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Análisis Político

versão impressa ISSN 0121-4705

anal.polit. vol.28 no.85 Bogotá set./dez. 2015

https://doi.org/10.15446/anpol.v28n85.56252 

http://dx.doi.org/10.15446/anpol.v28n85.56252

OCULTOS A PLENA LUZ: LOS NIÑOS NACIDOS DE LA VIOLENCIA SEXUAL EN TIEMPOS DE GUERRA*

HIDDEN IN PLAIN SIGHT: CHILDREN BORN OF WARTIME SEXUAL VIOLENCE

Kimberly Theidon**
** Henry J. Leir Professor of International Humanitarian Studies, Fletcher School,Tufts University. Doctora en Antropologia Médica. Correo electrónico: Kimberly.Theidon@tufts.edu

RESUMEN

Durante la última década, se estima que decenas de miles de niños han nacido en todo el mundo como consecuencia de la violación y la explotación sexual en tiempos de guerra, sin embargo, sabemos muy poco acerca de estos legados vivientes de la violencia sexual. En este texto, complemento mi investigación en el Perú con datos comparativos para explorar cuatro temas. Bajo el reclamo para "romper el silencio", la Comisión de la Verdad y la Reconciliación del Perú (CVR) buscó activamente relatos en primera persona sobre violaciones, entendiendo que la violación era la herida de guerra emblemática de la mujer. Analizo lo que un enfoque sobre la violación y la violencia sexual nos vuelve visible, y lo que nos opaca. Luego abordo las biologías locales y las teorías de la transmisión. Los niños nacidos de la violación son estigmatizados, discriminados y hasta víctimas de infanticidio, todo lo cual podría reflejar, en parte, las teorías de la transmisión que operan en cualquier contexto social dado. Comprender estas teorías me lleva, a su vez, a considerar los "embarazos estratégicos" como esfuerzos que hacen las mujeres para ejercer algún control sobre sus cuerpos y su vida reproductiva -y para identificar al padre de sus hijos. El esfuerzo por establecer la paternidad implica nombres y prácticas de nombramiento, así como una ley patriarcal. Concluyo con preguntas para ayudar en el abordaje de estos temas por parte de la agenda de investigación antropológica.

Palabras Clave: Niños, Guerra, Violencia sexual, Perú.


ABSTRACT

During the last decade alone, it is estimated that tens of thousands of children have been born worldwide as a result of wartime rape and sexual exploitation, yet we know very little about these living legacies of sexual violence. I complement research in Peru with comparative data to explore four themes. Influenced by encouragement to "break the silence," the Peruvian Truth and Reconciliation Commission actively sought out first-person accounts of rape, which is understood to be the emblematic womanly wound of war. I analyze what a focus on rape and sexual violence brings into our field of vision and what it may obscure. I turn next to local biology and theories of transmission. Children conceived through rape face stigma and infanticide in many societies, which in part reflects the theories of transmission that operate in any given social context. Theories of transmission lead to "strategic pregnancies" as women seek to exert some control over their reproduction and identify the father of their child. The effort to determine paternity involves names and naming practices and the patriarchal law of the father. I conclude with questions to assist in making these issues part of the anthropological research agenda.

Keywords: Children, War, Sexual Violence, Perú.


INTRODUCCIÓN

Ya se hacía tarde en el Lehman College de Bronx, Nueva York, cuando la sobreviviente de genocidio y activista, Jacqueline Murekatete, subió al estrado para recordar esos cien días funestos de 19941. Tenía apenas nueve años cuando toda su familia inmediata, y la mayoría de su parentesco extendido, fueron llevados al río y masacrados por sus vecinos Hutu. Aunque había mucho de obsesionante en las memorias que compartió, aquí me ocuparé tan solo de una. La señorita Murekatete se refirió a los miles de niños producto de la violación, observando que, para muchas mujeres que perdieron a sus familias enteras ante la violencia genocida, estas criaturas bien podrían ser sus únicos parientes vivos. Se detuvo, antes de agregar que "estos son niños complicados para sus madres." Y vaya si lo son2.

La última década ha visto un aumento en la atención internacional a la violencia sexual y a las violaciones en situaciones de conflicto armado. En marzo de 1994, la ONU designó a un Representante Especial para temas sobre la violencia contra la mujer, con el cometido de examinar las causas y consecuencias de la violencia por razón de género, y de la violación y la violencia sexual contra mujeres y niñas especialmente. A esto ha de sumársele el que los Tribunales Penales Internacionales ad hoc de las Naciones Unidas para ex Yugoslavia y Ruanda –países donde la violencia sexual en situaciones de conflicto armado suscitó un interés inusitado en la comunidad internacional a principios de los noventa— hiceron mucho por avanzar los esfuerzos en aras de codificar a la violencia reproductiva y sexual. La jurisprudencia resultante clasificó a la violación sistemática y otros crímenes sexuales como crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad y genocidio. El Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, adoptado en 1998, desarrolló y amplió esos avances para darle mayor fundamento al procesamiento de crímenes sexuales –incluyendo la violación y otras formas de agresión sexual; la trata de personas; la prostitución, el embarazo y la esterilización forzadas y cualquier otra modalidad de violencia sexual de gravedad comparable— como delitos contra el derecho internacional en situaciones de guerra y genocidio, y como crímenes de lesa humanidad. Los crímenes sexuales ya no se considerarían meras "ofensas a la moral" o "atentados contra el honor o el buen nombre", según su definición en los Convenios de Ginebra.

Por otra parte, una serie de resoluciones complementarias del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se enfocaron en el importante rol que desempeña la mujer en la prevención y resolución de conflictos y en la consecución de la paz, a la vez que denunciaron el uso de la violación y la violencia sexual en situaciones de conflicto armado. A estas resoluciones (1325, 1820, 1888, 1889, 1960, 2106 and 2122) se les conoce colectivamente como la Agenda sobre la Mujer, la Seguridad y la Paz, y exigen el cese total de todo acto de violencia sexual por cualquiera de las partes de un conflicto armado, con cada resolución sucesiva lamentando el progreso ínfimo logrado en el intervalo. Además de insistir en la necesidad de proteger a los niños de la violación y la violencia sexual en situaciones de conflicto y pos-conflicto, la Resolución 2122 repara específicamente en "la necesidad de [...] acceso a toda la gama de salud sexual y reproductiva, incluidos los relativos a los embarazos resultantes de violaciones, sin discriminación" (2013). Nada se dice sobre el producto de esos embarazos, ni sobre lo que estos le significan a madres e hijos.

