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Análisis Político

Print version ISSN 0121-4705

anal.polit. vol.27 no.81 Bogotá May/Aug. 2014

https://doi.org/10.15446/anpol.v27n81.45763 

http://dx.doi.org/10.15446/anpol.v27n81.45763

CONFLICTO

 

Acerca de la relación entre territorio, memoria y resistencia. Una reflexión conceptual derivada de la experiencia campesina en el sumapaz*

 

About the relationship between territory, memory snd resistance. A reflection concept derived from experience peasant sumapaz

 

 

Diego Fernando Silva Prada

Doctor en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso-Argentina). Magíster en Filosofía Política de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa (UAM-I), México D.F. Licenciado en Filosofía y Letrasde la Universidad de Caldas, Manizales.Docente investigador del Programa de Filosofía de la Uniminuto, Bogotá, Colombia.

 

 


RESUMEN

El presente artículo tiene como objetivo desplegar una significación profunda de los conceptos de territorio, memoria y resistencia en su dimensión relacional, a partir de la experiencia investigativa realizada en la región del Sumapaz. Se empieza por desarrollar la idea de territorio desde la contraposición del significado entre una acepción euclideana y formal del espacio y la concepción que la Geografía crítica ha explicitado en los últimos treinta años desde lo subjetivo, lo comunitario y lo político. Lo anterior llevará a mostrar la recurrencia de la organización campesina sumapaceña de este segundo significado del espacio como territorio construido socialmente. En un tercer momento se mostrará el ejercicio de memoria colectiva como un momento necesario para la consolidación de la resistencia campesina estudiada y para la reproducción histórica de la territorialidad.

Palabras clave: Territorio, memoria, resistencia, campesinos, Sumapaz.


SUMMARY

This article aims to deploy a profound significance of the concepts of territory, memory and resistance in its relational dimension, from the research experience conducted in the Sumapaz region. It begins by developing the idea of territory with the contrast of Euclidean space and formal and the conception that criticism Geography has made explicit in the last thirty years from the subjective, the community and the political. This will display the recurrence of the sumapaceña peasant organization in this second meaning of space as socially constructed territory. In a third stage, the exercise of collective memory is displayed as a necessary step for consolidation of peasant resistance and the historical reproduction of territoriality.

Keywords: Territory, memory, endurance, peasant, Sumapaz.


 

 

1. INTRODUCCIÓN

El objetivo principal de este trabajo es mostrar la relación teórica existente entre los conceptos de territorio, memoria y resistencia en cuanto dimensiones básicas de las luchas sociales y políticas campesinas en Colombia, específicamente desde la experiencia campesina de la región del Sumapaz.

En una primera búsqueda y aproximación, podemos comprobar que la relación entre los conceptos de memoria y de territorio ha sido débil y marginal tanto en los debates de las Ciencias Sociales sobre la memoria en Latinoamérica, como en las reflexiones de la Geografía contemporánea. No tanto así la relación entre los conceptos de territorio y resistencia o los de memoria y resistencia.

Así mismo, se puede diagnosticar una falta de desarrollo conceptual con respecto a la positividad de la memoria en términos de la proyectividad o, lo que es lo mismo, con respecto a la función de consolidación de los proyectos colectivos necesarios para la reconducción y guía de las acciones de los sujetos implicados en las comunidades rurales. Ha existido si una muy profusa producción literaria que ha entendido la memoria como acción individual y colectiva en clave retrospectiva, es decir, tendiente a concretar la justicia en relación al pasado en donde la víctima es el lugar epistémico de enunciación en el que se materializa y se sintetiza la negatividad de la violencia y de lo inenarrable del conflicto. Memoria como elemento y medio necesario para llegar a una posible reparación y a la no repetición de las experiencias traumáticas que han dejado huellas sobre el cuerpo y el alma de las víctimas.

Aunque la necesidad de estas narrativas sean absolutamente vigentes, políticamente hablando, y se legitimen por sí mismas frente a las experiencias de barbarie vividas en Colombia en los últimos treinta años, creemos que hoy en día se vuelve igualmente necesario transitar hacia otras narrativas que señalen la positividad de la memoria, esto es, la potencia política intrínseca en ella en cuanto relato fundamentador y constructor de proyectos identitarios colectivos y legitimador de alternativas de futuro a partir de la idea de un pasado compartido y resignificado a la luz de las necesidades comunitarias, que en un país como Colombia, están compuestas por toda clase de víctimas. Tenemos que hablar entonces del empoderamiento de la memoria o de la memoria empoderada como instrumento político de las comunidades, y a la vez como elemento de consolidación de las resistencias sociales comunitarias.

Por el otro lado de la cuestión relacional, un tercer aspecto que debe ser recalcado es la afirmación del carácter político del territorio, corroborado en la experiencia vivida en el proceso de investigación social con las comunidades campesinas del Sumapaz. Como se sabe, la lucha histórica por la tierra ha sido uno de los principales bastiones del campesinado en toda América Latina. No obstante, la demanda de tierras ha ido cambiando poco a poco y se ha transformado en la defensa del territorio, ganando la agenda reivindicativa en profundidad y amplitud sociopolítica. Es este desplazamiento teórico el que ha centralizado al concepto de territorio, poniéndolo como uno de los referentes más importantes para poder comprender la dinámica social del sector rural en la actualidad. Pero más allá del interés por el enfoque de la ruralidad, como veremos, el territorio nos relanza a un análisis sociológico de la configuración del espacio en general, que sirve para pensar cómo se van constituyendo cultural y políticamente las comunidades campesinas.

