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Análisis Político

Print version ISSN 0121-4705

anal.polit. vol.31 no.93 Bogotá May/Aug. 2018

https://doi.org/10.15446/anpol.v31n93.75619 

DOSSIER

LOS EXCOMBATIENTES Y LA MEMORIA: TENSIONES Y RETOS DE LA MEMORIA COLECTIVA CONSTRUIDA POR LAS FARC EN EL POSCONFLICTO COLOMBIANO*

EX-COMBATANTS AND MEMORY: TENSIONS AND CHALLENGES OF THE COLLECTIVE MEMORY BUILT BY THE FARC IN THE COLOMBIAN POST-CONFLICT

Rafael Quishpe **  

** Docente e investigador de la Universidad del Rosario (Facultad de Jurisprudencia, Grupo de Investigación en Derechos Humanos) (Bogotá, Colombia). Magíster en Construcción de Paz de la Universidad de los Andes (Bogotá, Colombia). Correo electrónico: rafael.quishpe@urosario.edu.co


RESUMEN

Por lo general se estudian los procesos de reconstrucción de memoria colectiva realizados por las víctimas de los conflictos armados. Sin embargo, en el periodo de posconflicto también emergen voces y demandas de los excombatientes -de grupos armados legales e ilegales- por construir y posicionar, en la arena de lo público, la memoria de los hechos desde la perspectiva de su organización. El presente artículo identifica las principales tensiones y retos que enfrenta la memoria colectiva que está construyendo las FARC en el posconflicto colombiano. De esta forma, afirma que dicha memoria se expresa y se disputa, de manera temprana, en al menos tres escenarios: las expresiones artísticas, las fechas conmemorativas y los lugares del recuerdo. En el marco de una apuesta metodológica participativa damos voz a tres agrupaciones de excombatientes, quienes fueron invitadas a escribir sobre el trabajo y las perspectivas de la memoria fariana desde la insurgencia misma.

Palabras clave: memoria colectiva; excombatientes; FARC; Colombia; conflicto armado; posconflicto

ABSTRACT

The processes of reconstruction of collective memory carried out by the victims of armed conflicts are often studied. However, in the post-conflict period, voices and demands also emerge from ex-combatants-from legal and illegal armed groups-for constructing and positioning, in the public arena, the memory of events from the perspective of their organisation. This article identifies the main tensions and challenges facing the collective memory that the FARC is building in the Colombian post-conflict period. In this way, he affirms that such memory is expressed and disputed, in an early manner, in at least three scenarios: artistic expressions, commemorative dates and places of memory. Within the framework of a participative methodological bet, we give voice to three groups of ex-combatants, who were invited to write about the work and perspectives of the “fariana” memory from the insurgency itself.

Keywords: collective memory; ex-combatants; FARC; Colombia; armed conflict; post-conflict

INTRODUCCIÓN

Es 20 de diciembre de 2017 y en un bar de Bogotá miembros del nuevo partido político Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (FARC) se reúnen con motivo de dos eventos artísticos de alta importancia para su organización. El primero, la exposición de los cuadros de Inti Maleywa, pintora guerrillera del Bloque Caribe y quien ha retratado los horrores de la guerra y las luchas sociales en su obra; el segundo, el lanzamiento del videoclip “Desenterrando memorias: parte II” del también artista guerrillero Martín Batalla, músico y cantante de sonidos urbanos.

El evento, que concuerda con la inscripción de la lista de candidatos de esta agrupación a Senado y Cámara, devela un asunto poco visibilizado pero de gran trascendencia para la actual transición: los excombatientes también están construyendo y posicionando, en lo público, su memoria colectiva de la larga confrontación armada en el país. Así lo afirmaba un miembro del partido FARC en dicho encuentro, al presentar la canción de Martín Batalla:

También somos el rostro de hombres y mujeres que un día alzados en armas -con vocación heroica, altruismo humanista y conciencia revolucionaria- se levantaron contra los más voraces e indiferentes gobiernos para devolver al pueblo lo que es del pueblo: su dignidad y alegría. Tras más de 60 años de guerra a muerte defendieron la vida, hasta con su propia vida1.

¿Cómo caracterizar esta memoria colectiva? ¿Cuáles son los elementos que la definen? ¿A qué tensiones y retos se enfrenta en el escenario de posconflicto? Estas son algunas de las preguntas que busca responder este texto, a partir de una revisión de fuentes producidas por la insurgencia, documentos secundarios, notas de campo de observación participante en varios espacios de conmemoración de las FARC y la invitación a excombatientes y familiares para plasmar sus opiniones en este artículo.

Entendiendo la memoria como un campo en disputa por el sentido del pasado que orienta la acción política del presente, aseveramos que la construcción de memoria fariana que empezó a circular recientemente en el escenario de lo público en Colombia se enfrenta -de manera temprana- a retos y tensiones en al menos tres escenarios. El primero de ellos las expresiones artísticas guerrilleras (como la música, el teatro y la pintura), en donde se enuncian valores y visiones de los eventos del conflicto armado y de la organización insurgente desde la óptica de los excombatientes.

El segundo, las conmemoraciones (cada vez más frecuentes) de los antiguos líderes guerrilleros fallecidos. Estas contraponen visiones disímiles -de los antiguos insurgentes y de la sociedad civil- sobre una misma persona, su historia y su papel en la violencia política del país. Y el tercero, los lugares del recuerdo: escenarios físicos y rutas histórico-turísticas construidos por los miembros de FARC en los distintos Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR) del país donde, también, se busca contar a quienes los visitan la historia de la organización y honrar la memoria de sus compañeros fallecidos.

El presente documento pretende ser una ventana para mostrar las tensiones entre la reconstrucción de la verdad y la enunciación de las memorias2, que se avizoran en un contexto de esclarecimiento al cual se enfrenta Colombia en el posconflicto. Sin duda alguna, el funcionamiento de la Comisión de la Verdad no tendrá que lidiar solamente con la reconstrucción “objetiva” de los hechos, sino también, con la pluralidad de memorias que los distintos actores del conflicto buscarán circular, posicionar y disputar en paralelo o dentro del mismo funcionamiento de esta instancia.

El artículo se organiza de la siguiente manera. Primero, se introduce la discusión sobre el divorcio entre la implementación y las literaturas de justicia transicional y desarme, desmovilización y reintegración (DDR) de excombatientes como un factor que puede explicar el olvido por estudiar la memoria colectiva construida por los antiguos actores armados en escenarios de posconflicto. Segundo, se realiza un recorrido por algunas experiencias previas de memoria(s) colectiva(s) construida por excombatientes de otros países y de Colombia. Tercero, se presenta una nota ético-metodológica que sustenta la decisión de invitar a excombatientes a participar en la escritura de este documento. En un cuarto momento se examina el proyecto de memoria colectiva que está construyendo las FARC en el posconflicto, para luego dar paso al análisis de los escenarios de disputa anteriormente enunciados. Finalmente se presentan las conclusiones.

LA JUSTICIA TRANSICIONAL Y EL DESARME, DESMOVILIZACIÓN Y REINTEGRACIÓN: EXPLICANDO EL OLVIDO POR ESTUDIAR LA MEMORIA COLECTIVA DE LOS EXCOMBATIENTES

Recientemente en Colombia se dio un fuerte debate por la decisión del Poder Ejecutivo de incluir al Ministerio de Defensa en el Consejo Directivo del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), institución que por cerca de diez años ha venido reconstruyendo la memoria del conflicto armado en una apuesta por dar prelación a la voz de las víctimas en sus relatos. Mientras que las Fuerzas Militares (FFMM) (dependientes del Ministerio de Defensa) argumentaban que esta decisión garantizaba el derecho a reivindicar la condición de “víctimas” de sus soldados y familiares, otras voces consideraban que este hecho podría atentar contra la “independencia” con la que venía trabajando la institución (Flórez, 2017b).