La Agenda sobre la Mujer, la Paz y la Seguridad, así como varias cumbres sobre el tema y portavoces famosos, se han concentrado sobremanera en mujeres y niñas como víctimas de la violencia sexual en situaciones de conflicto armado. Pero la Agenda presenta dos lagunas importantes: la tocante a varones y niños como víctimas de la violencia sexual, y la de los niños nacidos de la violación en situación de guerra. ¿Qué podríamos decir de ellos? Se estima a nivel mundial que, tan solo en la última década, cientos de miles de niños han nacido como resultado de campañas de violación generalizadas o de la explotación sexual en situación de guerra (Carpenter, 2007). ¿Que ha de suceder con estos recordatorios vivientes de la violación y la violencia sexual?

En lo que sigue, complementaré mi trabajo en el Perú y los informes de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) con las escasas investigaciones comparadas que encontré para desarrollar cuatro temas. Comenzaré por discutir cómo la CVR le impuso un "enfoque de género" tanto a sus investigaciones como a su Informe Final. Ante el llamado feminista a "romper el silencio" en torno a la violación como parte de un proyecto intrínsecamente emancipador, la CVR, entendiendo que la violación era la herida de guerra emblemática de la mujer, buscó activamente los recuentos personales de la misma; en función de ello, analizo lo que un enfoque sobre la violación y la violencia sexual nos vuelve visible, y lo que nos opaca. Hay mucho en juego entre la platitud de la "atrocidad inenarrable" y el reclamo a "romper el silencio," y una relectura del Informe Final de la CVR nos muestra cómo las mujeres hablaron a menudo sobre embarazos productos de la violación, aunque más en el rol de testigos que en el de víctimas.

Posteriormente dirijo mi atención a las biologías locales y las teorías de la transmisión, centrándome tanto en los niños que se encontraban en el útero cuando sus madres fueron violadas, como en aquellos que fueron concebidos como resultado de una violación. La evidencia anecdótica sugiere que, en muchas sociedades, los niños nacidos de la violación son estigmatizados, discriminados y hasta víctimas de infanticido, todo lo cual podría reflejar, en parte, las teorías de la transmisión que operan en cualquier contexto social dado. Aunque el ADN y los códigos genéticos informan a las discusiones científicas sobre la herencia, las biologías locales suelen a estar más relacionadas a los fluidos corporales, las memorias tóxicas y las heridas del alma. Ahondo, desde una perspectiva comparada, en algunas de las características que se transmiten de padre a hijo a través de la sangre, el semen, la leche materna o uterinamente. Comprender estas teorías me lleva, a su vez, a considerar los "embarazos estratégicos" como esfuerzos que hacen las mujeres para ejercer algún control sobre sus cuerpos y su vida reproductiva -y para identificar al padre de sus hijos. El esfuerzo por establecer la paternidad implica nombres y prácticas de nombramiento, así como una ley patriarcal. Concluyo con algunas reflexiones sobre los métodos y la ética para investigar los llamados "secretos a voces," donde tanto depende de relaciones de ocultamiento y revelación. Michael Taussig sugiere que "el drama de la revelación [a menudo] equivale al descubrimiento transgresor de algo 'secretamente familiar'" (Taussig, 1999: 2). Aunque los niños nacidos de la violación en situación de guerra son mayormente invisibles a la Agenda internacional, la data empírica indica que no lo son, en lo absoluto, de cara a sus familias y a las comunidades en las que viven. A nivel local, lo más probable es que estos niños estén ocultos a plena vista.

LA CVR: EL GÉNERO COMISIONADO

El 28 de agosto de 2003, los miembros de la Comisión de la Verdad y Reconciliación del Perú presentaron su Informe Final al presidente Alejandro Toledo y a la nación. Tras dos años de trabajo y unos 17,000 testimonios, los comisionados habían completado su labor de examinar las causas y consecuencias del conflicto armado interno que convulsionó al país durante las décadas de los ochenta y los noventa. La CVR estableció que casi 70,000 personas fueron muertas o desaparecidas, y que tres de cada cuatro víctimas fueron campesinos cuyo idioma nativo era distinto al español.

En pocas palabras, la distribución de muertes y desapariciones reflejaba las divisiones étnicas y de clase de muy larga data en el Perú.

Aunque a la CVR se le ordenó ser neutral en lo tocante al género, el feminismo tuvo éxito al insistir que la Comisión debía de reflexionar sobre la materia al realizar su trabajo. Basándose en el precedente de otras comisiones semejantes, como las de Guatemala y Sudáfrica, se argumentó a favor de hacer esfuerzos proactivos por darle voz a la mujer en el proceso de la búsqueda de la verdad. Esto evidenció un deseo de escribir una "verdad incluyente," así como los desarrollos en la jurisprudencia internacional relacionada a la violencia sexual. Ante la preocupación de que "posiblemente los abusos menos denunciados son aquellos sufridos por mujeres, sobre todo el abuso sexual y la violación" (Hayner, 2001: 77), se hicieron esfuerzos por incentivar a las mujeres a acercarse con sus historias, usando estrategias "sensibles al género" para recabar testimonios femeninos sobre la violación y otras formas de agresión sexual. ¿Los resultados? De las 16,885 personas que atestiguaron ante la CVR, 54% fueron mujeres y 46% varones (CVR, vol. VIII: 64). Así que las mujeres sí se acercaron con sus testimonios y tuvieron mucho que decir, aunque no necesariamente sobre la violencia sexual -o por lo menos, no en primera persona. El número total de violaciones sobre las que se informó fue de 538, siendo 527 de estas cometidas contra mujeres y 11 contra varones (CVR, VIII: 89). El esfuerzo de la Comisión por hacerse de una "verdad más completa" respecto del uso de la violencia sexual en manos de diversos grupos armados tuvo por resultado un silencio ensordecedor3.

A menudo se cita que la vergüenza es la razón por la que las mujeres (y también los hombres), optan por no hablar de la violencia sexual sufrida, y esta es ciertamente una variable explicativa. Pero insisto en que consideremos otras. Asumir que se trata de vergüenza puede inadvertidamente conllevar mensajes reaccionarios con respecto a la pureza, la castidad y la higiene, implicando que el sobreviviente está, en cierto modo, "malogrado". Cada vez que alguien dice que "la violación es peor que la muerte," debería considerarse el mensaje perturbador que le está enviando a miles de supervivientes de este forma de violencia tan brutal. Estos pueden haber forjado una relación distinta con su pasado, sin que interese cuán doloroso haya sido. De acuerdo con mis investigaciones, las mujeres pueden hablar de sus experiencias con la violencia sexual en un tono desafiante, o con furia, o con coraje, mostrando mil maneras de heroismo. Estos recuentos se dan de cabeza con el guión abyecto de la violación que tan a menudo se le impone a los supervivientes. En algún otro momento he criticado cómo la carga narrativa de la violencia sexual recae en las mujeres, de quienes luego se espera que narren sus vidas en un idioma que no les hace justicia (Theidon, 2007, 2012).

