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Análisis Político

versión impresa ISSN 0121-4705

anal.polit. vol.29 no.87 Bogotá mayo/ago. 2016

https://doi.org/10.15446/anpol.v29n87.60726 

http://dx.doi.org/10.15446/anpol.v29n87.60726

¿QUÉ PASÓ HABIBI? O LOS SIETE PECADOS DE LAS REVUELTAS ÁRABES

WHAT HAPPENED, HABIBI? OR THE SEVEN SINS OF THE ARAB SPRING

Víctor de Currea-Lugo*

** MD, PhD. Profesor de la cátedra de Estudios de Oriente Medio, Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá. Bogotá - Colombia.


RESUMEN

Más de cinco años después del comienzo de las Revueltas Árabes, en los balances prima el pesimismo. Si bien, un proceso histórico no se define definitivamente en pocos años, la tendencia es preocupante. Teniendo en cuenta las visitas a la región entre 2011 y 2015, revisamos los puntos más relevantes sobre los cuales se centra el debate del fracaso de dichas revueltas. La paradoja está en las limitaciones propias de explicar un fenómeno todavía en curso y la necesidad académica (y política) de hacerlo. Estas limitaciones implican el riesgo de errar; sin embargo, creemos que sí existen elementos medianamente comunes, o por lo menos significativos en varios contextos diferentes, que permiten responder la pregunta: ¿Qué pasó habibi?

Palabras clave: Revueltas árabes, Siria, Egipto, Túnez, Libia.


ABSTRACT

More than five years after the start of the Arab Spring, pessimism dominates the score cards. Although a historic process does not take shape in a few short years, the trend is a matter of concern. Taking into consideration visits to the region between 2011 and 2015, we evaluate the most relevant points on which the debate over the failure of the aforementioned revolts is centered. The paradox is in the limitations themselves on explaining a phenomenon that is still in progress coupled with the academic (and political) need to do it. These limitations imply a risk of error; however, we believe that moderately common elements, or at least elements significant in a variety of different contexts, do indeed exist and can provide a response to the question, "What happened, habibi?"

Keywords: Arab revolts, Arab Spring, Syria, Egypt, Tunisia, Libya.


"Lo que tenemos que hacer con los hechos banales es descubrir–
o tratar de descubrir- cuál es el problema específico y tal vez original relacionado con ellos" (Foucault, 1988, p.5)

"Yo soy un convencido de que la revuelta árabe
hasta hora está en su fase de inicio".

Marwan Shehadeh1


INTRODUCCIÓN

Pasamos en pocos años de la alegría de las calles egipcias llenas de manifestantes, al dolor de los refugiados sirios. La preocupación por explicar el éxito de los primeros meses de 2011 ha sido remplazada por la de entender qué pasó con la dinámica política de la región.

Sin desconocer las lecciones positivas del proceso árabe de los últimos años (que retomaremos al final de este ensayo) queremos dedicar estas páginas a la reflexión sobre siete elementos, llamados aquí de manera informal: pecados capitales.

El proceso político de las Revueltas Árabes sigue en curso y los procesos históricos toman su tiempo, tanto para cerrar ciclos como para producir unas determinadas consecuencias. Por eso, aceptamos que lo que aquí desarrollamos, frente a una coyuntura temporal y con la información fragmentada disponible es igualmente fraccionado y temporal, pero necesario.

Si le preguntásemos a un francés bajo el gobierno de Robespierre, su opinión sobre el futuro de la Revolución Francesa, es posible que basado en la inmediatez de la guillotina y los retrocesos de ese momento de las banderas de libertad, nos conteste que dicha revolución había fracasado. Un episodio relativamente reciente, como fue la caída del Muro de Berlín, todavía sigue produciendo consecuencias y debates.

No todo lo identificado aquí como "pecado capital" está presente en todos los casos examinados, y en los casos que se manifiestan no comparten la misma magnitud, pues los procesos políticos no son homogéneos; pero sí hay tendencias compartidas, más allá de la guerra en Siria, las elecciones en Egipto, o las reformas oficiales en Marruecos.

1. LA TEORÍA DE LA CONSPIRACIÓN

Aunque no es algo absoluto, una forma muy marcada entre la población árabe de explicar tanto su historia como su contexto político actual es la teoría de la conspiración: todo lo malo que sucede en el mundo árabe y a los árabes, es fruto de un plan preestablecido y de acciones deliberadas de sus enemigos. Los únicos responsables de los problemas árabes son Estados Unidos e Israel (a veces y en menor medida, Irán).

Recuerdo una discusión con amigos árabes, días antes de la caída de Mubarak en 2011. Todos negaban que las protestas pudieran haber sido espontaneas y/o producidas por los mismos árabes.

Ese consenso solo se rompía en el momento de explicar si todo era obra de la CIA, de Israel o de Al-Qaeda.

Al mismo tiempo, los gobernantes explicaban que los autores del complot lograron levantar con engaños (con drogas y alcohol, decía Gadafi 2) a un porcentaje de la población en contra del régimen, a pesar de que "la inmensa mayoría" le apoyaba. De esta forma, Saif al-Islam Gaddafi, en febrero de 2011, comparó las protestas con fuerzas de ocupación turcas o italianas (Al Jazeera, 2011). Algunos imames, al comienzo de las protestas en Libia, habían alertado a la población contra las manifestaciones instigadas por el "sionismo y el imperialismo" (Espinosa, 2011).

La llamada "excepcionalidad siria" era mantenida en el discurso de Bashar Al-Assad aclarando que en otros países había funcionado una conspiración que no florecería en Siria. "No creo que Siria haya atravesado ninguna etapa en la que no haya sido objeto de diversos complots (…) Los complots son como los microbios, se reproducen en cualquier momento y lugar (…) No es necesario analizar profundamente las posiciones políticas y mediáticas que hemos visto para confirmar la existencia de tales complots" (De Currea-Lugo, 2016, p.118).

Por otro lado, para el gobierno tunecino el origen de las protestas estaba entre radicales izquierdistas, musulmanes, y "un complot extranjero, organizado por Al-Qaeda en el Magreb Islámico" (Martínez, 2011, p.33). Saleh, presidente yemení, acusó a Israel y Estados Unidos de dirigir las protestas: "De Túnez al sultanato de Omán las revueltas están dirigidas desde Tel Aviv y bajo la supervisión de Washington ¡ya habéis visto cómo el presidente estadounidense seguía los acontecimientos e intervenía!" (Sharian, 2011). Para algunos "Francia estaba preparando el derrocamiento de Gadafi desde noviembre" (de 2010) y por tanto las revueltas solo obedecerían a una orden de Paris (Bechis, 2011).

Las repercusiones de las revueltas en Israel, incluirían: "la radicalización de las opciones árabes individuales o colectivas hacia Israel", "la caída de la leyenda de que Israel es la única democracia de Oriente Próximo", y la pregunta de si la existencia de Israel "está condicionada por la existencia de dictaduras árabes y por la ausencia de cualquier voluntad libre del pueblo, en cuanto estas dictaduras operan como un muro de protección entre Israel y los pueblos árabes" (Harub, 2011).