Para conseguir el objetivo enunciado comenzaré por la definición de dos distintas maneras de entender el territorio, al igual que la conceptualización derivada de lo que es la territorialidad en su dimensión comunitaria. Más adelante se hará la articulación del segundo significado de territorio con la experiencia encontrada en las comunidades del Sumapaz, para en un momento posterior ver el papel que juega la memoria colectiva en relación con la territorialidad y con la resistencia campesina.

 

2. CONCEPTOS DE TERRITORIO, TERRITORIALIDAD Y SU CARÁCTER COMUNITARIO

Para comenzar con la interpretación conceptual de territorio es conveniente entender la variación histórica en los significados que ha tenido éste, por lo menos en dos acepciones generales. La significación predominante en torno al territorio ha sido construida, como nos lo recuerda Raffestin (2011, p. 103), a partir de la cartografía euclidiana donde se conjugan planos, líneas y puntos para sintetizar una representación formalizada del espacio, en la que prima la homogeneidad y la idea de ser posibilidad de recepción de cualquier elemento físico o cosa.

De esta manera, se hace del espacio una representación abstracta que es susceptible de ser cuantificada mediante la matematización de sus elementos constituyentes. A su vez, el carácter abstracto consiste en eliminar todos aquellos rasgos que refieran a aspectos concretos: sujetos, comunidades y particularidades en general. Desde esta primera significación, el espacio estaría antes que los sujetos y que las cosas, como telón de fondo en el que toda la diversidad podría presentarse más adelante en el tiempo, pero que en su mismidad e identidad podría ser entendido como isotropía: la homogeneidad misma que puede contener al resto de las cosas del mundo, el gran contendor.

Espacio y territorio serán así concomitantes. El territorio podría definirse en este punto como la materialización del espacio, pero con las mismas características de ser formalizado y con la posibilidad de realizar su calculabilidad a través de la matematización de sus elementos básicos (puntos, líneas y superficies). Esta sintaxis cartográfica euclidiana se fue concretando en el concepto de territorio en tanto que espacio abstracto, esto es, sin tener algún carácter subjetivo (carente de interés alguno) y sin que medie la intersubjetividad (no importando quienes ocupen el territorio). Por lo cual se fue constituyendo a partir de la idea de su objetividad.

Como es comprensible, tal representación territorial es hija de unas formas de producción económica y de unas sociedades afincadas en las ideas de la serialización, la eficacia y el control de todos los elementos necesarios para la explotación y acumulación de recursos y de riquezas. En este punto, la función del Estado es la de preparar, mediante la abstracción jurídica del espacio, la entrada del capital en su lógica productivista. Ya lo decía Lefebrve, de manera más concreta: "a través de la agricultura y la ciudad el capitalismo ha echado la zarpa sobre el espacio. El capitalismo ya no se apoya solamente sobre las empresas y el mercado, sino también sobre el espacio" (s/f, p. 2). Se entiende claramente que ha sido el capitalismo el que se ha servido y ha potenciado esta representación formal y abstracta del territorio como una forma de fundamentar políticamente la neutralidad del mundo y de llevar a cabo una instrumentalización de ese mismo espacio en cuanto imperativo de control material. Así:

el espacio desempeña un papel activo, instrumental y operacional en el conocimiento y la acción del modo de producción capitalista; sirve a la hegemonía de quien hace uso de él en el establecimiento, las bases y la lógica del sistema (Ramírez, sf, p. 64).

A pesar de su supuesto carácter apolítico interno, el espacio euclidiano fue utilizado por el Estado moderno para reticular lo social y entronizarse como único responsable del territorio, en tanto que agente definitivo de la soberanía. Los estados nacionales fueron, así, subdivididos internamente bajo ese esquema analítico formal, basado en la representación de unos límites claros y precisos del espacio, en donde la administración interna del territorio le compete exclusivamente a la máquina estatal de dominación.

Pero la hegemonía de esta forma de entender lo territorial llega, en el ámbito disciplinar, más o menos hasta finales de los años setenta y comienzos de los años ochenta, cuando la Geografía crítica señala los aspectos políticos y geopolíticos (Sack, 1986; Gottmann, 1970) inherentes a estas formas de representación del espacio. Como lo afirma de nuevo Raffestin: "el territorio es un espacio en el que se ha proyectado trabajo, energía e información y que, en consecuencia, revela relaciones marcadas por el poder" (2011, p. 102). El territorio es, por lo tanto, un concepto político puesto que está atravesado por dinámicas de poder en donde se juegan intereses, información y jerarquías. Así mismo, se destaca la naturaleza subjetiva e intersubjetiva de éste: el territorio se dimensiona no como algo dado, naturalizado o anterior a las personas que supuestamente "lo ocupan", sino como una construcción, en sentido fuerte de la palabra, realizada por los sujetos.1 Ahora podemos entender que el territorio es el resultado de un alguien que se apropia del espacio, territorializándolo. Y esta acción está cargada de una intencionalidad. La territorialización sería, entonces, ese proceso de definición de límites, tanto físicos como simbólicos, dinamizado por unos objetivos o fines determinados que alguien promueve.

