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Análisis Político

versión impresa ISSN 0121-4705

anal.polit. vol.34 no.102 Bogotá mayo/ago. 2021  Epub 02-Feb-2022

https://doi.org/10.15446/anpol.v34n102.99937 

Dossier

JÓVENES, DELITO Y “LIMPIEZA SOCIAL” EN BOGOTÁ

YOUTH, CRIME, AND “SOCIAL CLEANSING” IN BOGOTÁ

Ingrid Carolina Pabón Suárez1 

1magíster en Antropología, Grupo de investigación conflicto social y violencia, Centro de Estudio SocialesUniversidad Nacional de Colombia. Correo electrónico: icpabons@unal.edu.co


RESUMEN

A partir de la experiencia de vida de Camilo, un habitante del sector de Patio Bonito, este artículo muestra cómo jóvenes que habitan contextos barriales en condiciones de pobreza se vuelven visibles por las prácticas en las que incurren al trasgredir pactos de convivencia, y no por la condición marginal. Me interesa mostrar que son uno de los grupos poblacionales victimizados por una práctica violenta reconocida ampliamente como “limpieza social”. ¿Cuál es la base cultural que soporta el despliegue de violencia por parte de jóvenes en sus contextos barriales? Dos claves arrojan el trabajo etnográfico: la masculinidad y la noción de respeto. ¿Cómo se conecta esto con una práctica violenta como la “limpieza social”? Para responder esta pregunta doy cuenta de lo que configura la indeseabilidad de un sujeto-joven.

Palabras clave: Violencia urbana; jóvenes; “limpieza social”; antropología; etnografía; Bogotá.

ABSTRACT

Based on the life experience of Camilo, an inhabitant of the Patio Bonito neighborhood in Bogotá, this article shows how young people living in conditions of poverty become visible because of the practices they implement when transgressing coexistence pacts, not because of their marginal condition. The article seeks to demonstrate that these young people are one of the population groups victimized by a violent practice widely recognized as “social cleansing.” What is the cultural base that supports the deployment of violence by young people in their neighborhood contexts? The ethnographic work highlights two key elements: masculinity and the notion of respect. How is this connected to a violent practice like “social cleansing”? To answer this question, the study examines what the undesirability of a young-subject entails.

Keywords: Urban violence; youth; “social cleansing”; anthropology; ethnography; Bogotá

INTRODUCCIÓN

Corría el 2009 cuando participé como asistente de investigación en el proyecto “Violencia escolar en Bogotá: una mirada desde los maestros, las familias y los jóvenes”, cuyo objetivo era explorar las relaciones entre violencia escolar y otras expresiones de violencia. El trabajo de campo se desarrolló en cinco localidades de Bogotá, cuando distintos barrios de la ciudad vivían momentos álgidos por la circulación de panfletos con amenazas de “limpieza social” dirigidas particularmente a jóvenes, presuntamente consumidores de drogas ilícitas o involucrados en acciones delictivas. Escuché posturas en contra, a favor, cargadas de temor o impotencia, o simplemente indiferentes frente a los sucesos. El uso de esta categoría y la amplia aceptación de esta práctica fue el punto de partida de la investigación de corte etnográfico que desarrollé entre el 2012 y el 2015, titulada “‘Limpieza social’ en Bogotá: la construcción del indeseable”.

¿Por qué existe una amplia aceptación de un tipo de violencia reconocida extensamente bajo la expresión “limpieza social”? ¿Cómo se construye la idea de un sujeto como no deseado? ¿Cuál es el soporte cultural de este tipo de violencia? ¿Cómo se vincula este tipo de violencia con los procesos de configuración de la ciudad? Estos interrogantes orientaron la investigación, cuyo escenario etnográfico fue la Unidad de Planeamiento Zonal (upz) Patio Bonito.

La elección del escenario etnográfico se sustentó en cuatro criterios: el primero fue el interés por desarrollar el trabajo de campo en una localidad que no hubiese sido incluida en la investigación sobre violencia escolar. Me interesaba recabar nueva evidencia sobre esta acción en Bogotá. El segundo criterio fue contar con redes de apoyo en la zona, pues desconocía si había riesgos al abordar el tema. En tercer lugar, quería hallar pistas en las cifras y en la caracterización de los homicidios en este sector de la ciudad. Durante el primer trimestre de 2011 y 2012, el Centro de Estudios y Análisis en Convivencia y Seguridad Ciudadana (ceacsc-ceacsc) reportó los focos de concentración de homicidio en Bogotá; Patio Bonito fue uno de ellos. Las víctimas eran particularmente jóvenes, y el principal mecanismo causal era el arma de fuego, dos características usuales de este tipo de crimen. El cuarto criterio fue el relato histórico ligado con distintas formas de experimentar la violencia. Inicialmente, seleccioné dos upz de la localidad de Kennedy: Gran Britalia y Patio Bonito, pero, al conversar con habitantes que habían estado allí desde el surgimiento de estos barrios, fue decisiva la fuerza de esta práctica en los relatos en Patio Bonito. Un aspecto adicional fue también el estigma que recae sobre esta zona, pues históricamente Patio Bonito, como otros lugares de la periferia bogotana, han sido percibidos como espacios geográficos y sociales violentos. En ello han desempeñado un papel protagónico los medios de comunicación y sus explicaciones simples de los acontecimientos de la ciudad.

El trabajo de campo consistió en varias visitas realizadas entre el 2012 y el 2015, con periodos de campo que oscilaban entre dos y cinco días, hasta que en el 2014 me mudé y permanecí allí por un periodo de cinco meses. Es importante señalar que a medida que avanzó el trabajo etnográfico sobresalieron dos perspectivas clave que reflejan dos caras de una moneda y permiten entender la complejidad de este fenómeno social; por un lado, la perspectiva de habitantes expuestos continuamente a situaciones de inseguridad, que en ocasiones legitiman esta práctica violenta, y, por el otro, la de quienes ejercen delitos y violencia en los barrios y se vuelven foco de este tipo de violencia.

En este artículo me concentraré en la perspectiva de quienes se vuelven el foco de esta práctica. Por medio de un relato de vida, doy cuenta de las dinámicas que dan lugar a la vinculación de niños, niñas y adolescentes a las redes del delito, y cómo ello los convierte en víctimas de esta acción violenta. Esto me permite mostrar los principales hallazgos en relación con la base cultural que la soporta.

CAMILO

Son las cuatro de la mañana y Camilo ya está en la ducha despojándose del sueño. Su jefe, o mejor, quien le da el “chance”1 de un trabajo por días2, lo llamó la noche anterior para que lo apoye en el recorrido que debe hacer por distintos negocios de Bogotá repartiendo pollo crudo. En menos de veinte minutos está listo para tomarse el tinto que su mamá preparó el día anterior. Hoy tiene trabajo, mañana no sabe si tendrá, así que no se da el “lujo” de decir que no o de llegar después de la hora pactada. Su jefe lo recoge en un camión turbo3, cerca de la avenida Ciudad de Cali. Desafía las calles de Patio Bonito dándose paso entre la neblina que algunas noches desciende para retar la actitud enérgica con la que inicia el día. En otras ocasiones, de manera más afortunada, un pito en la puerta de su casa le avisa que empieza la jornada. Puede ser desde las once de la noche o desde las dos de la madrugada. No hay horario fijo, pues depende de la ruta que se haya asignado para el día. Organiza facturas, pedidos, los traslada desde el lugar donde se estaciona el carro hasta el negocio, recibe el pago de las facturas o ayuda en cualquier actividad en la que se requiera fuerza física. Trabaja entre ocho y doce horas por 30.000 pesos4. Nunca tiene certeza sobre la hora de regreso a casa.

Camilo vive temporalmente donde su mamá, mientras consigue un trabajo estable, como los que excepcionalmente ha tenido en su vida, con un contrato laboral que defina el desarrollo de unas actividades por un salario fijo, aunque no sea justo. Ha pasado un año ya y solo encuentra trabajos por días. En las agencias de empleo lo han devuelto por confesar que no tiene bachillerato. Ni su título de bachiller, elaborado por uno de sus amigos, parece servirle. Ya no quiere trabajar en mecánica y el millón de pesos que invirtió para obtener la licencia de conducción para manejar tractomula, ahorrado durante los meses que le duró uno de esos excepcionales contratos laborales, se lo robó el hombre que le prometió hacerle el trámite más rápido de lo previsto. Camilo lo llamaba todas las noches con la esperanza de que al día siguiente esa licencia de conducción le cambiara la vida.

