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Análisis Político

Print version ISSN 0121-4705

anal.polit. vol.33 no.99 Bogotá May/Aug. 2020

https://doi.org/10.15446/anpol.v33n99.90989 

Internacional

VENEZUELA: UN RÉGIMEN MILITAR SIN CAPACIDAD DE GOBIERNO NI OPCIÓN DE TRANSICIÓN POLÍTICA

VENEZUELA: A MILITARY REGIME WITHOUT GOVERNMENT CAPACITY OR POLITICAL TRANSITION OPTION

Carlos Alberto Patiño Villa* 

Oscar Almario García** 

*Doctor en Filosofía. Profesor titular en el Instituto de Estudios Urbanos, Universidad Nacional de Colombia, Sede Bogotá. Correo electrónico: capatinov@unal.edu.co

**Doctor en Antropología, cursando programa Posdoctoral en la Universidad de Buenos Aires. Profesor titular en la Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín. Correo electrónico: oalmario@unal.edu.co


RESUMEN

La crisis actual de Venezuela y las repercusiones para los países vecinos tiene un trasfondo que puede explicarse a través de los orígenes que dieron cabida al régimen, el contexto histórico en el que surge y el ensamblado institucional y militar que desarrolló para prolongarse en el poder del Estado. Esta situación ha contribuido a la dificultad de una transición política dada la inflexibilidad de la estructura del régimen, así como las importantes alianzas geopolíticas que han permitido su mantenimiento. En este sentido, se busca explicar la paradoja de cómo la construcción de un régimen instaurado principalmente sobre el ámbito militar como eje central, pero manteniendo las bases bolivarianas en los asuntos de la democracia formal, sumado a una anodina oposición venezolana, han permitido su permanencia en el poder a pesar de llevarlo a una crisis política caracterizada por la precaria capacidad de gobierno, la violencia colectiva y la pérdida parcial del reconocimiento internacional.

Palabras claves: Régimen político; Venezuela; poderío militar; geopolítica; Conflicto político; Socialismo Siglo XXI

ABSTRACT

The current crisis in Venezuela and the repercussions for neighboring countries have a background that can be explained through the origins that gave rise to the regime, the historical context in which it arises and the institutional and military assembly that it developed to prolong the power of the State. This situation has contributed to the difficulty of a political transition given the inflexibility of the structure of the regime, as well as the important geopolitical alliances that have allowed its maintenance. In this sense, it seeks to explain the paradox of how the construction of a regime established primarily on the military as a central axis, but maintaining the Bolivarian bases in the affairs of formal democracy, added to a bland Venezuelan opposition, have allowed its permanence in the power in spite of taking it to a political crisis characterized by the precarious capacity of government, the collective violence and the partial loss of the international recognition.

Keywords: Political Regime; Venezuela; Military power; geopolitics; Political Conflict; Socialism 21st Century

INTRODUCCIÓN

El Estado bajo el modelo de República Bolivariana de Venezuela, presidido por Nicolás Maduro, ha entrado en un proceso de deterioro que pone en evidencia los problemas que dicho régimen político tiene para gobernar, y que se han incrementado principalmente por tres razones: primero, una grave crisis económica, que empezó a tocar fondo desde el año 2013; segundo, una notoria inestabilidad política e internacional, producto de la destrucción económica, que ha desbordado el país y se ha convertido en una crisis migratoria y humanitaria a la vez, impactando de forma directa tanto a los países vecinos como a países tan alejados como Chile o México; y tercero, el surgimiento de una disputa institucional del poder presidencial, encarnada por Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional, a la que Maduro ha tratado de ilegalizar, pero que no obstante ha llevado a que Guaidó cuente con el reconocimiento como presidente interino de más de 50 países (Fisher, 2019). Sin embargo, para poder identificar los procesos que han llevado a la crisis del régimen político venezolano− lo que no ha conducido ni a su colapso ni a la pérdida, por ahora, de la capacidad de usar la fuerza −, es necesario presentar el contexto que ha generado esa realidad.

Es importante indicar antes que, el actual régimen político venezolano es el producto de la instauración del Estado revolucionario autodenominado como bolivariano, que se inscribe en el marco del llamado “socialismo del siglo XXI”, tal y como lo definió desde el inicio de su trayecto político como presidente Hugo Chávez Frías. En el acto de posesión presidencial, el día 2 de febrero de 1999, Chávez escenificó una ruptura con el orden constitucional e institucional frente al cual debía gobernar, al afirmar que juraba su cargo sobre una constitución moribunda, algo que muchos analistas, periodistas y políticos asumieron más como una fórmula retórica de cara al electorado que lo había elegido, que una declaración formal de ruptura del orden constitucional que recibía. Pero las raíces de tal ruptura se pueden encontrar, en un contexto amplio de análisis, en un momento anterior que es el marcado por el golpe de Estado que Chávez, en el grado de coronel del ejército de tierra venezolano, había liderado junto con otros militares que no superaban al parecer los tres millardos, el 4 de febrero de 1992, y al cabo del cual terminaron negociando con el gobierno presidido por Carlos Andrés Pérez.

El régimen político creado por Chávez, y el chavismo como fuerza política que se mantiene vigente durante el gobierno de Nicolás Maduro, quien en su desempeño ha hecho reiteradas alusiones a la presencia del llamado “comandante eterno”, ha estado marcado por cuatro características básicas: primero, el centro de la revolución, tal y como la han denominado los chavistas, es el núcleo de las fuerzas militares, incluyendo a la Guardia Nacional, que desde la instauración de este régimen pasó a denominarse Guardia Nacional Bolivariana. Segundo, la estatización de la economía, lo que implicó el cierre, nacionalización y eliminación de una gran parte del sector empresarial privado, que tomó el centro de la revolución luego de la radicalización de la misma después del año 2008. Tercero, la creación de un entorno militar apropiado para la defensa y expansión de la revolución, ejecutado en tres dimensiones distintas: una global, una regional, y una nacional. Y cuarto, la conducción del régimen dentro de un modelo de democracia de masas, por encima del modelo de la democracia representativa, que ha supuesto el impedimento sistemático de la alternancia del poder y la eliminación del disenso como una garantía política. Para ello además el régimen asumió como requisito básico la introducción, de forma muy hábil, la desinstitucionalización programada del Estado, a través de la creación de fuerzas paramilitares, identificadas con el término genérico de milicias bolivarianas.

