociones como la atracción generada por un país sobre otros están dando cuenta de que existe algo más que una mera comparación de recursos entre dos países. Sin embargo, esto dependerá de la forma de pensar a los recursos no materiales. Como normalmente se tiende a concebir a los mismos como un stock (un mayor o menor nivel de nacionalismo en una sociedad, una cultura más o menos universal, una mayor o menor cohesión nacional, etcétera) y no como una relación social más contextual, resulta más apropiado en términos analíticos respetar la distinción hecha entre poder como recurso y poder como relación social.

Las características más salientes de ambas nociones del poder se encuentran resumidas en el Cuadro 1.

Una vez realizada la distinción entre las dos formas básicas en que la teoría de las relaciones internacionales entiende el poder, se debe completar el significado del concepto de erosión de poder. Se mencionó con anterioridad que este se refería simplemente a una pérdida de poder en sentido lato, pero ahora es necesario hacer una distinción más. La erosión bien puede concebirse como un desgaste en términos absolutos, esto es, considerando únicamente al objeto de análisis en cuestión. Sin embargo, también es posible entender la noción de erosión en términos relativos, considerando además de quien la sufre también a otros actores que están intrínsecamente involucrados en el proceso de alguna forma u otra. La noción más básica de las dos variantes puede entender que mientras que la erosión absoluta de poder es una pérdida vertical del mismo (de suma negativa), la relativa está vinculada a una redistribución horizontal del poder (de suma cero, ya que lo que pierde un actor lo gana otro). Si bien no existe otra forma de entender la idea de erosión absoluta, sí existen algunas alternativas respecto a la erosión relativa, por lo que preferimos en este estudio definirlas simplemente como "en relación a sí mismo" para la absoluta y "en relación a otros" para la relativa.

La distinción entre la erosión de poder relativa y absoluta no sólo es analíticamente posible, sino que además podría conllevar algunas consecuencias a la hora de entender la reacción de los estadistas que se enfrentan al fenómeno. Una lenta y progresiva erosión relativa del poder de un Estado frente a numerosos actores es probable que sea percibida de forma distinta que una erosión absoluta, especialmente cuando esta última se da de forma acelerada, lo que plausiblemente podría transmitir una mayor sensación de urgencia y probablemente una mayor preocupación por cuestiones domésticas. De todas maneras, estas ideas en esta ocasión quedan reservadas para el campo de lo especulativo y podrían ser objeto de futuras investigaciones.

Ahora bien, con vistas a crear una tipología de las formas que puede adoptar la erosión de poder es preciso cruzar los conceptos discutidos con anterioridad. Por un lado, el poder entendido como la posesión de recursos (subdividido a su vez en recursos materiales y no materiales) y como surgido de una relación social. Por otro lado, la idea de erosión, bien sea entendida en forma absoluta o bien en forma relativa. La tipología de la erosión de poder queda conformada de acuerdo a la intersección de estos dos elementos (ver Cuadro II). Es necesario llegado este punto hacer dos aclaraciones. Por un lado, se debe comprender a la mencionada tipología como una alternativa para ordenar y categorizar las formas que puede adoptar la erosión de poder, por lo que no se deben buscar aquí las causas del fenómeno. Por otro lado, la tipología tiene como punto de referencia a Estados Unidos en el siglo XXI, por lo que fenómenos que podrían ser analizados desde otras perspectivas sólo serán considerados en función de este objeto de estudio.

Si se entiende al poder como la posesión de recursos materiales y se observa la erosión como la pérdida de los mismos en relación a otros, entonces se está frente al fenómeno de la declinación. Las virtudes de considerarla dentro de este marco (y no cómo el fenómeno general de erosión de poder) son de diversa índole. En primer lugar, resulta coherente con la noción implícita dentro de la idea de declinación en las relaciones internacionales de que se trata de una experiencia que enfrenta un actor en relación a un tercero o terceros, razón por la cual es frecuente encontrar en la literatura y en boca de académicos la expresión "declinación relativa". En segundo lugar, esta categorización bien se acopla a la sección de la biblioteca que quizás sea la que mayor énfasis hace en el concepto de declinación. Este tipo de teóricos normalmente describen la historia, y especialmente la historia moderna, como una sucesión de potencias que ascienden en virtud de sus crecientes recursos económicos, demográficos, territoriales y, sobre todo, militares, y que posteriormente descienden debido a su debilitamiento relativo frente a rivales que los logran acumular con mayor velocidad (Kennedy, 2009). En tercer lugar, si la adecuación del término como aquí se propone a la literatura existente es una de las virtudes a la hora de considerarlo bajo estos parámetros analíticos, no menos provechoso resulta así tratarlo por su inadecuación respecto a otro tipo de literatura. En efecto, ¿qué sentido tiene para el análisis de la política internacional contar recursos de poder menguantes en un mundo temeroso de la guerra nuclear, menos dispuesto a guerrear y de mayor interdependencia económica y ecológica (Nye, 1989)? Para quienes entienden que el poder no es sinónimo de posesión de recursos materiales, la importancia relativa de este tipo de indicadores es notablemente menor.

Las experiencias históricas que puedan entenderse como declinaciones posiblemente sean las más numerosas, aunque quizás la más conocida sea la británica desde finales del siglo XIX. Un imperio vasto como pocos experimentó la frustrante experiencia de la declinación económica, tecnológica y militar frente a diversos y poderosos rivales en ascenso: Estados Unidos, Rusia y, posteriormente, Alemania. Lógicamente, las alteraciones fundamentales del statu quo en este período encontraron a Gran Bretaña como la gran perdedora en términos relativos, puesto que se trataba la gran potencia que gozaba de una mejor posición frente a las demás (Kennedy, 2009). En el caso de Estados Unidos, un claro ejemplo de declinación estuvo asociado al pesimismo de la década de los ochenta, cuando Japón parecía ser el modelo económico que desplazaría al anglosajón y que transformarían a este país en la primera economía mundial.

El concepto de caída7, entendido en el marco de la historia de los imperios y las potencias, ha desvelado a los estudiosos del tema desde mucho antes que Gibbon publicara su opus magna. Para el caso romano, hasta parecería natural pensar que cuando la diferencia de poder es demasiado grande entre fuerzas rivales, para que los bárbaros pudieran finalmente destruir el Imperio era necesario algún tipo de debilitamiento de la misma Roma. Pero en términos generales, es necesario distinguir entre las distintas formas que puede adoptar una caída. En primer lugar, se encuentra un fenómeno que se podría denominar decaimiento. Este da cuenta de una menor disponibilidad de recursos (y de poder) de un actor a lo largo del tiempo, que puede tener orígenes de lo más diversos, desde una guerra desgastante hasta una crisis económica severa o incluso algún tipo de desastre ecológico o demográfico. En segundo lugar, encontramos varias alternativas vinculadas a la descomposición territorial de un país. Sin duda alguna el caso más drástico es la desaparición de una entidad política, como ocurrió con tantos imperios prewestfalianos, pero también pueden existir divisiones (como la alemana luego de la Segunda Guerra Mundial), desmembramientos y descolonización. La descomposición territorial bien puede ser entendida como una manifestación de la erosión de poder porque conlleva no sólo menor extensión geográfica, sino también una menor población y recursos económicos y hasta militares, en la medida en que no implique una lisa y llana desaparición de la entidad política en cuestión.

Los ejemplos históricos suelen ser más complejos de lo que parece, puesto que en realidad suelen distanciarse de esta serie de tipos ideales. Así, el Imperio Romano pudo no haber colapsado si se entiende, como lo hizo Gibbon, que tuvo su sucesor en el Imperio Bizantino. En este caso estaríamos frente a un severo desmembramiento. Lo mismo podría decirse de la Unión Soviética, que como entidad política fue heredada por la Federación Rusa, o bien del Imperio Otomano y Turquía.

En este artículo se rehabilitará el concepto de decadencia en el contexto de las relaciones internacionales. Para algunos autores, dicha idea implica un juicio de valor (Aron, 1979), una agenda conservadora que reivindica normas tradicionales en retirada (Winthrop, 1971) o incluso una teoría sobre el sentido de la historia (no distinta por otra parte a la que se asume detrás del uso alternativo de "declinación") (Morley, 2004). Si bien es cierto que la polisemia no contribuye en este punto, no menos cierto es que se ha utilizado el término de forma tal que se lo puede vincular al fenómeno del que se intenta dar cuenta: la erosión de poder.

En efecto, existe una tradición clásica de pensamiento que vincula concretamente a la decadencia con la caída de los imperios, que es la forma más característica que adopta la erosión de poder con anterioridad a la Paz de Westfalia (Burke, 1976). Los autores preocupados por la decadencia suelen, en primer lugar, hacer una comparación entre el presente y el pasado, o bien comparan tiempos pretéritos con otros más lejanos. Lo cierto es quienes observan el fenómeno de la decadencia no lo hacen sobre la base de un análisis entre dos unidades análogas contemporáneas (imperios, Estados, etcétera), que es típica de la declinación. Esta última forma de erosión de poder, además, puede observar tanto tendencias que llegan desde el pasado hasta el presente como proyectarlas sobre el futuro. La pregunta más característica de quienes ven la erosión de poder en términos de declinación es "¿en qué año la economía China superará a la de Estados Unidos?". Los preocupados por la decadencia difícilmente tengan tantas certezas sobre trayectorias que penetran en el porvenir con la precisión que pretenden los declinistas (a menos, claro está, que se trate de una teoría cíclica de la historia). Esto se debe a la segunda característica de quienes observan la decadencia: sus objetos de estudio suelen ser no materiales. Los tópicos más recurrentes son la moral y el carácter de la sociedad, la forma de gobierno y el estado de las libertades, la cohesión del edificio social, la religiosidad (o la falta de ella), entre otros. Si bien este conjunto de cuestiones pueden englobarse dentro del universo de las grandes preocupaciones reaccionarias como el orden, las tradiciones y culturas telúricas, temas tan liberales como la corrupción de las repúblicas también están presentes.

La relación entre una menor cantidad o peor calidad de determinados recursos no materiales con los que cuenta una sociedad y el poder del que esta goce lógicamente dependerá del criterio de cada autor en particular. Un ejemplo clásico sería Edward Gibbon, quien, siguiendo la tradición de Nicolás Maquiavelo, entiende que la riqueza generó el ablandamiento del carácter romano, el fin de la milicia cívica y la corrupción de las legiones, lo que, junto con el cristianismo, habrían hundido al Imperio Romano (Pocock, 1976). Más contemporáneamente, en su célebre estudio sobre los imperios Michael Doyle (1986), señala en relación a la dinámica entre la metrópoli imperial y la periferia:

La debilidad de la periferia, que permitió que fuera conquistada y de hecho estimuló la agresión de la metrópoli, es el producto primario de su organización social. (... ) La debilidad periférica surge principalmente de su comportamiento social, asociado a diferentes formas de organización social, especialmente la diferenciación social y la integración (p. 131).8

A diferencia de los anteriores conceptos, que fácilmente pueden concebirse en abstracto para cualquier potencia de la historia, para entender la deslegitimación resulta útil el marco teórico provisto por una concepción coxiana-gramsciana de la hegemonía del orden global aplicado al contexto específico de la temprana posguerra fría.

Hegemonía es una estructura de valores y formas de entender la naturaleza del orden que impregna a todo un sistema de actores estatales y no estatales. En un orden hegemónico estos valores y formas de entender son relativamente estables y no cuestionados. A la mayoría de los actores le parece como el orden natural. Dicha estructura de significados está sostenida por una estructura de poder, en la que un estado es dominante pero cuya dominación no es suficiente para crear una hegemonía. Esta deriva de los estratos sociales dominantes de los Estados dominantes e implican la aquiescencia de los estratos dominantes en otros Estados respecto de los modos de pensar y hacer de los primeros. (Cox, 1990, citado en Gill, 1993, p 42, la cursiva no es original)9

Algunos comentarios merecen hacerse al respecto. Como la deslegitimación, según la tipología propuesta, implica una merma de los recursos no tangibles poseídos en relación a los demás, también se la puede entender como un proceso de erosión de la hegemonía en estos términos concebida. En efecto, si bien para crearla se necesita normalmente de un Estado materialmente poderoso (en términos de recursos), en realidad esta se expresa en el plano de las ideas. Lo que Karl Marx desestimaría como "superestructural" aquí es visto por Robert Cox como un activo del hegemón para naturalizar un sistema por este controlado y que sirve a sus intereses y valores. La naturalización de un determinado sistema internacional resulta especialmente importante para el actor o los actores que dictan el contenido específico de la hegemonía. Esto se debe a que ellos son los que, se asume, se encuentran en una posición muy ventajosa para la realización de sus objetivos de índole material y no material vis-à-vis el resto de los actores del sistema, por lo que tienen un especial interés en que estos últimos no intenten subvertir el orden por ellos creado. La posesión o la falta de recursos no materiales es la que dictará, en última instancia, la posibilidad de que los actores desfavorecidos por el statu quo lo acaben por aceptar como "natural". Esto, a su vez, reduce enormemente los costos de mantenimiento del orden imperante por parte del hegemón, que ya no debe recurrir a costosos incentivos y desincentivos de índole material para lograr la aquiescencia del resto.