Pero recordemos que las mujeres proveyeron más de la mitad de los testimonios recopilados por la CVR. ¿De qué hablaron? Ofrecieron perspectivas tremendas sobre las cuestiones de género en situación de guerra, y sobre cómo la violencia invadió cada esfera de la cotidianidad. Hablaron sobre los retos de mantener a sus niños alimentados, a sus hogares intactos, a su ganado a salvo, de la búsqueda de sus seres queridos y del dolor agudo que les producían los insultos étnicos en las mismísimas ciudades en las que buscaban refugiarse. Hablaron sobre el sufrimiento familiar y comunitario, y sobre los aspectos cotidianos del conflicto armado. En tiempos de guerra, la domesticidad deviene en una ocupación de alto riesgo. El enfoque internacional que hoy se tiene sobre la violación y la violencia sexual en situaciones de conflicto armado se ha construido con mucho esfuerzo, pero también a un cierto precio. Hasta la definición más lata de violencia sexual resulta en una comprensión limitada de la multidimensionalidad que las cuestiones de género presentan en situación de guerra, y del repertorio completo de heridas que las mujeres (y los hombres) experimentan y priorizan.

Y aunque las mujeres en su gran mayoría se rehusaron a dar recuentos de violación en primera persona, sí tuvieron mucho que decir sobre el legado colectivo de la violencia sexual. Al trabajar en este artículo, me dirigí al volumen seis del Informe Final de la CVR, al capítulo sobre "Violencia Sexual contra la Mujer". En ese capítulo nada más, hay 37 referencias a niñas y mujeres que resultaron embarazadas como producto de violaciones o de explotación sexual en situación de guerra. En la mayoría de los casos se trata de recuentos de terceros, y las mujeres se referían al fenómeno de los embarazos indeseados en plural: las chicas "salían embarazadas," "resultaron embarazadas". El ejército, la policía y las guerrillas senderistas y del MRTA: todos fueron acusados en los testimonios que las mujeres dieron sobre embarazos producto de la violación.

La CVR sí reconoce que estos niños pueden sufrir como resultado de sus orígenes: Son numerosos los casos de las mujeres que, estando embarazadas, fueron sometidas a violencia sexual y sufrieron la interrupción de sus embarazos. De otro lado, abundan los casos de las mujeres embarazadas a consecuencia de la violación sexual sufrida, cuyos hijos e hijas siguen sufriendo las consecuencias de la violencia. (CVR, vol. 6: 372).

Pero el lector no cuenta con más información de cuáles serían esas consecuencias. Las mujeres cuentan que las guerrillas a menudo obligaban a las niñas y mujeres a abortar y que, en aquellos casos donde los embarazos fueron, de algún modo, llevados a término, los bebés les fueron prontamente "arrebatados a la fuerza" (CVR, Vol 6: 310). Hay menciones fugaces a niños muertos al poco tiempo de nacer. El énfasis limitado a compilar recuentos de violación y violencia sexual en primera persona para "romper el silencio" sobre estos crímenes deja, en cierta forma, a los niños al margen. ¿Qué sucedió con todos esos bebés? ¿Quién más hablaba de ellos?

¿QUÉ HAY EN UN NOMBRE?

El mundo cotidiano en el que se desenvuelven los miembros de cualquier comunidad, su campo dado de acción social, no está poblado por cualquieras, por hombres sin rostro y sin cualidades, sino por alguien, por clases concretas de gente determinada, positivamente caracterizada y adecuadamente etiquetada (Clifford Geertz, 1973: 363).

Ya he ilustrado cómo el lugar común de las "atrocidades inenarrables" nos dice mucho. En adición a los testimonios femeninos sobre embarazos resultados de la violación, se dieron actos de habla de otro tipo, audibles a todo nuestro alrededor. Me refiero a los nombres que se les dieron a los niños productos de la violación en situación de conflicto armado. En cualquier comunidad dada -y esto no se limita en modo alguno al Perú- existe el impacto oíble, y a menudo hirientes, de los nombres, tanto individuales como colectivos. Algunos ejemplos de ello son los siguientes:

» En Ruanda se los etiqueta colectivamente como "niños no deseados," "hijos de mal recuerdo," "hijos del odio," "niños genocidas," y con nombre individuales como "pequeño asesino," "hijo del odio," "no sé qué decir" y "el intruso" (Nowrojee, 1996: 39l; Weitsman, 2008: 577; Wax, 2004: A1)

» En Kosovo: "hijos del oprobio" (Smith, 2000)

» En Timor Oriental: "hijos del enemigo" (Powell, 2001)

» En Vietnam: "polvo de la vida" (Mckelvey, 1995) y "niños infectados con América"4

» En Nicaragua: "bebés monstruo" (Weitsman, 2003:11)

» En Guatemala: "soldadito"5

» En Uganda: "Sólo Dios sabe por qué me ha sucedido esto," "el desdichado," y "salieron mal las cosas" (Apio, 2007: 101)

» En Colombia: "paraquitos"6

Y en el Perú, entre otros nombres, a estos niños se les llama "regalos de los soldados," "hijos de nadie," "fulano" y "chatarra". La variación linguística y cultural no explica de por sí este fenómeno generalizado en contextos pos-conflicto armado. La data etnográfica comparativa es importante porque nos permite ver patrones en lo que, a primera vista, podrían parecernos casos aisladas. Pero una y otra vez, a través de las regiones, los nombres delatan el punto de encuentro entre un parentesco doloroso y un "conocimiento venenoso" (Das, 2000).

Esto parece chocar con el secretismo y el silencio que usualmente rodean a la violación y otras formas de agresión sexual. En su trabajo con supervivientes de violación en Ruanda, por ejemplo, van Ee y Kleber descubrieron que "por vergüenza, muchas mujeres que fueron violadas quieren esconder su trauma y la forma en la que el niño fue concebido" (2012: 643). El ocultamiento es un leitmotif en la literatura, y se le entiende por lo general como un modo de evitarle el estigma a madres e hijos.