Todas las condiciones objetivas de falta de libertades políticas y de injusticia social, bastarían para explicar buena parte de las revueltas, pero no faltan las voces de izquierda que acusan a la revuelta libia de ser una "conspiración islamista" apoyada por Europa, para crear un "califato ortodoxo" con presencia de Al-Qaeda. "El espectador sobrio difícilmente puede considerar que lo que ha ocurrido es una victoria de fuerzas democráticas; y tanto en Egipto como en Túnez, los resultados de la revolución no se inclinan hacia la democracia, lo hacen hacia el Islam radical" (Anbilivin, 2011).

Esta teoría parte de dos supuestos: uno, que los regímenes árabes no habían hecho nada en contra de sus pueblos que pudiera justificar las protestas y, dos, que los enemigos de los regímenes habían logrado en pocos días y con unos pocos aliados internos sublevar las masas mediante engaños y manipulación.

De ahí se deducen varias preguntas inquietantes ¿Podemos aceptar que estos teóricos vean lo que ningún árabe ve? ¿Son los árabes en verdad "menores de edad" políticamente hablando? ¿Bastan unos pocos infiltrados para hacer caer un gobierno y producir una guerra civil? ¿No había condiciones objetivas para la protesta? ¿Dónde estaban las masas que apoyaban incondicionalmente a Ben Alí, a Gadafi, a Mubarak y a Saleh?

Tanto Europa como los Estados Unidos buscaron esencialmente proteger sus intereses en la zona de manera errática: Obama fue acusado por el Partido Republicano de actuar muy tarde y hacer muy poco en Libia; Berlusconi se demoró demasiado en sumarse a la campaña contra Gadafi; el plan francés de repetir la experiencia bélica en Siria no ha prosperado; y la acción militar sólo fue posible gracias a la "luz verde" de la Liga Árabe, de China y de Rusia.

Es indudable que las potencias tratan de sacar el máximo provecho de la coyuntura política, pero eso no los hace directores de orquesta de una conspiración. Los Estados Unidos llamaron a una transición pacífica 3 e incluso en el caso de Libia mantuvieron su apoyo a Gadafi, como lo comprueban documentos abandonados en la oficina central de inteligencia libia en Trípoli.4

Esta aproximación marca ostensiblemente el marco de referencia con el que se leen las Revueltas Árabes: en el caso de Siria ha primado su importancia geoestratégica regional en un marcado menoscabo de la agenda local de los rebeldes sirios. Es decir, en los análisis poco han importado las justas banderas de la oposición siria y ni siquiera el uso de armas químicas por parte del régimen, a la hora de explicar el conflicto.

El afán es negar cualquier diferencia entre la oposición de banderas laicas y las agendas islamistas. Por ejemplo, cuando estaba como periodista con miembros de Hizbollah cerca de Qusayr (Siria, septiembre de 2013) a pesar de que la persona local entrevistada hablaba del Ejército Libre Sirio, el traductor decía "Al-Qaeda"; este no es un hecho baladí sino el reflejo de una voluntad política de leer a todos los que se oponen al gobierno de Bashar Al-Asad como miembros de grupos islamistas.

"Algunas veces dicen que somos de Al-Qaeda, que de la CIA, que terroristas" me decía un miembro del Ejercito Libre Sirio rechazando la teoría de la conspiración 5. Khaled Khoja, líder del Consejo Nacional Sirio me decía en Estambul: "Si tú pones mi nombre en Google en árabe, vas a encontrar un tipo como yo luciendo una pañoleta, en la televisión israelí, diciendo: 'Ven Israel a salvarnos de Hizbollah y de Irán’ y se reía".6

La teoría de la conspiración ha sido una herramienta de análisis tanto para dictadores como para opositores, tanto para laicos como para creyentes e independiente de las generaciones. La presencia actual de Estados Unidos en la región y de Inglaterra y Francia en el pasado, explican sin duda algunas coyunturas políticas, pero resulta altamente preocupante la forma totalizante en que se reduce todo a un complot.

A riesgo de parecer ofensivo, subyace a esta cultura política la ausencia de responsabilidad por parte de los agentes sociales y políticos del mundo árabe. Es decir, si La Ilustración implica (como diría Kant) la mayoría de edad en términos políticos podemos decir, rechazando en esta afirmación la teoría del complot, que el estancamiento de la cultura árabe no es solo el resultado deliberado de agentes externos, sino, también, la consecuencia de la decisión (deliberada o no) de no asumirse como agentes plenos en la construcción social.

Esto no significa, de ninguna manera, negar la responsabilidad de los agentes externos ni de las conspiraciones realmente existentes, significa replantear el modelo, reconociendo una capacidad de agencia del sujeto árabe, más allá de las usuales limitaciones que existen en el ejercicio de la política.

Una cosa es el oportunismo de Obama, que al comienzo trató de imponer un reemplazo a Mubarak (Omar Suleiman) para luego reconocer a la oposición; Obama se sentó con el gobierno de la Hermandad Musulmana, pero terminó legitimando el golpe militar de Al-Sisi; y otra cosa es decir que detrás de toda la coyuntura egipcia, Estados Unidos manejó todas las variables.

2. LA RELIGIÓN COMO TRAMPA

Un elemento palpable en las manifestaciones de la Plaza Tahrir (Egipto 2011) fue el deslinde entre las opciones religiosas y las reivindicaciones sociales. Es decir, al creyente musulmán, mayoritario en la región, se anteponía el ciudadano (o una expresión política en curso hacia la ciudadanía). Las personas que entrevisté en ese momento, hacían explicito el carácter supra-religioso de las manifestaciones.

Un año después, en la frontera sirio-turca (Hatay, 2012) logré entrevistar a algunos combatientes del Ejército Libre Sirio, los cuales ni siquiera mencionaban elementos de identidad étnica o religiosa a la hora de definir su movimiento; es más, ante la pregunta directa por tensiones religiosas dentro de su organización, contestaron unánimemente que aquello no era relevante. Pareciera entonces que la práctica política en medio de las revueltas había, de hecho, reducido el ámbito de lo religioso y priorizado banderas, medianamente comunes, de libertad e igualdad.

Años después tuve la sensación contraria: lo determinante era la identidad religiosa a la hora de los análisis políticos. En Bagdad (diciembre, 2013) observé que las opciones y las lecturas del contexto estaban establecidas por la pertenencia suní o chií del interlocutor. Meses antes, entrevistando a los combatientes de Hizbollah en Líbano tuve la misma percepción: la agenda religiosa no solo competía con la agenda política, sino que la desplazaba. En Egipto, en los días siguientes del golpe militar de Al-Sisi (julio, 2013), las marchas contra los militares estaban divididas, una minoría que se oponía al golpe desde la defensa de los principios democráticos y una mayoría que repetía las viejas consignas de "el Islam es la solución" y "el Corán es la constitución".

Los Hermanos Musulmanes pudieron ganar el espacio político de primera fuerza de la oposición egipcia, no solo porque lo eran desde años anteriores, no solo porque leyeron adecuadamente la revuelta del 25 de enero de 2011, sino porque el resto de expresiones sociales fueron incapaces de construir opciones políticas alternativas, fueron incapaces de construir organizaciones políticas supra religiosas a pesar del consenso sobre banderas de igual carácter.