La referencia a las clases sociales dentro de los Estados en realidad son propias de una perspectiva marxista, pero bien se puede entender a una hegemonía como una expresión de la nación en su conjunto, o bien de un sistema político particular, una determinada cultura política, una particular concepción burocrática del "interés nacional", etcétera. Es decir, el análisis de la hegemonía puede depender tanto de las clases sociales (vinculadas a una específica forma de producción) como a otros grupos sociales o a determinadas estructuras no vinculadas al campo socio-económico. Para poner un ejemplo claro, bien se podría entender que la naturalización del libre comercio en el sistema internacional brota del interés de las "clases dominantes" del Primer Mundo, pero ya resulta mucho más oblicuo y esquivo pensar que el régimen universalmente aceptado de la no proliferación nuclear emana directamente de las clases capitalistas trasnacionales10.

Habría en principio varios motivos por los cuales se podría producir una deslegitimación. Una merma en el soft power califica por definición como una de las causas, puesto que las demás sociedades ya no se sentirían irracionalmente atraídas y hasta podrían también irracionalmente resistirse a cooperar con el hegemón (Nye, 2004). Si los demás actores aumentaran su propio soft power, entonces también podría haber un resquebrajamiento del orden hegemónico. Pero existen formas más indirectas también de asistir a un proceso de deslegitimación, como pueden ser un mayor nacionalismo y cohesión social, mejor liderazgo y voluntad política en la periferia, etcétera.

Por último, todo análisis del poder que tenga por objeto de estudio la interacción entre distintos actores o el uso que hacen de sus recursos disponibles de acuerdo a sus estrategias adoptadas, entonces claramente entenderá al poder como el producto de una relación social, y no como el de una mera posesión de recursos. La inconvertibilidad debe ser pensada entonces como la menor capacidad de traducir recursos disponibles en resultados (deseados). El fenómeno está relacionado con el concepto de infungibilidad, pero no se acaba allí, ya que este último implica la incapacidad para convertir los activos específicos de un área con que cuentan los actores en activos de otra área. Más adecuada resulta la idea de infructuosidad para dar cuenta de la inconvertibilidad. En efecto, la disponibilidad de recursos no produciría "frutos", es decir, el control sobre los resultados, dejando al actor verdaderamente impotente en un determinado contexto.

Es menester destacar que es justamente esta disparidad entre una nutrida posesión de los recursos y la incapacidad de convertirlos en resultados (deseados) lo que más llamó históricamente la atención a la tradición que entiende al poder como una relación social, por lo que los ejemplos a los que esta recurre son más claros en tanto y en cuanto se maximice la distancia entre recursos y resultados, como son los casos citados por Rosenau (1976). Inversamente, los ejemplos históricos serán menos nítidos cuando la inconvertibilidad esté dada por un actor débil (en términos de recursos) que no sea capaz de modificar un resultado (que desea), puesto que nunca faltará quien pueda adjudicar el fracaso del actor con pocos recursos a esta condición. Para el caso de Estados Unidos en el período 2003-2011 claramente se asume que esta última forma en que puede adoptar la inconvertibilidad no es pertinente, puesto que se encuentra excepcionalmente bien dotado de todo tipo de recursos.

De todas formas, la inconvertibilidad puede manifestarse de una infinidad de formas, desde la manipulación de una relación de interdepedencia (como el embargo petrolero de la OPEP) hasta una menor influencia sobre los demás, el fracaso de un determinado plan de acción (como la derrota estadounidense en Vietnam). Otros ejemplos tienden a resaltar la inadecuación del uso de un tipo de recurso en un determinado contexto. Estas cuestiones ponen de manifiesto el carácter multidimensional y situacional del poder entendido como una relación social, que en definitiva constituyen una de las formas en que puede adoptar la inconvertibilidad.

LA EROSIÓN DEL PODER ESTADOUNIDENSE (2003-2011): LOS AUTORES

Como se mencionó en la introducción, la erosión de poder vuelve a estar en el centro de la escena y muchos autores parecen ser arrastrados por esa combinación de fuerzas centrípetas que son los debates temáticos de la disciplina de las relaciones internacionales, el discurso político y la psicología colectiva estadounidenses. Por otra parte, en el apartado anterior se dio cuenta de las diversas formas en que los estudiosos de la política han definido la idea de poder y se formuló una clasificación de la erosión de poder en función de la cruza de los dos elementos que componen dicho concepto. Ahora bien, con el objeto de poder analizar las distintas perspectivas desde las cuales se observa empíricamente el fenómeno para el caso de Estados Unidos entre los años 2003 y 2011, es necesario primeramente hacer algún tipo de selección bibliográfica.

En el presente estudio se privilegiarán a aquellos autores que hayan logrado una mayor repercusión en el mundo académico. Para ello se utilizará el programa Publish or Perish, que arroja, entre otros datos, la cantidad de veces que fue citada cada una de las publicaciones (libros, artículos, papers, etcétera) de un autor en particular para un período determinado. En el presente se limitarán las búsquedas a los nueve años comprendidos entre 2003 y 2011, inclusive. El criterio básico de selección bibliográfica comprenderá a los diez autores que hayan tratado el tema en cuestión en el mencionado período y que hayan tenido el mayor impacto en el mundo académico. Este proceso metodológico excede las capacidades del programa, puesto que los autores normalmente escribieron sobre una diversidad de temas entre 2003 y 2011 y sólo algunas de sus obras nos competen aquí. Esta selección de autores requerirá, por consiguiente, una aproximación indirecta: es a través de las publicaciones relevantes con mayor repercusión en el mundo académico que se logrará dar con los autores.

Se le prestará especial atención a la variación en el pensamiento de cada autor en particular. Para ello, se analizarán tres obras de cada uno de ellos publicadas entre 2003 y 2011 que sean temáticamente pertinentes. Con ello no sólo se busca encontrar eventuales cambios de perspectivas y matices de cada uno de los autores, sino que además permitirá una evaluación general de cuáles fueron los sucesos fácticos que más llamaron su atención a la hora de explicar la erosión del poder estadounidense.

La esencia de la selección bibliográfica quedará configurada como sigue. Primeramente, se fijará en el programa Publish or Perish el lapso de tiempo en cuestión. Seguidamente se introducirán la mayor cantidad de nombres de autores posible, que serán correspondidas con todas las publicaciones que el programa detecte, con su correspondiente número de citas. En función de los resultados obtenidos, se filtrarán a aquellos autores cuyas obras aparecidas en el período tratado no sean pertinentes. Quienes, por el contrario, efectivamente hayan analizado el fenómeno de la erosión de poder de Estados Unidos serán incluidos en una tabla y ordenados según el número de citas que lograra su obra temáticamente relevante de mayor impacto académico.

Pero es necesario que las publicaciones de los autores en cuestión pasen por una serie de filtros cualitativos que depuren la muestra y la alisten para seleccionar a los diez más citados y confeccionar una tabla con los mismos. Antes de mencionarlos es menester aclarar que fueron excluidas todas las obras de índole económica, militar, o de alguna otra área específica que no tengan un explícito correlato político. El primer criterio se refiere a la fecha de publicación: las obras serán consideradas únicamente cuando la primera edición esté comprendida entre 2003 y 2011. El segundo excluye a todas aquellas publicaciones en las que no pueda identificarse claramente a Estados Unidos como el actor cuyo poder se erosiona. Así, por ejemplo, referencias a Occidente son válidas, dado el lugar preponderante que Estados Unidos ocupa dentro de este espacio, pero no lo serían las que aludan a los países capitalistas, puesto que se trata hoy en día de un universo demasiado extendido El tercer criterio excluye a todos aquellos autores institucionales o múltiples, puesto que necesariamente dificultan la selección de los autores individuales más citados. El cuarto y último implica descartar a quienes no hayan tratado el tema de la erosión de poder estadounidense más allá de en una única publicación, dado que ello imposibilitaría la añadidura de dos obras más por autor.

Una vez concluida la confección de la tabla, es necesario seleccionar efectivamente a los diez autores en cuestión. Llegado este punto, nos encontramos con un problema: como sería lógico de esperar, las obras más antiguas tienen, ceteris paribus, mayores probabilidades de ser también las más citadas, por el simple hecho de que el paso del tiempo habría producido mayor difusión, análisis y comentarios por parte de otros académicos. Esto nos llevaría a sesgar en alguna medida la muestra hacia los primeros momentos del período, con lo que se estaría prestando una desproporcionadamente mayor atención a sucesos como la Guerra de Irak, comenzada en 2003, y una infravaloración de otros episodios como la crisis financiera de 2008 en adelante. Ciertamente, este eventual sesgo quedaría de algún modo amainado por la posterior selección de otras dos obras de cada autor, que tenderían a descomprimir la atención sobre los comienzos del período. Otra forma de lidiar con el problema del sesgo sería dividir la cantidad de citas totales de la obra pertinente de mayor impacto de cada autor por el número de años transcurridos entre su publicación y el 2011 y ordenar a los autores y las publicaciones según este otro criterio. Verbigracia, si el autor A publicó la obra M en 2004 y fue citada 800 veces, mientras que el autor B hizo lo propio con N en 2011 y alcanzó las 120 citas; entonces es B quien se antepondría en la tabla a A, puesto que 800 citas/8 años es igual a 100 citas por año para M, contra las 120 citas por año que alcanza N. Como se ve en el ejemplo, resultaría igualmente sesgada una muestra que sólo considerara las citas por año.

Como forma de salir de esta situación que parece dejarnos entre Escila y Caribdis, optamos por una resolución ecléctica del dilema. En primer lugar, se ordenarán las publicaciones (con sus respectivos autores) según el número de citas totales por estas alcanzadas, colocándole el puesto n°1 a aquella con mayor impacto, el n°2 a la segunda y así sucesivamente. En segundo lugar, se hará lo mismo según el criterio de citas por año. En tercer lugar, como forma de balancear los sesgos entre sí, se realizará un tercer ordenamiento de acuerdo a la semisuma de las posiciones ordinales de cada una de las publicaciones en cada una de las categorías (citas totales y citas por año). Esto es, si la publicación M de 2004 obtuvo 800 citas y quedó en el puesto n°6 en la lista que pondera únicamente las citas totales y n°15 en la de las citas por año, mientras que la publicación N de 2011 fue citada 120 veces y escaló al puesto n°20 en citas totales y al n°4 en citas por año; entonces la semisuma de ambas posiciones le dará 10,5 a M y 12 a N, por lo que a fin de cuentas tendrá prioridad M (y el autor A) por sobre N (y el autor B). El efecto de la semisuma de ambas posiciones ordinales, al ponderar por igual a las citas totales y a las citas por año, debería reflejar una selección con menor sesgo, proceso al que se le añadiría el efecto compensador de incluir en la lista bibliográfica a más publicaciones por cada autor. Los resultados obtenidos pueden verse en el cuadro III11.

Resulta importante destacar el hecho de que siete de los diez autores (Nye, Huntington, Johnson, Zakaria, Ferguson, Bacevich y Phillips) coinciden en aparecer dentro de los diez más citados tanto en términos de citas totales como de citas por año, por lo que puede entenderse que este es el "núcleo duro" de esta selección, los que indiscutiblemente merecerían ser considerados por su alto impacto. En algún punto este resultado era previsible, puesto que las citas por año deberían guardar una gran correlación con las citas totales en la medida en que se traten de obras con cientos y hasta miles de citas. De los tres restantes, dos fueron incluidos por su peso relativo en términos de citas totales (Walt y Pape) y uno por sus citas por año (Mahbubani).