En el Perú, algunas mujeres quisieron abortar con hierbas en un esfuerzo por librar a sus cuerpos de los fetos que no podían soportar.7 Mientras algunas intentaron hacerlo por sus propios medios, otras recurrieron a curanderos que echaron mano a todo tipo de abortivos para hacer "limpiezas". En este caso, la palabra "limpieza" es una forma de solapamiento que le permite a la mujer hacerse de una ambiguedad útil, ya que las limpiezas son bastante comunes para todo tipo de enfermedades. Fue solo con el tiempo que mis colegas y yo nos percatamos de que las mujeres que habían visitado a curanderos lo habían hecho tanto para limpiarse de manera literal -se quejaban de sentirse sucias como resultado de las violaciones- como para deshacerse in utero de embarazos indeseados.

Otras recurrieron al infanticidio. Existe una práctica antigua de "dejar morir" a los niños indeseados, bien porque han nacido con defectos congénitos o porque son producto de la violación. La idea es que las criaturas no sufren al morir; se las puede dejar durmiendo boca abajo, deslizándose suavamente hacia la muerte. Si a esto se le suma la preocupación que tienen las mujeres por la transmisión de llakis (memorias tóxicas) y sustos de madre a hijo, ya sea in utero o por las tetas asustadas de las madres, la idea de que estos niños podían estar dañados era omnipresente. ¿Cómo puede un hijo nacido de tanto miedo y sufrimiento ser normal? Muchas mujeres estaban convencidas de que no podían serlo. Dejar a esos bebes morir reflejaba un deseo de librarlos de la violencia de la memoria -y de librar a sus madres de sus propias memorias violentas.

Y aun así, ante este complicado espectro de prácticas ocultas, hay, inevitablemente, nombres que señalan a estos niños, revelando sus orígenes en la violencia. Vom Bruck y Bodenhorn han observado que, "como suelen ser otros quienes nos dan nombre, el acto de nombrar puede implicar a los niños en relaciones a través de las cuales estos se insertan dentro, y eventualmente actúan sobre, una matriz social. Es así como las vidas individuales se entrelazan -a través del nombre- en las historias de vida de los demás" (2006: 3). Nombrar es verbal, es audible e interpersonal; las prácticas de nombramiento son una forma de expresar, puede que proyectando, lo privado en el espacio público, reclamándole al Otro. Estos "entrelazamientos" merecen estudiarse.

Cada mujer que habló conmigo o con alguno de mis asistentes sobre su violación insistió en que "no se lo había contado a nadie antes." Quienes lidiamos con secretos y silencios, sin embargo, sabemos que "nunca se lo he contado a nadie" no es lo mismo que decir que "no lo sabe nadie." Pero por ahora, permítasenos asumir que algunas mujeres sí lograron disimular sus embarazos – ésta violencia y sus legados- exitosamente. Aun así, en algún momento la mujer dio a luz al secreto. En el transcurso de esa emergencia: ¿quién o qué se estaba haciendo público, y a quién, o qué, se está nombrando?

Dentro de las comunidades quechuahablantes, los nombres no son solo etiquetas para las personas; se inscriben también dentro de ciertas prácticas sociales, sobre todo como formas de expresar o afirmar jerarquía. La gente suele dirigirse entre sí no por el nombre propio, sino con términos que denotan ciertas relaciones.8 Es así como la ubicación de cada quien dentro de redes de relacionamiento se ve continuamente reiterada en sus interacciones diarias. Los apodos, sin embargo, son comunes y acostumbran reflejar atributos que se consideran inherentes a cada quién.9 Lo que los apodos nombran son las cualidades de quien los porta10.

A través de los años, he conocido a varios niños producto de la violación. Mencionaré aquí a sólo uno, cuya madre fue compartida por los soldados de una base que, al momento de la violación, tenía puesta la vista sobre la comunidad desde hace casi quince años. Al principio lo noté porque era taciturno, no se unía nunca al grupo creciente de niños que avivaban mi habitación. Intenté hablar con él varias veces, pero no tenía interés en conversar. Tras vivir en la comunidad durante meses, finalmente pude preguntarle a alguien sobre él. Anochecía y lo vi dirigiéndose en empinada cuesta abajo hacia su casa con tres chivos y su llama, a los que arriaba con el golpe ocasional de una delgada rama. La mujer que tenía a mi lado lo conocía por su nombre: Chiki. Mi rostro debe haber evidenciado mi sorpresa, porque me susurró que su madre era "una de esas mujeres".

Chiki es un nombre doloroso para un niño que, a su vez, le fue doloroso a su madre. Chiki, en quechua, significa "peligro," y en el uso diario se refiere a la advertencia de un mal inminente que debe evitarse. La gente recuerda cómo aprendieron a buscar señales de que el enemigo estaba por atacar. Un tal chiki era un viento fuerte que soplaba a través del poblado, sacudiendo los techos y dejando entrever que algo malo estaba por pasar. Este niño no podía ser una advertencia: ya era demasiado tarde para esquivar ese peligro en particular. Era, más bien, el resultado de un suceso siniestro del que su madre no pudo escapar. Su mero ser proyectaba la memoria de su madre hacia el pasado y el futuro, porque el hijo es la memoria viviente del peligro sobrevivido, así como el recuerdo de que nada bueno puede esperarse de este Chiki del que no pudo evadirse.

La noción del estigma se le aplica con frecuencia a estos niños, pero: ¿es esto realmente todo lo que puede decirse de estos nombres? El estigma parece una explicación un poco tenue para un fenómeno de descripción tan gruesa, e inhibe un repertorio potencial más amplio de significados y motivaciones. Mientras la evidencia no permite hacer reclamos totalizadores, estos nombres tienen sin duda algo que ver con la memoria y el recuerdo y con teorías sobre qué cosas se transmiten de padre a hijo. De ahí mi insistencia en quién y qué se está nombrando y haciendo público, y por qué razón.