Por otro lado, hay también consecuencias de oportunismo. Un combatiente del Ejército Libre Sirio me contaba en Trípoli (Líbano 2013) que algunos de sus compañeros de lucha habían optado por integrarse a las milicias de Al-Nusra (así como a otros grupos islamistas) ante las limitaciones logísticas del Ejército Libre Sirio (ELS). De esta manera, la debilidad política llevó a que la oposición egipcia apoyara a los Hermanos Musulmanes en las urnas, así como la debilidad militar llevó a que algunos apoyaran a las milicias islamistas en Siria.

Podemos decir que, a partir del 11 de septiembre de 2001, las tensiones entre Occidente y el mundo musulmán han ido en aumento. La creciente islamofobia, el terrorismo de Al-Qaeda, la islamización de algunas causas nacionalistas como el caso de Filipinas y Chechenia 7, no así en el caso palestino (Roy, 2003, p. 24), han ahondado en el debate sobre el carácter político del Islam o el carácter islámico de toda acción política de los musulmanes. Esto lo agrava la presencia del Estado Islámico y su persecución a otros colectivos religiosos.

La noción de 'Islam político’ es ya discutible: toda religión tiene detrás una propuesta de organización social que la convertiría, por definición, en una propuesta también política. El profeta Mohamed fue un jefe de Estado (a diferencia de Jesús), y el Corán, su libro sagrado, dicta normas sobre la vida en comunidad. Aquí cabe la pregunta por el carácter revolucionario del Islam que reivindica, por ejemplo, Irán; así como sobre el carácter conservador del Islam: caso de Arabia Saudita, donde el Consejo de Grandes Ulemas del país prohibió las protestas mediante una fatwa (Atúan, 2011).

Más allá de debates semánticos (importantes pero secundarios en este caso) no estamos ante una guerra de civilizaciones ni mucho menos de religiones: Al-Qaeda atacó Wall Street, no atacó el Vaticano. Olivier Roy lo explicó, "si Occidente no es el cristianismo, ¿Por qué el Islam habría de ser Oriente?" (Roy, 2003, p. 21).

Se pueden organizar las tensiones en tres temas: los grupos pro-Al-Qaeda, las revueltas árabes y las propuestas democráticas desde el Islam. Muchas organizaciones armadas de orientación islámica rechazan abiertamente a Al-Qaeda porque en realidad no tienen una ideología común: es el caso de Hamas en Palestina, de Hizbollah en Líbano, del Frente Polisario en Sahara Occidental, entre otros. Lo mismo sucede a nivel individual: "lo que caracteriza a numerosos hombres de Al-Qaeda es precisamente la ruptura con el mundo musulmán al que pretenden, sin embargo, representar", pero que llevan dentro de sí tres rupturas: "con el país de origen, con la familia y con el país de acogida" (Roy, 2003, p. 25). Los asesinos de Charlie Hebdo no eran visitantes asiduos de las mezquitas sino musulmanes marginales.

En el caso de las Revueltas Árabes, vemos el ascenso de partidos de corte islamista en las elecciones de Marruecos, Túnez y Egipto, pero también vimos millones de musulmanes en las calles reivindicando democracia, justicia y libertad. Es erróneo pensar que en una región de mayorías musulmanas el factor religioso está ajeno a las acciones políticas, aunque el debate es si los manifestantes actúan como ciudadanos o como creyentes. También existen organizaciones políticas de budistas en Sri Lanka y Birmania, de judíos en Israel y en Estados Unidos, y partidos como la democracia cristiana. El problema está, también, en que los partidos políticos con elementos cristianos se perciben como laicos en Occidente mientras se sataniza un partido con elementos musulmanes.

Asimismo, sobre los fracasos de construir democracia en el mundo árabe, desde la caída del Imperio Otomano, los árabes han dado el poder a militares, a nacionalistas, a neoliberales y todos ellos fracasaron en su promesa de justicia. Ahora dicen: ¿Y qué pasa si les damos una oportunidad a los musulmanes? Eso sucedió en las elecciones palestinas en enero de 2006, debido no al apoyo a un discurso confesional sino al desgaste de los otros discursos, y a la capacidad de los musulmanes para garantizar un mínimo social. Y algo similar pasó en Egipto en 2012.

Los debates se dan en torno a: a) las organizaciones musulmanas y b) en torno a la Sharía (que literalmente significa "camino al manantial") y que se traduce como las normas de derecho islámico.

Con respecto a las organizaciones, la más relevante es la Hermandad Musulmana, nacida en 1928. Los Hermanos Musulmanes ofrecen "el islam como la solución" al problema de qué tipo de sociedad construir. Su rama en Siria fue el mayor grupo de oposición al gobierno hasta 1982 (cuando las Fuerzas Armadas masacraron civiles en la ciudad de Hama). Pero la Hermandad no es la única organización religiosa con accionar político y ella misma se rige por agendas nacionales antes que por una "internacional islamista".

Las organizaciones islámicas tienen a su favor muchos elementos: el anti-americanismo, paradójicamente la islamofobia, la capacidad de garantizar "cero corrupción" aún en contextos difíciles (caso de Hizbollah y de Hamas 8), la capacidad para crear políticas y redes sociales muy fuertes, y promesa de recuperación de una identidad perdida.

En el caso de los Hermanos Musulmanes, John Esposito argumenta que, "los principales instrumentos del islamismo no son las bombas ni los rehenes, sino las clínicas y las escuelas" (Esposito, 2011, p. 70). Sin embargo, en su contra está la ambigüedad para con los derechos humanos y, especialmente, con los derechos de las mujeres.

Su prioridad no es el poder sino la (re)islamización de la sociedad, y ese es un proceso a largo plazo que no puede imponerse por decreto, sino que se hace con trabajo cotidiano. Para ellos, el poder político no es un fin sino un medio. Para estos grupos, son pilares de su estrategia: la renuncia a la creación de un Estado islámico, la aceptación del pluralismo político, el rechazo a la violencia y el diálogo con la oposición (Alvarez-Ossorio, 2011). Y como agrega Roy, "casi todos los movimientos islamistas han abandonado el terreno de la violencia política y se han vuelto más nacionalistas que islamistas". (Roy, 2007, p. 35)

En el caso de la Sharía, el debate es más complejo. Lo primero que hay que acotar es muchas de las afirmaciones sobre la Sharía, que no son una involución sino una ratificación de las costumbres ya imperantes en el mundo musulmán y, por tanto, se les puede acusar de continuismo, pero no de retroceso. Eso no ha impedido la proliferación de discursos que plantean, como dice Roy, una "geo-estrategia del Islam" que explicaría todos los conflictos actuales (Roy, 2007, p. 11).

Ahora, el debate es cómo resolver las tensiones entre la Sharía y las reivindicaciones compatibles con los derechos humanos. Esta tensión se resolvía de tres maneras: a) confinando la Sharía al estatuto personal, dejando el resto de cuestiones al derecho positivo; b) declarándola ley del Estado, como es el caso de Arabia Saudita y del modelo talibán; o c) haciendo prevalecer la lógica política y del derecho positivo sobre la Sharía (Roy, 2007 p. 54).

Dice Roy que "de hecho, el estatuto de la mujer y la apostasía son los dos (y únicos) escollos en la cuestión de compatibilidad del islam con los 'valores occidentales’", (Roy, 2007 p. 55) pero esos dos aspectos no son de menor valía. Para otros autores "no hay nada en las sociedades islámicas que las haga incompatibles con la democracia, los derechos humanos, la justicia social o la gestión pacífica de los conflictos, como pretenden quienes defienden la existencia de una excepción islámica" (Álvarez-Ossorio, 2001 p. 15). Sin embargo, en el marxismo, siendo la religión el opio del pueblo, la idea de la emancipación humana pasaría por la emancipación de la religión (Marx, 1844).

