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Análisis Político

versão impressa ISSN 0121-4705

anal.polit. vol.26 no.79 Bogotá set./dez. 2013

 

REPRESENTACIONES PERIODÍSTICAS EN LA ANTESALA DE LA "GUERRA CONTRA LAS DROGAS" EN COLOMBIA (1971-1978)*

NEWS REPRESENTATIONS IN THE PRELUDE TO THE "WAR ON DRUGS" IN COLOMBIA (1971-1978)

Leandro Peñaranda C.**

* El artículo es producto de la tesis doctoral en curso titulada "La construcción periodística del 'narcotráfico' y la 'guerra contra las drogas' en Colombia: Un análisis socio-histórico a partir de los discursos de El Tiempo y el New York Times (1971-1993)", para el Doctorado en CienciasHumanas y Sociales de la Universidad Nacional de Colombia. Una versión preliminar fue presentada en el XIII Congreso Internacional IBERCOM: Comunicación, cultura y esferas de poder, realizado en Santiago de Compostela el 29, 30 y 31 de mayo de 2013.

**Docente e investigador de la Escuela de Ciencias Humanas y el grupo Estudios Sobre Identidad (ESI) de la Universidad del Rosario. Candidato a Doctoren Ciencias Humanas y Sociales de la Universidad Nacional de Colombia. Correo electrónico: leandroj.penaranda@urosario.edu.co

Fecha de recepción: 15/09/2013
Fecha de aprobación: 30/09/2013


RESUMEN

El artículo analiza las representaciones periodísticas hegemónicas sobre la responsabilidad de EEUU y Colombia en la producción, tráfico y consumo de drogas ilícitas --particularmente de cocaína-- durante los años setenta (1971-1978), a partir de una lectura cualitativa-diacrónica de una muestra de textos de El Tiempo y el New York Times. Se argumenta que las interpretaciones preferidas por estos diarios sobre el narcotráfico y el consumo de drogas, como problema significativo en las relaciones entre los dos países, fueron moldeadas bajo el paradigma prohibicionista pero desde el valor de lo noticiable que prescribe la subordinación de los medios de referencia al 'interés nacional'. El esquema dualista del discurso periodístico apuntaló las explicaciones exculpatorias entre EEUU y Colombia desde el origen mismo de la llamada 'guerra contra las drogas'.

Palabras clave : Guerra contra las drogas, narcotráfico, representaciones, discurso periodístico, relaciones Colombia - Estados Unidos.

SUMMARY

This article examines the hegemonic news representations about the responsibility of U.S. and Colombia in the production, trafficking and consumptionof illicit drugs (especially cocaine), during the 1970s (1971-1978), through a qualitative diachronic analysis of a sample of texts taken from El Tiempo and The New York Times newspapers. It is argued that the interpretations preferred by these newspapers on drug trafficking and drug consumption, as a significant problem in the relationship between both countries, were shaped not only under the prohibitionist paradigm but also from the news value that prescribes the subordination of the mainstream media to the 'national interest'. The dualistic scheme of the journalistic discourse promoted exculpatory explanations between the US and Colombia since the origin of the so-called 'war on drugs'.

Keywords: War on drugs, drug trafficking, representation, news discourse, Colombia - U.S. relations.


INTRODUCCIÓN

A mediados de junio de 1971, mientras los principales diarios colombianos daban amplio despliegue en sus páginas informativas y editoriales al 'pánico moral' suscitado por la supuesta 'invasión masiva de hippies' a Medellín, que había dejado un festival de rock realizado en cercanías de la ciudad, prácticamente pasó inadvertida para los periódicos del país una de las noticias de primera plana en la prensa norteamericana: la declaración de una "guerra mundial contra los narcóticos", que anunciaba el presidente Richard Nixon, en un mensaje especial dirigido al Congreso estadounidense.

Poco tiempo después la prensa nacional e internacional comenzaría a prestar mayor atención a la producción y tráfico de drogas ilícitas que desde años atrás se estaba desarrollando en algunos países de Suramérica y cuyo destino principal era el mercado norteamericano.

A pesar de la abundante bibliografía existente sobre el narcotráfico en Colombia, el origen de la participación de este país en la producción y tráfico internacional de cocaína es un filón investigativo que ha sido poco estudiado. Aun actualmente en buena parte de la literatura existente sigue siendo recurrente la explicación según la cual el negocio de la cocaína surgió a comienzos de los ochenta tras el declive de la 'bonanza marimbera'. Sin embargo, como se puede verificar en diferentes fuentes, incluyendo la prensa, a mediados de los setenta los traficantes colombianos estaban ampliamente involucrados en el negocio de la cocaína y ya en 1975 la mayor parte del alcaloide consumido en Estados Unidos provenía de Colombia. Si bien no se puede afirmar con certeza que la amplia participación de colombianos en el negocio ilegal internacional de drogas ilícitas -y particularmente de cocaína-- comenzó solo hasta los años setenta(1), el interés periodístico sobre los traficantes colombianos claramente se inició por entonces (Peñaranda C, 2010).

Ahora bien, a partir de la implementación de la estrategia antinarcóticos del gobierno de Nixon no solo se acuñó el enfoque de "guerra contra las drogas" en los Estados Unidos sino que también asistimos a la profundización del paradigma prohibicionista en diferentes sociedades nacionales. El prohibicionismo, entendido como una forma particular de definir el 'problema de las drogas', es un discurso construido históricamente que, si bien ha tenido como principal impulsor internacional a los Estados Unidos, fue acogido y apropiado en los países latinoamericanos, y en particular los de la Región Andina (Tokatlian, 2009). El paradigma prohibicionista-punitivo no solo cuenta con arraigo en la cultura política norteamericana y sus principales instituciones políticas (Bertram et al., 1996) sino que también sustenta las persistentes estrategias de "control en la fuente" que establecieron como escenario central de la "guerra contra las drogas" a los países de la región productores de drogas ilícitas de origen natural como heroína y marihuana, pero especialmente, desde de los ochenta, cocaína.

Con la declaración de la cocaína como "amenaza número uno de América", por parte del gobierno de Reagan a comienzos de los años ochenta, la política exterior estadounidense frente a las drogas comenzó a presentarse nítidamente bajo la doctrina de la 'seguridad nacional' y este diagnóstico fue acogido por la mayoría de los países latinoamericanos a mediados de esa década (Bagley y Tokatlian, 1992). Sin embargo, el vínculo entre drogas y seguridadnacional tiene unos antecedentes más amplios: se puede verificar su presencia desde el origen mismo de la 'guerra contra las drogas' en los setenta (2).

¿Cómo se configuró en Colombia la construcción discursiva de la 'guerra contra las drogas' que conllevó a la definición del narcotráfico como problema de seguridad nacional?, y en particular ¿de qué manera el periodismo estadounidense y el colombiano contribuyeron a esa construcción, teniendo en cuenta las confluencias y diferencias en sus marcos interpretativos? El narcotráfico pertenece al tipo de problemas que no es fácil de encasillar como asunto local, nacional o internacional en las agendas mediáticas y noticiosas, al tiempo que el cubrimiento periodístico de la "guerra contra las drogas", durante más de tres décadas, ha sido un referente central en la construcción de representaciones interculturales y percepciones mutuas en las relaciones de Colombia y los Estados Unidos.

La primera parte de este trabajo presenta una síntesis de la discusión teórica sobre el papel de los medios de comunicación en general, y del periodismo en particular, en la construcción de problemas nacionales-internacionales, como el que nos ocupa. En la segunda parte, se exponen los resultados de una lectura cualitativa, de carácter diacrónico y relacional, de las representaciones que circulaban en los textos de una muestra de la prensa de referencia colombiana y estadounidense en la antesala y los orígenes de la moderna "guerra contra las drogas" durante la década de los años setenta (1971-1978).