En un estudio fascinante sobre niños ugandeses nacidos de jóvenes que fueron secuestradas y convertidas en "esposas" por el Ejército de Resistencia del Señor, Apio toca brevemente el tema de esta práctica de nombramiento. De una muestra de 69 niños, encontró que 49 tenían nombres hirientes (los demás habían sido nombrados bien por el padre y como alguno de sus parientes, bien por el personal médico a cargo del nacimiento tras la reintegración de las madres). De ahí que pueda suponerse que fueron las madres quienes nombraron a los 49 niños restantes, y que sus nombres dieran fe de su suplicio. "Estos nombres concentran todas las experiencias negativas de la madre y le dan vida en el carácter del bebé. Es así como el niño se convierte en un recuerdo viviente de su sufrimiento" (Apio, 2007: 101). La reacción de las madres ante los esfuerzos de los trabajadores sociales que quieren darles a estos niños nombres nuevos, como "Bienaventurado" o "Salieron bien las cosas," es especialmente interesante. Como Apio descubrió en sus entrevistas con el personal de World Vision, "las madres se muestran reacias a aceptar estos cambios. Prefieren los nombres previos" (101, el énfasis es mío). No se nos dice por qué, aunque este ejemplo contradiga la idea de que las mujeres buscan siempre y a toda costa ocultar la concepción violenta de sus hijos. Cuando es la propia madre quien pone el nombre y, al hacerlo, le da voz a la violencia que ha sobrevivido, el conocimiento venenoso se desplaza hacia fuera, hacia lo público. Esto parece tener bastante menos que ver con la vergüenza que con el gesto de imponerle alguna suerte de reclamo a los demás: ¿del conocimiento venenoso a la exigencia de reconocmiento? ¿Por qué rompen las madres el silencio?

En la literatura sobre violación, a las mujeres a menudo se las representa como metonimias del país, de la comunidad, o de algún colectivo que es supuestamente atacado mediante la violación de sus integrantes femeninas. En efecto, la idea de la violación como "arma de guerra" se basa en este supuesto y en la utilización de la violación como un medio estratégico para la consecución de un fin (Baaz y Stern, 2013). Acertadamente, Baaz y Stern (2013) interpelan a este marco de referencia, notando que los usos y significados de la violación son mucho más variables que lo que el "arma de guerra" permite. Si la violación es, sin embargo, a veces empleada para socavar la moral del enemigo y destruir comunidades, entonces señalar a estos niños puede ser un modo de dar fe del daño que ha sufrido el colectivo. Nombrar es tanto un "decir" como un "hacer," y pronounciar estos nombres entalla el acto de recordación de los demás. ¿Podrían ser éstos casos que evidencien la negativa de la mujer a dejarse avergonzar y estigmatizar, aun a expensas del bienestar de su hijo? Como viéramos antes, en sus tesimonios ante la CVR, las peruanas narraban las consecuencias familiares y comunales del conflicto armando interno. Ellas eran portadoras de la historia colectiva. En el curso de mis propias investigaciones, he encontrado que las mujeres también interrumpen las historias comunales frecuentemente elaboradas por los líderes comunitarios, casi todos ellos hombres (Theidon 2012). Las mujeres, cuyas versiones de las cosas a menudo discrepaban con los recuentos claros de la guerra que se le ofrecían a quienes preguntaran por ella, eran especialistas en "contra-memoria." Los nombres de estos niños pueden ser una forma de narrar el pasado, de atestiguar un legado de violencia en el presente y de denunciar el daño que se hizo y que sigue, todavía, sin reparo.

BIOLOGÍAS LOCALES

[D] espués de la noche se entraron [...] esos militares, las Sinchis [...] durante toda la noche golpiarme, maltratarme [...] después comenzaron a abusarme, violarme, a mí me violaron [...] me violaron siete [...] Uno salía, otro entraba, otro salía, uno entraba. [...] Yo [...] quería matarme, [...] quería morirme yo, yo pensaba que entre mí, ese producto, es cuántos, como un mostros será, cuántas tantas personas que me han abusado, yo pensaba que tenía monstruo, depente qué clase, cómo estarán creciendo en mi adentro. (Georgina Gamboa García, audiencia pública de la CVR, Huamanga, 8 de abril de 2002, testimonio condensado por la autora).

Ahora hablaré sobre las "biologías locales" y las teorías de la transmisión. El concepto de biologías locales de Margaret Lock nos permite analizar la coproducción de biología y cultura (en contraste a una biología universal sobre la cual las diversas culturas desarrollan variaciones infinitas), y capturar cómo esta coproducción aporta a las experiencias encarnadas y a la discursiva sobre el cuerpo (Lock 1995). Esto nos permite valernos de la biología como un sistema de significación, como una forma de producir significado. Con relación a esto, quisiéramos seguir dos trayectorias: la de los niños concebidos por medio de violencia sexual, y la de los niños que estaban in utero durante las violaciones de sus madres. ¿Cómo entienden las personas el impacto de estas violaciones en los hijos?

El miedo a la monsturosidad de Georgina Gamboa —miedo sobre qué, más que sobre quién, crecía en su vientre- es un ejemplo gráfico de un rango mayor de preocupaciones que expresaran las peruanas. Me contaron que los niños nacidos de la violación eran "de natural más agresivos," rasgo que sin duda remitía a la violencia perpetrada por sus padres biológicos. Otras madres me aseguraban que estos niños eran vengativos, reflejando la idea de que llevaban al "enemigo adentro" y que la sed de venganza se transmitía de padre a hijo. A partir de la escasa literatura disponible sobre el tema, parecería que los niños varones nacidos de la violación son más propensos a dar miedo que las niñas, indicando la primacía del semen y de la sangre del padre en la transmisión de características relacionadas a la masculinidad violenta (Carpenter, 2007). En este caso, la naturaleza se impone al carácter, y la biología se convierte en destino.

En su estudio comparado sobre niños nacidos de la violación en Bosnia y Ruanda, Weitsman (2008) los considera como un prisma de la política identitaria. Sitúa los distintos usos de la violación en este marco, sobre todo con respecto a si la etnicidad la determina, o no, la sangre del padre (2008: 563). Durante las campañas de violación en Serbia, "el supuesto imperante en el que se basaban estas políticas era que la identidad es biológica y paterna" (565). En tal caso, las mujeres son meros vehículos para la transmisión de la identidad paterna, y los suyos eran vientres ocupados. Las distintas configuraciones identitarias culminarán en distintas lógicas tras el uso (o el no-uso) de la violencia sexual. Weitsman está en lo correcto cuando escribe que, "una vez nacidos, la identidad de los niños de guerra está inextricablemente ligada a la de sus padres violadores" (566). Dado lo central que es la identidad del padre al momento de determinar el sino de estos niños -ya sea en lo tocante a sus predisposiciones conductuales, a su identidad étnica o alguna otra característica- lo lógico es que las mujeres hagan esfuerzos por ejercer algún control sobre su labor reproductiva, y por quebrar ese lazo indisociable. Para esto precisamente se prestan los llamados embarazos estratégicos.

