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Análisis Político

versión impresa ISSN 0121-4705

anal.polit. vol.31 no.94 Bogotá jul./dic. 2018

https://doi.org/10.15446/anpol.v31n94.78241 

DOSSIER

LOS APORTES DE RUY MAURO MARINI A LOS ESTUDIOS INTERNACIONALES DESDE AMÉRICA LATINA

RUY MAURO MARINI’S CONTRIBUTIONS TO INTERNATIONAL STUDIES FROM LATIN AMERICA

Dario Clemente* 

* Universidad de Buenos Aires/Flacso-Argentina, Área de Relaciones Internacionales/Conicet. Doctorando en Ciencias Sociales. Correo electrónico: dclemente@flacso.org.ar


RESUMEN

El pensamiento de Ruy Mauro Marini (1932-1997) representa un aporte fundamental, aunque ampliamente desconocido, a los estudios internacionales desde y para América Latina. Este artículo revisa algunas de las categorías principales de la obra del intelectual brasileño -subimperialismo, cooperación antagónica, interdependencia continental e integración regional- con el objetivo de demostrar la importancia de una recuperación de este cuerpo teórico y analítico. Mientras que su estudio de la política exterior de la dictadura militar brasileña pertenece con pleno derecho a la disciplina de las relaciones internacionales, su particular perspectiva de investigación constituye una verdadera propuesta epistemológica que puede enriquecer la economía política internacional latinoamericana.

Palabras clave: Ruy Mauro Marini; subimperialismo; Brasil; estudios internacionales latinoamericanos; integración regional.

ABSTRACT

Although widely unknown, the thinking of Ruy Mauro Marini (1932-1997) represents a fundamental contribution to international studies from and for Latin America. This article reviews some of the main categories of Marini’s work -subimperialism, antagonistic cooperation, continental interdependence and regional integration- with the objective of demonstrating the importance of recovering this theoretical and analytical body. While his study of the foreign policy of the Brazilian military dictatorship rightfully belongs to the discipline of international relations, his particular research perspective constitutes a true epistemological blueprint that can enrich Latin America’s international political economy.

Keywords: Ruy Mauro Marini; subimperialism; Brazil; Latin American international studies; regional integration.

MARINI Y LAS RELACIONES INTERNACIONALES

En los últimos años se asiste a un esfuerzo generalizado y transversal para recuperar, para la disciplina de los estudios internacionales y de las relaciones internacionales (RRII) en América Latina, varios aportes teóricos y conceptuales “autóctonos” (Tickner, 2003; Tussie, 2004; Tussie y Riggirozzi, 2015), especialmente en relación con la rica tradición vinculada a la integración regional y al regionalismo (Deciancio, 2016).

Este esfuerzo representa una verdadera obra de reconstrucción histórica de una escuela del pensamiento latinoamericano de las RRII que, si bien no existe con tal nombre, ha teorizado sobre la región y su relacionamiento con el mundo desde épocas antiguas hasta la actualidad, a menudo escondida bajo otras etiquetas disciplinarias, o relegada a una posición de menor envergadura en cuanto area studies.

En particular, el intento de delimitar un campo propio de la economía política internacional (EPI) latinoamericana ha visibilizado la teoría de la dependencia (TD) y el estructuralismo cepalino como “nobles ancestros” de la EPI, los cuales aún no reciben el justo reconocimiento dentro de las RRII. Este conjunto muy variado de enfoques es considerado, probablemente, “el intento más original de abordar colectivamente -desde perspectivas propias- el diagnóstico y las propuestas de futuros posibles para las sociedades latinoamericanas” (Tussie, 2015, p. 157). Entre los autores más reconocidos, clásicos de la teoría social latinoamericana, se encuentran Raúl Prebisch (1950), Celso Furtado (1964), Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto (1969), 1973 y Osvaldo Sunkel y Pedro Paz (1981).

Asimismo, la vertiente de la TD conocida como teoría marxista de la dependencia (TMD) ha recibido aún menos atención desde la perspectiva de las RRII, a pesar de representar una multiplicidad de puntos de vista que ha permitido y permite pensar América Latina en relación con los ciclos capitalistas mundiales y con el desarrollo de las fuerzas sociales en varios países de la región.

Identificada con un conjunto de autores como Theotônio dos Santos (1967), André Gunder Frank (1967), Vânia Bambirra (1974) y Samir Amin (1975), la TMD configura el esfuerzo más acabado, dentro de la tradición del pensamiento crítico, de desarrollar, a partir de las intuiciones de la TD originaria, una teoría de las relaciones entre Estados y de las posibilidades de las periferias, más allá de América Latina.

Entre estos autores y autoras se destaca Ruy Mauro Marini (1969, 1973), ya que sus aportes son un “puente” ideal entre la TMD y las RRII como campo disciplinario latinoamericano. En particular, la conceptualización que hace del subimperialismo permite conjugar la teorización marxista del imperialismo, de derivación leninista, con la dimensión militar tan cara a la tradición clásica de las RRII. El objeto de estudio de Marini, el gobierno militar brasileño, su política exterior y la reestructuración económica que emprende en el país, se presta especialmente a esta operación.

Como explicaremos en adelante, según Marini, la dictadura militar que se instala en 1964 y la política de subimperialismo que sigue son el resultado del desarrollo de las fuerzas productivas de Brasil en su condición periférica y es, en este desarrollo, que se inscriben la política militarista hacia la región y la creación del complejo militar-industrial, así como la expansión de capitales nacionales y la formación de monopolios, rasgos esenciales de la fase imperialista.

Además, se puede considerar a la reflexión sobre Brasil como potencia subimperialista un antecedente no reconocido de lo que más tarde será la reflexión sobre “potencias medianas” (Hirst, 1985) o, más recientemente, “potencias regionales” (Nolte, 2006), o bien “líderes regionales” (Destradi, 2010), fundada en el análisis del desarrollo capitalista mundial, en combinación con el estudio de la realidad local y sus especificidades.

En este sentido, el pensamiento de Marini es profundamente latinoamericano y se inserta por completo en la tradición de la TD al estimar que la condición periférica del continente no permite el uso acrítico de teorías elaboradas en el norte. Para el autor, el punto de partida es el descubrimiento de que la teoría del imperialismo de Lenin es una teoría válida para las potencias centrales, pero que en el caso de América Latina y de Brasil, esta debe acompañarse de una elaboración situada. Es por eso que la teoría del subimperialismo es una teoría desde y para América Latina.

Es necesario también recuperar los aportes concretos que el trabajo de Marini puede hacer al campo de la EPI latinoamericana dentro de la disciplina de las RRII. Una primera dimensión es la superación de la falsa dicotomía entre “interno” y “externo”, y tiene que ver directamente con la aspiración de leer a América Latina valorando las formaciones sociales en su peculiaridad e historicidad, a la vez que considerándolas en su relación con la estructura mundial y los procesos globales.