Como se mencionó con anterioridad, serán tres las obras escogidas por autor que darán cuenta de su particular análisis de la erosión de poder estadounidense. La primera fue seleccionada según el criterio descripto recientemente. En función de los autores de los mismos es que quedarán establecidos los diez nombres a analizar, cuyas dos obras restantes por cada uno serán consideradas según criterios de disponibilidad e intentando cubrir lo más posible el período 2003-201112. Las tres obras por autor serán, a priori, igualmente consideradas para el análisis de las perspectivas de los mismos, aunque esto dependerá en última instancia de la extensión de las mismas y su complejidad argumental. Asimismo, los diez autores seleccionados tendrán igual peso en el análisis de sus obras, independientemente de si hubieran resultado más o menos citados.

Las dos obras complementarias por autor son las mencionadas a continuación: U.S Power and Strategy After Iraq (2003) y The Future of American Power (2010) de Nye; America in the World (2003) y The Threat of White Nativism f2004) de Huntington; Nemesis (2007) y Dismantling the Empire (2008) de Johnson; How long will America lead the World? (2006) y Are America's Best Days Behind Us? (2011) de Zakaria; Empire at Risk (2009) y Civilization (2011) de Ferguson; The Limits of Power (2008) y An End of Empire (2011) de Bacevich; How Wealth Defines Power (2003) y Bad Money (2008) de Phillips; The economic crisis and its implications (2009) y The End of the American Era (2011) de Walt; Beyond the Age of Innocence (2005) y Asia Rises (2011) de Mahbubani y, por último, The world pushes back (2003) y Empire Falls (2009) de Pape.

LA EROSIÓN DEL PODER ESTADOUNIDENSE (2003-2011): CAUSAS, ARGUMENTOS Y MANIFESTACIONES

En el presente apartado se buscará trazar las principales líneas argumentales de cada uno de los autores a lo largo del período en lo referente a la erosión del poder estadounidense. Como se vio en secciones anteriores, este concepto puede adoptar formas diversas según la óptica considerada y los sucesos y datos analizados, que a su vez dependerán de los factores a los que se le adjudique causalidad. Las preguntas centrales entonces serán: ¿de qué se trata la erosión de poder? ¿Cuáles son las analogías históricas, de haberlas, que hacen los autores? Cuando el concepto de erosión de poder no resulta bien descripto, este tipo de comparaciones con experiencias pasadas podrían iluminar respecto a la forma en que adopta el fenómeno observado. Otras preguntas incluyen: ¿se trae a colación a factores explicativos más políticos, sociales, económicos o militares? ¿Son causas de índole interna, externa o hace a la forma en que el mundo se relaciona con Estados Unidos y viceversa? ¿Se trata de un proceso estructural y relativamente certero o de problemas contingentemente solucionables mediante una serie de políticas acertadas? Es importante dar cuenta de la variación, si la hubiera, de las respuestas a todas estas preguntas. También será pertinente descubrir cuáles son las nuevas herramientas analíticas y conceptos surgidos de este debate en particular.

Joseph Nye Jr posiblemente sea el autor de los seleccionados que más explícitamente haya tratado la cuestión del poder estadounidense, incursión que data de la publicación de Bound to Lead en 1991. Su participación en el debate actual sobre la erosión de poder viene a ser una reafirmación de la óptica adoptada a finales de los ochenta, aunque lógicamente adaptada a tiempos cambiantes y con algunos conceptos más refinados.

Nye (2004) entiende al poder típicamente como una relación social: "el poder es la habilidad de de influenciar el comportamiento de otros para obtener los resultados que uno desea" (p 2)13. En este sentido, el poder puede adoptar distintas formas, bien pudiendo ser "duro" en caso de que el actor poderoso haga cambiar de posición a los demás a través de "palos y zanahorias", o bien puede ser "blando" cuando los demás desean voluntariamente emular y seguir el ejemplo de quien detenta poder, surgiendo este de la atracción generada por recursos tales como la cultura, los ideales políticos y las políticas públicas de un determinado país14. Asimismo, Nye concibe a la política internacional una partida de ajedrez tridimensional compuesta por tres tableros: el militar, que Estados Unidos claramente domina por sí mismo; el económico, que se configura multipolar, y el trasnacional, en el que existe una gran difusión del poder entre una muy amplia diversidad de actores.

Si bien Nye le adjudica gran importancia a los tres tableros, no menos cierto es que percibe que existe una serie de tendencias globales que progresivamente disminuyen la importancia de los recursos militares, dados los mayores costos del uso de la fuerza (producto a su vez de cambios en la tecnología bélica), los mayores costos políticos del uso de la fuerza en democracias postindustriales, la paz democrática y la interdependencia económica. A su vez, la globalización y la revolución informática son dos procesos que le deparan un rol cada vez más relevante al soft power (Nye, 2004).

En función de lo antedicho, Nye (2004) observa que con el correr de los años, los países que atraigan más fuertemente a las poblaciones del resto del mundo (y Estados Unidos es el principal faro mundial en este sentido) serán los más beneficiados. Sin embargo, la Guerra de Irak de 2003 demuestra cómo la estrategia de la Administración Bush para combatir al terrorismo y la proliferación nuclear excesivamente centrada en lo militar, unilateral y displicente respecto a las instituciones internacionales puede socavar la atracción que Estados Unidos goza en el mundo (Nye, 2003, 2004). El resto del mundo, incluyendo a los más tradicionales aliados, tenderá a rechazar el accionar de la única superpotencia del mundo si las considera ilegítimas. A su vez, los estadounidenses como pueblo históricamente no han poseído la voluntad imperial necesaria para montar un imperio más allá de sus fronteras, lo que el autor denomina domestic underreach, por contraposición al imperial overstretch de Paul Kennedy (Nye, 2003, 2004, 2010). Así es como se llega a lo que Nye llama, parafraseando a David Baldwin, "la paradoja del poder estadounidense": cómo una potencia militarmente sin parangón no puede alcanzar sus objetivos más elementales si no es con la cooperación voluntaria de la población civil y los gobiernos extranjeros.

Para el final del período, Nye (2010), en vista del resurgimiento del debate en torno a la declinación de Estados Unidos, vuelve a retomar perspectivas y argumentos utilizados a finales de los ochenta: la desorientadora comparación entre la declinación británica y la que estaría experimentando Estados Unidos, la falsa noción de que Estados Unidos era todopoderoso a finales de la Segunda Guerra Mundial, entre otros. El autor ve con escepticismo los augurios del ascenso económico chino, ya que, al margen de todas las contradicciones que este plantea, en definitiva sólo se trataría de uno de los tableros de ajedrez, siendo muy superior Estados Unidos en términos militares (y con especial énfasis en la debilidad geopolítica china y el sistema de alianzas estadounidense que podría contener a una China asertiva y revisionista) y de soft power (Nye, 2010). Por ello es que menciona que el país asiático no logrará el estatus de la mayor potencia global en la primera mitad del siglo XXI. Nye (2010) se mantiene igualmente escéptico respecto del pesimismo fundado en la erosión de poder absoluta y doméstica que hace hincapié en los problemas económicos y sociales que enfrenta el país. Si bien reconoce que algunos son severos (como el endeudamiento, la educación secundaria y la parálisis del sistema político), sólo son cuestiones puntuales que no deberían afectar un panorama más general. Lo que más le preocupa a Nye no tiene que ver tanto con los recursos, sino con su uso en forma de estrategias y conductas. Llama la atención especialmente sobre la posibilidad de que el país sobrerreaccione a la amenaza terrorista cerrándose al mundo y la inmigración, una de sus mayores fortalezas (Nye, 2010). Además, postulando una vez más la distinción entre recursos y control sobre resultados, Nye concluye que incluso una gran concentración de recursos puede llevar a adoptar estrategias equivocadas (exclusivamente militaristas y unilaterales), que no lo ayudarán a sortear los desafíos trasnacionales del siglo XXI. La respuesta entonces radica en el smart power, estrategias que combinen el uso de recursos duros y blandos (Nye, 2010)15.

Si bien no se trata de un libro esencialmente sobre relaciones internacionales, como sí lo fue El choque de civilizaciones, ¿Quiénes somos? bien puede ser entendido a la luz de algunos de los conceptos anteriormente tratados por Samuel Huntington. Así, el autor entiende que la Civilización Occidental se encuentra en una situación contradictoria: por un lado, Occidente (con Estados Unidos a la cabeza) luego de la Guerra Fría emerge como la entidad indiscutiblemente de mayor poder, única por el alcance de sus intereses, su control de la agenda internacional y capacidad de afectación de resultados. Por el otro lado, la tendencia es a la baja: decae su poder político, económico y militar, así como su peso demográfico, vis-á-vis las otras civilizaciones y su cultura y ambiciones son crecientemente resistidas por el resto del mundo (Huntington, 1997).

Es justamente el temor a la disolución de Estados Unidos uno de los factores que preocupó a Huntington para el momento en que escribió El choque de civilizaciones, al punto que debió escribir otro libro para concentrarse en este "desafío a la identidad nacional estadounidense", como reza el título de ¿Quiénes somos? Considerando que el autor concibe al poder como "la capacidad de una persona o un grupo de cambiar la conducta de otra persona o grupo" (Huntington, 1997, p 98), pero que a su vez entiende que este se encuentra en función de la posesión de recursos económicos, militares, institucionales, políticos, tecnológicos, sociales y demográficos, no se puede dejar de pensar en ¿Quiénes somos? como un libro que versa sobre una faceta de la erosión del poder estadounidense16.

Para el momento en que Huntington escribe dicho libro, ve a la caída, decadencia y desintegración social como el destino de cualquier nación. Sin embargo, desconfía de la linealidad de la historia, ya que los pueblos pueden, en principio, volver a sus raíces culturales ancestrales, renovar su identidad nacional y posponer así su colapso (2004a). El autor entiende que el cemento social está fundamentado por una serie de factores de variada índole que constituyen la "identidad nacional" de un pueblo: la raza, la religión, el idioma, la etnia, la política y el hobbesiano temor a la muerte violenta17. Estas fuentes de identidad van cambiando a lo largo del tiempo, y en el libro se trazan las trayectorias de cada una de estas. En una sociedad cada vez más populosa, diversa, moderna e inclusiva, la tendencia es a que cada uno de estos componentes vaya perdiéndose en la historia. Para mediados del siglo XX sólo quedan en pie la cultura angloprotestante (que incluye al idioma), el credo estadounidense y la amenaza comunista. Dos significativos problemas para la identidad nacional quedan configurados por los períodos de paz en los que Estados Unidos no pueda unirse en torno a enemigos ideológica y culturalmente extraños (como ocurrió en los '90 y como ocurriría si el país no sufriera muy a menudo ataques terroristas) y por la fragilidad del credo estadounidense. En verdad, Huntington (2004a) entiende que "un credo por sí solo no hace una nación" (p 384) y recuerda la precariedad del cemento social soviético y yugoslavo, ambos Estados unidos únicamente por la ideología, a la vez que entiende que el credo americano existirá siempre en función de la cultura típicamente estadounidense.

Por ello es que el mayor de los desafíos a la identidad nacional estadounidense está dado por el asedio a la cultura angloprotestante (y al idioma inglés). Los factores que contribuyen a desintegrar a la nación son de diverso tipo. En primer lugar, la inmigración latinoamericana (y particularmente mexicana) resulta demasiado diferente a otras oleadas de inmigrantes, por lo que se debe pensarla como una amenaza, ya que implicarían inéditos problemas de asimilación, dando lugar a una reacción blanca antiinmigratoria (Huntington, 2004a, 2004b) y hasta posibilitando la división del país en dos, una mitad angloparlante y la otra hispanoparlante (2004a)18 19 . En segundo lugar, el surgimiento durante los '60 y '70 de un movimiento deconstruccionista (identificado con numerosas élites y grupos de interés), que prima a las identidades raciales, étnicas o de género e intenta socavar todos y cada uno de los componentes de la identidad nacional, empresa que es resistida por la población en general. En tercer lugar, la merma de la ciudadanía exclusivista, producto del auge de las dobles ciudadanías de inmigrantes que se ven atraídos ya no por la cultura y el credo, sino por los programas de bienestar social y acción afirmativa. En cuarto lugar, la desnacionalización de las élites estadounidenses y su abrazo al cosmpolitanismo, empezando primeramente por las multinacionales y los intelectuales, lo que conspira contra la unidad de la población, ya que el resto del pueblo es nacionalista (Huntington, 2004a).

