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Análisis Político

Print version ISSN 0121-4705

anal.polit. vol.33 no.100 Bogotá July/Dec. 2020  Epub Apr 05, 2021

https://doi.org/10.15446/anpol.v33n100.93360 

Dossier

LA POLÍTICA ECONÓMICA COMO CATALIZADOR DE LAS CRISIS

ECONOMIC POLICY AS A CATALYST OF CRISIS

Freddy Cante1 

1Doctor en Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Colombia. Profesor Titular de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario, Colombia. Correo electrónico: fredy.cante@urosario.edu.co


RESUMEN

La política económica convencional que se mantenido constante para preservar el capitalismo se mantiene también dominante para afrontar la crisis sanitaria y económica generada por la pandemia del Covid-19 y es un catalizador de más graves crisis, además de la naciente depresión económica. Esta política consiste en promover irrestrictamente el crecimiento económico, el gran incremento de la deuda, en beneficiar a los sectores más opulentos y, actualmente, en consolidar una alianza estratégica entre poseedores de activos intangibles (información y conocimiento) y Estados represivos para el control y administración de la pandemia y para el control social.

Palabras clave: deuda; depresión; cisnes negros; capitalismo; neoliberalismo

ABSTRACT

Conventional economic policy that remains constant to preserve capitalism also remains dominant to face the health and economic crisis generated by the Covid-19 pandemic and is a catalyst for more serious crises, in addition to the nascent economic depression. This policy consists in promoting unrestricted economic growth, the great increase in debt, in benefiting the most affluent sectors and, currently, in consolidating a strategic alliance between holders of intangible assets (information and knowledge) and repressive States for the control and management of the pandemic and for social control.

Keywords: debt; depression; black swans; capitalism; neoliberalism

INTRODUCCIÓN

Dos siglos antes de la gran crisis financiera de 1929 y décadas antes de que grandes economistas como Smith y Ricardo hiciesen sólidas defensas de la economía de mercado, el perspicaz literato (Swift, 2005) ilustró, sin ahorrar sarcasmo, la lógica de pensar de quienes han dado las bases teóricas para los diseños de la política económica dominante durante los últimos trecientos años. Estilando argumentos semejantes a los de un economista convencional (formado en la teoría neoclásica o marginalista y acérrimo defensor de la libertad de mercado), Jonathan Swift sugirió una especie de juego gana-gana en el que los pobres procedían a vender a sus robustos críos de aproximadamente un año de edad, como tierna carne para surtir los banquetes de la burguesía. Esta piadosa mortandad a gran escala (de millares de bebes de gente pobre) les evitaría el sufrimiento y la frustración que serían inevitables en su adultez y, además, mejoraría la dieta de cientos de oligarcas. Más allá de la controvertida proposición, en su bello escrito satírico queda plasmada, en su esencia, la lógica de la política económica hegemónica, la cual se puede sintetizar así: la tarea no consiste en erradicar los grandes dolores y catástrofes que sufre gran parte de la humanidad (como la pobreza, el desempleo, la enfermedad, la deuda, el calentamiento global, la guerra, la amenaza nuclear, etc.) sino, más bien, en mantenerlos y administrarlos para así convertirlos en buenos negocios, es decir, en fuentes de abundante lucro. Tal violencia de la política económica convencional se ha detallado en (Cante, Freddy & Torres, Wanda, 2019).

Un aspecto clave para entender el manejo convencional de las crisis económicas es el denominado mínimo vital social que, de acuerdo con el cáustico anti-economista (Maris, 2015), equivale al ingreso suficiente que permita a un proletario ganar lo suficiente para reproducir su fuerza de trabajo y, además, para fabricar a otros pequeños asalariados. Durante los tiempos de capitalismo salvaje y crisis este mínimo vital se reduce ostensiblemente; en temporadas de auge puede aumentar considerablemente.

Para afrontar la crisis financiera mundial de 1929 el gran economista Keynes sentó las bases para programar una política económica enfocada en aumentar, colosalmente, los gastos públicos y privados. Con obras faraónicas (comparables al despilfarro y futilidad de las pirámides) y con altos salarios se buscaba aumentar la demanda efectiva para que los empresarios (el sector real de la economía) pudiese vender sus bienes y servicios y, además y lo más importante, pagar sus deudas. Así las cosas, desde los años treinta hasta los setentas del siglo pasado, época dorada del keynesianismo, los proletarios pudieron sacar sus cabezas un poco más tiempo fuera del inframundo de la privación para consumir una mayor cantidad de los objetos por ellos mismos fabricados. En diversos lugares del mundo, en particular en las naciones más prosperas, varios millones de proletarios ascendieron, provisoriamente, a las llamadas clases medias: una especie de ilusos trabajadores que experimentaron un espejismo de la opulencia y, como Tántalo, sufrieron la frustración de lo inalcanzable. El economista (Hirsch, 1976) mostró los límites sociales del crecimiento, debido a la enorme brecha entre la riqueza masiva y democrática frente a la ultra-exclusiva riqueza oligárquica; sólo un puñado de oligarcas (súper-ricos) puede acceder a bienes y objetos posicionales. Por lo demás, desde la consolidación del neoliberalismo, hacia fines de los setentas del siglo pasado, se aumentó la desigualdad y se encogieron las clases medias.

Desde los años setentas del siglo XX, con el auge de Estados represivos, emergió una tecnocracia neoliberal que procedió con un programa de exterminio sistemático y masivo de pobres a través de la política económica, como lo planteó (Letelier, 2016) para el caso chileno, (Walsh, 1977) para la realidad argentina y, más recientemente (Klein, The Schock Doctrine, 2007) para otras diversas naciones del mundo como Estados Unidos, Sudáfrica, la extinta Unión Soviética, Irak, Polonia, etc. Con la flexibilidad de los salarios a la baja, el desmonte del llamado estado del bienestar, la privatización de la salud y de la educación, el mínimo vital social, en tiempos del nuevo capitalismo salvaje (o neoliberal), bajó al punto de aumentar dramáticamente la pobreza y la desigualdad.