Este suceso reafirma las observaciones que diferentes académicos han notado en los procesos de transición: la memoria se convierte en un campo de constante disputa (González, 2013; Jelin, 2002b; Pollak, 2006). Diversos contextos -desde las posdictaduras del Cono Sur en Argentina y Uruguay hasta escenarios de tránsito de la guerra a la paz como El Salvador, Guatemala o Perú- muestran que los ejercicios de conmemoración y reelaboración del pasado no son construidos por una sola voz, sino por múltiples voces -individuales y colectivas- que demandan ser escuchadas y buscan enunciar, en el escenario de lo público, su propio sentido de lo ocurrido.

Al ser la memoria colectiva un ejercicio eminentemente político (Antequera, 2011)”, es apenas lógico que existan confrontaciones y desacuerdos sobre un mismo acontecimiento, debido a las variadas agendas que los actores quieren posicionar al elaborar su versión. Tal y como lo afirma Perea: “la memoria es por antonomasia la memoria en conflicto; ella se construye de versiones y experiencias disímiles que corren desde la narración de los vencedores hasta la abigarrada multiplicidad de relatos de los afectados y vencidos” (2006, p. 167).

Pese a esta constatación, hasta ahora el acento de los académicos está en analizar los procesos de construcción de memoria colectiva realizados por los afectados -es decir, por las víctimas- en detrimento de los procesos llevados a cabo por excombatientes. ¿Por qué ha sucedido esto? Aparte del “tabú” de estudiar la memoria de quienes son considerados “victimarios” o “perpetradores”, argumentamos que esta situación se ha dado por la desconexión entre la implementación de la justicia transicional y los procesos de DDR y, por ende, de las literaturas que abordan cada uno de estos asuntos. Mientras la primera enfoca su atención en las prácticas de memoria de los grupos organizados de víctimas, la segunda olvida que los excombatientes en los escenarios transicionales también enuncian y disputan, de manera individual o como parte de una organización política legal, el sentido de lo ocurrido durante la confrontación violenta.

En efecto, luego del final de la Guerra Fría la irrupción de nuevos actores en el escenario de las soluciones negociadas a los conflictos armados se hizo cada vez más recurrente (Rettberg, 2013). Sin duda alguna, uno de los que adquirió mayor relevancia en este contexto fue la sociedad civil, y en específico, los grupos organizados de víctimas que demandaron mayor atención por parte de los Estados nacionales y de la comunidad internacional. Estas demandas, que ya tenían desarrollos anteriores a mitad de la década del ochenta, tuvieron una resonancia fundamental para la posterior instauración de protección de sus derechos, plasmados en diversos instrumentos internacionales. La justicia pasó, así, de tener preocupaciones centradas en los castigos a los victimarios a tener un enfoque en las víctimas (Sriram, 2013), transitando a su vez de una visión retributiva a una aproximación restaurativa (Isa, 2006).

Respondiendo a esta realidad, los intereses académicos en el campo de la justicia transicional también viraron hacia el análisis de la participación de las víctimas en los múltiples escenarios del posconflicto y también de posdictadura para el caso de América Latina. Así, un cúmulo importante de investigaciones se orientó hacia la observación de las prácticas de memoria que desarrollaban estos grupos (particularmente vinculadas a los distintos repertorios de acción de los movimientos sociales a los que pertenecían), y que iban desde prácticas artísticas hasta marchas o conmemoraciones.

En el caso colombiano, y con el inusitado impulso que significó la Ley de Justicia y Paz y el proceso de desmovilización de los grupos paramilitares, las víctimas de manera autónoma -y en ocasiones con el apoyo de ONG y más tarde de entidades estatales como el CNMH- promovieron y visibilizaron iniciativas de memorialización en distintos lugares del país como Bojayá, Mampuján, El Salado, El Placer, Trujillo, Bogotá, entre otros (CNMH, 2010, 2012a; CNRR, 2008; González, 2016; Guerrero, 2011; Sánchez, 2018).

A la par de los desarrollos en el campo de la justicia transicional, la implementación de los procesos de DDR desde inicios de los años noventa asumía el tránsito a la vida civil de los excombatientes como un proceso de ruptura de lazos con los antiguos compañeros en armas3, a la vez que ponía el acento en promover aspectos de la reintegración social y económica de esta población. Este acercamiento olvidaba no solo la dimensión política de la reintegración (Söderström, 2013; Ugarriza, 2013) sino también el hecho de que en los tránsitos de organizaciones armadas a organizaciones partidistas, los excombatientes -como sujetos políticamente motivados con deseos de seguir influyendo en el cambio social (Sindre, 2016)- también buscan enunciar y dar sentido a sus actuaciones, ahora desde la legalidad. Aunque recientes estudios empiezan a poner el foco en analizar la reintegración política, estos aún siguen centrando su atención en dimensiones relacionadas con el desempeño electoral y los retos que afrontan los partidos políticos de antiguos insurgentes (Quishpe, 2016) y no en las prácticas políticas no formales asociadas a estos, como lo pueden ser los ejercicios de memoria colectiva que realizan dichas agrupaciones.

De esta manera, y pese a que coexisten en los escenarios posconflicto, las medidas de justicia transicional y de DDR en la práctica no han podido operar conjuntamente. Y esta desconexión en el campo de la implementación ha tenido resonancia a su vez en las investigaciones de cada campo que, como se mostró anteriormente, han reflexionado sobre sus asuntos principales de interés sin dialogar entre sí.

Por supuesto, el olvido de la literatura no quiere decir que los excombatientes no participen y se muevan en las lógicas y procesos propios de la justicia transicional. Algunas investigaciones recientes empiezan a examinar este asunto, principalmente en temas como sus actitudes y comportamientos en escenarios de esclarecimiento judiciales y no judiciales (CNMH, 2012b; Friedman, 2018; Lawther, 2017; Payne, 2009; Rothschild, 2017; Shaw, 2007). Precisamente esta literatura viene insistiendo en que uno de los principales problemas para vincular a los excombatientes a estos esquemas es su reticencia a la participación, en un contexto de prelación a las altas demandas de las víctimas por conocer lo sucedido (Friedman, 2018; Lawther, 2017; Shaw, 2007). El problema con esta aproximación es que sigue haciendo énfasis en que los excombatientes -en el marco de su vinculación con la justicia transicional- solo deberían aportar al componente de verdad como garantía de los derechos de las víctimas, desconociendo que ellos también construyen la memoria colectiva de su agrupación.

Creemos entonces que una forma novedosa para vincular los estudios de DDR y justicia transicional es acercarnos al estudio de la memoria producida por los antiguos miembros de los grupos armados, lo cual implica transitar del entendimiento de los excombatientes como amenazas a la seguridad -propio de los estudios en DDR (Nussio, 2017)- para conceptualizarlos como “sujetos transicionales” (Theidon y Betancourt, 2006). Este nuevo prisma supone, entonces, comprender que los excombatientes -ya sea de manera individual o como parte de una organización política- cuentan con una historia, vivencias y marcos de sentido que buscan ser representados y enunciados en el escenario público del posconflicto; representación y enunciación que son parte constitutiva de sus compromisos de esclarecimiento de la verdad con las víctimas y la sociedad pero que también adquieren cierta autonomía de estos. Es decir, que la memoria colectiva de los excombatientes a la vez que enmarca y moldea los discursos de estos actores en los escenarios propios de la justicia transicional (como lo son las comisiones de la verdad) paralelamente se plasma en las calles, en el arte, en fechas especiales y en museos o lugares físicos de conmemoración.