LA REVOLUCIÓN Y SU PRELUDIO

El ascenso y desenvolvimiento de Hugo Chávez en el poder no se pueden entender sin incluir como preludio fundamental el golpe de Estado del 4 de febrero de 1992, contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez. Sin embargo, con el paso de más de casi tres décadas de aquel acontecimiento es posible afirmar que dicho golpe de Estado no era contra el gobierno de Pérez, sino contra el Estado en pleno, en tanto que objeto directo del ataque que un ideario revolucionario tenía proyectado contra éste (Waxloxten et al., 1992). Este golpe de Estado era el centro de la revolución misma, realizada con militares y no con civiles revolucionarios, pues éstos serían integrados a la revolución una vez ésta hubiese sido puesta en marcha, de forma tal que los verdaderos revolucionarios eran los militares1.

Aunque parezca extraño esta afirmación en los entornos políticos dominados por civiles, lo que Chávez y sus compañeros de armas ejecutaban estaba en la línea con lo que históricamente ha ocurrido en Venezuela, en donde los militares, al parecer desde el comienzo mismo de la historia de la República, han sido el soporte del poder político, cuando no son el poder político mismo. En esta acción golpista Chávez estuvo seguido por otros militares de alta graduación que durante sus períodos gubernamentales tendrían puestos de dirección política destacada, y entre los que se encontraban Francisco Arias Cárdenas2, Yoel Acosta Chirinos y Jesús Urdaneta. De esta forma Chávez era un militar que buscaba acceder y mantenerse en el poder, justificándolo como una lucha política que ameritaba el uso de las armas, y creando además un régimen en el que sus herederos políticos pudieran quedarse. Para ello, se presentó como un héroe revolucionario que por momentos se definía como antimarxista y en otros como marxista, prometiendo así que daría el poder al pueblo y mejoraría sus condiciones de vida.

Esta posición fue clave para la creación del “Movimiento V República”, con el que se presentaría a las elecciones en 1998, luego de haber estado en la cárcel, ser indultado y establecer relaciones fluidas con políticos colombianos y otros sectores de este país, tanto dentro de la legalidad como de la ilegalidad. Entre los militares destacados durante la trayectoria política de Chávez se encuentra Diosdado Cabello, actual presidente de la llamada Asamblea Nacional Constituyente, quien es un antiguo teniente seguidor de Chávez, y para muchos el verdadero sostén de Nicolás Maduro durante los últimos años de crisis frecuentes y de inestabilidad política en aumento. En este sentido, Cabello al parecer ha sido el verdadero nexo con los militares, quienes están mediados y dirigidos por una de las más grandes cúpulas castrenses del mundo3. Chávez se dio a la tarea de introducir una reforma militar que le permitiera incidir de forma directa en la doctrina militar y en la orientación ideológico-política de las instituciones castrenses, con el fin de crear una fuerza de apoyo político a la revolución. Para ello se dio a la tarea de acelerar los relevos en los mandos, con el fin de buscar la salida de aquellos oficiales de alta graduación que le fueran contrarios. Esta posición fue mucho más firme luego del contragolpe que Chávez logró asestar a quienes en el año 2002, encabezados por el empresario Pedro Carmona Estanga, lo habían logrado apartar del poder político por más de 48 horas, en una acción militar dirigida por los generales Néstor González González y Lucas Rincón.

La superación del golpe de Estado de 2002 le permitió a Chávez hacer cambios profundos en la conducción del Estado, incluyendo entre estos cambios, la toma del control de compañías estatales, sacando a los civiles de la dirección de las mismas, para ubicar al frente, por lo general, a exmilitares cercanos y de su confianza, o a militares en ejercicio. Uno de los momentos más visibles de este tipo de acciones se dio al término de la huelga de los trabajadores y directivos de Petróleos de Venezuela, PDVSA, en 2003, quienes protestaban contra las políticas económicas restrictivas e intervencionistas del gobierno (Gall, 2006). Y más allá de estos cambios, con base en la preponderancia que Chávez había otorgado a los militares, se inició una nueva fase de búsqueda de alianzas internacionales, en las que el componente estratégico era un punto central, tanto para defender la revolución como para buscar expandir la misma, lo que se iría presentando en la medida en que en la región fueran apareciendo gobiernos encabezados por mandatarios tanto afines al chavismo, como alineados a las posiciones políticas que pudieran calificarse de antiestadounidenses. Dos de las relaciones claves que aparecieron en este contexto fue la que Chávez profundizó primero con Cuba, y luego con Rusia. Así, los civiles se fueron integrando en el poder con los militares, pero siendo los segundos la columna central del poder, sin que existan razones reales para pensar que ello hubiese cambiado de fondo con la llegada al poder de Nicolás Maduro.

Un asunto central en el discurso del chavismo, que ha servido tanto de punto de encuentro entre militares y civiles, como de construcción de una nueva discursividad política, es el renovado culto a Simón Bolívar4, aquel fundador de la república y líder político-militar central en la independencia de la mayoría de las naciones andinas. Este culto a Bolívar incluso se convirtió en el centro de la política del chavismo, tanto así que se promovió desde el gobierno bolivariano de Venezuela un intento por reescribir y publicar una nueva historiografía que revigorizara la figura de Bolívar, y de paso atacara a sus viejos enemigos, como aquellos a los que Chávez identificó como “santanderistas”, que muy posiblemente habían envenenado al denominado Libertador (Europa Press, 2007). El culto a Bolívar fue por tanto la base ideológica central del nuevo Estado, de donde se deriva su denominación de bolivariano, como una legitimación implícita de los militares en el poder. En medio de este culto a Simón Bolívar para Chávez era una consecuencia obvia reivindicar lo que consideraba la creación política de aquél: la Gran Colombia5. En estas condiciones para Chávez era obvio que reconstruir ese Estado, desaparecido desde la década de 1830, era un objetivo no solo deseable sino alcanzable, a la luz de las razones y los legados bolivarianos para hacerlo. Este conjunto de ideas Chávez las desplegó durante su primer año de gobierno, las formuló de una manera asequible y deseable para los sectores populares, y las convirtió en constitucionales a través del referendo del 15 de noviembre de 1999.