La lectura analítica se centró en una muestra de textos de los diarios El Tiempo de Bogotá y The New York Times, ambos periódicos de élite --de referencia dominante-- con amplia circulación nacional en sus países y con un alto reconocimiento simbólico como actores sociales y políticos en sus respectivas sociedades. La selección obedece también a la necesidad de delimitar el corpus, para focalizar intensivamente el análisis comparativo entre los dos diarios, aunque, en aras de enriquecer el archivo de la investigación, también hemos recurrido a otras publicaciones periodísticas de los dos países.

El análisis, expuesto a modo de narrativa, intenta mostrar diacrónicamente la manera como los discursos periodísticos representaron las responsabilidades nacionales frente a la producción, tráfico y consumo de drogas ilícitas, especialmente de cocaína. Se argumenta que las interpretaciones preferidas por estos periódicos sobre el narcotráfico y el consumo de drogas, como problema significativo en las relaciones entre los dos países, fueron moldeadas bajo el paradigma prohibicionista pero desde el valor de lo noticiable que prescribe la subordinación de los medios de referencia al 'interés nacional'. Así, el esquema nosotros/ellos 'nacionalista' del discurso periodístico apuntaló las explicaciones exculpatorias entre EEUU y Colombia desde la antesala y el origen mismo de la llamada 'guerra contra las drogas'.

PERIODISMO Y REPRESENTACIONES INTERCULTURALES

El periodismo contribuye significativamente al proceso social y discursivo de construcción de la 'realidad', al ofrecer propuestas de sentido -vale decir, representaciones- que configuran el repertorio de interpretaciones disponible a la opinión pública para encarar problemáticas sociales determinadas, talescomo las ofrecidas históricamente por la prensa colombiana y estadounidense sobre los fenómenos relacionados con las drogas ilícitas (3). En síntesis, del marco teórico del que partimos, nos interesa resaltar que el discurso periodístico se inserta en contextos sociohistóricos y culturales específicos, por lo tanto es necesario estudiarlo de manera situada, esto es en relación con espacios y momentos históricos concretos. Asimismo, para comprender la biografía cultural de las problemáticas sociales que ingresan a la agenda informativa, resulta crucial incorporar la dimensión diacrónica en el análisis discursivo de las construcciones mediáticas de la realidad (Carvalho, 2008).

Ahora bien, la mayoría de los estudios sobre las construcciones mediáticas, y en particular sobre el contenido y discurso periodístico, se enfocan en los acontecimientos y medios de un país, y por lo general desde una perspectiva sincrónica. Es más, las teorías más utilizadas sobre la producción de la información periodística, que intentan explicar cómo deciden los periodistas qué es noticia, están basadas en generalizaciones de estudios de casos realizados en Estados Unidos y Gran Bretaña (Wasburn, 2002); investigadores europeos y latinoamericanos, por su parte, han realizado diversos trabajos sobre el cubrimiento que los medios de sus países han hecho sobre determinados acontecimientos. Igualmente, la mayor parte de estos estudios se enfocan en el cubrimiento de los medios nacionales y locales de acontecimientos domésticos o, en menos casos, de sucesos en otras naciones que los involucran directamente.

En los años recientes, con la profundización de los procesos de globalización económica y mundialización de la cultura, las agendas públicas se han ido reformulando más allá de las sociedades nacionales, al tiempo que se transforman las jerarquizaciones de los acontecimientos y las clasificaciones sobre los ámbitos a los que éstos pertenecen. Como señala Martini, actualmente asistimos "a la formación de 'bloques de informaciones que no son clasificables o explicables como noticias sólo locales o sólo internacionales', y a los que se puede calificar de transnacionales (Colombo, 1997: 14); fenómenos como el sida, el narcotráfico, las amenazas al medio ambiente, las migraciones poblacionales o los conflictos fundamentalistas, por ejemplo"(Martini, 2000: 31).

La urgencia de bloques de informaciones trasnacionales en las agendas mediáticas, como los mencionados, no se refiere precisamente a problemáticas de origen reciente, pero sí a la profundización de los flujos interculturales en el mundo contemporáneo. Como advierte Ford (2001), es importante tener en cuenta que la elaboración y transmisión simbólica de problemáticas relacionadas con la interculturalidad no es dominio exclusivo del periodismo sino quetambién se presenta en otros géneros de la comunicación masiva y discursos derivados de la publicidad, la ficción, o en general con el infoentretenimiento. Las representaciones mediáticas sobre los otros que se construyen en estos discursos impacta de manera muy negativa el debate público sobre los problemas interculturales:

La ciudadanía se informa sobre la constitución y el desarrollo de uno de los puntos críticos más importantes de la cultura contemporánea a través de mediaciones discursivas (lingüísticas o audiovisuales) que no pertenecen al campo específico de la información dura y que por lo tanto producen cadenas de sentidos (relacionados con el imaginario, con los estereotipos, con los prejuicios, con los estigmas) muy diferentes a la información de base que es necesaria para la constitución de la opinión pública (Ford, 2001: 676).

Con todo, cabe recordar que el periodismo informativo, incluyendo al periodismo internacional en la prensa considerada como "seria", no ha escapado en la práctica, en el pasado y la actualidad, a las generalizaciones estereotípicas en la producción de imágenes y representaciones sobre los 'otros'. Más allá de la forma de reporte factual, sabemos que las noticias pueden entenderse como una forma de narrativa o relato que funciona de manera ritual o mitológica (Bird y Dardenne, 2009). El argumento clave del periodismo como narrativa estriba en que las noticias, por más 'frías' o 'coloridas' que sean en el uso del lenguaje, nos 'cuentan historias' sobre el mundo, las cuales consideradas en su conjunto contribuyen, como los mitos, a construir y confirmar el orden frente a la incertidumbre (Martín Barbero, 2009 [1978]). En ese sentido, sigue siendo muy pertinente, y más aún en el contexto actual, estudiar la contribución de las narrativas periodísticas en la construcción discursiva de problemas nacionales-internacionales y de representaciones interculturales.

En nuestro caso, para el análisis de la construcción periodística del narcotráfico y la "guerra contra las drogas" en Colombia, a partir del contraste del discurso del periódico El Tiempo con el del New York Times, resulta pertinente revisar los planteamientos de algunos estudios que han examinado la manera como los medios estadounidenses representan a otras naciones en las noticias internacionales, particularmente a los países del 'tercer mundo'.

Al respecto, Wasburn (2002) presenta varios estudios de caso que ilustran con detalle la continuidad en los medios estadounidenses de los valores de lo noticiable que H. Gans identificara a finales de la década del setenta (Deciding What's News, 1979). En la aproximación de la prensa estadounidense a los acontecimientos y problemáticas que tienen lugar en otros países, el etnocentrismo sobresale como valor-noticia dominante. Este valor de lo noticiable se expresa en la representación mediática de los Estados Unidos como la nación más importante y poderosa del mundo (Wasburn, 2002: 12). Además, como argumenta Said (2005), el cubrimiento que los medios estadounidenses realizan sobre los países extranjeros converge en un centro o consenso común, a partir del cual las organizaciones informativas y los periodistas asumen que actúan en nombre de la sociedad para la cual trabajan. Dicho consenso, que impone límites y presiones, no hay que entenderlo en términos deterministas, como si impusiera el contenido de las noticias de manera conspirativa, sino como resultado de la cultura de los medios de Estados Unidos:

Los medios de comunicación estadounidenses son diferentes de los franceses o los británicos porque las sociedades de dichos países son también muy diferentes, lo mismo que los públicos y las organizaciones y sus intereses. Cada reportero estadounidense tiene que ser consciente de que su país es la única superpotencia con intereses, y con medios para atender dichos intereses, que no tienen otros estados. La independencia de la prensa es algo admirable, ya sea en la teoría o en la práctica, pero casi todos los periodistas estadounidenses informan acerca del mundo con la conciencia subliminal de que la sociedad para la que trabajan participa de un poder estadounidense que, al ser amenazado por otros países, hace que la independencia de la prensa se subordine a lo que a menudo son sólo expresiones implícitas de lealtad y patriotismo o de mera identidad nacional (Said, 2005: 148-149).