Un líder egipcio de las revueltas, ante el debate de modificación de la Constitución, que reconoce la Sharía (ley islámica) como fuente de derecho, contestó: "Los Hermanos Musulmanes son más liberales que la extrema derecha francesa, y Bush fue menos democrático que los Hermanos Musulmanes. Si uno acepta la democracia, tiene que aceptar que ellos se organicen y participen. Las elecciones deben depender de la gente. El artículo 2 (de la Constitución de Egipto) es un problema, pero lo que pasa en la sociedad no depende de esa norma ni ese debate es prioritario ahora mismo".9 Esto aplaza las tensiones, pero no las resuelve.

Un Estado de naturaleza confesional por más laico que sea siempre tendrá una distinción entre el creyente y el no- creyente (el kafir). Así, las banderas de la inclusión política y la justicia social se abordan ya no desde el concepto de persona ni desde la relación Estado-ciudadano, sino desde el concepto de mérito que a su vez se define por su pertenencia o no a un grupo religioso, incluyendo el puesto que tal religión otorga a sus adeptos.

Frente a ese autoritarismo, el islamismo se ha erigido como alternativa. En palabras de Álvarez- Ossorio, "las formaciones islamistas se han beneficiado del hartazgo político existente, al recabar el voto de castigo hacia unos regímenes autoritarios deslegitimados que se perpetúan en el poder. La instrumentalización que hacen de la cuestión religiosa les ha servido para atraerse las simpatías del electorado en unas sociedades en las que lo religioso impregna por completo la esfera pública" (Álvarez-Ossorio, 2009 p. 15).

Hay la necesidad de contar con un sujeto político y social capaz de liderar cambios políticos y hay un actor religioso dispuesto a llenar esta necesidad. Los musulmanes están en las calles más como ciudadanos que como creyentes (lo cual no necesariamente indica que su carácter musulmán no esté también presente en su acción política), de la misma manera que la democracia cristiana mueve una agenda política que va más allá del Nuevo Testamento y del Vaticano. De esta manera, los islamistas tienen dos caminos: el paso a un modelo como el de la democracia cristiana o el paso a un neo-fundamentalismo (Roy, 2007 p. 49).

Como dice George Corm, "el Islam es con demasiada frecuencia utilizado abusivamente como marcador identitario e histórico exclusivo de los diferentes pueblos de la región, pero también como única clave de explicación" (Corm, 2009 p.15), lo constituye uno de los grandes errores de Occidente. Lo curioso es que gobernantes de Egipto, Libia, Siria, Jordania y Yemen han usado el mismo argumento: el miedo al "islamismo radical" para justificar su permanencia antidemocrática en el poder.

La tradición autoritaria de los gobiernos de la región y la cultura política imperante, hace difícil la comprensión de la trascendencia de la noción de ciudadanía para la persona del común, pero, en contravía, la cotidianidad del Islam hace "natural" la noción de creyente, quien recoge las banderas del ciudadano.

Uno de los errores, comunes entre neófitos occidentales, es asumir que las tensiones entre suníes y chiíes son por causas religiosas y no su instrumentalización en la búsqueda de poder político; disputa por el poder que está desde el origen mismo del islam. Esta se da también al interior de cada sector musulmán: en el siglo XIX un líder musulmán en Darfur, autodenominado Al-Mahdi (el iluminado) encabezó una revuelta contra la invasión anglo egipcia. Al-Mahdi calificaba como verdaderos musulmanes a sus seguidores y al resto como infieles. Esta clasificación es la que repite Al-Qaeda, Al-Shabbab y el Estado Islámico.

En el caso de Bahréin hubo un proceso de alejamiento de las tensiones religiosas, aunque luego, volvieron a ellas. Según Hussain Yousif, vocero de la coalición Tamarod ("rebelión" en árabe): "el momento más conmovedor para mí fue el 5 de marzo de 2011, cuando vi ocho kilómetros de seres humanos como una gran cadena, gritando 'ni suníes, ni chíies, todos somos bahreníes’. Dimos el paso del sectarismo a demandas políticas para todos. Protestamos contra la familia de Al-Khalifa, que lleva 230 años en el poder. Aunque es suní, hay muchos suníes que no se sienten representados por él; no es un gobierno suní sino una dinastía (…) Somos un pueblo educado, de mente abierta, no vemos conflicto entre el islam y la democracia"10.

A finales de 2011, en la percepción de las revueltas seguía primando un ideario de democracia: "el asunto principal de las revueltas árabes es la búsqueda de la democracia, inclusión, libertad, justicia, buen gobierno" así lo expresaba Riad Mansour, embajador palestino ante Naciones Unidas. 11 Ahora, el triunfo (provisional) de la agenda islámica sobre la laica no es solo por mérito de los radicales islamistas sino también por falta de claridad y de precisión de las agendas laicas.

 

3. EL MITO DEL ESTADO-NACIÓN

Durante los siglos que el pueblo árabe estuvo jurídicamente integrado al Imperio Otomano, había una conciencia de lo árabe. De hecho, la participación militar en la Primera Guerra Mundial, por invitación de Lawrence de Arabia, fue impulsada por el creciente arabismo, pero desde antes del final de la guerra (1917) Francia y Reino Unido habían tomado, unilateralmente (como ya lo habían hecho las potencias europeas con el territorio africano durante la Conferencia de Berlín de 1886) inventarse unas fronteras y, por ende, unos Estados. Para el público en general cuesta trabajo entender que Irak no existía como Estado antes de 1920.

Detrás de la partición de la región en pequeños Estados, traicionando la promesa inglesa de que al final de la guerra se crearía una única nación árabe con un Estado propio, estaba la misma lógica usada en África: garantizar una influencia política y un poder económico, que es más difícil de lograr en una región unida.

Con el paso de las décadas, el habitante de Oriente Medio empezó a sumar otra identidad: la de su Estado, que se sumaba a su identidad cultural (sea árabe, turco, kurdo o persa) y a su identidad religiosa (cristiano, judío, druso o musulmán en sus diferentes vertientes). Así, el nacionalismo panarabista, el que soñaba con un gran Estado para los árabes, se fragmenta en nacionalismos de nuevo cuño que se expresan en la coyuntura política de las revueltas árabes.

El sentimiento nacionalista (tanto el del panarabismo como el de los nuevos Estados) fue ampliamente usado por líderes como Gamal Abdel Nasser, Sadam Hussein y Hafez Al-Asad. Fue la guerra contra Israel de 1967 donde el panarabismo (el nacionalismo basado en la cultura) recibió un golpe mortal, quedando en pie el nacionalismo heredado del Estado-Nación.

Un nuevo nacionalismo (comparado con el del Imperio Otomano) fue rescatado como consigna tanto por los opositores como por los gobiernos amenazados. Mientras en las calles de El Cairo primaba la consigna "yo estoy orgulloso de ser egipcio", el mercado damasquino (mayo, 2011) estaba inundado por letreros a favor del régimen diciendo "Orgulloso de Siria". El régimen sirio "siempre ha jugado a enfrentar una minoría contra la otra" manipulando diferencias étnicas y religiosas 12.