Ahora bien, tal apropiación a la vez subjetiva e intersubjetiva está basada en la creación de límites, como se dijo, pero estos límites son de un carácter diferente con respecto a la forma en que lo llevaba a cabo el espacio euclidiano. En gran medida, la función simbólica del lenguaje juega en este punto una tarea crucial en la definición de los límites entre el adentro y el afuera, entre el nosotros y el ellos, que es la cuestión del reconocimiento social básico. Los límites están cargados de valoraciones subjetivas (intencionadas y cargadas de valores) y comunitarias (dinamizadas y referidas a colectividades específicas) que consolidan los espacios propios y ponen a distancia los ajenos. Asimismo, la línea, el punto y las superficies siguen estando en la semiótica de esta nueva geografía, pero complejizados desde una mirada sociopolítica que ha comprendido el dinamismo de los sistemas espaciales a través de su dimensión temporal. Ahora vemos las tramas, los nudos y las redes como nuevos elementos necesarios para comprender dinámicamente la conformación de los territorios. En palabras de Raffestin: "Esos sistemas de tramas, nudos y redes, organizados jerárquicamente, permiten asegurar el control sobre lo que puede ser distribuido, asignado y/o poseído. Permiten también imponer y mantener uno o varios órdenes" (p. 107).

En esta medida, la politicidad de la construcción del espacio se comprueba en la delimitación y definición de campos operatorios: aquello que puede ser asignado o permitido. La territorialidad es, entonces, el proceso de consolidación de campos de posibilidad para las acciones de los sujetos, el cual se va constituyendo históricamente y a partir del cual se van constituyendo ellos mismos en estas espacialidades sentidas y vividas como propias. Vemos así un doble movimiento: A) de los sujetos y comunidades hacia el territorio, en cuanto definición material y simbólica de límites, tramas y posibilidades; y B) del territorio hacia las comunidades y los individuos, en cuanto que constitución de identidades y formas de ser. La idea, para decirla en términos personales, es que construimos territorios con nuestras acciones, delimitando los campos de acción propios y de extraños, pero a la vez consolidamos proyectos identitarios que nos dan un sentido individual y colectivo en las tramas de relaciones desarrolladas.

Según Raffestin, la territorialidad compromete tres aspectos que se entrelazan: a) El sentido de identidad espacial, b) el sentido de exclusividad y c) la compartimentación de la interacción humana en el espacio. (p. 113). O dicho desde el pensamiento de Lefebvre, enfrentamos un fenómeno multidimensional que involucra la experiencia de los sujetos y que no puede ser reducida a una forma a priori universal. Esos espacios propios son espacios que han sido constituidos por unos cuantos mediante la interacción o relación y, por lo tanto, tienden a ser sentidos como exclusivos por quienes los construyeron.

Comprobamos que no es factible hablar de territorio sin sujeto(s), al igual que no es posible pensar un espacio sin tiempo. Espacio, tiempo y sujeto irán entrelazados intrínsecamente en esta nueva concepción geopolítica. La historicidad del territorio nos señala la condición artefactual del mismo, donde la información, la energía y el esfuerzo o trabajo inciden en la regulación de aquellos campos internos de regulación de las posibilidades, y por tanto, de las experiencias que pueden ser vividas por los sujetos y por las comunidades. De esta forma, "la territorialidad es una tentativa, o estrategia, de un individuo o de un grupo para alcanzar, influenciar o controlar recursos y personas a través de la delimitación y control de áreas específicas" (Schneider & Peyré, 2000, p. 5). Si hubiera que sintetizar en una palabra esta manera de entender el territorio sería conveniente hacerlo por medio del concepto de relacionalidad: relación de distintas dimensiones (social, política, económica, administrativa, jurídica), relación y coexistencia de diversas temporalidades (concepciones del tiempo lineales, cíclicas, simultáneas), relación y codependencia de actores (individuales, colectivos, institucionales) y relacionalidad de objetivos o fines (jerárquicos, cooperativos, democratizantes).

Volviendo a la idea anteriormente enunciada, se comprende cómo los territorios no son un telón de fondo sobre el cual actuarían libremente los sujetos y en el que las relaciones no se verían afectadas por ese transfondo puesto que aquello que está "detrás" de los sujetos es tan constitutivo como aquello que enuncian y hacen. El territorio hace parte, entonces, de esa urdimbre tejida a través de los significados y de las acciones que las personas llevan a cabo durante el transcurso sus vidas.

Lejos de la idea de un espacio isotrópico, esto es, con propiedades invariables y donde el observador-actor no tiene relevancia en cuanto a la configuración de éste, el territorio se dimensiona desde un carácter heterotópico radical: sobreposiciones de espacios y jerarquías territoriales que demuestran la politicidad del proceso de constitución y sus rasgos histórico y comunitario2.