Nicolás Maduro se ha mantenido en el legado de Chávez, sin intentar ni modificar el régimen político, manteniendo para ello las instituciones y casi que los mismos círculos de poder que se habían creado alrededor de Chávez. En este sentido algunos analistas cercanos al poder en el Palacio de Miraflores han indicado que en realidad no se puede hablar de madurismo más allá de hacer referencia a la conformación de un nuevo régimen político, o de una derivación nueva del chavismo, sino más bien de un mantenimiento del régimen político y de la corriente creada por Hugo Chávez. En toda esta realidad pesa además un hecho de fondo: Chávez pudo ejecutar gran parte de su política de estatalización de la economía y de expansión internacional de la misma, dado que pudo contar con los precios más altos que el petróleo ha alcanzado en su historia dentro de la economía mundial, mientras que Maduro ha tenido que gobernar durante un período - desde 2013 hasta hoy - en el que los precios del petróleo cayeron estruendosamente, arruinando muchas economías, entre las que encuentra la de Venezuela, aunque a Maduro le costó reconocer el impacto real de la caída de los precios del petróleo, algo que dejó claro durante varios de sus discursos durante el año 2014.

Maduro defiende, por lo tanto, una versión “original” de la revolución, que mantiene en el centro de esta a los militares, y son ellos los que sostienen al régimen político, son sus actores, lo que explica por qué los políticos de la oposición no puedan fragmentar o quebrar con facilidad el núcleo central del régimen. No es Maduro el centro del poder, éste lo tienen los militares, así Maduro sea el presidente de la república bolivariana.

LA ESTATIZACIÓN DE LA ECONOMÍA

Dentro de los ideales revolucionarios del régimen chavista se encuentra la estatización de la economía, que en efecto ha producido una transferencia de poderes y propiedades a nombre de unas ideas políticas, no solo ilegalizando la tenencia de ciertas propiedades empresariales, sino incluso dejando en condición de ilegítima la iniciativa económica no estatal. El grueso de la estatización llegó luego de la coyuntura 2007-2008, cuando los precios del petróleo comenzaban a ir al alza de forma continuada y daban la impresión de mantenerse por mucho tiempo por encima de todas las valoraciones, lo que generaba un ingreso extra en una industria que ya desde 1974 era estatal y que había tomado las riendas de la compañía de petróleos, PDVSA. Pero el proceso de la estatización de la economía se inició con un procedimiento que implicaba la intervención del Estado en el cambio de divisas, con el fin de mantener un cierto control sobre la economía, y evitar una gran fluctuación de esta por los efectos que el precio del petróleo pudiera tener. Sin embargo, durante el gobierno de Hugo Chávez, cuyas políticas han sido continuadas durante el de Nicolás Maduro, el control del cambio de divisas iba más allá de los objetivos de evitar las grandes fluctuaciones y se dirigió a tomar el control de la economía, privilegiando la idea de que el Estado podía dirigir la totalidad de las actividades productivas, de distribución y establecer un control directo sobre el comercio.

El Estado bolivariano estableció un mecanismo por el cual las posibilidades de hacer negocios de forma directa con divisas extranjeras, específicamente con dólares de Estados Unidos, se limitó a las que el Estado brindaba de forma directa. Ello hacía que tanto las empresas como los ciudadanos corrientes debieran acudir al mecanismo de cambio y lugares permitidos oficialmente por el Estado para ejecutar el mismo. Raúl Gallegos (2016) relata como el Estado bolivariano estableció en la práctica un criterio diferencial para el acceso a dólares, con precios que variaban en función de la cercanía política que se tuviera con el gobierno: una primera tasa que a mediados de 2014 se establecía en 6.30 bolívares por dólar. Una segunda tasa establecía un tipo de cambio de aproximadamente 12 bolívares por dólar, y que se relacionó con la opción establecida por el gobierno de que los venezolanos poseedores de una tarjeta de crédito podían gastar hasta 3.000 dólares en la misma, solo en el extranjero. Sin embargo, para acceder a esta opción los interesados debían solicitar una respectiva autorización a las entidades gubernamentales, que podía ser aprobada o negada. De entrada, aquí se establecía una fuerte barrera la opción de acceder a dólares a través de tarjetas de crédito. Y una tercera tasa de cambio que fijaba un cambio de 50 bolívares por dólar, lo que incluía la parte de dólares que el Banco Central de Venezuela subastaba a las empresas que requerían dichas divisas para las importaciones requeridas en sus actividades productivas. Como señala Gallegos, esta confusión cambiaria trajo dos consecuencias obvias: incentivó el tráfico ilegal de divisas en un gran mercado negro que terminó siendo tanto o más fuerte que las dinámicas impuestas por el Estado, y a la vez que condujo a una creciente devaluación del bolívar frente al dólar, que fue usado como un mecanismo de ajuste estatal.

Estas medidas se complementaron con otras dos que resultaron claves para los economistas chavistas: uno, el establecimiento del control de precios en diversos productos, especialmente en los identificados como básicos, lo que condujo a que se empezaran a producir períodos recurrentes de escases, disminución de los márgenes de ganancia reales para los productores y aparición del contrabando de diversos productos a gran escala. Dos, el gobierno tomó medidas restrictivas frente a las empresas, prohibiendo los despidos de trabajadores, imponiendo horas, e incluso días para el debate obrero durante la jornada laboral. Con el paso del tiempo estas medidas se fueron ampliando al control de muchas empresas, a través de la nacionalización, dentro de las que se encontraban importantes unidades de producción agropecuaria, a la vez que se fueron cerrando muchas de ellas. De esta forma el Estado bolivariano fue dando lugar a una economía de subsidio con base en las regalías que dejaba la venta del petróleo, específicamente después de 2003, haciendo que la sociedad venezolana dependiera crecientemente de las importaciones de casi todos los productos consumidos en el país, entre los que se encuentran alimentos; productos de aseo personal y para el hogar; insumos industriales que incluyen plásticos, piezas electrónicas y de tecnologías medias y avanzadas; medicinas y equipos médicos; equipos de explotación petrolera; equipos agropecuarios; y otros más.