La distinción por Estados fue invocada como un antídoto frente a las revueltas. Al-Asad dijo: "nosotros no somos tunecinos, nosotros no somos egipcios" (The Wall Street Journal, 2011) y curiosamente tan sólo meses antes, el hijo de Gadafi decía algo similar: "Libia no es Túnez ni Egipto",13 siguiendo el equivocado ejemplo de Mubarak quien ya había sostenido que Egipto no era Túnez.

En El Cairo (julio de 2012), hubo un gran sentimiento de indignación ante la creciente ofensiva militar del gobierno Sirio de Bashar Al-Asad contra los rebeldes en armas. Fruto de dicha indignación fue convocada una marcha de protesta frente a la embajada siria en Egipto; en ese momento había cientos de miles de manifestantes entorno a la Plaza Tahrir, pero a la manifestación de protesta contra el gobierno sirio no asistieron más de trescientas personas.

Un año después de la caída del gobierno de Morsi, la Plaza Tahrir quedaba en manos de los partidarios del golpe militar. Los seguidores de Morsi (así como los que se oponían al golpe, sin ser seguidores de los Hermanos Musulmanes) se agolparon en la Plaza de Raba Adawiya y en la sede de la Universidad de El Cairo. Recuerdo que una figura usada por muchos de las personas pro-militares entrevistadas, era descalificar a los opositores acusándolos de ser "sirios y palestinos" lo que a su vez explicaría, según ellos, su falta de amor por Egipto

Parte de la lejanía de los egipcios en relación con sus hermanos sirios, en 2012, era su identidad nacional, de la misma manera que dicha supuesta identidad era un elemento suficiente para descalificar a los manifestantes de Raba Adawiya en 2013.

Lo más sólido que queda del sueño panarabista y lo único que discursivamente genera consenso entre los árabes (pero no necesariamente en la práctica) es la defensa de la causa palestina, tanto las elites árabes como el pueblo árabe comparten esta bandera, que además no les representa ninguna fisura hacia dentro del mundo árabe, pero les da un espacio (casi que nostálgico) para defender lo árabe.

La oposición surgida de las revueltas árabes de los últimos años tampoco planteó una alternativa a la estructura de Estados-Naciones configurada desde 1917. Ésta no fue capaz de elevarse por encima de las fronteras impuestas y redujo sus luchas al interior de sus países. La oposición (independientemente de su estructura organizativa) logró llenar las calles de pueblo, pero no logró llenar las agendas políticas de propuestas concretas.

Las revueltas árabes han sido una mezcla entre miradas atrapadas en lo nacional y lecturas basadas, a veces, exclusivamente en lo regional, especialmente cuando se incluyen las tensiones entre suníes y chiíes, los liderazgos regionales (Turquía, Arabia Saudita, Irán), las teorías del complot y la singular narrativa israelí. Podemos decir que las banderas han sido nacionales pero que el miedo es regional.

En la defensa de Kobane, a pesar de la justeza de su causa, no fue asumida por la comunidad internacional en la lucha contra el Estado Islámico sino que estuvo seriamente matizada por las agendas nacionales, como en el caso de Turquía. Fueron las Unidades de Protección Popular (YPG), y los refuerzos kurdos del PKK y los Peshmerga quienes garantizaron la victoria. Los turcos prefirieron arriesgar el proceso de paz con el PKK antes de apoyar a los kurdos en la lucha contra el Estado Islámico.

4. LA INCAPACIDAD DE CONSTRUIR ALTERNATIVAS

Una de las más demoledoras y justas críticas a la experiencia sandinista en Nicaragua ha sido su incapacidad de gestión. Ya sea por clientelismo dentro del Frente Sandinista, ya por ingenuidad de creer que bastaba la fe en la causa, pero lo cierto es que la otrora oposición no fue capaz de ser la alternativa soñada. Esta frustración también la causaron los maoístas de Nepal, los musulmanes al frente de la administración del gobierno regional en Mindanao y los rebeldes de Aceh en Indonesia. Queda comprobado que una cosa es ser oposición y otra ser gobierno.

En Egipto los Hermanos Musulmanes llegaron al poder en 2012, fruto de las únicas elecciones, en la milenaria historia de Egipto, que pueden ser llamadas democráticas. En el caso de Libia, casi el 50% del electorado votó por una coalición liberal. Y en Túnez una coalición de moderados se hizo con el poder tras la caída de Ben Alí.

Estas tres experiencias enfrentaron tensiones internas y externas que podrían, parcialmente, explicar en algo sus fracasos. En Egipto el poder de los militares permaneció intacto (propietarios de la mitad de las empresas estatales), y estos se dedicaron a boicotear el gobierno; en Libia no todas las milicias fueron desmanteladas y un pequeño reducto, con orientación salafista ha ido creciendo y enfrentándose al gobierno; y en Túnez la crisis económica (heredada de la antigua dictadura) dejó las arcas del nuevo gobierno vacías, lo que lo empujaba a aceptar créditos del FMI que, a su vez, imponía una agenda contraria a las banderas de la revolución.

A pesar de estas explicaciones parciales sobre el fracaso de los nuevos gobiernos, reconociendo además que en el caso libio hubo más de cuatro décadas sin partidos políticos ni acumulación de experiencia administrativa, lo cierto es que la capacidad de gestión de las nuevas elites no daba cuenta de la cotidianidad de su población.

La falta de cultura política democrática (es el caso de los Hermanos Musulmanes en Egipto), de madurez política y de partidos políticos (el caso de Libia) son parte de las causas del fracaso de los nuevos gobiernos. En el caso de Siria, "cuando sucedió el levantamiento en Daara, en marzo de 2011, que posteriormente se extendería a todo el país, no había oposición política en Siria."14

Pareciera que la oposición hubiera sido incapaz de dar el salto para asumir la responsabilidad política del momento. A esto se suma la tradición clientelar, el inmediatismo y un comportamiento apasionado que funciona muy bien para las calles, pero a veces muy mal en los puestos de poder. Max Weber decía que la política no era cosa de ángeles; al ingenuo (y a la vez genuino) manifestante de las calles debería seguirle el viejo lobo de la lucha por el poder.

En la tradición política de los árabes, la corrupción parece normal, el voto no representa una apuesta política sino una moneda de cambio, (por eso los, históricamente, bajos porcentajes de participación), las monarquías permanecen y son aceptadas (de hecho muchas protestas pedían cambios mínimos en su comienzo, sin pedir la cabeza del monarca), y el sistema de partido único hizo perder la fe tanto en la organización como en el camino electoral genuino. (más allá de clientelismo) En dicha tradición es muy difícil contar con una élite dispuesta a gobernar nuevas administraciones pensando en cambios de fondo, los que pedían las gentes en las manifestaciones.

Un dirigente libio reclamaba el "derecho a equivocarse" es decir a encontrar su propio camino luego de décadas de ausencia de libertades, pero este argumento no es suficiente cuando se trata de momentos históricos determinantes. Los Hermanos Musulmanes en Egipto no fueron capaces de cumplir con la promesa electoral de incluir a todos los sectores de la sociedad, desperdiciando una oportunidad histórica; y si bien es cierto que en Libia las milicias son parcialmente responsables del caos, la luna de miel inicial no fue aprovechada por el nuevo gobierno que se desgastó en peleas internas.