 

3. LA TERRITORIALIDAD CONSTRUIDA EN EL SUMAPAZ

Ahora bien, desde la experiencia campesina en el Sumapaz podemos encontrar una recurrencia y un uso específico de esta segunda manera de entender el territorio en términos multidimensionales complejos y políticos comunitarios. Así, las comunidades han venido explicitando en las últimas décadas el reclamo de lo territorial como derecho a la autodeterminación frente a un Estado y unas elites que han tenido el monopolio de la definición de los espacios sociales internos y externos y de las funciones y lugares a ocupar dentro de ellos, bajo la idea capitalista del territorio. Hoy podemos entender cómo el reclamo por el territorio:

fue interpretado por la clase dominante bajo la conveniente noción de tierra como parcela de producción agropecuaria, nada más, ya que al excluir la posibilidad política que implica el territorio, se mantienen las condiciones que permiten la dominación colonial de las clases señoriales (Vacaflores, 2009, p. 2).

Es decir, comprobamos una estrategia histórica de las clases dominantes en Colombia basada en el reduccionismo economicista del campesinado, como demandante exclusivo de tierra, despolitizando, depotenciando su actuar reivindicativo. Y es en la relación entre lo cultural y lo político que las comunidades campesinas como las del Sumapaz fundamentan una estrategia contra-estatal y contra-capitalista del territorio como elemento de resistencia y lucha social. El campesino sumapaceño ha entendido que el territorio es un concepto de mayor potencia política y más implicaciones socioculturales que el concepto de tierra, en tanto que mero recurso para la producción de alimentos3. En palabras del actual presidente de Sintrapaz, el territorio es el centro de la disputa de los distintos actores sociales:

Sumapaz es la mayor extensión de ecosistema de páramo del planeta. Los páramos se constituyen en la tabla de salvación ante la crisis ambiental que atravesamos. Cada vez más son las personas y organizaciones conscientes de lo anterior y en consecuencia con el transcurrir del tiempo, los planes de explotación de las riquezas naturales como el agua son perfeccionados con el copamiento militar de los territorios, la penetración ideológica y la aplicación del terrorismo contra sus habitantes históricos para de esta manera, infamemente, poder usar y abusar del territorio (F. Baquero. Comunicación personal, julio de 2012).

Explicitando la dimensión simbólica de los límites de ese nosotros comunitario, la territorialidad se ha ido construyendo a partir de los valores de la vida campesina, en la cual la tierra es un elemento importantísimo en su reproducción como clases social, pero no el único. Ese nexo entre lo cultural y lo político se concreta en las formas de reconocimiento colectivo que significan una alternativa a las formas de dominación territorial de un Estado que intenta homogeneizar el espacio mediante la abstracción del formalismo jurídico, en el que no hay posibilidad para que las comunidades tomen sus propias decisiones sobre lo público y sobre el bien común o en donde la participación de la comunidad campesina queda subordinada a las agendas burocráticas de turno.

La comunidad campesina sumapaceña ha demostrado la potencialidad comunitaria al gestionar sus espacios internos, por medio de planes de desarrollo propios y de un gran número de experiencias organizativas en torno al Sindicato de Trabajadores Agrícolas del Sumapaz (Sintrapaz) y de las Juntas de Acción Comunal, creando redes y nodos donde fluye información, trabajo y energía, al igual que tensiones y conflictos internos dentro del normal desarrollo del tejido asociativo y representativo campesino4.

Este campo de múltiples tensiones en la disputa el territorio, esto es por quien construye y define qué se hace en él, entre las comunidades y el Estado, y al interior de las comunidades mismas, se puede apreciar de diversas maneras en el caso de investigación elegido. En una primera instancia y como se dijo anteriormente, la territorialización estatal estriba en la abstracción del espacio en tanto que espacio instrumentalizado y formalizado jurídicamente, necesario para la producción del capital y reproducción de la sociedad capitalista, donde fuese posible la fragmentación y la propiedad privada, la apropiación de la riqueza. En contra de esta manera privatizante, individualizante y mercantil, las comunidades ven en el territorio un espacio de lo común, de lo compartido y de bienes sociales que hay que preservar, por ejemplo el agua y el páramo como innegociables.

Sin embargo, no son solo concepciones opuestas y conflictivas que se disputan la territorialidad, sino que el Sumapaz, como territorialidad históricamente constituida, está inserto dentro de una realidad político administrativa que lo ubica como la localidad 20 del Distrito Capital de Bogotá. Con sus 78.095 hectáreas y sus aproximadamente 2.500 habitantes tiene, sociológicamente hablando, una interesante y desafiante relación con lo urbano pues la articulación con Bogotá genera relaciones de jerarquía y a la vez de invisibilización de un territorio que es casi la mitad del tamaño de la capital (48.5 %)5. La relación de tensión entre lo rural y lo urbano se concreta en lo que se ha denominado hoy en día como "puntos heterotópicos":

Materializadas en el espacio como "puntos heterotópicos", es decir, lugares distintos, pero contradictoriamente integrados a su entorno, las contraculturas espaciales pueden ser definidas como experimentos de producción y organización socio espacial -generalmente de carácter comunitarista- nacidos como tentativas de subversión del orden dominante () locus privilegiado en el cual son experimentadas técnicas, prácticas y solidaridades distintas de aquellas que forman parte de la lógica homogeneizadora, individualista y alienante impuesta por la plusvalía (De Matheus e Silva, 2013, p. 2).