LOS EXCOMBATIENTES TAMBIÉN HACEN MEMORIA: DE LAS EXPERIENCIAS LATINOAMERICANAS AL CASO COLOMBIANO

Ya fuese producto de una victoria militar o de un tránsito pactado de la guerra a la paz, lo cierto es que los miembros de las antiguas agrupaciones armadas observan el escenario de transición como un momento idóneo para posicionar su versión de lo ocurrido. Es importante insistir en que la propia condición de posconflicto o posdictadura es la que posibilita la irrupción de las memorias de los combatientes, ya que en las situaciones de violencia estas no podrían emerger en lo público, tanto por la censura o estigma social como por la amenaza a la vida de quienes se atrevieran a enunciarlas. Estas, entonces, eran “memorias reservadas”4. Es decir, aquellas que contaban con un “cálculo temporal y contextual; están a la expectativa de poder darlas a conocer un día bajo condiciones más favorables” (Acevedo, 2012, p. 75).

Por supuesto, el caso colombiano no es el primero en donde excombatientes de grupos armados ilegales y familiares han construido procesos de memoria. En América Latina los casos más ilustrativos son los de Centroamérica: Nicaragua y El Salvador, particularmente aquellos desarrollados por los excombatientes del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) que proponemos observar a continuación.

En Nicaragua, aparte del proceso que en el espacio público se ha impulsado desde el gobierno sandinista de Daniel Ortega para mantener en la memoria de los nicaragüenses los hechos de la revolución y sus figuras más relevantes, grupos de veteranos han erigido pequeños museos -o lugares de la memoria- en distintas ciudades del país, en donde narran la historia de la insurgencia y el triunfo contra la dictadura de Anastasio Somoza a partir de materiales propios de la época. El primero de estos se encuentra en la plaza central de la ciudad de León y se denomina Museo de la Revolución. Allí, un grupo de exguerrilleros se convierten en guías que, con conocimiento privilegiado de causa, conducen a los turistas nacionales e internacionales por una pequeña sala en donde se exponen, cronológicamente y a través de recortes de periódico y fotos, los hechos que desencadenaron el levantamiento armado.

En la misma ciudad y a poca distancia del primer museo también se encuentra la Galería de Héroes y Mártires, levantada por las madres de los veteranos y combatientes sandinistas muertos durante la confrontación y que están vinculadas a la Asociación de Madres de Héroes y Mártires (Unconventional Travel, s. f.). Según ellas, el museo se creó con la intención de mantener viva la memoria de todos sus hijos que perdieron la vida; memoria que se transmite por medio de las experiencias personales que cuentan las madres, quienes también ofician de guías por las diferentes salas que contienen las fotos y descripciones de cada uno de los revolucionarios difuntos. El museo Héroes y Mártires además tiene homónimos en la ciudad de Estelí (el cual también dirigen madres de excombatientes) y en el barrio Altagracia -ciudad de Managua- donde vecinos del sector exhiben con orgullo las fotografías de más de cuarenta “jóvenes, mujeres y hombres, que ofrendaron su vida por una Nicaragua Libre” (Radio Ya, 2015).

Quizá más reconocido en el ámbito internacional que los pequeños museos de Nicaragua es el Museo de la Revolución Salvadoreña, visitado por el autor en 2014 y ubicado en el pueblo de Perquín (departamento de Morazán), lugar clave para la confrontación armada que libró el FMLN con el gobierno de El Salvador durante los años ochenta y noventa. Fundado en 1992, el museo expone en cinco salas fotografías del conflicto, pósteres de solidaridad internacional de la época y materiales de guerra. Además, conserva otros espacios físicos como un orificio dejado en la tierra por una bomba lanzada por las FFMM o el lugar de transmisión de “Radio Venceremos”, emisora clandestina creada en 1981 y operada por los guerrilleros del FMLN desde Perquín. Aquí, y al igual que en Nicaragua, los excombatientes ofician de guías de este espacio y comparten sus experiencias de guerra y paz con los visitantes nacionales e internacionales.

Ciertamente, los casos de Nicaragua y El Salvador se enmarcan en contextos sociales y políticos en donde los excombatientes pueden enunciar con relativa legitimidad sus memorias en el escenario de lo público, ya sea porque los gobiernos -presididos por los partidos políticos de antiguos rebeldes- impulsan directamente estos procesos o porque la estigmatización de estos individuos es reducida, dada la importancia y legitimidad nacional de los eventos y las organizaciones insurgentes en las que ellos participaron como combatientes. Es decir, si bien existe un campo de memoria que sigue siendo disputado por distintos actores, la voz de los excombatientes no es públicamente censurada y puede circular de manera más o menos amplia entre la sociedad.

¿Qué está sucediendo en Colombia? El proceso de paz con las FARC-EP y la implementación temprana de los acuerdos de paz han propiciado que los excombatientes de grupos armados (legales e ilegales) busquen construir y visibilizar con premura su memoria, tanto en los marcos de sentido de su organización como también de manera individual. Aparte del caso de las FARC (el cual es asunto central de este artículo), se destacan brevemente los recientes esfuerzos colectivos que vienen realizando los combatientes de la institucionalidad -FFMM y Policía Nacional- y algunas experiencias previas de memorias personales de excombatientes de grupos armados ilegales, para así ubicar la memoria fariana en el nuevo universo de memorias que ahora se configura en Colombia.

En el caso de las FFMM, estas crearon durante el año 2016 -y mediante disposición 034 del Comando General- la Jefatura de Memoria Histórica y Contexto, la cual tiene como objetivo principal “reconstruir lo sucedido durante más de cincuenta años bélicos, para alcanzar los principios de verdad, justicia, reparación y garantía de no repetición” (Comando General Fuerzas de Colombia, 2017). Las FFMM entienden el terreno de la memoria como un escenario de disputa que puede poner en riesgo su legitimidad como institución. Esto es, la memoria se convierte en la continuación de la confrontación con otros actores políticos y sociales, ahora sin el uso de la violencia. Esto se hizo explícito en documentos como las memorias del Primer Conversatorio Memoria, Historia y Contextos de la Fuerza Pública que se celebró en el año 2016, en donde el mayor general Juan Carlos Salazar afirmó que debían prepararse para “contrarrestar y responder a las nuevas formas de lucha y a la guerra no armada, para mantener la legitimidad de la Fuerza Pública” (COET, 2016, p. 5).

En el marco de este trabajo, las FFMM también han iniciado la construcción de museos propios en el ámbito regional (conocidos como Museos de Memoria Histórica Militar) en las ciudades de Caquetá, Bucaramanga y otras. Además, ha abierto su archivo para que investigadores construyan y circulen la memoria histórica institucional que se deriva de la sistematización y análisis de dichos documentos (Pabón, 2018; Ugarriza y Pabón, 2018).

Al igual que las FFMM, la Policía Nacional emprendió su propio camino de construcción y enunciación de memoria institucional en este nuevo contexto, considerándolas igualmente un campo de construcción de legitimidad. Dentro de este proceso de memoria colectiva policial -que toma fuerza desde el año 2016 con la creación de la Unidad Especial para la Edificación de la Paz- llama la atención los diversos testimonios de uniformados que circulan en su sitio web y mediante los cuales se busca mostrar una cara distinta de las personas que formaron y forman parte de la institución. También el levantamiento de monumentos -o lugares de la memoria- entre los que se destaca el museo dedicado a policías víctimas del conflicto ubicado en Norte de Santander y la escultura titulada Edificadores de Paz, que se inauguró a finales de 2017 en Bogotá con el objetivo de “dignificar y honrar el sacrificio hecho por miles de colombianos, entre ellos, más de 47.000 policías, bajo el precepto del derecho a la verdad, reconciliación y memoria” (Policia Nacional, 2017).

Por último, y aparte de los esfuerzos de memoria histórica de las instituciones estatales, vale la pena resaltar la circulación de múltiples memorias individuales de aquellas personas que formaron parte de las Autodefensas Unidas de Colombia, de quienes dejaron los grupos guerrilleros por vía de la desmovilización individual -o también llamada “deserción”- y de algunos militares en situación de discapacidad. En este marco se destaca el proyecto que lideró el artista Juan Manuel Echavarría y su Fundación Puntos de Encuentro nombrado “La guerra que no hemos visto”. Durante dos años, un total de ochenta desmovilizados rasos pintaron cerca de 420 cuadros en los cuales narraban sus vivencias en el conflicto armado. Del total de cuadros se seleccionaron 90, que fueron posteriormente expuestos por el Museo de Arte Moderno de Bogotá en el año 2009.