En America in the World, los argumentos son similares a los que aparecen en El choque de civilizaciones y The Lonely Superpower, y nuevamente se menciona la ambigua posición en la que se encuentra Occidente, al ser la civilización más poderosa del planeta pero al mismo tiempo estar en declinación demográfica frente al mundo islámico y económica frente al sínico. Nuevamente, la modernización del mundo no hace converger a las civilizaciones, sino que reafirma la identidad cultural y religiosa de los pueblos no occidentales y ofrecerán una cada vez mayor resistencia (Huntington, 2003)

El pensamiento de Chalmers Johnson se inscribe dentro de una matriz inconfundiblemente jeffersoniana. Su primera obra a analizar, The Sorrows of Empire (2004), intersecta las dos grandes preguntas de las relaciones internacionales en torno al poder estadounidense en los albores del siglo XXI. La primera gira en torno a si Estados Unidos es realmente un imperio, un hegemón, o simplemente el único polo del sistema internacional. La respuesta que nos provee el autor es rotunda: estamos frente a un fenómeno tan imperial como cualquier otro, aunque con el matiz de que se trata de un "imperio de bases" que dominan militarmente al globo (por contraposición a los imperios de antaño que anexaban formalmente territorios). Se trata de un imperio que se consideró victorioso luego de la Guerra Fría, y por lo tanto con derechos a extenderse todavía más y con cada vez menos razones de existir de no ser por la simple voluntad de conquista. La búsqueda de mantener la supremacía militar mundial nunca cesa, puesto que siempre existiría un rincón del mundo (o incluso del espacio exterior) al que se debe tener bajo control para que no peligre todo el resto del imperio20.

La segunda de las preguntas sobre las que versa el libro se refiere, como su título lo indica, a la que es más pertinente para este estudio. Johnson se mantiene muy constante en su línea original a lo largo del período, aunque varía en el grado de urgencia y el foco de su atención de cada manifestación de la erosión del poder en particular. Mortui vivos docent y los imperios de antaño21nos revelan dos enseñanzas de la historia, cuya desatención corre a riesgo de los emperadores y pueblos a los que estos comandan. En primer lugar, alcanzado un punto crítico22, los imperios deben elegir entre profundizar la alternativa de la dominación militar del mundo o bien preservar su sistema republicano de gobierno, no existiendo una fórmula conciliadora posible. Y es que el imperialismo y el militarismo crecientemente dominan la política exterior e interna de Estados Unidos, creando una cultura belicista y un sistema de propaganda y desinformación que atentan contra la transparencia pública. Lo que es más importante, un país en constante guerra y expansión marginalizan al Congreso en favor del Poder Ejecutivo que, como principal, depende cada vez más fuertemente del agente (el Pentágono y las burocracias ligadas a la seguridad nacional) ( Johnson, 2004)23. Para Johnson (2007, 2010), a medida que transcurre el tiempo, la posibilidad de escapar a la trampa en la que sucumbió la República Romana se hace cada vez más remota, a la vez que optar por la voluntaria renuncia del imperio para salvar la democracia, como lo hizo Gran Bretaña luego de la Segunda Guerra Mundial, se torna cada vez más difícil24.

Johnson jamás se preocupa por distinguir entre la corrupción de la forma de gobierno republicana y la erosión del poder de Estados Unidos, por lo que la primera bien podría entenderse dentro del contexto más general de la segunda. En efecto, y esta es la segunda enseñanza de los muertos a los vivos, los imperios no duran mucho tiempo, y sus finales suelen ser dolorosos ( Johnson, 2004). Las causas son vistas como leyes universales que se aplican a todos los imperios e incluyen sobreexpansión imperial, instituciones económicas rígidas e incapacidad para reformar. Sobre la primera es que Johnson dedica numerosos artículos y libros y el fenómeno contemporáneo en sí mismo descansa básicamente sobre la lógica de que Estados Unidos está gastando demasiado dinero en sus aventuras militares en el exterior (Johnson, 2004, 2007, 2010), el desarrollo de nuevas e innecesarias tecnologías militares ( Johnson, 2010) y en el mantenimiento de un imperio global de bases (Johnson, 2004, 2007, 2010)25. Todo este "keynesianismo militar" es lo que produjo un desastre fiscal y la crisis de la deuda, dados los costos de oportunidad vinculados al estímulo de la industria manufacturera y la "infraestructura social" (Johnson, 2010). La segunda de las causas, las instituciones económicas rígidas, nunca es desarrollada. Si bien este concepto se remite a Mancur Olson (1986), por momentos el autor menciona la dependencia económica de la importación de petróleo y los déficits fiscales y de cuenta corriente, nunca especificando exactamente de qué se trata. La incapacidad de reformar, la tercera de las causas, se encuentra en función del creciente peso económico y político del complejo industrial-militar en la sociedad estadounidense (Johnson, 2010).

Se entiende, sin embargo, que la causa subyacente a todos las "penas" (la bancarrota, el aparato de propaganda y la falta de transparencia gubernamental, el deterioro de las libertades civiles y el fin de la república y un estado de guerra perpetua) es la explosiva combinación entre militarismo e imperialismo. Son estos los que producen, en definitiva, un creciente imperio de bases y presupuesto militar, por un lado, y, por el otro, la expansión del poder de las burocracias y el Poder Ejecutivo en detrimento del Legislativo.

"Este no es un libro sobre la declinación de Estados Unidos -comienza Fareed Zakaria (2008) en The Post-American World— pero sí sobre el ascenso de todo el resto del mundo" (p1)26. El ascenso del resto (y no sólo de Asia) vendría a configurar el tercer gran power shift de la historia moderna, luego de la emergencia de Occidente y de Estados Unidos. Aquí muy claramente Zakaria está rechazando un enfoque absoluto del poder. Lo que resulta llamativo es que reniegue del término decline, cuando en realidad una considerable sección de la biblioteca de las relaciones internacionales que estudia este tipo de temas típicamente lo entiende más bien como un tipo de erosión de poder en términos relativos (que es sobre la que versa el autor). Sin embargo, posteriormente, Zakaria (2008) mencionará: "mientras el resto del mundo asciende, en términos puramente económicos, Estados Unidos experimentará una declinación relativa" (pp. 44-45, la cursiva no es original)27. Este es un claro ejemplo de cómo es que cierta ambigüedad en el uso de los términos puede prestarse a confusión. Pero volviendo al argumento, esta transformación tendría como gran perdedor a los Estados, cuyos recursos de poder económicos y militares serían menos efectivos y que verían erosionar su poder frente a todo tipo de otros actores. En el tablero militar, todavía el mundo se mantiene unipolar, pero en cualquier otra dimensión el poder se encuentra cada vez más distribuido entre diferentes actores y continentes28 (Zakaria, 2008, 2011).

El crecimiento económico producirá un mayor orgullo nacional y nacionalismo alrededor del mundo. Los países emergentes se integrarán al mundo, pero sólo bajo sus términos. Asimismo, estarán cada vez más centrados en sí mismos y menos en Occidente y Estados Unidos. Estaremos entrando entonces en un mundo postamericano (Zakaria, 2008). Respecto al ascenso del poderío chino, la perspectiva que se adopta es similar a la de Nye (2010):

China no remplazará a Estados Unidos como la superpotencia global. Es improbable que lo supere en cualquier dimensión -militar, política o económica— por décadas, por no mencionar el dominio sobre todas las áreas. Pero en cuestión tras cuestión se convirtió en el segundo país más importante del mundo, adicionando un elemento totalmente nuevo al sistema internacional (Zakaria, 2008: 92-93)29.

El autor entiende que las similitudes entre la experiencia británica y la estadounidense son notables, como lo son las que existen entre la Guerra de los Bóers y la de Irak. Aunque también existen importantes diferencias: "En Gran Bretaña, mientras trató de mantener su status de superpotencia, el mayor desafío era económico en vez que político. En Estados Unidos se da al revés" (2008, p 169)30. Puesto de otra manera, Gran Bretaña gozó del estatus de una gran potencia por mucho tiempo a pesar de la debilidad relativa de su economía y gracias a estrategias acertadas y una buena diplomacia, mientras que Estados Unidos se mantiene como la única superpotencia gracias a su fortaleza económica y tecnológica y a pesar de su sistema político. Padre de una de las variantes del realismo neoclásico llamado "realismo centrado en el Estado"31, Zakaria (2000) postula que lo que la fortaleza o debilidad del aparato institucional del Estado, por contraposición a la nación in toto (que incluye a la sociedad civil), es fundamental para entender el poder internacional de los mismos. En el caso de Estados Unidos, existen algunos problemas económicos que bien pueden ser solucionados si se adoptaran determinadas políticas. Sin embargo, los grupos de interés, los flujos de dinero y una prensa sensacionalista, sumadas a la creciente polarización política, provocan la obsolescencia y tullidez del sistema político estadounidense, incapaz entonces de alcanzar compromisos, hacer sacrificios en el corto plazo para ganar en el largo o implementar políticas que solucionen los problemas de la economía (Zakaria, 2008). El temor a la "declinación" (entendida como lo hace el autor, en términos absolutos) en el pasado logró estimular las necesarias reformas que le permitieron al país mantener su posición en el mundo. Un sistema político olsonianamente esclerótico conspira contra esta posibilidad en la actualidad (Zakaria, 2006, 2008, 2011).

Para ajustarse a un mundo en cambio, especial énfasis hace Zakaria (2008) en no cometer más errores derivados del terror estadounidense a las fuerzas trasnacionales. Si las más grandes fortalezas para Estados Unidos provienen de su apertura al mundo, entonces los riesgos más grandes también están vinculados al terror que se apodera del país cuando se encuentra con fuerzas trasnacionales, como la inmigración y la competencia económica32. El temor para Zakaria tiene entonces un carácter dual: puede prevenir la caída de Estados Unidos si se dirige internamente, así como puede provocarla si se centra en lo externo.

Como Zakaria (2008), Niall Ferguson (2004) no resiste la tentación de comparar el caso británico con el estadounidense. En una suerte de lógica neovictoriana, el autor tiende a atribuir el caos, la corrupción, la guerra, las falencias del estado de derecho y el consecuente subdesarrollo económico y social al autogobierno de muchas de las naciones del mundo. En vista de que el Tercer Mundo no ha sabido insertarse en un sistema económico global y gozar de sus beneficios, es responsabilidad de la potencias imperiales el deber de imponer un orden político, social y legal lo suficientemente estable como para que las fuerzas de la globalización se encarguen de la prosperidad material. "Se debe pensar entonces en el imperio liberal como la contraparte política de la globalización económica" sentencia Ferguson (2004, p 183)33.

En su análisis de los posibles rivales, Ferguson (2004) descree que tanto la Unión Europea como China puedan poner en riesgo al imperio estadounidense. Por el contrario, las verdades amenazas están dadas por constreñimientos internos, como en la Roma de Gibbon. En primer lugar, los programas de asistencia social, el consumismo y la dependencia del capital externo para financiar el rojo de la balanza de pagos configuran un gran déficit económico34. En segundo lugar, Estados Unidos, a diferencia de pares anglosajones, es social y culturalmente renuente a embarcarse en proyectos imperiales en distantes y hostiles latitudes, por lo que configura así un déficit de manpower. En tercer lugar, los numerosos ciclos electorales locales, estaduales y nacionales vuelven a Estados Unidos un imperio centrado en sí mismo, a la vez que estructuralmente reclama resultados inmediatos y demasiado ambiciosos en sus frentes externos. Además, la negación de su condición imperial desfinancia aspectos no militares de cualquier saludable arquitectura colonial. Estos dos factores conjugados producen un déficit de atención que atenta contra la misión imperial estadounidense35. Si Estados Unidos se niega a ejercer su rol, y al ser improbable que la Unión Europea o China hagan lo propio, el autor vislumbra un futuro escenario "apolar" en el que ningún actor quiere o puede llenar el vacío de poder internacional36.

En algunos aspectos el autor (2011) cambia de perspectiva con Civilization. En efecto, ahora el foco de su atención está sobre seis killer apps (la competencia política y económica, la ciencia y la tecnología militar, los derechos de propiedad y el gobierno representativo, la medicina moderna, el consumismo y la revolución industrial, y la ética de trabajo) que le permitieron a Occidente lograr la supremacía global durante siglos. Ahora, por contraposición, el mundo se está volviendo a equilibrar, ya que cada una de esas seis instituciones sociales, políticas y económicas está siendo difundida hacia los restantes pueblos del orbe. Esto está produciendo la declinación de Occidente frente a los demás en una multiplicidad de cuestiones, desde el crecimiento demográfico africano hasta la pujanza de la economía china (Ferguson, 2006, 2011). Pero los problemas que debe afrontar el mundo noratlántico también tienen que ver con sus propias debilidades: una sociedad de consumo devenida en banal y materialista y una desregulación financiera que decantaron en una crisis económica colosal, que a su vez se traduce en menores recursos de poder militares para Estados Unidos (2009, 2011). Sin embargo, en sus conclusiones Ferguson (2011) relativiza un tanto el cuadro, ya que la difusión de las instituciones que están equilibrando las capacidades de todas las civilizaciones sólo se está realizando de manera incompleta. Lo que es todavía más importante, es la pérdida de confianza en sí mismo de la que sufre Occidente en la actualidad. La cuestión de la voluntad y la autopercepción vuelven a estar así presentes en las líneas argumentales de Ferguson. Introduciendo conceptos propios deJared Diamond, el autor además explica cómo es que sistemas complejos37, que se mantienen estables durante largo tiempo, pueden colapsar totalmente de manera brusca. Tanto las crisis financieras como las guerras suelen ser los determinantes de la súbita caída de los imperios38.