A las ocho de la mañana, cuando Camilo ha trabajado durante cuatro horas, Óscar, un joven habitante de Patio Bonito, inicia su jornada laboral en una fábrica de colchones ubicada en un barrio cerca a su casa. Él también le hizo el quite a la mecánica. Aprendió de su mamá el manejo de máquinas para la confección de ropa: fileteadoras, presilladoras, planas, dos agujas, collarines, entre otras. Es una labor que pocos hombres realizan en los “satélites”5 para la confección de prendas de distintas marcas, que abundan en el sector y en las que trabajan principalmente mujeres sin un contrato laboral y con un pago por obra6. Óscar recibe aproximadamente 1.500.0007 pesos al mes por trabajar entre nueve y diez horas diarias, seis días de la semana, y con esto subcontrata a su esposa, quien lo apoya en su trabajo. No tiene tiempo para más. Es su esposa quien lleva a los niños al jardín en la mañana, a diez minutos de la fábrica de colchones. Aunque Óscar no terminó el bachillerato, para él es más fácil conseguir trabajo, porque en varios lugares goza de buena fama por ser rápido con la cadena de tareas que implica la confección. Además, maneja algunas máquinas sobre las que pocos saben. De hecho, Óscar y su mamá instalaron un pequeño satélite en la casa de ella con máquinas prestadas y con amigas y conocidas del barrio como empleadas. Sin embargo, no prosperó, por el maltrato de la mujer que les llevaba los insumos. Como muchas cosas en Patio Bonito, el acuerdo de pago fue verbal. Al final, Óscar y su mamá perdieron dinero, porque no se les canceló una parte del trabajo.

Andrés, un adolescente de 16 años, el cuarto de seis hermanos en orden descendente, trabaja con su papá en construcción, quien le paga 180.000 pesos semanales, más los costos de alimentación y transporte. Desde que Andrés regresó del internado, donde duró casi cuatro años, trabaja de lunes a viernes fuera de Bogotá. Está validando el bachillerato los sábados en la misma institución donde estudia Camilo.

Andrés empezó a consumir marihuana a los 10 años por presión de sus amigos. Fue acusado de microtráfico a los 11 años, por un “maduro”8 que dejaron cerca de su pupitre y que la policía encontró durante una requisa solicitada por una profesora. Afirma que esa droga no era suya, mientras su rostro refleja el miedo que sintió cuando la policía lo acusó. Desde su experiencia en el internado, decidió no continuar en “vueltas”. Ahora que trabaja con su papá, invierte una parte de su dinero en ropa y otro tanto en su casa. Espera ser empresario o volverse un soldado por el tiempo de trabajo que se requiere para la pensión.

Las condiciones informales de trabajo, las precarias remuneraciones, el poco tiempo que pueden destinar a otras actividades -como las familiares-, la dificultad para terminar el ciclo escolar y para acceder a la educación superior son parte del relato de vida de hombres y mujeres en Patio Bonito y otras zonas de la ciudad. A partir del relato de vida de Camilo, es posible ver el rostro de jóvenes que han sido signados como indeseables para habitantes de la ciudad.

LA INFANCIA, LA CALLE Y “LAS VUELTAS”

Andrés creció con cinco de sus primos en una zona de invasión ubicada sobre el borde occidental de la upz, en la ribera del río Bogotá. Posteriormente, se trasladó con su familia hacia el oriente de Patio Bonito, cerca de la avenida Ciudad de Cali. Mirando en retrospectiva, dice: “Me volví alzado y peleón”, “una vez pude con seis”, es decir, se enfrentó a seis personas y salió ileso de un ataque con arma de fuego. Tan solo un mal gesto a alguien de otro parche era razón para transar una pelea a la espera de ser saldada. “Es por dárselas”, decía Andrés, lo que significaba alardear de la capacidad para no temer y desplegar poder con el uso de la violencia. De eso tiene una huella corporal impresa en su cuello, hecha con arma blanca. Se negó de manera rotunda a que grabara la entrevista, pero me permitió hacer anotaciones. De modo insistente y amenazante, me advirtió sobre la confidencialidad de la información. Luego, se tornó más cálido, mientras avanzaba la conversación. Me dejó claro que obviaba información, porque yo no estaba en capacidad de escucharla, pues no podía dimensionar las cosas de las que había sido testigo a su corta edad. Para ejemplificarlo, me señaló que había sido testigo de la tortura y el homicidio de un hombre en una casa del barrio Las Cruces, en el centro de Bogotá, por una deuda con traficantes de droga.

Andrés no da detalles de las “vueltas” en las que afirma haber estado involucrado, pero asegura que sigue vivo porque supo hacerlas. “Las vueltas”, de acuerdo con Camilo, “es hacer un negocio torcido [deshonesto] por plata” (Camilo, entrevista personal, 2014). Una definición en la que coinciden los dos. Pueden ser de mayor o menor cuantía. Son negocios ilícitos, que implican estructuras organizativas criminales sólidas, para el primer caso, y, para el segundo, el desarrollo de actividades delictivas, como el hurto menor, en el que confluyen intereses de varias personas que se articulan para llevarlas a cabo. De los cinco primos de Andrés, tres ya no viven. Se “boletearon” (quedaron en evidencia), afirma Andrés, porque robaban en una cuadra donde la gente le “cascaba” (golpeaba) a los ladrones o en un sitio donde había cámaras.

Por su parte, Camilo cuenta su inicio en las “vueltas”:

[Yo vivía] con mi papá y mi mamá, con mis hermanos hasta que mi papá y mi mamá se separaron. Entonces, ya comencé a andar el mundo. Iba y venía. Iba a un pueblo, volvía, hasta que crecí. […] Tenía como 10, 11 años cuando empecé a andar la calle. [Mi mamá] tenía que trabajar y nos dejaba solos en la casa y entonces [a]l esposo de mi mamá le gustaba mucho la cerveza. El man no se preocupaba por nada. Por tomar y darle duro a mi mamá. Entonces, uno se salía a la calle. ¿Qué encuentra usted cuando se sale a la calle? Amigos. ¿Qué hacen los amigos? Maldades. Y uno, por no quedarse atrás, pues hace lo mismo. Cuando usted no tiene qué hacer y no tiene qué comer, usted se llena con estar en la calle, mirar la gente pasar y mirar la gente jugar fútbol y en esas partes como son las canchas de fútbol […] es donde usted conoce mucha gente […]. (Entrevista personal, 24 de marzo de 2014)

Mientras Camilo observaba a su hijo jugar con otros niños en la cancha de baloncesto que había frente a nosotros, continuó su relato:

[…] cuando yo estaba así como mi hijo, uno va al parque a jugar […] y no tiene pa’ comprarse un helado y entonces uno se arrima al que está comiendo y esa persona ve que uno es vulnerable […] esa persona le regala quinientos […]. “Tome papi, vaya compre un helado”. Entonces, uno ya sabe que esa persona es buena gente. Aquí había uno que comenzó conmigo, le decían el Yate. (Entrevista personal, 29 de marzo de 2013)

El Yate era un joven cercano a los 20 años que robaba y comercializaba droga, principalmente en el Paraíso -donde vivían ambos- y en Dindalito.

Un día me dijo que si le iba a hacer un favor, y yo ya le debía favores porque él me había regalado moneditas. “Lléveme este bolso hasta Mitad de Precio”9 y yo se lo llevé. Llegué a Mitad de Precio, él cogió el bolso y cogió una puñada de monedas y me las puso así en la mano. Y me dijo: “Nos vemos más tarde”, y se fue con su bolso y yo me fui con mis monedas contento. Comencé a crecer al lado de ese muchacho. (Camilo, entrevista personal, 29 de marzo de 2013)

[…]

Me dio mucho miedo ese día. No podía caminar. Sentía que no iba a llegar [a] donde tenía que llegar. Yo creía que todos los ojos me miraban y me decían ¡ah yo sé qué lleva ahí! [Creía que] toda la gente que pasaba por el lado mío me miraba y ¡yo sé qué lleva ahí, yo sé qué lleva ahí!, pero ya después uno va perdiendo el miedo […]. Después, usted ve la plata y usted vence el miedo. Cuando usted ve que en su casa comen todos los días huevo y de vez en cuando carne […]. (Camilo, entrevista personal, 24 de marzo de 2014)

El Yate se convirtió en el mentor y protector de Camilo en la experiencia de la calle. Consumía marihuana y bazuco, pero no le permitía consumir drogas a Camilo. “Él fue el que me enseñó que uno tiene que guerrearse la vida sin importar nada. Pero tenía que ser más que otros. Siempre tenía que mostrar ser una persona más que la otra” (Camilo, entrevista personal, 24 de marzo de 2014, énfasis añadido). Para Marina, la mamá de Camilo, el Yate era “un gamín”, porque se la pasaba en la calle y “no hacía nada”: no trabajaba ni estudiaba. Lo aceptaba como amigo de su hijo porque consideraba también que era “buena gente”. Marina no sabía a qué se dedicaba él, ni la manera como vinculó a Camilo. “El Yate, en ese tiempo, era lo que aquí llaman un ñero” (Camilo, entrevista personal, 24 de marzo de 2014).