Lo llamativo de este proceso fue la posibilidad que brindó Echavarría a los excombatientes de poder expresarse artísticamente sin intermediación, restricción o capacitación alguna, buscando inclusive que emergiera el subconsciente de los participantes mediante la rememoración visual de lo que habían experimentado durante la confrontación violenta (Rueda, 2011). También, el contraste entre elementos típicos del paisaje campesino colombiano y escenas de horror, así como la recurrente autorrepresentación de los excombatientes como víctimas en los cuadros: “testimoniando la muerte de amigos o familiares, o siendo brutalmente castigados por sus propios compañeros” (Rueda, 2011, p. 58).

UNA NOTA ÉTICO-METODOLÓGICA

Además de la discusión teórica que busca propiciar este texto, queremos invitar a la reflexión ética y metodológica sobre la inclusión de la voz de excombatientes en ejercicios académicos de este tipo. Creemos que escenarios de transición, como el que vive Colombia actualmente, son favorables para situar los testimonios de quienes formaron parte del conflicto armado en un nivel distinto al que tradicionalmente se les ha querido otorgar en la academia.

En este sentido, y como una apuesta novedosa, invitamos a agrupaciones de excombatientes y familiares que se encuentran activamente vinculados a los procesos de memoria fariana a que nos compartan su visión sobre el hoy y el mañana de este ejercicio construido desde la insurgencia. Aquí participan la Comuna Cristian Pérez (FARC), conformada por jóvenes dedicados a la promoción del arte y la cultura insurgente; la Fundación Legados, organización social constituida por hijos y familiares de excombatientes que han venido realizando conmemoraciones en diferentes cementerios de la ciudad de Bogotá; y Jhonson, excombatiente de las FARC-EP y actualmente encargado del proyecto de memoria histórica en el ETCR de La Fila (Icononzo, Tolima).

Consideramos que este ejercicio debe abrir el debate ético sobre el lugar que como investigadores sociales le otorgamos a las poblaciones con las que trabajamos y la articulación que construimos con ellas, en un escenario crucial como la construcción de la paz. Esta es, sin duda, una gran oportunidad para reflexionar sobre nuestras propias prácticas investigativas. Así pues, aceptamos la invitación de Linda Tuhiwai Smith (1999) y Ramón Grosfoguel (2016) de mirarnos autocríticamente en relación con las acciones con las que podemos replicar o, por el contrario, empezar a descolonizarnos del proceso de “extractivismo epistémico”5 que permea cada vez con mayor fuerza la academia latinoamericana y contextos sociales como el colombiano, donde la implementación de los acuerdos ha abierto la puerta para el contacto de la comunidad académica nacional e internacional con poblaciones anteriormente inaccesibles como los ahora excombatientes de las FARC.

Es importante anotar que con esta apuesta no buscamos justificar las diversas posiciones expresadas por los actores invitados. De hecho, algunos de los testimonios planteados por las organizaciones y personas invitadas pueden sugerir visiones distintas a lo afirmado por el autor a lo largo de este texto. Lo que sí creemos, es que circular sus voces y testimonios en escritos académicos nos ofrece “una valiosa información sobre sus percepciones, vivencias y recuerdos en torno a la lucha armada en la cual han participado” (Beltrán, 2015, p. 34). Es, en última instancia, transitar de asumir la voz de los protagonistas a dar voz a los protagonistas, reconociendo la comprensión que ellos elaboran de su realidad según sus propios términos (Grosfoguel, 2016).

Hacerlos partícipes del proceso de producción y publicación del conocimiento -y no solo del proceso de recolección de información- aporta a la construcción de relaciones de diálogo y de conocimiento más horizontales, en donde las comunidades posconflicto no se sientan objeto del proceso de extractivismo epistémico antes mencionado. A su vez, propicia en los mismos actores reflexiones sobre sus propios procesos, las cuales pueden constituirse en horizontes de futuro para su acción política. Finalmente, acerca la comunidad académica a una visión mucho más próxima y fidedigna de lo que estos actores están opinando y sintiendo en coyunturas específicas, y cómo dichas opiniones se transforman a través del tiempo.

Aparte de los testimonios que aquí se brindan, es importante resaltar que el texto también se construye a partir de la consulta de fuentes producidas por la insurgencia, documentos secundarios y un ejercicio de observación participante en seis espacios artísticos y de conmemoración de las FARC en Bogotá, Sabanas del Yarí e Icononzo entre los años 2016 y 2018.

LA MEMORIA COLECTIVA DE LAS FARC: ENTRE LA NARRATIVA REIVINDICATORIA Y EL DISCURSO DE RECONCILIACIÓN

Luego del breve repaso por algunas experiencias latinoamericanas y nacionales de memorias individuales y colectivas de excombatientes, proponemos caracterizar el proceso de construcción de memoria fariana que se gesta actualmente en Colombia. Es importante notar que hablamos de “memoria colectiva”, ya que la antigua guerrilla transitó de manera conjunta a la vida civil y se mantiene agrupada en torno al proyecto político del partido FARC. Esto es, que esta memoria posee marcos de sentido propios que encuadran las memorias individuales de los excombatientes y sus interpretaciones sobre lo ocurrido durante el conflicto armado.

Por supuesto, lo anterior no quiere decir que antes del escenario transicional las FARC-EP no hubiesen desarrollado ejercicios de memoria colectiva, tal y como se puede observar en la serie “Memorias Farianas” -publicada en los años 2007 y 2008 por Jesús Santrich y Rodrigo Granda en la página web “Resistencia Colombia”- o en el amplio cancionero insurgente, que desde finales de la década de los ochenta viene registrando las vivencias de aquellos que formaron parte de la organización. Lo que ocurría es que su circulación en lo público se realizaba de manera clandestina y bastante restringida (principalmente entre militantes y simpatizantes) dado el carácter ilegal del grupo armado y la agudización de la confrontación político-militar durante la implementación de la seguridad democrática.

Es, entonces, el nuevo contexto el que le ha permitido a las FARC posicionar públicamente su memoria colectiva reflejada en las conmemoraciones, en la materialización de museos y en los eventos artísticos cada vez más frecuentes, tal y como se analizará más adelante. En un reciente libro escrito por excombatientes ubicados en el ETCR de Agua Bonita (Caquetá), la misma organización reconoce que la oportunidad de circular su memoria -antes reservada- es posible hoy por un escenario más favorable:

[…] hoy las balas cesaron, hoy se puede estrechar muchas manos y brindar abrazos que antes, por las condiciones de la guerra, fueron negados, hoy podemos empezar a contar quiénes somos y hacer memoria para todas esas personas que sembramos en las montañas (BPAC, 2018, p. 14).

¿Cuáles son entonces las principales características de esta memoria colectiva? Afirmamos que la memoria fariana puede considerarse una memoria re-explicativa (en cuanto a contenido) y reivindicativa (en cuanto a apuesta política). Cuando hablamos de memoria colectiva necesariamente debemos analizar el contenido de dicho proceso. En el caso de la memoria fariana nos referimos a una memoria re-explicativa, en tanto las voces insurgentes disputan la interpretación común (o mayoritariamente aceptada) de múltiples hechos que marcaron la historia de la violencia y la paz en el país. Un ejemplo de esto es la conocida “silla vacía” que dejó Manuel Marulanda Vélez en la instalación de los diálogos de paz en El Caguán (Caquetá) a finales de los noventa.