Para el año 2013 la combinación de las diversas medidas políticas fue produciendo una crisis económica que se ha venido agravando hasta la actualidad, creando una economía desabastecida, que depende del petróleo en su venta internacional para obtener ingresos, que se ha convertido en una economía estatal, con pocas empresas privadas, y que depende de la importación para el abastecimiento de la sociedad. En medio de esta crisis, lejos de cumplirse la promesa del chavismo, lo que se ha cumplido es el anverso más irónico posible: se han creado unas fuertes brechas entre una elite enriquecida, una clase media pauperizada, y unos sectores populares arrasados económica y socialmente. En medio de esta crisis se presentaron las elecciones legislativas de diciembre de 2015 que permitieron que la oposición política (Mijares, 2016), agrupados en lo que se conoce como la Mesa de Unidad Democrática, ganara por primera vez desde 1999 unas elecciones contra el chavismo, proporcionándole al gobierno de Maduro una crisis política profunda que se sumaba a la económica, agravada cada año, y que después de 2017 ha ido tomando la característica de una crisis hiperinflacionaria. De hecho, según cifras del Word Economic Outlook (2016, p. 238, 2018, p. 250) Venezuela terminó el año 2016 con una inflación de 475%, el 2017 de 2.818%, y el 2018 de 12,874%.

ALIANZAS GEOPOLÍTICAS DEL CHAVISMO

El régimen político construyó su proyección geopolítica en dos direcciones distintas pero complementarias: de una parte, se aseguró tener aliados globales que le permitieran mantener su posición contrahegemónica regional, jugando un papel importante en esta proyección su relación destacada con la Federación Rusa en primer lugar, pero también con la República Islámica de Irán y con la República Popular de China. De otro lado, el chavismo se ha preocupado por construir una relación activa en la región, con aquellos Estados con los que puede compartir una línea de acción política y compromiso ideológico claro. Dentro de esta relación prima la que ha establecido con Cuba, seguida de la relación con Bolivia, Ecuador durante el gobierno de Rafael Correa y Paraguay durante el gobierno de Fernando Lugo, algo que también cabe decir de Brasil bajo el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva.

Las relaciones globales de Venezuela

En el período de la posguerra fría, Rusia ha tenido dos momentos de llegada a América Latina, siendo el diferenciador la presidencia de Vladimir Putin, quien aceleró la recuperación de la posición de su país como gran potencia, incluyendo dentro de sus objetivos geopolíticos a esta región. Antes de Putin, durante la presidencia de Boris Yeltsin, Moscú tuvo un acercamiento muy limitado a esta región, registrando solo algunas ventas de armas y equipos militares a países como Ecuador, Perú y Argentina. Putin por el contrario tomó la decisión de reabrir fuertemente las relaciones de Moscú con La Habana, y a partir de allí buscar nuevos aliados geopolíticos y socios comerciales, algo que expuso abiertamente en su visita de Estado el 11 de diciembre de 2000 a la isla, que aún era gobernada por Fidel Castro, el antiguo aliado soviético en el Caribe. Pero todo esto fue coincidiendo con el afianzamiento en el poder de Hugo Chávez, quien encontró en la Federación Rusa y su presidente a un aliado anti-hegemónico de alcances globales, que estaba dispuesto a brindar el soporte necesario para su gobierno. La coincidencia de objetivos, aunque no de ideologías, entre ambos gobiernos abrió un cambio geopolítico central en América Latina, que al parecer pasaba desapercibido por Washington, más interesado en abrir frentes en Oriente Medio y Asia Central.

La relación entre la Venezuela chavista y el Estado ruso se afianzó mucho más luego de que Chávez recuperara el poder en 2002, haciendo que la Federación Rusa se fuese convirtiendo en el proveedor de armas que necesitaba, sobre todo ante las crecientes reticencias de EEUU de venderle los repuestos necesarios para el mantenimiento de los equipos militares y los sistemas de armas de origen norteamericano que poseían las fuerzas militares venezolanas. Pero Rusia ha ido mucho más allá de los negocios de armas, y se ha involucrado a profundidad en la explotación petrolera y la extracción de minerales, sobre todo de aquellos que se suelen denominar como estratégicos. En el año 2004 Rusia y Venezuela firmaron un acuerdo para que Moscú provea a las fuerzas militares de Caracas de más de cien mil fusiles Kalashnikov, específicamente en las versiones Ak 103/Ak 104, con munición del pacto de Varsovia. Durante el gobierno de Chávez la compra más importante de armas a Rusia se dio entre los años 2006 y 2008, cuando Venezuela adquirió 24 aviones Sukhoi 30 (International Institute for Strategic Studies, IISS, 2009, p. 98), que modernizaron completamente la fuerza aérea, superando evidentemente las capacidades de los demás Estados de la región, convirtiéndose en sí una capacidad militar notoria. Estas negociaciones también incluyeron 47 helicópteros (International Institute for Strategic Studies, IISS, 2008, p. 100), entre combate y transporte, y la apertura de negociaciones para comprar submarinos que le permitan tener una capacidad naval superior a la existente en la región. Sin embargo, la comprobación de si dichos submarinos fueron finalmente recibidos y puestos en servicio por parte de la armada bolivariana ha quedado en la especulación.

En 2008, Rusia hizo su mayor demostración de fuerza en noviembre de ese año, al ejecutar una serie de ejercicios de guerra que involucraron a la armada de Venezuela y Rusia, con presencia de unidades de Cuba, y para los que Rusia había desplazado al crucero nuclear Pedro el Grande. La importancia de estos ejercicios fue clave para Caracas, mucho más cuando los mismos se presentaron luego de la guerra entre Rusia y Georgia, en agosto de ese mismo año, y ante la cual tanto los Estados Unidos como la OTAN no asumieron una opción de defensa directa del nuevo aliado afincado en el gobierno de Tiflis. En los años posteriores a la muerte de Chávez, Moscú siguió comportándose como un aliado cercano a Caracas dado que, aunque los intercambios militares han disminuido, Rusia aún continúa brindando créditos a Caracas para la compra de nuevos equipos y materiales de uso bélico. De todas formas, el equipo militar entregado por Moscú a Caracas incluye también 92 tanques de guerra del tipo T-72B1V; misiles antiaéreos Buk-M2E y misiles de largo alcance S-300BM; lanzaderas de misiles Smerch y Grad, y más de 132 vehículos de combate de infantería y vehículos anfibios de transporte de infantería. Todo lo anterior ha implicado que Rusia mantenga un nivel de asistencia y cooperación militar alta con Venezuela, que se complementa con los intereses geopolíticos más importantes ubicados por Moscú en la región, con los que conforma un triángulo estratégico: Cuba y Nicaragua. De hecho, Moscú puso en pleno funcionamiento un estadio de radioescucha ubicado en Cuba, y que había sido determinante para las actividades de inteligencia desplegadas por las URSS en la región durante la Guerra Fría.

