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Análisis Político

Print version ISSN 0121-4705

anal.polit. vol.33 no.98 Bogotá Jan./Apr. 2020

https://doi.org/10.15446/anpol.v33n98.89408 

Dossier

LAS CUATRO CO DE LA ACCIÓN COLECTIVA JUVENIL: EL CASO DEL PARO NACIONAL DE COLOMBIA (NOVIEMBRE 2019-ENERO 2020)

THE FOUR CO’S OF YOUTH COLLECTIVE ACTION: THE CASE OF COLOMBIA’S NATIONAL STRIKE (NOVEMBER 2019-JANUARY 2020)

Nicolás Aguilar-Forero* 

*Doctor en Ciencias Sociales, Niñez y juventud. Profesor del Departamento de Lenguas y Cultura, Universidad de los Andes, Sede Bogotá (Colombia). Correo electrónico: nj.aguilar1902@uniandes.edu.co


RESUMEN

El presente artículo analiza el paro nacional de Colombia (noviembre 2019-enero 2020) explorando sus causas y algunas de las formas de acción que tuvieron lugar en varias de sus jornadas. Se enfatiza en el 21N y en dos acciones colectivas especialmente visibles: las batucadas y los cacerolazos. El artículo se soporta en una investigación documental que ofrece claves interpretativas para abordar este proceso político aún en curso. También se apoya en registros de observación de varias de las jornadas y en un análisis de contenido de 15 artículos de opinión que circularon en diferentes medios de comunicación entre noviembre de 2019 y enero de 2020. Se argumenta que la fuerza inédita que ha tenido este paro nacional se encuentra en la acción colectiva juvenil y en cuatro pilares que la caracterizan: la comunicación, la confianza, la colaboración y la construcción de lo común.

Palabras clave: paro nacional; acción colectiva juvenil; comunicación; confianza; colaboración; construcción de lo común

ABSTRACT

This article analyzes the national strike of Colombia (November 2019-January 2020) exploring its causes and some of its collective actions. It is emphasized in the 21N and in two especially visible collective actions: batucadas and cacerolazos. The article is supported by a documentary investigation that offers interpretive clues to address this political process that is still ongoing. It also relies on observation notes and on a content analysis of 15 opinion articles that circulated in different media between November 2019 and January 2020. It is argued that the unprecedented force this strike has had is associated with the youth collective action and with its four pillars: communication, trust, collaboration and the construction of the common.

Keywords: national strike; youth collective action; communication; trust; collaboration; construction of the common

INTRODUCCIÓN

El paro nacional de Colombia, que inició el 21 de noviembre del año 2019, se prolongó por varios meses. Ese 21 de noviembre, miles de personas se movilizaron en el país en contra de lo que algunos sectores denominaron como el “paquetazo neoliberal”1 del presidente Iván Duque: la reforma tributaria, la reforma pensional y la reforma laboral. El descontento ciudadano frente al Gobierno de Duque se expresó en otros motivos aglutinadores que llevaron a amplios sectores a las calles: el incumplimiento de los acuerdos de paz, el asesinato de líderes sociales y reinsertados, el holding financiero, las privatizaciones, la corrupción, la defensa del derecho a la protesta, entre otros. Aunque había sido convocado desde varios meses atrás por las centrales obreras, poco a poco se fueron sumando organizaciones sociales, estudiantiles y políticas que encontraron en el paro nacional una oportunidad para canalizar sus demandas.

Como era de esperarse, la estrategia del miedo y estigmatización por parte del Gobierno y del partido de gobierno, el Centro Democrático, fueron la antesala de la jornada. Desde algunos días antes estos aplicaron la vieja fórmula de señalar que el paro estaba infiltrado por “terroristas”, pero reencauchándola en nuevos fantasmas internos y externos: el ELN que se configura como el nuevo “enemigo interno” y el Foro de Sao Paulo que emergió, apelando al desconocimiento ciudadano frente al mismo, como el nuevo “enemigo externo” ante el desgaste del discurso del “castrochavismo” y de Nicolás Maduro como fuente de todos los problemas del país. Asimismo, el Gobierno intentó desactivar el paro nacional apelando a estrategias complementarias: 1) desacreditarlo por estar siendo utilizado por la oposición para obtener réditos políticos y 2) deslegitimarlo por defender causas que, según la campaña mediática del Gobierno, eran irrelevantes pues no existía ningún plan de reforma tributaria, pensional o laboral (Ávila, 22 de noviembre de 2019).

En este marco tuvo lugar el que comenzó a conocerse en redes sociales y en los medios masivos como el 21N. Una jornada de movilización social en la que “las grandes ciudades amanecieron paralizadas, muchas empresas y locales comerciales prefirieron cerrar (…) y muchos otros se volcaron a las calles. Una manifestación que no se veía hace décadas y que convocó centenares de miles de personas en todo el país” (Ávila, 22 de noviembre de 2019, párr. 4). A esta jornada le siguieron numerosas convocatorias con momentos álgidos el 21N, 22N, 23N, 27N, 4D y 8D, y oleadas con intensidades variables, aunque menos masivas, a lo largo de diciembre de 2019 y enero de 2020. Este paro, además, irrumpió en la escena pública y atrajo la atención mediática por varias razones: más allá del “vandalismo” que fue utilizado por algunos medios y por el Gobierno para desviar la atención y reducir la importancia de este hecho histórico para el país, llamó la atención el protagonismo juvenil, el liderazgo descentralizado y el carácter creativo y festivo de las marchas.

Con esta base, el propósito del presente artículo es doble: por una parte, se espera proponer un marco interpretativo de la realidad colombiana que permita comprender de manera más abarcadora las causas del paro nacional, apelando al cinismo, el miedo y el desencanto como catalizadores del inconformismo ciudadano. En segundo lugar, se espera desplegar el potencial propositivo de una tesis: la fuerza de este paro nacional se encuentra en la acción colectiva juvenil y en cuatro pilares que la caracterizan: comunicación, confianza, colaboración y construcción de lo común. Estos pilares, las cuatro Co, se refuerzan entre sí, no son exteriores ni posteriores a la acción colectiva sino constitutivos de esta, y están agrietando las estructuras culturales y políticas dominantes.

Para sustentar esta tesis se analiza el paro nacional de Colombia (noviembre 2019-enero 2020) explorando sus causas y algunas de las formas de acción que tuvieron lugar en varias de sus jornadas. Se enfatiza en el 21N y en dos acciones colectivas especialmente visibles: las batucadas y los cacerolazos. Para ello el artículo se soporta en una investigación sistemática sobre la acción colectiva juvenil que el autor del presente texto ha venido madurando en los últimos ocho años, y que ofrece claves interpretativas para abordar procesos políticos en curso. También se apoya en la experiencia directa del autor en el paro nacional y en los registros derivados de esta. Dicha información se cruza y complementa con un análisis de contenido de 15 artículos de opinión que circularon en medios dominantes y en medios alternativos entre noviembre de 2019 y enero de 2020.