El protagonismo que tuvo el narcotráfico en el contexto nacional en la década de 1980 se expresó en el contexto barrial de Bogotá. En Patio Bonito, el fenómeno se profundizó en las décadas de 1990 y 2000, e involucró a niños y jóvenes de distintas zonas de la ciudad, por medio de los llamados “mandados, término usado por Camilo para nombrar las tareas pequeñas de apoyo a las prácticas delictivas10:

Camilo: Cuando uno está peladito, uno hace es mandados; cargarles vicio a los manes, los fierros [armas], porque uno peladito pasa por el lado de la policía muerto de la risa con un bolsado de fierros. Y pasan los manes y hacen sus cosas y vuelven y le dan a uno los fierros y le dan a uno moneditas y uno feliz de peladito ¡y aguantando hambre! ¡Ja!

Carolina: ¿Conociste más niños que hacían eso?

Camilo: Claro, los que jugaban conmigo piquis11. Ellos también lo hacían. A más de uno lo han matado. ¡Ni conocieron las cédulas! (Camilo, entrevista personal, 29 de marzo de 2013)

Marina mandaba a Camilo a la finca de sus familiares por temporadas. Allí trabajaba cortando caña, cosechando patilla, y haciendo distintas tareas en las fincas de sus tíos paternos. La ciudad no era su elección, pero las golpizas de sus familiares en el campo lo obligaban a retornar a la ciudad. El desplazamiento entre un lado y otro lo salvaguardó cuando la situación se complicaba en Patio Bonito. Con unos años de más, dio el siguiente paso al lado del Yate y se insertó en las dinámicas de comercialización de la marihuana en Patio Bonito:

Yo le dije un día que me regalara marihuana que yo quería fumar y me pegó una cachetada y me dijo que si era marica12, que eso no se hacía. Que […] nunca me iba a dar a probar eso. Entonces, él me mandaba a comprarlo. Comprábamos un moño13 de marihuana arriba en el centro, en la calle del Cartucho. Nos montábamos en un taxi y nos veníamos con un bulto. Cuando el Cartucho quedaba allá donde está el parque, ahí fue que me comenzó a [involucrar]. (Camilo, entrevista personal, 24 de marzo de 2014)

La pobreza es un factor coadyuvante en la vinculación de niños y jóvenes con las redes del delito, en las que suele reproducirse el lugar social marginal. En ese contexto delictivo se afianzan significados, como el de ser un hombre de valor y la necesidad de ganar respeto para lograrlo.

Ahora bien, el niño que delinque es el niño indeseable en el contexto barrial; su experiencia de calle y las redes que va configurando se contraponen a la expectativa sobre ser niño. Las experiencias de sufrimiento que atraviesan y la cercanía con la muerte violenta, a pesar de los marcos legales de protección a la infancia, reflejan cómo sus vidas descienden en la escala de valor en el sentido propuesto por Butler (2004). El relato de vida de Camilo es una historia de encuentros y desencuentros con la muerte y de una continua exposición a la violencia.

EL PODER DEL DELITO Y LA NECESIDAD DE “RESPETO”

Al Yate le cegaron la vida jóvenes de Llano Grande14, por disputas de control territorial relacionadas con el negocio de la droga. Su cadáver fue abandonado detrás de uno de los colegios más antiguos del sector. Camilo lo recordó así: “A pesar de que estaba en la calle, que era drogadicto, que era muy malo, estaba ahí…”15 (Camilo, entrevista personal, 24 de marzo de 2014). Ser “malo” era:

[…] a él no le temblaba16 pa’ matar a otro, pa’ robarlo donde fuera. Lo que le tocara. Y una persona después de que carga un 38 [revólver] a toda hora es porque no le va a dar miedo matar. Aunque hay mucho marica, baboso [tonto], que lo cargan y después no son capaces ni de sacárselo17 [a] una persona. Pero ese marica no. Por eso lo respetaba tanta gente. Y por eso lo mataron así. (Camilo, entrevista personal, 24 de marzo de 2014, énfasis añadido)

El sujeto temible en el barrio era quien aparentemente no tenía límites. Así, la base de poder del Yate era su capacidad para infligir violencia. Quien no teme o quien no se paraliza por temor cruza un umbral, al radicalizar sus acciones violentas hasta incluso producir la muerte propia o la del sujeto sobre el que despliega su fuerza. Ese es su poder, el temor manifestado por otras personas hacia ellos, que es interpretado como respeto; esa noción de respeto, a su vez, resulta legitimando las prácticas violentas (Jimeno, 1998). De esta manera, la violencia, por una parte, era un mecanismo para lograr el reconocimiento entre sus pares y, por otra, un medio para contrarrestar las si­tuaciones de humillación experimentadas bajo las condiciones de pobreza y a propósi­to de las jerarquías que se configuraban en el ejercicio del delito. En ese contexto, la violencia es un ingrediente fundamental en la construcción de la identidad masculina.

Al Yate lo sucedió Kung Fu en la comercialización de drogas y en el delito, un hombre próximo a los 20 años. Dice Camilo: “Sé que lo mató la ‘limpieza social’. […] Era como el dueño de la olla18 y esas cosas”. Tras su muerte, el sucesor fue un hombre apodado el Mosco: “A este sí no lo mataron, este sí se retiró. Se fue yendo, se fue yendo con lo que consiguió y se fue” (Camilo, entrevista personal, 24 de marzo de 2014).

Camilo se relacionó con cada uno de ellos de manera distinta. Personajes como el Yate y, más adelante, Alan, aparecen con más fuerza en su relato en virtud del vínculo afectivo. Mientras que sujetos como el Mosco aparecen en su relato asociados con la experiencia de conocer a Alan y a un hombre apodado Ruco, dedicados al sicariato.

Ahora bien, la gravedad de los delitos cometidos era un criterio para la configuración de jerarquías entre estas redes de jóvenes. Así como algunos buscaban escalar mediante la radicalización de la violencia en el ejercicio de prácticas delictivas, otros se vieron presionados a hacerlo. En el caso de Camilo, la lealtad, como principio que conserva y reafirma constantemente en su relato, le dio también un lugar particular allí. Un principio que lo liberó de su incapacidad para atravesar un umbral en el uso de la violencia:

Camilo: [Alan] me contaba las vueltas y él de pronto iba y mataba a alguien y llegaba con un fierro caliente19 a la casa. “Tome, guárdeme ahí, que todo bien”, ¿sí me entiende? […]. “Estoy escondido en tal parte, venga por plata y llévele a Andrea”. Ella era la esposa de antes. […] Sicariar, ese era el trabajo de él. Ese decía que no le gustaba robar, ni pararse en las esquinas. […]. Nunca especificaba a quién mataba, solo decía que le tocaba hacer tal cosa y ya. […] A veces, llegaba con las patas boliadas20. […] Lo cogían a plomo21. [Entonces], tocaba llevarlo al médico por allá y pagar pa’ que no fueran a llamar a la policía y así. Ese man me llevaba por ahí unos 7 años, yo creo. [Él] se murió de un ataque al corazón.

Las actividades de Alan no eran las actividades del joven de la pandilla o del parche que robaba o atracaba ocasionalmente. La relación entre él y Camilo era el vínculo que se establecía entre dos mundos, juntos, ubicados en el campo del delito, pero bajo racionalidades distintas. Alan no era el delincuente visible en el barrio, mientras que Camilo y su grupo de pares, que habitaban con frecuencia las esquinas, lo eran. Fue también la puerta de entrada de Camilo al uso de las armas.

Camilo: La primera que compré fue un 38 corto en 180.000 pesos. Se la compré a Alan. Con eso había matado un man en el centro. Ese día que me lo vendió me dijo: “Se lo entrego calientico”22 […]. Hasta me regaló las primeras dos cargas, […] doce tiros. Con esa fui, hice un negocio, me compré una 1623 y me compré dos hechizos24, y ya se las di a unos amigos míos, los hechizos pues… Ya como que yo aportaba en la causa. Ya tenía armas propias prestadas.

Carolina: Pero, ¿para qué se usaron?

Camilo: […] De pronto a veces llegaba alguien y decía: “Vamos a dar una vuelta, pero usted lleva sus juguetes y le doy un puesto”25. Uno las cargaba como pa’ cuidarse, pa’ creerse el “duro” del barrio.

Carolina: ¿Por qué quería creerse el “duro” del barrio?