Pero Venezuela también ha establecido una relación estratégica clave con la República Popular China, que le ha servido tanto para la provisión de armamento y equipos militares producidos por los grandes complejos industriales militares chinos, como la consecución de un aliado económico que ha tenido una clara participación en diferentes proyectos de Caracas, a la vez que se ha comportado como un prestatario de éste, brindándole amplios créditos comerciales en diferentes momentos, aunque de forma destacada desde que se inició la crisis económica en el año 2013. Los créditos comerciales con China han generado diversos y muy fuertes debates pues Venezuela ha cancelado gran parte de los mismos directamente con petróleo, a través de acuerdos que al parecer tienen precios fijos para el crudo entregado, y que no necesariamente reflejan la realidad del mercado internacional.

En los acuerdos alcanzados entre Caracas y Beijing se encuentra el del Centro Industrial de Radio Comunicaciones, que se construyó en Maracay; la provisión de chalecos antibalas y de otro material militar, a través de la transformación de un centro de producción industrial que debía generar procesos de transferencia tecnológica a Venezuela; y la construcción de diversas edificaciones modernas para las fuerzas militares venezolanas. De forma específica Venezuela ha adquirido, desde el año 2005, el siguiente material de China: radares de largo alcance, de la clases JLY-11 3D y JY-1B, junto son sistemas de comando y control para las defensas antiaéreas. Uniformes y equipos de campaña; material antimotín con destino tanto a la policía bolivariana como a la Guardia Nacional Bolivariana; más de 25 aviones K-8W; 8 aviones de transporte Y-8F-200W; más de 140 vehículos antimotines que incluyen versiones blindadas, de disuasión y los llamados portabarreras; vehículos blindados anfibios y tanques anfibios VN-16; lanzacohetes múltiples de 122 mm; morteros de 81 y 120 mm; más caminoes de transporte de tropas y municiones. Adicionalmente China ha construido y puesto en órbita tres satélites para Venezuela, dos de los cuales son de uso militar (International Institute for Strategic Studies, IISS, 2008, p. 100, 2009, p. 98, 2010, p. 102, 2012, p. 410).

Otras relaciones importantes de Venezuela, de carácter global, son las establecidas con Irán, que de nuevo, y en condiciones similares a las establecidas con Rusia y China, tienen componentes diplomáticos, militares y comerciales, de cara a una dimensión de carácter geopolítico. Entre los acuerdos militares Caracas estableció y logró la repotenciación de los aviones F5 que poseen una tecnología que las fuerzas militares iraníes conocen muy bien. Igualmente Irán trabaja en centros industriales militares de Venezuela para la producción de vehículos aéreos no tripulados, conocidos como Arpía, que se supone que es la versión venezolana del modelo iraní conocido como Mohajer 2. Igualmente Irán trabaja en la producción de pólvora para usos militares, y otros proyectos que al parecer se guardan en el más fuerte secreto.

Se debe destacar que desde que se inició la crisis política de 2015, y lo que se puede identificar como la descomposición del régimen venezolano con las diversas protestas ciudadanas más fuertes en el año 2017, que se ha agravado con la aparición de Juan Guaidó como presidente interino desde enero de 2019, para el régimen de Nicolás Maduro ha sido muy importante contar con el apoyo y reconocimiento permanente de estos tres Estados, siendo el más beligerante de los tres Rusia. Ello se ha hecho más evidente si se tiene en cuenta que Juan Guaidó6, desde que fue proclamado como presidente interino por la Asamblea Nacional, ha obtenido el reconocimiento de más de 50 países, entre ellos casi todos los del hemisferio americano, la Unión Europea y la mayoría de los Estados europeos de forma individual7.

Los acuerdos regionales del chavismo

Entre los acuerdos regionales alcanzados por Venezuela, tiene un lugar preeminente el que sostiene con Cuba, que se convirtieron en estrechos y prácticamente incuestionables desde el año 2002 en adelante. Tienen un carácter similar a los anteriores, solo que para Cuba la relación con Venezuela es crucial, pues de ésta recibe petróleo, y el suministro de muchos otros bienes necesarios para su economía, más el pago por los servicios que el personal cubano presta en el país continental, que va desde las misiones médicas hasta la prestación de asistencia militar, de inteligencia y de gestión gubernamental en algunas áreas.

De esta forma los acuerdos militares con Cuba incluyen los siguientes puntos: Formulación de la nueva doctrina militar, asesoría militar cubana en el diseño de organización y despliegue de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. Venta de equipos y ventas de armas cubanos, o de reprocesamiento en este país, con destino a Venezuela. Repotenciación de diversos equipos y sistemas de armas, que incluyen los equipos de origen estadounidense y de otros orígenes. La acción de oficiales cubanos como instructores en los diversos equipos militares que posee Venezuela, y la formación de oficiales venezolanos en las academias militares cubanas. La reparación de buques venezolanos en los astilleros cubanos, y construcción de lanchas de interceptación fabricadas en astilleros cubanos, y la transferencia tecnológica militarmente demandad en diversos niveles y áreas.