Esta situación fue vista por la mayoría de la sociedad colombiana como una falta de compromiso y seriedad por parte de la guerrilla con la consolidación de la paz. Sin embargo, hoy aparecen nuevas versiones brindadas por los excombatientes sobre la misma situación. Así lo afirma ‘Enrique Cordillera’, guerrillero del Bloque Sur: “el mando guerrillero no se presentó a la plaza fundadores debido a la amenaza de francotiradores enviados por el gobierno para atentar contra su integridad, pues es de saber que se encontraron trillos y camas de francotiradores” (BPAC, 2018, p. 63).

A la par de la disputa por interpretaciones comunes de hechos de relevancia nacional, las memorias individuales empiezan a arrojar luces sobre acontecimientos regionales como algunas operaciones militares específicas, masacres u homicidios. También, sobre la vida cotidiana de la guerrillerada. En este último asunto la re-explicación es importante, dado que el entendimiento de la cotidianidad de la vida guerrillera por parte de la sociedad civil estaba mediado por la representación que los medios de comunicación hacían sobre ella. Por eso llama la atención la proliferación de historias de amistad, de amor, de familia y de prácticas musicales y deportivas en los testimonios de los antiguos combatientes, que muestran así otra faceta de la organización político-militar (BPAC, 2018; Nodo Orinoco-Magdalena, 2018).

En términos de la apuesta política la memoria fariana es reivindicativa, en tanto exalta y heroiza6 a sus figuras históricas y compañeros fallecidos, a la vez que ofrece razones que, según su juicio, justificaron la larga confrontación armada y su involucramiento como combatientes. Sobre las figuras históricas el proceso actual de construcción de memoria fariana reafirma lo enunciado años atrás por Mario Aguilera (2003), quien encontraba fundamental en el proceso de construcción de identidad y cohesión de las guerrillas colombianas el uso de distintos referentes revolucionarios que comprendían profetas revolucionarios, padres fundadores, héroes patriotas y regionales y hermanos revolucionarios. Para el caso de las FARC son recurrentes hoy las menciones no solo a personajes como Manuel Marulanda, Jacobo Arenas y Simón Bolívar, sino también a aquellos comandantes que fallecieron en los últimos tiempos como Alfonso Cano, Iván Ríos, Mariana Páez y Jorge Briceño. De igual manera, en el ámbito regional cada frente y bloque recuerda a guerrilleros rasos que tuvieron una importancia afectiva para cada una de estas unidades, lo cual es un cambio significativo respecto a lo que observaba Aguilera (2003) a inicios de la década del 2000.

Frente a la justificación de la necesidad de la confrontación armada, se resaltan altos valores como el amor al pueblo, la búsqueda de un país más justo o la defensa de ideas altruistas (BPAC, 2018; Nodo Orinoco-Magdalena, 2018). También su inevitabilidad debido al cerramiento de espacios democráticos y la necesidad de salvaguardar sus vidas. Al igual que los otros grupos de combatientes militares y policiales, las FARC buscan ser reconocidas como víctimas del conflicto armado. En palabras de Jiménez (2017), dicha autorepresentación “racionaliza sus acciones y justifica la decisión de usar las armas como un instrumento de discusión política” (2017, p. 71).

Pese a que estas son características de la memoria colectiva que construye las FARC hoy, es cierto que esta se encuentra en un constante proceso de transformación. Sin duda alguna, una de las situaciones que más ha incidido en esta dinámica es el contacto que han tenido, en el escenario de transición, con las víctimas directas de su accionar a lo largo del país. Desde Bojayá, pasando por La Chinita, Granada y el Club el Nogal, las FARC vienen participando en ejercicios de perdón público y reconciliación con estas comunidades (DW, 2018; El Tiempo, 2016; Herrera, 2017; ­Semana, 2015). Dichos encuentros no solo constituyen un impacto positivo para las víctimas -quienes ­empiezan a sentirse reparadas de manera simbólica-, sino también suponen un reto para los excombatientes y la memoria colectiva que estos vienen construyendo, en tanto se re-evalúan las posibles justificaciones de ciertas acciones militares.

¿Cómo se conciliarán las memorias reivindicativas con la demanda social de una memoria reconciliadora? Esta será una de las tensiones más interesantes que se evidenciarán en los próximos años y que las FARC tendrán que resolver de cara a su militancia y al resto de la sociedad.

ESCENARIOS EN DISPUTA: LUGARES DE ENUNCIACIÓN DE LA MEMORIA FARIANA

Luego de caracterizar la memoria colectiva de las FARC proponemos observar tres escenarios en los cuales dicho ejercicio se está enunciando hoy: las expresiones artísticas insurgentes, las fechas conmemorativas y los lugares del recuerdo. Cada una de las secciones presenta un análisis sucinto por parte del autor sobre el asunto para luego darle voz a cada una de las agrupaciones y excombatientes invitados.

Expresiones artísticas insurgentes: el caso “Desenterrando memorias”

Uno de los artefactos culturales más importantes mediante los cuales las sociedades enuncian su memoria es el arte. Según recientes investigaciones, el arte no solo permite la conservación, narración y transmisión de los hechos o la tramitación individual y colectiva del daño, sino también promueve la resistencia de “comunidades, colectivos y movimientos sociales frente a lógicas de opresión, explotación y violencia” (Villa-Gómez y Avendaño-Ramírez, 2017, p. 504). En Colombia, no solo artistas reconocidos como Doris Salcedo, Juan Manuel Echavarría, Óscar Muñoz, José Alejandro Restrepo o Erika Diettes (Rubiano, 2017; Semana, 2016) han representado la violencia sino también, y sobre todo, las organizaciones de víctimas y los movimientos sociales han recurrido a la cultura para expresar sus historias, demandas, visiones y aspiraciones (Bahamón, 2017; Belalcázar y Molina, 2017; Pinilla, 2015; Rodelo, 2018).

Hoy, a estas expresiones artísticas se suman las de los excombatientes de las FARC-EP, quienes vienen llevando a cabo un ejercicio interesante de circulación pública de música, poesía, pintura y teatro. Aunque las iniciativas de arte fariano son múltiples7, vale la pena destacar el proyecto “Desenterrando memorias”, en tanto vincula diferentes expresiones artísticas insurgentes en torno a la recuperación y visibilización de la memoria colectiva de las FARC.

Según sus autores, “Desenterrando memorias” surge en el año 2016 cuando el músico insurgente Martín Batalla conoce el trabajo de pintura que venía realizando -desde las vísperas del 50 aniversario de la organización- la también artista guerrillera Inti Maleywa sobre la violencia en el país. De allí surge la idea de combinar las expresiones artísticas con el objetivo de narrar la historia del conflicto armado en Colombia desde la visión de la insurgencia. El compendio del proyecto consta de doce pinturas, dos canciones y una obra de teatro que de manera secuencial narran hitos de la violencia desde la Masacre de las Bananeras (década del veinte) hasta el día de hoy.

Lo interesante de este es que la narración estética de hechos de violencia se hace de manera paralela a lo que la insurgencia denomina la historia de “50 años de resistencia y lucha popular por la paz de Colombia” (Batalla, 2017a, 2017b). Los cuadros de Maleywa -realizados en técnica de lápices de colores sobre papel- muestran en vivos colores verdes, rojos y azules no solo la muerte, la intervención norteamericana o el exterminio de la Unión Patriótica, sino además la movilización social y el surgimiento y expansión de las FARC-EP8.“Desenterrando memorias” es, por tanto, un ejercicio de re-explicación pedagógica del conflicto armado y sus eventos a la vez que una apuesta de reivindicación de quienes formaron parte de la organización armada y compartieron sus ideales.

A continuación, damos paso al testimonio de la Comuna Cristian Pérez (FARC) sobre el papel que está cumpliendo el arte y la cultura fariana en el proceso de transición actual.