Camilo: Porque uno nunca fue nada en la vida y tenía la oportunidad de ser alguien. Ser muy importante. A pesar de ser muy peligroso, es muy agradable que todo mundo crea que usted es el mejor, que la gente le tenga miedo a usted, que la gente lo vea y lo respete. Entonces, esa era como la idea de tener un arma. Esa era. Y después fui consiguiéndome más. Después vendí esos hechizos, porque uno se calentó. (Camilo, entrevista personal, 24 de marzo de 2014)

Las armas tenían un papel en la construcción identitaria, cuya base era la producción de temor; en palabras de Camilo, en la capacidad de “pararse fuerte”, de actuar sin temor y desplegar la violencia considerada necesaria en determinada circunstancia. Ya es sabido que la violencia tiene una alta eficacia expresiva y gran capacidad para atemorizar y subyugar (Jimeno, 2007a, p. 197). En ese sentido, permite ejercer un dominio sobre otros sujetos y consolidar la representación de este sujeto al que debe temerse. Ahora bien, me interesa resaltar dos aspectos: por un lado, la comprensión del temor como respeto, quien es temido es respetado, y, por otro, la violencia como un mecanismo para lograr un lugar de reconocimiento en un contexto social determinado.

Camilo lideró acciones delictivas con su grupo de amigos pares, sin superar los 18 años, de manera localizada y espontánea:

Yo tenía una minibanda, una minipandilla que éramos [cinco hombres y tres mujeres]. El que mandaba la parada era yo. Yo era el que decía: “Vamos a hacer tal cosa” […]. Yo decía bueno aquí hay una miniteca26; entonces, vayan y traigan plata que vamos a entrar al chuzo27, ¿sí? Entonces a las viejas les decía: “Vaya usted y tráigame ese man que le voy a robar las zapatillas que tiene”. Me sentaba en un potrero con Alirio Cano […]. Claro, apenas nos veían los chinos ya sabían que los íbamos a robar. Entonces, decíamos: “Pa’ que no los robemos, cánteme una canción” […] [risas]. Los poníamos a cantar Los pollitos dicen28, los poníamos a jugar A la rueda, rueda29 y con los fierros así… [risas] y los robábamos. (Camilo, entrevista personal, 29 de marzo de 2013)

Aquí me interesa usar la distinción propuesta por Perea y Rincón (2014) y Perea (2007a) ; (2007b) entre banda y pandilla. La banda es una organización profesional que se constituye con el fin de emprender acciones delictivas de gran cuantía, con meticulosidad y planeación, que usualmente cuenta con dotación. La banda necesita mantenerse en el anonimato para garantizar el éxito de su acción, mientras que el “robo pandillero” se circunscribe al hurto menor, cuyo alcance se relaciona con las formas de inscripción en el barrio. Por eso, el pandillero es visible, porque esto se constituye en un ingrediente de la construcción de su poder local (2007a, p. 93). Las estructuras de las bandas suelen estar conformadas por un jefe, rodeado de personas cercanas como familiares. Le siguen funciones que terminan en los “campaneros”, jóvenes que le avisan a la policía. También puede aludir a familias que emprendieron una carrera criminal y se constituyeron en bandas de reconocida trayectoria, como Los Patos, en Patio Bonito. Las pandillas no se constituyen para acumular dinero, sino que se conectan con el logro de la identidad. Sin embargo, Perea afirma que en la ciudad predominan ahora los parches, con lo que pierde fuerza “el dominio territorial asentado sobre la confrontación violenta con otros grupos” y las marcas distintivas de identidad (Perea & Rincón, 2014, p. 223).

Camilo logró el reconocimiento entre sus pares por las habilidades adquiridas en el ejercicio del delito, por eso apoyaban sus iniciativas y la distribución de tareas en el grupo. Era un ejercicio de autoafirmación. La estrategia era hacer explícita su capacidad para ejercer violencia y alardear de que no tenía límites, aunque él mismo afirmara que no era capaz de cruzar cierto umbral, como lo señala más adelante. Su reducido poder se desplegó por medio de las amenazas de muerte y de la humillación a otros jóvenes como él. La construcción de una imagen de sí mismo sostenida sobre el valor, antagó­nico al miedo y a la debilidad, era un paso para consolidar un lugar entre los “parceros”.

Como lo señala Perea (2007a) en su disertación sobre las pandillas, la acción violenta de los jóvenes no se desarrolla desligada de los contextos sociales y culturales que integran. Ellos hacen parte de los circuitos de sentido que se construyen a su alrededor a lo largo de su vida. Es decir, aquellos principios que se vuelven referentes para ellos en la construcción de su identidad, como ser “malo”, se ratifican en sus grupos, pero también en escenarios distintos de los que comparten con sus amigos. La música, la publicidad de productos comerciales y los programas de televisión donde el valor de lo masculino está ligado con la fuerza y con la valentía son un ejemplo. Los “beneficios” a los que se accede por el prestigio que gana un joven por su imagen de “malo” los impulsan a mantener dicha imagen. Al “malo” no se le irrespeta porque se le teme. El “malo” no es humillado. El “malo” domina, maneja y lidera. El “malo” conquista mujeres con más facilidad. Ser “malo” es una forma de contrarrestar la falta de reconocimiento social, el maltrato y la humillación a la que han sido sometidos niños y jóvenes en sus contextos.

El conocimiento de Camilo sobre los actores del delito que tejieron historia en Patio Bonito me embargó con la duda de por qué él no fue uno de los sucesores en esa línea de tiempo:

Carolina: Tengo una duda, Camilo. Usted conoció a todas las personas que, una tras otra, tuvieron algún tipo de control territorial. ¿Por qué usted no? ¿Quién era el que tenía el control del grupo?

Camilo: El que fuera más parado. Yo era muy chiquito y tenía mucho corazón. […] No vamos a robar niñas, no me gustaba que tocaran30 las niñas. Si el man era muy caliente31, pues sí le metían una puñalada o no, ¿sí? Pero si el man no era caliente, no me gustaba que le pegaran al man, ¿sí? “Ya marica, ya el man se dejó robar, listo, vamos”. […] “Pero, ¿por qué hijueputas le tienen que pegar?”. Ya el man se dejó robar, ya perdió ese hijueputa. Mientras que había manes que sí llegaban y no preguntaban, ¿sí? Pum, un tiro primero. Y el man que hacía eso era como el que más respeto influía, ¿sí me entiende?

“Tener mucho corazón” significa no superar un umbral de violencia, en un contexto en el que tiene valor mostrar fuerza y fortaleza por medio de la acción violenta.

Carolina: ¿Por qué ese camino y no otro?

Camilo: Porque no me dieron otra opción. […] Era difícil, pero éramos alguien en la sociedad.

Carolina: ¿Porque les tenían miedo?

Camilo: Porque nos tenían miedo y nos respetaba todo el mundo. Es que, ¿es muy fácil que uno llegue a un lado y lo respeten a uno? No es muy fácil. Y ¿cómo se gana el respeto? Con mucha educación, ¿sí o no? Y si no la tiene, ¿cómo se gana el respeto? Con mucha fuerza. Y si usted no tiene la educación, pero tiene la fuerza y tiene las armas pa’ que lo respeten, pues usted se hace respetar donde sea, ¿no cree? […]. A uno siempre le han enseñado que a uno lo tienen es que respetar, ¿sí me entiende? Por eso a mí la gente me respetaba en este barrio y me respeta. (Camilo, entrevista personal, 20 de abril de 2014)

Las imágenes del “malo” y del “duro” se constituyen en la aspiración idealizada de los más jóvenes en las dinámicas del delito, incluso de quienes no participan de él, cuyo soporte es “la efectiva administración de la violencia” (Quiñones, 2008). En últimas, resulta más atractivo administrar la violencia que ser solamente víctima de ella. Más aún, en escenarios donde se ha estado expuesto a la humillación y al des-reconocimiento como sujeto, reflejado en expresiones como “ser el parchecito de otros”, “que me la monten”. El uso de la violencia tiene, entonces, como uno de sus fines, afirmar el valor de sí mismos frente a los otros, en una sociedad profundamente jerarquizada y que asigna valor a los sujetos en virtud de su capital social, cultural y económico. En ese contexto, la violencia adquiere un papel fundamental, porque se constituye en el recurso de los jóvenes para contrarrestar el miedo a “no ser alguien”, es decir, a ser ignorado, humillado y burlado.

Es así como Camilo pone de presente las circunstancias que para él fueron resueltas de alguna manera por medio de la violencia y la delincuencia: el respeto y un lugar en la sociedad, en medio de un horizonte de pocas posibilidades. La pobreza reduce ostensiblemente los escenarios de desarrollo personal de los sujetos y las posibilidades que se avizoran para resolver los deseos, los sueños y las frustraciones. Lo que resulta decisivo son los escenarios de aprendizaje y socialización en los que el sujeto modela formas de ver y entender el mundo que lo rodea. En este caso, es lo que significa el respeto, el reconocimiento, lo que debe evitarse, lo que debe ser parte de la identidad masculina y el papel de la violencia allí. Pero es importante resaltar que la violencia no se reproduce necesariamente de la misma manera en que ha sido experimentada. Es decir, si la persona ha sido testigo de la agresión de su padre hacia su madre, no necesariamente va a ejercer violencia contra las mujeres. Pero los efectos de la experiencia violenta modelarán formas de relación con el entorno social, pues configuran esquemas cognitivos y emocionales.