Marini, economista de profesión, nos presenta un examen del subimperialismo brasileño fundado en el análisis histórico de la formación del Estado moderno en Brasil y de la evolución de las relaciones de fuerza internas, rechazando las explicaciones simplistas del golpe militar de 1964 como una mera imposición externa de los Estados Unidos (EE. UU.). Además, la explicación de ese trágico desenlace y el análisis de sus consecuencias se hacen a partir de la reconstrucción de cómo la condición periférica de la formación social brasileña y la subalternidad de sus clases dominantes al imperialismo estadounidense codeterminan las necesidades, intereses y proyectos de esas fuerzas sociales. El pensamiento de Marini nos ofrece, entonces, una visión orgánica de la mutación histórica que permite rescatar las dinámicas internas, a menudo soslayadas por las RRII, radicándolas al mismo tiempo en una comprensión rigurosa de la estructura mundial y de los condicionamientos dictados por ella.

En segundo lugar, la perspectiva marxista de Marini lo lleva a rechazar implícita y explícitamente la separación entre economía y política. A partir de un análisis económico de las fases del desarrollo capitalista de Brasil y de cómo esto se combina con los ciclos mundiales de crisis y expansión, el autor en cita realiza una investigación del subimperialismo y del comportamiento internacional de su país bajo la junta militar, lo que da cuenta de su carácter sumamente político. En particular, caracterizando a Brasil como uno de los “centros medianos de acumulación” que la expansión global del capitalismo ha creado a partir de la crisis del 29 -y con mayor intensidad después de los años cincuenta- Marini echa luz sobre los efectos que estas mutaciones producen en la estructuración económica y social del país.

Así, el análisis histórico de las modificaciones de esta estructuración le permite determinar qué fuerzas sociales y fracciones de clase surgen, se fortalecen o se debilitan y, sobre todo, identificar cómo los intereses de estas cambian y llevan al establecimiento de diferentes proyectos políticos. El subimperialismo como política exterior pasa entonces a ser explicado a partir del comportamiento de la burguesía industrial brasileña y de su renuncia definitiva a impulsar un desarrollo nacional autónomo, subordinándose a los capitales norteamericanos. Esta perspectiva permite no solo estudiar la relación específica entre Brasil, EE. UU. y Sudamérica en esa fase, llevando a la elaboración de conceptos como cooperación antagónica e interdependencia continental, sino que representa una propuesta epistemológica para examinar las relaciones entre Estados, en general, y la región, en particular, que la EPI latinoamericana debería hacer suya.

Esto se extiende a las RRII con respecto a los esquemas interpretativos que se adoptan en el análisis del panorama internacional. Marini (1985) insta, en este sentido, a superar las visiones estáticas y dualistas como este-oeste, norte-sur y centro-periferia para adoptar un enfoque que considera a las relaciones internacionales como “proceso y campo de fuerzas cambiantes”, como una tela intricada, sacudida constantemente por la lucha entre el vértice imperialista y los capitalismos emergentes que quieren formar parte de ese círculo, desplazando otros países dominantes.

En lo que sigue, discutiremos el pensamiento de Ruy Mauro Marini desde una óptica de RRII. En la primera parte presentaremos brevemente a Marini como intelectual latinoamericano, la relevancia de sus obras y su trayectoria profesional y militante en las ciencias sociales. En la segunda reconstruiremos los conceptos fundamentales de su pensamiento y de sus análisis de la política exterior de Brasil más interesantes para la disciplina de RRII. En la última parte presentaremos algunas conclusiones preliminares sobre los aportes que un estudio detenido del trabajo de este autor puede ofrecer a los estudios internacionales en nuestro continente.

MARINI INTELECTUAL, PENSADOR Y MILITANTE

Ruy Mauro Marini nace en Barbacena, en el estado brasileño de Minas Gerais, en 1932, en el seno de una familia mixta de descendientes de inmigrantes italianos y de latifundistas locales (Marini, s. f.). A los 18 años se transfiere a Río de Janeiro para estudiar Medicina, pero en los años siguientes laborará en el ámbito público, en distintas posiciones, hasta que en 1953 ingresa a la Facultad de Derecho de la Universidad de Brasil. Aquí empieza su militancia en el movimiento estudiantil, antes de ingresar a la recientemente creada Escuela Brasileña de Administración Pública (Martins, 2015).

Entre 1958 y 1961 estudia en el Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de París-Sciences Po, gracias a una beca, donde realiza un estudio sistemático de Hegel y Marx. En 1961 vuelve a Brasil, allí funda la Organización Política Obrera -la cual objetaba la línea del Partido Comunista de una revolución “democrático-burguesa”- y es contratado por la Universidad de Brasilia (UnB), en cuyo cuerpo docente se encontraban André Gunder Frank, Victor Nunes Leal, Theotônio dos Santos y Vânia Bambirra (Marini, s. f.).

En 1964, con el golpe militar, Marini es despedido y encarcelado dos veces, torturado en una de estas ocasiones en el Centro de Informaciones de la Marina. Tras obtener su libertad, se exilia en México, donde se vincula al Centro de Estudios Internacionales del Colegio de México (Martins, 2015). En 1969, a causa de su apoyo al movimiento estudiantil mexicano, es forzado a abandonar el país y se traslada a Chile, donde se convierte en dirigente del Movimiento de Izquierda Revolucionaria y trabaja en el Centro de Estudios Socioeconómicos (Ceso) de Santiago (Marini, s. f.).

El golpe de 1973 hace concluir su experiencia chilena y después de un paréntesis entre Panamá y Alemania regresa a México, estableciéndose en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde produce la mayor parte de su obra y se reencuentra con varios miembros del Ceso como Theotônio dos Santos, Vânia Bambirra, Orlando Caputo y Jaime Osorio (Martins, 2015).

Con la amnistía política de 1979 en Brasil, se abre una fase en la cual Marini reside entre su país natal y México. En Brasil es profesor en la Universidad del Estado de Río de Janeiro y la Fundación Estadual del Servicio Público, esta última dirigida por Theotônio dos Santos, mientras que en 1987 se reincorpora a la UnB en el Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales. En México lidera a partir de 1993 el Centro de Estudios Latinoamericanos de la UNAM, organizando la investigación alrededor del pensamiento social latinoamericano. Muere en 1997 en Río de Janeiro a los 65 años (Martins, 2015).

Entre sus obras de mayor reconocimiento se registran los artículos “Contradicciones y conflictos en el Brasil contemporáneo” (1965b), “La ‘interdependencia’ brasileña y la integración imperialista” (1966a) y “Dialéctica del desarrollo capitalista en Brasil” (1966b), que llevarán a la elaboración del libro Subdesarrollo y revolución en América Latina (1969), de gran difusión internacional y sujeto a varias traducciones, texto de formación política para la izquierda revolucionaria de todo el mundo (Marini, s. f.).