El etnocentrismo también se expresa en la preferencia que los principales medios estadounidenses dan a las noticias domésticas y su relativo descuido a los eventos de otras naciones, a menos que involucren directamente a los Estados Unidos, en relación a los intereses de sus élites económicas, políticas o militares. Por tanto, suelen ser poco comunes las historias periodísticas de países foráneos en sí mismos, más allá de sus relaciones con los Estados Unidos, en las que se ofrezcan detalladas explicaciones de sus estructuras políticas e institucionales (Wasburn, 2002).

Los medios de comunicación estadounidenses tienden a interpretar las noticias globales de acuerdo a cómo se relacionan con los intereses norteamericanos (Graber 1993). El mundo es en primer lugar de carácter doméstico, y posteriormente se construye como global para las noticias estadounidenses. En contraste, por ejemplo, en la información periodística francesa el mundo se construye en primer lugar como global, y luego como doméstico (Cook 1991). Las noticias francesas tienden a examinar un evento desde la perspectiva o contexto en el que ocurre. Los medios de comunicación estadounidenses son incapaces de interpretar los acontecimientos por fuera de sus fronteras, y por ello consultan nuevamente a los expertos --en este caso, los funcionarios del gobierno-para sustentar estas interpretaciones (Bashri, 2012: 216. La traducción es mía).

En suma, la política exterior de los Estados Unidos orienta en buena medida el enfoque del cubrimiento periodístico sobre otras naciones. Las fuentes oficiales del gobierno (especialmente del Departamento de Estado, la Casa Blanca, y el Pentágono) son las más consultadas por los periodistas norteamericanos para producir historias relacionadas con los países extranjeros (Bashri, 2012). Bajo esta condición resulta "inevitable que los medios de comunicación estadounidenses recojan información sobre el mundo exterior en un marco dominado por la política gubernamental" (Said, 2005: 149).

Como se puede apreciar, existe un campo de estudios y reflexiones que han documentado las principales tendencias que se registran en los medios estadounidenses cuando construyen noticias sobre otros países. Sin embargo, son menos comunes las investigaciones sistemáticas sobre la representación periodística de los Estados Unidos en los medios de comunicación de diferentes países, y particularmente en América Latina. Si bien el etnocentrismo es un valor dominante en la información periodística internacional de los medios estadounidenses, el valor noticia del 'nacionalismo' también tiende a guiar, en determinadas coyunturas, la construcción de noticias en la prensa de referencia dominante de países latinoamericanos en las relaciones con los Estados Unidos, tal como se puede verificar en el estudio de caso que se presenta a continuación.

LAS DROGAS COMO "PROBLEMA QUE VIENE DE AFUERA"

Como impulsor mundial del paradigma prohibicionista y el enfoque de la guerra contra las drogas, el gobierno estadounidense ha sido una referencia omnipresente en la definición discursiva del 'problema droga' más allá de sus fronteras nacionales. A comienzos del siglo XX, en Estados Unidos la asociación pública del consumo de ciertas drogas con minorías extranjeras y étnicas (por ejemplo: el opio fumado con los chinos; la marihuana con los mexicanos; la cocaína con los negros) jugó un papel muy importante en la formulación de las políticas prohibicionistas internas y externas de ese país (Musto, 1993). A la par de la consolidación del paradigma prohibicionista-punitivo, el consumo de drogas llegó a ser considerado fundamentalmente como un rasgo anti-norteamericano, propio de sociedades incivilizadas, 'pre-modernas'(Weimer, 2011).

Con referencia al contexto político-cultural estadounidense de comienzos de la década de los setenta, es muy pertinente el análisis de la metáfora de las drogas como enfermedad en la formulación de la política antinarcóticos doméstica e internacional de la administración Nixon. Weimer (2011) argumenta que la metáfora fue adoptada tanto para dar paso al discurso médico en el control de la adicción así como para apuntalar la definición del problema como anti-norteamericano y anti-moderno; en breve, una contagiosa enfermedad originada en el exterior.

En efecto, las autoridades norteamericanas temían que el regreso de los soldados de la guerra en Vietnam expandiría la adicción a la heroína y el crimen en los Estados Unidos; temor que era amplificado en historias alarmantes publicadas en los medios de comunicación. Los test de orina para identificar a los soldados consumidores de heroína antes de su regreso a los Estados Unidos, así como un programa federal de mantenimiento con metadona, contribuyeron a construir y mantener una identidad moderna estadounidense anti droga (ilegal), al identificar a una población de individuos como una amenaza para el país y establecer una barrera entre el comportamiento normal y el patológico (Weimer, 2011: 65-66). Al mismo tiempo, en esa coyuntura, la metáfora de la enfermedad fue utilizada por los gobiernos de Nixon y Ford para justificar su política exterior de interdicción contra la producción y tráfico de drogas en el sudeste asiático y, posteriormente, en América Latina.

Tal como lo sugiere Gootenberg (2008), en la expansión de la demanda y tráfico de cocaína en los Estados Unidos contribuyeron de manera decisiva las estrategias 'antinarcóticos' de Nixon, que se enfocaron preferentemente en la producción de heroína en el sudeste asiático y de marihuana en México. A esto se sumó, la imagen de 'droga inocua' y 'glamurosa', consumida por personas famosas y adineradas, con la que se solía representar a la cocaína en los setenta, una sustancia integrada al consumismo, no una droga de la 'contra-cultura' de la década anterior (Gootenberg, 2008: 312). Aun así, en los setenta, claramente desde 1972, en la política antidrogas de los Estados Unidos, así como en el cubrimiento de la prensa estadounidense, la cocaína comenzó a ser percibida como un problema que se originaba en Suramérica, y particularmente en Colombia.

LA 'CONTAMINACIÓN' DE LOS "GRINGOS JIPIS"

A comienzos de los setenta, en Colombia el consumo de marihuana y cocaína era percibido, como se registra en los textos periodísticos de la época, igualmente como un problema que venía de afuera, pero en este caso como una peligrosa 'moda' copiada de los Estados Unidos. Ya hacia finales de la década de los sesenta, algunas informaciones y comentarios periodísticos comenzaban a advertir que el consumo de drogas ilícitas había dejado de ser monopolio de los sectores lumpenizados de la sociedad. Se planteaba con preocupación en informaciones y comentarios periodísticos que estudiantes de colegios colombianos habían sido atrapados por el peligroso vicio de las drogas y la "hierba maldita" por un efecto de imitación con lo que estaba sucediendo con sectores de jóvenes de clases medias en los Estados Unidos. Entrados los años setenta la representación del consumo de drogas en Colombia tuvo entre sus elementos centrales el "descubrimiento" periodístico de los 'hippies criollos'(Peñaranda C, 2010).