En consecuencia, cuando se comprende la violencia como el modo más eficaz para resolver distintos asuntos de la vida, los conflictos parecen no tener otras vías de resolución. La respuesta defensiva-agresiva se piensa como vital para habitar el barrio. Además, las sensaciones de excitación producidas por la experiencia del peligro se convierten en un antídoto de los miedos que interpelan la construcción de su ser masculino joven, ligado con la fuerza y opuesto a la debilidad. Todo esto devela un marco cultural y unos códigos morales y éticos que se elogian por medio de distintas vías, como la música, las redes sociales, los medios de comunicación y otros circuitos de consumo cultural.

GIROS VITALES, EXPERIENCIAS CERCANAS

Cuando Camilo cumplió los 18 años se sumó a las filas del Ejército Nacional de Colombia, inicialmente en la figura de soldado raso y luego como miembro de un batallón de contraguerrilla. Sus aprendizajes en el manejo de algunas armas y su actitud sigilosa le resultaron ventajosas en dicho escenario. Las arduas rutinas de entrenamiento le llenaron la vida de satisfacción, porque los retos físicos lo complacían y lo encaminaron más tarde hacia el deporte. Sin embargo, la vida militar, un horizonte que parecía consolidar un camino posible, se desvaneció ante uno de los momentos considerados más traumáticos de su vida: desenterrar a compañeros suyos que habían sido torturados y asesinados por la guerrilla, lo que causó su deserción.

Su inmersión en el Ejército reveló la eficacia del Estado para involucrar a los jóvenes en la guerra en defensa de un “interés de la nación”, con la confrontación armada con la guerrilla, en lugar de abrir escenarios de desarrollo para los jóvenes de los sectores pobres de la ciudad. La proximidad de Camilo con la muerte en el contexto barrial y en el Ejército adquirió un valor esencial en su vida, tanto por las interpretaciones que él y sus pares hacen de ese juego con la muerte, como por la interpretación de los espectadores (Blair, 2005); capotear la muerte es un símbolo de valor y fortaleza, de “ser parado”, de un tipo de masculinidad. Así, desde que a duras penas acontece el fin de la infancia, experimenta la cercanía con la muerte de distintas maneras: la muerte de sus pares, el Yate, Alan, el Roedor, Kung Fu; las amenazas de grupos de “limpieza social”, y las confrontaciones armadas que sostuvo en el barrio con distintos agentes bajo una lógica de guerra en el pavimento.

La experiencia de vida de Camilo evoca la pregunta por cuáles son los marcos de aprehensión de la vida. Para Butler, la capacidad para aprehender una vida “es parcialmente dependiente de que esa vida sea producida según unas normas que la caracterizan, precisamente, como vida, o más bien como parte de la vida” (2010, p. 16). Lo paradójico, en el caso de estos jóvenes, es que sus vidas resultan visibles por incurrir en el delito, pero no por las condiciones de pobreza que estructuran sus experiencias en la ciudad. Además, tanto la ineficacia del Estado para cumplir sus deberes en relación con la garantía de derechos de la población joven de Bogotá, como la percepción que estos jóvenes tienen de la vida de quienes son víctimas de sus agresiones y la de ellos mismos siempre puesta en riesgo, dibujan un panorama social en el que la vida en sí misma tiene muy poco valor.

La carta política, en su artículo 13, consagra: “todas las personas nacen libres e iguales ante la ley, recibirán la misma protección y trato de las autoridades y gozarán de los mismos derechos, libertades y oportunidades sin ninguna discriminación […]”. Sin embargo, esto no garantiza que “la violencia sea menos posible, las vidas más equitativamente dignas de duelo y, en general, más merecedoras de vivirse” (Butler, 2010, p. 25). Esto aboca al problema ético señalado por Butler: “[…] saber qué hay que reconocer, o, más bien, qué hay que guardar contra la lesión y la violencia” (2010, p. 16). Es entonces un asunto acerca del modo como se configuran los mecanismos para clasificar las vidas y hacer que unas merezcan reconocimiento y otras no.

JÓVENES EN EL BARRIO, JÓVENES NO DESEADOS

¿Qué hace de él un joven no deseado en un contexto barrial? En primera instancia, la manera de habitar el barrio; la desescolarización, la experiencia de calle, su participación en prácticas de hurto, sus redes de pares vinculadas con el delito, su despliegue de violencia con jóvenes de barrios aledaños en virtud de fronteras territoriales y sus estéticas corporales.

Un segundo aspecto es la manera de experimentar la condición juvenil. Lo joven, dice Diógenes, es una transición, un pasaje, una indefinición y, a su vez, la proyección de una ambigüedad, una solución de futuro y un foco de fragilidad, tensión y conflicto (2011, p. 53). No solo consiste en un tránsito de la infancia, lo que ya pasó, a la adultez, una especie de promesa, sino que está signada también por la contestación y la afirmación de la singularidad y por la búsqueda de la autonomía frente a la tradición y a lo instituido (Perea, 2007b). “[…] lo joven comienza a ser una identidad en sí misma”, se hace presente, “se hace en el aquí y en el ahora y no en lo que vendrá luego. […]. Lo joven se hace sujeto bajo la condición de asumir el desafío de autoproducirse: debe confrontar su experiencia de cara a la elaboración de una propuesta de vida ‘propia’ donde pueda reconocer su singularidad” (Perea, 2007b, p. 72). De ahí que lo joven no se viva de una sola manera, pues son diversas las formas de comprender y encarnar la condición juvenil.

Como señala Diógenes (2011), lo que se encuentra es la producción de “polifonías diversas acerca de la condición juvenil” (p. 55, traducción propia). Para el autor, la pregunta debe ser, entonces, cómo y en qué contexto esos sujetos construyen los significantes de sus condiciones juveniles, en vez de acerca del porqué de las formas de vivir y ser joven (2011, p. 55). En ese sentido, ¿cuáles son los significantes de la experiencia vital de Camilo? La acción delictiva, la violencia ejercida en la vivencia del barrio y el lenguaje verbal y corporal, principal argumento para ser clasificado como “ñero”. Ahora, ¿cómo a esos significantes que construye se les atribuyen significados que lo constituyen en un sujeto no deseado? La acción delictiva quiebra la cotidianidad de los sujetos y exacerba la sensación de peligro en los habitantes. La violencia, como mecanismo para alcanzar un lugar social, erosiona el tejido social. Y la centralidad que adquiere en las formas de vivir el barrio y de experimentar la condición juvenil se refleja en las elecciones que hacen los jóvenes para configurar su fachada (Goffman, 1997) e interpelar a los espectadores.

Todo ello ocurre en el marco de una sociedad que proyecta sus problemas estructurales, sus tensiones y frustraciones en el sujeto joven. Estos significantes se configuran en escenarios -aludo no solo al barrio, sino a la ciudad- donde se ve limitada la capacidad de autodeterminación de los sujetos, pues es a partir de los recursos culturales y materiales del entorno que se construyen las identidades del sujeto joven y sus redes de sentido.

La relación de los jóvenes con su contexto es dialéctica; sus manifestaciones interpelan, juzgan, rechazan y reproducen las prácticas culturales, así no sea de manera intencional. Un ejemplo es el protagonismo de los jóvenes en el comercio globalizado (Perea, 2007a) y los efectos desesperanzadores del desequilibrio entre el vigor de las demandas de consumo y el poder adquisitivo (Diógenes, 2011). En esas dinámicas macrosociales se cuecen las vidas de los jóvenes locales de Patio Bonito, que, como en otras latitudes, se manifiestan por medio de acciones y actitudes. Sus cuerpos se vuelven el escenario en el que recrean y por medio del cual se expresan, con lo que logran configuraciones estéticas que no están vacías de sentido. Una forma de ilustrar eso es por medio de la experiencia de lo “ñero”, porque quien encarna el personaje sabe de antemano sus efectos en la producción de temor, porque se le vincula con la acción delictiva y violenta32. Además, lo “ñero” tiene una condición adicional: la violencia que ejercen algunos jóvenes reconocidos bajo dicha categoría los hace a su vez focos del ejercicio de la violencia llamada “limpieza social”.

A mi mamá le llevaron la boleta una vez. Allá aparecía yo. Tenía unos 17 años. “Señora, si no saca a su hijo, se lo vamos a mandar en una pijama de madera”. Me mandaron pa’l pueblo otra vez. Mi mamá, llorando un día, que me fuera. […] Yo llegué ese día de la calle, no sé qué horas serían. Ella me dijo: “Yo quiero que usted se vaya de la casa. Váyase de la casa porque aquí vino una gente, me mostró unas fotos y a usted lo tienen en la lista para matarlo”. (Camilo, entrevista personal, 29 de marzo de 2013)

[…]

Yo tuve amigos que eran de muy buena familia, pero solamente por dárselas de ñeros los mataron. Cuando existían las “limpiezas sociales” o la “mano negra”. [A] ellos lo[s] mataron solamente por eso, porque querían vestirse de una manera particular, hablar de una manera particular, relacionarse con gente de la cual ellos no tenían necesidad de relacionarse, por eso mismo los mataban. (Camilo, entrevista persona, 29 de marzo de 2013)

Así, el despliegue de violencia en los barrios contra jóvenes de su misma condición social y económica, y en contra de otros residentes, es solo un aspecto de la indeseabilidad de los jóvenes. Este aspecto se superpone con atributos estéticos y morales que se les asignan a estos jóvenes. Vale la pena resaltar que no existe una relación determinante entre desear la estética juzgada de “ñera” y ejercer el delito y la violencia.