El Sumapaz es un territorio heterotópico que se sabe cómo otro lugar, el cual se ha organizado y establecido de forma diferente a las otras territorialidades de Bogotá, enfrentado las dinámicas capitalistas de copamiento militar del territorio y de avasallamiento de los intereses de las empresas trasnacionales. La heterotopía consiste, primero que todo, en la promoción de prácticas solidarias, comunitaristas, y en seguirse reconociendo a través de lo que produce la tierra (de manera no alienada), pero contradictoriamente insertados como campesinos en una especialidad englobada en la idea de lo urbano. Espacio diverso pero imbricado en dinámicas de poder del capital, en la lógica isotrópica de la plusvalía.

En segunda instancia, frente a la abstracción jurídica materializada en los últimos años en Colombia a través los Planes de Ordenamiento Territorial (POT) y en las consultorías ambientales de los saberes expertos, los campesinos han respondido mediante el conocimiento ancestral, los proyectos productivos alternativos y toda una dinámica asociativa de toma de decisiones colectivas en donde se llega a consensos sobre los usos sociales que debe dársele a la tierra. La idea de la imposición jerárquica del saber tecnócrata (Lefebvre, s/f) promovido por las instituciones estatales, se topa con estas formas comunitarias de lucha promotoras de una territorialidad democratizante, en el sentido de una mayor participación de los campesinos en la toma de decisiones colectivas mediante asambleas sindicales.

Ejemplo de la respuesta dada por los campesinos ha sido igualmente, en los últimos años, la defensa de las Zonas de Reserva Campesina (ZRC), bandera de la lucha de Sintrapaz. Recordemos que esta figura jurídica (ley 160 de 1994) hace parte de la estrategia nacional de las comunidades campesinas enfocada en atacar el poder latifundista de acumulación de tierras y de resistencia ante los procesos de descampesinización, es decir, frente a modelos de desarrollo extractivistas y de los monocultivos agroindustriales. Asesorados por zonas de reserva campesinas vigentes como la del valle del río Cimitarra y por la Asociación Nacional de Zonas de Reserva Campesina (Anzorc), la del Sumapaz se encuentra en proceso de constitución y sería parte de la necesaria profundización de la territorialidad campesina.

Avasallamiento e instrumentalización del espacio como estrategia para construir un territorio dócil en vista de la producción de riquezas y de la acumulación continuada del gran capital. Comprobamos lo anterior con la entrada de multinacionales como Emgesa al territorio de Sumapaz con el fin de llevar a cabo la apropiación del agua como recurso a comercializar (privatización), generándose un campo de tensión constante con las comunidades del páramo. Y el conflicto no es solo por un recurso natural, sino por la territorialidad que podría ser construida, afectando las redes, los conocimientos y las formas de relación campesinas existentes. En esta medida, las Zonas de Reserva Campesina son, además de una defensa por la territorialidad comunitaria, un instrumento de lucha y resistencia por formas de vida autónomas basadas en el (los) proyecto(s) de vida campesina (formas de relación, expectativas, modos de producción, permanencia en el territorio etc.).

 

4. LA MEMORIA COLECTIVA COMO HERRAMIENTA DE LEGITIMACIÓN DE LA RESISTENCIA Y DE LA CONSOLIDACIÓN DE LOS TERRITORIOS CAMPESINOS

Aunque la relación entre territorio y memoria pareciese lejana, la verdad es que es igual de intrínseca a la que existe entre espacio y tiempo: el territorio es al espacio, como la memoria es al tiempo. Adentrándonos en la dimensión cultural de la constitución del territorio, debemos entender que ese espacio delimitado comunitariamente está anclado a una temporalidad propia, específica. Los límites de ese nosotros están materializados desde un momento originario, a partir de un acontecimiento que haces las veces de mito fundacional, el cual, para el caso de la región del Sumapaz puede ser señalado hacia la segunda década del siglo XX, cuando empezó la resistencia contra los hacendados mediante la formación de las colonias agrícolas de Guatimbol en Icononzo y Sumapaz en San Juan (Lozano, 2007) o como lo recuerda el dirigente Gerardo González, en 1916, como el año de la sublevación contra los terratenientes (1996).

De esta manera, los procesos de consolidación del territorio recurren al pasado para darle una carga legitimadora suficiente para significar la importancia de la lucha comunitaria. La tradición es, por tanto, absolutamente necesaria para el autoreconocimiento y para generar la idea de continuidad de los colectivos a través del incesante y disgregador transcurrir del tiempo. Ese imperativo de continuidad histórica se traduce como imperativo cultural de unidad. "La sociedad tiende a separar de su memoria todo lo que podría separar a los individuos" (Halbwachs, 2010, p. 336).