Así como en principio el consumo fue representado como una invasión de costumbres foráneas, la producción y la conexión del país con el tráfico internacional de drogas ilícitas se percibió fundamentalmente como un mal que venía animado por agentes externos. En los primeros años de la década, la percepción de los hippies como una invasión no se redujo a relacionarlos con el aumento de consumo de sustancias como marihuana, hongos y LSD. Los hippies, estadounidenses particularmente, fueron asociados en los textos de la prensa, que circulaban en los primeros años de la década, con el impulso en el país del tráfico internacional de drogas ilícitas. De esta manera se continuaba identificando a los consumidores con los traficantes, tal como era usual durante la década de los años sesenta.

Un informe especial de la sección local del periódico bogotano El Espectador de abril de 1972, es ilustrativo al respecto. En las primeras líneas del informe periodístíco puede leerse, bajo el subtítulo "Invasión de hippies drogadictos":

En Bogotá hay datos abrumadores sobre la presencia de "hippies" extranjeros, especialmente provenientes de los Estados Unidos, que están dedicados al intercambio de estupefacientes, según revelaciones hechas durante una rueda de prensa por el mayor Jaime Ramírez Gómez, jefe del F-2 de la policía local. "Estamos alarmados ante la creciente visita de los 'hippies' a Colombia porque ellos vienen aquí a intercambiar LSD y otros alucinógenos a cambio de cocaína y marihuana" (…) el oficial de la policía que hizo la revelación, calculó que en cinco meses han llegado a nuestro país un número de unos siete mil individuos, muchos de los cuales traen como misión no pregonar aquello de "amor y paz" sino de practicar una especie de trueque de lo que se ha constituido en el peor azote de la juventud (García, 1972: 4d).

En el texto la fuente policial advertía que "el criminal trueque" se estaba dando en todo el país y no solamente en la capital. A la vez, añadía que su despacho había tenido que entrar en contacto con "el Departamento de Estupefacientes de los Estados Unidos" con el fin de reducir al mínimo la llegada de estos "emisarios". Uno de los obstáculos en ese objetivo, argüía el oficial, radicaba en que por una serie de tratados, los nacionales estadounidenses podían ingresar al país sin visa, y esto les facilitaba la llegada a los señalados invasores. En enero de ese año el periódico El Tiempo había dado la primicia que, tras el suicidio en Barranquilla de una hippie norteamericana, la policía había puesto al descubierto una red internacional de "tráfico de drogas heroicas" en la costa Atlántica, a partir de los nombres y direcciones que la mujer tenía anotados en su agenda (El Tiempo, 1972b).

Desde finales de 1971, pocos meses después de que Nixon anunciara el lanzamiento de la 'guerra contra los narcóticos', venían aumentando las noticias en la prensa colombiana sobre las 'redes internacionales' de traficantes que operaban en Colombia. El Tiempo, en un editorial de febrero de 1972, se auto-presentaba como el develador de la situación problemática que implicaba al país. El texto destacaba que gracias a las investigaciones de dosredactores del diario se había logrado conocer públicamente detalles del auge que alcanzaba por esos días en el país el " peligroso tráfico de drogas heroicas y sus devastadoras consecuencias en la sociedad". Conectando los hechos recientes, el editorial llegaba a la conclusión que Bogotá se había convertido en el epicentro del tráfico mundial de drogas, pero con la salvedad-se advertía-- que toda Latinoamérica estaba involucrada:

Hechos hasta cierto punto espectaculares de los últimos días, que van desde el suicidio y las revelaciones de una joven hippie norteamericana residente en Colombia, hasta la captura de varios connacionales en aeropuertos del exterior, varias mujeres entre ellos, por dedicarse al clandestino comercio, no sólo demuestran la gravedad de lo que se reveló en nuestras columnas, sino que han venido a establecer la triste conclusión de que Bogotá es el epicentro del tráfico de estupefacientes entre los continentes asiático y europeo con los Estados Unidos, y que Latinoamérica toda es centro propicio para la propagación criminal de tales productos tóxicos en gran escala, manejada por poderosas "mafias" de alcance internacional (El Tiempo, 1972a: 3a).

A pesar de la constatación del creciente involucramiento de Colombia en el tráfico internacional de drogas, permanecia una representación del país, en esos momentos, como puente que conectaba a polos externos, el de los países productores y consumidores. No obstante, para el editorial de El Tiempo, la magnitud del problema ameritaba el desarrollo de una gran cruzada nacional, que permitiera superar, lo que se consideraba en este texto y en las noticias del periódico, como recursos insuficientes con que contaban las autoridades policiales para enfrentarlo.

En 1974, cuando ya era conocida la centralidad de Colombia en el tráfico de cocaína, permanecía aún en algunos textos periodísticos el señalamiento de que el negocio ilegal en el país era encabezado por hippies estadounidenses. Así, por ejemplo, un reportaje firmado por uno de los reporteros más prestigiosos de El Tiempo, denunciaba que el municipio de San Agustín en el departamento de Huila --uno de los pueblos del país que atrae el mayor número de visitas de turistas extranjeros-- había sido invadido por un grupo de "vagabundos", que estaban "contaminando" a los campesinos. El reportaje hacía eco de las denuncias del acalde del pueblo:

Estos grupos, compuestos generalmente por norteamericanos, son una minoría que "permanece constantemente violando las leyes" a la vez que no hay autoridades que se opongan a sus fechorías. El alcalde llegó allí en septiembre y advirtió que San Agustín era "tierra de nadie". Anteriormente ningún funcionario se había opuesto al grupo de traficantes y homosexuales, que permanecían en el lugar sin siquiera una visa de turismo, en algunos casos (…) "Pero esto era lo menos grave: se estableció que los jipis gringos, que ahora nos inundan como cáncer, estaban dedicados al cultivo de marihuana y al procesamiento de cocaína. A la falsificación de dólares, al homosexualismo, al nudismo, y al atropello de algunos campesinos de la región" (Castro Caycedo, 1974: 7b. Las negritas son mias).

La noticia generada por las denuncias del alcade de la población resonó más allá de la prensa local y fue referenciada en las páginas del New York Times (Howe, 1974). El evento de la expulsión de 25 estadounidenses de San Agustín era explicado en el periódico neoyorquino como parte del endurecimiento que desde 1973 se registraba en las leyes antidroga en Colombia y de una nueva campaña contra traficantes y consumidores emprendida por lapolícía teniendo como foco los principales sitios turísticos del país. Hasta entonces, se plantea en el texto, Colombia era considerada como el paraíso hippie de América Latina; "las personas venían aquí por su clima agradable, la amabilidad de su gente, el bajo costo de vida, los ricos monumentos históricos, los variados paisajes naturales, y las relajadas leyes de drogas así como la barata y accesible oferta" (Howe, 1974: L17. La traducción es mía)(4).Sin embargo, se advertía que durante los últimos meses, a partir de la promulgación del Estatuto Nacional de Estupefacientes por el gobierno de M. Pastrana (1970-1974), la situación había cambiado hasta el punto que, se describía críticamente en el texto, solamente el hecho de ser joven de pelo largo en Bogotá era objeto de un interrogatorio policial y los turistas norteamericanos que regresaban a su país levantaban sospecha en los aeropuertos de estar llevando consigo drogas. El texto del Times claramente expresaba su empatía por los jovenes estadounidenses estigmatizados en Colombia como traficantes de drogas.