EMBARAZOS ESTRATÉGICOS

A mi esposo se lo han llevado [los soldados] desde mi casa hasta la plaza. De ahí se lo han llevado y le han hecho desaparecer. Yo les seguía hasta Canaria. Esos tiempos, los militares me pegaron, por eso me duele el pecho. Ellos me querían abusar pero no podían. Por todo que lo que me hicieron, yo no perdono. Ahora por su culpa mis hijos están mal educados. Que me reparen haciendo por lo menos mi casa. Yo tengo tres hijos. Después de mi esposo ha desaparecido, cuando los militares me intentaban abusar, dije que de estos no vaya tener hijo. Mejor voy a tener hijo de mi paisano. Diciendo, he tenido un hijo de un viudo para no darles gusto a esos miserables. Abusaban en fila. ¿Cómo una mujer va aguantar a tantos hombres? Ni un perro podría aguantar. (Señora Tomayro, Hualla, 2003)

Las palabras de la señora Tomayro condensan mucho. El acceso a los servicios de salud reproductiva y a la planificación familiar ya eran ínfimos antes de la guerra, y se redujeron aun más con la destrucción de cientos de postas médicas rurales durante el conflicto armado interno. A menudo las violaciones resultaban en embarazos indeseados, que podían acarrearle más dolor y estigma tanto a madres como a hijos. En un contexto de alternativas mínimas -y con menos recurso todavía a la contracepción- las mujeres buscaron ejercer algún control sobre sus cuerpos, aunque este se redujera a dejarse embarazar por otro miembro de su comunidad y no por soldados puestos en fila para una violación grupal.

Pero hay más: las mujeres estaban tratando, de algún modo, de preservar a su "comunidad," que les confiere derechos y obligaciones. Las madres solteras se quejan del reto que implica obligar a los padres de sus hijos a reconocerlos y a proveerle a ella algún tipo de apoyo económico. La lucha se repite en todas las comunidades. Pero al dar a luz al hijo de un comunero, la mujer inscribe a ese niño dentro de una red familiar y comunal de reciprocidades y obligaciones. Embarazarse con el comunero le permite alguna garantía de que tiene a quién reclamarle por sí misma y por su hijo.

Pero no se trata sólo de recursos financieros, sino también del costo emocional. Como los mismos rostros de los niños producto de la violación son recordatorios de un pasado doloroso, estos embarazos estratégicos son protectores y preventivos. Son los esfuerzos de las mujeres por ejercer algún control sobre el presente y el futuro, sobre sus cuerpos y sobre la producción de "memorias futuras." Mujeres como la señora Tomayro trataban de hacer tolerables a sus fetos y ahora me percato, además, de que trataban de hacerse del nombre del padre.

LA LEY DEL PADRE

Todo niño tiene derecho a un nombre desde su nacimiento y a adquirir una nacionalidad, de manera que nunca sea un apátrida; también tiene derecho a conocer a sus padres y a ser cuidado por ellos. (Convención sobre los Derechos del Niño, 1989, Artículo 7.1).

Uno de los momentos en los que se confiere el nombre es al nacer o muy poco después. A diferencia de los apodos, el apellido es "un primer paso, y crucial, para hacer a los ciudadanos individuales oficialmente legibles y, junto a la fotografía, sigue siendo el primer dato en los documentos de identidad" (Scott, 1998: 71). Este paso inaugural para serle legalmente legible al Estado (y para designar la nacionalidad del bebé) es un instante en el que las identidades se asientan y las carreras morales entran en movimiento11. Ahora me concentraré en los nombres propios y en la ley del padre.12

En los países hispanohablantes como el Perú, los niños tienen dos apellidos inscritos en su certificado de nacimiento y, eventualmente, en su Documento Nacional de Identidad (DNI). El primero es el del padre, el segundo el de la madre. Así, por ejemplo, si el padre es Jaime Salinas Morales y la madre Jacinta Quispe Rimachi, el apellido del niño será Salinas Quispe, y quedaría registrado como tal primero por el personal médico en la posta médica, y luego por el Registro Civil municipal, junto a las ocupaciones de los padres y demás información. Pero esto se complica cuando el padre se niega a reconocer oficialmente a su hijo y a asumir sus obligaciones paternas, o cuando la madre no sabe quién es el padre.

Los testimonios femeninos de la CVR indican que los dirigentes de Sendero Luminoso trataron de limitar la cantidad de nacimientos forzando a niñas y mujeres a inyectarse contraceptivos o abortar. En aquellos casos en que las mujeres llevaban sus embarazos a término, los bebés les eran usualmente arrebatados. Los militares, en cambio, dejaron muchos hijos a la vera. Una autoridad comunal se quejó ante mí amargamente por los regalos de los soldados que nacieron en su pueblo, y es que esa sola comunidad cuenta con más de 50 jóvenes producto de la violación, para quienes las identidades de sus padres jamás se establecieron. Si no se da ningún nombre para el padre -o si se lo desconoce- el niño puede ostentar los dos apellidos de su madre (lo que ya es marca de una concepción turbia). Significativamente, estos documentos registran dos apellidos como requerimiento legal del Estado. Y aunque esto es, en efecto, una forma de la gobernabilidad reproductiva, para las mujeres es también un punto crítico a partir del cual asegurarse de la identidad del padre y, con ella, de su responsabilidad para con el niño.13

Durante el conflicto armado interno, miembros de las Fuerzas Armadas del Perú participaron de violaciones generalizadas, que a su vez resultaron en un sinnúmero desconocido de embarazos. La CVR registró más de 70 bases y barracas militares en las que se cometieron actos de violencia sexual, lo que le permitió a la Comisión declarar que, en ciertos lugares y momentos, el uso de la violencia sexual fue sistemático y generalizado (Macher, 2005: 62). Según mis propias investigaciones, este es efectivamente el caso para cada comunidad en la que las Fuerzas Armadas instaló una base durante el conflicto armado interno.

Un componente importante del trabajo de la CVR eran sus estudios en profundidad —casos detallados de ciertas regiones o temas que le permitieron a la Comisión encontrarle patrones a la violencia, en un esfuerzo por revelar cadenas de mando y responsables. Al término de su labor, la CVR le entregó ciertos casos judicializables al Ministerio Público para mayor investigación y potencial enjuiciamiento. Uno de estos casos implicaba a Manta y Vilca, dos comunidades ubicadas en la provincia de Huancavelica, cuyos nombres se han vuelto sinónimos con el uso impune de la violencia sexual por parte de las Fuerzas Armadas en el marco del conflicto armado interno.