El resultado de su periodo chileno y del trabajo en el Ceso es el libro Dialéctica de la dependencia (1973), texto central de su producción, que conduce a un quiebre dentro del grupo de los “dependentistas” y a una célebre polémica intelectual y política con Fernando Henrique Cardoso y José Serra1 (Osorio, 2016). Retoma y desarrolla las problemáticas abordadas en Dialéctica en los textos “Las razones del neodesarrollismo” (1978), “Plusvalía extraordinaria y acumulación de capital” (1979a) y “El ciclo del capital en la economía dependiente” (1979b). A partir de los años ochenta, su producción se concentra en la ola neoliberal en América Latina, la reestructuración regional y global de la producción, el pensamiento latinoamericano, la integración regional y la globalización (Martins, 2015). De esta última fase son: “Sobre el patrón de reproducción del capital en Chile” (1980), “Crisis, cambio técnico y perspectivas del empleo” (1982), “América Latina: dependencia e integración” (1993), la obra colectiva La teoría social latinoamericana (1994a, 1994b), “Proceso y tendencias de la globalización capitalista” (1996) y “El concepto de trabajo productivo: nota metodológica” (1998, publicado póstumamente).

EL SUBIMPERIALISMO

Marini define al subimperialismo como “La forma que asume la economía dependiente al llegar a la etapa de los monopolios y el capital financiero” (1977, p. 17). El autor brasileño está pensando en su propio país en la fase que se abre después del golpe militar de 1964, cuya dinámica económica y de política exterior le sugieren retomar la teoría del imperialismo de Lenin y aplicarla a la realidad de la periferia (Marini, 1969).

El concepto de imperialismo de Lenin, formulado en 1917 cuando escribe El imperialismo, fase superior del capitalismo (2000) pertenece, aunque no de forma explícita, al herramental teórico de las RRII, ya que es usado por su autor para describir la situación internacional a él contemporánea, es decir, la Primera Guerra Mundial, no casualmente el mismo evento que marca el nacimiento de las RRII como disciplina en Occidente.

El dirigente comunista ruso explicaba a través de ese concepto no solo el militarismo y el impulso expansionista que había llevado a Europa a la guerra, sino también el colonialismo tardío de fin del siglo XIX y preanunciaba algunos de los fenómenos de la época que iban a caracterizar el siglo pasado, como la misma Revolución rusa, la Segunda Guerra Mundial y la descolonización. Se trataba, en su opinión, de conflictos sistémicos engendrados por la tendencia del capitalismo a expandirse y a englobar todo el mundo por medio de la exportación de capitales y del control territorial, una tendencia causada por el arribo del capitalismo a la fase de la financiarización y de la creación de monopolios, que necesitan incorporar continuamente nuevos mercados para reproducir su rentabilidad.

Sin embargo, la teoría del imperialismo explicaría más el comportamiento de las potencias centrales que de un centro mediano de acumulación como Brasil. La hipótesis de Marini es que el surgimiento de tales centros medianos se explica por la expansión global capitalista de la cual habla Lenin, que, al transferir capitales, medios de producción y tecnología a la periferia, causa involuntariamente el desarrollo relativo de esta y la acumulación de capacidades económicas en los centros más industrializados, tales como Brasil (Marini, 1966a).

Esto, empero, no significa que la décima economía mundial en ese entonces fuera una potencia imperialista. El prefijo ‘sub’ quiere decir que, a pesar de ocupar una posición preponderante en la región, Brasil y sus clases dominantes seguían en una posición subalterna con respecto a los centros de irradiación imperialista, Europa y Estados Unidos. Esto implicó para Brasil experimentar una mayor integración al sistema productivo del imperialismo estadounidense y a su hegemonía política (Marini, 1969).

En el plano económico, el subimperialismo de Brasil significaba coadyuvar a la expansión de capitales norteamericanos, en su propia economía y en la región, produciendo una integración del bloque sudamericano al sistema continental dominado por EE. UU. (Marini, 1966a). En lo que atañe a la política exterior, Brasil se perfilaba para el rol de aliado menor y de “policía regional”, que en el ámbito de la Guerra Fría y de la lucha contra el comunismo continuaba la política exterior de Washington en su “patio trasero”. Corolario de la integración económica era, en este sentido, la integración militar del continente, que los militares brasileños buscaron a través de varias iniciativas, como la creación de un ejército o policía latinoamericana y la armonización técnica de los armamentos, con el impulso del complejo militar-industrial en formación y las directivas de la Escuela Superior de Guerra, cuyo personal se empezaba a formar en EE. UU. (Marini, 1967).

No obstante, asociarse abiertamente con EE. UU. y su política exterior comportaba poder gozar de su respaldo político y económico, algo que los militares procuraban aprovechar para construir una zona de influencia propia en la región, ahora como aliado fiel al actor hegemónico. Esta búsqueda de liderazgo político en la región sudamericana, con todo, también era parte de un esfuerzo para encontrar una salida para la burguesía industrial frente a la imposibilidad de ampliar el mercado interno, sin trastocar la estructura de acumulación y el precario equilibrio de fuerzas que se mantenía con las otras fracciones de la burguesía: el agro y los grupos extranjeros (Marini, 1969).

La solución que se encontró con el subimperialismo fue, entonces, la de proyectar el potencial económico de la industria, procurando la incorporación de mercados ya formados como el de Uruguay y Paraguay. Según Marini (1966a) el pasaje de un mero “alineamiento” a la política exterior de EE. UU. hacia el subimperialismo es marcado por la elección consciente, y aparentemente definitiva, de la burguesía industrial de abandonar cualquier proyecto de desarrollo nacional autónomo para aceptar su subordinación a la burguesía imperialista norteamericana y emprender, de forma asociada con esta, la expansión en la región y la conquista de nuevos mercados.

El subimperialismo se presenta, así, como un proyecto orgánico de dominación, que halla en el gobierno militar su articulador político. La autonomía relativa del Estado, según Marini (1985), permite que éste condense la representación de las clases dominantes en su conjunto y logre un equilibrio entre los intereses encontrados que estas mantienen en su interior. De este modo, las relaciones entre Estados deben interpretarse también como interrelacionamiento entre burguesías nacionales, y la acción estatal como instrumento de la expansión del capital. Sin embargo, en cuanto a la elaboración de políticas, y más aún en política exterior, este movimiento “es algo consciente, capaz de expresarse en formulaciones ideológicas y doctrinarias, de plasmarse en metas y proyectos, de trazar líneas de acción estratégicas y tácticas. Visto desde este ángulo, el subimperialismo es doctrina, proyecto, es política” (Marini, 1985, traducción propia).