En junio de 2014, según un informe de Human Rights Watch, 255 prisioneros suníes, distribuidos en seis ciudades diferentes y en manos del ejército iraquí (de mayoría chiita) fueron asesinados (Human Rights Watch, 2014). En julio, quince musulmanes suníes fueron asesinados y colgados en los postes de electricidad en la plaza pública de Baquba. En agosto 22, una masacre en una mezquita suní en la provincia de Diyala, cometida por un grupo miliciano chiita, dejó 73 suníes muertos. Y así hay muchos otros ejemplos. Más que culpar al islamismo de entorpecer la construcción de alternativas democráticas, hay que responsabilizar a la falta de dichas alternativas de haber creado el espacio para el florecimiento del islamismo.

5. EL FETICHISMO DEL RITUAL DEMOCRÁTICO

Parte de la tradición democrática occidental se vio reflejada en las consignas y planteamientos políticos en el marco de las revueltas árabes. Las dos más llamativas fueron: llamar a elecciones y reformar la constitución. En Egipto "Para los intelectuales, la agenda incluye una reforma a la Constitución y también a la ley de elección de parlamento." 15

Sin duda estos dos mecanismos tienen una validez intrínseca, en la medida que buscan, por un lado, legitimar a las personas que se ponen al frente de un nuevo gobierno y por otro, reformular el contrato social que rige la administración del Estado. En Libia por ejemplo el fetichismo electoral trajo una ola de optimismo: el 80% de personas en edad de votar lo hizo, hubo más de 3.000 candidatos, el 48% de los votos fueron para una coalición liderada por el partido liberal, y solo 8 de 6.629 puestos de votación no pudieron abrir.

Estos dos mecanismos podrían ser criticados, por la falta de una adecuada tradicional electoral en el mundo árabe (como se sostuvo anteriormente), así como, en sentido más general, por el rechazo a lo que Albert Camus llamaba "el nuevo evangelio", ironizando la sobrevaloración que ha adquirido el contrato social. En ambas críticas subyace la tensión, que Evo Morales explicitó hace algunos años al decir, que una cosa es tener el gobierno y otra cosa muy distinta es tener el poder.

Los dos principales enemigos de las revueltas árabes, además de los pecados arriba mencionados son: el islamismo radical armado y la economía internacional. El islamismo ha atacado el proceso libio y tunecino, ha robado parte del caudal político de los rebeldes sirios y hasta (por temor) ha frenado las revueltas en Argelia y Jordania.

Por su parte el estancamiento de la economía egipcia deslegitimó el gobierno de Morsi y las medidas del FMI cuestionaron la esencia misma del proceso tunecino: como sugería el ministro de asuntos sociales de Túnez, Khalil Zaouia, "el FMI nos pide renunciar a las banderas de la revolución para salvar la revolución".16

¿Era realmente posible, para la oposición nacida de las calles y recién llegada al poder, hacer reformas? La forma ganó sobre el fondo. El ritual permite hacer creer que se están produciendo cambios rápidos, lo que resulta políticamente rentable en escenarios altamente cambiantes.

Lo cierto es que pareciera que, en términos generales, la estructura de poder se mantiene: los militares han mantenido su poder en Egipto, incluso dando un golpe con un amplio apoyo popular; Al-Asad se legitima ante el crecimiento del Estado Islámico; y los radicales buscan en Túnez un espacio en medio de la crisis económica.

En agosto de 2011 Mustafá Abdul Jalil presidente del entonces Consejo Nacional de Transición, de Libia, denunció que la oposición armada había cometido crímenes de guerra. En menor escala, pero en el mismo sentido hay críticas contra el Ejército Libre Sirio, así como es conocido en Egipto, el rechazo de la Hermandad Musulmana a la noción de Derechos Humanos. Estos ejemplos muestran que la construcción de democracia hizo más énfasis en la forma que en el fondo.

Los rituales han servido incluso para la desmovilización de la protesta social: es el caso de Marruecos. Allí el Rey Mohamed VI fue incluso más allá de lo que pedían los opositores, modifico la constitución quitándose poderes, estableció una monarquía parlamentaria siguiendo el modelo español, creó un sistema multipartidista y bloque, mediante ritual, a la calle marroquí. No obstante, la estructura de poder se mantiene.

Las manifestaciones (de ninguna manera subvaloradas ni ridiculizadas) tienen también un componente de fetiche, en el cual se considera que basta la presencia de miles de personas en la calle para lograr sus objetivos (en este sentido es aún mayor fetiche el uso de las llamadas redes sociales). Túnez y Egipto (2011) demostraron el peso de la movilización social, Siria (2011) demostró sus limitaciones y Egipto (2013) demostró su inutilidad. A veces no basta tener buenas ideas, sino que es necesario contar con nuevas formas de desarrollar el activismo político cuando las tradicionales formas se desgastan.

6. LA AUSENCIA DE GÉNERO

Las mujeres son tal vez quienes tienen más razones para rebelarse en el mundo árabe, no sólo porque reciben menores salarios que los hombres, sino porque gozan de menos libertades y -dependiendo el país- están sujetas a la ley islámica. Además, tienen los niveles más bajos de analfabetismo y más altos de desempleo.

En Libia, el famoso Libro Verde dedica una parte a la mujer: "De acuerdo con los ginecólogos, las mujeres menstrúan cada mes más o menos, mientras que los hombres no menstrúan". Con ese derroche de "sabiduría" y esa forma de reducir a la mujer a su biología, poco se puede esperar en materia de derechos.

En Egipto, desde el comienzo de las revueltas, las mujeres se encargaron de esos detalles que no preocupan a los grandes "oradores": desde el arreglo de las tiendas en la plaza hasta el aprovisionamiento de agua y de comida. Sin embargo, otra cosa es lo que pasa con ellas en lo político: cuando decidieron hacer su propia 'marcha del millón de mujeres’, el 8 de marzo con sus reivindicaciones específicas, fueron rechazadas incluso por muchos de sus compañeros de revuelta. Algunas de ellas fueron capturadas y la policía les obligó a ser sometidas a un "test de virginidad", a riesgo de ser acusadas de prostitución si no eran vírgenes.

En Arabia Saudita, la principal reivindicación de las mujeres es que les permitan conducir, no para ejercer la libertad que no tienen, sino para ir al supermercado y recoger a sus hijos. En Siria, el arresto masivo de hombres, casa a casa, fue respondido por marchas de mujeres que se organizaron para exigir la libertad de los detenidos.

En todos los países con revueltas, las mujeres han jugado un papel decisivo. Hay médicas cuidando heridos, activistas arengando desde los micrófonos, mujeres al frente de la organización de servicios básicos en las plazas, profesoras, blogueras, abogadas, madres y compañeras de víctimas, periodistas con y sin velo, incluso mujeres que, como en Libia, empuñan el fusil.

La participación de las mujeres en el parlamento varía, desde 0% en Arabia Saudita, hasta 23% en Túnez, pasando por 2% en Egipto en 2008. En el nuevo Túnez, las listas para la Asamblea Nacional Constituyente deben tener hombres y mujeres de manera intercalada y para ser electas no tienen que renunciar al velo si lo quieren usar.