Andrew Bacevich transita los infrecuentes rumbos del paleoconservadurismo y del realismo estadounidense. En The New American Militarism (2005), identifica al militarismo como un rasgo primordial de la identidad estadounidense contemporánea, al que se suma una concentración de recursos bélicos y tecnológicos sin parangón. Por otra parte, los líderes políticos intentan moldear al resto del mundo de acuerdo a los intereses egoístas de Estados Unidos y su particular sistema de valores, creyendo que estos son universales. Así lo expresa el autor: "El maridaje de la metafísica militar con una ambición escatológica es espurio, contrario a los intereses de largo plazo de tanto el pueblo estadounidense como del mundo más allá de nuestras fronteras" (p 7)39.

¿Cómo se llegó a este punto? Bacevich (2005) acertadamente se rehúsa a explicar el fenómeno reduciéndolo a la primera imagen, como acostumbran a hacer no pocos autores, y concentrando las culpas en la Administración Bush y los neocons40. En cambio, se trata de un proyecto bipartidista que hecha raíces en diversos grupos de la sociedad y la política nacionales (desde intelectuales neoconservadores hasta el movimiento evangelista, pasando por la élite encargada de la seguridad nacional, entre otros) que, cada uno actuando por su cuenta, le dieron forma al nuevo militarismo estadounidense. El punto de partida son los '70. Luego de que Nixon aboliera el servicio militar obligatorio en 1973, se quebró la tradición estadounidense del soldado-ciudadano, y con ello surgió una profunda brecha social entre la población civil y las Fuerzas Armadas. El gobierno pudo así disponer del uso de la fuerza con menores costos políticos, así como se habilitó a la sociedad entera a convertirse en cómodos chicken hawks, con lo que el wilsonianismo pudo enamorarse de la fuerza armada (especialmente luego de que desapareció el efecto equilibrante de la Unión Soviética). Además, los militares buscaron recuperar su estatus y autonomía profesional perdidos luego de la debacle de Vietnam. En tercer lugar, la traumática experiencia política que conllevó la aventura en el Sudeste Asiático hizo que surgiera un grupo de intelectuales neoconservadores que procuraron reconciliar el poder con los ideales estadounidenses primero y, posteriormente, usar el primero para expandir los segundos luego de la Guerra Fría. El cuarto de los grupos fue el evangelismo, cuyo maniqueísmo entendió a las Fuerzas Armadas en particular, y a Estados Unidos en general, como valuarte moral frente a la corrupción moral de los '70, el comunismo y más tarde el islamismo. Finalmente, la élite de seguridad nacional y la academia especializada serían quienes, luego del revés en Vietnam, promovieron la búsqueda constante de superioridad tecnológica en el campo militar, lo que hizo de las armas más "inteligentes" y precisas, disminuyendo los costos políticos de un uso de la fuerza "quirúrgico" (Bacevich, 2005). Dos factores sociales contribuirían además: una cultura popular que idealiza la violencia y las aventuras imperiales y una sociedad cuyo concepto de libertad resulta indistinguible de un mayor consumismo, lo que disparó la dependencia estadounidense del petróleo importado de Medio Oriente y convirtió a esta región en una prioridad geopolítica para los gobiernos de Jimmy Carter en adelante (Bacevich, 2005).

Posteriormente, Bacevich (2008) prosigue con la misma línea argumental, pero esta vez profundiza en algunas causas del militarismo y detalla las formas que adopta la erosión del poder estadounidense41. Pero en cuanto a las primeras, se hace un mucho mayor hincapié en los motivos "altruistas" (un arrogante excepcionalismo ideológico) y egoístas (una concepción posmoderna de la libertad basada fundamentalmente en un individualismo narcisista y un consumismo voraz) por los cuales Estados Unidos se embarca en una ciclópea aventura imperial, siendo el 11 de septiembre un mero detonante. En este contexto es que se producen tres crisis. La primera bien podría haber sido definida en los términos económicos por cualquier estudioso del tema, pero Bacevich la entiende como una "crisis del despilfarro", dotándola de un matiz menos aritmético y cuantitativo y más cultural y cualitativo, y definida como una brecha creciente entre necesidades en aumento y recursos menguantes para satisfacer una política exterior rapaz42. Reelaborando a Johnson (2004, 2007) y a toda la tradición clásica, si antes el imperialismo cercenaba la libertad, ahora es su prerrequisito. Por su parte, Bush intenta pelear la Guerra contra el Terrorismo como Lyndon Johnson la de Vietnam: sin preparar la economía para la guerra43. La segunda crisis es política. A partir de la Segunda Guerra Mundial, se forjó una "ideología de la seguridad nacional" que une inextricablemente las cuestiones vinculadas al poder y la seguridad con el excepcionalismo wilsoniano y que es mantenida por demócratas y republicanos por igual. Esta sirve al Poder Ejecutivo para convertirse en imperial, relegar al Congreso y la opinión pública de la formulación de la política exterior. La tercera y última crisis es militar, entendida como la diferencia entre lo que la política le demanda a las Fuerzas Armadas y lo que estas pueden ofrecer. Las razones son múltiples. La American Way of War, con todo su desarrollo tecnológico, no es capaz de vencer frente a amenazas asimétricas. Por su parte, la Doctrina Weinberger-Powell, diseñada para prevenir otro Vietnam, progresivamente cede ante las presiones de civiles cada vez más belicistas. Además, la sociedad rechaza compromisos vinculantes en materia militar y se rehúsa a contribuir con el esfuerzo bélico44.

Hacia el final del período, Bacevich (2011) se mantendrá en las mismas líneas argumentales. Así, rotulará al período iniciado luego de la Guerra Fría como "la era de la fantasía ideológica" (par 10), en la que se inició una campaña imperial en 2001 que terminó por disparar un déficit federal enorme y empantanar a Estados Unidos en la Guerra de Afganistán.

El análisis de Kevin Phillips (2006, 2008) está claramente enmarcado dentro del estudio nomotético de la historia de las grandes potencias. La cuestión del poder en materia internacional es producto de un trinomio consistente en la vitalidad energética de las naciones, su salud político-social y su fortaleza económica. Por ello es que resulta una curiosa sinécdoque el título de su libro: American Theocracy: The Peril and Politics of Radical Religion, Oil, and Borrowed Money. El autor rastrea cuatro experiencias en particular: Roma, España, Holanda y Gran Bretaña, intentando extraer las lecciones de la historia que le puedan servir a los Estados Unidos en el siglo XXI. En su análisis, sin embargo, se resiente la sistematicidad en la medida en que no somete al mismo tipo de escrutinio a todos los casos.

Para el caso del primer determinante del poder de los países, Phillips (2006, 2008) sostiene que el ascenso y la caída de las grandes potencias en la historia moderna estuvieron signados por la capacidad de las naciones de explotar fuentes de energía. Una revolución tecnológica es la que dispara la fase ascendente de todas estas potencias modernas, mientras que la incapacidad para adaptarse al siguiente ciclo energético, sumada a la dependencia de la industria nacional de la menguante fuente de energía son las que sellan el destino cíclico de las grandes potencias. Entrado en el siglo XXI, Estados Unidos se encuentra en esta etapa, ya no tanto porque una revolución tecnológica en otras latitudes esté desarrollando nuevas energías45, sino porque las reservas globales de petróleo, la sangre de la economía estadounidense, están en vías de extinción, llegando al peak-oil para 2025-2035. El país no se encontraría preparado para afrontar esta nueva etapa mundial, ya que la coalición política de Bush incluye a la industria petrolera, automovilística, a los poseedores de más grandes automóviles poco eficientes en su consumo de combustible de la small-town America y a evangelistas que no tienen en su agenda la cuestión energética. Por si fuera poco, la adicción estadounidense al petróleo ha llevado a la nación a la depredación económica en el campo externo, como lo evidencia la Guerra de Irak.

El segundo de los determinantes del poder nacional es lo que se podría denominar su "salud político-social". Este concepto está vinculado a la no afectación de la política por ciertas tendencias peligrosas que algunas sociedades desarrollan. En American Theocracy, en verdad, estas tendencias adoptan la forma, como es de esperar, de la radicalización del cristianismo. Las sectas sureñas colonizaron grandes regiones del país, a la vez que un sistema político tradicionalmente poliárquico que equilibraba a las distintas congregaciones en una competencia bipartidista dejó paso al alineamiento confesional detrás del Gran Old Party. Las historias de las pretéritas potencias (y ahora se incluyen a Roma y a España), de acuerdo con el autor (2006), nos indican que el fundamentalismo religioso se encuentra dentro de la causa de la caída de las mismas. El problema, según lo entiende, radica en que los exégetas de los textos sagrados no suelen ser buenos formuladores de política exterior, ni racionales ordenadores de la sociedad. Ejemplos de ello una larga historia de quijotescas cruzadas se cierne sobre varias de estas potencias46, así como la obstrucción del pensamiento científico y la invasión a todos los aspectos de la vida de una sociedad, llevándolas normalmente a la ruina. Para el caso que nos compete, la Guerra de Irak es otra demostración de cómo la escatología cristiana, cuando pasa a ser parte de la agenda gubernamental por la conformación de constituency republicana, es capaz de ver en Saddam Hussein a un nuevo Nabudoconosor y a Bagdad como la Nueva Babilonia. Luego, Phillips (2008) afirmará que las elecciones de medio término del segundo gobierno de Bush le habrían asestado un golpe decisivo a la religión como factor de la decadencia nacional.

Si la hierocracia es una manifestación de la falta de salud político-social, no lo es menos la plutocracia. En efecto, Phillips (2003, 2006, 2008) advierte sobre los peligros de que las élites económicas y las dinastías subviertan la democracia y la horizontalidad de la sociedad estadounidense a través de su desmedida influencia material.

En cuanto a las razones económicas de las caídas de las grandes potencias, Phillips (2006, 2008) aduce que la desregulación de los mercados de capital, producto de décadas de progresivo avance desde Reagan, finalmente logró que los servicios financieros superaran a la industria y las actividades agropecuarias como porcentaje del Producto Bruto Interno. Aquí, el ejemplo hispánico es el que más pertinente resulta, claro está, pero también lo son Holanda y Gran Bretaña. El ludocapitalismo es culpado, lógicamente, por el estallido de las burbujas financieras de principios de siglo XXI. Además, la deuda que acumula Estados Unidos como nación (y especialmente relevante acá es la deuda de las familias y los privados) se torna progresivamente insostenible, otra de las pesadas mochilas con las que debieron cargar las potencias predecesoras.

Luego de la Guerra Fría, Estados Unidos se embarcó en una política exterior tendiente a expandir su particular cosmovisión y sus intereses de seguridad por todo el mundo bajo el rótulo de la estrategia de "primacía estadounidense". En este punto existe una gran continuidad entre las administraciones de Bush (padre), Clinton y Bush (hijo). El gran problema - continúa Stephen Walt (2005) — fue que, mientras los primeros dos presidentes de la posguerra fueron conservadores en relación a las herramientas utilizadas para esta tarea, el último de estos se vio tentado a recurrir a un unilateralismo muscular. Ante esta situación, el resto del globo se vio en una encrucijada: ¿qué hacer frente a una única superpotencia, imbalanceable en términos convencionales, cuya conducta afecta la propia seguridad e intereses? El argumento desarrollado es una aplicación de su teoría del balance de amenazas (que se contrapone al crudo balance de poder) al dilema global de la unipolaridad.