Otro de los elementos comunes entre estos dos conceptos trabajados es el de lo colectivo. Tanto el territorio como la memoria se ejercen colectivamente, socialmente. Maurice Halbwachs nos ha permitido entender de manera clara esta característica de la memoria: "hemos señalado que la memoria es antes que todo una función colectiva (2010, p. 337) o como lo dijo Pierre Nora, la memoria más que ser un contenido específico es un marco, un conjunto de estrategias (Nora citado por Verdier, 2010, p. 4). La fuerza o potencia de la memoria radica en la capacidad representativa de un pasado que se ha compartido o que ha venido a imponerse desde los otros en su verdad necesaria. Lo anterior no quiere decir que no existan o que sean irreales los ejercicios individuales de memoria. Habría que distinguir, entonces, entre recuerdo individual (mediado por el esfuerzo de la persona por volver a traer un contenido mental pasado) y la memoria colectiva en cuanto marco de referencia del sentido de la experiencia social. Los individuos pueden llegar a recordar gracias a las estructuras históricas de la memoria que sirven como marco en el cual poder ubicar las experiencias del presente. La memoria es, entonces, un ejercicio colectivo enfocado hacia el fortalecimiento de lo comunitario. La cuestión central es en qué medida la memoria funge como instrumento político y comunitario.

Estos dos rasgos, tanto el de la función legitimadora y unificadora como el de la función colectivizante, los podemos corroborar claramente en la experiencia campesina del Sumapaz. En el Sindicato de Trabajadores Agrícolas del Sumapaz (Sintrapaz) se visualiza el uso cultural y político de la memoria en tanto que mecanismo de consolidación de una tradición de lucha de más de 50 años (55 años más exactamente). Herederos, además, de una formas de movilización y de organización ancestrales que justifican aún más el proyecto campesino sumapaceño. La Sociedad Agrícola de la colonia del Sumapaz, fundada por Erasmo Valencia, ha sido uno de los referentes identitarios de la lucha y resistencia en contra de la economía hacendataria; batalla ganada por los campesinos y orgullo del Sindicato contemporáneo. Así como la figura de Juan de la Cruz Varela, ejemplo del liderazgo político para la localidad, y sobreviviente de todas guerras por las que ha pasado el Sumapaz (Londoño, 2009).

Esa larga y rica trama histórica de las acciones y movilizaciones ha sido posible por la gestión política de la memoria, de una memoria empoderada, como potencia que reconfigura el pasado, legitimadora de proyectos colectivos en el presente y muestra de posibilidades de acción colectiva a futuro. Esta historia alternativa, o historia otra, es contada y difundida por la memoria de los ancianos de la región como una gesta que debe ser recuperada para permitir claridad en las acciones colectivas de las resistencias presentes6. Pasando por litigios judiciales, el no pago de rentas y la toma de tierras o la apertura de la frontera agrícola para huir de las arbitrariedades de los hacendados y sus ejércitos privados, las narrativas campesinas configuran un mapa de lugares emblemáticos por los que la emancipación se fue desarrollando a lo largo del siglo XX (haciendas de Chaparral, Icononzo, Cunday y Viotá; el Chocho, el Retiro, el Palmar y La Constancia) (González, 1996).

No obstante las acciones colectivas de emancipación y resistencia llevadas a cabo, la experiencia acumulada y la memoria colectiva pasa por el dolor, el sufrimiento y los vejámenes a los que el campesinado del Sumapaz, y de otras regiones del país, han tenido que enfrentarse. Éstas pueden ser sintetizadas a partir de la narración hecha por Gerardo González en su texto Luchas campe-sinas. Desde el tiempo de la hegemonía de la economía hacendataria, las prácticas de los patronos hacia los colonos estuvieron dadas por: 1) el "derecho" de pernada o la justificación de prácticas sexuales por parte del patrono para con hijas y esposas de los arrendatarios de las tierras de las haciendas, 2) los desalojos, tanto por vía legal, como por vías de intimidación y amedrantamiento (quemas de casas, por ejemplo.), 3) El uso de las leyes y de procedimientos jurídicos de manera tendenciosa para responder ante las acciones colectivas de los campesinos (as), convirtiéndose el gran propietario en autoridad local por encima de jueces y de alcaldes locales, 4) La violencia directa sobre los arrendatarios como el uso del látigo y en general la aplicación de justicias propias por parte de los terratenientes y 5) prácticas deshonestas relacionadas con la producción y con el pago del trabajo campesino, por ejemplo la alteración de la pesa como forma de robo directo sobre lo producido. (González, 1996, pp. 35-80).

Todos estos procesos y cartografías han permitido dimensionar los costos sociales y políticos que ha tenido que pagar el campesinado a través de un tiempo que muestra al sufrimiento como un acumulado histórico que da peso y significación a las resistencias, como potenciador de la dignidad comunitaria siempre en vilo.

La memoria colectiva campesina del Sumapaz es una historia política de lucha basada en los valores de "la tierra, la libertad y la justicia", lema y horizonte de acción del actual sindicato agrícola. Ya desde los años cuarenta, en carta de los colonos del Sumapaz a campesinos presos de Melgar, podemos comprobar este ejercicio de memoria colectiva y política:

Besad queridos compañeros, besad todos los días esos cerrojos que impiden hoy nuestra libertad, porque esos cerrojos que palpáis de hierro frío, mañana se tornarán en elementos para la producción agrícola que vosotros mismos empujáis con orgullo sobre los barbechos liberados por los héroes" (González, p. 78).