La segunda relación en importancia para Venezuela, en la región subcontinental de América Latina, es la que se estableció el gobierno boliviano, desde que accedió al poder el presidente Evo Morales, el 22 de enero de 2006. Estas relaciones, que partieron del hecho de que Venezuela tenía buenas relaciones militares y políticas con Bolivia desde las décadas anteriores, se convirtieron en estratégicas dada el encuentro ideológico y político existente entre Hugo Chávez y Morales, y en consecuencia se orientó a dar un respaldo geopolítico al segundo, entre otros asuntos en el reclamos reiterado de Morales contra Chile, en el sentido de revisar los acuerdos que cerraron la guerra del Pacífico (1879 y 1884), y en consecuencia revisar las fronteras y las territorios perdidos por Bolivia. Este respaldo geopolítico hacia Bolivia se vio claramente plasmado con el acuerdo para la construcción de bases militares y un puerto fluvial, que harían las fuerzas militares venezolanas, en consonancia con las peticiones del gobierno de La Paz. Este acuerdo se amplió a otras áreas que implicaban el trabajo en la infraestructura nacional boliviana, y al intercambio en formación e instrucción militar entre los institutos educativos militares venezolanos y bolivianos. Entre los acuerdos logrados también se definieron el préstamo de aeronaves venezolanas a Bolivia, la repotenciación de equipos militares bolivianos, la recepción de ayuda económica venezolana dirigida a las fuerzas militares de La Paz, y la cesión de vehículos nuevos a la Fuerza Armada Boliviana. Un punto central dentro de estos acuerdos fue la creación de la Escuela de Defensa de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, Alba, ubicada en la ciudad de Santa Cruz, en Bolivia, y que ha tenido la finalidad de la formación de civiles y militares para ejecutar planes de defensa nacional. En este contexto también Venezuela promovió y logró la firma de un acuerdo con entre Caracas, La Habana y La Paz, denominado Tratado de Comercio de los Pueblos, firmado por Chávez, Morales y Fidel Castro. Durante el gobierno de Nicolás Maduro estos acuerdos se han mantenido y ampliado, hasta donde la crisis económica venezolana lo permite.

El otro Estado con el que Chávez estableció relaciones fluidas fue el Ecuador, bajo el gobierno de Rafael Correa, 2007-2017, que se mantuvieron también durante el mandato de Maduro, para ser congeladas y llevadas al nivel de una práctica ruptura, desde que en el año 2017 Lenin Moreno relevó a Correa en el poder en Quito. De nuevo la afinidad ideológica y política entre Chávez y Correa produjo una alianza clave que tomó además como motivo de encuentro político, con repercusiones en asuntos de defensa, el disentimiento con el gobierno colombiano. Esta confluencia de intereses en contra del gobierno colombiano llegó a un punto importante a raíz de la llamada “Operación Fénix”, una incursión militar colombiana al campamento en el que estaba ubicado alias “Raúl Reyes”, dentro del territorio ecuatoriano, y que dio como resultado la muerte de éste y otra veintena de guerrilleros. Las reacciones de Chávez fueron en principios más radicales que las de Correa, y éste último terminó tomando una posición fuerte contra Colombia, que llevó incluso a especular sobre una posible confrontación bélica entre los tres países, aduciendo como “casus belli” la violación de la soberanía por parte de las fuerzas militares colombianas. Esta relación con Ecuador tuvo otro momento clave en 2009, cuando Venezuela cedió a las fuerzas militares del primero 6 aviones Mirage 50, con el armamento completo, que se consideraban sobrantes en la Aviación Militar Bolivariana.

Paralelo a esto también se encuentran las relaciones establecidas con Nicaragua desde la llegada al poder de Daniel Ortega, o las construidas con Manuel Zelaya, mientras que estuvo en el gobierno de Honduras, y que a la caída política de este último luego de un golpe militar, Chávez prometió una reacción armada, que incluiría el surgimiento de un grupo armado que lucharía por el restablecimiento del Zelaya en el poder.

De todas formas es necesario indicar que el chavismo se convirtió, o por lo menos pretendió convertirse, en una fuerza política determinante en la región, y para ello generó un movimiento geopolítico regional que suele verse como inusual, dejando en claro que América Latina no es homogénea, está dividida en regiones y por diferentes intereses políticos, económicos, militares y por intereses geopolíticos globales8. Lo anterior implica ahora que el régimen venezolano parece estar mostrando síntomas de descomposición, las tensiones geopolíticas alcancen niveles muy altos, llegando a los de las alertas militares, lo que explica que si bien un bloque de países, casi todos conformados alrededor del llamado Grupo de Lima9, condena al régimen de Maduro, algunos de los antiguos aliados internacionales del chavismo dan su respaldo al presidente del régimen chavista hasta donde pueden.

LA DESCOMPOSICIÓN DEL RÉGIMEN CHAVISTA SIN OPCIÓN CLARA DE TRANSICIÓN POLÍTICA

Un régimen político se puede descomponer por diferentes razones, pero es posible indicar algunas condiciones que llevan a dicha condición: primero, cuando los regímenes pierden la capacidad de gobierno, esto es, o bien de tomar decisiones o que las mismas sean efectivamente acatadas por las instituciones y los ciudadanos10. Segundo, cuando los procesos de violencia colectiva o de movilización ciudadana masiva llegan al punto de las negociaciones rotas con quienes ejercen el gobierno de las sociedades, y en consecuencia se abre una confrontación de difícil pronóstico, pero de la que casi siempre se sigue una necesaria transición política o el derrocamiento del gobierno y la caída del Estado (Tilly, 2007). Y tercero, cuando un régimen pierde el reconocimiento político por parte de la comunidad internacional, o por una parte sustancial de la misma.

En el caso del actual régimen venezolano, encabezado por Nicolás Maduro como presidente heredero de Chávez, de quien ha asegurado recibir mensajes y apariciones (Scharfenberg, 2013), las condiciones en las que viene ejerciendo el gobierno pareciera encontrarse en los términos de una descomposición del régimen político. Esto se ha acelerado desde la posesión de Nicolás Maduro el día 10 de enero de 2019 en la sede del Tribunal Supremo de Justicia, por fuera de lo reglamentado por la Constitución que obliga a que sea en la sede de la Asamblea Nacional, dominada por los partidos de la oposición desde la elección parlamentaria de 2015. Dicha Asamblea Nacional declaró que se produjo un vacío de poder, pasando a nombrar encargado del gobierno al presidente de dicha institución, Juan Guaidó. De una parte, tal nombramiento era el cierre de un ciclo de crisis múltiples -económicas, políticas, sociales, humanitarias- por las que viene pasando Venezuela desde el año 2013, y la apertura de otro que lleva a que la oposición, desde un marco institucional, y sin ejercer ninguna opción real de violencia colectiva, rompiera cualquier posibilidad de negociación con el régimen, y en consecuencia se abriera una necesaria vía de transición política.