Desde 1972 El Tiempo comenzó a publicar reiteradamente noticias de agencias internacionales sobre colombianos capturados en el exterior por tráfico de drogas, pero con mayor despliegue se destacaba en las páginas del periódico noticias de fuente policial sobre norteamericanos capturados al intentar salir con droga de Colombia. En este tipo de noticias los extranjeros capturados por lo general eran presentados como traficantes internacionales o miembros de redes importantes de distribución, si bien en algunos casos se reconocía que se trataba de intermediarios o traficantes menores; de "mulas", término que sefue extendiendo para referirse a quienes transportan las droga en su equipaje o cuerpos, especialmente a las mujeres. En las secciones locales del New York Times, por su parte, frecuentemente se publicaban noticias breves, sin mayores destacados, sobre ciudadanos estadounidenses que eran detenidos en los aeropuertos a su regreso de vuelos provenientes de Colombia.

LA CORRUPCIÓN COMO CONEXIÓN INCULPADORA

En marzo de 1972 el New York Times registró que la política exterior antidrogas de Nixon estaba fortaleciendo la estrategia de "control en la fuente" en varios países de Latinoamérica, por el temor de que los traficantes internacionales estaban priorizando las rutas desde la región para el envío de drogas a EEUU (Novitski, 1972). En octubre de ese año un cable de la agencia UPI informó que se había dado un gran golpe al tráfico internacional de heroína entre los Estados Unidos y Europa, gracias a una acción conjunta de las autoridades policiales estadounidenses y francesas, así como a la colaboración de las divisiones antinarcóticos de otros países. En ese tráfico internacional de heroína entre Francia y Estados Unidos se señalaba que varios países de Suramérica cumplían el papel de ser el "puente principal", tal como lo había planteado un informe del Congreso estadounidense del año anterior. Ahora, se afirmaba, que prácticamente se había liquidado esa conexión (UPI, 1972)(5).

Los resultados en la política de interdicción de la heroína proveniente de Europa, vía Suramérica, comenzaron a ser resaltados por los oficiales norteamericanos en sus declaraciones a los medios sobre la necesidad de fortalecer las estrategias de control de la fuente en los países latinoamericanos. Tras el golpe militar en Chile contra el presidente Allende, las acciones emprendidas por la junta militar contra la producción y tráfico de cocaína en esepaís también fueron resaltadas por las fuentes oficiales estadounidenses como ejemplo de compromiso y éxito en la lucha contra las drogas (6). A mediados de la década, México había remplazado a Francia como fuente principal de la heroína consumida en el mercado estadounidense, al tiempo que la creciente demanda de cocaína en Estados Unidos era suplida en su totalidad desde Suramérica. En ese contexto, en abril de 1975, el New York Times publicó un informe especial, en cuatro entregas con amplio despliegue en la primera plana y en páginas interiores, sobre el tráfico de drogas desde Latinoamérica hacia los Estados Unidos. El dossier era el resultado de una investigación realizada durante dos meses en ocho países latinoamericanos. El despliegue en la investigación periodística en los países latinoamericanos se justificaba claramente desde laóptica de interés de un problema que afectaba a los Estados Unidos. En la primera entrega el titular afirmaba contundentemente que los "Latinos son ahora los líderes del tráfico de drogas duras", y advertía de entrada que los traficantes operaban con inmunidad en sus países de origen:

En los dos últimos años, América Latina se ha convertido en la principal fuente de drogas duras que entran a los Estados Unidos. Gran parte de esta oferta es controlada por redes de empresarios y profesionales, con un creciente poder tanto económica y políticamente, a tal punto que ellos pueden operar con virtual inmunidad al arresto y el enjuiciamiento (Gage, 1975b: 1. La traducción es mía)(7).

El texto representa el origen del problema, en términos generales, en la precariedad de los estados de los países latinoamericanos, signados por la corrupción. Así, en el dossier se resalta reiteradamente la complicidad de las autoridades gubernamentales, judiciales, policiales y militares de los países latinoamericanos con el tráfico de drogas. Para caracterizar a las regiones productoras de drogas en Latinoamérica el texto apela a la socorrida imagen del lejano oeste, de "territorios sin ley". Ahora bien, la forma de operar los traficantes en connivencia con las autoridades se expone en el informe con matices para los países cubiertos. En el caso de Colombia, se afirma en el texto que la corrupción como favorecedora del tráfico de drogas es un problema fundamentalmente del sector judicial, a tal punto que en el país, "los jueces se pelean para tomar casos de los traficantes, ya que saben sobre las altas ganancias involucradas"(Gage, 1975b: 25).Aquí el texto del Times asumía una versión reiterada por las fuentes policiales en la prensa colombiana, las cuales denunciaban que pese a su eficacia en capturar a traficantes de drogas, éstos eran absueltos impunemente y dejados en libertad por los jueces.

El informe especial del Times señala otros factores que habían venido a configurar el liderazgo de los latinos en el tráfico de drogas. El incremento en la incautación de alijos de cocaína en un 700 por ciento desde 1969 en los Estados Unidos es un indicador, se argumenta en el texto, de la creciente popularidad del consumo de esta droga que se había convertido en la más fashion por ser "menos costosa que la heroína, no ser físicamente adictiva y su reputación como estimulante sexual" (Gage, 1975b: 26).

A propósito de la representación de la sustancia en cuestión, que circulaba por entonces en los textos periodísticos, cabe referirse a modo de paréntesis,a un reportaje que la revista dominical del New York Times había publicado en septiembre del año anterior, titulado " Cocaína, la champaña de las drogas", en el cual se exponía con detalle la representación de las propiedades mencionadas de la cocaína, que la hacían la droga ilícita de moda en Estados Unidos desde finales de los sesenta. También este reportaje se ocupaba de la descripción del proceso de producción ilegal de la droga en Suramérica. Al respecto señalaba que la pasta de coca era enviada desde Perú y Bolivia hacia los centros de procesamiento en el norte de Argentina y Chile o en el sur de Colombia. En un fragmento del texto se ofrece una representación bastante generalizadora al caracterizar el poderío de los colombianos involucrados en la producción de cocaína y sus conexiones internacionales para traficar la mercancía ilícita: "Muchos intermediarios colombianos tienen sus propios laboratorios y químicos, un sistema de distribución que incluye mensajeros, personal de líneas aéreas y de embarcaciones,así como a clientes mayoristas en los Estados Unidos, México, Panamá y Europa" (Crittenden y Ruby, 1974: 17. La traducción es mía) (8).

Volviendo al análisis del dossier especial del Times de abril de 1975, basándose en fuentes de la DEA, se afirmaba que la mayor parte de la cocaína consumida en Estados Unidos venía de Colombia, y que entre el 60 y el 80% de las organizaciones criminales que traficaban con esta sustancia eran colombianas. En uno de los artículos se reseña con más detalle la "Organización de los Herrera", con sede en Cali, considerada por entonces como una de las principales proveedoras de cocaína a Nueva York. Como indicativo del poderío de la organización en el texto se menciona que el jefe de la organización, Benjamín Herrera, había logrado escapar en 1970 de una cárcel federal de Atlanta, donde cumplía una condena de cinco años por intentar ingresar heroína a los Estados Unidos (New York Times, 1975). Después de escapar, Herrera había regresado a Colombia, "que es uno de los países latinoamericanos que no extradita a sus propios ciudadanos". Sin embargo, según el relato del periódico, Herrera cometió "el error" de viajar a Perú, donde fue recapturado e inmediatamente extraditado a Estados Unidos; desde entonces el traficante colombiano se encontraba nuevamente recluido en la prisión de Atlanta. De acuerdo con las fuentes de la DEA consultadas por el periodista norteamericano, el liderazgo de la organización había sido tomado por Gustavo Herrera, hermano de Benjamín. En la conclusión del artículo, se volvía a insistir en el argumento de que los traficantes, como los de esta organización, operaban con tranquilidad gracias a la corrupción de los jueces colombianos, como se indicaba en el artículo principal, pero también por la protección brindada por autoridades políticas y policiales, así como la confluencia con diferentes actores poderosos de la sociedad colombiana:

Es poco probable que una organización tan grande como la de los Herrera pueda funcionar sin que cuente con protección policial y política. Las autoridades afirman que entre los protectores de la organización se encuentran no sólo funcionarios influyentes en la policía, las aduanas y el poder judicial, sino también varios miembros destacados de la sociedad colombiana que han invertido en el lucrativo negocio de la cocaína (New York Times, 1975: 26. La traducción es mía)(9).