Ahora bien, como lo señaló desde hace varios años Paul Ricoeur, el tiempo se concreta exclusivamente a través de la narración. Sin ésta no es posible una conciencia histórica. Pero la narración es una representación cargada de interpretación de lo sucedido en un pasado. Por lo tanto, la memoria juega un papel central para lograr la materialización narrativa del tiempo. Y una de las principales funciones que cumple la narración, junto con la memoria, es la de afianzar la identidad. Así, "la configuración narrativa contribuye a modelar la identidad de los protagonistas de la acción al mismo tiempo que los contornos de la propia acción" (Ricoeur, 2010, p.115).

Sin embargo, esa identidad construida se articula con la memoria en otro nivel más profundo, no solo por la influencia que puede ejercer sobre la acción. La memoria se presenta como un imperativo ético puesto que es una forma de hacer justicia, lo cual significa el saldar una deuda heredada con aquellos que estuvieron antes que los que habitamos en este tiempo presente. Pero la comunidad de la que se habla en el mundo campesino no es solamente la compuesta por aquellos que están comprometidos en las resistencias del presente, sino todos aquellos que mostraron el camino y que consiguieron con sus esfuerzos ese proyecto campesino de continuidad y de dignificación histórica. De manera sucinta, como lo dijo Ricoeur: "debemos a los que nos precedieron una parte de lo que somos" (2010, p. 120). La identidad es, entonces, un producto resultado de elementos tanto precedentes como actuales. El deber de memoria es una necesidad de las comunidades que están obligadas éticamente a responder a los antepasados que legaron ideas, acciones y valores a los contemporáneos. El pasado afecta así el presente y la identidad.

Por extensión podemos afirmar que las comunidades necesitan de la memoria como un recurso absolutamente indispensable para consolidar una identidad frente a uno otro que va variando en los distintos procesos sociales y desafíos políticos. De esta forma, se comprende cómo la memoria tiene un papel ontológico para las comunidades y para los individuos en la medida en que ayuda a reinterpretar aquello que permanece del pasado en el presente constitutivamente en la identidad o en aquello que queremos que permanezca en lo que somos. Desde la perspectiva comunitaria, la memoria es por consiguiente el ejercicio de reconstrucción del sentido profundo del tiempo colectivo que permite una ubicación identitaria a partir de elementos heredados, los cuales deben ser estructurados narrativamente7.

Las comunidades que han construido el territorio del Sumapaz han sido, a través de la historia del siglo XX y el comienzo de este siglo, víctimas tanto de la formalización y la abstracción burocrática de los regímenes estatales, ciegos a las demandas concretas y específicas campesinas, como de todo tipo de actores legales e ilegales. Hoy en día, el régimen sociopolítico y biopolítico sigue aplicando estrategias de desplazamiento por intimidación, ametrallamiento aéreo indiscriminado sobre la región en la persecución de células guerrilleras, violación del DIH, capturas ilegales por parte del Ejército y falta de atención administrativa ante los problemas demandados por las poblaciones. No obstante, la fortaleza de estas comunidades, a pesar de su condición de víctimas o precisamente por ello mismo, se ha fundamentado a partir de la conciencia política que ha sabido explicitar sus demandas territoriales en clave histórica, en clave de memoria colectiva.

 

4. CONCLUSIONES: RESISTIR DESDE LA MEMORIA Y SEGUIR CONSTRUYENDO TERRITORIALIDADES RESISTENTES

Hemos visto cómo el territorio se ha convertido para las comunidades campesinas del Sumapaz en la categoría de referencia sociopolítica principal, necesaria para continuar con una lucha histórica o resistencia dignificante del proyecto campesino. Sin embargo, la resistencia adquiere múltiples significados que se retroalimentan y enriquecen:

A) En una primera instancia, desde la experiencia campesina el resistir significa el permanecer en la tierra y el construir territorialidades que valoren la presencia del campesino como sujeto activo de lo local. En otras palabras, resistir es construir el territorio cargándolo de significaciones comunitarias tendientes hacia la defensa del bien colectivo; construir heterotopías que crean lugares alternativos en tensión con los lugares serializados del capital y de la acumulación.

B) Como segundo, el resistir está dimensionado por el empoderamiento desde una memoria colectiva o ancestral, en palabras sumapaceñas, que recupera y resignifica las luchas de los antepasados, aquellos que vencieron a unas estructuras hacendatarias y permitieron el acceso a un mayor número de personas a la tierra. Herederos de un legado que debe ser reformulado para correr el horizonte y responder a los desafíos de hoy. Es decir, la resistencia consiste en la reconstitución de un pasado social y políticamente necesario para el presente.

C) En tercera instancia, resistir significa la persistencia en el tiempo de un campesinado que ha querido ser eliminado por un capitalismo voraz, el cual ha tenido la creencia que es posible un campo sin campesinos y le ha apostado a una agroindustria del monocultivo empobrecedora de la diversidad alimenticia. La sola presencia actual de un campesinado organizado sindicalmente es una victoria basada en la resistencia comunitaria frente a estructuras económicas y frente a elites sociales adversas y violentas.