Es importante destacar que el propósito de este texto no es solo describir o comprender los sucesos más relevantes del paro nacional y las movilizaciones sociales que los albergan. Las ideas teóricas y las reflexiones que aquí se incorporan apuntan a potenciar estas revueltas, en tanto se identifican y son parte de la misma experiencia de resistencia. La investigación social crítica no se relaciona con las reivindicaciones de los colectivos o movimientos de manera externa, para señalarlos, instrumentalizarlos o simplemente analizarlos, pues ella misma es parte de la rebeldía y tiene un lugar central en este proceso (Tischler y Navarro, 2011).

CINISMO, MIEDO Y DESENCANTO EN COLOMBIA: LAS CAUSAS DEL PARO NACIONAL

Las causas que motivaron el paro nacional fueron ampliamente conocidas incluso con varios meses de anterioridad. Los convocantes, conformados por la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), la Confederación de Trabajadores de Colombia (CTC), la Confederación General del Trabajo (CGT), entre otras centrales a las que se les fueron sumando diversos sectores campesinos, indígenas y educativos (como la Unión Nacional de Estudiantes de la Educación Superior -Unees- y la Federación Colombiana de Trabajadores de la Educación -Fecode-), manifestaron su oposición a varias iniciativas o prácticas de gobierno: reforma tributaria (en especial rebaja de impuestos a multinacionales y empresas, e incremento de estos para la clase media); reforma laboral (contratación por horas, salario diferencial por regiones); holding financiero (centralización de las instituciones financieras del Estado con posible pérdida de empleos y venta de activos); privatizaciones (de Ecopetrol, ISA, Cenit, entre otras); corrupción (Odebrecht, Ruta del Sol, Reficar, U. Distrital, etc.); tarifazo nacional (incremento de tarifas de energía eléctrica para favorecer a Electricaribe); incumplimiento de los acuerdos de paz; incumplimiento de los acuerdos firmados con distintos sectores (Fecode, estudiantes, indígenas, campesinos); regulación de la protesta social (estigmatización y negación del derecho a al protesta) y reforma pensional: posible privatización de Colpensiones y eliminación del régimen de prima media (Arias, 22 de octubre de 2019).

Sin embargo, en las raíces de estas causas que desataron el paro nacional de Colombia en 2019 se pueden hallar tres palabras-conceptos que merecen desarrollo: cinismo, miedo y desencanto. Estos valores o tonalidades emotivas, como los denomina Virno (2003a), parecen estar muy presentes en la Colombia actual, en la que el “modelo capitalista que ha sido implementado por la fuerza” (Escobar, 2010, p. 76) ha profundizado su cariz neoliberal a través de privatizaciones, desregulación y “apropiación de los bienes comunes” (Zibechi, 2010, p. 146). Este momento histórico del país se caracteriza por la presión del Gobierno hacia la profundización de una economía extractiva basada en el fraking, la deforestación sin control, los megaproyectos hidroeléctricos, los cultivos agroindustriales extensivos, el regreso de la aspersión aérea de cultivos con glifosato y la concentración de la tierra con sus históricos acompañantes: desigualdad social, precarización económica, ilegalidad/paralegalidad, violencias y “acumulación por desposesión”, que como explica Harvey (2004) agrupa distintos procesos:

…la mercantilización y privatización de la tierra y la expulsión forzosa de las poblaciones campesinas; la conversión de diversas formas de derechos de propiedad -común, colectiva, estatal, etc.- en derechos de propiedad exclusivos; la supresión del derecho a los bienes comunes; la transformación de la fuerza de trabajo en mercancía y la supresión de formas de producción y consumo alternativas; los procesos coloniales, neocoloniales e imperiales de apropiación de activos, incluyendo los recursos naturales; y (…), finalmente, el sistema de crédito. El estado, con su monopolio de la violencia y sus definiciones de legalidad, juega un rol crucial al respaldar y promover estos procesos (p. 113).

Se trata de un momento histórico bastante particular pues paralelo a lo recién señalado se establece un discurso de “paz con legalidad” que busca trascender la “polarización” y posicionar un consentimiento general frente a las prácticas y políticas hegemónicas que presumen ser “más legítimas” al ser representativas de la visión de distintos sectores. El Gobierno del “Pacto por Colombia, pacto por la equidad” de Iván Duque pese a promover la equidad desde el lema mismo de su Plan Nacional de Desarrollo, impulsa una serie de medidas que a los ojos de sectores críticos de la sociedad extinguen el anhelo de justicia económica y social, al excluir la discusión sobre el modelo económico en el que se alojan buena parte de las causas y el trasfondo de los conflictos sociales y de las inconformidades de amplios sectores frente a las desigualdades, la inequidad en la distribución de la riqueza o la violencia estructural.

Un contexto en el que impera el cinismo. En términos de Virno (2003a) el cinismo es aquel “vicio” en el que predomina la lógica de los “males necesarios”, se elimina la responsabilidad ética frente a los propios actos y se exhibe soterrada o descaradamente la falsedad que orienta la acción. Ello fue evidente en la campaña mediática del Gobierno para deslegitimar el paro nacional en la que se negó el avance de ciertas medidas impulsadas desde el partido de gobierno y que, tiempo después, fueron aprobadas como la reforma tributaria (conocida como “Ley de crecimiento económico”) que incluye beneficios tributarios para las empresas. Como explica Zibechi (2010) estas medidas de “crecimiento económico” se suelen acompañar de políticas sociales que generan ciertos efectos: 1) instalar la pobreza como problema y sacar al mismo tiempo la riqueza y la acumulación de capital y poder político-económico del campo visual. 2) Eludir los cambios estructurales, incrementar la desigualdad y consolidar el poder de unas élites que influyen en las políticas estatales, en las agendas públicas y en los medios de comunicación. 3) Bloquear el conflicto, intentando demostrar que sólo se pueden conseguir las demandas y los cambios en su ausencia.

Dicho cinismo también es palpable en un Gobierno que exalta la equidad, pero cultiva la desigualdad, y que fomenta la “legalidad” al tiempo que se muestra laxo frente a ciertas formas de ilegalidad/paralegalidad. De hecho, el modelo de desarrollo económico impulsado por Duque que da continuidad y profundiza estrategias económicas de gobiernos anteriores (contrario a la ilusión de “ruptura y cambio” frente al Gobierno de Santos que se ha intentado posicionar), se sigue beneficiado de profundas prácticas de violencia, silenciamiento, represión, despojo de tierras, desplazamiento forzado, vulneración de derechos humanos, impunidad y, en definitiva, miedo. Como señaló el Padre Giraldo (2012), el mantenimiento de este modelo ha sido posible mediante el establecimiento de una “zona gris”, en donde se confunde lo legal y lo ilegal, lo militar y lo civil, lo formal y presentable con lo clandestino e impresentable, bajo un esquema más amplio de Estado de guerra que además de contradecir el ideal de democracia y Estado de Derecho, se ha apoyado en la estrategia paramilitar para tratar de “boicotear, mediante el terror, la adhesión o simpatía a ideologías y proyectos de sociedad alternativas al capitalismo” (Giraldo, 2012, p. 3).

