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Análisis Político

Print version ISSN 0121-4705

anal.polit. vol.32 no.96 Bogotá May/Aug. 2019

https://doi.org/10.15446/anpol.v32n96.83756 

Reseñas

La autobiografía de Francisco Leal Buitrago. Contribución a la autorreflexión de las Ciencias Sociales en Colombia. Leal Buitrago, Francisco (2018). Al paso del tiempo. Mis vivencias. Bogotá: Ed. Uniandes y Editorial UN. 250 pp.

Juan Carlos Celis Ospina* 

*Director del Departamento de Sociología Profesor Asociado Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá- Colombia


Al paso del tiempo. Mis vivencias, libro autobiográfico de Francisco Leal Buitrago, cierra una edición de seis tomos de sus obras escogidas, de gran relevancia para reconstruir una de las trayectorias más destacadas de la institucionalización y consolidación de las Ciencias Sociales en Colombia, especialmente de la Sociología y la Ciencia Política. Vale mencionar que Leal Buitrago se graduó de la Escuela de Ingenieros Militares, donde realizó una carrera de ocho años que terminó en 1962. Luego hizo parte de las primeras promociones del Departamento de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia, donde sacó su pregrado en 1966. Posteriormente, en 1969, alcanzó su Maestría en Sociología del Desarrollo, para luego desarrolló en tres años el Doctorado en Desarrollo de la Universidad de Wisconsin, que culminó en 1974.

La narrativa de Leal Buitrago en su autobiografía entreteje las vivencias de distintas etapas de su vida personal y familiar, la formación académica, la trayectoria de profesor, investigador y directivo universitario, vinculando lo privado con lo público. Para el lector esto se convertirá en una oportunidad para interrogar al texto por los hilos que enlazan la formulación de problemas de investigación a partir de la experiencia social y política.

El libro cautiva por esa tendencia subjetiva a identificarnos con el autor, por la búsqueda de modelos sociales de realización personal, e incluso por la curiosidad voyerista. Esto es lo propio del género de la autobiografía, que para este caso se inscribe en el subgénero de las memorias. Pero, además, como se trata de unas memorias publicadas en vida, cabe pensarlas como una reapertura de diálogos con el autor. Quizá lo mejor sea dejarse involucrar en los temas que busca destacar, pues se trata de la gestión pública de una obra, de una vida e, incluso, de la privacidad y de la intimidad.

De las distintas posibilidades de lectura, destacamos la presentación que Leal Buitrago hace de su trayectoria militar, la cual le permitió recorrer el país con la comisión geodésica en la segunda mitad de la década de 1950, producto de la alianza entre la Escuela de Ingenieros y el Instituto Geográfico Agustín Codazzi. Asunto revelador de su relación con el territorio nacional, con su peculiar forma de plantear problemáticas de la presencia desigual del Estado en él, acerca de las zonas grises donde se yuxtaponen lo tradicional y lo moderno y, especialmente de la manera en que se ha definido por parte del Estado una “política” de seguridad nacional.

También resulta reveladora la confesión que hace sobre su alejamiento de la militancia política. La decisión de no pertenecer a ninguna organización política, como garantía de ecuanimidad en la argumentación como sociólogo y politólogo, explica en buena parte la confianza y liderazgo en la creación y dirección de instancias académicas, como la Maestría en Ciencia Política de la Universidad de los Andes (1974-1978), la fundación de la revista Estudios Rurales Latinoamericanos, la fundación del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (Iepri) y su revista (1986-1990) la creación de la Facultad de Ciencia Sociales de la Universidad de los Andes, su estancia en la decanatura y la participación en su revista (1996 y 2000), entre otras.

Pero, además, su condición de no militancia, junto a lo penetrante de sus análisis, le ha granjeado un importante sitial como investigador y científico social, con una importante resonancia en los debates políticos públicos. La buena fortuna, que reconoce con insistencia en su relato, es también fruto de su labor incansable, de sus valores académicos insobornables, de la afabilidad del trato y de la sintonía que ha mantenido con la política nacional e internacional durante toda su carrera.

Pese a su no afiliación política, Francisco se ha caracterizado por una posición de demócrata de avanzada que, a través de sus trabajos, ha buscado una representatividad política eficaz y eficiente, acompañada de instancias institucionales de amplia participación ciudadana, lo cual le permite superar graves obstáculos socioculturales como el clientelismo, que coadyuva a la privatización del Estado y la consecuente corrupción. De otra parte, le ha interesado que se genere una política de seguridad nacional soberana, anclada en una amplia deliberación pública, donde los militares, la clase política y la ciudadanía se puedan pronunciar sin cortapisas, y que apunte a la consolidación y profundización de la democracia. También ha sido un partidario de la salida negociada al conflicto armado, participando en diferentes foros no solo como académico dentro de las universidades y redes académicas, sino también al interior de iniciativas cívicas y de cara a la opinión pública. Su orientación política se complementa con su favorabilidad hacia un cambio del modelo de desarrollo que garantice la inclusión social, la equidad y la sostenibilidad del medio ambiente.