Es ampliamente conocida la participación de la mujer en las manifestaciones de Yemen y de Siria, incluso protegiendo a los hombres de detenciones y maltratos. En Jordania las mujeres se han movilizado por derechos civiles asociados con la definición legal de ciudadanía.

Un matrimonio de un jordano con una extranjera le permite a la extranjera obtener la ciudadanía, pero esto no sucede cuando es una jordana quien se casa con un extranjero. Igualmente, los padres jordanos otorgan nacionalidad a sus hijos, pero no sucede así en el caso de las madres. La pregunta es: ¿Puede hacerse una revuelta en el siglo XXI, que sea exitosa, sin tener en cuenta a la mitad de la población?

En la historia de la izquierda hay muchos ejemplos en que las banderas de género eran aplazadas con el pretexto de banderas más generales: la lucha de género opacaba (y posponía hasta el infinito) las reivindicaciones de género. Es difícil mantener la misma lógica, precisamente, en un contexto político en que las mujeres han participado activamente y en que los feminismos han construido organizaciones y agendas sociales.

Por supuesto, como en otros contextos, podrían identificarse mecanismos de perpetuación del machismo impulsados por las mismas mujeres, pero eso no es excusa alguna para deslegitimizar las banderas feministas.

En el mundo árabe en particular la tradición patriarcal árabe, la interpretación mayoritaria del Islam y la primacía de lo colectivo sobre lo individual contribuyen, de manera marcada, a la mentalidad machista.

De hecho, la participación de las mujeres en la protesta árabe, como también se ha visto en otros contextos, es instrumental; es decir, son invitadas para legitimar reivindicaciones generales, pero sin indagar en sus reivindicaciones particulares.

Dentro del sector asociativo de las ONG al igual que dentro de los partidos políticos (incluyendo los de nuevo cuño) es notable la poca representación femenina en cargos de poder; tal vez la excepción a esta tendencia sea la experiencia tunecina donde el debate de género ha sido explícito y prioritario.

Vale mencionar que no todas las árabes son musulmanes, que hay comunidades coptas (Egipto), cristianas (Irak), maronitas (Líbano), pero esta diferencia religiosa no representa en esencia una diferencia cualitativa al comparar las practicas machistas entre una y otra comunidad.

La Organización de Mujeres Árabes ha llamado a diálogos nacionales que tengan en cuenta los instrumentos internacionales relativos a los derechos humanos de las mujeres. El asunto no es sólo la participación femenina, sino las agendas en que esa participación surge. El riesgo de que el discurso de género sea ya no rechazado sino, peor aún, tergiversado y manipulado, es grande.

Sin que la agenda de género tenga un puesto en las revueltas, es muy difícil hablar de revoluciones, en el sentido de progreso que esta palabra tiene. El Informe sobre el Desarrollo Humano Árabe de 2002 menciona las tres más grandes faltas de la región: inequidad de género, gobierno autoritario y restricciones al conocimiento (estos dos últimos también con sesgos de género). El problema es si podemos llamar revoluciones democráticas a procesos que sólo apuntan a uno de los tres problemas —el del gobierno autoritario— sin revisar su agenda patriarcal.

7. EL MAL MENOR

La noción de mal menor se popularizó a raíz del texto del profesor canadiense Michael Ignatieff, luego del ataque a las torres gemelas en 2001. Sin embargo, esta noción no es exclusiva de la llamada guerra contra el terror sino que se escucha en muchas conversaciones en Oriente Medio.

Con el ascenso del Estado Islámico muchos empiezan a considerar que, a pesar de su crueldad, Bashar Al-Asad ofrece una estabilidad frente al caos islamista; en Egipto luego del fracaso del gobierno de Morsi, algunos plantean que los militares no son tan mala opción; y ante la inestabilidad política en Libia, se reivindica la figura de Gadafi.

Esta reflexión es, en buena parte, fruto de dos formas de ver el contexto: desde el corto tiempo (que no permite ver más allá del momento caótico que se vive en la región) y desde el sentimiento (especialmente el de frustración frente a la falta de resultados tangibles en la cotidianidad).

Las marchas que otrora llenaron las calles de Damasco, El Cairo, Saná, e incluso por un corto tiempo las calles de Trípoli, hoy han perdido la vigencia como mecanismo de protesta y de expresión política. Si a esto sumamos la falta de credibilidad en los procesos electorales, la islamización de las tensiones y la falta de partidos políticos alternativos, pues queda el sentimiento de que las revueltas no solo fracasaron, sino que representaron un costo en vidas, en estabilidad socio-política y hasta económico que las hace ver más como un fracaso que como un éxito.

Así, pareciera que el sentimiento de haber hecho algo "incorrecto" se apodera del debate, un arrepentimiento que no hace justicia a lo que las revueltas han tenido de positivo, que no es poco. Ese sentimiento de que la estabilidad es mejor que la aventura transformadora, que la seguridad es mejor que la libertad, sirve de modelo para mirar experiencias incluso de antes de las revueltas árabes: en Irak algunos recordaban, en julio de 2014, con nostalgia al dictador Sadam Hussein.

Hay una gran dificultad para leer lo que representó, por ejemplo, forzar unas elecciones democráticas en Egipto, remover dictadores atornillados al poder por décadas y/o movilizar millones de personas exigiendo libertad e igualdad. Queda entonces una (falsa) confirmación de la "teoría de la olla de arroz" (rice pot síndrome) para explicar la cultura política de los pueblos árabes.

Ese estancamiento es más exactamente un retroceso porque al fracasar los mecanismos de movilización social estos se deslegitiman trasladando la legitimidad a los poderes fácticos, las viejas élites y las antiguas formas de hacer y entender la política. Los jóvenes de las revueltas hoy asisten a un sistema de poder igual al anterior, pero con más muertos.

Siria está destruida, Libia en crisis, Yemen en guerra, mientras las economías de Túnez y Egipto tambalean. El yihadismo no es solo una causa de la crisis sino también (y más exactamente) una consecuencia. Jordania no fue afectado por el camino de sus vecinos y Argelia justifica ahora la represión con la que detuvo sus protestas, mientras Marruecos lo hizo con reformas (cosméticas, pero reformas). El Estado Islámico no es fruto de las revueltas árabes, sino fruto del fracaso de las revueltas, en la medida en que los vacíos de poder y los errores de los gobiernos han sido llenados por ofertas islamistas.

La teoría del mal menor vendida por los militares egipcios, justificaron no solo el golpe militar de julio 3 de 2013, sino también la represión contra la Hermandad Musulmana: "los militares asesinaron a la gente sin ninguna piedad y le prendieron fuego a la Mezquita de Rabaa, allí quemaron además a varias personas. Trataban de destruir las evidencias relacionadas con la masacre. Quemaron muchos cadáveres, nadie podrá saber el verdadero número de víctimas. Varios policías llevaban ropa de civil, los medios de comunicación aquí dicen que eran de los Hermanos Musulmanes, pero no era así"17.