En 1983, la provincia de Huancavelica declaró un estado de emergencia, y se establecieron bases militares contrainsurgentes en Manta y Vilca que siguieron operando hasta 1998. Además de hurtos, detenciones arbitrarias, asesinatos y torturas, se hizo un uso sistematizado de violencia sexual contra mujeres. La CVR estableció que los dirigentes al mando de las bases toleraban y, hasta en algunos casos, fomentaban, el uso de la violación y de otras formas de agresión sexual.

Y así como las violaciones tienen un patrón, los nombres en las partidas de nacimiento lo tienen también. Muchas mujeres se embarazaron en Manta y Vilca, y sus testimonios describen la futilidad de tratar de persuadir a los oficiales dirigentes para que le ordenaran a sus subordinados reconocer y responsabilizarse por sus hijos nacidos de la violación. Según el relato de una mujer, cuando acudió al coronel para pedirle información sobre el soldado que la había violado, éste le dijo: "Está sirviendo a su Patria y no puedes denunciarlo" (Wiesse, 2005: 61). Cuando les era posible, las mujeres trataban de hacer pasar a estos niños como hijos de sus maridos. Pero muchas eran viudas o madres solteras, y la opción no estaba a su alcance.

Tan solo en el distrito de Manta, la CVR descubrió 32 casos de niños cuyos padres eran militares que se habían negado a reconocerlos. La persona a cargo del Registro Civil de Manta le confirmó a la CVR que los padres de esas 32 criaturas eran soldados que habían estado sirviendo en Manta. En estos casos —que a menudo involucraban violaciones grupales por pandillas de soldados operando bajo la cubierta de sus noms de guerre — las mujeres pueden no haber sabido quién era el padre, pero sí sabían qué era. En un esfuerzo por lograr que a estos niños los reconocieran sus padres biológicos, las madres los registraron ya fuera con el nom de guerre o con el grado militar del padre biológico: "Soldado," "Capitán," "Militar," "Moroco." Así es como comenzaron a darse nombres como Edwyn Militar Chancasanampa y similares.14 El Registro Civil también consignó la ocupación del padre: "Servicio militar" (Wiesse, 2005: 59). Las fuerzas del Estado dejaron tras de sí a una generación entera prohijada en la violencia y, en palabras de la empleada de una ONG, "era mal visto tener al hijo de un soldado y hoy a esos niños se los discrimina" (Weisse, 2005: 60). Los agentes armados del Estado produjeron esos hijos a la fuerza, y los representantes del Estado ejercieron, a su vez, el derecho a imponerles un nombre si la madre no podía darles uno. En las postas médicas y en el Registro Civil, la ley del padre entraba en efecto desde la primera interacción entre el niño y el Estado.

Ahora bien, aunque estos nombres conferían -y confieren aún- un estigma, las mujeres insistían en registrar a sus hijos y en nombrar, de alguna forma, al padre. Para ellas, estos eran esfuerzos por asegurar la legitimidad de sus hijos en varios niveles. Estaban reclamándole al Estado -representado por el personal de las postas médicas y de los Registros Civiles- que las ayudara, responsabilizando a esos soldados por sus acciones y por el hijo que de ellas había resultado. Hay aquí una ironía: las mujeres que habían sido violadas por soldados al servicio de la Patria recurrieron a los propios funcionarios del Estado para obligar al Estado a reconocer la paternidad de sus hijos y asumir alguna forma de responsabilidad por ellos. De ahí que nuevamente me pregunte: ¿a qué se está nombrando, y por qué? Las mujeres le han dicho expresamente a mi colega Edith Del Pino que estos son los "hijos del Estado." Encontraron cómo darle nombre a los crímenes atribuibles al Estado al librar este una contrainsurgencia sobre su propios ciudadanos, o por lo menos sobre aquella porción de la ciudadanía que siempre le fue marginal al país. Estos nombres son, entonces, una acusación y un reclamo, registrados en el primer paso oficial del niño para convertirse en peruano.

¿UN TESTIGO EN EL VIENTRE?

Urdidos en estas prácticas de nombramiento están el ocultamiento y la revelación, el silencio y la puesta en evidencia, por lo que quisiera ahora reparar en otro derrotero: el de los niños que estaban en el útero cuando sus madres fueron violadas. Así como se tienen biologías locales para los niños nacidos de la violación, me imagino que la mayoría de grupos culturales cuentan con teorías respecto al impacto de la violación en las embarazadas. Aunque no nos queda claro si es que a estos niños se los estigmatiza, sí se aprecia que las madres se preocupan sobre el daño sufrido por sus hijos en el curso de estas vejaciones.

Además de los posibles defectos congénitos, en el Perú existe la preocupación de que estos niños sean propensos a actividades epileptiformes y taras mentales. Una mujer del poblado de Cayara lo explicó así:

Aquí son muchos los niños enfermos, hasta hay jóvenes. El hijo de mi vecino ya es joven. Cuando estaba embarazada, a su madre le maltrataron, los soldados la violaron. El niño era maltratado desde el embarazo, nació diferente, medio sonso, no puede hablar. Es como un loco. Es como si hubiera perdido la razón, no camina, es diferente, sonso. No es como un niño sano.

La insistencia en que estos niños han sido maltratados antes de nacer me parece irrefutable. Dada la brutalidad de la violencia sexual que se registra en los testimonios, puede asumirse que estos niños fueron golpeados, y en efecto cachiporreados, durante la tortura de sus madres. No pude encontrar estudios clínicos, pero quizás pueda extrapolar de alguno conducido en Chile, en el que un equipo de investigadores analizó el impacto de la violencia política en las embarazadas. Primero se estableció qué barrios de Santiago habían sufrido más por la violencia política y las desapariciones durante la dictadura militar, seleccionándose una muestra de barrios a través de una muestra que iba desde niveles bajos hasta niveles altos de violencia. En cada barrio se le hizo un seguimiento a los embarazos y partos de un grupo de mujeres y, al controlar las distintas variables, se determinó que las mujeres provenientes de los barrios más violentos presentaban cinco veces más complicaciones en sus embarazos y partos.15 Tanto el estudio epidemiológico chileno como las teorías imperantes que los Quechuahablantes tienen sobre los efectos duraderos de la violencia sexual y del terror tanto en la madre como en el hijo sugieren, y merecen, un mayor y más profundo estudio.