En este marco, no es un secreto que uno de los caminos más efectivos en la estrategia de guerra y propagación del miedo necesaria para la imposición del modelo mencionado, ha sido la creación y apoyo al paramilitarismo. Tales grupos armados civiles e ilegales que escudados en una ideología antisubversiva y de autodefensa se organizaron hace unas décadas en las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), manejaron negocios relacionados con el narcotráfico y con otras lucrativas fuentes de recursos (robo y venta ilegal de gasolina, robo de tierras y desvío ilegal de dineros del Estado) (Ronderos, 2009), y establecieron alianzas con actores estatales y del poder político y económico en un fenómeno conocido como “parapolítica”. Estas alianzas, que tuvieron su auge entre 1997 y 2004 y que se orquestaron a partir de pactos generales (Ralito, Chivolo, Casanare, etc.), al parecer siguen vigentes, como lo ha denunciado el líder social Leyner Palacios a propósito de la toma por parte de 300 hombres de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia de la comunidad de Pogue-Bojayá en el Chocó (Palacios, 4 de enero de 2020).

Como explicó el Grupo de Memoria Histórica hace varios años (2013), el clima de terror que los actores armados han instalado en el país con acciones como las masacres, las torturas, las desapariciones forzadas, la violencia sexual o los asesinatos selectivos, llevó a que las personas experimentaran sensaciones permanentes de amenaza, miedo y vulnerabilidad, las cuales se expresaron en mecanismos de protección como el silencio, la desconfianza y el aislamiento. El terror, que muchas veces “no puede llevarse a la esfera de lo pronunciable” (Das, 2008a, p. 420), ha sido administrado de maneras distintas por los actores armados. Mientras los grupos guerrilleros han recurrido al secuestro, el asesinato y los atentados terroristas y los miembros de la fuerza pública han empleado la violencia ilegal de la detención arbitraria, la tortura, la desaparición forzada y el asesinato selectivo; los repertorios de violencia de los grupos paramilitares han comprendido en mayor medida las masacres e “hicieron de la sevicia2 una práctica recurrente con el objeto de incrementar su potencial de intimidación” (GMH, 2013, p. 20).

En esta cíclica historia colombiana dichas prácticas junto con el miedo que las arropa han regresado. Volvió el “baño de sangre” y con este las decapitaciones, torturas, ejecuciones selectivas de civiles, reclutamientos forzados y asesinatos con sevicia, como lo denunció Ávila (31 de diciembre de 2019):

Con una fotografía de una cabeza de un hombre cercano a los 30 años sobre una estaca y un letrero del Bloque Virgilio Peralta o Los Caparrapos se anunciaba el reinicio de la confrontación entre este grupo y el Clan del Golfo. Corregimientos enteros están desocupados, los reclutamientos de menores están a la orden del día y las decapitaciones ahora son comunes, así como la utilización de motosierras para cortar personas vivas. (párr. 2).

Detrás del eufemismo de la “criminalidad” o de las “bandas criminales” (Bacrim) persisten “ejércitos privados de naturaleza mafiosa al servicio del narcotráfico” (Garzón, 2009, p.66) que representan la permanencia del paramilitarismo junto con sus prácticas temerarias de muerte e intimidación. Asimismo, detrás de la narrativa de “paz con legalidad”, se han reactivado diversas modalidades de violencia contra la población civil ejercidas por diferentes actores armados ilegales (disidencias de las FARC, ELN, miembros de la fuerza pública, grupos neoparamilitares), así como viejas estrategias de administración del miedo expresadas en el regreso de los mal llamados “falsos positivos” (ejecuciones de civiles por parte del ejército), y en el retorno de las amenazas a sectores de oposición y de las interceptaciones ilegales que en el pasado llevaron a la liquidación oficial del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) y en la actualidad tienen en el ojo del huracán a altos mandos del ejército por las conocidas “chuzadas” a magistrados, periodistas y opositores (Rincón, 14 de enero de 2020).

En este panorama de cinismo y miedo, el incumplimiento del acuerdo de paz y las cifras de los asesinatos de líderes sociales y reinsertados de las FARC - EP despiertan especial malestar entre los sectores críticos del Gobierno. Según las investigaciones de Indepaz (2019) 282 personas líderes sociales y defensoras de derechos humanos fueron asesinadas en Colombia en el año 2018, y 250 en el año 2019. Para inicios de 2020, en sus primeros 27 días, fueron asesinados 27 líderes más. En el caso de los exmiembros de las FARC - EP, según el informe de la Misión de Verificación de las Naciones Unidas (2019), el 2019 fue “el año más violento para los excombatientes desde la firma del Acuerdo de Paz, con 77 asesinatos hasta la fecha, frente a 65 en 2018 y 31 en 2017. El número total de asesinatos es ya de 173, a los que se suman 14 desapariciones y 29 intentos de homicidio” (p. 9).

En este contexto el miedo ha regresado no solo como aquel sentimiento de “inseguridad generalizada frente a los otros o frente a los riesgos reales y virtuales, sino como una estrategia de control sobre la población que debilita el tejido social y fortalece el repliegue individualista” (Aguilar-Forero, 2016a, p. 164). En el paro nacional el miedo tuvo varias facetas: fue una estrategia de control y estigmatización por parte del Gobierno para desmotivar a la ciudadanía frente a su posible participación en las jornadas de protesta, pero también se manifestó como temor paranoico luego de que se difundiera el rumor, soportado en videos que circularon en redes sociales, de que “los vándalos” estaban ingresando a los conjuntos residenciales en Cali, el 21 de noviembre, y luego en Bogotá el 22 de noviembre. El rumor, como esa región del lenguaje con el potencial de producir acontecimientos, tiene una fuerza performativa y un poder movilizador que, en ciertas circunstancias, genera la aparición de odios, miedos y desconfianzas (Das, 2008b), como sucedió en Bogotá el 22N cuando las personas, temerosas por la intromisión de “los vándalos” en sus residencias, se organizaron y se armaron para “defender” sus propiedades poco antes de que se decretara un toque de queda en la capital.

Lo complejo es que el correlato de esos miedos instaurados algunas veces llega a ser el desencanto, esto es, la resignación y la zozobra por no poder permanecer (desarraigo, desplazamiento) ni pertenecer: a un territorio, a un proyecto, a un partido, a un movimiento, a un colectivo social. Sin embargo, tanto el miedo como el desencanto son ambivalentes. El miedo no solo paraliza o repliega, pues en su seno emerge también la lucha por la supervivencia, la libertad y la dignidad. A su vez, el desencanto no solo genera una situación emotiva marcada por la resignación, el sometimiento o el desarraigo, pues “lejos de eludir el sentimiento de pertenencia, lo potencia y posibilita pensar también el conflicto y la revuelta” (Virno, 2003a, p. 74). En este sentido, se puede afirmar que el cinismo, el miedo y el desencanto, experimentados no solo como negación sino como potencia de acción, pudieron ser el motor del inconformismo ciudadano que desató y prolongó el paro nacional.