En los días siguientes, El Tiempo de Bogotá respondió al dossier del periódico norteamericano con un conjunto de textos. Una nota de agencia resumía el primer informe del Times(UPI, 1975). Mientras que un pequeño reportaje basado en las fuentes policiales colombianas encargadas de combatir el tráfico (El F2 y el DAS), destacaba, nuevamente, las dificultades que éstas expresaban en términos de las limitaciones de recursos económicos, en comparación con los de los traficantes, para el desarrollo efectivo de su actividad (Perez, 1975). En una nota del corresponsal de Cali se cuestionaba la precisión de la información del Times sobre Benjamín Herrera, así como las contradictorias versiones de las autoridades locales sobre los hechos que llevaron a su captura:

(…) Las autoridades locales dijeron hoy que la detención del 'Negro' Herrera se efectuó en Nueva York, pero hace dos años presentaron una versión distinta. Informaron que había sido arrestando en Cali por agentes del FBI y llevado en forma arbitraria violando las leyes colombianas, a Estados Unidos (…) [según fuentes oficiales colombianas] la organización del Negro Herrera' fue desbaratada, tras la explosión del laboratorio [en 1973] que puso al descubierto sus actividades. Sin embargo, el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), comenzó una investigación especial en relación con el tardío informe del periódico neoyorquino (Romero, 1975: 6a).

Frente a los cuestionamientos formulados en la prensa norteamericana sobre el crecimiento del tráfico de drogas en Colombia, las autoridades colombianas reaccionaron generando noticias, como fuentes privilegiadas en la prensa local, que destacaban sus éxitos en la lucha contra las drogas. Esta tendencia identificada se profundizó en la segunda mitad de la década de los setenta.

LA CONEXIÓN 'AMERICANA': "ELLOS SON LOS QUE CORROMPEN"

Así, desde mediados de los años setenta la representación en la prensa colombiana sobre el narcotráfico tendió a oscilar entre el señalamiento de que el país se había convertido en el principal responsable del continente en la producción y el tráfico ilícito de marihuana y cocaína, y la positiva auto representación de las autoridades nacionales que se mostraban como las más comprometidas a nivel mundial en la cruzada contra las drogas (Peñaranda C, 2010: 325). En esta construcción confluye el interés funcional de las autoridades por mostrar resultados en la interdicción, con los valores de lo noticiable de los periodistas para tratar de llamar la atención de sus lectores con "golpes históricos" --"sin precedentes"-- en la naciente guerra contra las drogas.

De este modo, las autoridades nacionales encargadas de reprimir el fenómeno respondían con discursos de auto justificación llegando a plantear que Colombiamás que el 'paraíso de los narcotraficantes' era un modelo mundial de éxitos en la lucha contra las drogas (10). Por ese entonces, el tema de las drogas comenzaba ya a ser prioritario en la agenda de las relaciones entre los gobiernos de Colombia y Estados Unidos. En septiembre de 1975 el presidente colombiano López Michelsen tuvo un encuentro oficial en Washington con el mandatario estadounidense Gerard Ford con el fin de discutir el notable incremento del tráfico de cocaína entre Colombia y Estados Unidos. Un reporte del New York Times, previo a la visita, resumía las declaraciones que el presidente colombiano había dado a los medios en las que acusaba directamente a los Estados Unidos como responsable del problema de la corrupción asociada al crecimiento del narcotráfico en Colombia:

En días recientes [López Michelsen] acusó a los intereses norteamericanos de querer convertir a Colombia en una guarida de traficantes de drogas y ha dicho que desde las guerras del opio entre Gran Bretaña y China, en el siglo XIX, la codicia occidental no había sido responsable de tanta corrupción. Esta semana López señaló que, en su opinión, el tráfico se originó, se organizó y se financió en los Estados Unidos y que por tanto es en los Estados Unidos donde esto debe detenerse (...) 'No podemos invadir a los Estados Unidos con nuestra cocaína, a menos que haya una conexión estadounidense', dijo (Butson, 1975: 10. La traducción es mía)(11).

De acuerdo con informaciones periodísticas colombianas, en la visita López Michelsen también responsabilizó a las autoridades norteamericanas de "convertir a Colombia en trampolín del tráfico de drogas por no entregar suficientes recursos para esta lucha" (Colombia Press, 1975: 23).Tras ese encuentro, los dos gobiernos propusieron una lucha conjunta contra el tráfico de drogas ilícitas. Como se ha mencionado, la "falta de recursos" era uno de los argumentos centrales en la (auto) representación de las autoridades colombianas encargadas de la represión de la producción y tráfico de drogas ilícitas, lo cual, sin embargo, no era obstáculo para que simultáneamente mostraran reiterados éxitos, informados en la prensa. A mediados de la década el argumento superó el escenario nacional, para volverse uno de los nudos centrales del discurso del gobierno colombiano, y reproducido en los textos periodísticos, en la agenda de las relaciones con el principal mercado consumidor de cocaína, los Estados Unidos.

En la prensa colombiana las características de las representaciones frente a la producción y tráfico de drogas ilícitas esbozadas se acentuaron en los siguientes años de la década del setenta, aunque la visibilidad periodística se dirigió prioritariamente, a partir de 1976, a la producción y tráfico de marihuana en la costa norte colombiana. Las noticias sobre la incautación de "mares de marihuana" se hicieron más recurrentes en esa región del país, y, desde luego, con más hectáreas, matas y toneladas que en los años previos (Peñaranda C, 2010). Ahora bien, la visibilidad adquirida por la "bonanza marimbera" llevó a que ya no fuese sostenible el planteamiento, común a comienzos de la década, de que el rol del país en el tráfico ilícito internacional se limitaba a ser 'puente', entre los centros productores y consumidores mundiales. La provisión de heroína desde Europa, a través de Francia, hacia los Estados Unidos, era ya vista como cosa del pasado. El papel de Colombia como uno de los más importantes productores de marihuana se hizo más visible a nivel nacional e internacional tras las intensas campañas de erradicación desarrolladas en México desde 1975, mediante fumigaciones con el auspicio de los Estados Unidos.

La mayor visibilidad de la bonanza de la marihuana en Colombia no implicó que el negocio de la cocaína se hubiese estancado. En una conferencia internacional organizada por la DEA en Panamá a mediados de 1976, Colombia fue señalada nuevamente como el principal centro mundial para el procesamiento y tráfico de esa droga (El Tiempo, 1976). A pesar de esto, la representación del país en relación con el problema a escala internacional siguió oscilante entre tales señalamientos y la afirmación de que las autoridades colombianas eran las líderes mundiales en la lucha contra las drogas. Por ejemplo, a la vez que en dicha conferencia se planteó que en el país estaban ubicados los más grandes laboratorios clandestinos para el procesamiento de cocaína, así como los principales puntos de embarque hacia los Estados Unidos, según la noticia del evento que publicó El Tiempo, "trascendió que las más exitosas y cuantiosas capturas son las efectuadas por las autoridades colombianas, auténticas 'mayoristas' en la actividad represiva, ante las cuales las de otros países parecen cifras 'al detal'" (El Tiempo, 1976: 6a)(12).