Cada país del mundo, ante una estrategia estadounidense de primacía unilateral y muscular, tenderá a adoptar una política exterior acorde a su posición, necesidades y temores. Entre las que más relevancia tienen para el presente estudio, relativamente descartada queda una alternativa de alianzas contrahegemónicas o external balancing, mientras que resulta mucho más frecuente la implementación del soft balancing -término acuñado por Robert Pape (2005), como se verá más adelante—. Walt (2005) define a este como "la coordinación consciente de maniobras diplomáticas con fines a obtener resultados contrarios a las preferencias de Estados Unidos -resultados que no podrían ser obtenidos si los que ejercen el balance no se dieran unos a otros algún grado de apoyo mutuo" (p 126)47, inconfundiblemente inscribiéndose el autor en una análisis del poder de tipo relacional y conductista. Si bien advierte que el soft balancing tiene un alcance limitado, no menos cierto es que resulta menos costoso en la medida en que más Estados desarrollen este tipo de estrategias, que eventualmente podrían generar el surgimiento de una alianza formal. Pero Estados Unidos también deberá lidiar con internal balancing, o el aprovisionamiento de armas y la adopción de estrategias militares para disuadir y hacer frente al despliegue del hardware estadounidense. Otras conductas desarrolladas por los Estados incluyen intentos por atar a Estados Unidos a instituciones internacionales, el chantaje y la no cooperación para mejorar la posición negociadora, así como la deslegitimación48.

En un reciente ensayo, Walt (2011) reafirma su pertenencia a los estudiosos del poder como fenómeno relacional:

Pese a toda la tinta gastada en la durabilidad de la primacía estadounidense, los protagonistas mayormente han hecho la pregunta equivocada. El asunto nunca fue si Estados Unidos estaba por imitar la caída de Gran Bretaña de la posición de gran potencia o sufrir alguna forma de declinación catastrófica. La verdadera pregunta siempre fue si lo que uno podría llamar "Era Estadounidense" estaba acercándose a su fin. Específicamente, ¿Estados Unidos se mantendría como la potencia global más fuerte pero sería incapaz de ejercer el mismo nivel de influencia de la que alguna vez gozó? (p 7)49

En efecto, la explícita evasión del tratamiento de la erosión del poder estadounidense bajo los términos de una "declinación" y su remplazo por American Era da cuenta de la necesidad conceptual de un ordenamiento del debate como el que este estudio propone. Pero volviendo al argumento, Walt (2011) menciona que el apogeo de la American Era llegó con el colapso de la Unión Soviética, pero que la emergencia económica de nuevas potencias (especialmente China, pero también actores regionales en ascenso como Brasil, Turquía e India) se traducirá en políticas exteriores más independientes y hasta desafiantes respecto a Estados Unidos50. La estructura del sistema internacional finalmente devendrá bi o multipolar. Asimismo, también confluyen en este escenario las onerosas derrotas de Afganistán e Irak, que enseñaron los límites del poder estadounidense y de la estrategia de la primacía (iniciada luego de 1991). Otra característica queda constituida por la pérdida del soft power, que Walt lo vincula a la incompetencia y corrupción financiera y a la crisis del Consenso de Washington. Vinculado con esta última cuestión, el autor (2009, 2011) le atribuye a la crisis económica que atraviesa Estados Unidos una menor capacidad para volcar recursos en la política exterior. Refuerza este punto cuando en su ensayo (2011) concluye que es en verdad la morbidez de la economía la que presenta el mayor desafío a la nación, en tránsito a un mundo en el que pasará a no ser más (ni menos) que el primus inter pares del sistema internacional.

Curiosamente se puede entender a Mahbubani (2005) como alguien profundamente afectado a nivel personal por el soft power de Estados Unidos en el mundo. De hecho, considera que es una nación que más ha transformado positivamente al mundo, recalcando la expansión de su ethos horizontal y moderno, su vocación libertadora, el orden internacional por esta creado y basado en normas, y su generosidad individual. El problema con Estados Unidos es que luego de la Guerra Fría no estuvo a su propia altura, al comportarse como un país corriente y no como el excepcional que siempre se jactó (con justicia) de ser. El mundo esperaba un liderazgo moral, pero la única superpotencia decidió volverse introspectiva y egoísta. Así lo habría evidenciado la reacción estadounidense ante la crisis financiera asiática de 1997. Además, la Guerra contra el Terrorismo y sus aristas más perversas, como Guantánamo, socavaron la legitimidad acumulada de Estados Unidos, a la que el autor le asigna una importancia determinante. Curiosamente, considera que el dilatado poder militar estadounidense en el mundo es más bien benigno, mientras que el poder económico y político es el más resentido, dados los daños colaterales que le generan al resto del mundo. Como Zakaria (2008), le atribuye al sistema político norteamericano la causa de los daños autoinflingidos, aunque en este caso se trata de un problema de legitimidad internacional y no de parálisis política. En un mundo cada vez más pequeño y necesitado de gobernanza global pero con una superpotencia que puede dañar involuntariamente al resto de los países, la insularidad del sistema político estadounidense no puede sino atentar contra su imagen en el exterior.

Beyond the Age of Innocence concluye con la frase: "El tamaño total del poder estadounidense asegurará el dominio estadounidense del mundo en las décadas por venir" (Mahbubani, 2005, p 202)51. En algunos aspectos, esta obra pareciera ser irreconocible si se la comparase con de la siguiente, The New Asian Hemisphere (aunque ahora deja de hablar el autor de Estados Unidos en particular y comienza a describir al mundo en términos civilizacionales). En efecto, inscribiéndose en el tópico clásico de translatio imperii, el gran leitmotiv del libro es, como reza el subtítulo, la irresistible transferencia de poder hacia el Este52 y el fin de la dominación noratlántica del globo.

¿Cómo se explica el power shift y "marcha hacia la modernidad" de Asia? Mahbubani (2008) da una respuesta que guarda una enorme semejanza con la que posteriormente daría Ferguson (2011): la difusión institucional desde Occidente. Esta implica la economía de libre mercado, la ciencia y la tecnología, la meritocracia, la cultura de la paz, el Estado de Derecho, la educación y el pragmatismo. Será, además, ineluctable la desoccidentalización del mundo, el retorno de la historia, puesto que la crisis de legitimidad de la que adolece Occidente no se debe al antiamericanismo surgido en torno a la Administración Bush y su política exterior, sino que es producto de una reivindicación de lo vernáculo, como consecuencia del ascenso económico asiático.

Por su parte, Occidente ahora es presentado como una civilización cuyos ideales colisionan contra sus intereses políticos y económicos, aun cuando no fueran a existir pérdidas absolutas, sino simplemente relativas. Además, Mahbubani (2008) lo percibe como una civilización cegada por la ideología en la forma en que se relaciona con el resto del mundo53, y así lo demuestra su incompetencia en varios temas de la agenda global, especialmente luego de la crisis económica comenzada en 2007 (Mahbubani, 2011). Asia, por su parte, haciéndole culto al pragmatismo sería capaz de resolver los problemas que asechan al mundo. Por ello, y especialmente por una simple dinámica de poder, el ascenso de Asia conllevará la necesidad de compartir el dominio de la política mundial (entendida como el control de las organizaciones internacionales que hacen a la gobernanza global), algo que Occidente, hasta ahora, se ha rehusado a ceder (Mahbubani, 2008). Nada más peligroso para la paz mundial que el cerrojo institucional que Occidente dispuso luego de la Segunda Guerra Mundial desarrollado por John G. Ikenberry (2001) y su renuencia a democratizar el sistema54.

La anomalía producida en el sistema internacional luego de la Guerra Fría en términos de balance de poder fue sin duda alguna un desafío para el neorrealismo waltziano. Un episodio seminal se dio cuando William Wohlforth (1999) le atribuyó a la unipolaridad la propiedad de mantenerse estable en el tiempo por los enormes desincentivos a los comportamientos balanceadores, lo que habilitaría a Estados Unidos a aprovechar, parafraseando a Edward H. Carr, la "oportunidad de los veinte años" (Brooks y Wohlforth, 2008).

Las contribuciones de Robert Pape deben entenderse en este contexto de discusiones sobre los incentivos y la naturaleza de la estructura del sistema internacional. En efecto, primeramente el autor (2005) forja el concepto de soft balancing anteriormente mencionado, que es definido ahora como "maniobras que no desafían directamente la preponderancia militar de Estados Unidos, pero que usan herramientas no militares para retrasar, frustrar y socavar las políticas militares agresivas y unilaterales de Estados Unidos" (p 10)55 y que incluyen herramientas de política económica, diplomáticas e instituciones internacionales. Como en Walt (2005), aquí claramente se puede observar la adscripción a una idea de poder relacional, y será Estados Unidos el que verá sus empresas internacionales frustradas por la reacción del resto. Como se puede entrever en la definición, el motivo de la reacción global es la guerra preventiva lanzada por la Administración Bush (Pape, 2003, 2005). Esta, junto con una asertiva búsqueda de la primacía militar, habría producido el derrumbe de la imagen de Estados Unidos en el mundo como una superpotencia benigna y defensora del statu quo internacional.

Las estrategias del soft balancing incluyen la negación al uso de territorios para que Estados Unidos no pueda proyectar sus fuerzas militares en ciertas regiones, esfuerzos diplomáticos en el marco de las instituciones internacionales, el uso de herramientas comerciales por parte de los bloques regionales para debilitar a la economía estadounidense y señalar la voluntad de resistir en el futuro otras aventuras militares. Eventualmente, además, este tipo de maniobras podrían dar surgimiento a formas de hard balancing en el futuro (Pape, 2003, 2005).

El panorama cambia radicalmente para cuando Pape escribe el ensayo Empire Falls. En efecto, para 2005 Estados Unidos era un país que intentaba asertivamente atravesar la delgada línea que divide la unipolaridad de la hegemonía56 y de aprovechar la desigual distribución del poder para cambiar el statu quo. Pocos años después, sentenciará: "Estados Unidos se encuentra en una declinación inédita. (... ) Si las tendencias actuales continúan, veremos hacia atrás a los años de la Administración Bush como la sentencia de muerte de la hegemonía estadounidense" (Pape, 2009, p 21)57. El primer y más obvio cambio es la situación de Estados Unidos, que ya no se dispone de un poder pletórico. El segundo tiene que ver con la idea de poder inherente a las dos líneas argumentales. Mientras que el primer Pape (2005) se centra en los costos que marginalmente representan para Estados Unidos las estrategias de soft balancing que adoptan las potencias de segundo orden, para el segundo Pape (2009) el poder del que goza un Estado está en función del tamaño relativo de su economía, que determina a su vez las capacidades militares con que puede contar. El gran problema para Estados Unidos ahora ya no pasa por la conducta de los actores, sino por las fuerzas estructurales de la economía, que año a año y de una manera acelerada inclinan la balanza material global. La declinación en verdad se entiende como un producto de tres factores: la debilidad económica estadounidense (al que le asigna un 25% de la responsabilidad), el excepcionalmente alto crecimiento sínico (con un 17%) y la difusión tecnológica y de capacidades productivas (con un 50%). Estos fenómenos empujan a la nación a una transición de poder frente a China. Si la guerra preventiva era vista como la causa de la erosión de poder estadounidense, dada la reacción del resto del globo, ahora es percibida como su potencial y peligroso corolario para un hegemón en declive. Además, la extraordinaria declinación económica de Estados Unidos posibilitará que el soft balancing de antaño devenga en una coalición contrahegemónica conformada por China, Rusia y cualquier otra potencia para el 201358. Pape (2009) también alerta sobre el riesgo de que la profecía de Paul Kennedy finalmente se materialice y que unos constantes compromisos militares de ultramar de Estados Unidos drenen sus cada vez más reducidas arcas. La historia volvería de la mano del fin de la unipolaridad y los sustitutos imperfectos del hard balancing, así como el resurgimiento de la sobreexpansión imperial y de posibles guerras hegemónicas de transición.

Una vez revisadas todas las líneas argumentales de cada autor y cómo estas evolucionan a medida en que avanza el período en cuestión, es conveniente pensar en la actual erosión de poder de Estados Unidos en términos más parsimoniosos, centrándose efectivamente en los procesos y sucesos históricos que dan cuenta del fenómeno observado y dotarlos de algún tipo de orden. La alternativa propuesta aquí lo hace de forma tal que clasifica según el tipo de causas —militares, políticas, sociales o económicas— y el origen de las mismas —de índole interno, externo o bien "relacional" cuando implican interacción entre ambos—. Así queda configurada una matriz lo bastante estándar y fácilmente aprehensible (ver Cuadro IV).