El punto fuerte de la oposición, ahora renovada con el liderazgo político de Guaidó, es el reconocimiento alcanzado por éste, lo que genera dos problemas centrales: primero, la existencia de un Estado con dos gobiernos que se declaran legítimos cada uno, y que, segundo, cada uno esgrime una fuerza clara y definida de apoyos geopolíticos internacionales. Al parecer la dimensión del apoyo geopolítico aquí es determinante por su pulso, su orientación, y la capacidad de acción que muestren los respectivos validadores internacionales de cada bando en disputa. Solo que la fuerza de ejercer gobierno, imponer medidas y actuar punitivamente la sigue teniendo el régimen de Maduro, que tiene su centro político en las fuerzas militares. Los diversos intentos de obtener el apoyo de los altos militares, por parte de Guaidó y la Asamblea Nacional han fracasado de forma evidente, siendo el último fracaso más claro, el del 30 de abril de 2019, en el que se produjo un fallido alzamiento militar liderado por Guaidó, y marcado por la liberación de Leopoldo López. A partir de ese momento gran parte del pulso político interno está determinado por los pulsos geopolíticos directos (Malamud & Rogelio Núñez, 2019), protagonizados por EEUU, Rusia, China, el Grupo de Lima, Irán, y Cuba en un primerísimo plano, poniendo en riesgo el aumento de sanciones contra sí mismo, de acuerdo al anuncio que el gobierno de Trump viene haciendo de manera general desde hace meses, y de forma específica en el mes de abril (The Editorial Board, 2019).

No obstante, aun con las recientes acciones políticas de Guadó a nivel nacional e internacional, el régimen de Maduro hasta ahora no ha dado muestras de iniciar un proceso de transición, lo que solo se ha especulado en el lado de la oposición, y en los bandos geopolíticos que brindan su apoyo a ésta. Por el contrario, el régimen ha sacado a las calles de forma directa a las fuerzas de las llamadas milicias bolivarianas, con el fin de tener un apoyo armado paralelo al de la Fuerza Armada Nacional, y tener un instrumento político armado no institucional de su lado, que le garantice una palanca contra cualquier movimiento de las instituciones castrenses que se puedan involucrar en un golpe de Estado. Estas milicias han mostrado sus capacidades de acción no institucional durante el intento del ingreso de la ayuda humanitaria organizada por la oposición el 23 de febrero de 2019 (Ramirez Carreño, 2019), un día después del concierto en la frontera binacional, y en el que se presentó la deserción de unas decenas de unidades policiales y militares hacia Colombia y Brasil. Muchos de estos desertores relataron posteriormente que las milicias bolivarianas ejercían tanto represión contra los ciudadanos como controles armados contra los uniformados y sus familias que pretendieran desertar. De hecho, en el intento de alzamiento militar del 30 de abril, según diversos medios de prensa, Diosdado Cabello, el presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, órgano establecido por el régimen para desconocer a la Asamblea Nacional dominada por la oposición desde les elecciones de 2015, llamó a las milicias bolivarianas a rodear el Palacio de Miraflores, la sede del gobierno venezolano.

La situación del régimen de Maduro parece estar entrando en un punto muerto, apuntalado además por la caída histórica en la producción petrolera venezolana, lo que hará que la crisis económica se profundice, pero con el respaldo tanto de las Fuerzas Armadas como el de los gobiernos aliados a sus intereses. Si bien Maduro no puede detener abiertamente a Guaidó, contra quien se han allanado los caminos judiciales para procesarlos por distintos delitos, pues ello levantaría de nuevo los pulsos geopolíticos en su contra, pero a su vez conserva el apoyo de los militares mayoritariamente que lo sostienen en el poder. De otra parte, la oposición tampoco ha actuado de manera coordinada ni contundente y solo puede exhibir un gobierno formal desde el punto de vista de la legalidad, y a pesar de que controla algunas embajadas dado el apoyo internacional que tiene, no puede gobernar pues no tiene el control de las instituciones nacionales, pero sobre todo el reconocimiento de las fuerzas armadas.

CONCLUSIÓN

El actual régimen en cabeza de Nicolás Maduro es producto de un proyecto político liderado por Hugo Chávez Frías, conocido como el “socialismo del Siglo XXI”. Este proyecto se fue consolidando a través de una serie de estrategias y acciones como la estatalización de la economía, el fortalecimiento de las Fuerzas Armadas, la militarización de algunos sectores civiles, y las alianzas geopolíticas regionales y globales que permitieron su establecimiento y mantenimiento en el poder por más de dos décadas. La herencia del entramado de estas alianzas geopolíticas y militares ha quedado en manos de Nicolás Maduro quien actualmente ha llevado al país a una grave crisis política, social y económica que no sólo tiene repercusiones a nivel interno, sino que también han generado una inestabilidad profunda a nivel regional. Esta crisis ha tenido como protagonista una clara dimensión humanitaria toda vez que, según diversas agencias y la ONU, al parecer han salido de Venezuela, legal e ilegalmente más de 3.4 millones de personas. Esta corriente migratoria continuará en los próximos meses lo que implica una fuente importante de desestabilización de la región. Hoy Venezuela es el cuarto país que está en el centro de las crisis migratorias globales, después de Irak, Siria y Libia.

Asimismo, las tensiones geopolíticas se han incrementado fuertemente, entre otras razones porque John Bolton, ha afirmado desde diciembre de 2018, que para resolver el problema que hoy representa Venezuela, “todas las opciones están sobre la mesa”, lo que es una clara alusión al posible uso de las fuerzas militares norteamericanas para una intervención directa sobre Caracas (Burns, 2019). Sin embargo, para los países de la región ello sería un paso en falso, que aumentaría la desestabilización, y en especial para Colombia, que además debe contar con los factores que hacen que Venezuela sea la retaguardia estratégica del ELN, la principal guerrilla existente en el país, y la expansión del narcotráfico en territorios en guerra (Insight Crime, 2018).