El final del periodo del gobierno de López Michelsen (1974-1978) estuvo signado por la tensión con los Estados Unidos en relación con el tema de las drogas ilícitas, tal como lo registraron con gran despliegue los medios colombianos. En esta coyuntura se acentuaron las voces nacionales, reproducidas en los textos periodísticos, que representaban a Colombia como una víctima de los consumidores y mafias norteamericanas. El punto álgido de esa tensión se presentó entre marzo y abril de 1978 con la divulgación en diferentes medios periodísticos estadounidenses de versiones, según las cuales la corrupción gubernamental y política en Colombia era el principal motor del tráfico creciente de drogas realizado desde el país.

En los primeros meses de 1978 en la prensa norteamericana circularon varias informaciones que llamaban la atención sobre el auge que estaba teniendo el tráfico de drogas ilícitas desde Colombia. Y mientras la prensa colombiana venía concentrando su mirada en la 'bonanza marimbera' de la costa atlántica, los medios norteamericanos destacaban el "emporio ilegal" montado por los traficantes colombianos de cocaína en algunas ciudades de los Estados Unidos. Si bien desde años atrás, como vimos, se reconocía en informaciones periodísticas colombianas y norteamericanas como un hecho que Colombia era la fuenteprincipal de donde provenía la cocaína consumida en los Estados Unidos, un informe publicado en la edición dominical del 19 de marzo de 1978 del New York Times desencadenó el rechazó de las élites políticas y periodísticas colombianas. El texto del corresponsal del Times sugería, nuevamente, la corrupción política en el país latinoamericano como una de las principales causas en las que descansaba el prospero negocio ilegal:

El impacto [del narcotráfico] en Colombia ha sido grave, lo cual genera dudas sobre el futuro de la democracia de la nación. Los traficantes de drogas no sólo se han convertido en una nueva y poderosa clase económica (...) sino también en una poderosa fuerza política, con colaboradores corruptos en casi todos los niveles de gobierno (Vidal, 1978: E2. La traducción es mía)(13).

Los representantes de las autoridades colombianas respondieron airadamente a este tipo de acusaciones. Así, en la primera página de El Tiempo, el Ministro de Defensa, que tres años atrás había sido acusado por la revista colombiana Alternativa de tener vínculos con el negocio ilícito, esta vez conjeturaba, señalando que, "si en los EEUU el mercado de la droga se agota, 'obviamente se acaban las siembras' y la fabricación del producto en los países suramericanos; 'Ellos son los que corrompen'"(El Tiempo, 1978a: 1). Por su parte, el jefe del DAS ampliaba la respuesta del ministro, afirmando que varios senadores y otras autoridades norteamericanas "habían intercedido por la liberación de narcotraficantes de Estados Unidos capturados en Colombia [Mientras que] en Colombia, los funcionarios policivos y judiciales que se han dejado corromper por el halago de las mafias estadounidenses han sido sancionados severamente" (El Tiempo, 1978a: 1). En los medios nacionales las autoridades colombianas respondían nuevamente con la producción de noticias que destacaban sus éxitos en la lucha contra los narcotraficantes. Así, a partir de abril de 1978, fueron más recurrentes este tipo de informaciones periodísticas, en las que además comenzó a darse más énfasis al involucramiento de estadounidenses en el tráfico de drogas realizado en el país.

Esta reacción se profundizó pocos días después de que en la emisión del 4 de abril de 1978 el prestigioso programa de periodismo investigativo 60 minutos, de la cadena CBS, revelara un informe secreto del asesor especial sobre narcóticos del gobierno de J. Carter. El informe, conocido como el memorando Bourne, mencionaba en uno de sus apartes que dos ministros del gobierno colombiano estaban involucrados en ese tráfico ilegal, así comoun sobrino de Julio César Turbay Ayala, candidato liberal a la presidencia. La noticia construida en los medios colombianos sobre la emisión de60 minutos fue presentada como una conspiración de la 'prensa gringa' contra Colombia. Incluso se llegó a interpretar que el "montaje" de 60 minutos se había dado en represalia por las declaraciones del presidente López y de algunos de sus ministros, citadas atrás. El presidente colombiano insistió, en entrevista concedida al mismo programa de la CBS, en que "no somos nosotros los que estamos corrompiendo a los norteamericanos sino que son éstos los que nos corrompen a nosotros" y rechazó las acusaciones contra sus ministros y al candidato liberal, señalando que estas carecían de fundamento y estaban basadas simplemente en chismes(El Tiempo, 1978b: 8a). En el Senado colombiano se aprobó una declaración que decía protestar "enérgicamente por las tendenciosas informaciones que periodistas estadounidenses han hecho en contra del prestigio internacional de nuestro país, involucrando con malicia y perversidad a altísimas personalidades que honran a la nación" (El Colombiano, 1978: 8a).

Contra la corriente de opinión generalizada de esa coyuntura, el columnista Daniel Samper, del periódico El Tiempo, valoró el reportaje de 60 minutos como ajustado a las expectativas éticas y profesionales del periodismo; pero, argumentaba que la mayoría había protestado sin conocer el programa completo en el que se hacía, más que una denuncia contra Colombia, una crítica a la política estadounidense contra la cocaína:

No sólo se opinó a tientas sobre el informe de la CBS en torno a la conexión colombiana con narcóticos, sino que lo que se publicó del mismo es aún incompleto (…) En esta introducción, que todavía no ha sido conocida por los colombianos, no hay "perfidia contra Colombia" ni "malevolencia promovida por oscuros intereses", ni nada de esas cosas que a veces nos imaginamos los colombianos por algún curioso delirio persecutorio (Samper Pizano, 1978: 5ª).

Sin embargo, en la visión dominante de los medios y políticos colombianos el programa de la CBS había sido una conspiración de la prensa gringa contra nuestro país. Se insistía, como lo dijo el presidente López y el ministro Varón, que "los que corrompen son ellos".

CONCLUSIONES

Con la llegada de Turbay Ayala a la presidencia de Colombia (1978-1982) la tensión con el gobierno de Estados Unidos se fue disipando, especialmente, cuando el nuevo mandatario colombiano, a tres meses de haberse posesionado, ordenó la militarización de la represión contra la producción y tráfico de marihuana en el departamento de La Guajira (Tokatlian, 1991). En el periodo de análisis que aquí abarcamos (1971-1978), el cual se puede considerar como laantesala de la militarización de la guerra contra las drogas en Colombia, la versión de El Tiempo de Bogotá entró varias veces en conflicto con la del New York Times a la hora de representar el tema en las relaciones entre Estados Unidos y Colombia, a pesar de que ambas construcciones periodísticas estuvieron en sintonía con el paradigma prohibicionista.

El New York Times destacó desde inicios de la década la extensión de la corrupción en todos los niveles del estado colombiano, como el principal factor explicativo de la expansión del narcotráfico en este país latinoamericano. Esta representación no implicó necesariamente la negación de la demanda de droga en los Estados Unidos como impulsor del problema del narcotráfico en Colombia, pero la corrupción de las autoridades fue tematizado como un asunto exclusivamente colombiano (no estadounidense). Si bien en ocasiones el periódico se preocupó por el desarrollo de investigaciones periodísticas propias en Colombia sobre la producción y tráfico de cocaína, destacando en este país a sus corresponsables, el marco interpretativo del periódico confluyó con las versiones de las fuentes oficiales norteamericanas. En ese sentido, la aproximación del New York Times hacia Colombia, en el tema de las drogas ilícitas, estuvo animado fundamentalmente por los intereses de la política exterior antinarcóticos estadounidense.