Para finalizar, es necesario decir que las experiencias de violencia modelan esquemas cognitivos y emocionales que orientan la respuesta a situaciones cotidianas. No solo la violencia que se ejerce en los espacios inmediatos de socialización, sino aquella que estructura las condiciones de posibilidad de las personas. Son dos caras de la misma moneda. Esto es importante, porque desde dichos esquemas se comprende y se valora la vida misma, la vida del sujeto-otro, en concreto, las acciones de los demás y la manera de reaccionar frente a ellas. Un ejemplo lo da la explicación de Andrés al inicio de este capítulo en relación con las peleas que sostenía con otros jóvenes: una mala mirada podía ser una afrenta, o “caer mal”, es decir, no sentir empatía con alguien. Pero, ¿por qué una mirada es interpretada como una afrenta? Lo mismo sucede con el temor que se crea frente a la humillación. La humillación es un poderoso detonante de la violencia, pero también es un poderoso mecanismo para lograr el temor de otros.

En cualquier caso, la reacción violenta o el uso de la violencia para lograr determinados fines pasa por los códigos culturales que se aprenden. Algunos logran la contención de la violencia, y, a pesar de experimentarla de manera temprana, intentan renunciar a ella, aunque con efectos que son difícilmente superados, como los miedos. Mientras tanto, otros deciden que, en vez de sufrir a causa de la violencia, es mejor administrarla. Entre esas dos posturas, hay un abanico de caminos que toman las personas. Empero, en términos de Butler, la pregunta es: ¿cómo guardar, de la lesión y la violencia, las vidas humanas teniendo en cuenta que esto significa su reconocimiento?

“LIMPIEZA SOCIAL”: UNA CATEGORÍA NATIVA

“Limpieza social” es una categoría usada para nombrar un tipo de acción violenta que incluye un repertorio de prácticas como el hostigamiento, la tortura, la expulsión de personas de un barrio o de una región, y la amenaza pública de muerte por medio del rumor, los panfletos y las redes sociales. La principal consecuencia es la muerte de sujetos que transgreden algunas normas sociales. Es una categoría nativa, ampliamente usada en Colombia por medios de comunicación, instituciones del Estado, organismos multilaterales, y por ciudadanos en redes sociales y en la cotidianidad de múltiples barrios de la ciudad. Es una práctica selectiva y discontinua, pues su ocurrencia se incrementa cuando la convivencia en los barrios se percibe en crisis, es decir, cuando el delito se intensifica.

Esta categoría también es usada en otras latitudes. En el 2013, el Informe sobre seguridad ciudadana del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (pnud) señalaba la “limpieza social” como una respuesta no estatal ante la inseguridad, aun cuando en ese mismo texto se reconoce de manera tímida la participación de miembros de instituciones estatales en su ejecución. El Informe usa los resultados de una encuesta desarrollada en 26 países latinoamericanos, junto con el Proyecto de Opinión Pública de América Latina (Lapop) de la Universidad de Vanderbilt, desarrollado en el 2012, que muestra la aprobación de los mecanismos de justicia por mano propia, entre ellos, la “limpieza social”.

La encuesta planteó tres situaciones; la primera fue: “Si hay una persona que mantiene asustada a su comunidad y alguien lo mata, ¿usted aprobaría que maten a esa persona que mantiene asustada a la comunidad, o no aprobaría que lo maten, pero lo entendería, o no lo aprobaría ni lo entendería?”. Uno de cada cinco encuestados respondió que aprobaría esta muerte y más del 70 % respondió que lo entendería. La segunda situación fue: “Suponga que una persona mata a alguien que le ha violado a un/a hijo/a. ¿Usted aprobaría que mate al violador, o no aprobaría que lo mate, pero lo entendería, o no lo aprobaría ni lo entendería?”. El 36 % de los latinoamericanos aprueba el homicidio y el 35 % lo entendería. Y, por último: “Si un grupo de personas comienza a hacer limpiezas sociales, es decir, matar gente que algunos consideran indeseables, ¿usted aprobaría que maten a gente considerada indeseable, o no aprobaría que la maten, pero lo entendería, o no lo aprobaría ni lo entendería?”. El promedio de personas que lo aprueban, en los 26 países donde se realizó la encuesta, es del 13,8 %, pero un 30,1 % “lo entendería”.

En Colombia no existen cifras oficiales sobre este crimen; no existe como tipo penal ni como categoría especial del delito de homicidio. Sin embargo, algunas entidades han lanzado cifras aproximadas de víctimas. Por ejemplo, un informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (cidh) en 1993 informó una cifra estimada de 2042 víctimas de este crimen en Colombia entre 1986 y 1991.

También es posible encontrar homicidios clasificados de esta manera en registros no oficiales. De acuerdo con el reporte de homicidios del 2011 que la Policía Nacional le entregó al Centro de Estudios y Análisis en Convivencia y Seguridad Ciudadana (ceacsc)33, de los 1467 homicidios reportados para Bogotá, 10 de ellos fueron tipificados como “limpieza social”; en el 2012 se registraron 2, y en el 2013, otros 2 (tabla 1).

Tabla 1 Casos reportados inicialmente bajo conclusión de “limpieza social” en Bogotá, en el 2011, 2012 y 2013 

Nota: Bosa occidental y El Porvenir hacen parte de la localidad de Bosa; Corabastos, de la localidad de Kennedy; Boyacá Real, de la localidad de Engativá; La Sabana, de la localidad Los Mártires; Diana Turbay, de Rafael Uribe; Jerusalén y Lucero, de la localidad de Ciudad Bolívar, y Pardo Rubio, de Chapinero. Esta información no se ve reflejada en el informe oficial de la Policía Metropolitana de Bogotá (Mebog).

Fuente:ceacsc (2014).

Ha sido el Centro de Investigación y Educación Popular (cinep) el que ha sistematizado este fenómeno. Para 2009 y 2011, el Banco de Datos de Derechos Humanos y Violencia Política de esta entidad reportó denuncias por “limpieza social” en la localidad de Kennedy. Ahora bien, de acuerdo con la sistematización de datos de la Revista Justicia y Paz del cinep, realizada por el Centro Nacional de Memoria Histórica y el Instituto de Estudios Políticos de la Universidad Nacional de Colombia (Perea, 2016), la distribución de los homicidios en las localidades para el periodo 1988-2013 se dio de la manera como se muestra en la figura 1.

Fuente:Perea (2014, p. 132). Los datos fueron extraídos de la Revista Justicia y Paz y del Banco de Datos del cinep

Figura 1 Participación de las localidades en el exterminio social (Bogotá, 1988-2013) 

Entre las upz con mayor participación en la ocurrencia de este crimen para ese mismo intervalo de tiempo no aparece Patio Bonito34. Es muy probable que eso sea manifestación del subregistro, pues, de acuerdo con los relatos de los habitantes, esta práctica fue recurrente, particularmente en la década de 1990.

Teniendo en cuenta la precariedad de los registros para este tipo de crimen, a continuación presento un balance de los homicidios en Bogotá entre el 2011 y el 2014, los cuales me permiten trazar un panorama de quiénes son las principales víctimas de homicidio en la ciudad, y posteriormente mostraré cómo se conecta con esta práctica.

HOMICIDIOS EN BOGOTÁ

A partir de la caracterización realizada por el Instituto Nacional de Medicina Legal de los homicidios ocurridos en Bogotá entre el 2011 y el 201435, se pueden señalar varios aspectos; el primero es que en Bogotá las víctimas de homicidio se concentran en el rango de edad que va de los 20 a los 29 años (tabla 2, figura 2). Si tomamos un rango más amplio, vemos que la curva de víctimas fatales empieza a ascender a los 15 años, para descender hacia los 34 años (figura 2). De manera que los jóvenes son las principales víctimas.

Tabla 2 Homicidios en Bogotá 2011, 2012, 2013 y 2014 según edad de la víctima 

Fuente: elaboración propia con base en datos del Instituto Nacional de Medicina Legal (información facilitada el 14 de septiembre del 2015, por correo electrónico).

Fuente: elaboración propia con base en datos del Instituto Nacional de Medicina Legal (información facilitada el 14 de septiembre del 2015, por correo electrónico).