Ahora bien, la paradoja del actual régimen venezolano y una razón principal por la que se mantiene en el poder consiste en que, a pesar de sustentar su legitimidad sobre los militares, este aún conserva todas las instituciones de la democracia formal, esto es la separación de poderes, dos asambleas, así como el llamado de elecciones presidenciales para el 2020. Es en ese dualismo institucional, de los militares como eje del poder y unos poderes públicos formalizados, donde reside una buena parte de la clave del control político que tiene actualmente del régimen de Maduro. Mientras las bases chavistas y bolivarianas se han ocupado de esos asuntos de la democracia formal, el poder efectivo se encuentra en las fuerzas militares y las milicias.

Ahora, si bien la situación en Venezuela estaría llegando a un punto de descomposición del régimen de Nicolás Maduro marcado principalmente por la incapacidad de gobierno, procesos de violencia colectiva, y la perdida de apoyos de países de la región y del resto del globo; las alianzas geopolíticas y el fortalecimiento del poder militar heredados por Hugo Chávez Frías no han permitido ni la caída del régimen de Maduro, ni que se presente a la vista ninguna posibilidad clara de transición política. Lo anterior se explica, entre otras cosas, e porque la anodina oposición venezolana ha resultado incapaz para develar y descifrar ese manejo del poder, y sobreponerse a sus propias debilidades y divisiones. Asimismo, la posición de los países del grupo de Lima y de los Estados Unidos, individual y colectivamente, ha sido errática e inconducente y ha terminado por apuntalar a Maduro, la teoría de que todas las opciones están abiertas no ha aportado nada serio a una eventual transición política y más bien la aleja.

En síntesis, esta compleja paradoja no sólo incrementa la crisis humanitaria que vive Venezuela, sino que también y sobre todo pone en riesgo la seguridad regional y especialmente la de los países vecinos, en un escenario en el que no se puede descartar un posible desenlace de difícil trámite.

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1 Un análisis importante de esta perspectiva se puede encontrar en el artículo de Isidro Sepúlveda “Hugo Chávez: pretorianismo y predestinación”, En: Política Exterior, Vol. 22, No 122, (marzo-abril de 2008)

2 Quien, en 2013, como gobernador del Estado de Zulia, ante la grave escases de productos de consumo que se empezaba a manifestar en todo el país, resultado de la estatización de la economía y la regulación de las divisas, introdujo el racionamiento de diversos productos en las cadenas de abastecimiento al público.

3 Algunos analistas han indicado que las fuerzas militares venezolanas tienen un número más alto de generales y altos mandos que la misma OTAN.

4 Para un análisis crítico de cómo se ha creado y usado sistemáticamente el culto a Simón Bolívar, véase al respecto el trabajo de Alicia Ríos, titulado “Nacionalismos banales: el culto a Bolívar. Literatura, cine, arte y literatura en América Latina”. Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, Serie Nuevo Siglo, 2013.

5 El chavismo tuvo un componente mesiánico, refundacional, por eso la necesidad de un nuevo relato histórico basado en la grandeza. Para tal propósito Chávez recurre a la figura de Bolívar, a quien los venezolanos ni siquiera le reconocen la fundación de la nación, porque esta fue obra de Páez. Sin embargo, se utiliza a Bolívar para buscar algo que vaya más allá de Venezuela, precisamente la Gran Colombia. En el contexto contemporáneo, todo esto significaba la aspiración de la reconfiguración del espacio político latinoaméricano y especialmente suramericano.

6 El 22 de enero del 2019 Juan Guaidó se proclamó y juramentó como presidente interino de Venezuela amparado en el artículo 233 y 333 de la Constitución al considerar ilegítimas las elecciones del 20 de mayo de 2018 en las que Maduro fue reelegido. Estos hechos desencadenaron la división en el tablero mundial entre los países que apoyan a Nicolas Maduro y a los que le dan un reconocimiento a Juan Guaidó como presidente legítimo de Venezuela.

7 Dentro de los países que reconocen a Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela desde el 23 de enero 2019 se encuentran: Albania, Alemania, Andorra, Argentina, Austria, Australia, Bahamas, Bélgica, Brasil, Bulgaria, Canadá, Chile, Chipre, Colombia, Costa Rica, Croacia, Dinamarca, Ecuador, España, Estados Unidos, Estonia, Finlandia, Francia, Georgia, Guatemala, Haití, Honduras, Hungría, Irlanda, Islandia, Israel, Kosovo, Letonia, Lituania, Luxemburgo, Macedonia, Malta, Marruecos, Montenegro, Países Bajos, Panamá, Paraguay, Perú, Polonia, Portugal, Reino Unido, República Checa, República Dominicana, Rumania, Suecia, Suiza, Taiwán y Ucrania. Adicional a estos 54 países, hay tres estamentos internacionales que también reconocen a Guaidó como presidente, los cuales son la Organización de los Estados Americanos (OEA), el Grupo de Lima y el Parlamento Europeo (PE).

8 Para un análisis detallado de los cambios geopolíticos constantes en las Américas, véase a Isidro Sepúlveda: La Cambiante Geopolítica de las Américas. En: Política Exterior, Vol.26, No. 147. Mayo-Junio de 2012.

9 Es una instancia multilateral constituida con base en la llamada declaración de Lima del 8 de agosto de 2017, en la que un grupo de países de América Latina asumía como prioridad el seguimiento a la crisis venezolana, y a la vez se implicaba en el impulso a nuevas acciones que obliguen a una transición política. Quedaron por fuera de este grupo países como Bolivia, Nicaragua, Cuba, Ecuador. México que inicialmente estaba dentro de este grupo, se retiró cuando Andrés Manuel López Obrador asumió el cargo.

10 Un ejemplo clásico del desconocimiento civil hacia las leyes o acciones punitivas de quien gobierna es el de la liberación de la India, liderada por Mahatma Ghandi, a través del movimiento de la no violencia, que se basó en el desconocimiento de facto del gobierno.

Recibido: 12 de Diciembre de 2019; Aprobado: 03 de Febrero de 2020

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