En cuanto al conflicto distributivo, el heterodoxo economista polaco (Kalecki, 1982), con más claridad teórica y honestidad que Keynes, había mostrado que la macro economía es la arena de la lucha de clases. En particular mostró que los proletarios gastan lo que ganan (sólo consumen), los capitalistas (con capacidad de ahorro e inversión) ganan lo que gastan y que el conflicto distributivo entre salarios y ganancias es un juego de suma cero.

Obviamente Keynes no afrontó el problema distributivo y más bien supuso que el defecto del capitalismo radicaba, básicamente, en la falta de acceso a una moneda barata o libre para una mayoría de inversionistas y asalariados. En el capítulo 24 de su clásico texto (Keynes, 1936), sugirió, con timidez, una eutanasia del rentista, esto es, del perceptor de cuantiosos ingresos no devengados (rentas) provenientes de la propiedad de tierras y dinero. Con excesivo optimismo y enorme ignorancia con respecto de las realidades ambientales (crisis energéticas, calentamiento global, desaparición de especies animales y vegetales, pandemias, etc.) y de las dinámicas demográficas, supuso que, gradualmente, el mundo llegaría a una gran productividad, esto es, a una abundancia de capital productivo y a una estabilidad poblacional. Como fruto de ese proceso la humanidad llegaría a un opulento estado estable y, sin tener a quien prestar dinero, los rentistas se tornarían obsoletos.

En radical oposición a la ya tímida y precaria tentativa keynesiana de eutanasia del rentista, los diseñadores y hacedores de política económica neoliberal han propendido por mantener y consolidar al sector de la banca y las finanzas. En los años setentas promovieron un endeudamiento que, en regiones como América Latina, echó a perder la década de los ochentas (en lo que se conoció como la crisis de la deuda). Producto de la liberalización y desregulación, hacia el 2007 ocurrió una nueva e importante crisis financiera global y, no obstante, gracias a los buenos oficios de gobernantes y tecnócratas los banqueros fueron salvados (a costa de los menguados ingresos de los contribuyentes).

Entre finales del año 2019 y comienzos del 2020, por una explosiva mezcla de censura del Estado Chino al personal médico que había detectado un nuevo virus; la desidia e inercial apego a la economía normal de políticos, empresarios y consumidores que les cegó ante la veloz propagación de la enfermedad; y debido a la enorme interdependencia global (extremadamente intensa en transportes internacionales y nacionales de pasajeros y otras mercancías), se propagó el virus causante de la pandemia del Covid-19 a casi todos los países. La casi totalidad de los Estados nación (con muy pocas excepciones como Suecia y Uruguay) optaron por una desesperada medida medieval y enormemente represiva: el confinamiento estricto o cuarentena (un eufemismo de casa por cárcel) para la casi totalidad de la población. Hacia el mes de abril cerca de media humanidad (más de 3.500 millones de seres humanos) estaban en un encierro que en algunos países como Estados Unidos duró pocas semanas, en tanto que en otros como Argentina, Colombia y Perú duró largos meses. El mencionado confinamiento masivo sumado al cierre de transportes aéreos, fluviales y terrestres a nivel nacional e internacional se convirtió en un auténtico virus o shock anti-económico que bloqueó y frustró gran parte de las transacciones económicas y que contribuyó al colapso de ciertos sectores económicos. Excepto los llamados sectores esenciales (salud, abastecimiento de alimentos, seguridad y algunos servicios logísticos), los poseedores de riqueza virtual y generadores de deuda (el sector financiero), los sectores de la economía de la información y del conocimiento (redes, plataformas y mercados on line) y los Estados, todas las demás actividades del sector real de la economía se paralizaron. Esto disparó las cifras de desempleo, quiebra de negocios y pobreza. Los confinamientos quizás pudieron retrasar la propagación del virus y así dar tiempo para que el limitado sistema de salud pudiese reaccionar con pruebas de detección y unidades de cuidados intensivo para los casos más graves. Sin embargo, los gastos sanitarios y los mencionados efectos económicos del confinamiento obligaron a un enorme endeudamiento público y privado que, posiblemente, generará una gran crisis económica en los años venideros.

Después del contexto histórico de esta sección introductoria siguen tres secciones para dar un contexto referido a las bases teóricas de la política económica dominante y, además, para mostrar las tendencias globales. En estas secciones se expone la relación entre el capitalismo y la deuda, además del mostrar el incremento del endeudamiento en países en desarrollo y en Colombia. Se concluye señalando las posibles crisis que se podrían desatar en años venideros.

POLÍTICA ECONÓMICA VERSUS BIEN COMÚN

La política económica dista de la prosecución del llamado bien común. Lo político es el ejercicio del poder por parte de unos sectores sociales que, al promover sus intereses exclusivos, restringen peligrosamente las libertades de sus rivales y opositores. Lo económico, es decir, la sociedad de mercado es un proceso de extremada competencia que se puede equiparar a una guerra o jungla hobbesiana. El bien común es una quimera cuando las sociedades están fragmentadas por enormes diferencias en cuanto al acceso a recursos materiales (desigualdades en términos de activos e ingresos), cuando hay notables discrepancias en materia subjetiva (visiones del mundo, valores e ideologías) y, además, cuando existen amplias brechas en cuanto al acceso a la información y al conocimiento.

Los mercados fallan porque, además, de la desigualdad y de la concentración de la riqueza, generan problemas de incertidumbre y grandes crisis como la de 1929, ante la cual (Keynes, 1936) planteó una influyente hoja de ruta para una adecuada intervención estatal mediante algunas certeras pautas de política económica. No obstante, los Estados interventores (propios del keynesianismo y de la social-democracia) también fallan pues, lejos de estar integrados por desinteresados servidores públicos, están conformados por actores racionales (políticos, tecnócratas y burócratas) que, al igual que empresarios privados, son buscadores de lucro y, además, y lo más importante, trabajan para promover los intereses de los actores económicos con preferencias más intensas (o mayor poder adquisitivo y de negociación), como lo plantearon (Buchanan, J. & Tullock, G. , 1958) y (Schumpeter, 1942). Como lo entendió el perspicaz (Downs, 1957), en una democracia capitalista, las opulentas minorías organizadas (grandes imperios económicos, políticos y tecnócratas), terminan imponiendo su voluntad sobre las cuantiosas masas de consumidores y ciudadanos rasos que apenas tienen alguna capacidad de consumo (mínimo vital social).