LA ACCIÓN COLECTIVA JUVENIL: ALGUNOS APORTES CONCEPTUALES

La acción colectiva juvenil puede definirse como un conjunto de prácticas de intervención político-cultural que expresan quiebres ante lo establecido, fugas, transgresiones. Se trata de acciones lideradas por jóvenes que no buscan mantener las estructuras históricamente constituidas o “integrarse al sistema político sino desbordarlo, replantearlo en función de nuevos valores y utopías éticas y políticas” (Torres, 2002, p.18). Si bien la acción colectiva juvenil acoge viejas formas de protesta como las marchas o plantones, en la actualidad las resignifica y complementa con recursos expresivos y comunicativos diversos que dan cabida a innovadoras formas de revuelta: batucadas, performances, besatones, abrazatones, desnudatones, ciberactivismo, entre otras. Estas prácticas cuentan con protagonismo juvenil pues, aunque implican una participación intergeneracional, son los activistas más jóvenes los que lideran la acciones y les imprimen una energía de creatividad que refresca y renueva lo político.

Cabe destacar que la acción colectiva juvenil en el mundo actual es polimórfica. A veces funciona en red, a veces se jerarquiza; en ocasiones carece de liderazgos definidos y otras veces cuenta con ellos; en algunos momentos puede tener objetivos claros, pero por lo general estos se construyen en el camino y al ritmo de la espontaneidad. Se trata de una acción política que en palabras de Virno (2003a) puede entenderse como ejecución virtuosa, es decir, como prácticas que intervienen sobre las relaciones de poder instituidas, que modifican los contextos y que logran “interpretar una pieza sin remitirse a la partitura”. Ello significa que no cuentan necesariamente con un proyecto político o ideológico preestablecido y, por el contrario, ejercen el arte de lo posible, abren caminos, crean, inventan, instituyen y afrontan lo imprevisto beneficiándose de la ocasión. Al igual que el desencanto, la acción colectiva juvenil es ambivalente: puede llegar a ser funcional a la preservación de las relaciones sociales dominantes, aunque por lo general se configura como un “virtuosismo no servil”.

Esta acción política con liderazgo juvenil puede moverse en una esfera pública no estatal y desestabilizar el poder sin necesariamente querer hacerse gobierno. De igual forma, muchas veces se manifiesta no como “resistencia a” sino como “subversión de” las relaciones sociales establecidas, configurando una suerte de “fuga que abre y que funda” o, en otras palabras, un éxodo que altera las reglas del juego y abre espacios, entre otros, a la desobediencia, a la autonomía, a la invención y a lo inesperado y contingente de la acción política misma (Virno, 2003a). Si bien a veces puede tornarse en una acción servil o funcional a la continuidad del statuo quo, su energía constituyente usualmente la posiciona, en términos de Raúl Zibechi (2006 y 2010), como una acción emancipatoria y antisistémica que busca modificar las relaciones sociales capitalistas y alcanzar cambios profundos desde una política otra, diferente, en los márgenes de lo institucional y bajo demandas propias que no las demarca ni el Estado ni el mercado. Se trata de una acción colectiva que además se asienta en la vida cotidiana y en los espacios, tiempos y modos de esa cotidianidad.

Se puede afirmar que su rasgo central, lo propio de la acción colectiva juvenil, es que no se deja ubicar en los lugares que se pretenden asignar desde los sectores hegemónicos, o desde las lógicas estatales y mercantiles, cuyos límites cada vez son más difusos (Zibechi, 2006). Dicho de otra manera, es una acción que “no se deja reducir” y que por el contrario deconstruye esos lugares hegemónicos asignados a sus protagonistas: el lugar de víctima que reclama indemnizaciones, el lugar de joven “violento y criminal”, el lugar de manifestante-activista “revoltoso, delincuente o guerrillero vestido de civil”. Este gesto de no dejarse reducir, este éxodo o fuga-desborde, se logra mediante el conflicto social, la producción político-cultural, la reconstrucción de lenguajes para nombrarse y comunicarse y, en definitiva, el posicionamiento de significados, memorias y relaciones sociales consecuentes con la construcción de otros mundos posibles (Santos, 2006, 2009 y 2010).

Ahora bien, dicha acción colectiva juvenil que expresa “la capacidad de transgredir los límites del sistema social” (Torres, 2002, p. 13), pudiera ser adjetivada como “virtuosa”, constituyente, alternativa, post-capitalista, antisistémica o inclusive decolonial, ya que puede llegar a desbordar las lógicas de dominación y colonialidad3. No obstante, para efectos de este trabajo la acción colectiva juvenil se denomina y asocia a una acción política contrahegemónica, sin querer afirmar con ello que se trate de una acción que está en contra de la hegemonía en general, como sí a favor de nuevas articulaciones hegemónicas, de la modificación de las relaciones de fuerza actuales y de la constitución de modos distintos a los que son actualmente hegemónicos de hacer política (Santos, 2010).

En la línea de lo planteado por Boaventura de Sousa Santos (2010), se puede pensar que la acción colectiva juvenil contribuye a la consolidación de una globalización contrahegemónica. Para el sociólogo portugués, en el mundo actual diversos actores, redes y movimientos por medio de iniciativas, proyectos y formas de acción colectiva plurales, promueven una globalización contrahegemónica, puesto que no luchan contra la globalización en sí, sino contra “la exclusión económica, social, política y cultural generada por la encarnación más reciente del capitalismo global, conocida como globalización neoliberal” (Santos, 2010, p. 30).

LAS CUATRO CO DE LA ACCIÓN COLECTIVA JUVENIL EN EL PARO NACIONAL DE COLOMBIA (NOVIEMBRE 2019-ENERO 2020)

El paro nacional inició con la jornada del 21 de noviembre, conocida como 21N, que tuvo lugar en varias ciudades de Colombia: Bogotá, Cali, Medellín, Tunja, Ibagué, Manizales, Armenia, Pereira, Popayán, entre otras. Días antes las redes sociales ardían con opiniones a favor y en contra, si bien despertaron especial atención mediática las opiniones de numerosas figuras públicas del mundo del arte, el periodismo y la política que, contrario a los paros de años anteriores, esta vez manifestaron abiertamente su apoyo a la jornada. En la ciudad de Bogotá desde muy temprano y en distintos puntos de la capital se comenzaron a congregar personas de distintas edades, roles y estratos sociales. Era un día soleado y las marchas hacia la Plaza de Bolívar transcurrieron en un ambiente pacífico y festivo. Los cantos, arengas y la música fueron la protagonista de las marchas. Desde el inicio del paro nacional llamaron la atención algunas formas de acción colectiva con jóvenes a la cabeza, entre las que resulta relevante hacer referencia a las batucadas que fueron especialmente visibles en distintas jornadas y momentos del paro nacional.