ARTE Y MEMORIA FARIANA

Por: Comuna Cristian Pérez (FARC)

El arte y la cultura configuran una de las apuestas importantes para la reconciliación, la construcción de un lenguaje que permita a través de múltiples expresiones como la música, el teatro, la pintura, el documental, entre otras, una serie de escenarios de encuentros entre distintas comunidades, para la socialización de múltiples puntos de vista, además de configurarse el arte y la cultura como herramienta para transmitir aquellos mensajes que en medio del conflicto fueron ocultos, las voces silenciadas, los rostros que no pudieron salir a la luz por las condiciones adversas que imponía la guerra. Los exguerrilleros de las FARC-EP asumieron el reto de relatar su historia, sus vivencias, experiencias y avatares en las selvas y montañas colombianas en el proceso de paz y posterior firma del acuerdo.

La cultura y el arte para las FARC siempre tuvieron un lugar importante desde que se consolida a nivel interno, un espacio conocido como la hora cultural, en el cual la guerrillerada se reunía alrededor de distintas actividades como la danza, el teatro, la poesía, el canto, entre otras para dedicar una hora de su tiempo en las noches, alrededor de las 6 o 7 p. m. -dependiendo de las condiciones- a la creación y socialización de muestras artísticas y culturales como parte del proceso de formación y de esparcimiento colectivo.

El arte fariano es un entramado de distintas expresiones ricas en historias que por un lado son interesantes al encontrar en ellas elementos de las vivencias cotidianas de la insurgencia en toda Colombia, y que por el otro son el entramado de construcciones e interpretaciones de la historia del país, de las comunidades olvidadas y excluidas, de una Colombia marginal habitada por un sinfín de comunidades, estas historias de campesinos, indígenas, afrodescendientes, abusados desde épocas coloniales hasta la contemporaneidad configuran la médula de los relatos entre los acordes de las guitarras, las tamboras, las trompetas a todo ritmo de las tonadas farianas, así como en cada uno de los trazos en las pinturas y murales, en las artesanías, en las esculturas que constantemente constituyen actividades y obras de los artistas exguerrilleros.

Bastantes proyectos han encaminado las FARC como esfuerzo por mantener el proceso de construcción de memorias, desde espacios de formación, hasta planes de estudio, escuelas que precisamente apuntan a la reflexión constante del quehacer como colectivo, y de la construcción desde el surgimiento como fuerza armada hasta la consolidación como partido legal, de ahí que la memoria histórica como FARC es una construcción permanente, que además se distingue por el recurrente relato de las experiencias en medio y posterior al cierre del ciclo armado como elementos que permiten la construcción de identidad, de valores y principios pensados para un colectivo, estas apuestas se reflejan en documentales, libros, exposiciones, galerías, conciertos, encuentros, entre muchas otras actividades donde no solo se socializa la práctica como insurgentes sino se profundiza en las ideas vigentes de la construcción de memoria como parte del pueblo, como relato que debe perdurar en la historia.

El arte y la cultura son también un escenario de disputa en el campo ideológico y práctico, con ello se expresa por un lado una construcción de los mismos en escenarios elitizados, en círculos consolidados con un poder influyente en los sectores públicos y privados, de ahí que el reto para las FARC es poder generar una apuesta que logre recoger aquellas expresiones que no tienen cabida en dichos escenarios, una cultura de masas, amplia, popular que precisamente se distinga de los escenarios cerrados y herméticos de la construcción cultural hegemónica y dominante.

Como lo menciona Manuel Garzón (2017), tal lucha cultural se desarrolla tanto en lo “público” como en la esfera de lo “privado” y aparentemente personal: el arte popular tiene entre sus tareas la de contribuir a revertir las formas opresivas en las que nos relacionamos cotidianamente, fortalecer y reconstruir los vínculos familiares, sociales, colectivos y comunitarios, a partir de lógicas transformadoras, solidarias y de construcción de mujeres y hombres nuevos. Eso es profunda y esencialmente político. En ese mismo sentido y de manera simultánea, debemos aportar a la generación de una cultura de paz y reconciliación nacional: impulsar y consolidar el respeto y la valoración por la vida, la diversidad, la tolerancia y el pluralismo; desarmar mentes y corazones llenos de odio y prejuicios, y avanzar en el afianzamiento de la paz.

Conmemoraciones y actos públicos: ¿fechas infames o reivindicativas?

En escenarios de posdictadura y posconflicto los diversos actores sociales también buscan conmemorar, en los espacios públicos, fechas y aniversarios que a su juicio cargan con un significado especial. Según Jelin (2002a), dichos ejercicios de conmemoración son momentos “en que se activan sentimientos y se interrogan sentidos, en que se construyen y reconstruyen memorias del pasado” (Jelin, 2002a, p. 1). Debido a las múltiples interpretaciones que tienen individuos y colectividades sobre el mismo día, lo que representó en el pasado y lo que representa hoy, dichas fechas también han sido objeto de disputa.

Por ejemplo, en los casos de las posdictaduras del Cono Sur (Chile, Uruguay, Paraguay, Argentina y Brasil) las luchas sobre las fechas de conmemoración de los golpes de Estado, el cumpleaños y el día de fallecimiento de los dictadores han sido comunes (González, 2002; Rondón, 2007; Waldman, 2014). Similar situación ha sucedido en los casos de Irlanda del Norte, País Vasco, Israel/Palestina, la antigua Yugoslavia, Sri Lanka y Sudáfrica, en donde las sociedades transitan de conflictos armados a escenarios de paz. Allí las disputas han versado principalmente sobre conmemoraciones que se relacionan con demandas de independencia, la pertenencia nacional y territorial o las luchas raciales (McDowell y Braniff, 2014).

En Colombia, la reciente incursión de los excombatientes en el contexto de la conmemoración pública ha generado un sinnúmero de reacciones encontradas y polémicas entre diversos sectores sociales y de opinión. En el mes de septiembre del 2017, las FARC realizaron en Bogotá un homenaje a Víctor Julio Suárez, más conocido como el ‘Mono Jojoy’. Reunidos en el cementerio El Apogeo, cerca de setenta personas -entre excombatientes, familiares y simpatizantes- le llevaron ofrendas florales y mariachis (Semana, 2017). Pronunciaron, además, discursos reivindicativos en donde se resaltaron las cualidades humanas y revolucionarias de una persona que, a su juicio, “entregó su vida a la causa de los desposeídos” (Fernández, 2017) y fue “un luchador por los más humildes que solo quiso la paz para Colombia” (Toro, 2017).

Mientras que para los excombatientes la figura del ‘Mono Jojoy’ es la de un “padre”, un “hermano”, un “amigo”, un “camarada con altos valores”, para un importante sector de la población colombiana la misma persona representa la faceta más cruda y violenta de la confrontación armada del país. Por ello, dicha conmemoración generó una amplia ola de repudios e indignación entre la sociedad civil, sectores políticos y organizaciones de víctimas, quienes observaron el evento como una “ofensa a las víctimas”, un “homenaje al crimen”, una “apología al terrorismo” y una “exaltación de la delincuencia” (El Espectador, 2017; El Universal, 2017; Noticias Caracol, 2017). Inclusive, personas como el exministro de Defensa Juan Carlos Pinzón solicitaron al Gobierno nacional y distrital la cancelación del evento (Hoy Diario del Magdalena, 2017).

Ante la polémica, las FARC aseguraron posteriormente que para ellas este fue un acto de reconciliación y de cerrar su historia y que, además, se encontraban en todo el derecho -ahora como ciudadanos en democracia- de realizar el homenaje a una persona que para ellas tuvo un significado afectivo especial (Caracol Radio, 2017). Luego de esta conmemoración, las FARC han continuado homenajeando a comandantes guerrilleros en los aniversarios de su muerte. Al evento del ‘Mono Jojoy’ se sumaron los de ‘Alfonso Cano’, ‘Mariana Páez’, ‘Manuel Marulanda’, ‘Iván Ríos’ y ‘Raúl Reyes’, celebrados ya no solo en los cementerios sino también en recintos culturales de Bogotá.