El subimperialismo se transforma así en un proyecto político del cual la junta militar brasileña se hace promotora, y que tiene a Sudamérica como escenario principal, tomando la forma de un expansionismo militarista fundado en una visión geopolítica.

LA “COOPERACIÓN ANTAGÓNICA”

El concepto de cooperación antagónica lo acuñó el marxista alemán August Thalheimer y deriva del célebre debate Kautsky-Lenin (Holloway, 1983) sobre la posibilidad de que el proceso de trustización y de expansión global del capitalismo culmine en un “superimperialismo” relativamente pacífico en el cual la centralización política fuera antesala de una transición al socialismo. Según Thalheimer (1936), el proceso de expansión imperialista lleva a la conformación de polos económicamente pujantes ahí donde penetran los capitales de las potencias centrales, polos que a su vez se expanden hacia otras áreas del mundo.

Un ejemplo histórico contemporáneo al autor alemán es la recuperación económica que protagonizó una Europa destrozada en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial gracias, también, a las inversiones norteamericanas. Sin embargo, este proceso comportó que los nuevos polos de expansión y sus respectivas clases dominantes, desarrollaran, a menudo, intereses contrastantes, que se resuelven en el marco de una cooperación antagónica que no desemboca en conflictos abiertos, pero mantiene abierta la puerta para que estas tensiones obstaculicen el proceso de integración y abran fisuras en la estructura del mundo imperialista (Marini, 1966).

Estos patrones de relacionamiento entre burguesías nacionales, sin embargo, impactan directamente en la vinculación entre los Estados, los que muchas veces diversifican su postura de política exterior y adoptan estrategias para obtener más espacio de maniobra, sin necesariamente quebrar anteriores pactos de alianza. En el caso de Brasil, las burguesías en competencia, a las cuales hace referencia Marini (1965a) , son principalmente la estadounidense y la brasileña, pero esta última tiene que “medirse” también con adversarios de menor porte, como Argentina y México. Es importante notar, al respecto, cómo en ese momento Brasil era el país de América Latina que había desarrollado una burguesía industrial más sólida, casi una excepción en el continente, algo que, con matices, sigue siendo válido en la actualidad.

La burguesía brasileña, en el ámbito del subimperialismo, se encuentra así en una posición de cooperación antagónica con la burguesía estadounidense, que es procesada por el gobierno dictatorial: mientras que se procede a una reestructuración interna que integre Brasil al nuevo orden económico y se estrecha la dependencia del centro hegemónico, EE. UU., se “choca” continuamente con este en el intento de redistribuir en favor de la burguesía local el máximo de los frutos de esta reorganización. Este, según Marini (1965a) , es el objetivo compartido por todos los regímenes militares que se instalan en esta fase en Sudamérica, para los cuales la dictadura brasileña representa un camino a seguir. Tales países animan una cooperación antagónica, no solo con EE. UU., sino entre sí, en particular en los casos donde se encuentran burguesías nacionales más poderosas, como en Argentina y Brasil. Empero, el predominio de la cooperación por sobre el antagonismo entre estos países está garantizado, según Marini (1969), no solo por el desbalance de poder con Brasil y sobre todo EE. UU., sino por el otro gran objetivo que las dictaduras comparten: contener la lucha de clase en el continente.

Marini (1969) cree que la política de cooperación antagónica tiene un límite, y que en elegirla la burguesía nacional se ve presionada, tarde o temprano, a inclinar la balanza a favor del antagonismo y la ruptura con el imperialismo o la cooperación y la integración a este. El Brasil subimperialista sería un claro ejemplo del segundo caso.

La reorganización de los sistemas de producción latinoamericanos, en el marco de la integración imperialista y frente al recrudecimiento de las luchas de clase en la región, lleva a la implantación de regímenes militares, de corte esencialmente tecnocrático. Su tarea es doble: por un lado, promover los ajustes estructurales necesarios a la puesta en marcha del nuevo orden económico que la integración imperialista requiere; por otro, reprimir tanto las aspiraciones de progreso material como los movimientos de reformulación política producidos por la acción de las masas (Marini, 1965a). Reproduciendo a escala mundial la cooperación antagónica, dichos regímenes establecen una relación de estrecha dependencia con su centro hegemónico: EE. UU., al mismo tiempo que chocan permanentemente con este, en su deseo de sacar mayores ventajas del proceso de reorganización en el que se encuentran empeñados (Marini, 1969).

LA INTERDEPENDENCIA CONTINENTAL Y LA GEOPOLÍTICA DEL SUBIMPERIALISMO

Otro de los conceptos de Marini que resulta particularmente interesante desde una perspectiva de RRII es el de interdependencia continental. Elaborado por el general Golbery do Couto e Silva, según Marini es el signo inequívoco de que la burguesía brasileña había optado por esterilizar sus antagonismos con la burguesía estadounidense en pos de la colaboración. Elevada al rango de “concepto básico de la diplomacia brasileña” (Marini, 1966a), la doctrina de la interdependencia continental prevé el reconocimiento explícito de que, por sus condiciones geográficas, Brasil no se puede substraer a la influencia norteamericana y de que es preferible, por ende, asociarse voluntariamente a esta, transformándose en un instrumento de su política en el Atlántico Sur. Por medio de un “canje leal”, EE. UU. reconocería en cambio el casi monopolio de Brasil en Sudamérica como área de influencia propia. Según Marini (1966a), la expresión “casi monopolio” se debe a que es necesario considerar las pretensiones de otras burguesías regionales como la argentina en ese campo, con lo cual ambos países protagonizan una cooperación antagónica.

La adopción de esta doctrina representa una ruptura radical con la “política externa independiente” de los gobiernos de Quadros (1961) y Goulart (1961-1964), que tiene como pilares el principio de autodeterminación y el de no intervención (Marini, 1966a). Sin embargo, estos principios constituían obstáculos importantes para el despliegue de una política exterior continental que, en el ámbito de una Guerra Fría en etapa de ebullición, pasaba a considerar a Sudamérica y a toda América Latina como zona de influencia reservada de EE. UU. y a las relaciones políticas internas de los países del continente como asuntos de seguridad nacional del poder hegemónico2. En particular, era menester en esta fase que las fronteras se flexibilizaran para permitir intervenciones contra las “amenazas internas”, una actividad de policiamiento que la nueva doctrina asignaría a Brasil (Marini, 1966a).

De la noción de “seguridad nacional” derivan conceptos como el de “enemigo interno” y de “fronteras ideológicas”, o la doctrina de la “contrainsurgencia”, que según Marini (1985), se instalan como referencias para los gobiernos militares en toda la región a partir de la colaboración estratégica que se venía dando entre estos y el Pentágono en el marco de la lucha contra el comunismo3. A partir de esta integración a la política exterior de EE. UU., los países sudamericanos, y en particular Brasil, desarrollan una visión geopolítica de su presencia, rol y posibilidades en la región (Marini, 1985). Desde la Escuela Superior de Guerra se elabora una visión de las relaciones internacionales de Brasil centrada en su carácter de “potencia”, que debe desplegar un control militar sobre la región que acompañe la penetración de mercados por parte de capitales nacionales.