En efecto, desde el 21N, junto con la participación masiva de personas fue evidente la participación masiva de instrumentos musicales, rasgo común de las movilizaciones en las distintas ciudades del país. Aunque había instrumentos de viento, vuvuzelas, pitos e incluso megáfonos, predominaron instrumentos de percusión, como los bombos y redoblantes, que se escucharon retumbar por las calles. Las batucadas se basan en ritmos repetitivos que son interpretados en colectivo y que, además de “romper con el orden y los rituales de la política callejera, tienen un gran poder comunicativo pues difícilmente pasan desapercibidas y, por el contrario, con facilidad hacen sentir, reír y vibrar a todo el que se cruza con ellas” (Aguilar-Forero, 2016b, p. 1336).

Si bien algunas veces estas batucadas se conforman de manera espontánea e incluso incluyen instrumentos más bien artesanales que producen sonidos cercanos a los de los bombos y redoblantes, por lo general los colectivos juveniles que participan en las marchas se reúnen desde días o meses previos para practicar y coordinar ritmos. Como explica Aguilar-Forero (2018), en las sesiones de ensayo se proponen cánticos y se acuerdan series rítmicas a veces con el liderazgo de quienes tienen mayor experiencia musical, aunque en otras ocasiones se van acordando de manera espontánea y a manera de creación colectiva. En este proceso de preparación no faltan las diferencias con respecto a ritmos propuestos que no gustan a todos o cánticos que no representan a la mayoría. Pero como vivo ejemplo de la auto-organización y la democracia directa, se logra llegar a acuerdos y de un ensayo al siguiente, se van definiendo ritmos, cantos, roles y cada quien va asumiendo su responsabilidad frente a un instrumento y su lugar en el grupo.

Tanto en los ensayos como en los momentos de la marcha, las batucadas toman distintas formas: pueden pasar periodos prolongados en círculo repitiendo los ritmos practicados de manera coordinada, con gestos y señales que marcan el cambio de uno al otro, así como la entrada de ciertos cánticos o los cierres rítmicos. También pueden caminar o bailar por la calle conformando un cuerpo colectivo conectado por la música. Participar en una batucada evoca el concepto de “multitud” trabajado por Antonio Negri en varios de sus textos (2002, 2004 y 2012), algunos de los cuales realizó en colaboración con Michael Hardt. Para este filósofo postmarxista italiano la “multitud” constituye un conjunto de singularidades cooperantes y de relaciones que se producen en torno a lo común. Lo común, desde esta perspectiva, está fundamentalmente articulado al movimiento y a la comunicación de las singularidades. Esta primera Co, la comunicación, es la condición de posibilidad de la construcción de lo común que se experimenta en las batucadas.

Lo común se gesta por una relación de comunicación con los otros (lingüística, corporal, artística, digital, entre otros) y está en la base de la las batucadas en tanto forma de acción colectiva que puede tomar la forma multitud4. Lo anterior debido a que constituyen una práctica político-cultural que no está dirigida de manera paranoica a la toma del poder, sino a la organización, comunicación, gestión y “ejercicio de lo común” (Negri, 2012, p. 187). En las batucadas es clara la presencia de singularidades que, al encontrarse pese a sus diferencias y girar en torno a la creación conjunta y creativa, ejercen un poder constituyente que abre las puertas a una política otra, que va más allá de las mediaciones biopolíticas del mercado y del Estado.

Estas batucadas fueron la columna vertebral del ambiente festivo del paro nacional. Ambiente en el que la música tomó centralidad y llegó a manifestarse por medio de distintas expresiones, pues además de las batucadas se realizaron múltiples conciertos en diferentes escenarios y ciudades. Entre estos se destacó “Un canto por Colombia”, concierto que tuvo lugar el 8 de diciembre de 2019 en diferentes lugares de la ciudad de Bogotá y contó con la participación de más de cuarenta agrupaciones. El poder comunicativo de la música articulado a la difusión viral de videos y fotografías que circularon en redes sociales digitales sobre estas manifestaciones artísticas explica en buena medida la acogida del paro en amplios sectores y la forma como de una jornada a la siguiente la gente se sumergió en el ambiente festivo y no dudó en llevar a las marchas todo tipo de instrumento musical (desde costosos instrumentos hasta ollas y cacerolas).

Pero además de la comunicación que se expresa a través de las batucadas, conciertos y tecnologías digitales, otras dos Co emergieron durante el paro nacional: la confianza y la colaboración. Aunque en el 21N se presentaron actos violentos en varias plazas del país que fueron ampliamente visibilizados por los grandes medios corporativos de información alineados con el interés de ciertos sectores de criminalizar las protestas, uno de los rasgos fundamentales de esta jornada y de las posteriores fue su carácter pacífico e incluso fraterno.

En la ciudad de Bogotá, por ejemplo, cuando en el 21N los ríos de gente que se movilizaban por distintas avenidas se encontraron, no faltaron los saludos y hasta abrazos entre desconocidos (Ladino, 22 de noviembre de 2019). En las horas de la tarde, cuando el sol ya había desaparecido, la lluvia comenzaba a escalar y se presentaron enfrentamientos entre algunos manifestantes y la fuerza pública, la confianza y la colaboración también se hicieron presentes. De hecho, pese a los abusos del ESMAD (Escuadrón Móvil Antidisturbios) muchos manifestantes intentaron proteger a sus integrantes de las agresiones de otros ciudadanos e, inclusive, días después en uno de los barrios de Bogotá algunos manifestantes y vecinos compartieron un chocolate con miembros de la fuerza pública en un acto simbólico de confianza y colaboración.

En este mismo sentido, otra práctica inédita en las movilizaciones del paro nacional (noviembre 2019-enero 2020) en Colombia fue la emergencia de la llamada “primera línea”. Se trata de jóvenes con escudos azules que se ubican en la parte delantera de las marchas y que, como lo registró Contagioradio (16 de diciembre de 2019) cuentan con razones claras: “protección y atención a los manifestantes que puedan caer heridos por los ataques del ESMAD o presas de algún tipo de eventualidad dentro de la movilización” (párr. 5). A este mecanismo de defensa y cuidado de los otros, se suma la respuesta espontánea de un grupo de mujeres mayores del sector del Parkway en Bogotá, que salieron de sus casas para abrazar a los manifestantes y protegerlos, para que no los retuviera la policía en un momento en el que esta se encontraba actuando de manera desmedida (con gases y aturdidoras) frente a un pequeño grupo de jóvenes que organizaba un plantón.

La confianza y la colaboración llegaron a su cúspide cuando la guardia indígena viajó para apoyar las movilizaciones en la ciudad de Bogotá a inicios de diciembre. Su presencia fue relevante para evitar actos de violencia, pues creaban barreras humanas para impedir que algunos manifestantes agredieran establecimientos públicos o privados, o actuaran en contra de la fuerza pública. Asimismo, su estadía en la Universidad Nacional de Colombia y en la sede de la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC) estuvo acompañada de donaciones de material de aseo y alimentos por parte de ciudadanos “que se comprometieron a dar su apoyo a la guardia indígena y ayudaron con los medios disponibles para sustentar su estadía en la ciudad” (Contagioradio, 16 de diciembre de 2019, párr. 12).