Este no es el espacio para referirnos a la historia de la vida cotidiana y los objetos en sus ocho décadas de vida, descrita con cuidado literario, ni a la rica y fructífera vida familiar que relata en el libro, pero sí queda la pregunta por la relación de Francisco con el feminismo, toda vez que su esposa, la también socióloga Magdalena León, es una de las pioneras e impulsoras del movimiento feminista en la academia y en la escena sociopolítica nacional e internacional.

La autobiografía de Francisco Leal es una contribución a la autorreflexión de las ciencias sociales en Colombia y América Latina, que puede ser complementada con un estudio sobre sus influencias, como las declaradas en el libro: neomarxismo, estructural-funcionalismo y pensamiento crítico latinoamericano, como con todas aquellas con las que ha construido una obra coherente y penetrante de la realidad sociopolítica nacional. A su vez insinúa preguntas acerca del paso en las ciencias sociales latinoamericanas de la centralidad de las investigaciones sobre la dependencia a las del desarrollo, ocurrido a finales de la década de 1970. Allí cabe examinar las redes académicas en Latinoamérica, y de latinoamericanos con investigadores norteamericanos y europeos; sobre todo ello el libro aporta valiosa información.

El libro también es prolífico en su valoración de los procesos académicos en que participó, aunque queda en deuda con sus reflexiones sobre la actividad docente, pues no nos cuenta sobre los cursos que impartió, sus recursos pedagógicos, sus logros y frustraciones, y muy poco nos dice sobre sus alumnos y sus legados. Pero sí es generoso en presentarnos el talante que lo animó a impulsar la conformación de comunidades académicas, como la del Iepri, que, en palabras del alutor, se creó “para contribuir al desarrollo de la conciencia pública en torno a la paz, al desarrollo de la democracia política y al afianzamiento de los lazos internacionales” (p. 151). Para asumir el reto de crear y dirigir ese instituto lo animó “el gusto que he tenido por la administración de instituciones académicas, sobre todo cuando hay que partir prácticamente de cero. Me entusiasma construir institucionalidad e innovar con el fin de lograr mayor eficacia y productividad en investigación, especialmente en temas poco trabajados, en una sociedad repleta de problemas sin solucionar, así como fomentar la formación profesional de las juventudes en un sistema universitario en expansión. La potencial ventaja del trabajo interdisciplinario en el campo de las ciencias sociales en una institución novedosa era un escenario favorable para emprender estudios de numerosos y complejos problemas de la sociedad que apenas se estaban esbozando” (p. 152).

En ese párrafo se sintetiza la motivación de varias décadas de liderazgo académico, que en el caso del Iepri, se completó en su primera época con la genuina creación de una comunidad, tal y como no lo relata en el siguiente pasaje: “quería seguir una regla simple por la que siempre me fue bien como administrador académico: un directivo debe escuchar a los compañeros bajo su dirección, sumar sus opiniones y criterios a los de uno, evaluarlos, y entonces sí tomar una decisión sobre el problema que sea, obviamente siempre que por su importancia el asunto amerite consulta previa” (p. 153).

La creación de comunidad académica también requiere de rituales, es así como en el Iepri se creó el Gólgota, que Francisco narra en unas líneas: “El famoso Gólgota […] fue clave para lograr una rica experiencia de discusión académica con el fin de conformar un verdadero equipo de trabajo […] El Gólgota funcionaba los viernes por la mañana. Con un calendario anticipado cada semestre, los profesores presentábamos uno a uno, por turnos semanales, nuestros resultados de investigación para ser discutidos con el resto del grupo. Logramos estabilizar el Gólgota en los primeros meses, pero casi a los golpes, puesto que todo el mundo aspiraba -como es habitual- a recibir elogios. Recuero que una vez, en sus inicios, tuve que pararme a impedir que se agredieran físicamente dos de los investigadores: el que presentaba su trabajo y uno de los colegas que siempre fue ácido en sus comentarios. Como el espíritu era crítico, fuerte, y algunas veces incisivo, con frecuencia disimulando ofender, nuestro compañero Eduardo Pizarro -con el buen humor que lo ha acompañado- lo bautizó el Gólgota porque pasábamos por turnos de crucifixión” (p. 154).

Estas extensas citas del libro se justifican en tanto invitan a leer un texto ameno, que logra presentar una visión de casi ochenta años de vida nacional e internacional a través de uno de sus más avezados testigos.

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