El escenario actual en Colombia muestra, entonces, una interesante disputa no solo respecto a las representaciones que sobre una misma persona tienen diversos sectores de la sociedad sino también sobre la legitimidad de quienes pueden, o no, conmemorar en el espacio público. Independientemente de las opiniones que suscita este particular, lo cierto es que las FARC seguirán disputando el sentido de estas fechas, por lo que las luchas sobre fechas del pasado y su significado en el presente marcarán el futuro de la memoria en el país. Para comprender más la visión de los actores involucrados en estas conmemoraciones damos paso a la Fundación Legados, organización que ha venido liderando estos homenajes en la ciudad de Bogotá.

¿POR QUÉ HACER CONMEMORACIONES EN EL POSCONFLICTO COLOMBIANO?

Por: Fundación Legados

Para la Fundación Legados, conmemorar significa reconstruir un pasado para construir un presente de la memoria histórica de una guerra de más de medio siglo, que nos dejó muertos desapariciones, mucho odio, desarraigo y dolor. Conmemorar es aprender a convivir en una sociedad que recuerde su historia para no repetir las cosas que no fueron tan buenas y que sucedieron en nuestro territorio, es un aprendizaje para el amor, la tolerancia, el respeto por el otro, dirimir diferencias, en fin una sociedad justa donde podamos expresarnos y movilizarnos sin temor a ser estigmatizados y eliminados.

Conmemorar significa no olvidar los muertos, sin importar de qué lado estaban, a los que nunca aparecieron y que solo viven hoy, en el recuerdo de sus familias. A ese montón de hombres, mujeres y niños es a quienes la Fundación Legados conmemora y no solo a los de FARC; es la memoria de un país que quiere y anhela, a nombre de sus muertos y desaparecidos, vivir en paz.

La Fundación Legados le apuesta a la convivencia pacífica, ese es el legado que dejaron nuestros familiares, padres, hermanos, maestros, trabajadores, estudiantes, amigos, que hoy no están, pero sabemos y estamos seguros [de] que su lucha no fue en vano, que su ideal era construir un mejor país, libre, con justicia social, donde niños, niñas y jóvenes tengan un presente feliz y puedan proyectarse en futuros múltiples. Eso visionamos como organización también nosotros.

Nuestra perspectiva es que la historia de más de cinco décadas de guerra no se olvide, que las personas que murieron y desaparecieron, no se olviden, que sea el motivo para construir y consolidar una mejor sociedad, jamás para repetir. En el actual escenario social y político puede ser difícil pretender conmemorar, porque hay heridas, dolor arraigado que no ha sanado, los corazones y las mentes están llenos de odio, pero tenemos la plena confianza que el tiempo y el amor serán nuestro mejor aliado y darán cuenta de esa gran reconciliación social.

Esta es la generación de la paz que nació en medio de la guerra que no quiere repetir; sí, es difícil, pero no imposible, además porque más que disputas con las diferentes organizaciones sociales y con la sociedad en general lo que hay son coincidencias y eso allana el camino para el encuentro y el abrazo de la reconciliación.

Lugares de la memoria guerrillera: museos y rutas turísticas farianas

El último escenario de enunciación que ha tomado relevancia en Colombia es la irrupción de lugares de la memoria insurgente. Museos que evocan, recuerdan, preservan y cristalizan a través de objetos la memoria de aquellas personas que formaron parte de las FARC-EP a la vez que muestran -en su función didáctica- al público más amplio las características principales de la vida guerrillera. Museos que, a su vez, se suman a los realizados por las víctimas en diferentes partes del país y a aquellos que vienen impulsando las administraciones distritales -como Bogotá y Medellín- y la administración nacional -con el futuro Museo Nacional de la Memoria- (Verdad Abierta, 2016).

Estos museos, que inicialmente se han venido construyendo en los ETCR donde los excombatientes hoy llevan a cabo su proceso de reincorporación, tienen una configuración espacial similar a la de los museos de los excombatientes en Centroamérica. Son recintos pequeños, donde las fotos y los objetos de la vida cotidiana de los combatientes toman protagonismo: uniformes, equipos de campaña, toldillos, utensilios de cocina, documentos de la organización y cuadernos que pertenecieron a los guerrilleros en tiempos de guerra. En el caso del museo de Icononzo (visitado por el autor en 2018), en una sección de la parte interior del mismo cuelgan telas -bordadas por los propios excombatientes- que recuerdan a sus compañeros caídos en combate. Esta misma rememoración se plasma en una de las paredes exteriores del recinto, en donde una imagen de dos combatientes abrazándose se acompaña por múltiples nombres de guerrilleros fallecidos (con su respectivo frente de guerra) además de la frase “Los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos”.

El incremento sostenido del turismo luego de la firma del acuerdo de paz (Conexión Capital, 2017; Dinero, 2018; El Tiempo, 2017) ha sido aprovechado por los excombatientes, quienes han incluido en sus planes de reintegración socioeconómica el diseño de rutas turísticas para quienes quieran conocer de primera mano la historia de la guerra contada por sus propios protagonistas. Estos planes ya dieron sus primeros pasos en lugares como Marquetalia y Pondores (donde ya se realizaron las primeras rutas guiadas) o en Mesetas, donde se emprendió la construcción del hotel “Casa Verde”, lugar que espera ofrecer a los turistas la experiencia más cercana a las condiciones de la vida guerrillera en términos de la pernoctación y la alimentación (Flórez, 2017a; Marulanda, 2018; Notimérica, 2018).

Por supuesto, y al igual que lo ocurrido con las conmemoraciones recientes, la construcción de dichos lugares de la memoria insurgente no está exenta de polémicas. Algunos columnistas de opinión han denominado a estas iniciativas como “narco-turismo”, aduciendo que esta es una “nueva modalidad de negocios para explotar los episodios más oscuros de nuestra historia reciente” (Botero, 2017). Otros consideran impensable tomar dichos paquetes turísticos, en tanto no quieren “recrear la vida de un secuestrado” (La W, 2018) o porque, según su opinión, esa era la forma en que las FARC-EP reclutaban forzadamente a jóvenes universitarios durante la confrontación armada (Oiga Noticias, 2017).

Más allá del debate mediático: ¿cuáles son las apuestas de los excombatientes con estos procesos? Damos paso al testimonio de Jhonson, excombatiente de las FARC-EP encargado de la promoción de la memoria histórica en el ETCR de La Fila (Icononzo).

MUSEOS FARIANOS Y MEMORIA HISTÓRICA

Por: Jhonson (excombatiente de las FARC-EP, habitante del ETCR La Fila)

Es muy importante que la gente conozca la historia del conflicto en Colombia y la mejor manera de contarla son estos sitios donde se refleje cada paso de nosotros. En años anteriores no podíamos hacerlo porque todo era ilegal, por eso creo que hoy es el momento adecuado para hacerlo.

La idea de los museos es crear sitios donde la gente tenga la oportunidad de ver cada paso que como combatientes de las FARC-EP dimos para llegar donde llegamos, buscando la igualdad de nuestros pueblos que han sido marginados de todo pero que hoy está mirando los frutos de ese sacrificio.

La importancia de crear estos museos es no dejar olvidar las luchas del pueblo colombiano, desposeídos de todo. Creo que la nueva generación debe conocerla desde sus entrañas, pero algo que debe quedar claro no es solo la historia de las FARC-EP, sino también la historia de todos los mártires que han luchado y porque el continente sea un solo pueblo.

La perspectiva es que estos museos son la mejor escuela para los colombianos por eso debemos nutrirlos de historia.