De esta forma, se puede afirmar que la comunicación, la confianza y la colaboración, pilares de la acción colectiva juvenil, fueron determinantes para dotar de fuerza el paro nacional y para garantizar su continuidad. Estos pilares soportan e integran un cuarto pilar: la construcción de lo común. Lo común tiene que ver con motivaciones compartidas que a veces pueden generar asociaciones ocasionales (acontecimientos), en otras oportunidades identificaciones provisionales (colectivos) y en otros momentos sentimientos más fuertes de pertenencia e identidad colectiva (comunidades). Asimismo, la construcción de lo común no depende de principios racionales, coherencias políticas o propensiones psicológicas. Pasa mucho más por una “situación emotiva” (Virno, 2003b), esto es, por unos modos de ser y sentir que resultan comunes a singularidades diversas.

A veces, dicha situación emotiva está relacionada con temáticas aglutinadoras u objetivos puntuales que generan encuentros esporádicos e irrupciones de corta duración. Esto fue precisamente lo que se vivió en el cacerolazo que tuvo lugar el 21N en las horas de la noche, luego de que diferentes personas se encontraran en su diversidad alrededor de un sentir común: su apoyo al paro y el malestar frente a los actos de violencia, parte de ella ejercida desde la fuerza pública, que circularon a través de videos en las redes sociales digitales. Fue un acto de protesta pacífica y de articulación colectiva que “hizo más ruido que el vandalismo”, los gases y piedras que aparecieron hacia el final de la tarde (Ladino, 22 de noviembre de 2019).

Sacando provecho de la velocidad de convocatoria que favorece la comunicación digital, a través de las redes sociales se coordinó en poco tiempo este cacerolazo que retumbó en varias ciudades de Colombia. Como una reacción en cadena, el poder comunicativo del sonido de las ollas siendo golpeadas se expandió por las calles y las redes sociales con un efecto viral intenso y veloz. Muchos jóvenes que participaron de las marchas no abandonaron las calles o lo hicieron solo para conseguir sus cacerolas. Otras personas que quizás no participaron de la acción callejera fueron contagiadas por el sonido de la indignación y desde sus casas o edificios hicieron sonar sus utensilios. Muchos más se volcaron a las calles, incluso en pijama, para manifestar su descontento y su apoyo al paro nacional.

Ahora bien, pese a los tintes emotivos y el potencial movilizador de las batucadas, conciertos y cacerolazos, no se pretende incurrir en una visión idealizada o acrítica de la acción colectiva juvenil y, en general, del paro nacional. De hecho, es importante destacar que la construcción de lo común no puede pensarse por fuera del conflicto. Lo común no implica “formas unitarias y homogéneas de vida social (…) que invisibilizan las diferencias, tensiones y conflictos propios de todo colectivo” (Torres, 2013, p. 12). Más que totalidades, esencias o unidades establecidas por sujetos previamente constituidos, se trata de momentos o experiencias de articulación, de equilibro inestable y de encuentro, inmersas en las macro y micro-conflictividades que conforman la realidad social. Lo común, más que estar relacionado con el poder de “gobernar a los otros”, es la instancia misma que hay que construir (Galcerán, 2009), lo cual, desde luego, no es una tarea sencilla.

En el caso del paro nacional las energías disruptivas, espontáneas y aglutinadoras que se manifestaron en varias de las acciones colectivas (batucadas, conciertos, cacerolazos) se centralizaron en un comité de paro, en el que comenzaron a tener cierto protagonismo las voces de los dirigentes de las centrales obreras, en su mayoría hombres y adultos. Pese a la presencia de dirigentes del movimiento estudiantil, surgió el debate acerca de quién representa a quién o quiénes hablan por los otros. Muchos jóvenes que aportaron gran fuerza a la movilización se sintieron relegados de la disputa política del pliego nacional. Lo anterior no solo por el liderazgo de las centrales sindicales, sino también por el liderazgo en el comité de paro de las demandas estudiantiles (derecho a la educación gratuita y de calidad) que no cobijan todas las motivaciones de los jóvenes para participar en el paro: oposición a la “brutalidad policial” y exigencia del desmonte del ESMAD, oposición a las corridas de toros, protección de los humedales, reivindicación del derecho a un trabajo digno, a la soberanía económica y alimentaria, a la participación política y democrática, entre otras (Contagioradio, 6 de diciembre de 2019).

Lo anterior dialoga de nuevo con la noción de multitud que como explica Virno (2003a) constituye una fuerza centrífuga que no pasa necesariamente por la conformación de cualquier forma de cuerpo político unitario. Una fuerza que es recalcitrante a la obediencia, que no se amolda nunca al estatus de persona jurídica, que se expresa en un conjunto de “minorías activas” que no aspiran a transformarse en mayoría, que es reticente a la unidad política y que puede ser sometida más no representada o delegada.

Pero más allá del problema de la representatividad, el paro nacional y en especial la fuerza de los jóvenes en este reflejaron tensiones aún más profundas. Una de estas tiene que ver con ver con los sentidos emergentes de acción colectiva que cohabitan con sentidos residuales y estilos heredados de hacer política. En otros términos, los jóvenes les imprimen a las revueltas una energía de creatividad y disrupción que se manifiesta en repertorios de acción innovadores basados en lo simbólico-artístico, así como en formas de organización con liderazgos difusos, multiplicidad de pertenencias5, horizontalidad, espontaneidad y prácticas comunicativas instantáneas y reticulares, apoyadas en tecnologías digitales. Sin embargo, estas lógicas de acción entran en confrontación con los sentidos heredados y tradicionales de hacer política, encarnados en los activistas mayores y con trayectoria en el movimiento sindical: proyección de acciones, formulación de objetivos políticos claros, distribución racional de responsabilidades, relaciones más jerárquicas que implican liderazgos definidos, entre otros.

Asimismo, otra tensión relacionada con lo anterior tiene que ver con el carácter festivo y carnavalesco del paro nacional. El paro-fiesta es cuestionado desde ciertas perspectivas por carecer de seriedad, por desviar la atención de los propósitos políticos o por trivializar y banalizar las protestas. Así lo señaló Mendoza (28 de enero de 2020) a propósito de una de las jornadas del paro:

El supuesto paro del 21 de enero terminó en una farra-protesta de puta madre en el planetario y algunas escaramuzas en los barrios mientras en Antioquia quitaban las cabezas de las estacas y le daban sepultura a los decapitados. (…) Después del 23 de noviembre de 2019, se vieron en las calles acciones artísticas y simbólicas, gente emborrachándose y drogándose para luego gritar en la madrugada“viva el paro nacional” (…) sin el objetivo político, se disolverá una oportunidad histórica y eso es grave. (párr. 23).