El “interés nacional” de Brasil es declinado así por las Fuerzas Armadas en términos estrictamente militares y de seguridad nacional y, siguiendo la noción de que el desarrollo económico, entendido como proceso de acumulación capitalista, sería la base de esta seguridad4, los intereses de la burguesía nacional son elevados al rango de asuntos de interés nacional (Marini, 1985). Se trata de un “proyecto de dominación subordinada” que a la vez que constituir a Brasil en un “satélite privilegiado” de EE. UU., busca expandir el control brasileño sobre la región, algo que el gobierno persigue de diferentes maneras.

Algunos ejemplos son los planes de intervención contra países vecinos -Uruguay y Bolivia- disfrazados de obra contrainsurreccional con el intento de asegurar militarmente la incorporación de estos mercados (Marini, 1967). Pero también la propuesta de crear una Organización del Tratado del Atlántico Sur, gemela de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, en la cual Brasil tendría el liderazgo (Marini, 1985). Mientras que estos proyectos de los militares no se concretarán nunca, la identificación de la zona amazónica y del Río de la Plata como áreas estratégicas -cuya integración económica y militar, la diplomacia brasileña pretendió asegurar en esta fase por medio de tratados con los países linderos- se termina consolidando como un punto firme del sistema de seguridad brasileño hasta el día de hoy (Marini, 1985).

LA POLÍTICA EXTERIOR DEL BRASIL POTENCIA

Los conceptos elaborados por Marini tienen como base empírica el análisis de la evolución de la política exterior del régimen militar brasileño y, en ese sentido, su trabajo representa un aporte fundamental al estudio de la historia de las relaciones internacionales de Brasil.

Como hemos visto, el principio orientador de la política exterior de Brasil después de 1964 pasa a ser el de “interdependencia continental”, en un esfuerzo continuo para armonizar su estrategia con los planes de EE. UU. No es casualidad que al derrocar al presidente Goulart, los militares se presenten en la escena anunciando el golpe como una “contrarrevolución preventiva” (Marini, 1969), inscribiéndose activamente en la historia de una Guerra Fría que, a cinco años de la Revolución cubana, irrumpía con fuerza en la región.

La actitud hacia la cuestión cubana es clave, en la opinión de Marini, para mostrar la profundidad del cambio de rumbo que el nuevo gobierno realiza con respecto a la política exterior de los ejecutivos anteriores. El expresidente Jânio Quadros tenía simpatía por la revolución caribeña y había denunciado el intento de invasión apoyado por EE. UU. en 1961 en el nombre del respeto a la autodeterminación, llegando a condecorar al ministro cubano Ernesto “Che” Guevara ese mismo año.

La posición explícita del mandatario era que la región no tenía que quedar “rehén” de la confrontación global que EE. UU. mantenía con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), reduciendo su espacio de autonomía (Marini, 1969). Son precisamente los principios de no intervención y autodeterminación los que son reemplazados, en la nueva fase, por el de fronteras ideológicas, mientras que la soberanía nacional es sustituida por la “seguridad continental” (Marini, 1965a). Tanto el gobierno de Quadros como el de Goulart intentaron desplegar una política exterior “independiente” que proyectase un nuevo protagonismo internacional de Brasil, buscando diversificar las alianzas del país.

En este sentido, Quadros había adoptado una actitud “nasserista”5 que apuntaba a maximizar las ventajas que el conflicto soviético-estadounidense podía ofrecer a Brasil, lo cual había quedado demostrado también por la participación de Brasil en la conferencia de los países “no alineados” de Belgrado (Marini, 1969). Por una parte, había procurado normalizar las relaciones con el bloque socialista, China y la misma URSS, con la esperanza de obtener nuevas líneas de crédito y canales de provisión de productos básicos. Por otra, su gobierno, así como el de João Goulart, había reactivado la política sudamericana de Brasil y había empezado una ofensiva diplomática hacia África, abriendo embajadas y consulados, con el objetivo de asegurar nuevos mercados para los productos industrializados brasileños (Marini, 1969).

Esta estrategia encontraba su justificación interna en la imposibilidad de ampliar el mercado doméstico y en la necesidad de crear una “reserva externa de mercado” para la producción nacional. Según Marini, esta meta la retoman los militares después del golpe de 1964, aunque estos transforman la que era una estrategia temporal, a emplearse hasta que las reformas estructurales hubieran removido los obstáculos al desarrollo económico interno, en su opción principal y alternativa a las reformas internas (Marini, 1966a). Se afianza, en otras palabras, una política exterior subimperialista que de acuerdo con Marini deriva de la elección consciente de la burguesía brasileña de aceptar su subordinación y necesaria integración al imperialismo estadounidense.

Por el lado económico, esto significa complementar la exportación y comercialización de productos con la “incorporación extensiva de mercados ya formados”, empezando por los países más pequeños de la región, mientras que, en África, Brasil se transforma en un “intermediador” de la dominación imperialista (Marini, 1985). Desde un punto de vista político, este proceso tiene como consecuencia una actitud militarista y expansiva, donde no obstante se vuelven a presentar las características de una cooperación de tipo antagónico con EE. UU.

Es así que la renovada agresividad internacional del régimen militar se manifiesta en continuos actos de apoyo a la política de seguridad estadounidense para el área, en desmedro de la construcción de una posición común latinoamericana.

El gobierno brasileño apoya la invasión de la República Dominicana que EE. UU. lleva adelante en 1965, justificándola como reacción a una agresión interna al continente y aclarando que “de acuerdo con la actual concepción brasileña de la seguridad nacional, esta no se limita a las fronteras físicas de Brasil, sino que se extiende a las fronteras ideológicas del mundo occidental” (Marini, 1966a, p. 21). En tanto que los militares apoyan la decisión de EE. UU. de usar a la Organización de los Estados Americanos para distribuir ayuda militar a los países latinoamericanos, vinculándola a la ayuda económica (Marini, 1966a).

El asunto de la colaboración militar asume en la relación Brasil-EE. UU. una dimensión ideológica pero también estructural.

Por un lado, la generación de militares que toma el poder en 1964 había recibido formación constante y entrenamiento por parte de las Fuerzas Armadas estadounidenses, colaboración institucionalizada por medio del acuerdo militar Brasil-EE. UU. (1942, 1954), el de estandarización de armamentos (1955) y la creación del Colegio Interamericano de Defensa (1961). Se produce así una intelectualidad militar comprometida con una visión norteamericana de los asuntos latinoamericanos, nucleada en la Escuela Superior de Guerra (ESG), por donde pasaron varios de los generales del golpe (Marini, 1985).