CONCLUSIONES. LA MEMORIA FARIANA: ENTRE LA COMISIÓN DE LA VERDAD Y EL ESPACIO PÚBLICO

Colombia vive hoy un interesante escenario respecto a la construcción y enunciación de memorias colectivas. A las ya conocidas memorias de las víctimas se suman actualmente las de los distintos combatientes que formaron parte de la confrontación armada: militares, policías y guerrilleros disputan el terreno de la memorialización a partir de sus lecturas particulares de lo ocurrido en esta larga guerra.

Si bien aún no ha iniciado la Comisión de la Verdad, es claro que una aproximación temprana a la memoria que está construyendo las FARC nos puede dar pistas de cómo se posicionará la organización en esta instancia de esclarecimiento, entendiendo que los futuros testimonios de este actor tendrán una relación intrínseca con los marcos de sentido que ha venido construyendo y enunciando a través de su memoria colectiva. Es decir, no podemos asumir una distancia irrestricta entre testimonio, memoria colectiva y construcción de la verdad. El marco de sentido (re-explicativo y reivindicativo) en el que hoy se construye la memoria de la organización encuadrará tanto los testimonios de los excombatientes en las instancias de esclarecimiento como los ejercicios autónomos de posicionar la memoria fariana en los distintos escenarios públicos del país.

Entendiendo las características reivindicativas y re-explicativas de la memoria insurgente, todavía no es claro si es posible deconstruir narrativas que puedan causar polarización o desde ya es necesario asumir que los discursos de cada uno de los grupos del posconflicto son poco tendientes a cambiar, dados los marcos de sentido en donde se inscriben. El caso de las FARC parece ejemplificar una tendencia intermedia: por un lado, circula una memoria hacia su militancia que reivindica su levantamiento en armas, sus héroes guerrilleros y sus compañeros fallecidos. Por otro, han comenzado a reevaluar algunas acciones que causaron daño y dolor a sus víctimas, pidiendo perdón y mostrando voluntad de avanzar hacia la reconciliación. Es decir, una memoria colectiva que se construye y se deconstruye en una constante tensión entre la reivindicación y la reconciliación.

Así las cosas, consideramos importante y realista asumir que sobre ciertos aspectos las distintas memorias podrán consensuar mientras que en otros siempre diferirán. Este es un llamado a reevaluar el lugar común que afirma que hacer memoria nos va a llevar a la reconciliación. Tal y como lo hemos evidenciado, cada uno de los distintos escenarios donde se enuncia la memoria insurgente ha traído consigo un grado diferente de disputa, debido a las múltiples visiones que tienen los actores sociales sobre un mismo hecho o persona y sobre su significado, las cuales pueden ser potenciales ejes de conflicto en el momento en que se contraponen.

Mas allá de llamar a una situación de emergencia, es necesario asumir que esto va a suceder y que la sociedad tendrá que lidiar con las disputas sobre la interpretación del pasado no solo en la Comisión sino en la calle, en el espacio público. Si la Comisión de la Verdad es capaz en su ejercicio de incluir y visibilizar las distintas versiones de lo que pasó sin tratar de imponer una “verdad única”, los distintos actores se sentirán representados allí. Si esto no sucede, podemos esperar algo similar a lo que observó Klep (2012) en Chile, donde los resultados de las comisiones de la verdad fueron contestados y negociados ampliamente por actores sociales en el espacio público.

Ahora bien, si optamos por insistir en que la deconstrucción de narrativas colectivas es necesaria para avanzar hacia la reconciliación, los caminos que sugieren otras experiencias pasan por el contacto intergrupal, la humanización del otro y la toma de perspectiva (Ben et al., 2017; Ugarriza y Nussio, 2016). En este sentido, podríamos seguir las lecciones de recientes ejercicios en Serbia y Montenegro, en donde excombatientes serbios y croatas han visitado juntos distintos memoriales para discutir sus visiones sobre el conflicto y avanzar hacia la reconciliación (Moore, 2017). ¿Podrá ser posible que los militares visiten los museos farianos? ¿O que los excombatientes guerrilleros recorran junto a los miembros de la Fuerza Pública los memoriales de los soldados caídos? Solo la concreción real de estos espacios podrá ser un indicativo de hacia donde se moverá la disputa de las memorias colectivas en Colombia.

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*Con la participación de: Comuna Cristian Pérez (FARC), Fundación Legados y Jhonson (excombatiente ETCR La Fila).

1Extracto del discurso pronunciado por la Comuna Cristian Pérez el día 2 de diciembre de 2017 (registro magnético por parte del autor).

2Es importante diferenciar los conceptos de memoria colectiva, memoria histórica y verdad. Por memoria colectiva entendemos aquella que se configura “a partir de las experiencias vividas y compartidas por un grupo de personas en un momento dado, y que pueden rememorarse en virtud del significado colectivo que tiene para los miembros del grupo” (Ugarriza y Pabón, 2018, p. 3). La memoria histórica “toma los recuentos de la memoria colectiva y los nutre con información de otras fuentes, utilizando herramientas propias de la historia y de las ciencias sociales para inscribir y articular los recuentos comunales en una historia nacional” (CNMH, 2015, p. 34). Por verdad entendemos la pretensión –posible o no posible– de una reconstrucción objetiva de los hechos ocurridos durante la confrontación armada.

3Según la definición aportada por la ONU, el proceso de desmovilización consiste en la “descarga formal y controlada de combatientes activos de las fuerzas armadas u otros grupos armados” (ONU, 2014, p. 143) el cual implica a su vez la “separación física del combatiente del comando y control de su fuerza o grupo armado, así como su transformación psicológica de una mentalidad militar a civil” (ONU, 2014, p. 143).

4Según Acevedo (2012) las memorias reservadas –como las de los excombatientes y sus familiares– se enfrentan al dilema de estar “prisionalizadas por un estigma social, por una situación pocas veces elegida: a sus portadores no se les atribuye el estatus de víctimas” (Acevedo, 2012, p. 75).

5Según Grosfoguel, el objetivo del extractivismo epistémico es la despolitización y el “saqueo de ideas para mercadearlas y transformarlas en capital económico o para apropiárselas dentro de la maquinaria académica occidental con el fin de ganar capital simbólico” (Grosfoguel, 2016, p. 133). Sobre el proceso mismo de este extractivismo, el autor afirma que dicho saqueo “se hace excluyendo de los circuitos de capital simbólico y económico a los pueblos productores de esos ‘objetos’, tecnologías o conocimientos” (Grosfoguel, 2016, p. 133).

6La heroización es un rasgo generalizado de la memoria enunciada por cualquier grupo de (ex)combatientes, tal y como lo observa Payne (2009) en los casos de Argentina y Sudáfrica.

7Por ejemplo, no se puede dejar de mencionar el trabajo de danzas y teatro que viene ejecutando la Escuela de Formación Artística “Manuel Marulanda Vélez” y que se ha materializado tanto en su presentación en las fiestas de San Pedro en 2017 (El Tiempo, 2017) como en la obra Re-Evolución, que relata la historia de la violencia en el país desde la óptica de un combatiente de las FARC-EP. También, el trabajo independiente de la pintora Inti Maleywa, quien recientemente ha dedicado cuadros a la memoria de ‘Raúl Reyes’, ‘Iván Ríos’ y ‘Mariana Páez’, entre otros líderes guerrilleros fallecidos

8Llama la atención el cuadro titulado “Eterna Presencia II”, que retrata en un paisaje campesino la expansión de las FARC-EP hacia la cordillera Central y Occidental que tuvo lugar en la década del setenta. De la misma manera, la obra titulada “La Unión de las Memorias”, que relata el surgimiento de las FARC-EP en la década del sesenta de la siguiente forma: “se reúnen los símbolos de todas las luchas que se han dado desde nuestras raíces, desde la invasión de los españoles. La unión de las memorias y de los sueños es el nacimiento de nuestra organización, las FARC-EP” (Desenterrando memorias, 2017).

Recibido: 30 de Junio de 2018; Aprobado: 30 de Julio de 2018

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