Figura 2 Homicidios en Bogotá 2011, 2012, 2013 y 2014, según edad de la víctima 

El segundo elemento es que el porcentaje de víctimas-hombres supera el 88 % en los cuatro años analizados (tabla 3)36, lo que resulta revelador sobre la relación entre violencia y masculinidad.

Tabla 3 Homicidios según sexo de la víctima en Bogotá, en el periodo de 2011-2014 

Fuente: elaboración propia con base en datos del Instituto Nacional de Medicina Legal (información facilitada el 14 de septiembre del 2015, por correo electrónico).

El tercer aspecto es el factor de vulnerabilidad de las víctimas. Aunque las categorías usadas varían durante el periodo analizado, es posible identificar convergencias en los cuatro años; la mayoría de las víctimas son personas que no se clasifican dentro de ningún factor, seguida de la categoría “otros”37 y de los casos sin información. Sin embargo, a estas tres categorías les sigue el homicidio de “indigentes y recicladores/habitantes de calle” y de “consumidores de sustancias psicoactivas”, víctimas continuas de la llamada “limpieza social” (tabla 4).

Tabla 4 Homicidios según grupo vulnerable en Bogotá, en el periodo de 2011-2014 

Nota: En la tabla se incluyen solamente aquellos factores de vulnerabilidad cuya cifra de homicidios fue igual a cinco o más durante los cuatro años. Nótese la variación en las categorías.

Fuente: elaboración propia con base en datos del Instituto Nacional de Medicina Legal (información facilitada el 14 de septiembre del 2015, por correo electrónico).

Otro aspecto es la circunstancia de los hechos, cuya clasificación es poco precisa, porque cada categoría usada incluye circunstancias variadas. Por ejemplo, dentro de “violencia sociopolítica” se incluye desde la acción de bandas criminales y actores armados -agresor-, hasta la violencia contra grupos descalificados o marginales -víctima-. Y en “violencia interpersonal” se incluyen venganzas o ajustes de cuentas, riñas, embriaguez, intolerancia y la categoría “otros”. En este caso, una subcategoría como “intolerancia” resulta difusa, en cuanto la “violencia interpersonal” tiene una definición cercana a lo que en términos generales significa intolerancia. El Instituto Nacional de Medicina Legal (inml, 2011) define la violencia interpersonal como la agresión intencional derivada de un conflicto entre dos o más partes que no comparten una unidad doméstica y que no logran determinar al otro como un interlocutor válido.

Finalmente, sobre el mecanismo causal, el más frecuente es el proyectil de arma de fuego, seguido del cortopunzante, como se muestra en la tabla 5.

Tabla 5 Homicidios según el mecanismo causal, en Bogotá, en el periodo de 2011-2014 

Nota: Los demás mecanismos causales no se incluyen, pues el porcentaje no es significativo.

Fuente: elaboración propia con base en datos del Instituto Nacional de Medicina Legal (información facilitada el 14 de septiembre del 2015, por correo electrónico).

Además de la dificultad que existe con las categorías usadas para clasificar el homicidio, hay un aspecto fundamental y es la falta de información de un alto porcentaje de casos; el 43,2 % en el 2011, el 68,7 % en el 2013 y el 67,8 % en el 2014, lo que hace difícil establecer una tendencia clara38. En los casos identificados, la principal circunstancia es la violencia interpersonal, lo que implica un espectro amplio de circunstancias.

Una situación similar se presenta al revisar las actividades que ejercían la víctima y el presunto agresor durante el hecho. Sobre el primer aspecto, en el 2011 no se tiene información en 1230 casos (74,3 %); en el 2012, en 872 casos (67,9 %); en el 2013, en 774 casos (60,3 %), y en el 2014, en 773 casos (56,6 %). Sobre el presunto agresor no se tiene información en 1275 casos en el 2011 (77 %); 976 en el 2012 (76 %); 1074 en el 2013 (83,7 %), y 1112 en el 2014 (81,5 %). En la mayoría de estos casos, en los cuales se determinó el agresor, corresponde a un desconocido o delincuencia común.

En Colombia hay muchos vacíos de información para caracterizar el homicidio, lo que indudablemente dificulta también la comprensión de la “limpieza social” como fenómeno violento. Sin embargo, la información de homicidios ofrece indicios, pues hay convergencias entre las características de esta práctica violenta y el comportamiento de los homicidios que muestran las entidades de manera oficial. Por ejemplo, en cuanto a las características de las víctimas, la mayoría son hombres jóvenes, o el factor de vulnerabilidad es el consumo de drogas ilegales o habitar la calle (inml, 2012, INML 2013, INML, 2014, INML, 2015).

Homicidio en Patio Bonito

En el 2014, la Administración Distrital lanzó la estrategia de priorización y focalización 75/100 de Bogotá en el marco de la política pública Distrital de Convivencia y Seguridad Ciudadana, con el objetivo de reducir la conflictividad, la violencia y el delito en 75 barrios distribuidos en 19 upz, de 9 localidades. Según el secretario de Gobierno de ese momento, Hugo Zárate: “[eran] las más discriminadas” y “representa[ban] más del 51 % de la violencia, la conflictividad y la falta de Estado” (El Espectador, 2014). De la upz 82, Patio Bonito, fueron seleccionados los barrios Dindalito, Tintalito, Los Almendros, Patio Bonito y Provivienda Occidental. También fueron elegidos otros barrios de la upz 80 Corabastos y de la upz 47 Kennedy Central.

De acuerdo con un comparativo de los índices de homicidios realizado para dicha estrategia entre marzo y julio de 2013 y marzo y julio de 2014, en Patio Bonito este crimen aumentó en un 29 %, particularmente en los barrios Dindalito y Tintalito, y en un 60 % en Corabastos. Las lesiones personales también presentaron aumentos, del 42 % en el caso de Patio Bonito y del 125 % en Corabastos. El hurto a personas ascendió en Patio Bonito en un 4 %; los hurtos a establecimientos comerciales, en un 17 %; de automotores en un 133 %, y de motos en un 120 %. Entre tanto, el hurto a bancos se sostuvo, el hurto a residencias disminuyó, así como el hurto a celulares.

Ahora bien, a partir de los datos facilitados por la Policía Nacional, en respuesta a un derecho de petición solicitando la información, para el 2011, el 2012 y el 2013 se registraron las mayores tasas de homicidios en 10 upz39, como se registra en las tablas 6, 7 y 8.

Tabla 6 Unidades de planeación zonal con mayores tasas de homicidio en el 2011 

Nota: La tasa de homicidios se calculó por 10.000 habitantes.

Fuente: datos de homicidios extraídos del Sistema de Información Estadístico, Delincuencial, Contravencional y Operativo de la Policía Nacional (siedco), 10 de septiembre del 2014 a las 8:00 a. m., y enviados por la Mebog en respuesta a la solicitud enviada por correo electrónico el 22 de septiembre del 2015. Correo 294/ sijin-griac 29. Los datos poblacionales se obtuvieron de la base de datos “Proyecciones upz 2005-2015”, disponible en la página web de la Secretaría Distrital de Planeación el 1 de abril del 2018.

Tabla 7 Unidades de planeación zonal con mayores tasas de homicidio en el 2012 

Nota: La tasa de homicidios se calculó por 10.000 habitantes.

Fuente: datos de homicidios extraídos del siedco, el 10 de septiembre del 2014 a las 8:00 a. m., en respuesta a la solicitud enviada el 22 de septiembre del 2015. Correo 294/ sijin-griac 29. Los datos poblaciones se obtuvieron de la base de datos “Proyecciones upz 2005-2015”, disponible en la página web de la Secretaría Distrital de Planeación el 1 de abril del 2018.

Tabla 8 Unidades de planeación zonal con mayores tasas de homicidio en el 2013 

Nota: La tasa de homicidios se calculó por 10.000 habitantes.

Fuente: datos de homicidios extraídos del siedco, el 10 de septiembre del 2014 a las 8:00 a. m., en respuesta a la solicitud enviada el 22 de septiembre del 2015. Correo 294/ sijin-griac 29. Los datos poblaciones se obtuvieron de la base de datos “Proyecciones upz 2005-2015”, disponible en la página web de la Secretaría Distrital de Planeación el 1 de abril del 2018.

Entre 2011 y 2012, Patio Bonito fue una de las 10 upz con mayores tasas de homicidio. En el 2013 descendió en la escala y ocupó el lugar 16, con una tasa de 1,49. Es importante anotar que las cifras de homicidio usadas para los cálculos distan de las registradas en la base de datos -de la Policía Metropolitana de Bogotá- facilitada por la Secretaría de Gobierno en el 2 015. De acuerdo con esta segunda fuente, en el 2011 hubo 68 homicidios en Patio Bonito, 49 de ellos con arma de fuego, y en el 2012 se presentaron 41 homicidios, 31 con arma de fuego.