Ahora bien, para dar cuenta de hacia dónde se dirige el debate es necesario complementar lo anterior con las manifestaciones de la erosión de poder. Para ello se han volcado las ideas al respecto de todos los autores en otro tipo de matriz, ahora según los criterios descriptos en la Sección II (ver Cuadro V). Los cuadros IV y V efectivamente se complementan, ya que describen dos facetas (causas y manifestaciones o formas que adopta) del mismo fenómeno (la erosión de poder). Sin embargo, es menester no extrapolar demasiado linealmente los dos cuadros, dado que no existe una clara correspondencia entre una categoría de causa con una categoría de manifestación de erosión de poder. Así, por ejemplo, una política exterior asertiva (causa militar y relacional) puede producir una caída (en forma de imperial overstretch), una decadencia (en forma de corrupción de la república), inconvertibilidad (en forma de soft balancing), deslegitimación (en forma de caída del soft power de un país) o bien una declinación militar (en forma de internal balancing).

CONCLUSIONES

Este estudio se ha ubicado en la intersección entre las milenarias reflexiones sobre la "declinación" de las civilizaciones, imperios y potencias y la coyuntura política, social, militar y económica estadounidense. Habiendo dado cuenta de que en verdad se trata de una cuestión incluso muy de larga data para esta relativamente joven nación, en el presente se ha buscado analizar únicamente del debate contemporáneo iniciado en 2003 y que se proyecta hasta el 2011 (pese a que continúa).

La gran falencia de este debate (así como sus antecesores) está dada por su falta de claridad conceptual. La misma se pone de manifiesto cuando los autores utilizan diversos términos para explicar una misma realidad sin definirlos ni aclarar cómo se evidencian tales fenómenos. Si bien existen nociones básicas sobre qué se entiende por "declinación", "decadencia" y "caída", no menos cierto es que existe cierto margen polisémico que puede en algunos casos tornar confusos los argumentos. Algunos autores que tratan el tema se percatan de esta realidad y expresamente evaden el conceptual stretching inmanente a algunos de los términos más frecuentemente empleados (Walt, 2011), o bien extensamente se dedican a definir los términos a emplear en sus estudios (Nye, 1989, 2002, 2004).

Por ello es que resultó necesario encontrar el "mínimo común denominador" de todos los estudiosos de este tema. Detrás de lo escrito al respecto, en el presente artículo se ha identificado en realidad al concepto de erosión de poder como la gran noción subyacente a todos los enfoques y autores. Siendo una idea demasiado abstracta y, por lo tanto, de poca utilidad para el análisis del caso que este estudio se pretende explorar, es preciso descomponerlo semánticamente. Por "erosión" no debe concebirse una idea mucho más compleja que la de "pérdida", pudiendo ser esta relativa (en relación a los demás) o absoluta (en relación a uno mismo). El concepto de poder, en cambio, es en verdad uno de los más problemáticos de una disciplina que lo tiene por principal foco de atención y estudio. Sin embargo, una de las formas de lidiar parsimoniosamente frente a todo el universo de definiciones es considerarlo, o bien como la posesión de recursos materiales o no materiales por parte de un actor determinado, o bien como una relación social en la que un actor hace cambiar la conducta de otro. Al cruzarse, por un lado, las dos formas que puede adoptar la erosión y, por el otro, los dos tipos de recursos que los actores pueden poseer y el poder entendido en forma relacional, surgió entonces la tipología de la erosión de poder. La misma contiene las distintas formas en que se puede manifestar este fenómeno.

Las ventajas analíticas de pensar en términos de "erosión de poder" según la tipología desarrollada en este estudio radican en su carácter omnicomprensivo y en la mayor claridad conceptual lograda una vez definidas las manifestaciones que este fenómeno puede adoptar. Si bien el presente no pretende regenerar todo el léxico usado por cada uno de los autores que tratan el tema, lo que busca es llamar la atención sobre la relativa falta de definiciones fundamentales con los que la mayoría de los autores estudia el mismo fenómeno. En función de ello es que este trabajo de investigación se propone como una alternativa posible a la hora de analizar las distintas teorías y perspectivas de cualquier autor en particular, o bien del debate en general. Así, frente a cada uno de los desarrollos teóricos se considera fundamental responder las siguientes preguntas: ¿qué forma adopta el poder en este autor o debate? En el caso de que se piense, como gran parte de la literatura hace, en el poder entendido como la posesión de recursos, ¿se trata entonces de recursos materiales o no materiales? ¿Cómo se piensa la erosión de poder de un actor, en relación a otros o en relación a sí mismo? Las respuestas a dichas preguntas situarán los argumentos en el ámbito de una u otra forma en que puede adoptar la erosión de poder. El ordenamiento conceptual sugerido en el presente sirve entonces para organizar y echar luz sobre el maduro pero aún así poco estructurado debate sobre la erosión de poder estadounidense.

Como se mencionó en la introducción, este estudio se ha propuesto dos objetivos distintos. Para llegar desde el primero (lograr un ordenamiento conceptual para el debate) al segundo (analizar el debate en sí mismo), es necesario indagar en las diversas teorías de los autores que se adentren en la cuestión. Por ello es que se ha procedido a seleccionar a un puñado de estudiosos del más alto impacto en el mundo académico que analicen la erosión de poder de Estados Unidos para el período 2003-2011. La metodología empleada para elegir los textos a ser ponderados y especialmente la posterior inclusión de otros pertinentes ha tenido por propósito lograr una extendida cobertura del lapso temporal en cuestión que habilitase eventuales cambios de perspectivas, argumentos y nuevos sucesos.

Finalmente, se ha desarrollado el pensamiento de cada autor en particular, haciendo hincapié en las causas a la que le atribuye la erosión de poder, cuáles son sus manifestaciones y qué forma adopta esta. Con estos datos fue que se lograron trazar algunas líneas generales sobre las que transitan los autores, a la vez que se confeccionaron los cuadros que de alguna forma sintetizan el estado de la cuestión en torno a la erosión de poder actual de Estados Unidos.

Cuando se piensa en la evolución del debate contemporáneo, claramente hay algo que surge a la vista: los pronósticos negativos para dicho país aumentan en número y seriedad. Se puede entender que hubo un primer momento, que abarca aproximadamente la mitad del período estudiado, en el que los autores conciben la erosión del poder de forma relativamente menos severa, con posibles manifestaciones más distantes en el tiempo o más improbables.

Un claro ejemplo de este fenómeno está dado por el surgimiento del concepto de soft balancing luego de la Guerra de Irak. Quienes pensaban en que esta forma de erosión de poder (Pape, 2003, 2005; Walt, 2005) claramente se inscribían dentro de un marco en el que Estados Unidos era el actor más poderoso del sistema e intentaba cada vez más asertiva y unilateralmente expandir su estrategia de primacía. El resto del mundo, vulnerable e impotente ante una potencia irrefrenable en términos convencionales, debió encontrar sustitutos al balance de poder tradicional más opacos y de efectividad meramente marginal. Los que centraban su análisis en las formas de soft balancing en realidad gustaban ver, ya no en un vaso medio vacío, sino la parte sin agua de un vaso a punto de rebalsar. En realidad, era más un concepto propio del Estados Unidos imperial y cuasi omnipotente que el de un Estados Unidos en estado de consunción. Posteriormente, tanto Walt (2011) como Pape (2009) cambiarán sus pronósticos por unos más sombríos y económicamente más determinados, el primero proclamando el fin de la "Era Estadounidense" y el segundo alertando sobre una declinación "inédita".

Otro tanto puede decirse de Mahbubani. En un principio, el autor (2005) también transita los senderos de una única superpotencia demasiado poderosa para el resto del mundo. En efecto, los costos de la convivencia con tan incómodo vecino son claramente mayores para el resto de los países del globo, perdiendo Estados Unidos únicamente algo de su otrora bien cultivada reputación de magnanimidad. Como se mencionó con anterioridad, el libro concluye pronosticando la estabilidad del poder de la superpotencia. El panorama cambia radicalmente con The New Asian Hemisphere, donde la modernización de Asia hará declinar a un Occidente que tendrá que adaptarse a esta nueva situación. Se trata de fuerzas económicas, sociales y políticas "irresistibles" (Mahbubani, 2008).

El estilo de Phillips (2003, 2006, 2008), Johnson (2004, 2007, 2010) y Bacevich (2005, 2008, 2011) es siempre bastante alarmista. De algún modo esto es entendible, puesto que son los de una sensibilidad más jeffersoniana y sienten que la república o el liberalismo de la sociedad es amenazado. Sin embargo, también se puede ver claramente cómo es que dicha conmoción es bastante más fuerte para las primeras de sus publicaciones y menos para las últimas, centradas más que nada en los peligros de las burbujas financieras y la deuda (Phillips 2008), los déficits y el imperial overstretch (Bacevich, 2011; Johnson, 2010)59 La gravedad del diagnóstico general no habría amainado, sino que estas cuestiones de índole material (económicas y militares) terminan primando.

Huntington no ha podido presenciar la crisis económica estadounidense, por lo que su seguimiento a través del período, como se mencionó, quedó trunco. Sin embargo, lo que sí llegó a publicar claramente se inscribe dentro de un marco de relativa tranquilidad para Estados Unidos. Por ejemplo, el autor (2003) menciona que Estados Unidos no tiene par en términos políticos y que Occidente será la civilización más poderosa por décadas, antes de que el ascenso de las otras civilizaciones lo alcancen. Huntington (2004a), por otra parte, centra su atención en un problema muy serio para él, pero cuyos problemas derivados no parecieran ser demasiado urgentes. Después de todo, Estados Unidos lidió con movimientos deconstruccionistas, inmigración latinoamericana y demás factores que afectaron su identidad nacional por décadas y las probabilidades de algún tipo de desmembramiento territorial el mismo autor las considera bajas en el corto plazo.

Para el caso de Ferguson, no se puede hablar de que haya una mayor o menor ponderación de las cuestiones vinculadas a la economía, puesto que siempre están presentes en sus análisis, al igual que consideraciones de tipo no materiales. Pero lo verdaderamente notable es que mientras que, en un principio, Ferguson (2004) menciona en el título de su libro la caída del imperio estadounidense, queriendo indicar más bien la incapacidad militar, económica y especialmente política de replicar la experiencia imperial británica más allá de sus fronteras. Ahora bien, como en casi todos los demás autores, los síntomas se vuelven más acuciantes en lo económico y también más vinculados con el "ascenso del resto" conforme avanza el período (Ferguson, 2011). Pero si el elemento no material que produce la caída del imperio estadounidense en un principio era la falta de atención política, el mayor desafío no material que enfrenta toda la civilización occidental posteriormente (al punto de llevarla potencialmente al más dramático colapso) es la falta de confianza en sí misma. La gravedad del diagnóstico se dispara: de la incapacidad y/o falta de voluntad de ser omnipotente e imperial a la pusilanimidad y el derrumbe.

Las líneas argumentales de Zakaria y Nye se mantienen, por el contrario, relativamente estables, en parte quizás porque ambos tienden tempranamente a poner el acento sobre los grandes procesos que están transformando la naturaleza del mundo. De todas maneras, Nye, un histórico "antideclinista", se mantiene mucho más optimista que Zakaria respecto a la suerte de Estados Unidos, quien progresivamente irá llamando la atención más fuertemente sobre los problemas que, según él, adolece Estados Unidos, como su esclerosis política (Zakaria, 2006, 2008, 2011).

La evolución de las tendencias que muestran la mayor parte de los autores ponderados sugiere que, tras nueve años de iniciada la Guerra de Irak, y a menos que suceda algún hecho sorprendente que fuerce a cambiar los pronósticos, las discusiones acerca de la erosión de poder estadounidense han llegado para quedarse, aunque se irán transformando con el correr de los acontecimientos. Desde el interés para la teoría de las relaciones internacionales, sólo queda esperar que este debate esté a la altura de sus fructíferos predecesores.

COMENTARIOS

1 Acontecimientos prematura pero acertadamente expresados por Kenneth Waltz (1993) y Christopher Layne (1993) al inicio de la "era unipolar".

2 Japón es el ejemplo moderno prototípico de este fenómeno.

3 En este punto, el involucramiento estadounidense en Vietnam (1965-1973) o el soviético en Afganistán (1979-1989) son casos paradigmáticos.

4 La Traducción es propia.

5 Desde luego que existen otras formas de clasificar las definiciones de poder. Para enfoques tripartitos, ver Hart (1976) , Tellis et al (2000).