También habría que explorar qué es lo que se supone que los fetos saben, recuerdan y experimentan. Me inspiro aquí en La teta asustada, una poderosa película peruana.16 En su primera escena, puede verse a una mujer entonando un qarawi con su característica agudeza. En las comunidades quechuahablantes, los qarawi son cantados por mujeres, sobre todo por aquellas de una cierta edad, a modo de recuentos líricos. Y aunque el tono es siempre reconocible, las palabras varían según lo narrado, mientras las mujeres van improvisando el comentario.

La audiencia pronto se percata de que esta anciana está en su lecho de muerte, cantándole a su hija, quien está sentada cerca. Les presento una versión abreviada de la letra:

Quizás algún día tú sepas comprender,
Lo que lloré, lo que imploré de rodillas,
A esos hijos de perra. Esa noche gritaba,
Los cerros remedaban y la gente reía.
[...] A tí te había parido una perra con rabia.
[...] A esta mujer que les canta, esa noche le agarraron,
Le violaron.
[...] No les dio pena que mi hija les viera desde dentro.
[...] Me violaron con su pene y con su mano.
[...]No les dio pena que mi hija les viera desde dentro.

Aunque la película se desenvuelve en clave de realismo mágico, estas palabras tienen menos de lo mágico que de lo real. La madre quiere que su hija entienda que nació tan asustada por haber presenciado el abuso de su madre. Para las mujeres que han sobrevivido a estos ataques, y a quienes se les aseguró en los centros de detención y en las barracas que nadie les creería si hablaban -o que, si lo hacían, la vergüenza y el estigma se quedarían con ellas, y no con los culpables- el único testigo de estos sucesos puede haber estado adentro. En los testimonios dados a la CVR, muchas mujeres mencionaron cuán preocupadas estaban de que la violación las hiciera perder a sus hijos. Estos niños pueden ser una fuente de consuelo para sus madres, y su existencia un testimonio de la maternidad como forma de resiliencia.17

REFLEXIONES FINALES

En su importante volumen, Born of War: Protecting Children of Sexual Violence Survivors in Conflict Zones, R. Charli Carpenter se pregunta: "¿Por qué es que los niños nacidos de la guerra suelen serles invisibles a la Agenda internacional, y cómo se puede cambiar esto?" Como ya he dicho, estos niños son bastante más visibles en los entornos locales que habitan. Veo el presente artículo como una conversación entre colegas y como una invitación para ahondar en estas preguntas. Estoy convencida de que una investigación etnográfica detallada puede darnos algunas respuestas y, espero, contribuir a que se le haga una mayor justicia a estas mujeres y sus hijos. Evaluar las formas en que los niños que nacen de la violencia sexual en situaciones de guerra son nombrados, representados, señalados y, posiblemente, amados, podría conducir a nuevas introspecciones sobre la encrucijada de género, etnicidad, sexualidad e identidad y arrojar, quizás, algunas luces importantes sobre estos legados vivientes de la violencia sexual en situaciones de conflicto.

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Fecha de recepción: 3/11/2015
Fecha de aprobación: 18/12/2015

NOTAS

* Este texto fue escrito por un homenaje al Dr. Salomón Lerner, expresidente de la Comisión de la Verdad y la Justicia del Perú. Fue publicado en el libro compilado, La Verdad nos hace libres: sobre las relaciones entre filosofía, derechos humanos, religión y universidad, Miguel Giusti, Gustavo Gutiérrez y Elizabeth Salmón, editores. Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 2015.
La autora agradece a los editores el permiso de reproducir el texto. Traducción del inglés por Mónica Belevan.

1 Conferencia "The State and Gender Violence," Lehman College, Brooklyn, 2 de abril, 2014.

2 Se estima que unos 5,000 niños nacieron producto de la violación genocida en Ruanda (Nowrojee et al, 1996).

3 Para una discusión más detallada de estas cuestiones, ver Theidon 2007 y 2012.

4 Comunicación personal, University of Oregon, 9 de mayo, 2013.

5 La agradezco esta información a Victoria Sanford.

6 Trabajo de campo de la autora, Colombia.

7 Los abortos y el infanticidio son comunes en situaciones de pos-conflicto donde el uso de la violación fue generalizado. Ver (Carpenter, 2007).

8 Muy agradecida con Bruce Mannheim por sus reflexiones sobre las prácticas de nombramiento en quechua. Comunicación personal, 3 de abril, 2014.

9 Ver el estudio de Vergara Figueroa sobre los apodos en el Perú.

10 En el curso de sus investigaciones en la China, Ruby Watson encontró que los apodos se negociaban entre quien los daba y quien los recibía. "Queda claro, empero, que los apodos ocupan un lugar más cómodo en el mundo transaccional de la política, de la amistad y de los grupos informales que en los grupos formales" (1986: 624). En el ejemplo que da, quien recibe el apodo puede participar del proceso de ser apodado (sobre todo si es un varón). Sería valioso explorar este aspecto en diversos marcos sociales para determinar si los niños nacidos de la violencia sexual en situaciones de guerra pueden cambiar sus apodos y, quizás, sus destinos.

11 Me refiero, desde luego, al trabajo de Goffman sobre el estigma, donde se vale del término "carrera moral" para hablar sobre la experiencia de aprendizaje que entalla el manejo de una identidad dañada, y los ajustes continuos que dicha experiencia le impone al yo (1968).

12 "La idea de que existe un nombre 'propio' (en el sentido de que sea el correcto, además del propio) dota al acto de nombrar, y al nombre mismo, con un poder moral considerable que se refleja en el nombrante así como influencia la personalidad de quien recibe el nombre" (vom Bruck y Bodenhorn, 2006:11).

13 Ver Huayhua, 2010, por su rico análisis etnográfico del trato discriminatorio recibido por los quechuahablantes a manos del personal de las postas médicas. Como Huayhua nota, estos encuentros eran negociaciones complicadas tanto por lo que no se decía, como por lo que se sí se expresaba mediante el lenguaje corporal, que decía mucho sobre las formas en que los subalternos intentan manipular al aparato represivo del Estado para sus propios fines, si es que claramente sobre un terreno desigual.

14 CVR, citada en (Ideele 2005, p.58).

15 Ver Cecilia Zapata, Atalah Robolledo, B. Newman y M.C. King, "The Influence of Social and Political Violence on the Risk of Pregnancy Complications," American Journal of Public Health 82, no. 5 (1992): 685-690.

16 La teta asustada fue escrita y dirigida por Claudia Llosa.

17 Me baso aquí en la literatura sobre la resiliencia materna y las formas en las que la maternidad puede ser una fuente de fuerza y perseverancia.

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