CONCLUSIONES

¿Cuál es la base cultural que sustenta la experiencia del joven del barrio popular que usa la violencia como principal mecanismo de habitación del barrio? Hay dos pistas al respecto: la noción de lo masculino y la noción de respeto.

Lo masculino se articula con la imagen del “duro” y del “malo”. Esta noción resulta ambivalente, porque el sujeto administra violencia y, a su vez, puede ser un árbitro en los conflictos del grupo o más allá de él. Se consolida demostrando que el miedo no impide actuar, que no teme ni siquiera a la muerte y que puede ejercer su poder de manera arbitraria. Ahora, que la figura del “malo” y del “duro” sea reconocida y respetada por sus pares y por otros habitantes del barrio muestra la aceptación amplia de esta manera de habitar el barrio.

Esto nos aboca a la segunda pista, la noción de respeto. En distintos escenarios de la vida social, es usual encontrar que cuando alguien produce temor esto es interpretado como respeto. De acuerdo con los hallazgos de Jimeno y Roldán (1996), el respeto significa que se inhibe la respuesta de un sujeto frente a la acción de otro. A eso le añadiría que respetar implica tener en consideración las orientaciones y los preceptos de alguien. Pero la capacidad para retraer la acción del otro, particularmente cuando la acción consiste en el maltrato, por ejemplo, en una situación de robo, puede responder al temor, no al respeto. Vincular de una u otra manera el temor con el respeto legitima las prácticas violentas. En la primera circunstancia, porque el respeto significa simultáneamente amor y temor, e inhibe la rebelión (Jimeno & Roldán, 1996), y, en la segunda circunstancia, porque el temor de las personas a la acción violenta de estos jóvenes se considera como respeto. Una vez vencido el temor por parte de algunos, es arrebatada la vida de estos jóvenes por medio de acciones como la “limpieza social”.

Pero, ¿qué soporta esta práctica violenta? Si queremos comprender las categorías sucio/limpio debemos atender al sistema en que se articulan. Es posible afirmar que la suciedad tiene su raíz profunda en nuestra “actividad diferenciadora” (Douglas, 1973, p. 215). La suciedad consiste esencialmente en desorden, en aquello que es informe, inclasificable. Esta, en oposición a lo limpio, alberga un poder: el de contaminar. Aquello que está sucio puede extender sus efectos y, por ende, ser un peligro. Los poderes de contaminación “castigan la ruptura simbólica de aquello que debe estar unido o el ayuntamiento de aquello que debe mantenerse separado” (Douglas, 1973, p. 153). De ahí que la contaminación se constituya en un tipo de peligro que ocurre allí donde las líneas de la estructura social están claramente definidas (Douglas, 1973, p. 153-154). Este sistema de relaciones es clave para comprender la estructura social, entendida no como algo estático, sino, grosso modo, como la configuración de posiciones de los sujetos en una red de relaciones, pues anclar el poder de contaminación a unos sujetos en particular expresa una forma de configuración de la sociedad y un vínculo entre contaminación y moral.

En este caso, son los sujetos jóvenes que incurren en el delito, específicamente el hurto y el atraco, y el consumo de drogas quienes se constituyen en fuentes de peligro y de contaminación. Son sujetos indeseables. Así, una persona que tiene el poder de contaminar es una persona que está equivocada, pues “ha desarrollado alguna condición errónea o atravesado sencillamente alguna línea que no debe cruzarse y este desplazamiento desencadena el peligro para alguien” (Douglas, 1973, p. 154); pero también lo es quien ocupa un lugar social particular, en este caso, marginal. Estas consideraciones sobre los jóvenes, ancladas a la contaminación y al peligro, son la piedra angular de las narrativas de desprecio que se construyen sobre ellos. Una vez construida la narrativa, tiene lugar la violencia contra ellos; en este caso, la acción violenta conocida ampliamente como “limpieza social”.

En ese sentido, se trata de una acción violenta de carácter instrumental, con la que se busca defender un tipo de orden moral, vengar las afrentas a dicho orden y castigar las acciones reprobadas. Pero también tiene un carácter expresivo, porque su manera de operar refleja cómo está configurada la red de relaciones en una estructura social.

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1La posibilidad.

2Se fija un monto por día de trabajo. Es independiente del número de horas que se trabaje. No todos los días se trabaja.

3Un carro que cuenta con un turbocompresor el cual aumenta la potencia del motor.

49 dólares.

5Satélite es una sucursal en la que se confecciona ropa para distintas marcas. En la casa donde viví había un satélite que empleaba a diez personas.

6Significa que las personas reciben un pago por cada unidad producida, sin importar el tiempo que esto implique. Las jornadas laborales superan fácilmente las ocho horas.

7455 dólares.

8Un cigarrillo de bazuco.

9Almacén ubicado sobre la avenida principal de Patio Bonito. Es un punto de referencia en el sector.

10El 9 de julio del 2012, en el periódico El Tiempo, se publicó la noticia “Niños desde 6 años, usados para vender droga y atracar en Patio Bonito”, la cual relata que un menor fue asesinado con arma blanca por evitar que robaran a un compañero suyo. Entre los ladrones había niños entre 8 y 10 años. En la nota se responsabilizó a la ley de infancia por el aumento de la participación de menores de edad en las actividades de “bandas”. El alcalde de la localidad de Kennedy sugirió la transformación de dicho marco legal. La rectora de una de las instituciones educativas del sector se preguntó por el papel de las familias de estos niños y un intendente de la policía señaló que los integrantes de las “bandas” saben que, a pesar de las consecuencias legales de sus prácticas, quedarán en libertad.

11Juego en el cual se usan canicas o bolitas de cristal. A las canicas se les conoce como “bolas de piquis”.

12“Marica” tiene muchas acepciones en la jerga colombiana. En este caso es sinónimo de tonto. Sin embargo, se usa también para referirse a un sujeto sin el ánimo de ofenderlo. Otro uso es para juzgar, peyorativamente, a un hombre amanerado.

13Cantidad pequeña de marihuana.

14Fue uno de los primeros barrios del conjunto que hoy componen la upz Corabastos, barrio ubicado al oriente de la avenida Ciudad de Cali. Allí se conformaron pandillas y parches. Hacían presencia milicias urbanas y posteriormente paramilitares.

15Ser incondicional.

16Que no le da temor.

17Usar el arma.

18Lugar de expendio de droga.

19Un arma con la que se había cometido un crimen.

20Con heridas de arma de fuego.

21Balas de armas de fuego.

22Un arma “caliente” es un arma con la que se ha cometido un crimen.

23Una escopeta calibre 16.

24Armas de elaboración casera.

25El “puesto” es una parte de la ganancia en una acción delictiva. Juguetes son armas.

26Fiestas que se organizaban en discotecas, bodegas, salones comunales, para menores de edad durante el día. Muchos establecimientos comerciales en los que se realizaban fueron sellados por la venta de alcohol y de drogas a menores de edad.

27Bar o discoteca. Lugar donde se realizan fiestas.

28Canción infantil.

29Canción infantil.

30Que las robaran.

31Que no se dejaba robar.

32Para ampliar, ver Pabón, I. (En prensa). De las narrativas de desprecio al homicidio: una etnografía sobre “limpieza social” en Bogotá. Universidad Nacional de Colombia.

33Estos registros fueron facilitados por el ceacsc de la Secretaría de Gobierno de Bogotá, en respuesta a mi solicitud. También solicité registros de homicidios y características del hecho a la Policía Nacional y al Instituto Nacional de Medicina Legal (inml). La Policía envió información en la que no incluyó las características del homicidio, ni las circunstancias, mientras que el inml no tiene cifras por localidades.

34La upz aparece como figura de planeación urbana en el 2000.

35Periodo que abarca el desarrollo del trabajo de campo de la presente investigación.

36Esta tendencia se mantiene en la actualidad. En el 2017, de 1150 homicidios, 253 casos son de personas que oscilan entre los 20 y los 24 años, seguida de 213 casos de personas cuyas edades están entre los 25 y los 29 años. Le sigue el rango de los 30 a los 34 años, con 177 homicidios, y luego el rango de 15 a 19 años. El 90,4 % de los casos son hombres (inml, 2018).

37Esta categoría no se aclara en ninguna fuente de información del inml.

38No se incluyen datos del 2012, porque hay un error en las cifras enviadas por la entidad. Tampoco se incluye una tabla para este factor porque las categorías usadas en el 2011 distan de las usadas en los otros años. Aunque es posible agruparlas intentando seguir el criterio del inml que aparece en los informes de Forensis, podría generarse un error al desconocer con precisión cómo se comprende cada categoría clasificatoria usada.

39Los medios de comunicación usualmente utilizan el número de homicidios para mostrar la concentración del homicidio en un lugar de la ciudad. Esto es erróneo, porque lo que señala la tendencia del homicidio realmente es la tasa.

Recibido: 02 de Agosto de 2021; Aprobado: 15 de Octubre de 2021

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