Desde la perspectiva de la moderna teoría de la elección social, basada en el individualismo metodológico y sin recurrir a “anticientíficos” juicios de valor ni a engorrosas comparaciones interpersonales de utilidad, (Arrow, 1963) mostró la imposibilidad de alcanzar algún consenso sobre una función de bienestar social. Desde la misma orilla, (Sen A. , 1970) agregó que los individuos son entrometidos (anti-liberales) y, por lo mismo, tienden a imponer sus preferencias sobre su prójimo.

Desde la visión propia del realismo cínico en la teoría económica, el legendario (Bastiat, 2013) expuso cabalmente que la política económica consiste en el arte y en la ciencia de la expoliación. Cada actor racional (sea un individuo o una colectividad), busca promover sus intereses y, por lo mismo, transferir costes y cargas al resto de la sociedad. Así las cosas, los hacedores de política económica pueden dar ventajas a unas clases o grupos sociales perjudicando a otros o, algunas veces, en el corto plazo pueden intentar satisfacer a toda una sociedad a costa de dilapidar los recursos del futuro (lo que genera un sacrificio en el largo plazo, en particular para las generaciones futuras, sin voz y sin voto). La dilapidación de los recursos del porvenir se puede hacer al menos por dos vías, a saber: la deuda pública y/o la extracción de recursos minero-energéticos que garantizan rentas extraordinarias durante algún tiempo en el corto plazo y que, a la postre, generan crisis en el largo plazo.

EL ASCENSO DEL ESTADO GENDARME Y DEL CAPITALISMO DIGITAL

La crisis sanitaria y económica generada por la pandemia del Covid-19 está generando pérdidas para gran parte de la humanidad en el corto y largo plazo; no obstante, el sesgado manejo de esta por parte de gobernantes, grandes grupos de presión y hacedores de política económica convencional está generando ventajas y grandes ganancias para unos pocos. Actualmente se está consolidando una alianza estratégica entre los grandes poseedores de activos intangibles (información y conocimiento) y los Estados.

Los países que, al menos durante el primer pico de la pandemia, han tenido más éxito para frenar contagios (y por tanto para reducir la demanda de atención hospitalaria y el número de muertes), lo han conseguido con una cura peor que la enfermedad. Esta consiste en prolongados confinamientos masivos (no sólo de los contagiados sino de toda la población); gran cantidad de muestras para detectar infectados y, en especial, una estricta vigilancia a estos y a sus grupos de contacto. Lo peligroso de tal política de salud y de seguridad es que, durante y después de la pandemia, se estaría instaurando una sociedad vigilada y controlada por Estados y corporaciones que, en aras de garantizar la seguridad de la gente, impiden diversas libertades y, además, invaden y controlan la vida íntima de la ciudadanía.

Para (Klein, the Intercept, 2020), la pandemia del Covid-19 ha generado un shock en la sociedad, por el miedo al contagio se paralizan las economías y se permite el atropello de los derechos humanos. Los capitalistas del desastre, mediante su alianza estratégica con poderosos Estados como China y Estados Unidos aprovecharán estos años de crisis para generar nuevos y rentables negocios. Seguramente los más pobres y los trabajadores menos calificados serán los más perjudicados; algunos perecerán y otros tendrán mayor precarización laboral. Con certeza se ha acelerado el proceso de trabajo a distancia en el sector servicios, en la academia y en la política. En pocos años las labores menos calificadas y aún rutinarias, y aún los oficios de varios profesionales, gracias a los avances en inteligencia artificial, serán hechos por máquinas y robots.

En el reporte de (Bloomberg, 2020) se registran los individuos más ricos del planeta que, actualmente, son los poseedores de activos intangibles. Para la última semana de octubre del presente año se reporta que los cuatro personajes más ricos del mundo son, en su orden: Jeff Bezos, Amazon, US$180 Billones; Bill Gates, Google, US$119 Billones; Mark Zuckerberg, Facebook, US$99.7 Billones; y Elon R Musk, US$96.7 Billones con aplicaciones como SpaceX y Paypal. Durante lo transcurrido por la emergencia ocasionada por la pandemia del Covid-19 estos grandes emporios han crecido aún más, en razón del crecimiento de ventas on-line, manejo de grandes volúmenes de información para la trazabilidad del virus, reuniones de trabajo remoto, entretenimiento y diversas relaciones sociales en modalidad remota, publicidad, etc.

Estos propietarios de información y conocimiento son también los llamados Numerati, término acuñado por (Baker, 2008), para referirse a quienes, mediante algoritmos, manejan (y se apropian) grandes volúmenes de información y se pueden anticipar a las escogencias de la gente y, por tanto, logran controlar y moldear las preferencias de los individuos en el ámbito de la política, el mercado, la salud, el afecto, etc.

Las secuelas psicológicas de la pandemia, del confinamiento y de un estricto distanciamiento social, serían propicias para instaurar un mundo acostumbrado a la extremada asepsia y esclavo del temor. Los encuentros virtuales en las llamadas redes sociales podrían sustituir a los contactos reales, físicos y directos de las verdaderas relaciones sociales, afectivas y sexuales. Los grandes espacios públicos de reuniones, tertulias y manifestaciones masivas quizás serían abolidos o estarían mucho más vigilados.

Como lo ha resaltado (Byung-Chul-Han, 2020), el ágil y completo manejo de gigantescos volúmenes de información (big data), los sensores puestos en retenes para captar la fiebre y otros síntomas del coronavirus y el prolongado acostumbramiento a un Estado autoritario han garantizado el agridulce éxito para contener la pandemia en países asiáticos como China, Corea del Sur y Japón. Allí la ciudadanía es obsecuente con la intromisión del Estado y de las grandes empresas en su vida privada. En aras de su salud y seguridad han renunciado a sus libertades y a su privacidad.

En la perspectiva de (Harari, 2020), la intromisión en la vida íntima de la ciudadanía no sólo implica la apropiación de la información privada (mediante el hackeo de nuestros dispositivos de computación que están sobre nuestra piel) sino, más allá, de aquella que está al interior de nuestra piel: sangre, nervios, pulsaciones, etc., son también vigiladas y manipuladas mediante las nuevas tecnologías de vigilancia sanitaria y emocional.