Para muchos de los participantes, especialmente adultos, no deja de sorprender la apropiación del paro por parte de algunos jóvenes que, en efecto, encuentran en este un espacio para consumir licor, drogas y simplemente “pasarla bien”. En esta línea, por ejemplo, luego de que se confirmara el asesinato del estudiante de bachillerato Dilan Cruz el 25 de noviembre, entre el primer grupo de personas que a las 8 de la mañana se congregaron en la calle 19 con carrera cuarta el martes 26 de noviembre, en el lugar en el que fue impactado por un proyectil de un arma artesanal disparada por un agente del ESMAD, dos personas llamaron la atención: por un lado, una joven que con su voz desgarrada gritaba “Dilan no murió, a Dilan lo mataron los cerdos del ESMAD”. Junto a ella y pese a no conocerla, un joven con una estética punk completamente ebrio intentaba también vociferar dicha arenga. En este momento que no era de fiesta sino de dolor, el joven bailaba, raía y en cierta medida daba la razón a los críticos del paro-fiesta. Sin embargo, poco a poco fueron llegando personas al lugar, adornando con pancartas, banderas y flores el sitio y el joven desapareció entre los transeúntes.

Fuente: fotografía tomada por el autor, 26 de noviembre de 2019

Imagen 1 El lugar en el que asesinaron a Dilan Cruz 

En las horas de la tarde, en este mismo lugar, una multitud de personas levantaban con fuerza aquella pancarta con el mensaje “Dilan, estamos contigo”, al tiempo que transformaban su dolor e indignación en cantos, música y arengas: de nuevo en una fiesta y un carnaval no para celebrar, sino para conmemorar la memoria de Dilan Cruz y expresar cantos de protesta. Ante esto, no se puede desconocer la importancia del carácter afectivo y emocional de la fiesta, así como sus implicaciones políticas que no se reducen al “pasarla bien” o a los “consumos” que desde el mundo adulto se utilizan para juzgar y estigmatizar las prácticas juveniles. Como señala Aparicio (8 de diciembre de 2019):

El carnaval es un espacio donde se expresan los desacuerdos, donde es posible burlarse del poder y de la verticalidad de ese poder, burlarse del cinismo y de la farsa (…) La clave es que el carnaval logre marcar unos antagonismos, unos conflictos y unas tensiones. La fiesta y el carnaval seguirán siendo lugares de experimentación de subjetividades políticas, que están intentando denunciar y cuestionar, por un lado, y proponer un cambio en el reparto de la democracia, por el otro. Y ahí está la clave de leer la fiesta no como expresión de la cultura del emprendimiento, sino de una cultura popular que pone de manifiesto el desacuerdo. La banalización de la fiesta llega cuando los antagonismos desaparecen y en ese punto se pierde el horizonte de los cuerpos que se han asociado para, justamente, pensar un mundo mejor (pár. 12)

Para terminar, es importante enfatizar que, si bien en el paro convergen múltiples posturas acerca de lo que este “debería ser” y que generan diversas tensiones, estas no deben asumirse como “problemas o males necesarios”, pues son inherentes a la construcción de lo común y permiten que la acción política se repiense y se reinvente. No es posible desterrar el conflicto y las tensiones de la acción colectiva, pues estos son constitutivos de vida social y de la construcción de lo común. Lo común no se basa en la política del consenso, de la armonía y de los acuerdos racionales. Se basa en lo político, en aquellos procesos en los que se reconoce la inevitabilidad del antagonismo y se permite que los conflictos se expresen (Mouffe, 1999). Como señaló Alinsky:

Sólo en el vacío sin fricción de un mundo abstracto inexistente, el movimiento y el cambio podrían producirse sin esa abrasiva fricción del conflicto. (…) Una sociedad abierta y libre es un conflicto continúo interrumpido periódicamente por compromisos, que a su vez se convierten en nuevos conflictos (...) Si uno deseara componer la banda sonora de la democracia, el tema dominante sería la armonía de la disonancia. (Alinsky, [1971] 2012, p. 92).

CONCLUSIONES: ENTRE RETOS Y DERIVAS

En contextos como el colombiano, atravesados por violencias estructurales y fuertes mecanismos de cinismo e impunidad, las prácticas de persecución, estigmatización, desaparición, desplazamiento, despojo de tierras o asesinato selectivo han generado un clima de terror que se ha encargado de resquebrajar el tejido social, de romper solidaridades, de instalar el miedo y de reproducir la desconfianza generalizada como factor necesario para la supervivencia y la autoprotección. Además, una sensación constante de amenaza e inseguridad favorece el silencio, el aislamiento y el control biopolítico basado en discursos de seguridad nacional o ciudadana. Ello se complementa con los principios de la racionalidad capitalista que también se han encargado de promover el oportunismo, el egoísmo, la competitividad desmedida, la subordinación del Estado frente al mercado, la negación de derechos y la mercantilización de la vida.

Ante estas dinámicas y valores dominantes responde la acción colectiva juvenil, articulada a cuatro pilares sobre los que reposa buena parte de su potencial contrahegemónico: la comunicación, la confianza, la colaboración y la construcción de lo común. Como han mostrado varias investigaciones (Delgado et al., 2008, Aguilera, 2010; Alvarado et al., 2011), la acción colectiva juvenil no puede pensarse por fuera de novedosas prácticas comunicativas y de los vínculos basados en la confianza y las redes afectivas. En muchos casos tales vínculos son la condición de posibilidad de la asociación, la organización y la permanencia en los colectivos y tienen un peso incluso mayor que las convicciones “racionales”. Las cuatro Co, presentes en distintas manifestaciones como las batucadas o los cacerolazos del paro nacional, dotan de sentido y fuerza la acción colectiva de los actores que se movilizan por motivaciones compartidas. Estos pilares impulsan el reconocimiento mutuo, los sentimientos de identificación y la empatía colectiva. Su engranaje, además, le da potencia a la acción y favorece su persistencia o continuidad en la esfera pública.

Se puede afirmar que la acción colectiva juvenil que compareció en el paro nacional de Colombia (2019-2020) a través de novedosos repertorios de protesta, de activismo físico y digital y del ensamblaje de las cuatro Co, “evidencia una significativa ruptura con los modelos tradicionales de hacer política, en tanto estas dimensiones son las que definen las posibilidades de acción y la permanencia en los grupos de los jóvenes, incluso antes que la adscripción e identificación con los ‘objetivos más racionales’” (Aguilera, 2010, p. 93). Las cuatro Co, más que interferencias, complementos o dimensiones al margen de lo político, son instancias profundamente políticas que a pesar de moverse por sendas distintas a las de la política tradicional, actúan como “potencia de acción y de transformación” (Negri 2012, p. 110) que se sitúan en el corazón mismo de la acción colectiva juvenil. Aunque superan las formas hegemónicas, individualistas y competitivas de hacer política, las cuatro Co de la acción colectiva juvenil constituyen una fuerza de cohesión e intervención que se manifiesta en prácticas, relaciones y expresiones juveniles de “poder constituyente y colectivo” (Negri, 2012, p. 223).