D) Por último, resistir puede ser entendido a partir de la defensa de los bienes colectivos frente a las dinámicas de privatización y del mejoramiento de la calidad de vida frente a la degradación que ha significado la urbanización de la vida contemporánea. Lo campesino como forma de vida alternativa sigue estando ahí, como posibilidad no eliminada de lo colectivo, de lo solidario muchas veces y de lo público. La resistencia, desde la experiencia campesina investigada, significa la contención de los efectos perversos de un capitalismo que lo quiere reducir todo a bienes privados y a valor de cambio.

Las luchas por la territorialidad son luchas que implican aspectos más profundos y cruciales que los que emergieron en las disputas por la tierra del siglo XX. Esta batalla está mostrando la agudización de las contradicciones del capitalismo contemporáneo y la necesidad de que las personas y las comunidades creen respuestas alternativas realmente innovadoras. En lo que respecta a lo temporal, la memoria colectiva es una instancia definitoria que señala un campo de disputa por la representación y significación del pasado. La historia oficial de la Nación invisibiliza narrativas emancipatorias de actores subalternizados por el Estado y las elites del país. La memoria colectiva ha tenido la tarea de romper con la hegemonía de la memoria histórica. En este sentido, la labor de la comunidad sumapaceña tiene un valor superlativo en la medida en que ha implicado el cargar la responsabilidad de llevar a cabo la descolonización de algunos espacios nacionales.

La apuesta intrínseca en las acciones del campesinado del Sumapaz muestra que es necesaria la creación, hoy más que nunca, de territorios diferenciales, como las Zonas de Reserva Campesina, que resisten desde ejercicios de memoria colectiva particulares y que han entendido y asumido su papel histórico en la trama de los problemas más cruciales del país. Resistir desde una territorialidad otra, desde una memoria otra.

 

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Fecha de Recepción: 18/11/2013
Fecha de Aprobación: 18/05/2014

 

 

* Artículo resultado de la investigación: "Resistencia y memoria campesina: construcción social del territorio en el Sumapaz". Corporación Universitaria Minuto de Dios (Uniminuto), Bogotá. Marzo de 2012- Octubre de 2013.
1 En palabras de Lefebvre, el espacio: "no está constituido ni por una colección de cosas, ni por un agregado de información (sensorial), ni por un paquete vacío parcela de varios contenidos, que es irreductible a una "forma" impuesta, a un fenómeno, a las cosas o a una materialidad física" (1991, 1974) p. 27).
2 Para enunciarlo en palabras de Henry Lefebvre: "Estamos confrontados no con un solo espacio social, sino con muchos -ciertamente, por una multiplicidad ilimitada o incontable de conjuntos a los cuales nos referimos genéricamente como "espacio social"". (1991, p. 86.).
3 Esta afirmación pudo ser comprobada directamente en la asamblea general del Sindicato de Trabajadores Agrícolas del Sumapaz (Sintrapaz), realizada el 7 de julio de 2012, donde reiteradamente los distintos constituyentes de la junta directiva hicieron explicita la necesidad de la resistencia a través de la permanencia en el territorio frente a los problemas de la violación de los derechos humanos por parte de las fuerzas armadas y del peligro latente de la construcción de 14 micro-represas por parte de la multinacional Emgesa en la zona de páramo.
4 Podemos encontrar experiencias organizativas alternativas como la Asociación Campesina del Sumapaz (Asosumapaz), jalonada principalmente por las mujeres de la región y potenciadas por la necesidad de tener una voz más fuerte y clara frente a las dinámicas y las estructuras culturales machistas, aún prevalecientes en la zona. También hay que tener en cuenta el papel de la juventud en la potenciación de procesos asociativos, tal como la Red Juvenil Ciudad Región, enfocada en el: "trabajo hacia el fortalecimiento organizacional de otros grupos juveniles de diferentes municipios, a través de la socialización y desarrollo de los derechos económicos sociales, culturales y ambientales -DESCA-, como herramienta forjadora de una cultura juvenil con identidad territorial que contribuya a la transformación de la sociedad en busca de un bien común." Documento de Trabajo, Sistematización de productos. Jornada Construcción Plan de Trabajo (s/f).
5 Para consultar datos más amplios y completos sobre esta región ver los informes: Recorriendo Sumapaz. Diagnóstico físico y socioeconómico de las localidades de las localidades de Bogotá (2004) y Diagnóstico local de arte, cultura y patrimonio. Localidad Sumapaz (2011) de Rozo, G. Así como el artículo de Giraldo, O. (2008).
6 Ver por ejemplo en este aspecto los intentos de reconstrucción de las voces de las generaciones con más experiencia a través de las publicaciones, promovidas por la Alcaldía de Bogotá, tituladas "Cosechamos la Memoria" (2011) y "Cultivemos la Palabra (2011)", donde se pone de presente el valor de lo colectivo y de la relación con la naturaleza como principios de acción para las nuevas generaciones.
7 Esa memoria colectiva es definida por habitantes del Sumapaz desde el concepto de memoria ancestral, "desde las leyes de origen, recuperadas sobre el territorio que esperamos pueda compartirse [
] El tejido de este legado se inicia con el proceso de revisión y recuperación de la memoria ancestral a través de los círculos de la palabra en el territorio de Fontibón- Hyntiba y Sumapaz-Fusuanga, (Díaz, O. pp. 9-10).