La gran depresión de los años treinta del siglo XX fue afrontada por el Estado del bienestar, con el incremento de gastos e inversiones en salud, educación y otros componentes de la buena calidad de vida. La gran crisis que en 2020 ha sido desatada por la pandemia está generando el surgimiento de un Estado gendarme. Hoy, además del peligroso monopolio de armas de destrucción masiva y de la administración de la justicia por parte de los Estados, estos, en su nueva alianza con las grandes corporaciones que poseen activos intangibles, podrían también ejercer un nocivo control sobre la información y el conocimiento, algo que no tuvieron los regímenes totalitarios regidos por Hitler o Stalin.

Hoy, debido a la mencionada tendencia hacia la consolidación de un Estado gendarme, estamos mucho más supeditados a la capacidad que de gobernarnos tienen los Estados que, como lo planteó (Proudhon, 1851), tiene el siguiente significado: “Ser gobernado significa ser vigilado, inspeccionado, espiado, dirigido, legislado, reglamentado, encasillado, adoctrinado, sermoneado, fiscalizado, sopesado, evaluado, censurado, mandado, por seres que carecen de títulos, capacidad o virtud para ello. Ser gobernado significa verse anotado, registrado, empadronado, arancelado, sellado, timbrado, medido, cotizado, patentado, licenciado, autorizado, apostillado, amonestado, prohibido, reformado, reñido, enmendado, al realizar cada operación, cada transacción, cada movimiento. Significa verse gravado con impuestos, inspeccionado, saqueado, explotado, monopolizado, atracado, exprimido, estafado, robado, en nombre y so pretexto de la autoridad pública y del interés general. Y luego, a la menor resistencia, a la primera queja, ser castigado, multado, insultado, vejado, intimidado, maltratado, golpeado, desarmado, acogotado, encarcelado, fusilado, ametrallado, juzgado, condenado, deportado, sacrificado, vendido, traicionado y, para colmo, burlado, ridiculizado, ultrajado y deshonrado. Esto es el gobierno, esa es su justicia, esa es su moral.”

Además de cercenar las libertades, los Estados en alianza con las grandes corporaciones de la información, los administradores de la salud pública y privada, y los desarrolladores de medicinas, están decidiendo, con arbitrariedad, acerca de la vida, la enfermedad y la muerte de la ciudadanía. Esto se hará más evidente en los meses venideros, cuando sea descubierta e implementada la tan esperada vacuna que, obviamente, no se podrá aplicar simultáneamente para toda la población.

Paradójicamente, pese a los supuestos avances en ciencia y medicina, el Covid-19 ha sido afrontado desde la perspectiva epidemiológica tradicional. No obstante, en un reciente reporte de (BBC, 2020) se muestra que un grupo de científicos han demostrado que, más que a una pandemia, nos enfrentamos a una sindemia (o sinergia entre dos o más enfermedades). La población más pobre, hacinada y precarizada, con enfermedades previas como la diabetes y la obesidad, son los más propensos a contagiarse y morir por Covid-19. Los hacedores de política económica convencional y los tradicionales epidemiólogos han ignorado esta realidad, quizás por los costos redistributivos y el gasto social que implicaría una genuina ayuda a los más necesitados.

POLÍTICA ECONÓMICA ANCLADA EN LA NORMALIDAD

Los economistas convencionales prefieren, cómodamente, ignorar preguntas del fin del mundo (concernientes a crisis y catástrofes). Sus modelos están anclados en un perpetuo corto plazo con sendas normales (zonas medias y promedios de la parte prominente de la campana de Gauss), riesgos normales (previsibles) y un anclaje en eventos previsibles y conocidos que permitan hacer un cálculo de probabilidad. Ellos, además, suponen una economía con crecimiento ilimitado en un mundo de supuestos recursos inagotables y entonces niegan la existencia de monstruos apocalípticos (cisnes negros calamitosos o riesgos muy extremados).

Algunos pocos teóricos de la economía y de otras disciplinas, entre los que se destacan (Ehrlich, Paul & Ehrlich, Anne, 1993), (Hardin, 1993), y (Meadows, 1971), sostienen, básicamente, que debido al incremento exponencial de ciertas variables como la población, la afluencia, el consumismo, la deforestación y la contaminación, el planeta (y la vida) sufrirán una apocalíptica tragedia.

Con un planteamiento más radical, el economista (Georgescu-Roegen, 1975) ha demostrado, en tono apocalíptico, que el planeta tendrá un final trágico debido a la segunda ley de la termodinámica (la entropía), y esto ocurriría incluso sin la existencia del depredador ser humano. Con certeros argumentos ha criticado a los autores que hablan de crecimiento excesivo pues, en realidad, cualquier tasa (nula o modesta) de crecimiento es problemática. Como lo destaca (Bonaiuti, 2011), él ha sugerido que, quizás, una especie de estado decreciente sea lo más sensato con el fin de postergar la tragedia entrópica y promover una existencia digna y feliz, esto es, un bienestar o buen vivir (lo único digno y sensato que podrían hacer economistas y otros científicos sociales).

Preguntándose acerca de la tardía reacción ante las diversas crisis (Hirschman, Exit, Voice and Loyalty: Responses to Decline in Firms, Organizations and States, 1970) alertó acerca del inaudito aletargamiento de gran parte de la humanidad ante avanzadas catástrofes y prolongados procesos dañinos. Él mostró que en las urbes y en ciertas naciones privilegiadas del planeta, el crecimiento económico genera zonas de abundancia y estados de comodidad que contribuyen a embotar la sensibilidad y la alerta ante el peligro. Los habitantes de países opulentos y de cómodas urbes son los más propensos a esta ignorancia. En sus palabras: “…Most human societies are marked by the existence of a surplus above subsistence. The counterpart of this surplus is society’s ability to take considerable deterioration in its stride. A lower level of performance, which would mean disaster for baboons, merely causes discomfort, at least initially to humans. The wide latitude human societies have for deterioration is the inevitable counterpart of man’s increasing productivity and control over his environment …” (Hirschman 1970, 6).