Por otro lado, la provisión de armamentos al ejército brasileño y a las Fuerzas Armadas de la región -posibilitada por el acuerdo sobre la estandarización- constituye otro capítulo de la integración del mercado latinoamericano a la estructura productiva estadounidense. Marini (1969) ilustra cómo el enorme excedente económico que se empieza a producir en el mercado norteamericano después de la Segunda Guerra Mundial es contenido por un aumento de la tasa de interés y del gasto en publicidad y armamentos, siendo estos últimos también un producto para el cual EE. UU. necesita encontrar mercados compradores. Así pues, fomentar una actitud militarista en su nuevo aliado sudamericano va de la mano de las necesidades de la industria estadounidense, pero en el marco del subimperialismo este esquema es aceptado por la burguesía brasileña y por el gobierno militar, porque parece ser una solución a los problemas económicos y políticos internos de Brasil (Marini, 1967).

La reestructuración económica que la junta militar realiza después del golpe se orienta, en particular, al fortalecimiento de la producción de bienes intermedios y de equipos, es decir, a consolidar la base industrial necesaria para llevar adelante una política expansionista. Esto provee, a la vez, una salida al agotamiento del mercado interno, estimulando una industria competitiva de bienes exportables, en asociación con el capital extranjero, entre los cuales están los armamentos. Se crea así un “complejo industrial-militar” donde las necesidades de la acumulación capitalista y los proyectos geopolíticos del Brasil potencia se fusionan armónicamente (Marini, 1969). No obstante, es justamente sobre la cuestión de los suministros bélicos, que los militares brasileños realizan una primera prueba de autonomía.

El gobierno de Goulart había operado para superar la dependencia de EE. UU. y diversificar las fuentes de suministro de armamentos, desarrollando a la vez su producción nacional. Se había procedido a firmar acuerdos con países europeos que incluían derechos de reproducción, y los primeros actos de la junta militar confirmaron esta política (Marini, 1969). Con todo, EE. UU. no estaba dispuesto a renunciar al control que la estandarización le confería sobre las Fuerzas Armadas del continente, ni a un mercado permanente para sus excedentes del tamaño de Brasil, y sus diplomáticos se pusieron en movimiento de inmediato, ofreciendo acuerdos políticos y asociación industrial, los dos componentes fundamentales del subimperialismo.

El Pentágono requiere de Brasil, entonces, producción bélica para la guerra de Vietnam, para ser utilizada en operaciones de combate no declarado y, a partir de ahí, la industria del país se suma al esfuerzo norteamericano en Asia (Marini, 1985). Por obra de la Comisión Militar Mixta Brasil/EE. UU. y el Grupo Permanente de Movilización Industrial (GPMI) -organismos integrados por industriales, Fuerzas Armadas y el Departamento de Estado norteamericano- se ponen en marcha varios proyectos de instalación de fábricas militares en territorio brasileño para producir armas, municiones, vehículos y aviones de combate, a menudo con financiamiento público6.

De nuevo, como subraya el industrial paulista Victório Ferraz, presidente del GPMI en ese entonces, el aspecto económico no es secundario en la política exterior de Brasil: “Colaborando en el exterminio del Vietcong, Brasil& aprovecharía la capacidad ociosa de sus fábricas y daría lugar a la creación de 180.000 nuevos empleos. Simultáneamente combatiremos el comunismo y nuestros problemas de desocupación” (Marini, 1967, p. 7).

Un plano en el cual la cooperación antagónica produce aún mayores tensiones es el de la política nuclear, donde la junta invierte, una vez más, la política del gobierno de Goulart, en particular después de que en 1967 el general Costa e Silva sucede a Castelo Branco. Los militares se retractan de la participación en el acuerdo de desnuclearización propuesto por México en 1963 y lanzan una ofensiva diplomática para evitar que las discusiones que se están llevando adelante en Ginebra no limiten a EE.UU. y la URSS los actores que pueden desarrollar plenamente su capacidad nuclear. En abierta contraposición a los norteamericanos, que manifestaron siempre su negativa a que Brasil realizara explosiones pacíficas y a colaborar en un programa nuclear conjunto, la junta despliega varias iniciativas.

Por un lado, el gobierno logra un acuerdo de cooperación con Francia, en el ámbito de un plan europeo para desarrollar la producción de uranio enriquecido y desvincularse de los suministros norteamericanos, proyecto para el cual Brasil promete la utilización de sus yacimientos de uranio. Por el otro, se elabora una posición internacional que apunta a presentar al país como un “campeón del tercer mundo” que defiende el derecho de la periferia a la autodefensa y al desarrollo contra el “colonialismo atómico” y se propone la constitución de una Comunidad Atómica Latinoamericana (Marini, 1967).

El gobierno de Costa e Silva lanza además un gran plan nacional de desarrollo nuclear con fines pacíficos -Atomobras- que le vale el apoyo de sectores nacionalistas opositores y que responde nuevamente a las necesidades del desarrollo económico interno (Marini, 1967). La creación de una industria atómica puede, en efecto, impulsar la recuperación de la industria pesada por medio del gran incremento del gasto público que este programa implicaría, mientras que la posibilidad de usar energía nuclear facilita ejecutar obras infraestructurales de nivel tecnológico más avanzado, que el gobierno concentraría especialmente en la zona amazónica.

Según Marini (1967) en este caso -como en el de los suministros bélicos- puede tratarse, más bien, de una nueva orientación de la “tradicional política de chantaje”, mediante la cual Brasil apunta a tensionar la relación con EE. UU. para lograr mejores condiciones de negociación e inducir al aliado a entrar en proyectos de colaboración en pos de evitar perder el control sobre el sector nuclear brasileño. El fruto más codiciado de este enésimo episodio de cooperación antagónica sería la aceptación por parte de EE. UU. del rol de Brasil como su representante privilegiado en la región.

¿INTEGRACIÓN REGIONAL O EXPANSIÓN?

La política nuclear de Brasil evidencia otra arista que tiene que ver con la cooperación antagónica con los otros países de la región y, en particular, con Argentina. Las dimensiones militares y económicas de la cuestión se proyectan hacia afuera: por una parte, Argentina ha logrado disminuir su dependencia de las importaciones de productos siderúrgicos de Brasil, y el pasaje a una tecnología no convencional como la nuclear es visto, por este último, como la posibilidad de crear una brecha infranqueable por el menos poderoso vecino. Por otra, esa misma brecha tecnológica permitiría a Brasil completar su “destino manifiesto” y consolidar una hegemonía militar en la región, sentando las bases para la expansión en Sudamérica (Marini, 1967). Siempre con el prisma estratégico adoptado por el gobierno de Costa e Silva, el desarrollo de tecnología atómica reemplaza, además, la propuesta de crear un ejército interamericano permanente, aunque persigue el mismo objetivo: realizar la integración militar del continente bajo el liderazgo de Brasil (Marini, 1967).