Esto se insinuó desde el comienzo de las revueltas y así lo sugería Eid Gamal, director ejecutivo de la Red Arábiga por la Información para los Derechos Humanos: "Yo estoy preocupado por la acción de los militares, pues los casos de detención ilegal y de torturas se siguen dando; todavía no hay un plan para reformar los medios de comunicación; podemos decir que ahora tenemos más libertad, pero al mismo tiempo más represión. Hay gente que ha sido juzgada en cinco minutos y condenada a tres años de prisión. En la calle, podemos hablar de todos los temas, menos de los militares".18

8. LAS REVUELTAS ÁRABES Y EL ESTADO ISLÁMICO

En mayo de 2011, fue la muerte de Osama Bin Laden. Yo estaba en Ammán, Jordania. No hubo reacción ni de dolor, ni de alegría. Podría decirse que Bin Laden parecía ajeno a una realidad que, en ese momento, se centraba en las revueltas árabes.

Aquello era una metáfora: el viento democrático había quitado aliento al proyecto de Al-Qaeda; la salida radical y violenta parecían perder todo espacio en Túnez, Egipto, Siria y Yemen. Incluso, la guerra libia era una acción multitudinaria y no un acto terrorista.

Las manifestaciones fueron duramente reprimidas por una serie de dispositivos policiales (Egipto, Yemen; Bahréin) y en operaciones militares que empujaron a la oposición a la violencia armada (Libia, Yemen, Siria).

Me decía Hassan Abu Hanieh, en Jordania: "Al cerrarse el espacio político, Daesh triunfa al ofrecer un modelo para todos aquellos furiosos luego de la ocupación de Irak en 2003, con jerarquía y con capacidad de controlar territorio. Las Revueltas Árabes no alimentaron al Estado Islámico sino que fue la contra-revuelta de parte de las elites".19

En donde se ha consolidado el Estado Islámico (Irak y Siria), el radicalismo musulmán triunfó al lograr crear una relación directa entre el suní y el excluido. Eso fue posible, fundamentalmente, por las políticas sectarias del gobierno sirio y su red clientelar alawi, así como por la política revanchista de Al-Maliki, quien fuera durante muchos años Primer Ministro de Irak.

Es precisamente en el marco de las protestas pacíficas fallidas suníes contra Al-Maliki, que Daesh empieza su expansión en Ramadi que termina con la toma total de Faluya, pero ni el gobierno, ni la ONU, examinan las causas de los actos violentos, sino que reducen todo a la lógica de la "guerra contra el terror". Este apoyo de la ONU a Al-Maliki fue leída como la indiferencia del mundo frente al activismo pacifista en Irak (Abu Hanieh; Abu Rumman, 2015, p. 167).

Los islamistas, gracias al fracaso de las revueltas y la frustración de la contra-revuelta, se presentan como una tercera opción. Fue ese cerrar la puerta al islam moderado, a opciones liberales ya toda propuesta democrática, lo que dio espacio al radicalismo: "las Revueltas Árabes buscaron un proyecto de libertad que Occidente abandonó, dejando el espacio para que los extremismos se impusieran"20.

CITA FINAL

El problema del fracaso, como la causa de las revueltas, es multi-factorial, con velocidades distintas en los diferentes sectores sociales. En palabras de Eid Gamal, "Los obreros, por ejemplo, han tenido un papel importante: ahora están creando nuevos sindicatos, luchando contra la corrupción sindical; no están esperando leyes ni elecciones. Ahora algunos dicen 'olviden el debate de los derechos de los trabajadores’ o dicen 'olviden los debates de los derechos de las mujeres’, pero sin esto no hay democracia. Otra tarea es la recuperación del papel del Estado como regulador de la economía. El libre mercado ha demostrado ir de la mano de la corrupción y de la injustica" 21.

Una lista como esta es mejorable y matizable, pero no por ello incorrecta. Solo el paso del tiempo podrá decirnos si, como en el caso de la revolución francesa, a pesar de los Robespierre, el futuro es todavía promisorio.

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NOTAS

1 Analista político y escritor sobre movimientos islamistas. Entrevista personal del autor, Amán, Jordania, julio de 2016.

2 Al Jazeera (21 de Febrero del 2011). Gadaffi’s son in civil war warning. Recuperado de http://www.aljazeera.com/news/africa/2011/02/2011220232725966251.html

3 Lo anterior se confirma en los hechos descritos en el artículo de "Defiant Mubarak vows to finish term" de Al Jazeera (2 Feb 2011). Recuperado de http://www.aljazeera.com/news/middleeast/2011/02/201121191413252982.html.

4 Para mayor información remitirse al artículo "Secret files: US officials aided Gaddafi" de Al Jazeera del 31 de agosto del 2011. Recuperado de www.aljazeera.com/indepth/features/2011/08/2011831151258728747.html

5 Abul Wahed, miembro del Ejército Libre Sirio, entrevista personal con el autor publicada en "Siria: relatos desde la frontera" El Espectador, 8 de julio de 2012

6 Khaled Khoja, líder del Consejo Nacional Sirio, entrevista personal con el autor publicada en "La única manera: usar la fuerza" El Espectador, 3 de julio de 2012.

7 Para el caso de Chechenia, ver: Hughues, J. (2007) Chechnya: from Nationalism to Jihad. University of Pennsylvania Press, Philadelphia.

8 Entrevista personal con el Ministro de Salud de Hamás, Basel Naim, en Gaza, junio de 2008.

9 Entrevista personal con Gamal Eid (director ejecutivo de la Red Arábiga por la Información para los Derechos Humanos, basada en El Cairo) El Cairo, abril 2011. En: De Currea-Lugo, Víctor: Las revueltas árabes: notas de viaje, Le Monde Diplomatique, Bogotá, 2011, pp. 63-64.

10 Hussain Yousif, vocero de la coalición Tamarod, entrevista personal con el autor publicada en "Bahréin es un negocio familiar, no un país" El Espectador, 18 de septiembre de 2013.

11 Riad Mansour, embajador palestino ante Naciones Unidas, entrevista con el autor publicada en "Reconocer al Estado palestino es invertir en la paz" El Espectador, 13 de octubre de 2011.

12 Abu Rahman, refugiado sirio, entrevista personal con el autor publicada en "Siria: relatos desde la frontera" El Espectador, 8 de julio de 2012.

13 Discurso de Saif Al-Islam Gadafi, Libia, 21 de febrero de 2011

14 Khaled Khoja, líder del Consejo Nacional Sirio, entrevista personal con el autor publicada en "Siria: relatos desde la frontera La única manera: usar la fuerza" El Espectador, 3 de julio de 2012.

15 Nahed Hattar, intelectual jordano, entrevista personal con el autor, publicada en Las revueltas Árabes. Notas de Viaje, Le Monde Diplomatique, Bogotá, pp. 79-80

16 Khalil Zaouia, Ministro de Asuntos Sociales de Túnez, entrevista personal con el autor, marzo de 2013.

17 Mohamed Hassan, entrevista personal con el autor publicada en "Y la sangre llegó al Nilo" El Espectador, 18 de agosto de 2013.

18 Gamal Eid, entrevista personal con el autor, publicada en Las revueltas Árabes. Notas de Viaje, Le Monde Diplomatique, Bogotá, pp. 63-64

19 Hassan Abu Hanieh, experto en islam político y grupos radicales. Entrevista personal del autor, Amán, Jordania, julio de 2016

20 Marwan Shehadeh, analista político y escritor sobre movimientos islamistas. Entrevista personal del autor, Amán, Jordania, julio de 2016

21 Gamal Eid, entrevista personal con el autor publicada en Las revueltas Árabes. Notas de Viaje, Le Monde Diplomatique, Bogotá, pp. 63-64

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