Europa y Estados Unidos (durante más de cinco siglos) y con más rezago y altibajos ciertos países de Asia occidental y oriental (durante más de cinco décadas), han usufructuado un crecimiento supuestamente recurrente. Este es un crecimiento sostenido y ascendente en la producción de mercancías (bienes y servicios), con una economía crecientemente intensa en desarrollos científicos y tecnológicos. Las curvas de crecimiento económico y de incremento del ingreso per cápita expresan la recurrencia de un progreso que, por lo demás, se supone infinito.

No obstante, a diferencia de lo que suponen muchos economistas convencionales, en la mayoría de las circunstancias relacionadas con nuestra existencia efímera, azarosa e inestable hay importantes fluctuaciones y cambios de las diversas variables a través del tiempo. Existen turbulencias normales (altibajos y cambios moderados en una o varias variables) que implican variaciones dentro del terreno de lo conocido y previsible: los ascensos y descensos de la carretera, y las variaciones climáticas normales, las temporadas de auge y de declive en el clima normal de algún negocio. Esas turbulencias algo monótonas y muy poco trágicas (cambios dentro de la normalidad) se denominan volatilidad y constituyen riesgos normales o menores.

También existe una no deleznable cantidad de circunstancias en donde los cambios de una o diversas variables son extremos, anormales, sorpresivos y, para bien o para mal, estas transformaciones tienen el carácter de una crisis o, peor aún, de una tragedia. Dichas variaciones extremas son extraordinarias, consisten en cambios radicales, implican drásticas alteraciones en el curso de la historia que son irreversibles. Estas perturbaciones constituyen eventos con riesgos extremos (que ocurren en las colas de una monótona campana de Gauss), y que por constituir transformaciones muy radicales y raras (y que suelen ocurrir con muy baja frecuencia), han sido denominados como cisnes negros (Taleb, N., 2008 y 2012). Las crisis económicas de 1929 y 2007 son cisnes negros ruinosos; el calentamiento global y el colosal cambio climático de comienzos de milenio son eventos catastróficos para el planeta y para la vida en la tierra; los posibles hallazgos de vacunas contra epidemias y los descubrimientos de procesos para reducir ostensiblemente la dependencia de combustibles fósiles son indicios de cisnes negros gloriosos.

Gran parte del mundo se ha acostumbrado a que lo normal es mantener una senda de crecimiento económico a perpetuidad. Todos los políticos, tecnócratas y diseñadores convencionales de política económica coinciden en que, luego de la tormenta causada por la pandemia del Covid-19, llegará un retorno a la senda de la normalidad. El experto (Bremmer, 2020) plantea que vivimos tiempos de una depresión que sería seguida de un retorno a lo normal, aunque con los matices enseguida resumidos. Los más irresponsablemente optimistas inyectan ayudas monetarias para recuperar empleos perdidos y negocios en quiebra y para dar ayudas a los más pobres mientras se descubre y se administra la vacuna, estos suponen una breve recesión en forma de V, esto es, una veloz recuperación de pocos meses. Los algo más mesurados optimistas concuerdan con los primeros, aunque suponen que la recesión durará aproximadamente un año y tendrá una forma de U. Los pesimistas asumen que afrontamos una depresión global que, a semejanza de la crisis mundial de 1929, duraría entre una y dos décadas, pues toda la economía global ha sido afectada dada la grave afectación del sector real y la enorme interdependencia del mercado globalizado. No obstante, ellos también suponen que vendrá la normalidad, aunque eso será después de un algo tortuoso y quebradizo vía crucis. La gráfica siguiente ilustra el mencionado diagnóstico.

Fuente: Euroasia group

Gráfico 1 Jagged Swoosh recovery 

Como lo ha planteado (Taleb N. N., 2018), académicos, tecnócratas y políticos prefieren no hablar de cisnes negros, esto es, de grandes turbulencias, eventos raros y catastróficos muy poco probables pues, al no tener el pellejo en el juego, delimitan sus mediocres pronósticos a la zona media, de riesgos esperados y controlables, de la campana de Gauss.

DEUDA Y LUCRO COMO CAUSANTES DE CRISIS ECONÓMICAS

El común denominador de las crisis económicas en el capitalismo consiste en que estas son causadas por deudas que no pueden pagar los hogares o algunos Estados morosos y también por la pérdida de confianza de las sociedades en el sistema financiero (emisor de diversas formas de dinero y, por lo mismo, creador de diversas deudas). La propensión del capitalismo a las crisis radica en su propia esencia, esto es, en la búsqueda de lucro (profitability), la cual es inherente a la lógica de acumulación del capital.

El capital es diferente de la riqueza (entendida esta como un conjunto estable de activos). Como lo ha precisado (Heilbroner, 1985), los sistemas económicos pre-modernos tuvieron formas de riqueza estable y a veces tan duradera que algo de esta se conservó para la posteridad como, por ejemplo, las pirámides, los castillos, las iglesias y diversas arquitecturas y accesorios fabricados con excesivos lujos y singulares elaboraciones artísticas. El capital es una forma de riqueza mudable, transitoria e inestable pues, pese al persistente consumo suntuario y ostensible de la clase capitalista, la mayor parte de esta riqueza se reinvierte recurrentemente. Marx mostró que el capital existe en un movimiento perpetuo, a manera de un ciclo que comienza con dinero, continúa como mercancías que generan valor agregado y plusvalía, y que culmina con dinero incrementado (lo que se sintetiza en su formulación D - M - D’).

En lo relacionado con el lucro (profit), el economista heterodoxo (Shaikh, 2015) ha explicado que la existencia de crisis globales y recurrentes en el capitalismo se debe a las siguientes causas, a saber: la inversión de capital (por parte de empresarios que se ubican en el llamado sector real de la economía) obedece al lucro; estos invierten de tal manera que la tasa de rentabilidad (profitability) sea significativamente superior a la tasa de interés monetaria (la cual es la renta del dinero); la mayor rentabilidad consolida una estructura piramidal, pues en la cúspide de la pirámide están los capitalistas que acumulan capital y concentran ganancias y en la parte media y en la base están las clases trabajadoras que sufren explotación y pérdidas; la causa primordial de las crisis radica en la desigualdad socioeconómica y el desempleo que es inherente al capitalismo, lo cual se traduce en salarios magros y flexibles a la baja (como los que se han consolidado en la era del neoliberalismo).