Esta actitud de Brasil despierta la reacción de Argentina que, bajo la dictadura de Onganía desde 1966, ensaya iniciativas especulares a la de Brasil inspiradas en la misma doctrina de seguridad nacional, apuntando a disputar su creciente liderazgo. La competencia económica desborda, así, en el campo militar y EE. UU. se transforma en un “árbitro” que ambos países quieren llevar a su lado (Marini, 1967).

Es oportuno observar que la relación con Argentina atraviesa toda la política regional de Brasil desde mucho antes del golpe de 1964. En dos diferentes momentos hubo intentos de acercamientos y entendimiento entre los dos países: en 1953 entre Vargas y Perón y, en las vísperas del golpe, en 1961, entre Quadros y Frondizi. Estos encuentros responden, según Marini, a la necesidad de los gobiernos de fortalecer los frentes domésticos que los sostienen, ante la embestida del imperialismo y de las clases dominantes tradicionales, y proyectan una integración regional que sirva como base para una inserción internacional “independiente” de la región (Marini, 1965a).

En 1965, sin embargo, el “árbitro” de la contienda, EE. UU. -históricamente enemigo de los acercamientos entre Brasil y Argentina- pasa a promover su colaboración, ahora en clave “subimperialista”, para dar vida a un eje militar que asegure el control de la región (Marini, 1967).

Que la cooperación prevalezca sobre el antagonismo es, no obstante, una tarea difícil, dado que ambos países comparten las mismas metas estratégicas en la región y no es casualidad que la perspectiva de una asociación despierte preocupación en el resto de la región (Marini, 1965a). Un ejemplo es la centralidad de Bolivia a causa de sus yacimientos de hierro, vitales para el desarrollo de la industria siderúrgica -terreno de competencia entre Argentina y Brasil-. Según Marini, la propuesta de Brasil de crear un centro siderúrgico conjunto con Uruguay y Paraguay es un intento de los militares brasileños por lograr un acuerdo con sus pares argentinos, los cuales rechazan la oferta y negocian por separado con el gobierno paraguayo del general Barrientos (Marini, 1967). La competencia entre los dos países se extiende a la influencia que históricamente ambos ejercen sobre Paraguay y Uruguay.

En este sentido, el poderoso desarrollo económico de Brasil constituye un “factor de desequilibrio” en las relaciones latinoamericanas, mientras que las necesidades expansivas que de este derivan dificultan la realización de la integración económica latinoamericana en la cual Brasil quiere enmarcar la conquista de nuevos mercados. Además, la incorporación de mercados ya formados como Paraguay y Uruguay, o de proveedores de productos primarios como Bolivia, va de la mano de la amenaza de invasión militar. Es conocida la existencia de planes para ocupar los territorios uruguayo y boliviano, en particular el intento de desestabilizar Uruguay y lograr un golpe de Estado (Marini, 1967).

Ahora bien, hay que recordar que esta expansión no se efectúa separadamente de los monopolios estadounidenses que ya están presentes en esos mercados, al igual que en Brasil, sino por medio de una colaboración activa con estos, siendo que la política regional posgolpe es la de convertirse “en el centro de irradiación de la expansión imperialista en América Latina” (Marini, 1966a, p. 21). En consecuencia, es fácil entender la desconfianza que los países sudamericanos mantienen frente a estos proyectos regionales formulados por la dictadura brasileña.

Marini es claro al respecto: nada se puede esperar de intentos de integración regional que sean únicamente la “integración” de Sudamérica al imperialismo continental, su “subsunción” en la economía norteamericana (Marini, 1993). Para que la integración regional produzca un resultado positivo, este movimiento debe ser guiado por políticas independientes, dispuestas a romper con la dominación externa y con la coalición de fuerzas domésticas que en cada país de América Latina detiene el cambio para defender sus privilegios tradicionales. Sin embargo, no tiene dudas de que, una vez reconstruidas las fuerzas populares y los proyectos nacionales aniquilados en todo el continente por la violencia dictatorial, estos tendrán a América Latina como eje en común:

(…) podemos tener la certeza que ella [la reconstrucción] rescatará la idea de América Latina, de su unidad y de su destino común, y hará de eso la premisa necesaria del proyecto de sociedad justa, libre y soberana que las luchas del presente ya han comenzado a forjar (Marini, 1985, traducción propia).

CONCLUSIÓN

La obra de Ruy Mauro Marini es uno de los aportes imprescindibles para la teoría social latinoamericana, contribución que la disciplina de las RRII debería redescubrir en el afán de reconstruir el campo de los estudios internacionales en y sobre América Latina y el Caribe.

La biografía del autor brasileño es testimonio directo de las páginas más obscuras de la historia reciente de América Latina. Su obra representa una labor intelectual y académica comprometida con la región y sus pueblos en pos de su emancipación de la explotación externa -el imperialismo- e interna- las clases dominantes locales-.

De la necesidad de comprender el continente en su complejidad -resultado de “procesos y fuerzas cambiantes” globales, así como de concreciones históricas particulares- nace el concepto de subimperialismo, en el contexto de una teoría marxista de la dependencia que busca superar el proyecto desarrollista de origen cepalino.

La noción de subimperialismo, conjugada con la de cooperación antagónica, permite considerar la competencia entre Estados asociándola al comportamiento de las fuerzas sociales internas de los países. En especial, el análisis que Marini hace de la burguesía brasileña en relación con la estadounidense y con las clases dominantes de los otros países de Sudamérica, de sus necesidades económicas y proyecto nacionales, procura echar luz sobre aspectos soslayados del comportamiento internacional de Brasil. En el ámbito interamericano, esta visión aporta en el sentido de identificar en la cooperación antagónica y en la asociación subimperialista la política adoptada hacia EE. UU. por los regímenes militares y por las burguesías nacionales de la región, una posición que responde a cuestiones económicas y, a la vez, a un proyecto geopolítico.

El fundamento de este proyecto, de esta “geopolítica del subimperialismo”, es el reconocimiento activo y consciente de la subordinación al actor hegemónico continental, sellado por la elaboración del concepto de interdependencia continental. Como hemos visto, no se trata simplemente de ratificar la histórica primacía de EE. UU. en la región, sino de renunciar al desarrollo de un proyecto autónomo y elegir la asociación a la política exterior norteamericana como única posibilidad de obtener algún grado de protagonismo internacional como “socio menor”.