6 Resulta desafortunado que Baldwin no haya considerado cambiar el nombre que le asigna a la probabilidad de que el comportamiento del segundo actor sea o pueda ser cambiado por el primer actor , ya que cuando utiliza para definir a esta dimensión la palabra "weight" (peso) se presta a confusión con lo que Lasswell y Kaplan definen como tal, cuando en realidad todos se están refiriendo a lo que Baldwin (2002) llama "dimensiones del poder" (pp 178-179).

7 La literatura clásica al respecto ha usado el término cadere desde al menos el siglo VIII D.C (Rehm, 1939, citado en Starn, 1975)

8 La traducción es propia.

9 La traducción es propia.

10 El concepto de deslegitimación no se acaba con el resquebrajamiento de una hegemonía coxiana-gramsciana , de todas formas. Por ejemplo, esta puede producirse por el empeoramiento de la imagen que un país proyecta sobre el resto del mundo , sin que esto necesariamente conlleve el status de hegemón por parte de quien era visto benignamente.

11 La tabla definitiva fue confeccionada con los valores arrojados por Publish or Perish para el día 17 de enero de 2012.

12 Únicamente los casos de Samuel Huntington y ChalmersJohnson no podrán abarcar el período en su totalidad, dados sus decesos en 2008 y 2010, respectivamente.

13 La traducción es propia.

14 Aquí claramente se puede observar una mayor precisión teórica sobre las fuentes del soft power en relación a su producción anterior.

15 Casos como el de Nye son los que mejor reflejan la necesidad de dejar de referirnos a la declinación y de pasar a hablar sobre la erosión de poder de Estados Unidos. Tras décadas de rebatir los argumentos de quienes auguran el declive , y siendo además uno de los más reconocidos antideclinistas en el ámbito de este debate temático, el autor sin embargo cuadra perfectamente dentro del marco más general de la erosión de poder.

16 Una dimensión de este fenómeno , la inmigración y la potencialidad de que Estados Unidos se escinda , sería tratado en El choque de civilizaciones (Huntington, 1997).

17 Este último en realidad nunca es postulado a la par de los demás porque se aleja del patrón antropológico que más le interesa a Huntington.

18 Estas características son la contigüidad de los países de origen , la inmensidad y persistencia del flujo , la ilegalidad, la concentración regional y la presencia histórica de los mexicanos en el sur de Estados Unidos , lo que alimenta la posibilidad de un conflicto territorial.

19 En realidad, Huntington no ve únicamente perjuicios en la inmigración , ya que les atribuye la posibilidad de revitalizar demográfica y económicamente un país , y con ello, el mantenimiento de la influencia y el poder en el escenario internacional. Sin embargo, plantea un interesante trade-offentre estos recursos tangibles de poder y el malestar social y la polarización política. Sobre estos aspectos es que escribió The Threatt ofWhite Nativism (2004b). La posición de Huntington respecto a la inmigración cambió con el correr de los años. En The U.S. -Decline or Renewal? (1988) irreconociblemente la considera como una de las grandes ventajas que ponen a Estados Unidos por sobre las demás potencias a la hora de renovar su poder. La cuestión inmigratoria aparece como una amenaza para Occidente en el pensamiento de Huntington recién con la publicación del libro El choque de civilizaciones (1997), puesto que en el artículo homónimo (1993) no existen referencias a ello.

20 Este es el razonamiento clásico del los imperios. Los británicos buscaron dominar Suez para asegurar sus posiciones en la India , por lo que se vieron a su vez impulsados a dominar el bajo curso del Nilo, para luego tener que expandir sus dominios hasta el resto de Egipto y Sudán (Robinson y Gallagher, 1981 , citado en Zakaria, 2000)

21 Su analogía histórica más recurrente es la del Imperio Romano.

22 Johnson (2010) entiende que este momento fue en 1991 , cuando desapareció la Unión Soviética y, con ella, la necesidad de una presencia militar mundial.

23 "Si George Bush y sus fanáticos -sentencia Johnson-pueden cambiar el régimen de toda una serie de países es un interrogante que queda abierto, pero ciertamente parecen estar en proceso de hacerlo dentro de Estados Unidos" (2004, p 291). La traducción es propia.

24 Para 2004,Johnson creía en que un movimiento "desde abajo" desmantele el imperio , pero luego reconocerá que resulta improbable, así como también lo es una reacción del Poder Legislativo. También escépticamente observa los proyectos de la Administración Obama al respecto (Johnson, 2010).

25 Curiosamente , el autor jamás hace referencia a la medida original, que es a su vez muy básica y precisa, con que se mide el imperial overstretch: la relación gasto militar / Producto Bruto Interno. Por el contrario, considera que las astronómicas cifras que maneja el Pentágono son indicio suficiente de que la economía sufre por las mismas.

26 La traducción es propia.

27 La traducción es propia.

28 Varios de estos puntos recuerdan a Nye (2003, 2004, 2011)

29 La traducción es propia.

30 La traducción es propia.

31 Una interesante compilación de las distintas variantes del realismo neoclásico puede encontrarse en Lobell, Ri psman y Taliaferro (eds.) (2009).

32 Otra notable similitud con el pensamiento de Nye (2011).

33 La traducción es propia.

34 Resulta notable la diferencia entre Ferguson (2004) y Johnson (2004), pese a ser obras publicadas en el mismo año. Ambas ven unos recursos económicos menguantes , pero le atribuyen distintas causas: la manteca en el primer caso , y los cañones en el segundo. Presumiblemente sus visiones del imperio se encuentran en las antípodas: es benéfico para el mundo, Estados Unidos y el liberalismo y debe ser extendido para Ferguson; mientras que paraJohnson se trata de una aberración que esparce la guerra por fuera y destruye a la república por dentro y que debe ser desmantelado.

35 Nye (2011) tomará la noción de que Estados Unidos es poco proclive a embarcarse en aventuras militares en el exterior , aunque , a diferencia de Ferguson (2004) , no sólo no considera al país un imperio , sino que además percibe que su errónea catalogación como tal puede incentivar un tipo de comportamiento unilateral y belicista como el demostrado en torno a la Guerra de Irak , mientras que el historiador británico entiende que lo problemático es un menor involucramiento imperial, producto de renegar su condición.

36 Richard Haass (2008) vislumbra un escenario al que le asigna un nombre similar (nonpolarity) , pero que difiere en cuanto a sus características.

37 Caracterizados por "la interacción de agentes dispersos, la falta de un control centralizado, múltiples niveles de organización, adaptación continua , creación incesante de nuevos nichos de mercado y la falta de un equilibrio general" (Waldrop, 1992; citado por Ferguson 2011, p 301). La Traducción es propia.

38 Las comparaciones a las que alude Ferguson (2011) son varias, incluyendo al los imperios romano, inca, Ming, francés, otomano , nipón, británico y soviético. Para el autor, todas estas sociedades colapsaron en un breve período de tiempo , luego de prolongados momentos de estabilidad.

39 La Traducción es propia.

40 En lo que concierne al militarismo estadounidense , Obama no vendría a representar algo distinto a Bush , a excepción de que se debe desenvolver en un contexto nacional de mayor frugalidad.

41 Bacevich (2005) apenas si había mencionado estas características (entre las cuales citó la degradación de la democracia, la bancarrota financiera y moral, la oposición del resto del mundo) , pero en ningún momento da mayores especificaciones al respecto.

42 Ferguson (2004, 2011), en cambio, se limitaría a mencionar el excesivo consumismo y a enfatizar más el costado económico del problema.

43 Para Bacevich (2008) esto está dado por los recortes de impuestos y los enormes costos de Medicare y Social Security. Años antes, Huntington (2004) justamente defendía esta aparente contradicción de la Administración Bush en nombre de la unidad nacional y el apoyo local a la Guerra contra el Terrorismo. La preocupación de este segundo autor claramente era distinta a la de Bacevich , pero parecería ser que la percepción de que esta política resulta insostenible aumenta conforme pasan los años. Pese a este detalle, las similitudes entre ambos autores resultan obvias: los dos señalan a los '60 y los '70 como las décadas en que comienza la decadencia estadounidense, entendida como una pérdida del sentido de comunidad y la identidad compartida. Mientras que Huntington (2004) pone el acento sobre el multiculturalismo y la ideología de la diversidad , Bacevich (2008) apunta contra el individualismo narcisista de la Me Decade típicamente señalado por Christopher Lasch (1991).

44 En otro tono, este punto es similar al hecho por Ferguson (2004). Además , ciertamente son parecidas sus líneas argumentales: mientras que el historiador británico describe tres déficits (uno económico, otro de manpower y un tercero de atención política) , Bacevich (2008) percibe tres crisis (la del despilfarro , la militar y la política).

45 Phillips (2006) especula con que alguna potencia asiática, posiblemente China, pueda reinar gracias a algún tipo de energía postpetrolífera , pero nunca llega a ahondar más en el tema.

46 Se destaca que la Guerra contra el Terrorismo podría ser lo que la Guerra de los Treinta Años para España, las guerras entre 1688 y 1713 para Holanda y las dos guerras mundiales para Gran Bretaña (Phillips , 2008).

47 La Traducción es propia.

48 Algunas similitudes entre Walt (2005) y Nye (2004) son notables , pese a que ambos provienen de tradiciones distintas. En primer lugar , entienden el poder explícitamente como una cuestión que tiene que ver más con una relación social entre actores y menos como una propiedad de un único actor dotado de una serie de recursos. En segundo lugar, y vinculado a lo anterior, ambos dedican apartados a explicar cómo el resentimiento hacia Estados Unidos no depende de las propiedades ontológicas de dicha nación, tan en boga por la popularidad Huntington (1993, 1997) y la adopción de dicho relato por parte de la Administración Bush , sino más bien de del desprecio armado al multilateralismo y las instituciones internacionales , en el marco de una política exterior arrogante. Sin embargo , Nye se centra más bien en cómo se alienaron los corazones del mundo (siendo el soft power un concepto que echa raíces en los aspectos psicológicos e irracionales de las naciones y los gobernantes) , mientras que el universo de Walt hace énfasis en las diversas formas en las que las mentes de los estadistas cambiaron su percepción del poder estadounidense y actúan racionalmente en consecuencia.

49 La Traducción es propia.

50 En verdad , Walt (2011) sigue a Mearsheimer (2001) cuando menciona que , por una cuestión de tamaño y celeridad del ascenso económico y militar, China buscará conformar su propia esfera de influencia regional. El destino de los demás emergentes sería mucho más frugal.

51 La Traducción es propia.

52 Mahbubani (2008) además le atribuye a este fenómeno beneficios éticos , puesto que incluye la salida de la pobreza de millones de personas y la democratización (social) del mundo.

53 La benignidad de los ideales occidentales ahora se vuelven una precipitada y arrogante empresa política. Para Mahbubani (2008) , la democracia política que tanto desvela a Occidente es una forma de gobierno que surgirá sólo cuando los países estén lo suficientemente maduros. Se otorga una mucha mayor importancia a la "democratización del espíritu" , como la llama él , que es la que rompe los lazos sociales tradicionales que impidieron el progreso en Asia a lo largo de su historia.

54 Nótese cómo es que , lejos de responsabilizar al revisionismo chino , o asiático en general, por eventuales conflictos con Occidente, Mahbubani entiende que la responsabilidad de evitar que ello suceda queda en Occidente , cuyos valores universalistas deberían darle la bienvenida al ascenso de Asia.

55 La Traducción es propia.

56 La diferencia radica en que mientras que la unipolaridad pertenece a un sistema de balance de poder en el que , en teoría , las grandes potencias pueden aún conformar una coalición contrahegemónica contra el unipolo, en un sistema hegemónico esa posibilidad ya no es realizable. Para cuando se publica Soft Balancing against the United States (2005), las potencias de segundo orden (Rusia, China y hasta Europa) comienzan a resistir los intentos estadounidenses por construir una national missile defense y dejar sin efecto la capacidad disuasiva de los Estados poseedores de armas nucleares. Así es cómo alcanzaría la hegemonía global.

57 La Traducción es propia.

58 Aquí claramente se puede apreciar la relación de potencialidad que mantiene el poder entendido como la posesión de recursos con el mundo social. Para Pape (2009) es la declinación económica la que eventualmente podría producir una coalición contrahegemónica, señalando una condición necesaria mas no suficiente. Ya no existe la preocupación demostrada en Pape (2003, 2005) sobre la efectiva interacción entre actores , sino que el fenómeno sobre el que llama la atención ahora es el potencial comportamiento.

59 Phillips (2008) incluso nota una enorme aceleración del tempo de la historia en los dos años que median la publicación de cada uno de sus libros (2006-2008).

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