Con razón, controvirtiendo a Keynes (quien aún creía en la factibilidad del pleno empleo), el economista polaco (Kalecki, 1982) demostró que al existir una relación inversa entre la tasa de ganancia de los capitalistas y el salario es, entonces, inevitable la lucha de clases en el ámbito de la macro economía. Además planteó que, estratégicamente, los capitalistas mantienen a una porción de la fuerza laboral desempleada (lo que Marx denominó ejército laboral de reserva) con el fin de perpetuar unos salarios bajos.

El reciente trabajo del tempranamente fallecido antropólogo (Graeber, 2011) da luces para entender con mayor profundidad la lógica de una economía monetaria, en particular el capitalismo. Los elementos fundamentales de su trabajo se pueden resumir como sigue: el vínculo social básico es la deuda, en un sentido amplio existen deudas impagables como los legados culturales y científicos, los afectos y las deudas con la posteridad como la deuda ecológica; el capitalismo constituye una economía violenta, pues la deuda es matematizada y, además, se incrementa exponencialmente con el paso del tiempo gracias al uso acomodaticio de la fórmula de interés compuesto (de tal manera que los deudores son explotados al pagar el principal de la deuda más los cuantiosos intereses); el dinero es, en esencia y en principio, crédito; los bancos centrales, la banca comercial y, en general, todo el sistema financiero (bolsas de valores, compañías de seguros, diversidad de especuladores), crean dinero a partir de la nada pues al crearlo imponen una deuda sobre los más pobres que, por lo mismo, requieren dinero para adquirir bienes y/o servicios de consumo perecedero o durable; el deber sacro-santo de pagar deudas es producto de una moralidad retorcida, pues los prestamistas no generan riqueza y los deudores son explotados y esclavizados para cumplir con sus diversas obligaciones financieras; la violencia de la deuda se evidencia cuando, por ejemplo, países endeudados como Haití son obligados por gendarmes financieros (como el Fondo Monetario Internacional) a pagar sus onerosas deudas al costo de sacrificar vidas humanas debido al desmonte de la seguridad social. En su perspectiva, el mayor endeudamiento de los hogares y el permanente crecimiento de la deuda pública son los motores inmediatos de nuevas y cada vez más graves crisis económicas.

Aunque el dinero se crea de la nada, la deuda que se impone a la sociedad con el accionar de los bancos centrales, la banca privada y el resto del sector financiero, genera una especie de riqueza virtual o ficticia, la cual crece a expensas de sector real de la economía. Los generadores de riqueza real, es decir, las unidades productivas que producen bienes y servicios entonces están doblemente supeditados a los poseedores de riqueza virtual pues, son deudores y, además, el rendimiento de sus inversiones (reales) debe crecer tanto o más de lo que crece la riqueza virtual (o deuda). La creciente brecha entre la riqueza virtual y la real fue explicada tres años antes del estallido de la crisis económica de 1929, el físico (Soddy, 1926), estudioso de la termodinámica, mostró que mientras la riqueza virtual (o deuda) crece impetuosa y desenfrenadamente, la riqueza real, al consumir y degradar energía y materia, realmente disminuye y se merma.

Más recientemente el profesor de mecánica cuántica (Lloyd, 2014), haciendo abstracción de la entropía, mostró que el sector real de la economía genera una energía positiva en tanto que el sector financiero, generador de deudas, crea una energía negativa. Según él, en equilibrio se contrarrestan ambos tipos de energía; sin embargo, cuando es excesiva la codicia de banqueros y supuestos magos de las finanzas, entonces se generan crisis. Por ejemplo, en el otoño de 2007, se produjo un fatal desequilibrio cuando firmas como Lehman Brothers habían sido capaces de prestar US$30 por cada dólar que efectivamente poseían. Entonces el hoyo negro del sector financiero se tragó gran parte de la economía.

Para el experto en temas monetarios (Das, 2014) existe una especie de adicción al crecimiento económico que ha generado un crecimiento a debe (hipotecando el futuro) y un consumismo por encima de nuestras posibilidades actuales. Se requirieron cinco siglos (1300 a 1800) para duplicar el crecimiento; un siglo para duplicarlo nuevamente (1800-1900). Bastó el siglo XX para multiplicar los estándares de vida (medidos en términos de opulencia): de 1929 a 1957 estos se duplicaron y de 1957 a 1988 de nuevo se multiplicaron por dos. En los últimos 30 años ha sufrido un proceso de financiarización: la deuda para consumo deviene un motor de crecimiento, para 2008 se requerían unos US$5 de deuda para generar US$1 de crecimiento que es cada vez más artificioso y perjudicial.

EL CRECIMIENTO DE LA DEUDA EN PAÍSES EN DESARROLLO

En el reciente estudio de los expertos (Kose, Ayhan; Ohnsorge, Franziska; Nagle, Peter and and Sugawara, Naotaka , 2020), se puede resaltar que la gran emergencia sanitaria causada por la pandemia del Covid-19 generó una marcada caída en algunas actividades económicas y gran turbulencia en los mercados financieros. Los Estados, debido a los enormes gastos para adecuar el sistema de salud y para auxiliar a la población desempleada y a empresas en quiebra, incurrieron en un gran déficit fiscal que se está resolviendo mediante el endeudamiento. La deuda total (sumando la deuda pública y privada) de las economías emergentes y de los llamados países en vías de desarrollo, como Colombia, se incrementó y aceleró en la última década. Hacia 1970 tal deuda equivalía a un 50% del PIB, para el 2009 llegaba a equivaler el 100% de tal tasa de crecimiento y para el 2019 ascendió hasta el 170% del PIB. La magnitud y el ritmo de crecimiento de tal deuda supera con creces anteriores oleadas de endeudamiento como el que se inició en los setentas (con los petrodólares prestados a dictadores y corruptos en América Latina y África) que generó la llamada década perdida en los ochentas del siglo pasado. Este panorama se agrava pues estos países han experimentado un decrecimiento cuantitativo (recesión económica) desde el 2014 hasta hoy, por lo que se puede evidenciar una brecha entre la pérdida de crecimiento y el colosal aumento de la deuda en la siguiente gráfica.