Para El Tiempo de Bogotá, la demanda de marihuana y cocaína por parte de los consumidores estadounidenses permaneció, durante el periodo analizado, como la principal explicación del impulso del narcotráfico en Colombia. El periódico apeló al valor noticia del 'nacionalismo, plegándose a la versión de las fuentes oficiales colombianas, como reacción a las informaciones periodísticas estadounidenses que señalaban la impunidad con que se desarrollaba el narcotráfico en Colombia.

El esquema nosotros/ellos del discurso periodístico, animado por el etnocentrismo y el nacionalismo como valor noticia, así como las explicaciones dualistas que contraponen oferta y demanda en el asunto estudiado, apuntalaron las explicaciones exculpatorias entre EEUU y Colombia desde la antesala y el origen mismo de la llamada 'guerra contra las drogas', tal como se pudo verificar en esta lectura diacrónica de textos tomados de la prensa de referencia dominante de ambos países.


1. El planteamiento según el cual los colombianos no tuvieron una participación significativa en el tráfico de cocaína antes de los setenta (ver, especialmente, Gootenberg, 2008; Roldán, 1999)ha abierto un interesante debate para la historia y la aún incipiente historiografía del narcotráfico en Colombia. Recientemente, Eduardo Sáenz controvierte acerca de cuándo fue que realmente los colombianos comenzaron a involucrarse con el negocio de la cocaína: "La evidencia empírica proporcionada por los archivos judiciales norteamericanos, así como de la prensa periódica, confirma la existencia de redes colombianas relativamente sofisticadas desde los años 60, tanto en Nueva York como Miami"(Sáenz Rovner, 2011: 108-109).

2. Una detallada prueba de ello la ofrece el reciente estudio del historiador Weimer (2011), que analiza el marco conceptual bajo el cual las administraciones de Nixon y Ford concibieron y justificaron la política antinarcóticos estadounidense, particularmente las estrategias de control de la oferta implementadas para erradicar los cultivos ilícitos de amapola en tres países del 'tercer mundo', que por entonces constituían las principales fuentes de la heroína consumida en Estados Unidos: Tailandia, Birmania y México. En los discursos oficiales de cada uno de estos países, la producción y tráfico de drogas (opio y heroína) fue vinculada con grupos insurgentes que representaban, en diferente grado, una amenaza al poder estatal. De este modo, las estrategias antinarcóticos implementadas, moldeadas bajo los lentes norteamericanos de la modernización y la contrainsurgencia, fueron presentadas como necesarias para garantizar la seguridad interna de los estados nacionales (Weimer, 2011).

3. Entendemos la construcción periodística de la realidad como parte del proceso social más amplio de significación y como un producto cultural dinámico, en el que si bien intervienen los contextos específicos de producción de las noticias (el periodismo como campo, como formación discursiva específica, con sus culturas profesionales, rutinas y lógicas de producción específica) se inserta en el contexto-socio histórico más amplio de la sociedad. Al hacer parte de sociedades históricas concretas, para la producción de sus textos los periodistas necesariamente apelan a supuestos sobre qué es la sociedad y cómo funciona, si bien por lo general de manera implícita, a 'mapas compartidos' que articulan lo que suponen que sus lectores piensan y conocen sobre la sociedad (Hall et al., 1978; Schudson, 2005).

4. Cita original: " People came here for the generally warm weather, friendly people, inexpensive living, rich historical monuments and varied landscape, and the relaxed drug laws and cheap, accessible supplies ".

5. Una noticia de primera plana del New York Times de marzo del 73 reiteraba el desmantelamiento de la 'conexión latinoamericana' de la heroína proveniente de Europa: "Las autoridades federales anunciaron ayer la acusación formal de 19 reconocidos traficantes de heroína, vendedores al detal y mensajeros, así como el mayor golpe contra la 'conexión Latinoamericana"(Markham, 1973: 1).

6. Por ejemplo, en un dossier especial sobre el tráfico de drogas desde América Latina, se afirma, con apoyo de una fuente del Senado estadounidense: "Otro logro, mencionado por el Sr. Bachrach, fue el aniquilamiento de la producción de cocaína en Chile (...) El importante avance en la lucha contra el narcótico en Chile se produjo después del golpe militar contra el presidente Salvador Allende, dijo Bachrach. La junta militar aprobó la expulsión de 19 traficantes de Chile a Estados Unidos, donde tuvieron que enfrentar cargos sobre narcóticos, a pesar de ser ciudadanos chilenos" (Gage, 1975a: 26).

7. Cita original: " In the last two years, Latin America has become the major source of hard drugs entering the United States. Much of it is being supplied by rings controlled fay businessmen and professionals who have grown so politically and economically powerful that they can operate with virtual immunity from arrest and prosecution ".

8. Cita original: " Many Colombian middlemen have their own labs and chemists, a distribution system that includes couriers, airline personnel and seamen, as well as whole sale customers in the United States, Mexico, Panama and Europe ".

9. Cita original: " It is unlikely that an organization as large as the Herrerases could function without police and political protection. Authorities say the organization's protectors include not only influential officials in the police, customs and the judiciary, but also several leading members of Colombian society who have invested in the lucrative cocaine trade ".

10. Por ejemplo, en abril de 1975 en una noticia de El Tiempo se podía leer que "Colombia ocupa el primer puesto en el mundo en la eficacia de la represión del tráfico de estupefacientes" (El Tiempo, 1975: 9a).

11. Cita original: " In recent days he has accused North American interests of turning Colombia into a drug smuggler's den and has said that not since the opium wars between Britain and China in the 19th century has Western greed been responsible for so much corruption. This week Mr.López said that he believedthe smuggling was initiated, organized and financed in the United States and that it was in the United States that it must be stopped (…) 'We cannot invade the United States with our cocaine unless there's anAmerican connection,' he said ".

12. En esa misma conferencia los funcionarios de la DEA destacaron como modelo a Panamá en la cooperación para la captura y extradición de narcotraficantes. De igual forma se llamó la atención sobre la corrupción administrativa y política generada por el narcotráfico en los países de la región. El discurso de clausura corrió a cargo del entonces coronel Manuel Antonio Noriega, quien se desempeñaba como jefe del G-2 de la Guardia Nacional panameña. La misión de las autoridades que luchan contra las drogas, según las palabras de Noriega, reproducidas en la noticia de El Tiempo, " es un apostolado y tiene un profundo y trascendente sentido moral'. El militar panameño señaló que 'nuestra lucha es en defensa de la vida y de la digna condición del hijo del hombre' y expresó su satisfacción porque en estos veintitrés países participantes 'existen hombres con las manos limpias, como ustedes, que pueden manejar estos trabajos sucios' (El Tiempo, 1976: 6a). Trece años después, en diciembre de 1989, la invasión a Panamá por tropas estadounidenses fue justificada en nombre de la guerra contra las drogas por el gobierno de Bush con el fin de capturar a Noriega, entonces general y presidente panameño, acusado en los Estados Unidos por cargos de narcotráfico.

13. Cita original: " The domestic impact in Colombia has been serious, contributing to doubts about the future of the nation's democracy. Drug traffickers have not only emerged as a powerful new economic class (…) but have also become a powerful political force, with corrupt collaborators at almost every level of government ".


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