En el marco del paro nacional de Colombia las cuatro Co se manifestaron como parte de renovadas prácticas político-culturales que tuvieron lugar desde el 21N. Este paro contó con grandes convocatorias, como las del 21N, 22N, 23N, 27D, 4D y 8D, así como con otros momentos “menos masivos, pero en los que, en todo caso, la gente salió a la calle” (Aparicio, 8 de diciembre de 2019, párr. 1). Debido a su fuerza, como ha sido común en las movilizaciones masivas desde el año 2011 y más recientemente en las protestas de Chile, la respuesta del Gobierno fue la represión que derivó, entre otros, en la muerte violenta del joven Dilan Cruz, estudiante de bachillerato asesinado en pleno centro de Bogotá por un integrante del ESMAD. Pese a ello el paro se prolongó en el tiempo y a inicios de febrero de 2020, momento en el que se redacta este artículo, se enfrenta a varios retos, que más que objetivos racionales pueden concebirse como derivas, al anticipar trayectos contingentes e inciertos:

  • Mantener una acción colectiva masiva y contundente que no se deje atomizar por sus tensiones internas. El paro y sus formas de acción colectiva con protagonismo juvenil deben reconocerse en su diversidad y valorar las relaciones abigarradas que les constituyen, preservando las alianzas y conexiones alrededor de lo común. La creación de amplios espacios de convergencia como el comité de paro resultan estratégicos, en tanto logren articular a “múltiples organizaciones, colectivos y redes en torno a unos principios fundamentales, a la vez que preservan su autonomía y su especificidad” (Feixa, Juris y Pereira, 2012, p. 34).

  • Contrarrestar la estrategia del Gobierno de montar una mesa de conversación (sin negociación) con el comité de paro, mientras de espaldas avanza y aprueba sus proyectos bandera (reforma tributaria ya aprobada y reforma pensional y laboral en curso) (Mendoza, 29 de enero de 2020),

  • Articular la multiplicidad de demandas en un conjunto reducido de ideas aglutinadoras y sentires comunes, en lugar de los 13 ejes y 104 puntos de la Agenda del Comité Nacional de Paro para la Negociación con el Gobierno Nacional (13 de diciembre de 2019), que por su extensión desbordan la posibilidad de negociar en un tiempo razonable en el que todavía el apoyo masivo y popular permita ejercer cierta presión.

  • “Continuar innovando en los repertorios de protesta de forma tal que ésta no se restrinja a marchas, movilizaciones y bloqueos y conciten el interés de más colombianos y colombianas” (Gómez, 30 de enero de 2020).

En este panorama, de lo que no cabe duda es que el paro nacional ya sentó un precedente y pasó a la historia por la cadena de acontecimientos esbozados en el presente texto. Cómo se desenvuelva o qué efectos pueda seguir teniendo son una incógnita. Sin embargo, en la memoria de muchos queda el recuerdo de la forma como la comunicación, la confianza, la colaboración y la construcción de lo común se hicieron presentes y constituyeron un engranaje que, además de potenciar la acción colectiva, posibilitó la expansión de otras formas de relación social que confrontan la indiferencia, el individualismo, la impotencia, la inseguridad, la desesperanza, el oportunismo, el cinismo, el miedo y el desencanto. Desde una acción colectiva juvenil eminentemente comunicativa, mediada por redes de confianza y entramados colaborativos, y productora de lo común sin diluir la diferencia y la especificidad; el paro nacional continúa generando ruidos, impugnando órdenes instituidos, construyendo alternativas de país y promoviendo cambios coyunturales y estructurales que pueden interferir en las relaciones de fuerza existentes para avanzar hacia “la creación de una nueva hegemonía” (Mouffe, 1999, p. 24).

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1 El término“paquetazo”en la historia reciente de América Latina proviene de las medidas económicas de austeridad propuestas por Lenín Moreno en Ecuador, que incluyen la eliminación de subsidios a los combustibles y reducciones salariales. Tales medidas, impulsadas desde el Fondo Monetario Internacional, desataron en octubre de 2019 una masiva revuelta con amplia participación de trabajadores e indígenas.

2 La sevicia es la expresión de la violencia y la crueldad extrema que incluye el degollamiento, el descuartizamiento, la decapitación, la evisceración, la incineración, la castración, el empalamiento, las quemaduras con ácidos o sopletes; además del uso del machete y la motosierra que fueron el símbolo del terror producido por el accionar paramilitar. Como resultado de ello, en casi todos los lugares en los que el GMH (2013) ha adelantado su trabajo, las víctimas hacen referencia al miedo como la emoción más constante, generalizada, paralizante y mortificadora que impide adelantar las actividades cotidianas y modifica las relaciones familiares y comunitarias.

3 La colonialidad hace referencia a situaciones de opresión y explotación cultural, política, sexual y económica de grupos subordinados por parte de sectores dominantes. Situaciones que están presentes durante y después de las administraciones coloniales y que hoy están sujetas al régimen global impuesto por los Estados Unidos por medio del FMI, el BM, el pentágono y la OTAN (Grosfoguel, 2006). Como señala Escobar (2005) la colonialidad, constitutiva de la modernidad, implica subalternización de conocimientos y culturas de los grupos oprimidos y excluidos y no sólo acompaña necesariamente el colonialismo, sino que continúa hoy con la globalización.

4 García Linera (2001) al estudiar la estructura de los movimientos sociales en Bolivia, habla de la forma multitud para referirse a una red organizativa con un modo de unificación territorial y flexible que solo puede asumir la unidad como resultado de un paciente trabajo y no como un hecho dado que basta evocar para presenciarlo. En Negri et al. (2010) hay una interesante discusión sobre las diversas genealogías de la noción de multitud y sobre cómo llegaron a ella los intelectuales posmarxistas europeos y los intelectuales latinoamericanos como García Linera y Luis Tapia.

5 Usualmente la acción colectiva juvenil implica relaciones informales mediadas por amistades que circulan por diferentes movimientos, así como convergencias coyunturales o casos de doble militancia que son cada vez más comunes (Aguilera, 2010). De lo que no cabe duda es que los jóvenes ejercen cada vez más una política del devenir y de la experimentación, en lugar de una política sustentada en la lealtad a un solo colectivo o movimiento o asociada a un solo conflicto (clase, trabajo, género, educación, memoria, etc.).

6 La noción de abigarrado que menciona Luis Tapia (en Negri et al., 2010) se asocia a la superposición de relaciones y actores heterogéneos que se articulan en redes y pueden incorporar distintas concepciones de mundo, “varios modos de producción de subjetividad, de socialidad y sobre todo varias formas de estructuras de autoridad y autogobierno” (p. 66).

Recibido: 07 de Febrero de 2020; Aprobado: 25 de Abril de 2020

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