Fuente: Internacional Monetary Fund; Kose and others (2020); World Bank

Gráfico 2 Crecimiento y deuda (2010-2019) 

La tecnocracia del (UNCTAD, 2020) plantea que puede existir una recuperación o resiliencia ante la crisis generada por la pandemia si se recurre a un cuantioso gasto fiscal. Esto implica un compromiso de los recursos futuros, es decir, un considerable endeudamiento incluso para las economías más desarrolladas y opulentas. Muestran que sólo en los primeros meses del pandémico 2020 la deuda global ha ascendido a un 331% del PIB. Destacan que para afrontar los efectos de la pandemia (recesión, desempleo y empobrecimiento), los países desarrollados, en promedio, han destinado cerca del 8% del PIB en tanto que los países en vías de desarrollo apenas rebasan, promediando, un 4% del PIB.

En un artículo de (Parker, 2020) se resalta que 76 países con los ingresos más bajos y que adeudan unos 573 billones de dólares, afrontan la cruel disyuntiva entre pagar el oneroso servicio de la deuda (41 billones este año) o resolver los acuciantes problemas de salud, desempleo y pobreza que ha generado la pandemia. Países como Argentina, Ecuador, Líbano y Surinam no han podido cumplir con el pago de sus deudas externas este año. Esto contrasta con la cómoda posición de los opulentos países del G20 que dejan de usar el viejo manual de política fiscal e imprimen dinero. El FMI y el Banco Mundial -afirma Parker- advierten sobre una nueva crisis de la deuda y, pese a esto, sin abolir las deudas, buscan aliviar transitoriamente la situación de los países en una posición más vulnerable.

En un reciente reporte del Banco Mundial se muestran los ya onerosos pagos por el servicio de la deuda antes de la pandemia (Worldbank, 2020); de este se han tomado los datos de Colombia comparado con los de países en situación más crítica. Para el año 2019, previo a la crisis generada por la pandemia, el servicio total por pago de la deuda externa como porcentaje del producto interno bruto para Colombia era de 6.1%; para Argentina era del 9.2%; para Ecuador era del 9%; para El Salvador del 21.9%; para Nicaragua del 9.5%; y para Venezuela del 5.2%. Obviamente el nuevo endeudamiento a lo largo del 2020 generará un aumento en el porcentaje de pago por las nuevas deudas y, aunque existan algunos años de gracia, el tormento simplemente se postergará y será combustible para una nueva crisis de la deuda.

EL CRECIMIENTO DE LA DEUDA EN COLOMBIA

Del informe de los especialistas del BID (Manzano, Osmel y Saboín, José, 2020) se muestran los siguientes datos relevantes, en particular, para dimensionar el contexto previo y algunas consecuencias de la crisis económica desatada por la pandemia del Covid-19 en Colombia (comparada esta con otros países de América Latina). Las exportaciones de materias primas como porcentaje del PIB llegan a 10%, por debajo del promedio de América Latina y el Caribe (ALC) que es de un 13% y muy por debajo de Venezuela que casi llega al 35%. Esto muestra un sesgo extractivista en la economía y la enorme vulnerabilidad de esta ante la reciente caída en el precio de materias primas como petróleo, gas, cobre y oro. Tales cifras son un reflejo de la política económica de las dos últimas décadas en Latinoamérica, la cual consistió en dilapidar los recursos del futuro mediante la intensa extracción de recursos minero energéticos y de monocultivos, todo esto para obtener rentas en el corto plazo que, en algunos países como Bolivia, Brasil, Ecuador y Venezuela permitieron un generoso gasto público para reducir la pobreza y aumentar un poco el gasto social en salud y en educación.

En Colombia, pocos días después de registrado el primer caso de contagio, de manera prematura (quizás esperando la peor mortandad, como en ese preciso momento estaba acaeciendo en Italia y España), el 25 de marzo se impuso una cuarentena algo estricta que se extendió hasta el 25 de agosto. Como en todo el espectro de países que han implementado políticas neoliberales en los últimos cincuenta años, en donde la salud se ha privatizado con el consiguiente desmonte y precarización de los servicios sanitarios públicos, en Colombia fue inevitable el dilema moral y político entre evitar muertes por Covid-19 o salvar vidas de gente consumida en la pobreza. De manera desesperada, la administración de Duque y los mandatarios de grandes urbes (como López en Bogotá y Quintero en Medellín), optaron por confinar a la población en aras de minimizar contagios y muertes por Covid-19 y entonces le apostaron a una variable impregnada de alta sensibilidad humanitaria y política, y de corto plazo. El confinamiento fue también una carrera contra el tiempo que permitió aumentar el número de pruebas para detectar contagiados por Covid-19, la cantidad de unidades de cuidados intensivos y de equiparse logísticamente para afrontar el primer pico de la pandemia que, a la postre, llegó cuando la cuarentena estaba casi desmontada y había arrancado la supuesta reactivación económica (a finales de agosto). Como en el resto del mundo desarrollado y subdesarrollado, los confinamientos, el cierre de fronteras, la parálisis del transporte de mercancías y de turistas y el cierre de negocios intensivos en servicios personales (bares, hoteles, restaurantes, gimnasios, centros educativos y diversos comercios minoristas e informales), habría de generar altos niveles de desempleo, quiebra de empresas y empobrecimiento de extensos sectores de la población.