En el contexto de la Guerra Fría, esto implica pasar a ser primera línea de la lucha contra el comunismo en Sudamérica, aceptando los correlatos estratégicos de la doctrina de seguridad nacional y la táctica de la contrainsurgencia preventiva. En una nueva muestra del condicionamiento recíproco entre la esfera interna y lo internacional, esta orientación se convierte en un conjunto de medidas represivas que son funcionales a las dictaduras sudamericanas para contener una clase trabajadora fortalecida y pujante, mientras que permite, también, asociarse al esfuerzo bélico estadounidense en el mundo a través del complejo militar-industrial. La burguesía brasileña se dedica entonces a “combatir los Viet Cong y el desempleo a la vez”, proveyendo armamentos para la campaña asiática de EE. UU. y convirtiéndose en una base de expansión del poderío militar norteamericano en la región.

No obstante, se trata de una política en la cual el apoyo a la expansión de capitales norteamericanos y a su capacidad militar se acompaña, necesariamente, de la búsqueda de una expansión para la industria nacional brasileña y para sus exportaciones, con la mira puesta en la incorporación de nuevos mercados. Es así que la relación entre Brasil y Sudamérica, pero también con África, pasa a ser regida por una visión militarista que conecta la amenaza de las armas a la penetración de los mercados menores por parte de capitales y productos brasileños. En esta fase, la integración regional -lejos de representar una base común para desplegar una política exterior “independiente” como auspiciaba Marini- se transforma en un diseño de los militares brasileños (respaldados por EE. UU.) para englobar militar y económicamente a la región.

Ahora bien, la riqueza del pensamiento de Marini para las RRII reside, también, en los posibles cruces que se pueden realizar con otros enfoques y teorías de los estudios internacionales latinoamericanos. Por motivos de espacio no nos es posible aquí ser exhaustivos, pero se pueden identificar algunas direcciones potencialmente fructíferas en las cuales desarrollar una agenda futura de investigación al respecto.

En primer lugar, podría revelarse fecunda una comparación entre la “teoría de la autonomía heterodoxa” de Helio Jaguaribe (1969, 1979) y Juan Carlos Puig (1975, 1980) y el análisis de la política exterior “independiente” de los países de la región que hace Marini, vinculándola a las opciones de desarrollo económico interno y a la correlación de fuerzas entre actores sociales que prevalece.

Dentro de la discusión sobre los márgenes de autonomía que tiene la región y la relación con la potencia dominante que debe desarrollarse, un debate animado, entre otros, por Carlos Escudé (1983) y Mario Rapoport (1984), es interesante notar la afinidad entre el concepto de “interdependencia continental” y el de “realismo periférico” de Escudé (1992). Asimismo, en la obra de Marini -y sobre todo en la interpretación del concepto que hacen los militares brasileños- la aceptación de la condición de subalternidad con respecto a EE. UU. y la asociación a su política exterior, van de la mano con un intento consciente de hacer valer esa “interdependencia” para conquistar márgenes de autonomía.

Finalmente, también la literatura sobre integración regional y regionalismo, ya sea en su desarrollo actual o en la reconstrucción de los abordajes históricos a la cuestión, podría nutrirse de la perspectiva de Marini. No solo vendría al caso la evidente utilidad de su estudio sobre la relación desequilibrada entre Brasil y el resto de la región; sus razones estructurales y contingentes (un factor insuperable que puede fortificar o socavar cualquier proyecto de integración); sino además es fundamental su análisis de los intentos de acercamiento entre Argentina y Brasil en sus varias versiones, desde la colaboración en una política exterior “independiente” a la asociación subimperialista y militarista de la doctrina de “seguridad nacional”. Esto último pone en evidencia la centralidad de la relación preferencial entre estos dos países en cualquier época de regionalismo, así como su vinculación con los proyectos regionales de las respectivas clases dominantes nacionales.

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1Para reconstruir el debate entre estos autores, véanse: “Las desventuras de la dialéctica de la dependencia” (Cardoso y Serra, 1978) y “Las razones del neodesarrollismo (por qué me ufano de mi burguesía)” (Marini, 1978), ambos en un número extraordinario de la Revista Mexicana de Sociología.

2“En el contexto de la geopolítica norteamericana, ese enemigo interno es simplemente punta de lanza nacional del bloque de fuerzas antagónico y los procesos políticos en los países del Tercer Mundo se reducen a guerras internas, que no son más que aspectos de la guerra total que, en el plano mundial, los Estados Unidos desatan contra la Unión Soviética” (Marini, 1985, traducción propia).

3No es casualidad, para Marini (1966a), que el autor de la doctrina de la interdependencia continental sea un general formado en EE. UU. y encargado de organizar la “CIA en miniatura”, el Servicio Nacional de Informaciones, Golbery do Couto e Silva, el cual la habia teorizada ya en 1957 en su libro Aspectos geopolíticos do Brasil(Río de Janeiro: Biblioteca del Ejército).

4Marini (1985) nota cómo, según uno de los estudiosos principales de la teoría de la contrainsurgencia, el secretario de Defensa de los EE. UU. Robert McNamara, la esencia de la seguridad es el desarrollo económico.

5 El presidente egipcio Gamal Abdel Nasser (1956-1970) fue inspirador de una política exterior “flexible” para su país, que buscaba obtener la mayor ventaja posible de la puja entre EE. UU. y la URSS a través de acuerdos con ambas partes. Junto con el mandatario indonesio Sukarno, el indio Nehru y el yugoslavo Tito, dio vida al “Movimiento de los No Alineados”, el cual organizó las conferencias internacionales de Bandung (1955) y Belgrado (1961).

6 “En marzo de 1966, Paul Hower, funcionario del Departamento de Defensa norteamericano y miembro de la Comisión Militar Mixta Brasil-Estados Unidos, llegó a Brasil con la misión expresa de tratar sobre la instalación en Brasil de una fábrica de aviones a turbo-reacción, del tipo antiguerrilla. En la segunda semana de agosto, el semanario de oposiciónFôlha da Semana, de Río de Janeiro, daba detalles de la operación y proporcionaba noticias sobre el avance de los estudios para la instalación de dicha fábrica en el estado de Ceará, en el nordeste, bajo la supervisión del GPMI. La empresa reunía capitales privados nacionales y contaba con una inversión oficial de 20 millones de dólares, suministrados por la Superintendencia de Desarrollo del Nordeste (Sudene), organismo descentralizado, y su producción estaba destinada al abastecimiento interno y a la exportación a los demás países latinoamericanos. Desde entonces, el Instituto Tecnológico de Aeronáutica, establecimiento militar de investigación y enseñanza, ha elaborado y probado diversos prototipos de aviones ligeros, cuya fabricación, en conjunto con las encomiendas del Estado, es encargada a la empresa privada” (Marini, 1967, p. 7).

Recibido: 28 de Septiembre de 2018; Aprobado: 30 de Noviembre de 2018

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