Por el lado de los gastos, para paliar la crisis económica desatada durante el primer pico de la pandemia, en la Presidencia de Colombia y en la Alcaldía de Bogotá han asumido que los pobres tienen un tamaño de liliputienses y, por lo mismo, su mínimo vital es irrisorio. Pomposamente, el Presidente Duque llama Renta Básica al ridículo ingreso solidario de $160.000 mensuales (equivalente a menos de US$1.50 diarios); y la Alcaldesa Claudia López, graciosamente, denomina Renta Básica a la ayuda, ocasional, de $240.000 quincenales, que reciben los más vulnerables que se registren en Bogotá Cuidadora y que apenas rebasa el 25 por ciento del ya insignificante salario mínimo legal vigente de $878.000. En la misma línea, un grupo de senadores “progresistas” está abogando por una renta básica (aunque no universal y transitoria) de apenas un salario mínimo legal vigente. En un reciente reporte de (UNperiódico, 2020), los expertos en el tema han planteado que una renta básica universal (de $878.000), para todos los colombianos, equivaldría a un 50 por ciento del PIB y desestabilizaría las finanzas públicas. Una opción más factible, como la que pedirían los senadores, sería la de garantizar una renta de emergencia (de tres meses), de un salario mínimo para 12 millones de pobres y para 9 millones de vulnerados (desocupados y quebrados) por la crisis de la pandemia. Esta última opción equivaldría a un 3 por ciento del PIB y sería financiada con impuestos directos cobrados a los más ricos y super-ricos. No obstante, el actual gobierno y sus tecnócratas preferirán endeudar más al país que permitir una tributación progresiva.

A partir del resumen de (IMF, 2020) la política económica colombiana para afrontar los efectos de la pandemia tiene las siguientes características, a saber: se suspendió la regla fiscal y se aceptó la realidad de un déficit fiscal que llegaría a 8.2% del PIB para el 2020 y de un 5.1% para el 2021; el Banco de la República ha buscado aumentar la liquidez, a través del endeudamiento y ha bajado el requerimiento de reserva (del 11 al 8%) para cuentas de ahorros y cuentas corrientes; también las autoridades monetarias han propendido por flexibilizar las condiciones de crédito (bajando la tasa de interés, ampliando periodos de gracia y reconfigurando algunos créditos).

La deuda pública, como porcentaje del PIB, en Colombia bordea el 50% lo que es inferior al promedio de ALC que se acerca al 70% y está muy por debajo de Venezuela en donde es del 182.5% del PIB. La población en situación de pobreza (gente con menos de US$5 diarios para malvivir), en Colombia coincide con el promedio de ALC que es del 30% y en Venezuela ha escalado hasta un 90%. En cuanto al índice de desigualdad, medido por el coeficiente Gini, en Colombia se sitúa por encima del 50% que es ligeramente superior al promedio de ALC y más bajo del de Venezuela que llega a un 80%. Los empleos vulnerables en Colombia alcanzan a la mitad de los trabajadores, lo que supera al promedio de ALC que es de un 35% y es algo inferior al de Venezuela que asciende a un 60%.

Sobre el máximo histórico de la deuda externa colombiana, el periodista del diario económico La República, (Amaya, 2020), reportó que al cerrar el primer semestre del 2020 esta deuda era de US$146.642 millones, esto es cerca del 50% del PIB y, además, que, para finales de año, según el Ministro de Hacienda, habría ascendido a un 65% del PIB y el 2021 llegaría a un 70% de no hacer la anunciada reforma tributaria estructural.

CONCLUSIONES

La política económica adoptada para afrontar la pandemia del Covid-19, y las consecuencias de su controvertido manejo sanitario, actúa como un agente catalizador de diversas crisis. Además de la naciente depresión económica (entendida no como una transitoria recesión sino como un prolongado y, quizás, no reversible declive) se cierne la crisis ecológica causada por el calentamiento global y otras nuevas crisis.

El ambiente global, previo de la actual crisis, es mucho más grave que el de la gran depresión de 1929. Hacia la década de los años treinta del siglo XX la población humana llegaba a los 2.000 millones de individuos; hoy nos aproximamos a los 8.000 millones. En cuanto al índice de afluencia, medido este por el incremento en el arsenal de mercancías (bienes y servicios), en el estudio de (Roser, 2013), se destaca lo siguiente: para el año de 1.700, décadas antes del nacimiento de la moderna teoría económica con Smith, el PIB mundial se estima en 643.32 billones de dólares (a precios de 2011); para 1940, cuando comenzaba una recuperación de la depresión de 1929, el PIB global era de 7.81 trillones; para 1968, cuando comenzaba el ocaso del keynesianismo, la cifra era de 21.53 trillones; para 2015 alcanzaba los 108.12 trillones. En lo referente a las emisiones de dióxido de carbono, causadas por la quema de combustibles fósiles, inherente a los modernos procesos industriales, en el portal de (Statista, 2019) se registra que: para 1758, en albores del antropoceno y cuando se había publicado el sarcástico ensayo de Jonathan Swift, se emitían 10.99 millones de toneladas de este gas efecto invernadero; para 1928 la cifra era de 3.902; para 2018 ya eran 36.573 toneladas. Como lo han demostrado (Ehrlich, Paul & Ehrlich, Anne, 1993), la multiplicación de los mencionados indicadores (población, afluencia y emisiones de gas efecto invernadero) muestra el impacto nocivo que, sobre el medio ambiente, tiene el ser humano. Esto significa que el incremento poblacional, el crecimiento económico y el uso de combustibles fósiles son la causa del calentamiento global y, actualmente, constituyen la mayor amenaza para la vida en el planeta. No obstante, los hacedores convencionales de política económica promueven un retorno a la normalidad y, por tanto, el nocivo incremento de los tres factores mencionados.

A lo anterior se agrega una tendencia hacia el desempleo estructural, dados los colosales avances en materia de inteligencia artificial y de robótica. Esto se suma a la gran desigualdad y tiende hacia un capitalismo que puede prescindir, por siempre, de los más pobres.

Como se ha planteado a lo largo del artículo, la deuda jalona el crecimiento y el actual endeudamiento, a causa de la pandemia, está generando nuevas crisis, tanto de la deuda como del crecimiento mismo, las cuales explotarían en los años venideros.

A lo anterior, producto del colosal crecimiento y progreso científico y tecnológico, se suman cisnes negros que podrían resultar en forma de nuevos terrorismos con armas de destrucción masiva, guerras biológicas, nuevos virus y pandemias, ciberataques, parálisis globales debido a virus informáticos o fallas en los sistemas computacionales, etc., estos, obviamente, no han sido tenidos en cuenta por los hacedores de política económica que están encerrados en su lógica estrecha de normalidad y riesgos controlables y previsibles.

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Recibido: 02 de Noviembre de 2020; Aprobado: 30 de Noviembre de 2020

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